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ecciones sobre

la hlstorla
Cursos del Collêge de France
Raymond Aron
Texto estublecido, presentodo y anotado por Sy vie Mesure
Prólogo de Soledod looezu
RAYMOND ARON

LECCIONES
SOBRE LA HISTORIA
Cursos del Collêge de France

Texto establecido, presentado y anotado por


SYLVIE MESURE

Prólogo de
SOLEDAD LOAEZA

?€

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


MÉXICO '
Primera edición en francés, Í989
Primera edición en espaãol, 1996

Título original:
Leçons sur l'histoire. Cours du Collêge de France
© 1989, Éditions de Fallois, París
ISBN 2-87706-04l-l

D. R. © 1996, FONDo DE CULTURA ECONOMICA


Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14200 México, D. F.

ISBN 968—16-4835-8
Impreso en México
LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO
(1973-1974)
XVIII. HISTORIA Y TEORÍA
DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

ELEGÍ la historia diplomática o la historia de las relaciones interna-


cionales como primer ejemplo para estudiar la edilicación del mundo
histórico. Esta elección deriva de varias razones; una razón muy per-
sonal es que si en realidad he escrito un libro de historia —lo cual no es
cierto—. lo hice en este campo; los remito a La República imperial,
donde analizo la política exterior de los Estados Unidos de 1945 a 1972.
Por otra parte, también me hizo decidir a hacer esta elección una razón
científica: en efecto, es en este campo donde se impone más a menudo
el relato, y donde el estilo de narración tucididiana sigue conservando
su legitimidad. Por último, la tercera razón, acaso la más importante, es
que las relaciones entre los Estados tienen un carácter singular, diga—
mos paradójico; por una parte, se trata de relaciones globales, macroscó-
picas, puesto que en caso de guerra los Estados entran en pugna unos
con otros como entidades de dimensión considerable, pero por otra
parte las decisiones de las que resultan los acontecimientos a menudo
las toman las personas. Hay, pues, una especie de contradicción interna
en este mundo de relaciones interestatales en la medida en que en apa-
riencia a menudo existe una desproporción entre el papel que desem-
penan los individuos y las consecuencias de sus acciones. El ejemplo a
la vez más sencillo y más patente es el papel que un hombre como
Hitler pudo desempenar en nuestra época.
Partiendo de este hecho retorno a la problemática fundamental de
este curso: la relación entre los microacontecimientos intencionales y
las consecuencias no deseadas. La razón por la que aquí existe esa rela-
ción paradójica entre la acción individual y las consecuencias desme-
suradas es que el mundo político, en el que voy a entrar, es un mundo
jerarquizado; los jefes de Estado o de gobierno dan órdenes a jefes de
ejércitos, que a su vez dan órdenes a sus subordinados. Hay, por tanto,
una jerarquía de mandos que, por naturaleza, permite al que está situa-
do en la cima conducir y determinar la conducta de millones y millones
de personas; en efecto, la decisión de un general en jefe o de un estadis-
ta puede decidir sobre la vida o la muerte de millones de sus seme-
jantes. Naturalmente, es posible que el papel que atribuímos a estos
individuos sea un efecto de perspectiva. En la novela La guerra y la paz,
el peso de los supuestos héroes de la historia se reduce al mínimo, y se
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HISTORIA Y TEORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES 265

nos muestra cómo tanto el zar como Napoleón se vieron arrastrados por
fuerzas que no fueron capaces de resistir. Pero dejemos a un lado esta
teoria, no más demostrada que su contraria. Queda en pie que estamos
en un campo en que no es posible dejar de referirse a actos intencio—
nales, en que no es posible dejar de seguir el entrecruzamiento de los
actos de los distintos actores, y en que no es posible dejar de reflexionar
acerca de la deliberación que precedió a determinada decisión.
En cierto sentido, podemos afirmar que La guerra del Peloponeso de
Tucídides conserva, por 10 menos parcialmente, su poder de fascina-
ción, en la medida en que los discursos pronunciados ante las asam—
bleas, y que reproduce Tucídides, ejemplifican em forma retórica y es-
pectacular el tipo de deliberaciones que el historiador, en la medida de
lo posible, tiene que reconstituir. Por supuesto, no podemos escribir la
historia de las guerras del siglo XX reconstituyendo las deliberaciones
que tuvieron lugar en los consejos de ministros que precedieron a las
grandes decisiones, aunque dispongamos en detalle de la deliberación
del consejo de ministros anterior al armistício de 1940, e incluso si
conocemos igualmente cierto número de deliberaciones del consejo de
ministros inglés. Asimismo, en el caso de la decisión, de la que les ha—
blaré, de utilizar la bomba atómica, sabemos más o menos cómo suce-
dieron las cosas. Por supuesto, en el caso de la guerra del Peloponeso, la
deliberación presentaba más fuerza dramática, porque los oradores
expresaban las razones por las que estaban en pro 0 en contra de dife-
rentes decisiones, y porque en teoría era la asamblea del pueblo la que
decidia; en cambio, la manera en que Truman decidió el empleo de la
bomba atómica tiene un carácter casi burocrático, que desalienta toda
poesia: por supuesto, hubo análisis, argumentos en pro y en contra;
pero el asunto se presentó en seguida al hombre que decidió en condi-
ciones tales que la decisión era, por así decirlo, inevitable. Si en este tipo
de historia, 0 sea la historia diplomática, la guerra del Peloponeso cons-
tituye un ejemplo, casi un modelo, también cor-venia subrayar las dife—
rencias de estilo y de manera: la historia moderna trata de reconstituir
las deliberaciones que se llevan a cabo en torno del príncipe. Sería posi-
ble encontrar un ejemplo de esto en la crisis de Cuba, de la que pode-
mos reproducir en detalle sv. desarrollo.
Los objetivos de este análisis de la edificación del mundo histórico en
el caso de las relaciones internacionales son los siguientes:
] ) Me esforzaré en mostrar cómo, de hecho, los historiadores narran
o reconstituyen las relaciones interestatales y edifican el universo en el
que se lleva a cabo el relato.
2) Me preguntaré qué significa, en el caso de la historia diplomática,
la exigencia de objetividad, en caso de que pueda satisfacerse.
266 [.A EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

3) Me preguntaré si las ciencias sociales, la teoria o la ciencia de las


relaciones internacionales modiHcan la manera en que se narra la histo-
ria diplomática; si la ciencia de las relaciones internacionales nos hace
entrar en un mundo nuevo en relación con la consideración diplomática
o jurídica tradicional.
4) En conclusión, mostraré cómo se articulam los microacontecimien—
tos y los conjuntos, puesto que en eso consiste mi tema fundamental.

La historia diplomática de tipo tradicional se vincula sobre todo a las re-


laciones entre las entidades políticas organizadas y consideradas como
tales. La historia diplomática es la historia de las relaciones interestata-
les tal como las manejan los especialistas en estas relaciones: militares,
ministerios de relaciones exteriores y gobiernos.
Hoy estaríamos tentados a completar o más bien a hacer más comple—
ja la naturaleza del objeto, distinguiendo tres clases de relaciones que
forman parte de lo que tradicionalmente denominamos relaciones inter-
nacionales. Distinguiré las relaciones interestatales, las relaciones interna-
cionales en sentido estricto y las relaciones transnacionales.
Las relaciones interestatales son las relaciones que entablan los Estados,
que conducen los Estados, ya sea que se trate de negociaciones sobre la
limitación de los armamentos, sobre la conclusión de un tratado comer-
cial, sobre una alianza ofensiva o defensiva. Las relaciones interesta'tales
son el núcleo tradicional del conjunto que llamamos relaciones interna-
cionales.
Me parece legítimo distinguir las relaciones interestatales de las rela—
ciones internacionales, que son relaciones establecidas entre indivíduos
y entre grupos que pertenecen a naciones diferentes: entre los franceses y
los alemanes circula un flujo suficientemente importante de comunica-
ciones, de cartas, de relaciones telefónicas, de compra y venta de mer-
cancías. Por otra parte, algunos autores estadunidenses han estudiado
flujos de comunicaciones que van desde el intercambio de cartas hasta
el de mercancías, pasando por el de libros o de estudiantes. Estas rela-
ciones internacionales son, a primera vista, diferentes en naturaleza de
las relaciones interestatales, puesto que originan la intervención de los
Estados como tales. Por supuesto, las relaciones interestatales con-
dicionan estas relaciones internacionales: en la medida en que se trata
de relaciones entre personas, a veces depende de los Estados reducir al
mínimo esta clase de relación entre personas. Sin embargo, puede su-
ceder a la inversa, que estas relaciones entre personas que pertenecen a
colectividades diferentes ejerzan influencia en un sentido u otro sobre
las relaciones interestatales. Es posible discutir sobre el hecho de saber
si la intensidad de las relaciones internacionales, en' el sentido que
HISTORIA Y TEORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES 267

acabo de indicar, es una condición favorable o necesaria para el buen


entendimiento o para la integración pacífica entre los Estados.
El tercer tipo de relación está constituido por las relaciones transna-
cionales. Son las relaciones que se establecen a través de las fronteras, y
que están determinadas por colectivos, por organizaciones no estricta-
mente vinculadas a una entidad política. Expondré tres ejemplos que
muestran las diferentes modalidades de estas relaciones transnacionales.
La Iglesia católica ha sido, a lo largo de los siglos, el origen de rela-
ciones transnacionales. Aunque el papado haya constituido en la mayor
parte de la historia um Estado independiente, y aunque el Vaticano lo
sea todavía, el hecho es que las relaciones entre las Iglesias 0 entre los
Heles de una misma Iglesia no son exactamente ni relaciones inter-
estatales ni relaciones internacionales: el colectivo que determina estas
relaciones no forma parte de las entidades estatales.
El segundo ejemplo, muy de moda en estos días, es el de las sociedades
multinacionales. La expresión es inexacta, en el sentido de que las socie-
dades multinacionales son en realidad sociedades nacionales que tienen
múltiples liliales en gran número de países: la IBM es una organización
cuya sociedad matriz está en los Estados Unidos, y que posee gran nú-
mero de filiales en muchos países europeos, así como en el resto del
mundo. Por tanto, se trata de una organización que rebasa las fronteras,
cuyo centro de decisiones permanece en gran medida en el marco de una
entidad nacional, pero que no puede considerarse como equivalente de
un Estado ni de una persona privada. Nos encontramos aquí ante un
colectivo cuya naturaleza misma de organización implica que pasa por
alto las fronteras o las dependencias correspondientes & las entidades
nacionales como tales. (;Qué relaciones resultam de ello entre los gobier-
nos nacionales y las filiales de estas sociedades multinacionales? Existe
una enorme literatura acerca del tema: se trata en todo caso de un tipo
de relación que difiere de los dos tipos anteriores que indiqué.
El tercer ejemplo de estas relaciones transnacionales son las que exis—
ten en la Internacional comunista, o, digamos, en la Internacional po-
lítica. Fuimos testigos en el siglo XX de la segunda Internacional, que se
consideraba una organización transnacional, y que organizaba regular-
mente congresos en los que se reunían los representantes de los diversos
partidos nacionales. La experiencia demostró, en el momento de la crisis
de 1914, que esta organización era débilmente transnacional, que su
capacidad supranacional era nula y que se trataba más bien de una
reunión de partidos nacionales, lo cual no impedia que, incluso en la
segunda Internacional, existiera una transmisión de ideas y de consignas
a través de las fronteras. Huelga decir que la tercera Internacional, que
es dirigida por el Partido Comunista Soviético, es mucho más transna-
268 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

