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la hlstorla
Cursos del Collêge de France
Raymond Aron
Texto estublecido, presentodo y anotado por Sy vie Mesure
Prólogo de Soledod looezu
RAYMOND ARON
LECCIONES
SOBRE LA HISTORIA
Cursos del Collêge de France
Prólogo de
SOLEDAD LOAEZA
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Título original:
Leçons sur l'histoire. Cours du Collêge de France
© 1989, Éditions de Fallois, París
ISBN 2-87706-04l-l
ISBN 968—16-4835-8
Impreso en México
LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO
(1973-1974)
XVIII. HISTORIA Y TEORÍA
DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES
nos muestra cómo tanto el zar como Napoleón se vieron arrastrados por
fuerzas que no fueron capaces de resistir. Pero dejemos a un lado esta
teoria, no más demostrada que su contraria. Queda en pie que estamos
en un campo en que no es posible dejar de referirse a actos intencio—
nales, en que no es posible dejar de seguir el entrecruzamiento de los
actos de los distintos actores, y en que no es posible dejar de reflexionar
acerca de la deliberación que precedió a determinada decisión.
En cierto sentido, podemos afirmar que La guerra del Peloponeso de
Tucídides conserva, por 10 menos parcialmente, su poder de fascina-
ción, en la medida en que los discursos pronunciados ante las asam—
bleas, y que reproduce Tucídides, ejemplifican em forma retórica y es-
pectacular el tipo de deliberaciones que el historiador, en la medida de
lo posible, tiene que reconstituir. Por supuesto, no podemos escribir la
historia de las guerras del siglo XX reconstituyendo las deliberaciones
que tuvieron lugar en los consejos de ministros que precedieron a las
grandes decisiones, aunque dispongamos en detalle de la deliberación
del consejo de ministros anterior al armistício de 1940, e incluso si
conocemos igualmente cierto número de deliberaciones del consejo de
ministros inglés. Asimismo, en el caso de la decisión, de la que les ha—
blaré, de utilizar la bomba atómica, sabemos más o menos cómo suce-
dieron las cosas. Por supuesto, en el caso de la guerra del Peloponeso, la
deliberación presentaba más fuerza dramática, porque los oradores
expresaban las razones por las que estaban en pro 0 en contra de dife-
rentes decisiones, y porque en teoría era la asamblea del pueblo la que
decidia; en cambio, la manera en que Truman decidió el empleo de la
bomba atómica tiene un carácter casi burocrático, que desalienta toda
poesia: por supuesto, hubo análisis, argumentos en pro y en contra;
pero el asunto se presentó en seguida al hombre que decidió en condi-
ciones tales que la decisión era, por así decirlo, inevitable. Si en este tipo
de historia, 0 sea la historia diplomática, la guerra del Peloponeso cons-
tituye un ejemplo, casi un modelo, también cor-venia subrayar las dife—
rencias de estilo y de manera: la historia moderna trata de reconstituir
las deliberaciones que se llevan a cabo en torno del príncipe. Sería posi-
ble encontrar un ejemplo de esto en la crisis de Cuba, de la que pode-
mos reproducir en detalle sv. desarrollo.
Los objetivos de este análisis de la edificación del mundo histórico en
el caso de las relaciones internacionales son los siguientes:
] ) Me esforzaré en mostrar cómo, de hecho, los historiadores narran
o reconstituyen las relaciones interestatales y edifican el universo en el
que se lleva a cabo el relato.
2) Me preguntaré qué significa, en el caso de la historia diplomática,
la exigencia de objetividad, en caso de que pueda satisfacerse.
266 [.A EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO
tandis, en todas las épocas. Por supuesto, en los siglos pasados no había
el equivalente de las relaciones multinacionales, pero en todas las épo-
cas las relaciones interestatales se han situado siempre en el interior de
un conjunto más vasto: el de las diversas clases de relaciones estableci-
das entre los individuos, entre los grupos y entre los Estados, más allá
de las fronteras.
El estudio de las relaciones interestatales supone, con toda evidencia, la
determinación de los Estados que son considerados los actores, o bien las
entidades políticas, cualquiera que sea el término que se quiera utilizar.
