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Nota: los números entre corchetes corresponden a la página/párrafo donde se habla del
tema en el libro o de donde es extrae la cita.
Reseña
En el libro Kuhn trata de mostrar cómo los conceptos pertenecientes a distintos campos
del conocimiento se entremezclan en un tejido único dentro de una cultura [2/2]
Los conceptos científicos son ideas que forman parte de la historia intelectual de una
cultura [4/1]
“Sí el universo de las dos esferas, y en particular la idea de una tierra central e inmóvil,
parecía ser por aquel entonces el ineludible punto de partida para toda investigación de
carácter astronómico, se debía ante todo a que el astrónomo no podía alterar en sus
bases el universo de las dos esferas sin que a un mismo tiempo se subvirtieran tanto la
física como la religión. Los conceptos astronómicos fundamentales habían pasado a ser
fibras de un tejido mucho más complejo y vasto que la propia astronomía. En tal
situación, los elementos de carácter no astronómico podían llegar a ser tan responsables
como los propiamente astronómicos del encadenamiento de la imaginación de los
astrónomos. La historia de la revolución copernicana no es, pues, simplemente una
historia de astrónomos y de cielos” [109/1].
Copérnico trató de corregir, con su sistema, las tablas de posiciones planetarias [2/2].
Propuso el movimiento de la Tierra con miras a lograr mejorar las predicciones sobre las
posiciones de los planetas [15/1]. Incluso su libro sirvió de base para que el astrónomo
Erasmus Reinhold publicara, ocho años después de la muerte de Copérnico, las famosas
Tablas prusianas que significarían una mejora notable sobre tablas anteriormente
elaboradas [248/2]. Estas tablas servirían como base a la reforma del calendario juliano
promovida por el Papa Gregorio XIII en 1582 [259/2].
El libro, según Kuhn, muestra la interacción entre hipótesis y observación, en el caso de
la Astronomía [12/1]
“La revolución copernicana fue una revolución en el campo de las ideas, una
transformación del concepto del universo que tenía el hombre hasta aquel momento y
de su propia relación con el mismo” [14/1]
A partir de fines del siglo XIII, Tomás de Aquino concilió a Aristóteles con Ptolomeo y con
la Biblia cristiana y con ello construyó la cosmovisión que habría de imperar en Europa
hasta principios del siglo XVII; una visión teocéntrica del cosmos [150/1]. La Divina
Comedia de Dante describe este cosmos aquiniano; “un universo literalmente
aristotélico adaptado a los epiciclos de Hiparco y al Dios de la Santa Iglesia” [153/2].
Las críticas escolásticas a las obras de Aristóteles prepararon el camino a Copérnico
[145/2]. Principalmente las obras del nominalista de París Nicolás de Oresme (1320-
1382) quien tuvo una intuición de la fuerza universal de la gravedad según la cual un
fragmento de materia atrae a otro fragmento hacia sí independientemente de la
posición que ocupen en el espacio aristotélico [157/2]. Así mismo Oresme cree en la
posibilidad lógica del movimiento de rotación de la Tierra sobre su eje (aunque no apoya
esta posibilidad como real) en lugar del movimiento de la esfera de las estrellas fijas
aplicando el concepto de relatividad del movimiento [158/2].
El maestro de Oresme, Jean Buridan (1300-1358), planteó, a su vez, la teoría del ímpetus
que ya tenía un precursor en el filósofo alejandrino del siglo VI Juan Filopón. Esta teoría
se antepone a la teoría aristotélica del movimiento en la cual el motor siempre debe
estar en contacto con el objeto movido para entregarle el movimiento. Para Buridan, un
proyectil arrojado recibe de quien lo arrojó una especie de fuerza motriz (el ímpetus)
que actúa en la dirección en la que el cuerpo ha sido lanzado [163/2]. Esta fuerza motriz,
prefigura, en cierta forma, el principio de la inercia [16/2]. Tanto Buridan como Oresme
trataron de unir el cielo y la Tierra bajo un mismo conjunto de leyes [165/2/3].
Para Kuhn, la posibilidad del movimiento de la Tierra y el intento de unificar las leyes
terrestres con las celestes son las contribuciones más importantes de estos pensadores
a la revolución de Copérnico. Así mismo, la teoría del ímpetus fue la precursora de la
dinámica newtoniana [165/3].