cional, y el centro de las decisiones sigue siendo el partido comunista


ruso; el grado de autonomía de los partidos nacionales es objeto de con-
troversia política, 10 cual me impide profundizar en cierto análisis, que
por otra parte no es necesario para 10 que me importa demostrar aqui.
Las relaciones económicas implican simultaneamente relaciones inter—
estatales, relaciones internacionales y relaciones transnacionales. En efec-
to, la esencia de las relaciones económicas, más allá de las naciones, es
que estas relaciones pueden ser determinadas por tratados de comercio
firmados por los Estados; en este caso estamos en lo interestatal; o bien,
en el caso del libre intercambio, son los sujetos econômicos de ambos
lados de la frontera quienes determinam estas relaciones; en cuyo caso
estamos en lo internacional, y con la IBM estamos en lo transnacional.
La historia diplomática tradicional descuidó relativamente los fenó-
menos internacionales y transnacionales. En mi libro acerca de la polí-
tica estadunidense intenté combinar el estudio de lo interestatal con el
estudio de lo internacional y de lo transnacional. Si la historia diplomá-
tica tradicional toma como centro lo interestatal es porque éste tiene por
naturaleza el carácter más original en el estudio de los fenómenos so-
ciales. En efecto, lo interestatal presenta un carácter único entre los
fenómenos sociales; recurrir a la fuerza se considera, o se consideraba,
a la vez legal y legítimo. El conjunto constituido por unidades políticas
independientes se define por la ausencia de un centro de decisión capaz
de imponer sus elecciones; o dicho de otra forma: no hay, en el conjunto
constituido por los Estados independientes, un monopolio de la violen-
cia legítimo. Esta característica, tradicionalmente reconocida, que los
filósofos clásicos llamaban “estado de naturaleza” entre los Estados, y
del que encuentran un ejemplo clásico y trágico en el surgimiento del
Leviatán, subsiste aún en nuestro tiempo; por 10 menos, me inclino a
pensar que esto es lo que ocurre, mientras que los autores estaduniden-
ses lo ponen en tela de juicio. No el hecho en sí, que es difícil negar,
sino la importancia del hecho. Sugieren que la representación del con-
junto interestatal debería ser regido, no ya por esta característica tradi-
cional, sino por el sistema de comunicación normalmente organizado,
sistema que funciona bien mientras no se presenta el estallido o el fallo
llamado guerra. Estos autores piensan que, subrayando la legalidad o
legitimidad del recurso a la guerra, se inclina el espíritu hacia una re-
presentación de la política interestatal como política de poder.
Reservo este debate, que retomaré al estudiar las diversas teorias
interestatales. Por ahora, me conformo con resultar de este análisis
rápido la siguiente idea: las relaciones interestatales deben reintegrarse
al contexto global de las relaciones internacionales y transnacionales,
sobre todo en nuestra época, pero también —agregaré—, mutatis mu-
HISTORIA Y TEORÍA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES 269

tandis, en todas las épocas. Por supuesto, en los siglos pasados no había
el equivalente de las relaciones multinacionales, pero en todas las épo-
cas las relaciones interestatales se han situado siempre en el interior de
un conjunto más vasto: el de las diversas clases de relaciones estableci-
das entre los individuos, entre los grupos y entre los Estados, más allá
de las fronteras.
El estudio de las relaciones interestatales supone, con toda evidencia, la
determinación de los Estados que son considerados los actores, o bien las
entidades políticas, cualquiera que sea el término que se quiera utilizar.
Esta construcción está, por así decirlo, decidida de antemano en el objeto
mismo, o si se preíiere, en los documentos a partir de los cuales podemos
reconstituir a los actores. No dejaré de distinguir menos de dos etapas en
la construcción del mundo interestatal: la primera es el análisis de la
estructura interna de los actores en el juego interestatal; la segunda es el
análisis del conjunto 0 del campo —el campo diplomático— en que se
encuentra el actor.

LA CONSTRUCCIÓN DEL ACTOR EN EL IUEGO INTERESTATAL

Está claro que, cuando narramos uma historia diplomática, todos tende-
mos a representamos un. Estado como una unidad y, a veces, a presen-
tar las decisiones tomadas por un Estado como si se tratara de una
decisión tomada por un individuo. En efecto, la representación simplifi-
cada, que utilizan a menudo los historiadores y los teóricos de las rela-
ciones internacionales, es la del actor racional. Es en este sentido que
hablamos de la política de los Estados Unidos como si los Estados
Unidos constituyeran una unidad. Huelga decir que se trata de una re-
presentación simpliíicada, y, a lo largo de estos últimos anos, sobre todo
en los Estados Unidos, se ha subdividido al actor colectivo y se ha anali-
zado la manera en que, efectivamente, se toma la decisión; lo cual equi-
vale a sustituir la encamación de todo el Estado en un solo actor por el
esfuerzo para determinar los individuos, las personas que, verdadera—
mente, estuvieron, por su pensamienzo y por sus discusiones, en el ori-
gen de la decisión que se tomó a la postre. El estudio más célebre en
este orden de ideas es el que hizo el especialista estadunidense Allison
sobre la crisis de Cuba, y que se intitula Essence of Decision. Explaining
the Cuban Missile Crisis [Esencia de la decisión. Explicación de la crisis
de los misiles en Cuba].27 Allison muestra cómo, si se limitara uno a na—
rrar la crisis de Cuba imaginando a los Estados Unidos como una per—
27 G. T. Allison, Essence of Decision. Explaining the Cuban Missíle Crisis, Boston, Little
Brown, 1971. R. Aron dedicó una larga nota a esta obra en République impériale, p. 132.
272 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

prisionero de la fórmula “capitulación incondicional" _v también de los


militares, que le decían, por una parte, que un desembarco acarrearía
pérdidas enormes, y por otra, que el empleo de las dos bombas atómicas
evitaria el desembarco, en la medida en que permitirían al emperador
japonês, de quien se sabía era partidario de la paz, prevalecer sobre los
radicales fanáticos. He dicho que se sabia que el emperador japonês
deseaba la paz, pues los estadunidenses habían logrado descifrar todos
los códigos secretos japoneses y estaban perfectamente al tanto de que se
habían dado instrucciones al embajador de Japón en Moscú de que pi-
diera a la Unión Soviética —extraf1a iniciativa— se interpusiera para
sugerir a los Estados Unidos la concertación de la paz. En efecto, era una
extrana iniciativa, porque, en el juego diplomático, a la Unión Soviética
le interesaba que la guerra no terminara inmediatamente, para obtener
los beneficios del éxito contra Japón; por tanto, era sorprendente que
Japón intentara obtener la paz por intermediación de Moscú. Durante
uno de mis viajes a Japón realicé averiguaciones acerca del tema entre
varios altos personajes; su respuesta, que también resultó interesante
para entender cómo ocurren los grandes acontecimientos, fue que no me
daba cuenta de la manera en que, en aquella época, los japoneses estaban
aislados del mundo, ni hasta qué punto eran incapaces de representarse
más o menos exactamente la situación en la que se encontraban, y en la
que se encontraban los demás.
Si, por tanto, ustedes toman en cuenta todos estos acontecimientos, la
decisión que tomó Truman parecerá en gran medida como automática.
Y el hecho es que para comparar la manera en que se tomaban las deci-
siones en la guerra del Peloponeso y la manera en que las toman los
grandes Estados burocráticos en nuestro tiempo, no encontrarán us-
.tedes ejemplo más claro: los consejeros, antes de ir a ver al presidente
Truman y sugerirle una solución, por supuesto discutieron entre ellos y
hubo, por así decirlo, el equivalente de las deliberaciones que repro-
ducen los discursos que se pronunciaron ante las asambleas del pueblo
en las ciudades griegas, con la diferencia de que todo ello ocurría entre
bastidores de las burocracias y que faltaban el estilo y la retórica. En
efecto, cuando se va a ver al presidente se le presentan los elementos del
problema de tal manera que, muy a menudo, la decisión del príncipe es
inevitable; en otras palabras, “la presentación de las opciones”, para
emplear la expresión favorita de Henry Kissinger, es frecuentemente una
manera de forzar la decisión del príncipe. A] menos esto fue lo que ocurrió
en el caso de la utilización de las bombas atómicas.
El caso de la crisis de Cuba es diferente: los consejeros no estaban de
acuerdo, pues unos recomendaban el bombardeo, y otros la cuarentena;
los civiles, por su parte, estaban en su mayoría a favor de la operación
HISTORIA Y TEORÍA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES 273

por etapas. Por tanto, el presidente Kennedy tuvo que elegir entre con-
sejos contradictorios, y en este sentido ejerció la función del príncipe;
no del príncipe colectivo que representaba la asamblea griega, sino la
función del príncipe individual.
En mi narración de la política exterior de los Estados Unidos, a veces
hice intervenir este funcionamiento del aparato político estadunidense,
porque las decisiones tomadas se explicam mucho más mediante este fun-
cionamiento que por las relaciones que se podrían establecer racional—
mente entre los Estados Unidos y determinada situación; en particular, si
queremos comprender cómo se comprometieron los Estados Unidos en la
guerra de Vietnam, el mejor método para ello es, en mi opinión, leer los
documentos del Pentágono. En efecto, se ve en ellos cómo las decisiones
Sc van tomando progresivamente. Si nos preguntamos en abstracto cuál
era el interés nacional que justificaba para los Estados Unidos el envio de
un cuerpo expedicionario de 600 000 hombres a Vietnam, jamás encon-
traremos la respuesta, o bien nos veremos obligados, a la manera de los
seudomarxistas, a buscar una razón económica misteriosa que restable-
cerá una especie de equivalencia entre el costo desmesurado de la guerra
y las ganancias eventuales. Si, en cambio, examinamos con todo detalle
cómo ocurrieron las cosas, el misterio desaparecerá en gran medida.
Estas observaciones, en mi opinión, tienen cierto valor metodológico.
Si deseamos comprender cómo ocurren las cosas hay que determinar
hasta qué nivel llegaremos, pues todo el arte consiste en saber a qué ni-
vel, global o microscópico, hay que plantear la cuestión. En efecto, hay
maneras de plantear la cuestión que les asegurará que no obtendrán
respuestas; o que obtendrán una respuesta absurda: si nos preguntamos
en abstracto por quê fueron a Vietnam los Estados Unidos, estamos
condenados o bien a buscar recursos petroleros indefinidos alrededor
de Vietnam, que nadie conoce aún, o bien a encontrar una explicación de
este tipo: los Estados Unidos no pueden perder una batalla sin perder la
guerra, la cual fue, extranamente, la justificación de los “gavilanes” y la ex-
plicación de los seudomarxistas. Pero si vemos cómo, en detalle, cada
uno de los sucesivos presidentes tomó su decisión, se da al conjunto una
especie de plausibilidad, redescubriendo simplemente el funcionamien-
to del aparato político estadunidense.

