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Escuela de Educación Autor: Maita, Laura

Filosofía de la Educación C.I. 27371571


Prof. José Ramón López

Filosofía y educación: una mirada a los fundamentos conceptuales

En lo que hoy vemos como la evolución de la humanidad y la sociedad en sí,


es innegable encontrar miles de aspectos que han sido determinantes. Al hablar de
sociedad, se hace imprescindible hablar de educación, que puede verse, bien sea,
como una actividad, un proceso, una preparación o un impulso ligado al esfuerzo
por mejorar la calidad de vida. Sobre estas premisas, se han formulado y planteado
perspectivas variadas sobre lo que es la educación, sus fundamentos, su rol en el
ambiente circundante, su apreciación desde distintos aspectos y, de ahí, numerosas
vertientes del concepto se han construido a fin de nutrir la concepción de educación
a través del tiempo. Aparentemente, establecer una conceptualización absoluta no
ha sido una tarea fácil, todo lo contrario: estudiosos se han avocado, sentando sus
bases en fundamentos teóricos eclécticos, a construir ideas que vislumbren el
sentido tan amplio de este elemento. El nombre que recibe esta necesidad de saber
y aclarar es filosofía de la educación.

En términos de filosofía de la educación, Fullat (1987) comenta que “se trata


de un saber crítico que esclarece conceptos, los enunciados y las argumentaciones
que utilizan educadores y pedagogos”. Partiendo de esto, mencionar filosofía de la
educación hace alusión a un cuestionamiento del ser y hacer en los campos de la
educación y la pedagogía. De igual manera, entre los planteamientos del autor, se
establece una clara puntualización acerca de la formación del hombre como hombre
a través del proceso educativo, pues el resultado de la educación en el hombre es lo
que lo hace hombre en sí mismo; esto es, el hombre es lo que la educación lo hace
ser. Con estos preceptos, es posible, entonces, establecer que, con el propósito de
mejorar la calidad de vida del hombre, es necesario mejorar la educación que recibe
este, y esto sólo puede alcanzarse si se conoce realmente lo que implica la
educación.

En primer lugar, se hace necesario indagar sobre lo que concierne la filosofía


de la educación y el papel que el hombre tiene en estos planteamientos filosóficos.
Claramente, el tema de la educación se observa desde la filosofía como un asunto
que requiere ser atendido y entendido por el hombre, no con la intención de ser un
enigma resuelto, sino de dar cuidado a las inquietudes existenciales de completar
vacíos particulares al proceso educativo, relacionados a los principios que la rigen y
los basamentos que la sostienen. Quedando expuesto, pues, la inherencia del
hombre en los particulares de la educación, al tratarse básicamente del centro de
las ideas que han surgido a través de la historia, es esencial ahondar un poco en su
naturaleza. Y es que, para determinar qué es lo que se necesita, se requiere saber
con antelación quién es quién lo necesita. Esto es, entonces, lo señalado por
Bouché et. al. (2002): “y si ya es un gran problema conocer la naturaleza de los
seres físicos, conocer la naturaleza del ser humano es una cosa todavía más difícil.
Y no obstante, ha de intentarse, pues sin conocer bien al hombre, no puede
identificarse el tipo de educación que deba dársele”.

Es así que, en la historia de la humanidad, muchos han sido los filósofos y


autores que se han atrevido a conceptualizar al hombre. En esta instancia, Platón
hablaba de un hombre racional que no existía desligado a la concepción de un
hombre espiritual; para Platón, el alma constituye la parte superior del ser, que es
donde está la nobleza. En sus formulaciones, los valores del espíritu, asociados a lo
inmaterial e inmortal del alma, constituyen los deberes de servicio que el hombre
debe aspirar alcanzar mediante la superación de la vida material. Este
conglomerado de ideas han permanecido en la civilización de Occidente, junto a la
afirmación de que el auténtico conocimiento es racional, por tanto es la esencia de
la verdad de las cosas. Por su parte, Séneca, basándose en los principios del
estoicismo clásico impulsado por Zenón, planteaba un hombre virtuoso que vivía
según su esencia racional y cuya virtud, fundamentada en el intelecto, no podía
perderse una vez alcanzada. A su vez, Voltaire defendía la idea de un hombre
sensato, que era regido por la razón, planteamiento que nació como crítica al
cristianismo característico de la época.