Sin embargo, Copérnico, a pesar de que estructuró un modelo matemático alternativo
al de Ptolomeo, siguió siendo, en gran medida, aristotélico y, además utilizó muchos de
los artilugios de Ptolomeo para explicar el movimiento de los planetas [126/1]. Su
modelo, igual que el de Ptolomeo, fue un modelo estrictamente matemático para
simular el comportamiento de los cielos, pero sin intención de ser una explicación física
de ese comportamiento. Sólo salvar las apariencias. Anota Kuhn: “Para sus predecesores
helenísticos, la absurdidad de un epiciclo desde el punto de vista de la física no había
constituido un inconveniente demasiado importante dentro del sistema ptolomeico.
Copérnico mostró una indiferencia similar frente a los aspectos cosmológicos cuando no
se percató de las incongruencias que la idea de una tierra en movimiento introducía en
el marco de un universo tradicional. Para él, la precisión matemática y celeste estaba
por encima de todo […]” [243/2].
“No obstante, la función del modelo de las dos esferas era muy diferente en las
concepciones aristotélica y copernicana del mundo; en particular, la finitud ejercía en la
primera de ellas funciones esenciales que se encontraban totalmente ausentes en la
segunda. Por ejemplo, en la ciencia aristotélica se necesitaba la esfera estelar para
arrastrar las estrellas en sus trayectorias diurnas y para proporcionar el impulso que
mantenía en movimiento a planetas y objetos terrestres. Además, la esfera exterior
definía un centro absoluto del espacio, el centro hacia el que se dirigían por propia
voluntad todos los cuerpos pesados. El universo copernicano liberaba a la esfera estelar
de todas estas funciones y de muchas otras” [302/2].
En cierta forma, según Kuhn, Copérnico fue un precursor de la primera verdadera teoría
matemática del Cosmos que, a su vez tenía un significado físico de cómo se comportaba
el mundo y por qué lo hacía así; la teoría de Newton. Dice Kuhn:
“[Copérnico] proporcionó una nueva descripción matemática del movimiento de los
planetas, pero sólo eso, sin conseguir explicación alguna de tales movimientos.
Inicialmente, su astronomía matemática carecía de todo significado desde el punto de
vista físico, aspecto de la cuestión que planteó nuevos tipos de problemas a sus
sucesores, dos de los cuales era “¿qué provoca el movimiento de los planetas?” [315/2]
y “¿por qué los cuerpos pesados caen sobre la superficie de una tierra en movimiento
independientemente de la posición que ésta ocupa en el espacio?” [327/2]. Dichos
problemas fueron finalmente resueltos por Newton, cuya dinámica proporcionó la pieza
clave necesaria al sistema matemático de Copérnico. Así pues, la dinámica newtoniana
contrajo una deuda todavía más grande que la astronomía de Copérnico con los
precedentes análisis escolásticos sobre el movimiento” [165/3].
Pasa Kuhn a explorar cómo el ambiente de los siglos XIV y XV, en cierta forma preparó a
Europa para asimilar el cambio que supondría la teoría copernicana. Los viajes de
exploración del mundo [169], la discusión sobre la reforma del calendario [170], el
redescubrimiento de los clásicos en fuentes originales traídas por los intelectuales que
huyeron de Constantinopla a Roma cuando Bizancio fue tomada por el imperio Otomano
[171/1] así como la corriente de pensamiento humanista que dio origen al renacimiento
y que combatía el cientifismo de Aristóteles con lo que ayudó a romper la autoridad del
maestro griego [172]. Por otro lado, resurgió, influido por el humanismo, el
neoplatonismo, principalmente en su aspecto matemático, conocido como
neopitagorismo [173/3]. Uno de los profesores de Copérnico, Domenico María Novara,
era neopitagórico y fue uno de los críticos de la teoría ptolemaica [174/2]. El
neoplatonismo matemático influyó poderosamente en Kepler [175/1]. Los
neoplatónicos no aceptaban la finitud del universo aristotélico por ser incompatible con
la infinitud divina. Esta posición fue fundamental para facilitar la transición del universo
finito de Aristóteles, Ptolomeo y aún de Copérnico al universo infinito de Newton
[178/1].