H
LOS ACTORES Y EL SISTEMA

Abordo aquí la segunda etapa de la construcción.


La palabra sistema está muy de moda. Hay, por ejemplo, una teoría ge-
270 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

sona clínica que reaccionara ante el desafio soviétiCo a la manera en


que reacciona una persona a um desafio, por una parte se pasarían por
alto muchos acontecimientos que auténticamente ocurrieron; por otra
parte, se ignorarían a la vez los riesgos, los peligros que resultan de la
manera en que actúan los actores colectivos. Demostró, en efecto, que
fuera de aquel a quien llamaremos el príncipe, es decir, quien toma las
decisiones últimas, hay en tomo de él por lo menos dos tipos de actores:
por un lado, el conjunto, el gran número de quienes están insertos en
una organización —organización de información, organización militar,
los tres jefes de estado mayor—; por el otro, los que podemos llamar
consejeros del príncipe, y en este caso el grupo de acción especial que
Kennedy organizó para que le hiciera recomendaciones. Ahora bien, en
esta crisis de Cuba hubo cierto número de episodios muy típicos de la
manera en que funciona un actor colectivo. Por ejemplo, el jefe de la CIA
había dado informaciones semanas antes de que se instalaram cohetes
en Cuba; pero no se había dado oídos a tal información, por lo que
dicho jefe se había ido de vacaciones al sur de Francia, y durante varias
semanas 105 documentos que se hubieran podido tener o las informa—
ciones que se hubieran podido transmitir no llegaron al despacho de]
presidente. Por otra parte, en cierto momento de la crisis, Kennedy pre-
guntó qué ocurría a propósito de las armas balísticas instaladas en
Turquía. Meses antes había ordenado retirarlas, pero cuando preguntó
qué había de eso, dichos cohetes todavía se encontraban en Turquía.
Entonces comprendió que no bastaba com que el príncipe diera la orden
para quê“ ésta se cumpliera. Además, los consejeros civiles estuvieron en
discusión con los consejeros militares, pues éstos recomendaban que de
inmediato se bombardearan las armas balísticas instaladas en Cuba. Se
cuenta que hubo um diálogo en que el presidente Kennedy preguntó a
los militares si podían garantizarle que tales armas serían destruídas
totalmente y con certeza por el bombardeo propuesto. La respuesta fue
que ello sería posible en 80%, alo que el presidente replicó que era insu-
ficiente ese porcentaje.
Este análisis, del que les recuerdo aquí los elementos más burdos, ad-
quiere en el libro de Allison una precisión y un rigor vinculados a la
estructura propia de la máquina política estadunidense. Pero cabe afiadir
que los historiadores siempre han sabido lo que los especialistas en cien-
cias políticas acaban de reconocer: que un Estado nunca ha sido una per-
sona, y que en el origen de una decisión siempre hay un gran número de
indivíduos. Sólo por dar un ejemplo de esto, recordemos que todos los
historiadores que han narrado los orígenes de la guerra de 1914 han dis—
cemido que había en tomo del zar o de Guillermo II un gran número de
consejeros con opiniones muy diversas, y que en última instancia la toma
HISTORIA Y TEORÍA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES 27]

de decisión por el príncipe era el resultado de un conflicto, de un diálo-


go, de una dialéctica entre sus consejeros; cuestión que en gran medida
dependia de lo que ocurría en tomo del príncipe, más que del propio
príncipe. Un ejemplo muy conocido: cuando los jefes del ejército acu-
dieron ante el zar a proponerle una movilización, éste les respondió que
aceptaría una movilización, pero parcial. Ahora bien, el estado mayor
ruso explicó al zar que no existía sino un plan de movilización, que era el
de la movilización total, y que por consiguiente la decisión que el deseaba
—la movilización parcial— era del todo imposible. Agrego a esto que la
situación era la misma —por increíble que parezca— con respecto a Ale-
mania: Alemania tan sólo había preparado un plan de guerra, que impli—
caba primero el ataque contra Francia y en seguida contra Rusia, lo
cual la obligó a inventar los bombardeos aéreos contra Nuremberg, para
tener la justihcación de una declaración de guerra precipitada; todo eso es-
taba determinado por el hecho de que el plan de movilización y de guerra
que existían en el estado mayor ruso y en el estado mayor alemán
excluían medidas parciales. Esta lección se comentó tanto desde enton-
ces que podemos suponer que se puso remedio a tal deficiencia.
Para ilustrar la importancia de sustituir al actor personalizado, racio-
nal, con la complejidad del mecanismo político, expondré, resumiéndolo,
el ejemplo de lo que ocurrió en el momento de los acontecimientos de
Hiroshima y de Nagasaki. Si razonan ustedes en abstracto, estarán tenta-
dos a preguntarse por quê el presidente Truman ordenó bombardear
Hiroshima y Nagasaki, puesto que Japón, con su flota de guerra hundida
y sus barcos de carga perdidos, estaba prácticamente vencido. De ahí el
razonamiento que priva casi por todas partes ahora: la única explicación
de la decisión de utilizar bombas atômicas contra Hiroshima y Nagasa—
ki es que Truman quiso amedrentar a los rusos, y que esos bombardeos
tienen que interpretarse como el primer episodio de la tercera Guerra
Mundial que no llegó a realizarse, o como el primer episodio de la Gue-
rra Fria, y no como el [in de la segunda Guerra Mundial. Si presentan 1a
situación en este estilo abstracto, adquiere cierta plausibilidad. Pero si se
quiere saber 10 que en realidad ocurrió, se da uno cuenta de que Truman
estaba sometido a la fórmula "capitulación incondicional”; ahora bien,
los japoneses no estaban dispuestos de ninguna manera a capitular sin
condiciones. La mejor prueba de ello es que, aun después de las dos
bombas atómicas, al emperador de Japón le costó muchísimo trabajo
obligar a los militares a capitular. Además, los militares estadunidenses
decían al presidente Truman que si los estadunidenses intentaban des-
embarcar a sangre y fuego en las ciudades japonesas ——todavía estaba en
pie un ejército de varios millones de hombres—, las perdidas humanas se
elevarían a varios cientos de miles. Por tanto, el presidente Truman era
274 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

neral de los sistemas. Esta palabra puede significar, o bien el conjunto


concreto más o menos bien diseí'iado en la realidad por las relaciones
entre cierto número de entidades políticas, o bien una construcción inte-
lectual con cuya ayuda se intenta determinar estos conjuntos reales. Dejo
de lado la cuestión de saber si el sistema existe en la realidad o si es um
instrumento intelectual: me limitaré a decir que todo historiador, cuando
se esfuerza por comprender el comportamiento de un actor diplomático,
está obligado a analizar no sólo la estmctura interna de este actor, sino
también el conjunto geográfico-político en el que se encuentra. Sin entrar
em detalles, diré que el análisis-descripción de una coyuntura diplomática
consta por 10 menos de las siguientes consideraciones:
]) (;Cuáles son, en determinada coyuntura, los actores principales o
aquellos a quienes se llama las grandes potencias?
2) (;Cuáles son los medios militares y econômicos de que disponen
estos actores? c'Cuál es la relación de sus fuerzas?
3) (;Cuál es la naturaleza de las alianzas que se establecen permanente-
mente entre estas entidades políticas? Hay alianzas temporales que están
vinculadas a una común hostilidad, como en el caso de la alianza de la
Unión Soviética y de las potencias angloestadunidenses contra la Alema-
nia hitleriana, y hay alianzas que al parecer son, si no permanentes —pues
nada es permanente en el mundo político—, por 10 menos durables. La
alianza angloestadunidense fue, durante el siglo xx, una alianza casi per-
manente, mientras que la alianza soviético-estadunidense fue temporal.
4) Es importante estudiar los regímenes o la ideología de los diversos
Estados, desde los puntos de vista económico y político.
5) Conviene describir o analizar las modalidades de las relaciones
pacíficas y belicosas entre los Estados, modalidades que dependen, a su
vez, de las costumbres y de los medios militares disponibles.
Entre estas diversas características del conjunto diplomático, me pa-
rece que dos tienen un signiíicado esencial. La primera es la que llamo
el esquema de la repartición de fuerzas; la segunda es la que denomino el
carácter homogéneo o heterogéneo del conjunto diplomático. El esquema
de la repartición de las fuerzas designa la concentración o la dispersión de
la fuerza: un régimen se considerará bipolar cuando la fuerza principal
disponible en el conjunto está concentrada en dos Estados; se habla de
un conjunto multipolar o pluripolar cuando hay un número sustancial
de actores con fuerzas más o menos comparables. Podemos afirmar que
el sistema europeo tradicional hasta 1945 fue multipolar, y que el sis-
tema mundial, desde entonces, ha Sido bipolar; se trata de tendencias,
pero de tendencias que ponen de relieve un aspecto que toda la historia
diplomática debe tornar en consideración, a saber: la repartición de las
fuerzas en el interior del conjunto diplomático.
HISTORIA Y TEORÍA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES 275

