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Los guerreros prehistóricos baleáricos, mucho mejor conocidos como

los honderos baleares, fueron muy importantes para la defensa de las


islas antes de la llegada de otras civilizaciones procedentes del
mediterráneo, como los romanos. Estos hombres fueron sin duda un
gran aporte bélico para el ejército púnico primero y para el
romano después.
La cultura Talayótica la formaron los primeros habitantes de la isla.
Mientras griegos, fenicios y romanos navegaban por el Mediterráneo,
en territorio insular evolucionaba una cultura propia única.
Cuando se habla de los honderos guerreros de las islas Gimnesias
(término que viene a designar las actuales islas de Mallorca,
Menorca, Córcega y Cerdeña) se suele contar a modo de leyenda,
como parte de la mitología, pero lo cierto es que fueron hombres
reales, con habilidades plausibles y lo que se cuenta de ellos es muy
verosímil. Los honderos baleares fueron guerreros con una puntería
envidiada por los ejércitos de otros pueblos que navegaban por el
Mediterráneo y llegaban hasta las islas. Su principal arma, una
honda hecha de esparto o pita, estaba fabricada con plantas que a día
de hoy siguen formando parte del paisaje insular. Los guerreros
sujetaban la honda estratégicamente por los extremos con los dedos.
En el otro extremo se adecuaba la pita para poner una piedra, así al
hacer girar la honda se le imprimía una gran velocidad y potencia, al
soltar uno de los extremos de la pita, salía el proyectil disparado a
una increíble velocidad de hasta 240 kilómetros por hora. Lejos de
ser un juego de niños, lo cierto es que los hábiles honderos
conseguían lanzamientos mortales, los baleáricos tenían una gran
puntería y sabían cómo lanzar sus “balas” a gran velocidad. Esta
práctica ancestral les servía para cazar, además de
para protegerse de piratas e invasores. Pasando de ser simples
cazadores a codiciados mercenarios en los ejércitos dominantes del
Mediterráneo.
Ya en el siglo IV a.C. se cree que participaron en varias batallas
como preciados mercenarios en las Guerras Sicilianas entre Cartago
y los griegos sicilianos.
Así como en las islas Pitiusas sí habitaron los púnicos, en las actuales
Mallorca y Menorca no se llegaron a establecer, pero sí hubo ciertas
relaciones comerciales con los griegos y más tarde con los
cartagineses. Cuentan que a medio camino entre las fuentes
históricas y la leyenda, un invierno, por el siglo III a.C. en el período
postalayótico, el cuarto y último período prehistórico de los
baleáricos, Magón Barca, hermano de Aníbal Barca y ambos hijos de
Amílcar Barca, pasaron un invierno en la isla, concretamente en el
actual puerto de Mahón, justo antes de las Guerras Púnicas, y ahí fue
donde descubrieron el gran potencial de los guerreros indígenas. Los
cartagineses no fueron los primeros en aprovechar la destreza de
estos guerreros, y tampoco los únicos.
 
Los romanos, que llegaron a la actual Menorca en el año 123 a.C. no
lo tuvieron precisamente fácil para alcanzar la costa menorquina.
Cada vez que intentaban acceder con sus barcos por el norte de la
isla, eran recibidos por una gran nube de piedras que llegaban a gran
velocidad desde el cielo. Los romanos intentaron varias veces
desembarcar. Cada vez que se acercaban a la costa, los cascos de sus
naves resultaban gravemente dañados por los terribles impactos de
los proyectiles de las hondas, así una y otra vez, hasta que Quinto
Cecilio Metelo, político y militar romano, apodado más tarde "el
Balear" tuvo la brillante idea de cubrir con pieles las naves para
poder finalmente llegar a tierra. Una vez los romanos ya establecidos
en la isla, establecieron acuerdos con los indígenas, reclutando gran
cantidad de hábiles honderos para que lucharan en sus filas.
Los cartagineses contrataron a unos 2.000 honderos y se sabe que
lucharon junto con los púnicos contra la república Romana en la
batalla de Sicilia y en la Segunda Guerra Púnica, y con los romanos
en la Guerra de las Galias, donde Julio César llevó gran cantidad de
estos inestimables mercenarios.
Los honderos baleáricos están documentados en las obras
de Estrabón, Diodoro Sículo, Floro, Tito
Livio, Polibio y Zonares. Virgilio los menciona en Las
geórgicas y Ovidio en Las metamorfosis.
Diodoro de Sicilia dice de ellos que: (...) En la práctica de lanzar
grandes piedras con la honda aventajan a todos los otros hombres.

Licofrón de Calcis explica la maestría de los baleares con la honda en


su poema épico Alexandra, donde habla así de los fugitivos
de Troya que llegaron a las Islas Baleares:

Después de navegar como cangrejos en las rocas de las


Gimnesias rodeados de mar, arrastraron su existencia
cubiertos de pieles peludas, sin vestidos, descalzos,
armados de tres hondas de doble cordada. Y las madres
enseñaron a sus hijos más pequeños, en ayuno, el arte de
tirar; ya que ninguno de ellos probará el pan con la boca si
antes, con piedra precisa, no acierta un pedazo de pan
puesto sobre un palo como blanco.

