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Benjamin Constant y Su Legado de Libertad
Benjamin Constant y Su Legado de Libertad
DE LIBERTAD Y PODER
SANTIAGO ARGÜELLO
(EDITOR)
IDEARIUM
Santiago Argüello
(Editor)
IDEARIUM
Mendoza
2021
Argüello, Santiago
Benjamin Constant y su legado de libertad y poder; editado por
Santiago Argüello. - 1ª ed. adaptada. – Mendoza: Idearium, 2021. 180
p.
Libro digital, PDF
ISBN 978-950-624-088-2
Santiago Argüello
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Santiago Argüello
1 Una muestra cabal del actual revival de esta tradición está representada por los trabajos
de Geenens & Rosenblatt (2012) y Rosenblatt (2018 y 2009a). El estudio señero sobre
Constant en nuestra lengua sigue siendo el de Sánchez Mejía (1992). – Por lo demás, no
hay que olvidar, ciertamente, a tenor de lo mostrado por Holmes (1984: 90), la
diferencia de matices entre Constant, por un lado, y Montesquieu y Tocqueville, por
otro, en razón del espíritu democrático que detenta el primero.
2 En De l’esprit des lois (en adelante Leyes), libro XI, caps. 5-6, Montesquieu (1906: 226-
comparación, es materia tratada recientemente por Nippel (2016: 205, n. 4 y 108), quien
ve allí la influencia del ilustrado escocés Adam Ferguson (1723-1816), y especialmente
del economista e historiador ginebrino J.C.L. Simonde de Sismondi (1773-1842); y
antes lo había tratado Holmes (1984: cap. 1, 28-52), quien aduce que la distinción entre
libertad moderna y libertad antigua, además de existir en Montesquieu, se encontraba ya
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el último liberal auténtico, dotado del espíritu del s. XVIII aun viviendo en el s. XIX
(ver Ortega, 1966). Las citas textuales que hace el español del suizo son bien exiguas:
además de esta, aparece sólo en dos trabajos más, analizando su novela Adolfo. No
obstante, todavía podría precisarse mejor cuán honda haya sido la influencia «espiritual»
del liberalismo de Constant sobre el de Ortega; cuestión observada aquí en el cap. 3.
6 La introducción de las ideas constitucionales de Constant acaecidas en el Río de la
Plata en los años 1815-1830 sucedió a través de figuras como Manuel José García y
Manuel Belgrano (cfr. Rodríguez, 2013: 224-225; Myers, 2002: 167-168; Mariluz
Urquijo, 1967; Belgrano, 1961). Por su parte, Alberdi y Sarmiento coinciden en el hecho
de haber expuesto ellos mismos también una comparación de la libertad antigua con la
moderna, siguiendo muy de cerca el planteamiento de Constant; aunque no lo citen
literalmente. En el caso de Alberdi (1887a) la omisión viene justificada por el hecho de
que en su exposición él sigue expresamente a Fustel de Coulanges, La cité antique [1864],
claro deudor del pensador de Lausana en la comparación predicha. El caso de
Sarmiento –cuya omisión se justificaría por el carácter periodístico de su reflexión–
puede observarse en su “Definición de la libertad”, El Mercurio, 24 de junio de 1841 (cit.
en Meglioli Fernández, 2018: 108-118, quien no ofrece otro dato de procedencia
editorial de la referencia más que el indicado).
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florecieron en la primera mitad del s. XX, son la de Ernest Barker (1874-1960), Greek
Political Theory, de 1918, y la de Max Pohlenz (1872-1962), Griechische Freiheit, de 1955. El
interés de las mismas consiste en haber sostenido, contra la costumbre hermenéutica al
uso, que en la pólis griega –particularmente Atenas, en sintonía con la apreciación
constantiana acerca de la excepcionalidad del ethos ateniense– no había habido supresión
de la libertad personal, y que, salvo el totalitarismo espartano, y a diferencia aun mayor
del despotismo asiático, el florecimiento de las ciudades helenas había tenido por base
el ejercicio de la libertad individual. – Más recientemente, destacan los trabajos de
Nicole Loraux (1943–2003, v.g., L’invention d’Athènes, 1981 y reed. aumentada 1993) y de
Luciano Canfora (1942– , v.g., Il mondo di Atene, 2011), cuya disparidad de enfoques
sobre la libertad ateniense hace que el debate sobre la existencia y significado de la
libertad antigua, especialmente la de los atenienses, esté más vivo que nunca. En el caso
de Canfora, él no pasa por alto las observaciones de Constant sobre el mundo antiguo,
salvo que su lectura marxista, a mi juicio, lo limita para dimensionar mejor la riqueza de
las mismas.
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8 Al final del Discours de 1819, Constant hace una breve alusión a la Histoire des républiques
italiennes du Moyen Âge, obra de Sismondi publicada en 16 vols. entre 1807 y 1818. La
importancia de esta alusión es más decisiva de lo que aparenta; y, hasta donde alcanzo a
ver, no ha sido considerada lo suficiente por los estudiosos de Constant. La enjundia
del liberalismo político de Constant, cuya batería conceptual aparece en las últimas dos
o tres páginas de ese Discours de 1819, se deben –en su totalidad– al cap. 126 (“Sobre la
libertad de los italianos en el período en que duraron sus repúblicas”) del vol. XVI de la
obra de Sismondi (1818: 353-405), publicada un año antes; sobre todo a sus últimas
páginas (ibid., 400-406). Lo que alllí hace Constant, al final de su Conferencia, es
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de Sismondi (1818: 402): “[le] gouvernement (…) peut donc être considéré como ayant
le mieux atteint son but, lorsqu’il a élevé proportionnellement un plus grand nombre de
citoyens à la plus haute dignité morale dont la nature humaine soit susceptible”. Al igual
que repetirá Constant al año siguiente, Sismondi había considerado que el meilleur
gouvernement es aquel que les procura a los ciudadanos el mayor gozo y felicidad en su
carácter moral y teorético (agréable occupation de l’esprit; una nation dont tous les citoyens ont
l’esprit constamment éveillé), en contraste con aquel gobierno que les asegura disfrutes
corporales (jouissances physiques). En suma, una felicidad que dignifica nuestra naturaleza
humana (le bonheur de l’homme qui a cultivé son esprit et son coeur (…) est plus conforme à la
dignité de notre nature). En cuanto a la relevancia de la ‘dignidad’ con que el
republicanismo italiano tardo-medieval dota a su pueblo ciudadano, ver ibid., 387-388.