En cuanto a la distinción entre la homogeneidad y la heterogeneidad,


se refiere al parentesco o, por el contrario, a la oposición de los princi-
pios constitutivos de los Estados. En el siglo XVIII, el sistema, o el conjun-
to, era homogéneo; los reyes, los soberanos, se daban el tratamiento ce—
remonioso de “mi hermano", y mantenían entre ellos, hasta cierto punto,
un sentido de solidaridad, o por 10 menos cada cual no consideraba a los
súbditos del otro como aliados potenciales. En cambio, se dice que un
sistema es heterogéneo cuando el principio constitutivo de los Estados
en relación es radicalmente distinto entre los principales actores, de tal
suerte que en las fases extremas el soberano de un Estado considera con-
forme a sús intereses incitar las pasiones de los súbditos de su enemigo
contra su propio soberano. Podemos decir, para simplificar, que existen
dos situaciones ideales—típicas en el interior del conjunto diplomático:
una es la Santa Alianza, alianza de los gobiemos o de los soberanos que
temen a tal punto la revolución que se aseguran reciprocamente su
apoyo contra sus respectivos revolucionarios; la Santa Alianza, después
de 1815, justificó la intervención de Francia contra una revolución en
Espana. Se trata de una Vieja práctica, puesto que encontramos entre los
soberanos egipcios de hace varios milenios un tratado según el cual se
comprometían reciprocamente a entregar sus revolucionarios respec-
tivos. En cambio, en la situación llamada “de Guerra Fria”, ocurre lo
contrario: cada soberano considera a los insurrectos del otro como alia—
dos potenciales.
Podemos anadir otras dos características, pero de menor importan—
cia: el grado de flexibilidad o de rigidez de las alianzas, que depende de
la capacidad que tenga un Estado para aliarse, en el campo diplomá-
tico, a no importa qué otro Estado. Por otra parte, podemos tornar en
cuenta el grado de libertad del actor individual en relación con el sis-
tema, con el conjunto diplomático, por un lado, y con el sistema político
interior, por el otro. Entiendo por esto que, según los sistemas políticos,
los que dirigem la política exterior tienen gran libertad de acción 0, al
contrario, disponen de poca libertad de acción. Por ejemplo, Stalin
pudo denunciar a Hitler y al nacionalsocialismo durante varios anos, y
luego en pocas semanas invertir su política exterior, aliarse al Tercer
Reich y celebrar el encuentro de dos revoluciones. Es un tipo de régi-
men que asegura a los responsables de la política exterior en relación
con los gobemados y con la opinión pública, una libertad de acción que
no conocen los regimenes de tipo representativo o democrático.
Estas distinciones son voluntariamente elementales y no pretenden
aportar nada nuevo. En el fondo, los historiadores, sin utilizar las pa-
labras que acabo de emplear, conocieron siempre esta doble necesidad
de analizar lo que ocurre en el interior de las entidades políticas, para
276 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

comprender cómo actúan en el exterior, y por otra parte de relacionar


cada entidad nacional con el conjunto diplomático, pues la compren—
sión de una conducta diplomática no es posible sino con esta doble re—
ferencia. La política exterior de los Estados Unidos no se entiende, en
efecto, sino tomando en cuenta a la vez el mundo diplomático tal como
10 ven los diplomáticos, y la manera de funcionar del sistema político en
el interior de los Estados Unidos.
También es posible introducir una distinción entre todo el conjunto y
los subconjuntos, 0 entre el sistema global y los subsistemas. Un sis-
tema 0 un conjunto diplomático se define, entre otros, porque presenta
cierta autonomia en relación con el exterior; se habla de un subsistema
en la medida en que cierto número de entidades políticas en relaciones
regulares constituyen en el interior del conjunto global un conjunto re—
lativamente autónomo. Por ejemplo, hay un subsistema en el mundo
diplomático actual instituído por el subcontinente hindú, así como hay
un subsistema en el Medio Oriente 0 Cercano Oriente. Por supuesto, se
trata sólo de autonomía relativa, puesto que las grandes potencias están
presentes; pero puede haber en estos subsistemas un juego autônomo
de los actores locales. Hasta la guerra de 1973 Israel estuvo en posibi-
lidad de entablar guerras contra los Estados árabes sin la intervención
directa de los Estados Unidos y sin el apoyo de los Estados Unidos du-
rante los conflictos; cuando mucho, la función de los Estados Unidos en
relación con Israel era la de neutralizar las posibles intervenciones de
las demás grandes potencias. En el transcurso de la más reciente guerra
intervino un cambio radical, en el sentido de que Israel necesitó, para
continuar las operaciones, de un reabastecimiento durante las propias
hostilidades. De ello resulta una pérdida de autonomía de la política ex-
terior de Israel, y una transformación del subsistema mismo, una me—
nor autonomía cuyas consecuencias pueden desembocar eventualmente
en una especie de paz.
Los Balcanes, antes de 1914, eran el ejemplo de un subsistema en el
interior del sistema europeo, y es posible que, a menudo, los conflictos
en el interior de un subsistema arrastren a las grandes potencias hacia
la guerra: eso fue, en efecto, lo que ocurrió en el caso de 1914.
Estas dos clases de análisis —análisis del funcionamiento del sistema
político de los actores y análisis del conjunto diplomático— de ninguna
manera suprimen la utilidad o la necesidad del relato. Con la ayuda de
dos ejemplos —los orígenes de la guerra de 1914 y los orígenes de la
Guerra Fría— voy a plantear algunos problemas que sugieren los re—
latos. Elijo estos ejemplos porque supongo que ustedes conocen bien los
hechos a los que me reíiero. Que quede claro que no voy a hacer un rela-
to y que me limito a suponer que conocen los hechos, y supongo igual-
HISTORIA Y TEORÍA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES 277

mente que es legítimo y necesario, si nos interesan los orígenes de la


guerra de 1914, reconstituir la serie de acontecimientos, actos, palabras,
notas, hechos que tuvieron lugar entre el ultimátum que envió Austria-
Hungría a Serbia y las declaraciones de guerra. Suponiendo que se ha
hecho este relato, y admitiendo la necesidad de este relato, voy a
plantear el problema de la responsabilidad para intentar precisar cómo
se plantea tal cuestión y para dar una respuesta, a propósito de las cues-
tiones de la responsabilidad, a la interrogante relativa a la objetividad o
a la posibilidad de objetividad.
Para empezar, conviene plantear el problema de la objetividad con la
máxima precisión, y la precisión exige aquí que se distingan dos cues—
tiones. La primera es: (por quê estalló la guerra europea en agosto de
1914? Si la pregunta se refiere a la responsabilidad de la guerra de 1914
0 al hecho de que la guerra estallara en agosto de 1914, está claro que
estas responsabilidades se encuentran en el período que se sitúa entre el
asesinato de Francisco Fernando y las declaraciones de guerra. Con esto
entiendo que, cualesquiera que hayan sido los acontecimientos ante—
riores al asesinato del archiduque, cualquiera que haya sido la situación
diplomática que existia en aquel momento, nadie preveía el estallido de
la guerra general antes del asesinato del archiduque; las responsabili-
dades del hecho de que la guerra haya tenido lugar en 1914 se sitúan, por
tanto, entre el asesinato del archiduque y las declaraciones de guerra.
Dicho esto, buscar las responsabilidades del hecho de que la guerra
haya estallado en agosto 1914 no es lo mismo que buscar las del hecho
de que hubo una guerra europea en el primer cuarto del siglo xx. En
otras palabras, podemos pensar que la situación europea era tal que si
la guerra no hubiese estallado en agosto de 1914, habría sucedido seis
meses 0 un afro después, y decir que la cuestión de los orígenes inme—
diatos, 0 del hecho de que haya estallado en ese preciso momento, es
una cuestión de poca monta. Dejo provisionalmente a un lado la impor—
tancia de los orígenes inmediatos; digo simplemente que hay que distin-
guir las dos cuestiones, sin lo cual la discusión de los orígenes de la
guerra de 1914 no puede tener el mínimo de claridad necesaria. En el
lenguaje de los historiadores, se emplean los términos orígenes inme-
diatos y causas leianas. No me gustan estas expresiones: “causas lejanas"
no significa nada. Yo diría que se indaga o bien por quê estalló la guerra
en agosto de 1914, o bien quién creó la situación en la que bastaba un
incidente diplomático para que estallara una guerra general.
La segunda observación perjudicial es que importa distinguir los dos
sentidos de la palabra responsabilidad. Responsabilidad puede significar
causalmente responsable: es posible decir que es responsable quien ha co—
metido actos que provocaron o hicieron muy probable cierto aconte—
278 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

cimiento: la responsabilidad puede ser equivalente ala causalidad. Pero la


responsabilidad—causalidad no es necesariamente culpabilidad. La causa—
lidad sólo es culpabilidad cuando se dan dos hipótesis que importa nue-
vamente distinguir: la causalidad es culpabilidad si el acto se considera
que fue inmoral, contrario a las costumbres o excesivo. Por ejemplo, si se
juzga que los términos del ultimátum austríaco a Serbia eran exorbi-
tantes, hay en este caso culpabilidad en relación con las costumbres
diplomáticas de la época. Hay um segundo sentido en que la causalidad
se convierte en culpabilidad, y por ello, en el caso de la guerra de 1914,
todo el mundo asimila la responsabilidad-causalidad a 1a respon-
sabilidad-culpabilidad: se trata del caso en el que el acontecimiento
mismo parece a tal punto catastrófico que quien lo provocó aparece
retrospectivamente como un criminal. Ahora bien, respecto a la guerra
de 1914, fue en gran medida exactamente 10 que ocurrió: jamás se dis-
cutió tanto acerca de los orígenes de las guerras precedentes, porque
éstas no nos parecían monstruosas como tales. En cambio, como la
guerra de 1914 se convirtió en monstruosa, la responsabilidad-causalidad
se volvió simultâneamente causalidad—culpabilidad; el responsable en el
sentido causal aparecia directamente en el origen de un acontecimiento
monstruoso. Pero si se obliga uno, contra su propia afectividad, a pen-
sar según la razón, hay que decir que en agosto de 1914 nadie conside-
raba que la guerra fuera un crimen; nadie juzgaba que el hecho de des-
encadenar la guerra fuera como tal un acto criminal, porque los europeos,
desde que son europeos, jamás habían dejado de hacer guerras. En otras
palabras, la responsabilidad-culpabilidad adquirió un carácter exorbi-
tante en función del carácter hiperbólico de la guerra; la causalidad
aparecía, por así decirlo, mezclada al carácter monstruoso del aconte-
cimiento mismo. No es que yo quiera declarar inocente o culpable a
persona alguna: me limito a decir que a la luz de .as consecuencias no
deseadas de la guerra, la responsabilidad adquirió un carácter mons-
truoso, fenómeno tanto más extrano desde el punto de vista histórico
cuanto que, pese a una opinión pública que, se decía, era relativamente
favorable a la paz en todos los países europeos, el hecho es que, en los
días que siguieron a la declaración de guerra, todos los pueblos, francés,
alemán, ruso, fueron presa de un entusiasmo extraordinario. Es un
hecho histórico que, después de los días de angustia y de miedo a la gue-
rra, los pueblos se lanzaron ala matanza con una especie de sentimiento
de orgullo y entusiasmo; sentimiento que no resistió las pruebas de la
guerra, pero del que resulta útil acordarse si queremos tratar con la ma-
yor frialdad y objetividad el viejo problema de las responsabilidades.
LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO
(1973-1974)
XIX. RESPONSABILIDAD,
CULPABILIDAD, INTENCIÓN