Como resumen de por qué esto factores extracientíficos ayudaron a la revolución
copernicana, dice Kuhn:
“No es en modo alguno necesario que las innovaciones en una ciencia surjan como
respuestas a nuevos hechos planteados en su seno. Copérnico no se persuadió de la
inadecuación de la astronomía antigua o de la necesidad de un cambio en la misma a
través de un descubrimiento astronómico fundamental o una nueva posibilidad de
observación astronómica. Aún medio siglo después de su muerte, los datos de que
disponían los astrónomos no encerraban nada que pudiera presagiar cambios
potencialmente revolucionarios. Es, pues, en el medio ambiente intelectual tomado en
su sentido más amplio, fuera del estricto marco de la astronomía, donde cabe buscar
principalmente los hechos que permiten comprender por qué la revolución tuvo lugar
en determinado momento y qué factores la precipitaron” [178/2, 179/1]. Debido a estos
factores, la innovación introducida por Copérnico, que básicamente se cristalizó en el
pequeño cambio de un modelo matemático para describir el comportamiento de los
planetas, se convirtió en una verdadera revolución en la concepción que tenía el
europeo sobre Dios, el mundo y el papel del hombre en el cosmos [179/1]. Si bien la
obra de Copérnico pretendió ser solo un cambio de modelo astronómico que buscó una
mejor solución al venerable problema de los planetas, se convirtió en el inicio, la piedra
del ángulo, de una nueva cosmología [182/2].
En este sentido cita Kuhn a Copérnico:
“Beneficiándome de estas opiniones comencé yo también a pensar en la movilidad de
la tierra. Y, aunque la opinión parecía absurda, al saber que otros antes de mí habían
gozado de toda libertad para imaginar cualquier círculo a fin de explicar los fenómenos
de los astros, consideré que en justa correspondencia podía permitírseme la experiencia
de investigar si, admitiendo algún movimiento de la tierra, era posible encontrar una
teoría de los orbes celestes más sólida que las emitidas por aquellos” [191/2].
Y, con relación a esa cita agrega Kuhn: “Reconociendo la necesidad de introducir nuevas
técnicas y desarrollándolas, Copérnico aportó su única contribución original a la
revolución que lleva su nombre” [193/1].
En su modelo “Copérnico atribuyó a la tierra tres movimientos circulares simultáneos:
una rotación cotidiana axial, un movimiento orbital anual y un movimiento cónico y
anual del eje” [209/2]. El último movimiento lo supuso Copérnico debido a la
imposibilidad de observar un movimiento paraláctico en las estrellas debido al
movimiento de traslación de la Tierra en su órbita alrededor del Sol. Es un movimiento
tal que el eje de rotación de la Tierra describe un bamboleo cónico que elimina
justamente ese efecto de la paralaje [2108/1, 221/Fig. 31]. Suponer este movimiento es
un ejemplo de una hipótesis auxiliar en una teoría esgrimida con el objeto de hacer
corresponder el funcionamiento del modelo con la observación. Este tipo de hipótesis
puede ser comprobada o refutada por observaciones posteriores. En este caso fue
refutada cuando en 1838 Bessel observó la primera paralaje estelar.
A pesar de su innovación, Copérnico conservó en su modelo la tradición de las esferas
aristotélicas que respetaban el postulado platónico de las órbitas circulares, así como el
otro postulado platónico del movimiento circular uniforme del planeta en su órbita
alrededor del Sol. Para que su modelo se correspondiera con la observación, Copérnico
necesitó usar epiciclos y excéntricas [226/2]. Esto llevó a Kuhn a afirmar que: “El sistema
de Copérnico no es ni más simple ni más preciso que el de Ptolomeo, y los métodos
empleados por Copérnico para elaborarlo parecen ser tan poco aptos como los
ptolomeicos para aportar una solución global y coherente al problema de los planetas”
[228/1, 240/3].
Y agrega: “El De revolutionibus convenció a algunos de los sucesores de Copérnico
[especialmente a los neoplatónicos [240/3]] de que la astronomía heliocéntrica
detentaba la clave del problema de los planetas, y ellos fueron quienes finalmente
proporcionaron la solución simple y precisa que Copérnico había andado buscando”
[229/2]. Copérnico fue una especie de bisagra entre la tradición escolástica medieval del
cosmos aristotélico-ptolemaico y la tradición que, a partir de él, surgió y que llevó al
cosmos newtoniano [241/2].
Dice Kuhn: “Copérnico rompía con dicha tradición sólo en lo concerniente a la posición
y el movimiento de la tierra. Tanto el marco cosmológico que albergaba su astronomía
como su física terrestre y celeste e incluso los procedimientos matemáticos que empleó
para que su sistema diera predicciones adecuadas pertenecen a la tradición establecida
por los científicos antiguos y medievales” [241/2]. Y agrega: “Para quienes durante los
siglos XVI y XVII aceptaron la teoría de Copérnico, la importancia esencial del De
revolutionibus residía en el único concepto nuevo que enunciaba; es decir, el de una
tierra planetaria y en sus nuevas consecuencias astronómicas, las nuevas armonías que
Copérnico había deducido de su innovadora idea” [242/1].