Y una página antes, Constant (1989a: 283-284) había dicho: “no es únicamente a la
felicidad, sino al perfeccionamiento a donde nos llama nuestro destino, y la libertad
política es el medio más eficaz y más enérgico que nos haya dado el cielo para
perfeccionarnos”. Ello sintetiza, en idénticos conceptos, la primera parte del referido
párrafo de Sismondi, que dice así: “ce n’est pas l’amusement, partie si essentielle du
bonheur, ce n’est pas la bonheur lui-même, qui doivent être le but de notre vie, ou celui
du gouvernement; c’est bien plutôt le perfectionnement de l’homme. C’est au
gouvernement à accomplir la destination que la nature humaine a reçue de la
Providence; il peut donc être considéré como ayant le mieux atteint son but [etc.]”
(Sismondi, 1818: 402). La única diferencia consiste en que Constant divide en su
Discurso (1989a: por un lado en pp. 283-84, y por el otro en p. 285) el párrafo que en
Sismondi es uno y el mismo.
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Arendt (2006), para quien ‘liberalismo’ equivale al primer tipo de liberalismo aquí
indicado (ver también González, 2001).
12 Aunque Furet no mencione a Constant en su obra señera de 1978, Penser la Révolution
française, sí lo hace al menos en “La Révolution sans la Terreur? Le débat des historiens
du XIXe siècle”, Le Débat, 13 (June 1981), p. 41 (cit. por Rosenblatt, 2009b: 372).
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13 Además de Pettit (1997), Rosenblatt (2009b: 376, n. 106) menciona, como estudios
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14 De hecho, según Pettit (1997) –en cuya tradición, en nuestro país, se ubica Rosler
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16 Por supuesto, no sólo de él. Los liberales doctrinarios que despuntaron luego del
lausanés, junto a Tocqueville y otros autores de la Restauración afines a la monarquía
constitucional, fueron de pareja importancia para nuestros constitucionalistas –autores
o inspiradores de la carta magna de 1853: Alberdi, Sarmiento, Gutiérrez, Gorostiaga y el
resto (cfr. Stoetzer, 1985: 332-333)–: “Recordemos que los liberales, y entre ellos los
más clásicos como Constant o los doctrinarios como Guizot, Rossi, Jouffroy; los neo-
católicos (católicos que aceptaban ciertas premisas del liberalismo o de lo que llamaban
el ‘espíritu moderno’) como Chateaubriand y Lamennais, o los saintsimonianos como
Leroux, Chevalier o Lerminier se planteaban el siguiente interrogante (que la Nueva
Generación Argentina atesoró en su agenda de trabajo): ¿cómo completar la revolución
de 1789 construyendo un orden político estable y moderno sin recaer en los excesos del
igualitarismo?” (Herrero, 2002: 261-262).
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adoptada en la Argentina del s. XIX” (Rodríguez, 2013: 239), tampoco Alberdi fue
capaz de reconocer, literalmente hablando, el origen constantiano de la misma. Se ha
calificado, pues, a esta recepción de la doctrina constantiana de “apócrifa” (ibid.), por el
hecho de no haberse efectuado el predicho reconocimiento del original. Vale; con tal de
que tal calificación sea descriptiva y no valorativa, en razón de que en el s. XIX no
existía el prurito de la citación.
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constitutionnel.fr/les-constitutions-dans-l-histoire/acte-additionnel-
aux-constitutions-de-l-empire-du-22-avril-1815)–. A los pocos días, más
precisamente el 29 de mayo, Constant publica sus Principes de politique
(1815), “la obra de teoría política más importante de las publicadas por
Constant” (Sánchez Mejía, 1989: LI) y, desde luego, un comentario a la
«Benjamine»19. Allí, en sus cap. 2°, “De la naturaleza del poder real en
una monarquía constitucional” y cap. 9°, “De la responsabilidad de los
ministros”, el lausanés ofrece su teoría más consistente del ‘poder
neutro’.
Esta teoría estriba en el principio de que «el rey reina pero no
gobierna». En palabras del propio Constant (1815: 33), que le monarque
est inviolable, et que les ministres sont responsables. Es decir, para que
verdaderamente pueda ejercerse la responsabilidad en política, tiene que
establecerse la fiction légale (ibid., 158) de que el rey o poder supremo es
intocable; y que sus ministros, en cambio, han de hacerse cargo
plenamente de los actos de gobierno (cfr. ibid., 50). Entonces, ¿qué
significa en este caso ‘reinar’? Detentar y ejercer un poder neutro. Se
trata, desde luego, de la cuestión principal de ese equilibrio de poderes
buscado por la moderna monarquía constitucional (cfr. Sánchez Mejía,
1992: 185). Este poder, colocado en la cúspide del Estado –esto es, en
la figura del rey–, sirve para neutralizar los poderes políticos activos –el
ministerial o ejecutivo, el legislativo y el judicial– cuando se estorban o
colisionan entre sí. Reubicando las fuerzas en su correcto lugar, el
poder neutro detenta un carácter conservador o preservador; y, en
último caso, reparador (cfr. ibid., 35-37). Debe mantenerse en su rol de
árbitro, sin pretender adentrarse en el ámbito de la función activa de los
restantes poderes. Pues si el rey traspasara su propio ámbito de
imparcialidad, desde el cual ejerce su papel conciliador, a los ámbitos de
parcialidad, pasaría entonces a sustituir a alguno de los otros poderes,
19 Tal como refiere la misma Sánchez Mejía (ibid.), Constant fue capaz de redactar y
publicar estos Principes con tanta celeridad (tan sólo un mes desde la promulgación de la
«Benjamine»), en razón de que el material de procedencia de esa obra era su grand traité de
politique, compuesto entre 1802 y 1806, cuya publicación total nunca vio la luz en vida
del lausanés. Se refiere Sánchez Mejía a aquel volumen editado recién en 1980 por
Hofmann, bajo el título casi idéntico al de la obra publicada en 1815: Principes de politique
applicables à tous les gouvernements. Aquí: Constant (2010).