Esta construcción está, por así decirlo, decidida de antemano en el objeto
mismo, o si se preíiere, en los documentos a partir de los cuales podemos
reconstituir a los actores. No dejaré de distinguir menos de dos etapas en
la construcción del mundo interestatal: la primera es el análisis de la
estructura interna de los actores en el juego interestatal; la segunda es el
análisis del conjunto 0 del campo —el campo diplomático— en que se
encuentra el actor.
Está claro que, cuando narramos uma historia diplomática, todos tende-
mos a representamos un. Estado como una unidad y, a veces, a presen-
tar las decisiones tomadas por un Estado como si se tratara de una
decisión tomada por un individuo. En efecto, la representación simplifi-
cada, que utilizan a menudo los historiadores y los teóricos de las rela-
ciones internacionales, es la del actor racional. Es en este sentido que
hablamos de la política de los Estados Unidos como si los Estados
Unidos constituyeran una unidad. Huelga decir que se trata de una re-
presentación simpliíicada, y, a lo largo de estos últimos anos, sobre todo
en los Estados Unidos, se ha subdividido al actor colectivo y se ha anali-
zado la manera en que, efectivamente, se toma la decisión; lo cual equi-
vale a sustituir la encamación de todo el Estado en un solo actor por el
esfuerzo para determinar los individuos, las personas que, verdadera—
mente, estuvieron, por su pensamienzo y por sus discusiones, en el ori-
gen de la decisión que se tomó a la postre. El estudio más célebre en
este orden de ideas es el que hizo el especialista estadunidense Allison
sobre la crisis de Cuba, y que se intitula Essence of Decision. Explaining
the Cuban Missile Crisis [Esencia de la decisión. Explicación de la crisis
de los misiles en Cuba].27 Allison muestra cómo, si se limitara uno a na—
rrar la crisis de Cuba imaginando a los Estados Unidos como una per—
27 G. T. Allison, Essence of Decision. Explaining the Cuban Missíle Crisis, Boston, Little
Brown, 1971. R. Aron dedicó una larga nota a esta obra en République impériale, p. 132.
272 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO
por etapas. Por tanto, el presidente Kennedy tuvo que elegir entre con-
sejos contradictorios, y en este sentido ejerció la función del príncipe;
no del príncipe colectivo que representaba la asamblea griega, sino la
función del príncipe individual.
En mi narración de la política exterior de los Estados Unidos, a veces
hice intervenir este funcionamiento del aparato político estadunidense,
porque las decisiones tomadas se explicam mucho más mediante este fun-
cionamiento que por las relaciones que se podrían establecer racional—
mente entre los Estados Unidos y determinada situación; en particular, si
queremos comprender cómo se comprometieron los Estados Unidos en la
guerra de Vietnam, el mejor método para ello es, en mi opinión, leer los
documentos del Pentágono. En efecto, se ve en ellos cómo las decisiones
Sc van tomando progresivamente. Si nos preguntamos en abstracto cuál
era el interés nacional que justificaba para los Estados Unidos el envio de
un cuerpo expedicionario de 600 000 hombres a Vietnam, jamás encon-
traremos la respuesta, o bien nos veremos obligados, a la manera de los
seudomarxistas, a buscar una razón económica misteriosa que restable-
cerá una especie de equivalencia entre el costo desmesurado de la guerra
y las ganancias eventuales. Si, en cambio, examinamos con todo detalle
cómo ocurrieron las cosas, el misterio desaparecerá en gran medida.
Estas observaciones, en mi opinión, tienen cierto valor metodológico.