EMPECÉ a hablarles, al final de la lección precedente, de los orígenes de la


guerra de 1914 como ejemplo de un relato diplomático o de un relato de
acontecimientos interestatales. Mi objetivo estriba en mostrarles muy
brevemente en qué consiste um relato diplomático de esta clase, y suge-
rirles los motivos por los que las controversias se prolongan indefinida-
mente cuando se abordan los temas de la responsabilidad; controversias
inagotables que no tienen por origen la subjetividad, inevitable, sino un
origen del todo distinto, el de la incertidumbre intrínseca del relato de
los microacontecimientos.
Les recuerdo que hice la distinción entre responsabilidad-causalidad
y responsabilidad-culpabilidad; agreguemos igualmente la de respon-
sabilidad-intencionalidad.
Aclarado esto, gen qué consiste el relato? Haré algunas observaciones
rápidas y me ocuparé en seguida de la discusión de las responsabilidades.
El relato de los orígenes de la guerra de 1914, que podemos ubicar
entre el asesínato del archiduque Francisco Fernando, el 28 de junio de
1914, y el 4 de agosto de 1914, fecha de la declaración de guerra de Ale-
mania a Francia, consiste en ir siguiendo lo que ocurrió —actos, pala-
bras, notas, conversaciones, anotaciones marginales— en las diferentes
capitales: Viena, Berlín, San Petersburgo, Londres y París. De igual
modo, Allison, en el libro del que ya les hablé, relata con todo detalle las
deliberaciones que se entablaron en Washington entre los funcionarios
del Departamento de Estado, el comitê de jefes de estado mayor, el
comité especial creado por Kennedy para aconsejarlo, y trata de mos-
trar cómo se tomaron las diversas decisiones. Asimismo, en un relato
diplomático, antes de que existiera la ciencia de las relaciones intema—
cionales, procura ir siguiendo hora por hora 10 que iba ocurriendo en
las diversas capitales de las que dependia la suerte de la paz o de la
guerra. La diferencia entre el relato de Allison y el relato de los orígenes
de la guerra de 1914 estriba en que Allison sabe lo que ocurrió en
Washington, pero ignora lo que ocurrió en Moscú, y por supuesto sería
muy interesante saber qué clase de deliberaciones se llevaron a cabo en
el mismo periodo en el enigmático Kremlin.
La reconstitución de los acontecimientos y de las deliberaciones en las
diversas capitales obedece al modelo que ya indique varias veces: en cada

279
280 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

ocasión, em cada instante, se reconstituye hasta donde es posible la co-


yuntura tal como la veia el actor; se trata de seguir, a través de los docu-
mentos de que se dispone, los objetivos que pretendia cada actor, y se
supone, como princípio de método, que actuaba de manera más o menos
racional, es decir, que utilizaba ciertos medios con vistas a lograr ciertos
objetivos. En el caso de Guillermo II,, no se está obligado a atenerse
siempre a una interpretación “racionalizante”, pues las anotaciones que
ponía al margen de los despachos que recibía dan testimonio de estalli-
dos temporales de cólera, de indignación y de grosería, que prueban que
el emperador de Alemania no siempre reaccionaba, al menos verbal-
mente, de manera racional.
Dicho esto, se han dedicado tantos estudios a lo que ocurrió en todas
las capitales durante ese periodo, y se han hecho con tanto rigor, buena
voluntad y deseo de objetividad, que no es posible eludir la pregunta de
saber por quê la discusión acerca de las responsabilidades no se dirimió
de una vez por todas. Obviamente, la razón de ello reside en la oscuri-
dad, lo equívoco de la noción misma.
La primera causa de equívoco es que la guerra se generalizó a partir
de una crisis local. La crisis local fue desencadenada por el asesinato del
archiduque, o quizá quepa decirlo con mayor precisión, por el ultimá-
tum que el 23 de julio envió a Serbia el gobierno de Austria-Hungría.
Por supuesto, en Viena había un partido decidido a dar una ruda lec-
ción a Serbia, porque ésta era el origen de la propaganda irredentista de
los eslavos del sur, y porque esta propaganda ponía en tela de juicio, a los
ojos de los dirigentes austrohúngaros, la existencia misma de la monar-
quía dual. Se consideraba que el propio archiduque era favorable a la
situación liberal, y, su asesinato implica igualmente un elemento de mis-
terio que jamás se ha esclarecido del todo. Probablemente sepan us-
tedes que hubo un primer atentado aquella mariana, y que por la tarde,
haciendo caso omiso de toda sensatez y prudencia, la policia permitió
que el archiduque y su esposa pasaran de nuevo por una calle populosa,
en que era fácil perpetrar un atentado y casi probable, lo cual permite
suponer, sin que jamás haya sido posible demostrarlo, que algunos ele-
mentos de la policía no estaban tan deseosos de impedir el atentado.
Pero en todo esto no hay sino suposiciones, irrelevantes para la cuestión
fundamental.
La primera cuestión verdaderamente fundamental es la siguiente: los
dirigentes austrohúngaros, al enviar su ultimátum, gtuvieron la voluntad]
(cuestión de intencionalidad) de desencadenar la guerra general? A esta
pregunta hay que contestar más bien no; estaban resueltos a suminis-
trarle una buena lección a Serbia; tal vez no a destruirla como Estado
independiente; pero en todo caso a hacerle la guerra, que por algún tiem-i
RESPONSABILIDAD, CULPABILIDAD, INTENCIÓN 281

po habría reducido la importancia de ese pais. C'Deseaban la guerra ge-


neral? La mayoría de los dirigentes austrohúngaros, probablemente, no
la deseaban. (Sabiam que corrian el riesgo de uma guerra general hacien-
do lo que hicieron, es decir, enviando ese ultimátum? Con toda seguri-
dad. En otras palabras, creo que podemos decir honradamente que los
dirigentes del Imperio austrohúngaro redactaron el ultimátum a Serbia
en términos tales que sabiam de antemano que resultaba casi inacep-
table, o por 10 menos que existiam todas las probabilidades para que no
fuera enteramente aceptado por Serbia. Por tanto, redactaron ese ulti-
mátum de tal manera que la aceptación matizada equivaliera a un re-
chazo, lo cual les proporcionaria una justificación para hacer lo que en
efecto hicieron: romper relaciones con Serbia y, tres dias después, bom—
bardear Belgrado. Estaban pues resueltos a provocar .um conflicto local.
c'Sabian que tal conflicto implicaria el riesgo de generalizar la guerra?
Con toda seguridad lo sabían. (;Hasta qué punto estimaban que la guerra
general surgiria probablemente de un conflicto local? En esto encon-
tramos el primer punto acerca del cual jamás habrá una certeza absolu—
ta. Sabian, por supuesto, que la empresa en contra de Serbia, según
todas las probabilidades, provocaria una intervención de Rusia y podia,
en efecto, mediante el juego de las alianzas, acarrear la guerra general.
gHabrían preferido un éxito diplomático, sin guerra general? La mayoría
de ellos si 10 habrían preferido. C'Sabían que este éxito local era casi
imposible sin guerra general? Probablemente si. El punto de incertidum-
bre es éste: gcómo estimaban la probabilidad de generalización del con-
flicto a partir del conflicto local entre Austria y Serbia?
Recordemos las circunstancias: el archiduque fue asesinado a fines de
junio; durante varias semanas no ocurre abiertamente nada; pero su—
cede algo importante el 5 de julio de 1914, fecha en que los representan-
tes de Austria-Hungría van a ver a los representantes alemanes y ob-
tienen de ellos la promesa formal de que los apoyarian hasta 10 último
em caso de que la crisis con Serbia llegara a generalizarse. Por tanto,
Alemania da carta blanca a Austria para que emprenda por lo menos
esa expedición punitiva contra Serbia. Se plantea de nuevo la pregunta:
aquién em Berlin queria la guerra, y quién queria sólo un éxito diplomá—
tico local? Y de nuevo llegamos a la incertidumbre de las intenciona—
lidades. En lo que no existe la menor duda es que Alemania, al dar carta
blanca a Austria, asumíó un riesgo de guerra general; los dirigentes ale-
manes —Bethmann-Hollweg, el gran estado mayor, Guillermo II—
aceptaron conscientemente un riesgo de guerra general al proponer un
apoyo incondicional a Austria-Hungría. Aclarado esto, hay que anadir
que asumir un riesgo de guerra general no implica la voluntad delibera-
da, la intención de desencadenar la guerra general. Parte de la contro-
282 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

versia gravita precisamente a propósito de esta pregunta: daceptación


del riesgo de guerra general o voluntad de guerra general?
Si se considera la cuestión de la causalidad-responsabilidad, diré que
en este caso la causalidad—responsabilidad mayor e inicial le incumbe
ante todo al conde Berchtold, que era el responsable en Viena de las
relaciones exteriores, así como al jefe de estado mayor austrohúngaro,
Conrad von Hõtzendorff, pues ambos sabían perfectamente que acepta—
ban un riesgo de guerra general para lograr su objetivo contra Serbia.
Pero los dirigentes alemanes comparten también esta responsabilidad.
Dicho esto, sigue y seguirá siendo siempre un elemento de duda medir
con toda exactitud la causalidad-responsabilidad, pues la medida de
esta responsabilidad-causalidad supondría la medida de la probabilidad
de guerra general a partir del ultimátum austrohúngaro. Ahora bien,
medir retrospectivamente la probabilidad de guerra general a partir de
este ultimátum sobrepasa y sobrepasará en forma definitiva lo que
puede hacer un estudio objetivo de los microacontecimientos en su se-
cuencia. (;De dónde se podria obtener una demostración de que las
operaciones austrohúngaras del ultimátum, el rechazo a aceptar la res-
puesta relativamente moderada de Serbia y el bombardeo de Belgrado
debían determinar la guerra general? He buscado de quê proposición
general se podría deducir tal juicio, y he imaginado para ustedes la pro-
posición siguiente: si, en un sistema como el sistema europeo, una de
las grandes potencias se esfuerza en atentar contra la integridad de una
pequena potencia que al mismo tiempo es la protegida de una gran
potencia, la intervención de esta última es por 10 menos muy probable.
En otros términos, la situación respectiva de Austria—Hungría, de Serbia
y de Rusia hacía muy probable una forma cualquiera de intervención de
Rusia ante la expedición punitiva austrohúngara contra Serbia. Y agre-
garé: dado el sistema de alianzas que existia en 1914, había un riesgo
considerable de que una intervención rusa determinara, por contra-
partida, una intervención alemana, y que, a partir de ahí, en función del
existente sistema de alianzas, la guerra se convirtiera en general. Pero
estas proposiciones tampoco me dan más de lo que en mi opinión cada
cual acepta hoy: la manera en que los austríacos desencadenaron la cri-
sis creó incontestablemente un riesgo, riesgo que los historiadores están
en libertad de estimar como casi certeza, 0 al contrario, cuando son
más indulgentes, pueden estimar como una simple posibilidad que se
convirtió en realidad por la reacción precipitada de otros Estados impli-
cados en el asunto.
Resulta claro, así, que la transición de una crisis local a una guerra
general implica que los países que se encontraban del otro lado también
aceptaban la eventualidad de la guerra; es perfectamente válido decir
RESPONSABILIDAD, CULPABILIDAD, INTENCIÓN 283