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20 “El rey, en un país libre, es un ser aparte, por encima de las diferencias de opinión,
sin otro interés que el de mantener el orden y la libertad, que no puede volver a la
condición común, inaccesible por tanto a las pasiones que nacen de ésta, así como a las
que necesariamente alientan en el corazón de los agentes investidos de un poder
momentáneo (...). Planea, por decirlo de alguna manera, por encima de las agitaciones
humanas, y la obra maestra de la organización política es haber creado así, en el seno
mismo de las disensiones sin las que no existe libertad alguna, una esfera inviolable de
seguridad, de majestad, de imparcialidad, que permite que esos desacuerdos se
desarrollen sin peligro, mientras no excedan ciertos límites” (Constant, 1815: 40; 1989b:
24-25).
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21“Las repúblicas están, pues, obligadas a hacer responsable al poder supremo. Pero
entonces la responsabilidad es una ilusión”. ¿Por qué? En razón de que “una
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responsabilidad que no puede ejercerse más que sobre unas personas cuya caída
interrumpiría las relaciones exteriores y paralizaría el engranaje interno del Estado, no
se ejercerá jamás” (Constant, 1815: 48-49; 1989b: 30). El carácter de la responsabilidad
a la que se refiere Constant (1815: 163-171; 1989b: 103-108) es eminentemente
‘político’, relegando a un segundo plano su índole ‘penal’. Lo mismo ocurre en el caso
de Alberdi (cfr. Rodríguez, 2011: 138).
22 En Estados Unidos, “la idea es que el Presidente llegue a hacerse cargo de la
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23 Las dificultades reales de una conciliación tal en la América hispana del s. XIX han
sido bien advertidas por Negretto (2001a: 35), a modo de conclusión de su reflexión:
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Bibliografía
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CAPÍTULO 1
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por vía política o filosófica, teniendo que ser aceptada así como es,
fruto inevitable (y no siempre negativo) de aquella civilización tan rica
en resultados positivos bajo muchos otros aspectos” (De Luca, 2003:
234).
Después de haber hecho foco en las numerosas diferencias que
hacen insalvable la distancia entre los antiguos y los modernos,
Constant está en condiciones de extraer el resultado de sus
consideraciones y definir sintéticamente las dos libertades:
de todas estas diferencias resulta que la libertad no puede ser entre los
modernos lo que era entre los antiguos. La libertad de los tiempos
antiguos era todo lo que garantizaba a los ciudadanos la mayor parte en
el ejercicio del poder político. La libertad de los tiempos modernos es
todo lo que garantiza la independencia de los ciudadanos contra el
poder (Constant, 2010: 408).
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han gravado por más de siglo y medio la interpretación de la obra de Constant. Los
otros cuatro son: el prejuicio de la gran obra, el del politicastro, el de la época de
transición y el de la antidemocraticidad (cfr. Barberis, 1988: 8-13).
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tanto más válida si se piensa que la doctrina de las dos libertades debe
ser leída a la luz de la concepción de la historia constantiana: la libertad
moderna se configura como un progresivo enriquecimiento de valores
que acaece gracias al perfeccionamiento de la especie humana. Si a ello
se agrega la fuerte inspiración religiosa que caracteriza toda la reflexión
de Constant3, al final salta a la vista de qué modo la libertad moderna
teorizada por él no sea en absoluto “hedonista sino ética” (ibid., 294).
De todas formas, Constant dice algo todavía más sorprendente en
favor de la libertad política, y es sobre todo basándose en este pasaje
del Discours que algunos críticos han intentado atribuir a la doctrina de
las dos libertades una inspiración democrática. El liberal suizo, en
efecto, define la libertad política como “el medio más eficaz y más
enérgico que nos haya dado el cielo para perfeccionarnos”, en cuanto
“engrandece el espíritu (...), ennoblece sus pensamientos y establece
entre todos una especie de igualdad intelectual que constituye la gloria y
el poder de un pueblo” (Constant, 1989: 284). Estas afirmaciones se
ubican en la última página del Discours y ciertamente puede parecer “una
paradoja innecesaria el hecho de que Constant, después de haberse
dedicado a delinear con mucho cuidado la diferencia entre antiguos y
modernos, cierre su conferencia reivindicando la necesidad de la
especie de libertad que más se asemeja a la de los antiguos” (Paoletti,
2001: XLI). Si se considera lo expresado al inicio de la Conferencia, a
saber, que nuestra libertad moderna consiste en el “disfrute apacible de
la independencia privada” (Constant, 1989: 268), y se lo relaciona con
esta exaltación final de la libertad política, se corre el riesgo de caer en
la tentación de creer “que existan lisa y llanamente ‘dos Constant’ en el
espacio de diez páginas, uno liberal y otro democrático” (Paoletti, 2001:
IX-X). Pero la cuestión no se puede dirimir de esa forma simplista. Aun
admitiendo una cierta ambigüedad argumentativa, es necesario, en
primer lugar, ratificar la diversidad conceptual de la libertad política
inherente a los antiguos y la inherente a los modernos, entendiendo la
primera como ejercicio directo del poder y la segunda como sistema de
control y limitación del poder; en segundo lugar, es necesario intentar
(2008).
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Una vez más es útil precisar que, así como no es posible sostener
que en la reflexión constantiana haya un desinterés total por la política,
del mismo modo es difícil considerar a Constant como un defensor de
las prerrogativas de la libertad participativa, intentando equiparar, como
hace Travers, las instancias políticas a las instancias individuales, para
llegar a afirmar que Constant se plantea el problema de “cómo incitar a
los individuos a participar de manera más activa en la vida de su
nación” (ibid., 638).