En este orden de ideas, Bouché et. al. (2002) explica que “el hombre es un
ser del universo, pero distinto a todos los demás. Es un ser singular: es persona”.
Así, pues, el hombre es parte del entorno pero, a la vez, distinto a éste, por cuanto
tiene la capacidad de reflexionar sobre sí mismo y lo que lo rodea. Y, al ser de esta
manera, tratamos con un ser que cuestiona, se atreve a formular e intenta entender,
ya que es, de alguna manera, consciente de que su calidad de vida depende de su
educación. (Bouché et. al., 2002)

Ahora bien, con el foco en el concepto de educación, es probable encontrar


numerosos intentos de definirla, cada uno cargado de aspectos específicos,
distintos y bastantes interesantes que, de cierta manera, convergen en considerar
que la educación es una actividad práctica. En aras de dar una idea acerca de
educación, Fullat (1987) considera que es una actividad de mucha complejidad
como importancia, en la que intervienen variedad de elementos como acciones,
ideas, sentimientos, personas e, incluso, se atreve a involucrar a la bioquímica.
Visto desde ahí, se evidencia que, si bien se trata de ejecución, es un proceso que
va más allá de transmitir conocimientos. De hecho, limitarse a llamarlo proceso sería
caer en reduccionismo, o hasta algún tipo de eufemismo. Y es que implica dos
acciones constitutivas: el hacer, un proceso; y el ser, el resultado de ese proceso.
(Fullat, 1987)

Siguiendo esta línea discursiva, Fullat (1987) manifiesta que en cuanto al


hacer educativo, se problematiza fundamentalmente en dos direcciones: en la de
cómo hacer y en la de para qué hacer, siendo la primera relacionada a la conducta
del individuo y, la segunda, referente a lo que se quiere obtener, la formación y el
alcance del objetivo y/o metas planteadas; y, de igual forma, se encuentra una
tercera vertiente que no carece de relevancia, pues se trata de la consideración
explicativa y reflexiva sobre el qué se hace. Estos tres aspectos que resalta el autor
conforman el núcleo de la teoría de la educación y el fin que esta tiene. Antes de
mencionar una finalidad, sin embargo, cabe escudriñar en lo que es el proceso que
se lleva a cabo en la actividad educativa. Bajo este preámbulo, esta se concibe
como un proceso de carácter consciente, que involucra responsabilidad, siendo
otorgado por la sociedad a la escuela, donde el maestro acciona al transmitir y
aprehender activamente conocimientos, hábitos, habilidades, competencias y
valores esenciales para que el individuo pueda enfrentarse de forma óptima a las
particulares de su entorno y, a su vez, servir de modelo de conductas para su
desenvolvimiento armónico en la sociedad. (Ramos, 2017)

En relación con lo anterior, Lascaris (1955) hace una planteamiento muy


interesante con miras a la finalidad del proceso educativo, pues señala que “no se
trata de que el conocimiento sea el fin último de la educación, sino el fin inmediato,
por cuya realización el hombre se hace plenamente hombre para la vida”. Y es que,
al tratarse de una práctica compleja y consciente, el conocimiento es importante
pero también lo son los valores, las habilidades y actitudes que desarrolla el
individuo en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Así, pues, tal y como lo ratifica el
mismo autor, el hacer educativo es una acción meramente humana, ya que “es una
obra para el hombre realizada para el hombre, o, si se quiere una obra de
humanización del hombre humanamente realizada. Tanto por el objeto en que incide
como por el objeto que la realiza, la educación es una actividad específicamente
espiritual” (Lascaris, 1955). He aquí una perspectiva que contempla al ser en toda
su extensión.