que si Rusia y Francia hubieran dejado que Austria llegara hasta las
últimas consecuencias en su operación contra Serbia, no habría habido
guerra general en 1914. Por tanto, queda perfectamente claro que no
había de un lado Estados depredadores, y por el otro Estados ovejas;
hubo, por un lado, Estados que desencadenaron una crisis y, por el
otro, Estados coaligados que no aceptaron lo que los primeros deseaban
obtener. Se trataria entonces, propiamente, de la generalización, en ocho
días, de una crisis local en guerra general, lo que permitió decir a
algunos que quienes se negaron a la localización del conflicto fueron los
directamente responsables de la guerra general. Esta proposición, que
en su conjunto considero falsa, contiene la parte de verdad siguiente: si
Rusia y Francia hubieran aceptado que Austria hubiese logrado un éxito
diplomático a expensas de Serbia, no habría habido guerra general en
1914. Esta proposición me parece verdadera, en efecto; pero lo que la
convierte en problema es lo siguiente: el mundo diplomático de 1914,
siendo lo que era, y el sistema de alianzas, siendo lo que era, gpodian los
austríacos y los alemanes dar por descontado que los rusos, y a con-
tinuación los franceses, presenciarían estos acontecimientos sin inter-
venir? Ahora bien, a esto me siento tentado a responder, junto con la
mayoría de los historiadores, que ni los austríacos ni tampoco los ale—
manes, podían considerar probable que los rusos, así como los france-
ses, asistieran sin intervenir en las operaciones militares de Austria con—
tra Serbia. No por ello es menos cierto que si se quiere buscar a los
responsables en el sentido de quienes han deseado la guerra general,
ciertamente se encontrarán en Viena y en Berlín; probablemente, el
gran estado mayor alemán deseaba la guerra general en 1914, pero no
se puede decir lo mismo ni de Bethmann-Hollweg ni de Guillermo II.
Por tanto, no es posible seõalar sencillamente que por un lado se quería
la guerra, y que por el otro no: la guerra general estalló a partir de una
crisis local en que uno de los bandos queria obtener un resultado que el
otro le negó, y el juicio depende en gran medida de la legitimidad o de la
ilegitimidad que se atribuya ala operación que queria llevar a cabo Aus-
tria, apoyada por Alemania. Por tanto, la cuestión de intencionalidad
implicará siempre un equívoco, puesto que, tanto en el caso de Alema-
nia como en el de Austria, la intención de un éxito local es evidente,
mientras que la intención de la guerra general es dificil de determinar
en cada uno de los actores: se detecta con cierta verosimilitud en
algunos actores, mas no en todos.
Por su lado, ('se puede considerar culpable a Rusia por haber aceptado
el desafio austríaco? Rusia, al acudir en auxilio de Serbia según una cos-
tumbre diplomática de aquella época, ese comportaba de una manera
que los diplomáticos juzgaban excesiva? Yo diria que, tal como era el
284 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

mundo diplomático en 1914, la intervención rusa —con todas las reservas


acerca de los detalles, sobre 10 cual podría debatirse indefinidamente—
formaba parte de las probabilidades, y no crea responsabilidad-culpa-
bilidad. Y que, en la medida en que hay una responsabilidad-causalidad.
es la del sistema diplomático en que Rusia no aceptó dejar que Austria-
Hungría lograra los lines perseguidos por esta última en los Balcanes.
Por lin, una última cuestión suscita polémicas indefinidas: ghubo, en
el transcurso de los últimos días de la crisis, el 27 y el 28, cierta vaci—
lación en Berlín? Parece que si hubo, hacia los días 27 y 28, por 10
menos un principio de vacilación, que unos atribuyen al temor a la
guerra general y otros a la situación diplomáticamente desfavorable en
que se habían situado las propias potencias centrales. En efecto, por su
comportamiento, Austria-Hungría y Alemania habían dado todas las
apariencias de responsabilidad, culpabilidad y causalidad a la vez. Em
efecto, ustedes saben bien que al día siguiente de haber enviado Austria—
Hungría a Belgrado su ultimátum, Alemania envió una nota extremada-
mente violenta tanto a París como a Londres y San Petersburgo, dicien—
do que toda intervención en la crisis balcánica tendría las más graves
consecuencias; era una manera de decir que acarrean'a la guerra, y, en
efecto, acerca de este punto la previsión era justa. Por otra parte, Aus-
tria-Hungría rechazó las tentativas inglesas de mediación, y las condi-
ciones en que se desencadenaba la guerra hacían que, el 27 o el 28 de
julio, los gobernantes en Berlín sintieran que la intervención inglesa se
volvía probable, y que Italia no intervendría al lado de Austria-Hungría,
puesto que la alianza tan sólo era válida en el caso de que fueran las po-
tencias centrales las atacadas. He ahí lo que es posible decir al respecto
y por qué subsiste la incertidumbre.
Mi opinión al respecto, que les doy a benefício de inventario, es más o
menos la siguiente: si no consideramos sino el período del 28 de junio al
30 de julio, me parece difícil negar que la responsabilidad—causalidad
está más bien del lado austriaco-alemán que del lado de los aliados, lo
cual no implica ni la intencionalidad de guerra general en todos los
actores ni necesariamente la culpabilidad, en la medida en que los diri—
gentes austriacos consideraban necesaria para la salvación de la monar-
quía dual una especie de ejecución de Serbia.
Podemos tomar otro ejemplo de guerra desencadenada por una serie
de desafíos y de respuestas: la guerra llamada “De los Seis Días", la gue-
rra de 1967, de la que diré algunas palabras con tanta serenidad como
sea posible.
El presidente Nasser había cerrado sucesivamente el golfo de Acaba,
concentrado masivamente su ejército en el Sinai y firmado un acuerdo
de estado mayor con el rey Hussein de Jordania. Nasser sabía perfecta-
RESPONSABILIDAD, CULPABILIDAD, INTENCIÓN 285

mente que cada uma de estas acciones sería considerada por el gobierno
israelí como un casus belli, puesto que éste así lo había declarado ex-
plicitamente. El presidente Nasser, en mi opinión, y por cuanto se ha
podido establecer en retrospectiva, sabia que por las acciones empren-
didas hacía muy probable la respuesta militar de los israelíes. Dejo a un
lado la cuestión moral de saber si los israelíes estaban equivocados o
tenían razón. Situándome en el juego diplomático, diré que así como los
austrohúngaros y los alemanes habían provocado a los aliados, y al
provocar a los aliados habían obtenido la guerra general, la serie de
desafíos del presidente Nasser había desencadenado una réplica, réplica
preventiva del gobierno israelí. Si, pese a todo, la controversia sigue en
pie es porque se hubiera querido descubrir una resuelta voluntad de
guerra general de un bando 0 del otro, y sin embargo se ha descubierto
en los documentos mucha mayor vacilación e incertidumbre de la que
cabía imaginarse con respecto a cada uno de los actores colectivos. En
este sentido, la sustitución de los actores colectivos, considerados como
una unidad, de la serie de actores individuales permitió matizar o corre-
gir la representación mitológica que había dominado en esa época.
Si se trata de saber qué pueblos eran los más pacíficos y cuales los
más belicosos, podemos discutir indefinidamente mientras no dispon-
gamos de una medición objetiva del humor de los pueblos. Lo más
asombroso, en 1914, es que el humor parecía pacifista al principio de la
crisis e incluso durante la crisis, y que la declaración de guerra desenca-
denó escenas de entusiasmo en todos los beligerantes. Por último, no
hay que olvidar que a partir del 27 0 del 29 de julio de 1914, la causa, la
responsabilidad causal mayor incumbió a los propios estados mayºres,
pues todos ellos poseían planes ne variatur, y a partir del 27 de julio se
mostraron inquietos por el avance que sus enemigos podrían lograr. Ya
saben que el plan alemán suponía primero el ataque contra Francia, y
en seguida contra Rusia, y que los responsables del estado mayor tenían
prisa por crear de inmediato condiciones de guerra, a fin de que se
pudiera poner en marcha este plan. Sucedía exactamente 10 mismo del
lado ruso, si bien la movilización rusa tardaría una o dos semanas más
que la movilización francesa. Por consiguiente, los estados mayores de
todos los países involucrados no querían quedarse a la zaga.
(Qué conclusiones podemos obtener de esto? Este género de discu—
siones no implica una respuesta certera, y por ello toleran perfectamente
la más estricta objetividad o la mayor serenidad: no existe ninguna razón
apremiante para narrar esta historia ubicándose deliberadamente en pro
de un lado 0 del otro. Es posible decir, en términos lógicos, que tales
juicios están cargados de incertidumbre, pero no de una relatividad fun-
damental.
286 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

(;Por quê no se establece nunca, más allá de toda incertidumbre, la res-


ponsabilidad-causalidad? Y más generalmente, gcuáles son los medios
lógicos con los cuales podemos establecer la causalidad de un aconte-
cimiento cuando nos ubicamos en este nível del microacontecimiento?
El primer procedimiento se reflere a una ley universal, 0 al menos a
una proposición general. Ya les di un ejemplo sobre esto, y el ejemplo
les mostrará hasta qué punto una proposición general de este tipo
excluye un juicio categórico. En efecto, el juicio que podían establecer
los dirigentes austríacos —el ultimátum a Serbia y el bombardeo de Bel-
grado, gvan a provocar necesariamente la guerra general, o no?— era un
juicio de probabilidad. gFormularon este juicio? Sí. (;Consideraban
posible la guerra? Por supuesto. (;La consideraban probable? Sin duda.
C'Con qué grado de probabilidad? No 10 sabían de antemano, así como
nosotros no podemos dilucidarlo retrospectivamente.
El segundo procedimiento para determinar la causalidad es lo que
hoy llamamos en lógica el método de las construcciones irreales, me-
diante el cual suponemos que el acontecimiento del que se quiere deter—
minar la responsabilidad-causalidad no ha tenido lugar. Ahora bien,
este método, que un historiador estadunidense aplicó a la construcción
de los ferrocarriles para demostrar que el desarrollo de la economía
estadunidense habría sido exactamente el mismo aun en ausencia del
ferrocarn'l, es muy difícil de aplicar a acontecimientos tan complejos
como los que estamos considerando.23 Por supuesto, si planteamos la
pregunta: ghabría estallado la guerra de 1914 en esa fecha si Austria-
Hungría hubiera tratado en otra forma la crisis serbia?, la respuesta es:
ciertamente, sí. Pero a la pregunta de saber si, en caso de que la movi—
l'ización rusa se hubiera retrasado 24 horas o 48 horas, la guerra hu-
biese estallado de todas formas, no disponemos de ningún medio para
responder con certeza. En otros términos, el método de lo counterfac-
tual aplicado a una serie de actos que corresponden unos a otros no va
mucho más allá de un juicio de probabilidad medio intuitivo, de tal
suerte que me parece que este método, que en sí mismo es el que con—
viene aplicar cuando deseamos medir la eficacia de un acontecimiento,
en este caso particular no resulta muy convincente.
Nos queda un tercer método que han aplicado los estadunidenses y
que, en efecto, es el menos malo; se trata del método de las simula-
ciones: se reconstituye la coyuntura global en un momento dado, se aís-
la cierto número de variables y se trata de ver, metiendo todos estos
datos en una computadora, qué resulta. Creo que fue Herman Kahn el