Conclusión
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Giuseppe Sciara
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Libertad de los antiguos y de los modernos en Benjamin Constant
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CAPÍTULO 2
Yanela Cavallo
Introducción
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Libertad de los antiguos, ¿un anti-modelo para la libertad de los modernos?
La problemática de la libertad
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Libertad de los antiguos, ¿un anti-modelo para la libertad de los modernos?
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Libertad de los antiguos, ¿un anti-modelo para la libertad de los modernos?
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1 En este asunto, Alberdi destaca no sólo la experiencia chilena, sino también la figura
de Simón Bolívar, quien acuñara la célebre máxima de que “los nuevos Estados de la
América antes española necesitan reyes con el nombre de presidentes” (Alberdi, 1886d:
415).
2 En relación con esto, el poder ejecutivo argentino contaba con ese tipo de
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Argentino, de 1853. Allí, Alberdi (1886e: 49), menciona que, “por una ley de Buenos
Aires, de 24 de Mayo de 1821, fueron suprimidos los Cabildos, entregada la justicia
ordinaria, que ellos ejercían, a jueces letrados de primera instancia y a jueces de paz;
toda la política a un jefe y catorce comisarios, con atribuciones designadas por el
gobernador, y elegibles por él todos los subrogantes del Cabildo antes elegido por el
pueblo. Esa ley de Rivadavia ha sido el brazo derecho de Rosas”.
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4 Respecto de lo económico, Alberdi (1886d: 489-490) llega a postular que “en ciertos
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siglos a las Provincias argentinas y, por ello, “el hecho más real y
práctico” de su vida pública. Es decir, se trataba de un gobierno general
argentino que había coexistido con gobiernos provinciales, en los que
estuvo dividido interiormente para facilitar su acción central, y sin
perjuicio de la administración de cada pueblo. Alberdi (1886h: 179)
sostiene que, si bien la Revolución había cambiado el principio de
gobierno, ella no debía oponerse a que el principio moderno se sirva de
los medios de acción5 que habían hecho eficaz al gobierno realista. Así, el
primero de los medios a tener en cuenta sería la centralización política,
que no excluiría de ningún modo la descentralización administrativa.
En efecto, él considera que en la solución del vínculo que unía a los
gobiernos de provincia con el gobierno nacional, habían sucumbido
todas las tentativas de organización argentina; y, por lo mismo, la
solución durable sería la que mejor se acomodara a los antecedentes del
país pertenecientes a su antiguo y moderno régimen.
Ahora bien, lejos de restablecer el sistema de gobierno previo a la
“revolución democrática en América” (Alberdi, 1886r: 488-489), el
asunto tenía que ver con que el poder ejecutivo de la democracia
tuviera la “estabilidad” que el realista supo establecer en su momento.
Por ese motivo, considera relevante poner alguna atención sobre el
modo en cómo se había organizado aquel para llevar a efecto su
mandato. Por tanto, más que procurar la participación popular en la
toma de decisiones, Alberdi opta primero por examinar lo que
denomina “el sistema originario y tradicional de gobierno”6, esto es, el
5 Una idea concisa respecto de los “medios de acción”, quedó expuesta de formar clara
en el Fragmentos Preliminar. Allí Alberdi (1886b: 194) plantea que si “las piezas de la
máquina de la representación”, a saber, la elección, la división del poder, y la publicidad,
funcionan en un contexto donde, en vez de ideas dominantes, “solo hay
preocupaciones y errores”, dicha máquina es “funesta”. En consecuencia, ante tal
situación, consideró que “la unidad del poder es conveniente, la sobriedad de la prensa
necesaria, la restricción de la elección indispensable”. Es decir, Alberdi valora y
recupera, después de todo, en determinadas circunstancias, la “influencia benéfica del
absolutismo real de la Europa” en el “progreso de la civilización moderna”.
6 Alberdi (1886b: 131) toma en cuenta sólo dos sistemas de gobierno en la
configuración del país: “Nosotros hemos tenido dos existencias en el mundo, una
colonial, otra republicana”. Con ello, por lo demás, excluye a los pueblos indígenas y los
medios de su organización política.
[97]
Yanela Cavallo
[98]
Libertad de los antiguos, ¿un anti-modelo para la libertad de los modernos?
Bibliografía
[99]
Yanela Cavallo
[100]
Libertad de los antiguos, ¿un anti-modelo para la libertad de los modernos?
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[101]
[102]
CAPÍTULO 3
Hermann Ibach
sabido valorar “el sentido liberal del feudalismo”, esto es, el liberalismo incipiente en el
germanismo medieval, a partir de algunos autores franceses como Boulainvilliers,
Montlosier, Guizot, sino que también ha sabido valorar la dimensión corporativa de la
libertad medieval, de raíces romanas y aun también germánicas.
[103]
Hermann Ibach
Ortega y el liberalismo
[104]
La libertad romana y la libertad europea en José Ortega y Gasset
[105]
Hermann Ibach
[106]
La libertad romana y la libertad europea en José Ortega y Gasset
4 Esta visión resulta bastante ideal, ciertamente, o mejor dicho ideológica, dado que la
realidad que ya se vivía en ese momento era bien otra. La guerra siguió teniendo en el
siglo XIX una existencia bien notoria: Napoleón, y después el resto de los imperios, se
dedicaron de buena gana a sojuzgar a otros pueblos, esclavizándolos para lograr lo que
deseaban. Y el comercio fue ante todo introducido por la guerra; guerra de colonización
e imperialismo.
5 Es Constant un antepasado de Guizot y los doctrinarios que participaron en el
[107]
Hermann Ibach
[108]
La libertad romana y la libertad europea en José Ortega y Gasset
último gran republicano antiguo. Dirá Ortega que, para los romanos,
libertas significa dos cosas. Por un lado, vida pública sin reyes. Este es un
aspecto negativo, ya que se refiere a la ausencia de un poder
concentrado, considerado externo y arbitrario. Por otro lado, libertas
presenta un aspecto positivo, más interesante: vida pública según las
instituciones republicanas y tradicionales de Roma.