Podemos decir entonces que Copérnico fue uno de los tantos precursores que iniciaron
la revolución conceptual que llevaría a la teoría newtoniana. Abrió una nueva ventana
para entender el mundo. Al respecto anota Kuhn: “Las mayores conmociones en los
conceptos fundamentales de la ciencia se producen de forma gradual. Puede darse el
caso de que la obra de un solo individuo desempeñe un papel preeminente en una
revolución conceptual. Si así sucede, alcanza preeminencia ya sea porque, como en el
De revolutionibus, inicia la revolución por medio de una pequeña innovación que plantea
nuevos problemas a un campo de conocimiento científico o porque, como en los
Principia de Newton, culmina un cambio revolucionario al efectuar una síntesis de los
conceptos procedentes de un conjunto de trabajos diversos” [243/1].
El astrónomo danés Tycho Brahe también ayudó, a su pesar, a la validación de la Tierra
como planeta gracias a que sus observaciones fueron las más exactas y numerosas antes
del telescopio [264/3]. Rechazó el movimiento de la Tierra porque no pudo obtener
mediciones de la paralaje estelar [265/1]. Desarrolló un modelo matemático alterno al
de Copérnico, pero geocéntrico en el que la Luna y el Sol giraban alrededor de la Tierra,
pero los demás planetas lo hacían alrededor del Sol. Su sistema era matemáticamente
equivalente al de Copérnico [267/1]. Fue aceptado por muchos astrónomos pues
mantenía las ventajas matemáticas del sistema copernicano, pero evitaba los
inconvenientes físicos, cosmológicos y teológicos por los que se criticaba al sistema de
Copérnico [269/2]. Las observaciones de Brahe pusieron en entredicho la existencia real
de las esferas cristalinas aristotélicas, debido a que mostraron que los cometas debían
traspasarlas en su acercamiento al Sol. También mostraron que el cielo no era
inmutable, pues Brahe observó unas estrellas nuevas (novas) en 1572 y en 1600.
Johannes Kepler, por su parte, brillante neoplatónico, perfeccionó el sistema de
Copérnico elaborando mejores descripciones matemáticas del mismo [276/2]. Se aplicó
a encontrar un modelo para describir la órbita de Marte, de la cual tenía las
observaciones más precisas hasta entonces efectuadas, gracias al trabajo de Brahe.
Coronó su proyecto al encontrar las tres leyes del movimiento planetario, las dos
primeras en 1609 y la tercera en 1618. Con tales leyes se eliminaban las hipótesis ad hoc
que había conservado Copérnico de los modelos ptolemaicos buscando respetar los
postulados de órbitas circulares y movimiento a velocidad constante [279/1]. Supuso
también Kepler, gracias a su concepción neoplatónica, que el Sol emanaba una fuerza
(el anima motriz) sobre los planetas que los obligaba a permanecer en sus órbitas
[281/1].
El modelo de Kepler le permitió elaborar, en 1627, unas tablas astronómicas (las Tablas
Rodolfinas) más precisas que todas las tablas anteriormente elaboradas [287/2].
Galileo, por su parte, gracias al telescopio, realizó una serie de descubrimientos que
dieron un apoyo definitivo al modelo copernicano. Descubrió, por ejemplo, que la Vía
Láctea no era una nebulosidad en el ámbito sublunar, sino que era una agrupación de
estrellas en extremo lejanas [288/3], que la Luna tenía montañas, valles y cráteres, que
el Sol tenía manchas en su superficie que, además, mostraban que giraba sobre su
propio eje, que Júpiter tenía cuatro satélites (mostrando que no todos los cuerpos
celestes giraban alrededor de la Tierra según la cosmovisión imperante) y que Venus
mostraba fases. Esta última observación fue la evidencia más palmaria de la pertinencia
del modelo copernicano [291/2]; Venus, definitivamente giraba alrededor del Sol
[292/1].
Dice Kuhn: “El universo copernicano asimilado durante el siglo y medio que siguió a la
muerte de Galileo no era, sin embargo, el universo de Copérnico, ni incluso el de Galileo
o el de Kepler. Su nueva estructura no derivaba predominantemente de las pruebas
astronómicas. Copérnico y los astrónomos que le sucedieron llevaron a cabo la primera
ruptura importante y con éxito frente a la cosmología aristotélica, y fueron ellos quienes
comenzaron la construcción del nuevo universo. Sin embargo, los primeros
copernicanos no vieron con claridad adonde conducía su trabajo. Durante el siglo XVII,
otras muchas corrientes científicas y cosmológicas convergieron con la copernicana para
modificar y completar el marco de referencia cosmológico que había guiado su
pensamiento” [297/2].