28 La referencia es a R. W. Fogel, Railroads und American Economic Growth: Essay in


Econometric History, Baltimore, The John Hopkins Press, 1964.
RESPONSABILIDAD, CULPABILIDAD, INTENCIÓN 287

que se dedicó a este tipo de ejercicio acerca de la situación de 1914, y


como podrán suponer, la computadora le dijo que la guerra estaba por
iniciarse. En efecto, escogió las variables en función del conocimiento
que tenemos de la coyuntura de 1914, y como efectivamente en 1914
todo estaba organizado de manera que estallara la guerra —la expedi—
ción punitiva contra Serbia era inaceptable para Rusia, y por tanto
hubo movilización rusa; la movilización de Rusia era inaceptable para
Alemania, y por tanto hubo movilización de Alemania; era imposible
que Alemania hiciera la guerra a Rusia sin antes declarar la guerra a
Francia—, no había necesidad de computadora, bastaba con reconsti-
tuir los elementos principales de la coyuntura para colegir el resultado
verosímil de la serie de acontecimientos, incluso reducidos a un peque-
no número de etapas.
Si se pudiera programar en la computadora las coyunturas que toda-
vía no suceden o que están en curso para saber 10 que resultará, ello-
sería mucho más instructivo. Pese a todo, podemos decir que al menos
resulta útil como ejercicio intelectual, e igualmente útil para pensar en
lo futuro en las situaciones diplomáticas, tratar de reconstituir más
tarde la coyuntura y desplegar las consecuencias de cierto número de
decisiones.
En cierta forma, la conclusión a la que llego es un tanto paradójica, y
contraria a la idea que de ordinario se tiene de esto. En efecto, pienso
que cuando se narra una historia diplomática o cuando se relata una
historia siguiendo a los actores y su manera de pensar, no hay ninguna
razón para no ser objetivo, es decir para tomar partido en favor de los
actores. Digo que no hay necesidad lógica para ello; la tesis paradójica
que deseo defender es que lógicamente la objetividad, es decir la impar-
cialidad, es muy fácil cuando se trata de un relato de acontecimientos y
de la reconstitución de las decisiones de los actores. En cambio, esta no
Sºlidaridad con una categoría de actores es psicológicamente muy difí-
cil. En efecto, lógicamente no hay ningún obstáculo para la objetividad;
pero esta especie de objetividad se logra muy rara vez, porque tan sólo
se plantean cuestiones de responsabilidad en los casos en que se busca a
los responsables, es decir, a los culpables; la paradoja consiste en que
nada nos impide ser objetivos, a no ser la curiosidad que anima al histo-
riador. El historiador, por 10 menos durante muy largo periodo, busca-
ba las responsabilidades de los acontecimientos a la manera de un juez
de instrucción; ahora bien, como buscaba las responsabilidades a la
manera de un juez de instrucción, se inclinaba por tomar partido en
favor de uno u otro, y a no hacer lo que es perfectamente posible; es
decir, a ver la situación a partir de las intenciones y de los intereses de
los distintos actores. En cambio, si se ven las intenciones y los intereses
288 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

de los distintos actores, no hay problema: Austria-Hungría consideraba


necesario para su sobrevivencia dar una buena lección a Serbia; Rusia
había decidido, por razones discutibles, que no podia tolerar el ajusti-
ciamiento de Serbia; Francia había decidido, a causa de su alianza con
Rusia, que en caso de guerra en que Rusia se viera involucrada por los
asuntos de los Balcanes, no podia abandonar a su aliada; Alemania
había decidido que no podia abandonar a Austria—Hungría, porque era
su última aliada. Todo esto es perfectamente pensable y legítimo en este
juego diplomático, que también podemos caliHcar de diabólico. Si se
coloca usted sucesivamente del lado de los distintos actores, reconsti-
tuirá con toda honradez lo que ocurrió, y esta reconstitución honrada
no le impedirá considerar como más o menos grande la responsabili—
dad-causalidad de tal o cual actor. En este caso, ya les sugeri lo que sería
mi propia respuesta, agregando que la medida exacta de la responsabili-
dad depende de un cálculo retrospectivo de probabilidad que jamás
estará del todo exento de duda.
Seria fácil emprender un análisis de la misma índole a propósito de lo
que se ha dado en llamar las responsabilidades de la Guerra Fria. No qui—
siera extenderme demasiado, y me referiré rápidamente a ello, dado que
ustedes pueden encontrar lo esencial de este punto en el capítulo que de-
diqué a los revisionistas en mi libro sobre la política exterior estaduni-
dense.
La cuestión de la responsabilidad de la Guerra Fria es, en mi opinión,
una cuestión mucho más difícil de plantear correctamente que la cues-
tión de la responsabilidad en la primera Guerra Mundial, por 10 menos
como planteé el asunto, o sea entre el 22 de junio y el 28 de julio. Por
supuesto, es perfectamente legítimo que un historiador considere sin
importancia la cuestión de los orígenes inmediatos de la guerra de 1914;
es perfectamente legítimo que un historiador piense que desde el mo-
mento en que bastó una chispa para que se incendiara la pólvora, les
resulte interesante saber por quê había pólvora en Europa. Pero aqui se
trata de un problema del todo distinto, el del estudio de los orígenes de
la situación diplomática en la que um incidente podia provocar una
guerra general, y en esto también podemos plantear de nuevola cues—
tión de responsabilidad-causalidad, de responsabilidad intencional, de
responsabilidad-culpabilidad. En efecto, es posible formular el mismo
tipo de pregunta a propósito de las causas lejanas; sólo me limito &
decir a este respecto que si enfocamos la cuestión de los orígenes inme—
diatos, no encontraremos nada de lo que se denomina las causas pro-
fundas, las causas económicas, y por así decir, por definición: cuando
nos ponemos al nivel de los actos de los diplomáticos, no descubrimos
lo que tal vez haya sido el origen de las alianzas.
RESPONSABILIDAD, CULPABILIDAD, INTENCIÓN 289

En 10 referente a la Guerra Fria, es en gran medida una cuestión difí-


cil de dirimir, por la sencilla razón de que nadie sabe definir con preci-
sión lo que hoy se conoce por “Guerra Fria”. En el caso de la guerra de
1914, el problema es sencillo, porque existió una declaración de guerra;
en el caso de la Guerra Fría, decido por convención llamar “Guerra
Fría" a la ruptura de la alianza entre la Unión Soviética y los Estados de
Occidente, y al periodo de aguda tensión que siguió a tal ruptura entre
1947—1948 y 1953, afio en que murió Stalin.
Si se plantea la pregunta: ('por qué la Guerra Fría?, volvemos a topar-
nos con las cuestiones de responsabilidad-causalidad, responsabilidad-
culpabilidad, responsabilidad-intencionalidad. Para simpliíicar, les ex-
pondré lo que considero esencial del expediente: en el origen hubo la
alianza temporal de los angloestadunidenses y de los soviéticos contra
el Tercer Reich; pero los ingleses y los estadunidenses no tenían ningu-
na deuda de reconocimiento respecto a Stalin, quien había respetado lo
más que le fue posible su tratado con Hitler, y que habría atacado a éste
posteriormente si la oportunidad le hubiese sido favorable, pero final-
mente sólo entró en la guerra porque lo atacó el Tercer Reich.
Segunda proposición: los soviéticos tampoco tenían deuda de agrade-
cimiento con los angloestadunidenses, quienes habían ayudado a la
Unión Soviética porque consideraban que era provechoso para ellos
ayudarla a derrotar al Tercer Reich.
Tercera proposición: en 1943, los angloestadunidenses habían prome—
tido a Stalin, en Teheran, respetar la línea Curzon; al mismo tiempo
habían aceptado la transferencia de Polonia hacia el Este, por la anexión
de una parte de los territorios que pertenecían al Reich, territorios
antaflo polacos y que se habían germanizado desde hacía varios siglos.
Cuarta proposición: la división de Alemania en zonas de ocupación se
había decidido en Teherán, y el trazo de las líneas de ocupación había
sido responsabilidad del comitê de embajadores en Londres.
Última proposición: los Tres Grandes se habían puesto de acuerdo en
Yalta sobre uma declaración relativa al gobierno democrático en los
países liberados.
A partir de eso, gqué ocurrió y por quê sobrevino la ruptura de esa alian-
za? (;Habrá que acusar a unos o a otros de ser responsables de esa rup—
tura, y considerar que unos u otros son culpables de haberla provocado?
Mi respuesta es que los dirigentes soviéticos llevaron a los países que
habían liberado regímenes que imitaban el»de los soviéticos. (;Tenían
derecho a conducirse así? Lo hicieron así porque consideraban que tal
era su interés, y porque, según dijo Stalin a Djilas, esa guerra era una
guerra de tipo nuevo, en que cada Estado vencedor llevaría a los terri-
torios liberados su propio régimen. Este régimen, c'lo deseaban en aque-
290 LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