A partir de esta primera aproximación a la libertas romana, y
continuando con su explicación, Ortega comienza a deslizar una serie
de objeciones al liberalismo europeo. Él traza distinciones que van
perfilando la libertad antigua, inscribiéndose así en el debate de
antiguos y modernos. Ortega (1964: 71) sentencia con trazo firme: “la
libertas de Cicerón no es la libertad o libertades del liberalismo”. Esto
implica una serie de cuestiones a determinar:
[109]
Hermann Ibach
Historia de la civilización en Europa, a fin de demostrar con la historia cómo Europa desde
sus orígenes siente la libertad como meta.
8 En un texto crítico del espíritu moderno capitalista dirá que “la ética industrial, es
[110]
La libertad romana y la libertad europea en José Ortega y Gasset
Gobierna a la industria el principio de la utilidad en tanto que los ejércitos nacen del
entusiasmo. En la colectividad industrial se asocian los hombres mediante contratos,
esto es, compromisos parciales, externos, mecánicos, al paso que en la colectividad
guerrera quedan los hombres integralmente solidarizados por el honor y la fidelidad,
dos normas sublimes. Dirige al espíritu industrial un cauteloso afán de evitar el riesgo,
mientras el guerrero brota de un genial apetito de peligro” (Ortega y Gasset, 1966a: 57).
Es clara aquí su defensa de la guerra. En el mismo texto él resalta una cita de Weber,
donde ‘ley’ se conecta con ‘Antigüedad’: “«La fuente originaria del concepto actual de la
ley fue la disciplina militar romana y el carácter peculiar de su comunidad guerrera»”
(ibid.).
[111]
Hermann Ibach
Este fue el vicio original del liberalismo: creer que la sociedad es, por sí
y sin más, una cosa bonita que marcha lindamente como un relojín
suizo (Ortega y Gasset, 1964: 72).
El liberalismo (…) creía que no había que hacer nada, sino, al contrario,
laisser faire, laisser passer. Pensaba que, frente a la sociedad, lo único de
que hay que ocuparse es de no ocuparse: a esto llamaba política liberal y
en esto consistía su ismo (ibid., 73).
[112]
La libertad romana y la libertad europea en José Ortega y Gasset
9“Es preciso evitar el pecado mayor de los que dirigieron el siglo XIX: la defectuosa
conciencia de su responsabilidad, que les hizo no mantenerse alertas y en vigilancia”
(Ortega y Gasset, 1966c: 195).
[113]
Hermann Ibach
tradición en medio de las circunstancias, e inspiradas por ellas. Sentirse libre dentro de
las instituciones preferidas es una realidad humana diferente de la habituación. No
poder preferir elegir y tener que adaptarse al molde férreo del Estado es vida como
adaptación” (Ortega y Gasset, 1964: 89).
11 En definitiva, lo que el pensador madrileño está reconociendo de forma explícita en
esta última etapa de su pensamiento, es que en Europa ha habido una «libertad de los
antiguos», una libertad positiva vinculada con la participación democrática y con la
obediencia a la ley común, “que debe ser reconocida propiamente como libertad. Ése es
el hecho decisivo: la elevación a la dignidad de la libertad, con todo lo que esto significa
en Ortega, de algo que antes era visto como ajeno a su lógica e, incluso, como
manifiestamente contrario a ella porque tal libertad se comprendía mayormente desde
una mirada exclusivamente liberal” (Sánchez Cámara, 2005: 280).
[114]
La libertad romana y la libertad europea en José Ortega y Gasset
hacia el final del ensayo que venimos analizando, giran en torno a estas
dos categorías: ‘vida como libertad’ y ‘vida como adaptación’.
El problema del Estado es crucial para entender la manera de
concebir la libertad por parte de Ortega. A su juicio, este problema es el
que más les ha costado asumir a los liberales europeos, esto es, aceptar
su realidad y necesidad:
Para Ortega, lo que indica cuán libre se siente un pueblo, está dado
en la forma de reaccionar frente a la presión que ejerce el Estado.
Si hacemos una interpretación histórica de lo que está intentando
plantear Ortega, podemos decir que, por un lado, la Roma republicana
fue una etapa ascendente, en donde la vida de concordia se sentía como
libertas, esto es como una vida abierta, plena y en expansión; una vida
estructurada bajo una creencia viva, que inspiraba orden y armonía
sociales. Esta época llega a resonar en el siglo XIX, en la que el ascenso
de la burguesía, la configuración del mundo y la vida a su gusto
determinaron la creencia del progreso ilimitado, asentado en la razón, el
cálculo y la técnica. Por su parte, el Imperio Romano –como forma de
vida– implicó la volatilización de dicha concordia y libertad. Las
profundas transformaciones sociales y económicas que implicó la
configuración del Imperio produjeron un proceso que simultáneamente
derivó en el agotamiento y la pérdida de vigencia de aquella creencia
que había animado la sociedad romana en la Republica. La
descomposición de la autoridad y la limitación para encontrar
[115]
Hermann Ibach
12 En esta posición se vislumbra cierta profecía de lo que ocurriría unos pocos años
después con el surgimiento del Estado de bienestar, acaecido en los ’50 y ’60 del siglo
pasado (recuérdese que Del imperio romano fue publicado por primera vez en 1941); un
Estado en el cual la presencia del poder público es casi omnipresente en la vida de las
personas, no obstante dicha presencia esté inspirada por la búsqueda de la satisfacción
de derechos individuales, en el marco de garantías liberales.
