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TEORÍA DEL ESPACIO II

Arq. Mariana V Galindo G.


Método de Aristarco para medir la razón de las distancias Tierra-Luna a Tierra-Sol. Esta razón es
proporcional al ángulo a.
Eratóstenes, quien vivió en Alejandría en el siglo II a.C., logró medir con éxito el radio de la
circunferencia terrestre. Notó que en el día del solsticio las sombras caían verticalmente en Siena, mientras que en
Alejandría, más al norte, formaban un ángulo con la vertical que nunca llegaba a ser nulo. Midiendo el ángulo mínimo y
la distancia entre Alejandría y Siena, Eratóstenes encontró que la Tierra tenía una circunferencia de 252 000 estadios, o
en unidades modernas y tomando el valor más probable del estadio: 39 690 kilómetros, apenas 400 kilómetros menos
del valor correcto, Aunque hay que reconocer que Eratóstenes tuvo algo de suerte, pues su método era demasiado
rudimentario para obtener un resultado tan preciso.

Conociendo al ángulo a y la distancia de Siena,


la actual Assuán, a Alejandría, Eratóstenes midió
el radio terrestre.
En el siglo II a.C., Hiparco, el más grande astrónomo de la Antigüedad, ideó
un ingenioso método para encontrar las distancias de la Tierra a la Luna y al Sol.
Hiparco midió el tiempo que tarda la Luna en atravesar la sombra de la Tierra durante
un eclipse lunar y, a partir de cálculos geométricos, dedujo que la distancia Tierra-
Luna era de unos 60 5/6 radios terrestres: excelente resultado si se compara con el
valor real, que es de 60.3 radios terrestres. También intentó Hiparco medir la
distancia al Sol, pero sus métodos no eran suficientemente precisos, por lo que
obtuvo una distancia de 2 103 radios terrestres, un poco más de lo que encontró
Aristarco pero todavía menos de una décima parte de la distancia real.

En resumen, podemos afirmar que, ya en el siglo II a.C., los griegos tenían


una excelente idea de los tamaños de la Tierra y la Luna y de la distancia que los
separa, pero situaban al Sol mucho más cerca de lo que se encuentra.
El último astrónomo griego de la Antigüedad fue Tolomeo, vivió en Alejandría en el siglo II a.C, y sus ideas
influyeron notablemente en la Europa de la Edad Media. Tolomeo aceptó la idea de que la Tierra es el centro del Universo y
que los cuerpos celestes giran alrededor de ella; pero las esferas de Eudoxio eran demasiado complicadas para hacer
cualquier cálculo práctico, así que propuso un sistema diferente, según el cual los planetas se movían sobre epiciclos:
círculos girando alrededor de círculos. Tolomeo describió sus métodos para calcular la posición de los cuerpos celestes en
su famoso libro Sintaxis o Almagesto. Es un hecho curioso que nunca mencionó en ese libro si creía en la realidad física de
los epiciclos o los consideraba sólo construcciones matemáticas; es probable que haya soslayado este problema por no
tener una respuesta convincente. Mencionemos también, como dato interesante, que Tolomeo citó las mediciones que hizo
Hiparco de las distancias a la Luna y al Sol, pero él mismo las "corrigió" para dar los valores más pequeños, y menos
correctos, de 59 y 1 210 radios terrestres, respectivamente.

Epiciclos de Tolomeo para explicar el


movimiento aparente de un planeta.
No podemos dejar de mencionar al filósofo romano Lucrecio, del siglo I a.C., y su famosa obra De Rerum
Natura, en la que encontramos una concepción del Universo muy cercana a la moderna, en algunos sentidos, y
extrañamente retrógrada, en otros. Según Lucrecio, la materia estaba constituida de átomos imperecederos. Éstos se
encuentran eternamente en movimiento, se unen y se separan constantemente, formando y deshaciendo tierras y soles,
en una sucesión sin fin. Nuestro mundo es sólo uno entre un infinito de mundos coexistentes; la Tierra fue creada por la
unión casual de innumerables átomos y no está lejano su fin, cuando los átomos que la forman se disgreguen. Mas
Lucrecio no podía aceptar que la Tierra fuera redonda; de ser así, afirmaba, toda la materia del Universo tendería a
acumularse en nuestro planeta por su atracción gravitacional. En realidad, cuando Lucrecio hablaba de un número
infinito de mundos se refería a sistemas semejantes al que creía era el nuestro: una tierra plana contenida en una esfera
celeste. Pero indudablemente, a pesar de sus desaciertos, la visión cósmica de Lucrecio no deja de ser curiosamente
profética.
La cultura griega siguió floreciendo mientras Grecia fue parte del Imperio romano. Pero en el siglo IV de
nuestra era, este vasto Imperio se desmoronó bajo las invasiones de los pueblos germánicos y asiáticos. Por esa misma
época, Roma adoptó el cristianismo; y los cristianos, que habían sido perseguidos cruelmente por los romanos
paganos, repudiaron todo lo que tuviera que ver con la cultura de sus antiguos opresores. Toda la "filosofía pagana“, es
decir: la grecorromana, fue liquidada y sustituida por una nueva visión del mundo, basada íntegramente en la religión
cristiana. El mundo sólo podía estudiarse a través de la Biblia, interpretada literalmente, y lo que no estuviera en la
Biblia no era de la incumbencia humana. Así, la Tierra volvió a ser plana, y los epiciclos fueron sustituidos por ángeles
que movían a los planetas según los designios inescrutables de Dios.

Afortunadamente, los árabes en esa época sí apreciaban la cultura griega: conservaron y tradujeron los
escritos de los filósofos griegos mientras los cristianos los quemaban. Así, la cultura griega pudo volver a penetrar en
Europa, a través de los árabes, cuando la furia antipagana había amainado. En el siglo XIII, Tomás de Aquino
redescubrió a Aristóteles y lo reivindicó, aceptando íntegramente su sistema del mundo. Y así, ya "bautizada" por Santo
Tomás, la doctrina aristotélica se volvió dogma de fe y posición oficial de la Iglesia: ya no se estudiaba al mundo a
través de la Biblia, únicamente, sino también por medio de Aristóteles. Y por lo que respecta a la astronomía, la última
palabra volvió a ser el Almagesto de Tolomeo, preservado gracias a una traducción árabe.

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