Los honderos además de por su puntería destacaban por


la velocidad con la que conseguían lanzar los proyectiles. Llegaron a
especializarse de tal manera que pulían las piedras para conseguir
mayor velocidad y efectividad. Con el transcurrir de los años fueron
especializándose y esculpieron balas de plomo para mejorar la
aerodinámica y efectividad de los temidos proyectiles. También
tenían hondas de tres longitudes diferentes en función de la distancia
del objetivo a abatir. Se dice que ya desde pequeños eran entrenados
para desarrollar estas cualidades dignas de un buen guerrero,
mejorando de esta forma su puntería y fuerza. A la hora de la
comida, las madres ponían en las alturas un trozo de pan, el cual los
niños debían conseguir dar con las hondas si querían comérselo. Así
es como los futuros honderos conseguían una enorme precisión.
Otra leyenda cuenta que fueron precisamente los romanos quienes
dieron nombre a las Islas Baleares, todo se debe por la gran
velocidad con la que los honderos indígenas conseguían disparar los
proyectiles desde sus hondas. Por lo tanto el nombre de "baleares"
proviene de “bala”, en referencia a la velocidad con la que los
honderos disparaban las piedras como una bala.
Hoy en día no existen los guerreros como tal, pero su legado sigue
vivo en forma de deporte, como el tiro con arco, lanzamiento de
jabalina y otras disciplinas que derivan de prácticas de supervivencia
primitivas. Actualmente se hacen competiciones de lanzamiento de
honda, con participantes procedentes de todas partes del mundo. No
es de extrañar que en estas competiciones los baleares destaquen y
queden entre las primeras posiciones, sólo hay que echar un ojo al
pasado.

Un texto completo.
No los distinguió su fe y su disciplina inquebrantables como a
los legionarios romanos, ni poseían entre sus filas a ávidos
navegantes, como los fenicios. Sin embargo, los honderos
baleares despuntaron en los principales ejércitos europeos
de la antigüedad como verdaderas unidades de élite. Su maña
con la honda, hasta entonces una arma arrojadiza atribuida a
los cabreros sin uso a gran escala, los llevó a batirse el cobre en
contiendas que decidieron la historia y configuraron nuestro
entorno tal y como lo conocemos. Por ello nos acercamos a la
figura de los honderos de las Islas, los primeros
francotiradores de la historia.

Echamos atrás la mirada y retrocedemos en el tiempo unos


2.500 años. Sobre una plataforma rocosa junto a las aguas
removidas, con la lluvia primaveral remojando las cabezas,
una madre se encarama a las ramas retorcidas de una sabina
que otea el mar. Sobre ellas dispone tres cuencos de cerámica
a dos metros del suelo. Se aleja una veintena de pasos y
deposita a los pies de tres niños que aguardan
expectantes una bolsa con piedras macizas, de diversos
calibres. Cantos rodados, recortes de la cantera cercana y
piedras del camino, entre ellas. Los niños son de corta edad,
pero no lo suficiente para lastimarse haciéndolas girar dentro
del pellejo de una honda. Las han trasteado como juguetes
desde bebés, han visto a sus mayores utilizarlas miles de veces,
en prácticas o bien en contienda real; ha llegado su ansiado
turno. Tienen hambre pero son advertidos: nada de
almuerzo hasta que con una piedra de su honda
acierten en el blanco.

Esta historia, que todavía se recuerda en Menorca en nuestros


días, probablemente aúne características míticas con otras
reales sobre el riguroso proceso de enseñanza de los honderos
isleños desde su más tierna infancia. Un método que
explicaría cómo se instruía desde edad temprana a los
niños y por qué, al alcanzar la edad adulta, los grandes
ejércitos de su tiempo se los rifaban. El relato nos traslada a
una realidad que en ocasiones pasa desapercibida: la de las
mujeres honderas, perfectas conocedoras del arte del tiro
con honda e instructoras de las nuevas generaciones en sus
secretos y manejo.

De hecho el nombre de Baleares tiene mucho que ver con


los baleáricos que, desde la época postalayótica, abandonaron
su tierra reclutados para librar las más grandes batallas. Si
antes los griegos utilizaron la palabra Gimnesias para referirse
a las actuales Mallorca y Menorca, tanto cartagineses como
romanos prefirieron la denominación «Baleares» para esas
dos Islas, manteniendo la denominación de Pitiusas en el caso
de Ibiza y Formentera.