[116]
La libertad romana y la libertad europea en José Ortega y Gasset
[117]
Hermann Ibach
[118]
La libertad romana y la libertad europea en José Ortega y Gasset
[119]
Hermann Ibach
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La libertad romana y la libertad europea en José Ortega y Gasset
[121]
Hermann Ibach
Bibliografía
[122]
La libertad romana y la libertad europea en José Ortega y Gasset
[123]
Hermann Ibach
[124]
CAPÍTULO 4
Miguel Saralegui
citado en seis ocasiones, donde se lo vuelve a considerar como una figura emblemática
del liberalismo: “La fundamentación y formulación del sistema bicameral, clásica para el
liberalismo burgués del siglo XIX, se encuentra en Benjamin Constant” (Schmitt, 2006:
285).
[125]
Miguel Saralegui
[126]
Benjamin Constant y Carl Schmitt
[127]
Miguel Saralegui
[128]
Benjamin Constant y Carl Schmitt
[129]
Miguel Saralegui
tiranía. Hay una tiranía, quizá más frecuente, del ejecutivo, pero
también puede haberla del legislativo o del judicial. Curiosamente,
Constant presta especial atención a casos históricos en los que se ha
establecido una tiranía del legislativo, como el largo parlamento inglés,
las asambleas populares de las repúblicas italianas o la Convención
francesa. La tiranía del legislativo ocurre cuando la ley, “que no debería
extenderse por todos los objetos (…), se ha extendido a todo” (ibid.,
326).
¿Por qué el rey inglés es un rey neutro? En Inglaterra, el poder
legislativo depende de las cámaras, el judicial de los jueces y el ejecutivo
de un primer ministro. El rey actúa solo cuando uno de estos poderes
actúa de modo inapropiado y el ejercicio incorrecto siempre se
identifica con la sobreactuación. Si el primer ministro se extralimita, el
rey no puede ocupar su lugar, pero sí puede destituirlo; si la cámara de
los lores trabaja de modo funesto, el rey nombra a nuevos lores; si la
cámara baja actúa de modo amenazante, el rey veta sus decisiones; si los
jueces castigan sin misericordia, el rey concederá indultos de gracia. El
poder regio es un colchón que atempera no los problemas de la
realidad, sino los excesos que causan los otros poderes del Estado
cuando se ejercen con un celo excesivo.
Este poder neutro se caracteriza por su carácter secundario. No es
activo, sino reactivo. Nunca actúa por sí mismo, sino solo cuando los
otros poderes se extralimitan. Es un poder de segunda instancia, una
especie de recurso judicial a las decisiones políticas excesivas. Este
«poder intermedio» solo empieza a actuar tras una primera acción
errónea de otro poder, como se ha visto en la descripción de la
constitución inglesa. Este carácter secundario, esta obligación de que el
poder neutro controle a los poderes y se desinterese por la realidad es el
motivo por el que la monarquía constitucional se diferencia de la
monarquía absoluta. El monarca constitucional no interviene
directamente sobre la realidad. Por este motivo, Constant describirá al
monarca como un ser carente de personalidad política, ajeno a los
deseos y a los intereses. Como ser humano, no tiene ningún interés
sobre la realidad, sino solo sobre la esfera del poder. La cima del
sistema político la encarna un actor no político:
[130]
Benjamin Constant y Carl Schmitt
[131]
Miguel Saralegui
[132]
Benjamin Constant y Carl Schmitt
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Miguel Saralegui
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Benjamin Constant y Carl Schmitt
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Miguel Saralegui
[136]
Benjamin Constant y Carl Schmitt
4 «Pero el fin de la república de Weimar muestra por el contrario con claridad que una
[137]
Miguel Saralegui
constitución, como parece sugerir Schmitt (1983: 213): “entonces ya no se trata del
defensor de la Constitución, sino del soberano del Estado». El problema lógico sería
que el garante de la constitución se comporte como un soberano absoluto, no que se
comporte de modo soberano, lo cual parece inevitable en su rol de tercer superior”.
[138]
Benjamin Constant y Carl Schmitt
[139]
Miguel Saralegui
[140]
Benjamin Constant y Carl Schmitt
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[141]
Miguel Saralegui
[142]
CAPÍTULO 5
[143]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
[144]
Benjamin Constant y Michel Foucault
1 Hay sin embargo un momento de la obra de Foucault que excede esos cortes
salto temporal del siglo XVIII al siglo XX: “Voy a dar por lo tanto un salto de dos
[145]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
siglos, pues no tengo la pretensión de mostrarles, por supuesto, una historia global,
general y continua del liberalismo del siglo XVIII al siglo XX”.
[146]
Benjamin Constant y Michel Foucault
3 Sobre su proyecto general de una ‘historia del pensamiento’, cfr. Foucault (2009: 18-
22, 57-58). Sobre el largo proceso de redefinición de su problema de investigación, cfr.
López Ruiz (2014: 195-201).
4 De hecho, raras son las ocasiones en que Foucault habla sobre ‘la’ libertad a secas.
[147]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
[148]
Benjamin Constant y Michel Foucault
[149]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
Para los griegos, la libertad individual era algo muy importante –al
contrario de lo que dice ese tópico, más o menos derivado de Hegel,
según el cual la libertad del individuo carece de importancia frente a la
hermosa totalidad de la ciudad–: no ser esclavo (de otra ciudad, de los
[150]
Benjamin Constant y Michel Foucault
que nos rodean, de los que nos gobiernan, de las propias pasiones) era
un tema absolutamente fundamental. El cuidado de la libertad ha sido
un problema esencial y permanente durante los ocho magnos siglos de
la cultura antigua (…). Los griegos, en efecto, problematizaban la
libertad, y la libertad de los individuos, como un problema ético. Pero
ético en el sentido en que podrían entenderlo los griegos: el ethos era la
manera de ser y la manera de comportarse. Era un modo de ser del
sujeto y una manera de proceder que resultaba visible a los otros 5.
considero que, entre los griegos y los romanos –sobre todo entre los
griegos–, para conducirse bien, para practicar como es debido la
libertad, era preciso ocuparse de sí, cuidar de sí, tanto para conocerse
–y tal es el aspecto con el que se está más familiarizado del gnôthi
seautón– como para formarse, para superarse a sí mismo, para dominar
los apetitos que corren el riesgo de arrastrarnos (ibid., 397).