Según Kuhn, la innovación introducida por Copérnico y perfeccionada por Kepler y
Galileo solo pudo generar la revolución copernicana en la medida en que se dieron los
necesarios cambios en dominios no astronómicos pero que formaban parte del tejido
con el cual estaba construida la cosmovisión europea medieval del mundo [299/1].
“Eran necesarias una nueva física y una nueva cosmología antes de que la astronomía
pudiera participar nuevamente de forma plausible en la confección de un marco de
pensamiento unificado” [300/3]. “El universo newtoniano es un producto de algo más
que la innovación introducida por Copérnico” [301/1].
Afirma Kuhn que el modelo de Copérnico revitalizó algunas teorías cosmológicas
antiguas. Una de ellas fue la visión de Nicolás de Cusa de un universo infinito y, por tanto,
sin centro [304/2]. Esta visión cusiana fue retomada hacia 1584 por el italiano Giordano
Bruno que no era científico sino una especie de místico pero que apoyó el modelo
copernicano del mundo e imaginó un universo infinito poblado de soles y tierras con
hombres habitándolas. Estas mismas tesis habían sido sostenidas por los griegos
atomistas Leucipo y Demócrito [307/2] quienes además sostenían la existencia del vacío.
“La cosmología de los atomistas poblaba el infinito vacío de numerosas tierras y soles.
No existía dicotomía posible entre lo terrestre y lo celeste. Según los atomistas, la
materia, de idéntica naturaleza en todas partes, estaba sometida al mismo conjunto de
leyes en todos y cada uno de los puntos del vacío infinito y neutro [308/2]. Estas
doctrinas atomistas también influyeron en Bruno y especialmente en una nueva
corriente filosófica denominada corpuscularismo [309/1] que tuvo en Descartes a su
más prominente defensor, aunque éste no apoyaba la existencia del vacío [310/1].
Combinando la visión corpuscularista con la antigua teoría del ímpetus, Descartes llegó
a su enunciado del principio de inercia [310/2] y a postular la existencia de unos vórtices
producidos por las colisiones de muchas partículas y que, a su vez, originaron gran
cantidad de sistemas planetarios centrados en estrellas como el Sol [313/2]. El universo
para Descartes era “una máquina corpuscular regida por unas pocas leyes corpusculares
específicas” [315/1].
Para Kuhn, dos trayectorias independientes de hechos llevaron del modelo de Copérnico
al universo de Newton. La primera fue la filosofía corpuscular basada en el atomismo
griego. La segunda fue el conjunto de hipótesis para explicar la causa física del
movimiento de los planetas [315/2] que reemplazara la física aristotélica de los
movimientos naturales no producidos por fuerza alguna sino determinados por el
espacio [321/2]. Ya las observaciones de Brahe de cometas habían hecho imposible la
existencia de las esferas cristalinas y, por tanto, del mecanismo de transmisión del
movimiento de una esfera a la siguiente que explicaba el movimiento de los planetas
[317/2]. La primera hipótesis se debe a Kepler quien, bajo su concepción neoplatónica,
consideró que del Sol emanaba una fuerza motriz que causaba el movimiento de los
planetas en sus órbitas elípticas y, gracias a interacciones magnéticas entre el Sol y los
planetas, este movimiento presentaba una velocidad variable. Con esto se explicaba el
porqué de sus dos primeras leyes.
Una hipótesis posterior se debió a Giovanni Alfonso Borelli (1608-1679) quien supuso
que los planetas se movían en órbitas elípticas gracias a la acción de dos fuerzas, el
anima motrix kepleriana que, emanando del Sol empujaba a los planetas y una fuerza
que atraía a los planetas hacia el Sol que evitaba que éstos siguieran en línea recta de
acuerdo con el principio de inercia de Descartes [323/1]. La otra hipótesis se debe a
Robert Hooke (1635-1703) quien no consideró el anima motrix sino simplemente la
fuerza de atracción entre el Sol y cada planeta que hacía que éste se desviara
continuamente de una trayectoria rectilínea siguiendo la órbita elíptica [323/2]. Para
Hooke, los movimientos planetarios presentaban un problema de mecánica aplicada
similar a problemas en el ámbito terrestre como los del péndulo y de los proyectiles. Sin
embargo, Hooke no consiguió establecer una relación matemática para explicar tales
movimientos [326/2].