Dando continuidad a las ideas previas, el factor crucial que reside en la


educación es la posibilidad de, en su sentido más amplio, preparar para la vida, por
cuanto el niño por sí solo no posee la capacidad de formarse con el propósito de
desenvolverse adecuadamente en el ambiente social y físico en el que se encuentra
(Láscaris, 1955). Viéndolo así, estamos hablando sin lugar a dudas de uno de los
fundamentos de la sociedad, ya que determina su funcionamiento en el presente y
su prevalencia en el futuro.
Ahora bien, ya una vez intentado puntualizar una conceptualización de
educación y dar luces acerca de su fin, se hace pertinente profundizar en los
fundamentos de la educación vista como proceso. Es evidente que para que el
proceso educativo tome lugar, existen elementos engranados que trabajan en
consonancia. Con lo anterior nos referimos a educabilidad y educatividad. Con
respecto a lo primero, educabilidad, Zaragüeta (1943; citado por Láscaris, 1955)
propone que se trata de la aptitud que tiene el individuo, conocido como educando,
de ser educado, concepción que evoca a la perfectibilidad del hombre, considerada
desde la perspectiva educativa, por supuesto. Por su parte, al mencionar
educatividad, se busca trazar una línea hacia las aptitudes del educador para
educar; en cuanto a esto, la visión del concepto abarca desde una serie de
cualidades específicas, eminentemente psicológicas, de habilidad, hasta de aptitud
ante el quehacer educativo (Zaragüeta, 1943; citado por Láscaris, 1955). De esta
forma, es posible identificar que, entre otros, un aspecto es común entre la
educabilidad y la educatividad es la voluntad, tanto del educando para aprender
como del educador para enseñar.

Dicho lo anterior, se puede indagar un poco más acerca de la relación entre


la voluntad y la causalidad de la educación. En este aspecto, Solís (2014) señala
que “la causa eficiente de la educación es la actividad de las potencias humanas, de
la voluntad especialmente, aunque ella misma, de suyo, esté subordinada al
entendimiento”. Partiendo de esto y de la afirmación ya expresada acerca de la
educación siendo una práctica completamente humana, la causalidad de la
educación puede ser tanto interna como externa, por cuanto la primera se encuentra
intrínseca a la labor del educador y la otra, por su parte, extrínseca al educando que
reflexiona sobre la búsqueda incesante de la perfectibilidad. Entonces, pues,
hablamos de voluntad como causa del hacer educativo, pero de voluntad
subordinada a la razón. (Solís, 2014)

En definitiva, hablar de educación conlleva tomar en consideración distintos


aspectos y principios para hacer posible su entendimiento, y este justamente ha sido
el propósito que se ha planteado la filosofía de la educación. Es evidente que, desde
los inicios de la civilización, el ser humano se ha abocado por entender y reflexionar
acerca del concepto de educación, lo que esta implica, qué es lo que causa que
este proceso se lleve a cabo y la finalidad de la misma. Ante tantas perspectivas,
hay una convergencia teórica y es que se trata de una actividad práctica, llevada a
cabo por personas para la formación de otras personas, cuyas habilidades,
conocimientos, valores y aptitudes den la oportunidad de tener un desenvolvimiento
óptimo en la sociedad. Y es que el objeto de la educación es el ser humano, que es
un ser complejo en sí mismo, cuya naturaleza radica en un conglomerado tanto
físico como espiritual, y caracterizado por el deseo y voluntad de alcanzar algún tipo
de perfectibilidad, entendiendo que la continuidad de la sociedad y la mejora de su
calidad de vida solo es posible si hay una mejora en la educación, la cual solo
puede ser alcanzada si se asimila realmente las implicaciones del concepto y el rol
que tiene el hombre a través de su ejercicio, dotado de voluntad sin carecer de
razonamiento y sensatez.

Fuentes bibliográficas:

Bouché, H.; García, M., Quintana, J. y Ruiz, M. (2002). Antropología de la


educación. Editorial Síntesis: Madrid, España.

Fullat, O. (1987). Filosofía de la educación: concepto y límites. Recuperado de:


Filosofía de la Educación Fullat.pdf - Google Drive

Láscaris, C. (1955). Un concepto de educación. Revista Española de Pedagogía,


13(51), 163–175. Recuperado de: UN CONCEPTO DE EDUCACION on JSTOR

Ramos, G. (2017). La contribución de la filosofía al perfeccionamiento de la


educación: los fundamentos filosóficos de la educación. Voces de la filosofía de la
educación. Recuperado de: La contribución de la filosofía al perfeccionamiento de la
educación: (jstor.org)

Solís, (2014). Causas modales de la educación. Sophia, Colección de Filosofía de la


Educación. Recuperado de: Redalyc.Causas modales de la educación

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