5 Como señalara Veyne (1995: 269), “Foucault ha acabado sintiendo por la antigüedad
greco-romana una atracción tan viva como su maestro Nietzsche”.
[151]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
[152]
Benjamin Constant y Michel Foucault
6 Con motivo de la visita de Foucault a los Estados Unidos la revista Times titulaba, en
su número del 16/11/1981: “France’s philosopher of power: Elusive and exasperating,
Michel Foucault has a growing cult”.
[153]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
[154]
Benjamin Constant y Michel Foucault
253-255 especialmente).
[155]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
técnicas que permiten a los individuos efectuar por sí sólo o con ayuda
de otras personas una serie de operaciones sobre sus propios cuerpos,
sus propias almas, sus propios pensamientos, su propia conducta, y
hacerlo de manera tal de transformarse, modificarse y alcanzar cierto
estado de perfección, de felicidad, de pureza, de poder sobrenatural,
etc.10.
9 Según las traducciones, también pueden encontrarse referidas como “tecnologías del
yo”.
10 Foucault (2014b: 37) también las definirá más adelante diciendo que “se trata, en
filiación directa entre los grandes preceptos de la filosofía antigua y la práctica cristiana.
En el caso del examen de conciencia, por ejemplo, demuestra por qué son muy
diferentes en su sentido y objetivos para la dirección greco-romana y para el
cristianismo respectivamente. Así, concluye señalando que “la subjetivación del hombre
occidental es cristiana, no es grecorromana” (Foucault, 2014a: 269). Sobre las
diferencias entre las prácticas de examen y dirección de conciencia de la Antigüedad
griega y romana con respecto al cristianismo, véase, entre otros, Foucault (1991b: 114-
118; 2014a: 255-286 y 2014c: 115).
[156]
Benjamin Constant y Michel Foucault
[157]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
El poder pastoral
[158]
Benjamin Constant y Michel Foucault
singulatim: tales son los términos utilizados por Foucault para indicar la
relevancia que ha tenido este tipo de poder en la historia de Occidente.
[159]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
individualización que no sólo no pasa por la afirmación del yo, sino que, por el
contrario, implica su destrucción”. Si para el griego se renunciaba a las pasiones para
garantizar el dominio de sí, para el cristiano, renunciar a las pasiones es renunciar a la
voluntad singular que le es propia y subordinase –sujetarse–, a través de la obediencia, a
la voluntad de otro: su director de conciencia, el pastor que ha de conducirlo a lo largo
de toda su vida.
[160]
Benjamin Constant y Michel Foucault
De esto se sabe y se habla poco, sin duda debido a que las grandes
formas estatales que se desarrollan a partir del siglo XVIII se
justificaron mucho más en términos de libertad asegurada que de
mecanismos de poder implantados y quizás porque esos pequeños
mecanismos de poder tenían algo de humilde y de inconfesable que
hacían que no fueran dignos de análisis y de discurso. (…) [El] orden
prefiere ignorar la mecánica que organiza su realización cuando es tan
sórdida que destruye toda vocación de justicia. (…) A menudo se dice
que el Estado y la sociedad moderna ignoran al individuo. Cuando se
mira desde más cerca, sorprende lo contrario, la atención que el Estado
dedica a los individuos; sorprenden las técnicas puestas en marcha y
desarrolladas para que el individuo no escape de ninguna manera al
poder, ni a la vigilancia, ni al control, ni al saber, ni al adiestramiento, ni
a la corrección. (…) El individuo ha llegado a ser un envite esencial del poder.
[161]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
Gobierno y gubernamentalidad
[162]
Benjamin Constant y Michel Foucault
13 Sobre las distintas fuentes que nutrieron esa fobia al Estado a ambos lados del
[163]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
14 Cabe aclarar que, desde la perspectiva de Foucault, el gobierno designa una forma
[164]
Benjamin Constant y Michel Foucault
15 Al respecto, cfr. Michel Senellart, “Situación de los cursos”, en Foucault (2006: 447,
n. 126 especialmente). Para la primera definición de “gubernamentalidad”, cfr. Foucault
(2006: 136).
[165]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
[166]
Benjamin Constant y Michel Foucault
16 Cabe mencionar que aquí se inscribe toda una vertiente del contractualismo.
Pensemos por ejemplo en Locke (2002: 141-142): “quien llegue a ejercer algún poder a
través de otros medios que los prescriptos por las leyes de la comunidad, no tiene
derecho a ser obedecido, a pesar de que el sistema político del Estado se mantenga. (…)
Un usurpador así, o cualquiera que descienda de él, no tiene autoridad hasta que el
pueblo esté en libertad de dar su consentimiento”.
17 Estas palabras se atribuyen a René-Louis de Voyer de Paulmy, marqués de Argenson
[167]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
cuando hay libertad “en el sentido moderno que esta palabra adopta en
el siglo XVIII: ya no las franquicias y los privilegios asociados a una
persona, sino la posibilidad de movimiento, desplazamiento, proceso de
circulación de la gente y de las cosas” (Foucault, 2006: 71)18. Puesta en
estos términos, la libertad fue algo más que una reivindicación
ideológica. Si los pensadores liberales de fines del siglo XVIII
postularon la libertad como principio supremo, fue porque esta estuvo
en el interior de una gran mutación gubernamental; vale decir, porque
quedó gradualmente integrada en un nuevo modo de razonar, calcular y
ejercer el poder. Durante el siglo XVIII y hasta bien entrado el siglo
XIX, la libertad irá convirtiéndose en un elemento indispensable de
gobierno: “sólo se puede gobernar bien a condición de respetar la
libertad o una serie de libertades. (…) La integración de las libertades y
los límites propios a ellas dentro del campo de la práctica
gubernamental es un imperativo” (Foucault, 2006: 404). No hay por un
lado el gobierno y por el otro la libertad; en todo caso, la libertad queda
integrada en la lógica del gobierno, forma parte de su propio
funcionamiento.