Si deseamos comprender cómo ocurren las cosas hay que determinar
hasta qué nivel llegaremos, pues todo el arte consiste en saber a qué ni-
vel, global o microscópico, hay que plantear la cuestión. En efecto, hay
maneras de plantear la cuestión que les asegurará que no obtendrán
respuestas; o que obtendrán una respuesta absurda: si nos preguntamos
en abstracto por quê fueron a Vietnam los Estados Unidos, estamos
condenados o bien a buscar recursos petroleros indefinidos alrededor
de Vietnam, que nadie conoce aún, o bien a encontrar una explicación de
este tipo: los Estados Unidos no pueden perder una batalla sin perder la
guerra, la cual fue, extranamente, la justificación de los “gavilanes” y la ex-
plicación de los seudomarxistas. Pero si vemos cómo, en detalle, cada
uno de los sucesivos presidentes tomó su decisión, se da al conjunto una
especie de plausibilidad, redescubriendo simplemente el funcionamien-
to del aparato político estadunidense.
H
LOS ACTORES Y EL SISTEMA
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280 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO
que si Rusia y Francia hubieran dejado que Austria llegara hasta las
últimas consecuencias en su operación contra Serbia, no habría habido
guerra general en 1914. Por tanto, queda perfectamente claro que no
había de un lado Estados depredadores, y por el otro Estados ovejas;
hubo, por un lado, Estados que desencadenaron una crisis y, por el
otro, Estados coaligados que no aceptaron lo que los primeros deseaban
obtener. Se trataria entonces, propiamente, de la generalización, en ocho
días, de una crisis local en guerra general, lo que permitió decir a
algunos que quienes se negaron a la localización del conflicto fueron los
directamente responsables de la guerra general. Esta proposición, que
en su conjunto considero falsa, contiene la parte de verdad siguiente: si
Rusia y Francia hubieran aceptado que Austria hubiese logrado un éxito
diplomático a expensas de Serbia, no habría habido guerra general en
1914. Esta proposición me parece verdadera, en efecto; pero lo que la
convierte en problema es lo siguiente: el mundo diplomático de 1914,
siendo lo que era, y el sistema de alianzas, siendo lo que era, gpodian los
austríacos y los alemanes dar por descontado que los rusos, y a con-
tinuación los franceses, presenciarían estos acontecimientos sin inter-
venir? Ahora bien, a esto me siento tentado a responder, junto con la
mayoría de los historiadores, que ni los austríacos ni tampoco los ale—
manes, podían considerar probable que los rusos, así como los france-
ses, asistieran sin intervenir en las operaciones militares de Austria con—
tra Serbia. No por ello es menos cierto que si se quiere buscar a los
responsables en el sentido de quienes han deseado la guerra general,
ciertamente se encontrarán en Viena y en Berlín; probablemente, el
gran estado mayor alemán deseaba la guerra general en 1914, pero no
se puede decir lo mismo ni de Bethmann-Hollweg ni de Guillermo II.
Por tanto, no es posible seõalar sencillamente que por un lado se quería
la guerra, y que por el otro no: la guerra general estalló a partir de una
crisis local en que uno de los bandos queria obtener un resultado que el
otro le negó, y el juicio depende en gran medida de la legitimidad o de la
ilegitimidad que se atribuya ala operación que queria llevar a cabo Aus-
tria, apoyada por Alemania. Por tanto, la cuestión de intencionalidad
implicará siempre un equívoco, puesto que, tanto en el caso de Alema-
nia como en el de Austria, la intención de un éxito local es evidente,
mientras que la intención de la guerra general es dificil de determinar
en cada uno de los actores: se detecta con cierta verosimilitud en
algunos actores, mas no en todos.
Por su lado, ('se puede considerar culpable a Rusia por haber aceptado
el desafio austríaco? Rusia, al acudir en auxilio de Serbia según una cos-
tumbre diplomática de aquella época, ese comportaba de una manera
que los diplomáticos juzgaban excesiva? Yo diria que, tal como era el
284 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO
mente que cada uma de estas acciones sería considerada por el gobierno
israelí como un casus belli, puesto que éste así lo había declarado ex-
plicitamente. El presidente Nasser, en mi opinión, y por cuanto se ha
podido establecer en retrospectiva, sabia que por las acciones empren-
didas hacía muy probable la respuesta militar de los israelíes. Dejo a un
lado la cuestión moral de saber si los israelíes estaban equivocados o
tenían razón. Situándome en el juego diplomático, diré que así como los
austrohúngaros y los alemanes habían provocado a los aliados, y al
provocar a los aliados habían obtenido la guerra general, la serie de
desafíos del presidente Nasser había desencadenado una réplica, réplica
preventiva del gobierno israelí. Si, pese a todo, la controversia sigue en
pie es porque se hubiera querido descubrir una resuelta voluntad de
guerra general de un bando 0 del otro, y sin embargo se ha descubierto
en los documentos mucha mayor vacilación e incertidumbre de la que
cabía imaginarse con respecto a cada uno de los actores colectivos. En
este sentido, la sustitución de los actores colectivos, considerados como
una unidad, de la serie de actores individuales permitió matizar o corre-
gir la representación mitológica que había dominado en esa época.