En este sentido, el origen del nombre de Baleares es púnico, y


literalmente significa «los maestros del lanzamiento de
piedras». Así los retrató Licofrón de Calcis en su poema
épico Alexandra donde, por si faltaran ingredientes míticos,
los caracterizó como fugitivos de Troya:

Después de navegar como cangrejos en las rocas de Gimnesias


rodeados de mar, arrastraron su existencia cubiertos de pieles
peludas, sin vestidos, descalzos, armados de tres hondas de
doble cordada. Y las madres enseñaban a sus hijos más
pequeños, en ayuno, el arte de tirar; ya que ninguno de ellos
probará el pan con la boca si antes, con piedra precisa, no
acierta un pedazo puesto sobre un palo como blanco.
Cuentan los manuales de historia que fueron los fenicios los
primeros en contar con los honderos baleares entre sus filas.
Los isleños eran guerreros poco usuales, apenas protegidos
con un precario escudo recubierto con piel de cabra y óptimos
para tender emboscadas y hostigar al enemigo.
A media distancia sus certeros lanzamientos provocaban
estragos en la infantería enemiga, y su actuación solía
presagiar la entrada en escena de los arqueros, o bien de
contingentes más pesados. Hay que tener en cuenta, además,
que los honderos utilizaban indistintamente tres
hondas que portaban anudadas al cuerpo, lo que les dotaba
de una versatilidad sin parangón. Mientras algunas servían
para realizar disparos precisos, en objetivos relativamente
pequeños como un torso o una cabeza, otras hondas podían
usarse para propulsar proyectiles considerablemente más
grandes, y dañar por ejemplo los cascos de las embarcaciones.

Se cree que los honderos baleáricos no trabajaban por


dinero, y solo se les podía contentar con el pago en especias.
Por ello probablemente sus líderes fueron bañados en vino y
colmados de todo tipo de manjares y objetos valiosos tras su
participación en la Primera Guerra Púnica, su primera
aportación destacada a la historia militar lejos de las rencillas
tribales dentro mismo de los territorios insulares. Los
historiadores refieren que el apoyo de los honderos
baleáricos al bando de Cartago fue decisivo en la guerra de
Sicilia, que enfrentó a la potencia norteafricana contra las
milicias helénicas, y sirvió de preludio de los conflictos entre
los púnicos y Roma, cuando los hijos de Rómulo y Remo se
abrieron al mar Mediterráneo para exportar su poderío
comercial y militar en todas las direcciones.

Cuando la guerra entre ambas potencias se antojó inevitable y


se desencadenaron las hostilidades, los honderos de Baleares
combatieron como mercenarios en dos de las tres guerras
púnicas -del 264 a.C. al 146 a.C.-. En ese lapso de tiempo
desfilaron y lucharon junto al mítico caudillo cartaginés
Amílcar Barca, padre de Aníbal Barca, defendiendo la
Hispania prerromana y atacaron las naves enemigas en
Ampurias bajo las órdenes del general Asdrúbal.
Posteriormente jugaron un papel destacado en la hazaña de
Aníbal Barca en la batalla de Cannas, que en agosto del
año 216 antes de nuestra era supuso la considerada peor
derrota de Roma hasta la fecha, y uno de los hitos de la
historia militar de todos los tiempos.

En esa época los baleáricos abrían las hostilidades en batalla, y


a su única usanza hacían llover una lluvia de piedras sobre sus
enemigos, ya fueran estos ejércitos helenos o bien legiones
romanas. De hecho, Aníbal los catalogó como guerreros
únicos, irreemplazables, y les otorgó un lugar por derecho
propio en su formación. Ese momento histórico coincide a su
vez con dos hechos relevantes: el reclutamiento forzoso de un
considerable número de honderos baleares por un lado, y por
otro el pacto de no agresión que la isla de Ibossim, la actual
Ibiza fraguó con Roma. Aproximadamente de esa fecha data la
necrópolis púnica de la Pitiusa mayor, formada por unas cinco
mil tumbas, una de las mejor conservadas del mundo, y
reconocida como Patrimonio de la Humanidad.
Pero, ¿por qué tuvieron tanto éxito los honderos baleáricos?,
os preguntaréis algunos. Las razones son básicamente dos: el
mayor alcance y precisión de las hondas sobre los limitados
arcos de la época, y su versatilidad para la lucha cuerpo a
cuerpo, donde hostigaban al enemigo con ataques relámpago y
retrocedían sobre el terreno, provocando el avance
desordenado de los contrincantes y, en muchas ocasiones,
haciéndolos caer en emboscadas.

Esa misma técnica la pusieron en práctica, también, a las


órdenes de Roma cuando la república de Cartago quedó
reducida a polvo y cenizas. Hallamos fuentes históricas que los
sitúan en la guerra contra los líderes de Numidia, antiguo
reino del norte de África, y tras el éxito convertida en
provincia romana como tantas otras bañadas por el Mare
Nostrum. Asimismo, Julio César menciona que los honderos
baleáricos combatieron en la mítica guerra de las Galias,
(en el 56 a.C., aproximadamente) junto a otras tropas de élite
un tanto exóticas, como los jinetes númidas o los arqueros
cretenses. El choque de los baleáricos con los indómitos galos
debió ser antológico, puesto que, según las propias palabras de
César, estos eran célebres por sus escaramuzas, su inteligencia
e impulsividad. Un epílogo a la altura de la leyenda generada
en torno a su figura.

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