El liberalismo nunca tratará con ‘la’ libertad en abstracto; al
contrario, sólo da lugar a una libertad específica, bien situada, una
libertad posible entre otras tantas: aquella que funciona y se canaliza a
través de las relaciones de mercado. “El comercio –decía Constant
(1989a: 266)– inspira a los hombres un vivo amor por la independencia
individual. El comercio atiende a sus necesidades, satisface sus deseos,
sin intervención de la autoridad. Esa intervención es siempre una
molestia y un estorbo”. Hasta tal punto el liberalismo estimula la
libertad de comercio, que a veces su misma racionalidad genera efectos
contrarios a los esperados. Fue lo que sucedió con las libertades de
Constant afirma que se trata, tanto en Inglaterra y en los Estados Unidos como así
también en Francia, “del derecho de cada uno a expresar su opinión, a escoger su
trabajo y ejercerlo, a disponer su propiedad, y abusar incluso de ella; a ir y venir sin
pedir permiso y sin rendir cuentas (...). Es el derecho de cada uno a reunirse con otras
personas, sea para hablar de sus intereses, sea para profesar el culto qué él y sus
asociados prefieran, sea implemente para llenar sus días y sus horas de la manera más
conforme a sus inclinaciones, a sus caprichos” (Constant 1989: 259).
[168]
Benjamin Constant y Michel Foucault
[169]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
20 Para más precisiones sobre este punto, nos remitimos a Méndez (2015 y 2017b). Se
[170]
Benjamin Constant y Michel Foucault
de los años ’70, Foucault definió la crisis del liberalismo como la crisis
de una forma histórica de producir libertad. Nosotros somos en parte
un producto de esa crisis, y en nosotros queda la tarea de reinventar las
libertades existentes.
El desafío no es menor, sobre todo cuando, tanto en América
Latina como en otras regiones del mundo, parecemos estar frente a una
de las recurrentes ‘caídas en su contrario’ de las experiencias históricas
del liberalismo. ¿Por qué en nombre de los mismos principios que
bregan por la libertad vemos que esta es cercenada? Más todavía, ¿por
qué hasta las ideas más razonables y progresistas que ha promovido la
Modernidad han terminado tantas veces degenerando en su contrario?
Para responder esta pregunta, deberíamos remitirnos a la ecuación en la
cual la libertad ha quedado inserta desde la Ilustración en adelante. Nos
referimos a la ecuación ‘Estado–sujeto de derecho–libertad’. Partiendo
de la concepción jurídica del sujeto, esta fórmula sólo permite analizar
el poder y la libertad desde la relación entre la institución política y un
sujeto individual. En efecto, es a este sujeto al que se le conceden o
rechazan sus derechos, el que los recibe o los pierde de manos de la
institución. Esta es la fórmula clásica que ha guiado la reflexión sobre la
libertad durante gran parte de la Modernidad y a la que remite no sólo
el pensamiento de Constant, sino también el pensamiento liberal desde
fines del siglo XVIII.
Foucault nos invita a pensar desde otro lugar. A ello responde
precisamente la noción de ‘gubernamentalidad’ como grilla para analizar
el ejercicio del poder en articulación con la libertad de los sujetos. A
través de esa grilla, el gobierno –como dijimos: una actividad y un tipo de
relación, no una institución– es pensado como una forma de ejercicio
del poder fundada en la voluntad de los individuos que son gobernados.
Por lo tanto, el gobierno debe llevar en cuenta la libertad de los sujetos
que conduce, es más, la necesita para poder gobernar. Así pues, para
que la ecuación pueda completarse es necesario un elemento adicional:
la ética entendida como la relación que cada uno establece con los otros
y consigo mismo. Al menos así, como Foucault se encargó de mostrar,
era en el mundo antiguo, donde la libertad era concebida como la
condición ontológica de la ética y el ethos como la manera de ser y la
[171]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
[172]
Benjamin Constant y Michel Foucault
[173]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
Bibliografía
[174]
Benjamin Constant y Michel Foucault
[175]
Osvaldo Javier López Ruiz y Pablo Martín Méndez
[176]
Sobre los autores
[177]
Yanela Cavallo es Licenciada en Sociología por la Universidad
Nacional de Cuyo y Doctoranda del Doctorado Personalizado en
Ciencias Sociales con mención en Sociología, de la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de la misma Universidad. Actualmente es Becaria
doctoral del CONICET, con lugar de trabajo en el Instituto de Ciencias
Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA) del CCT-CONICET
Mendoza, y Docente en la Carrera de Licenciatura en Psicología de la
Facultad de Humanidades y Ciencias Económicas de la Universidad
Católica Argentina, sede Mendoza. Su último trabajo publicado versa
sobre las influencias de Constant y Tocqueville en el liberalismo federal
de Alberdi: “Liberalismo y Federalismo. De Constant a Alberdi”, Revista
de Historia Americana y Argentina, 55, 2 (2020), 127-156 (en coautoría con
S. Argüello).
[178]
Universidad del País Vasco y Profesor del Doctorado en Historia de la
Universidad San Sebastián. Ha escrito dos libros: Maquiavelo y la
contradicción (Eunsa, 2012) y Carl Schmitt pensador español (Trotta, 2016), y
es autor de numerosos artículos sobre la historia del pensamiento
político. En 2021 aparecerá en Tecnos Matar a la madre patria, libro
sobre el antiespañolismo en la cultura política latinoamericana del siglo
XIX, y en 2021 la Editorial de la Universidad de Cantabria publicará
The Politics of Time. Introduction to Carl Schmitt’s Political Thought.
[179]
enfoque arqueo-genealógico, interrogando las prácticas discursivas que
moldean las relaciones entre el Estado, el mercado y la subjetividad.
Director del proyecto de investigación: “Historia y proyecciones del
Ordoliberalismo y la Economía Social de Mercado. Aportes desde la
filosofía para el debate argentino y latinoamericano” (UNLa).
[180]
IDEARIUM