Si se trata de saber qué pueblos eran los más pacíficos y cuales los
más belicosos, podemos discutir indefinidamente mientras no dispon-
gamos de una medición objetiva del humor de los pueblos. Lo más
asombroso, en 1914, es que el humor parecía pacifista al principio de la
crisis e incluso durante la crisis, y que la declaración de guerra desenca-
denó escenas de entusiasmo en todos los beligerantes. Por último, no
hay que olvidar que a partir del 27 0 del 29 de julio de 1914, la causa, la
responsabilidad causal mayor incumbió a los propios estados mayºres,
pues todos ellos poseían planes ne variatur, y a partir del 27 de julio se
mostraron inquietos por el avance que sus enemigos podrían lograr. Ya
saben que el plan alemán suponía primero el ataque contra Francia, y
en seguida contra Rusia, y que los responsables del estado mayor tenían
prisa por crear de inmediato condiciones de guerra, a fin de que se
pudiera poner en marcha este plan. Sucedía exactamente 10 mismo del
lado ruso, si bien la movilización rusa tardaría una o dos semanas más
que la movilización francesa. Por consiguiente, los estados mayores de
todos los países involucrados no querían quedarse a la zaga.
(Qué conclusiones podemos obtener de esto? Este género de discu—
siones no implica una respuesta certera, y por ello toleran perfectamente
la más estricta objetividad o la mayor serenidad: no existe ninguna razón
apremiante para narrar esta historia ubicándose deliberadamente en pro
de un lado 0 del otro. Es posible decir, en términos lógicos, que tales
juicios están cargados de incertidumbre, pero no de una relatividad fun-
damental.
286 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO
lla época los pueblos a los que se les impuso? Ciertamente no. (;Resulta
de ello que eran intrinsecamente culpables respecto a la tradición de la
política de poder? Esto es difícil de decir. Parece que la Unión Soviética
no fue el primer país que haya extendido su influencia, y dada la natu-
raleza de su régimen, los soviéticos se consideraron con derecho a
imponer a los pueblos de la Europa oriental um sistema más o menos
imitación del suyo. En este sentido, hicieron valer su derecho de vence—
dor. En la época de la Guerra Fria, los angloestadunidenses protestaban
indignados; hoy, los historiadores revisionistas consideran que los
soviéticos hicieron lo que tenían derecho a hacer; que tenían derecho a
erigir un corredor de seguridad, y que este corredor de seguridad exigia
la sovietización de la Europa oriental, y que en el fondo los angloes—
tadunidenses deberían haber aceptado sin protestar lo que ocurría en la
Europa oriental. En eso, personalmente, no veo ninguna dificultad, cua—
lesquiera que sean los sentimientos que pudiera tener respecto de tal o
cual régimen, en narrar esta historia colocándome sucesivamente en el
punto de vista de unos y de otros: los soviéticos eran lo que eran, y no es
de extrafiar que hayan tratado de extender su régimen a los países que
ocupaban militarmente. eSon culpables los estadunidenses por haber
protestado o por no haberles impedido que actuaran así? Hace 25 anos
se les reprochaba no haber impedido esa acción; hoy se les reprocha
haber protestado. ('Habrian podido impedirles hacer lo que hicieron?
Difícil de decir. Probablemente era imposible, no fisicamente, sino
imposible dada la naturaleza del régimen estadunidense, por la índole
de los sentimientos del pueblo estadunidense respecto a los soviéticos
después de las cuantiosísimas perdidas que estos últimos sufrieron
durante la guerra.