lla época los pueblos a los que se les impuso? Ciertamente no. (;Resulta
de ello que eran intrinsecamente culpables respecto a la tradición de la
política de poder? Esto es difícil de decir. Parece que la Unión Soviética
no fue el primer país que haya extendido su influencia, y dada la natu-
raleza de su régimen, los soviéticos se consideraron con derecho a
imponer a los pueblos de la Europa oriental um sistema más o menos
imitación del suyo. En este sentido, hicieron valer su derecho de vence—
dor. En la época de la Guerra Fria, los angloestadunidenses protestaban
indignados; hoy, los historiadores revisionistas consideran que los
soviéticos hicieron lo que tenían derecho a hacer; que tenían derecho a
erigir un corredor de seguridad, y que este corredor de seguridad exigia
la sovietización de la Europa oriental, y que en el fondo los angloes—
tadunidenses deberían haber aceptado sin protestar lo que ocurría en la
Europa oriental. En eso, personalmente, no veo ninguna dificultad, cua—
lesquiera que sean los sentimientos que pudiera tener respecto de tal o
cual régimen, en narrar esta historia colocándome sucesivamente en el
punto de vista de unos y de otros: los soviéticos eran lo que eran, y no es
de extrafiar que hayan tratado de extender su régimen a los países que
ocupaban militarmente. eSon culpables los estadunidenses por haber
protestado o por no haberles impedido que actuaran así? Hace 25 anos
se les reprochaba no haber impedido esa acción; hoy se les reprocha
haber protestado. ('Habrian podido impedirles hacer lo que hicieron?
Difícil de decir. Probablemente era imposible, no fisicamente, sino
imposible dada la naturaleza del régimen estadunidense, por la índole
de los sentimientos del pueblo estadunidense respecto a los soviéticos
después de las cuantiosísimas perdidas que estos últimos sufrieron
durante la guerra.
(;Debieron abstenerse de protestar? Debo volver a preguntar: gacaso
podían abstenerse de protestar? (;Podian dejar que eliminaram a sus
amigos en los países que ocupaba la Unión Soviética? Por ejemplo,
cuando Stalin, en 1945, invitó a Moscú a los dirigentes de la resistencia
polaca y acto seguido los encarceló por muchos anos, resultó a pesar de
todo difícil para los angloestadunidenses no manifestar sorpresa y pesar.
En otros términos, podemos entender por qué Stalin se comportó como
10 hizo en Europa oriental; podemos entender “por qué los estadu-
nidenses toleraron esta conducta, aunque hayan protestado; podemos
reprocharles alternativamente haber tolerado eso y haber protestado;
pero para que esta responsabilidad causa] se convierta en responsabili-
dad culpable hay que suponer que el gobierno estadunidense hubiera
sido capaz, si hubiera querido, ya sea de no protestar o de impedir tales
acciones. Ahora bien, me parece igualmente difícil imaginar a los Esta-
dos Unidos capaces de impedir que la Unión Soviética hiciera lo que
RESPONSABILIDAD, CULPABILIDAD, INTENCIÓN 291

hizo, así como imaginarlos aceptando con una sonrisa, o desviando la


mirada, lo que ocurría en la Europa oriental. Además, podemos decir,
siguiendo en esto a los revisionistas, que si bien los soviéticos impone-n
un régimen a imitación del suyo en los territorios vecinos, los estadu-
nidenses, a veces, se esfuerzan en favorecer, por medios distintos, a los
regímenes similares al suyo en los países vecinos; podemos decirque si
bien la Europa oriental es una zona de influencia soviética, el Caribe es
en gran medida una zona de influencia estadunidense. A partir de este
razonamiento se restablece una especie de equilíbrio entre 105 dos
grandes y entre las dos maneras de comportarse.
Por sup'uesto, ello no significa que no se establezcan diferencias desde
otros puntos de vista. Se es perfectamente libre de preferir una clase
de régimen y de rechazar otra clase de régimen, y por ello de presentar
una historia que sea diferente de la que estoy tratando de delinear a
grandes rasgos, una historia que puede llamarse realista, si se es indul-
gente, y cínica, si no se es indulgente; es decir, una historia que, acep-
tando la manera de comportarse de los Estados según la tradición o la
costumbre, y observando sucesivamente los intereses que pretenden
unos y otros, concluye que es posible narrar esta historia sin ponerse a
favor de uno u otro bando. En realidad no digo que no hay que colocarse
en favor de un bando 0 del otro, pues una historia narrada según el prin-
cipio de neutralidad afectiva que estoy describiendo acaso sería una his-
toria aburrida, y el interés de narrar una historia de este orden quizá
resida em tomar partido. La mejor prueba de esto es que los historiadores
especializados en la Antigúedad, cuando narran la guerra de Esparta
contra Atenas tienen aun en nuestros días gran dificultad en no tomar
partido por unos o por otros, y siguen tornando partido por Roma o por
Cartago, lo cual probablemente nos induzca a pensar que, si bien la his-
toria como política retrospectiva implica la posibilidad de no tomar par-
tido, de entender a todos los actores, de comprender las maneras de pen-
sar, los sistemas de pensamiento y los valores de todos los actores, sin
ponerse a favor de unos o de otros, esta historia objetiva no es siempre
practicada por los historiadores en la medida en que buscan otra cosa.
Haré una última observación antes de pasar al siguiente tema: este
gênero de historia diplomática, que consiste en reconstituir la serie de
acontecimientos, el pensamiento y la conducta de los distintos actores,
es la forma de historia narrativa que está más distanciada de lo que lla-
mamos una ciencia. Es verdad que en las ciencias naturales hay ciertos
capítulos que son históricos; en efecto, podemos decir que la historia de
las especies es la reconstitución, a partir de los documentos fósiles, de las
especies vivas que existieron en la Tierra en las distintas épocas; y po—
demos decir, igualmente, que se intenta reconstituir la historia de las
292 . LA EDIFICACIÓN DEL MUNDO HISTÓRICO

especies determinando los mecanismos que han hecho posible tal histo-
ria (en la actualidad, los biólogos disponen de dos mecanismos para
explicar esta historia: las mutaciones y la selección natural). Pese &
todo, entre la historia de las especies y la narración de la política en
acción hay una diferencia que me parece sustancial, y quizá esencial: es
del todo evidente que en la historia de las especies o en la historia de la
Tierra falta la referencia a la conciencia de los actores y a su inten-
cionalidad. En otros términos, no hay microhistoria, historia detallada,
que no sea la historia humana; la microhistoria natural, rara vez posible
e igualmente rara vez interesante.
En el nivel en que me he colocado, en el de los actores y de los acon-
tecimientos, me parece difícil reconstituir una historia global haciendo
abstracción de las intencionalidades individuales, y lo único que es posi-
ble hacer, cuando se narra la historia de las guerras o la historia de las
batallas, es tratar de seguir las grandes líneas de cierta aventura. He
hablado de la microhistoria más limitada —las pocas semanas que pre-
cedieron a la guerra de l914—, pero ciertamente es posible reconstituir
una historia relativamente larga, como la aventura napoleónica o las
guerras de la Revolución y del Imperio; en este caso tan sólo se trata de
las grandes líneas de los acontecimientos tal como se desarrollaron.
Cuando se relatan las grandes líneas de los acontecimientos tal como se
desarrollaron, no se llega a un sistema ni a la necesidad del devenir, y es
posible emplear el método counterfactual. Se puede, en efecto, divertirse
planteando la cuestión: “gqué habría ocurrido si...?"
Dejo para su meditación dos ejemplos de ese razonamiento que con-
siste en preguntarse: "c'qué habría ocurrido si...?” El primero es La Vic-
toire à Waterloo [La victoria en Waterloo], que es, como bien saben us-
tedes, el título de un libro que escribió Robert Aron.29“0bviamente,
podemos distraemos imaginando qué habría pasado si Napoleón hu-
biera sido el vencedor en Waterloo, lo cual nos induce a plantear la
cuestión: en ciertas condiciones, ges posible concebir que Napoleón
habría permanecido en el poder en una Francia reducida a sus dimen-
siones actuales? (;Habría sido posible que la crisis revolucionaria se
resolviera sin la eliminación del usurpador? Nadie puede responder a
estas preguntas con toda certeza. Mi respuesta seria que para concebir
—lo cual resulta bastante fácil— una victoria napoleónica en Waterloo
en 1815 basta con suponer que Blucher no hubiera seguido el consejo
de Gneisenau, y se hubiera retirado hacia Namur, y Grouchy hubiera
marchado en dirección del canón; basta con cambiar las decisiones de
dos personas y suponer que una de ellas era más inteligente que la otra,

29 Robert Aron, La Victoire à Waterloo, París, Albin Michel, 1937.


RESPONSABILIDAD, CULPABILIDAD, INTENCIÓN 293

lo cual no está implicado por el destino universal. Dicho esto, es poco


probable que Napoleón, después de su destierro en la isla de Elba, aun
si hubiera resultado vencedor hubiera sido aceptado mucho tiempo por
el conjunto de los soberanos. Si se supone que no habría sido aceptado
por ese conjunto de soberanos, se ve entonces en qué consiste el deter-
minismo histórico de los acontecimientos; signiâca sólo que, en una
situación dada, cierto resultado se vuelve muy probable, y que las que
llamamos las grandes líneas de la historia son simplemente los momen-
tos sucesivos de una necesidad-probabilidad. La aventura napoleónica,
a partir de la guerra de Espana, comenzaba a salir de la probabilidad
del éxito, y a partir de la guerra contra Rusia la probabilidad de derrota
me parece haber sido enorme desde ese momento; dado. lo que era
Francia entonces, y dado lo que eran los medios técnicos, la voluntad de
dominación francesa sobre toda Europa me parece, en efecto, haber
sido, a partir de entonces, improbable. Me siento tanto más seguro al
aíirmar esto por cuanto el acontecimiento fue confirmado, y que por
tanto nadie podrá jamás decirrne que tengo razón o que estoy en un
error. Pero, suponiendo que tenga razón, ello ilustra simplemente la
índole del determinismo probabilista que entra en juego cuando se con-
sideran los acontecimientos.
La segunda proposición counterfactual es mucho más interesante,
pero no implica ninguna respuesta; se trata de la victoria alemana en el
Marne en 1914. Em efecto, faltó muy poco para que vencieran los ale-
manes. Por tanto, era perfectamente posible, según los datos generales
de la situación, que el ejército alemán derrotara al ejército francês de
manera casi decisiva en una sola batalla, y en ese momento cada cual
puede imaginar las consecuencias que hubiese tenido una victoria ale-
mana en el Mame, y ver al mismo tiempo qué alcance tiene este tipo de
historia de los acontecimientos: Este tipo de historia tiene como finali-
dad, significación e interés reconstituir mediante el pensamiento los po-
sibles que no se convirtieron en reales, aunque la mayoría de los histo-
riadores, y nosotros entre ellos, tendamos a creer que el pasado fue fatal,
y que el porvenir es indeterminado. Ahora bien, el pasado fue el porvenir
de los actores; sólo se convierte en fatal en el sentido en que fue lo que
fue y no puede cambiarse. Pero no era fatal antes de convertirse en real:
permitir tomar conciencia de la homogeneidad fundamental entre el
pasado que fue vivido y el porvenir que está por vivirse, probablemente
sea la función esencial de esta historia de los acontecimientos, de la que
les he hablado rápidamente, y que intentaré superar la semana próxima
averiguando si, y en qué medida, la teoría de las relaciones interna-
cionales permite dar al relato una cientihcidad que todavía no posee.

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