Con relación al problema de “¿por qué los cuerpos pesados caen sobre la superficie de
una tierra en movimiento independientemente de la posición que ésta ocupa en el
espacio?” [327/2] ya Nicolás de Oresme había avanzado, como mera especulación, una
hipótesis de que “podrían existir […] varias tierras en el espacio, pero, en este caso, las
piedras caerían sobre la tierra porque la materia se reúne naturalmente con la materia,
no porque tienda a desplazarse hacia el centro geométrico del universo” [328/1]. Ya
antes de Newton, tanto Descartes como Huygens, Borelli y Hooke habían considerado
la posibilidad de entender la órbita cerrada de un planeta como una continua caída hacia
el Sol, transformando el movimiento inercial rectilíneo en una curva [328/3].
Hooke y Newton, de forma independiente, sugirieron que dos fenómenos, tan distintos
desde el punto de vista aristotélico como el movimiento orbital (la “caída”) de la Luna y
la caída de una manzana hacia la Tierra obedecían a una misma fuerza [329/2], la fuerza
de la gravedad. Fue Newton, sin embargo, quien matematizó esas hipótesis y estructuró
el corpus teórico deductivo que las explicó, pero no pudo explicar la naturaleza de la
fuerza gravitacional [335/2].
Dice Kuhn: “Con la construcción del universo corpuscular newtoniano se completa la
revolución conceptual iniciada por Copérnico un siglo y medio antes. En este nuevo
universo quedaban por fin resueltos los problemas planteados por la innovación
astronómica de Copérnico, y la astronomía copernicana se convertía por primera vez en
algo aceptable tanto desde el punto de vista físico como desde el cosmológico” [338/2].
El universo newtoniano no sólo fue una nueva concepción del universo físico, sino que
también estableció una nueva visión en la que se encuadraría el pensamiento del
hombre sobre su situación en el cosmos originando nuevos interrogantes tanto físicos
como cosmológicos, filosóficos y aún teológicos [338/2].
Durante los siglos XVIII y XIX se amplió el poder de las matemáticas para eliminar
pequeñas dificultades en la teoría newtoniana que aumentaron la precisión del modelo
tanto descriptiva como explicativa y predictiva [339/1] y ampliaron su campo de acción
a otras disciplinas aparentemente diferentes como la química.
“Paralelamente, la concepción de un universo constituido por átomos, cuyo movimiento
eterno obedece a unas pocas leyes promulgadas por Dios, había cambiado para muchos
hombres la imagen de la propia divinidad. En el universo reloj, Dios aparecía muy a
menudo como simple relojero, como el Ser que había diseñado sus componentes
atómicos y establecido las leyes de su movimiento, abandonándolo a sí mismo después
de puesto en marcha. El deísmo, versión elaborada de este punto de vista, fue un
ingrediente de primer orden en el pensamiento de finales del siglo XVII y del siglo XVIII.”
[340/2].
Concluye Kuhn: “[…] el universo newtoniano […] iba a representar para la astronomía
copernicana lo que el universo aristotélico había sido para la astronomía geocéntrica.
Una y otra visiones globales del mundo vinculaban bajo un solo esquema la astronomía,
las demás ciencias y el pensamiento extracientífico; una y otra eran instrumentos
conceptuales, medios para ordenar los conocimientos, evaluarlos y adquirir otros
nuevos; una y otra dominaron la ciencia y la filosofía de toda una época” [341/2].
Reflexiona adicionalmente Kuhn sobre la noción de progreso en la ciencia. Dice: “La
revolución copernicana también posee una enorme importancia como factor ilustrativo
del continuado proceso cíclico que presenta la adquisición del conocimiento” [342/2].
La ciencia progresa de tal forma que “cada nuevo esquema conceptual engloba lo
fenómenos explicados por sus predecesores y añade a los mismo” [342/2]. Sin embargo,
aclara: “Lo único que crece es la lista de fenómenos que necesitan ser explicados; las
explicaciones en sí no conocen un proceso acumulativo análogo. A medida que progresa
la ciencia, sus conceptos se ven repetidamente destruidos y reemplazados” [342/3] y en
cada cambio de esquema conceptual, surge “una serie de problemas y técnicas de
investigación irreconciliables con la visión global del mundo que los ha engendrado”
[342/3].
Puntos de interés
Consultar la serie de folletos titulada “Harvard case histories in experimental science”.