(;Debieron abstenerse de protestar? Debo volver a preguntar: gacaso
podían abstenerse de protestar? (;Podian dejar que eliminaram a sus
amigos en los países que ocupaba la Unión Soviética? Por ejemplo,
cuando Stalin, en 1945, invitó a Moscú a los dirigentes de la resistencia
polaca y acto seguido los encarceló por muchos anos, resultó a pesar de
todo difícil para los angloestadunidenses no manifestar sorpresa y pesar.
En otros términos, podemos entender por qué Stalin se comportó como
10 hizo en Europa oriental; podemos entender “por qué los estadu-
nidenses toleraron esta conducta, aunque hayan protestado; podemos
reprocharles alternativamente haber tolerado eso y haber protestado;
pero para que esta responsabilidad causa] se convierta en responsabili-
dad culpable hay que suponer que el gobierno estadunidense hubiera
sido capaz, si hubiera querido, ya sea de no protestar o de impedir tales
acciones. Ahora bien, me parece igualmente difícil imaginar a los Esta-
dos Unidos capaces de impedir que la Unión Soviética hiciera lo que
RESPONSABILIDAD, CULPABILIDAD, INTENCIÓN 291
especies determinando los mecanismos que han hecho posible tal histo-
ria (en la actualidad, los biólogos disponen de dos mecanismos para
explicar esta historia: las mutaciones y la selección natural). Pese &
todo, entre la historia de las especies y la narración de la política en
acción hay una diferencia que me parece sustancial, y quizá esencial: es
del todo evidente que en la historia de las especies o en la historia de la
Tierra falta la referencia a la conciencia de los actores y a su inten-
cionalidad. En otros términos, no hay microhistoria, historia detallada,
que no sea la historia humana; la microhistoria natural, rara vez posible
e igualmente rara vez interesante.
En el nivel en que me he colocado, en el de los actores y de los acon-
tecimientos, me parece difícil reconstituir una historia global haciendo
abstracción de las intencionalidades individuales, y lo único que es posi-
ble hacer, cuando se narra la historia de las guerras o la historia de las
batallas, es tratar de seguir las grandes líneas de cierta aventura. He
hablado de la microhistoria más limitada —las pocas semanas que pre-
cedieron a la guerra de l914—, pero ciertamente es posible reconstituir
una historia relativamente larga, como la aventura napoleónica o las
guerras de la Revolución y del Imperio; en este caso tan sólo se trata de
las grandes líneas de los acontecimientos tal como se desarrollaron.
Cuando se relatan las grandes líneas de los acontecimientos tal como se
desarrollaron, no se llega a un sistema ni a la necesidad del devenir, y es
posible emplear el método counterfactual. Se puede, en efecto, divertirse
planteando la cuestión: “gqué habría ocurrido si...?"
Dejo para su meditación dos ejemplos de ese razonamiento que con-
siste en preguntarse: "c'qué habría ocurrido si...?” El primero es La Vic-
toire à Waterloo [La victoria en Waterloo], que es, como bien saben us-
tedes, el título de un libro que escribió Robert Aron.29“0bviamente,
podemos distraemos imaginando qué habría pasado si Napoleón hu-
biera sido el vencedor en Waterloo, lo cual nos induce a plantear la
cuestión: en ciertas condiciones, ges posible concebir que Napoleón
habría permanecido en el poder en una Francia reducida a sus dimen-
siones actuales? (;Habría sido posible que la crisis revolucionaria se
resolviera sin la eliminación del usurpador? Nadie puede responder a
estas preguntas con toda certeza. Mi respuesta seria que para concebir
—lo cual resulta bastante fácil— una victoria napoleónica en Waterloo
en 1815 basta con suponer que Blucher no hubiera seguido el consejo
de Gneisenau, y se hubiera retirado hacia Namur, y Grouchy hubiera
marchado en dirección del canón; basta con cambiar las decisiones de
dos personas y suponer que una de ellas era más inteligente que la otra,