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LA SANTA FAZ Y LA EUCARISTÍA

Oh Faz adorable, oculta en la Eucaristía, ten piedad de


nosotros.

¿Está la Santa Faz de Jesús en la Eucaristía? Sor María de


San Pedro, iluminada por la luz de lo alto, contestó a esta
pregunta en la hermosa invocación contenida en nuestras
letanías. Santo Tomás afirma que en este adorable sacramento
Jesús posee la facultad de ver con los ojos de su cuerpo1. Oh
alma mía, estudiemos este misterio.

1er. Punto – COMO LA SANTA FAZ ESTÁ PRESENTE


EN LA EUCARISTÍA

En la santa y divina Eucaristía, Jesús está presente con su


cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad; su cargo cuerpo está
ahí contenido y también su Santa Faz. Es el mismo cuerpo que
fue magullado por nuestros crímenes, el mismo corazón que
fue traspasado sobre la cruz, la misma Santa Faz que fue
cicatrizada en el pretorio, y a la que se le ofreció beber hiel y
vinagre.
Puedo contemplarla a través del velo que la cubre, ahí puedo
adorarla, ciertamente sin dejar de estar acompañada de los
accidentes de tamaño, de forma y de tono(color), pero en
realidad y sustancia. Los ojos divinos de Jesús se encuentran
con los míos, cuando postrado a los pies del tabernáculo,
levanto mis ojos hacia Él y le ruego se compadezca de mi
miseria; sus oídos escuchan mi voz cuando se alza para cantar
sus alabanzas, y si nos fuese permitido escuchar la suya, sería
1
Disp. LIII, Sub. III,3.
realmente de su boca que saldrían las palabras que se dignara
dirigirme.
El piadoso Cardenal Franzelin, atribuye al Salvador, en la
santa Eucaristía, el uso de sus sentidos externos. La Faz de
Jesús está realmente en la Eucaristía. Está oculta bajo los
accidentes del pan y del vino, pero verdaderamente está ahí,
verdaderamente y en substancia.
Adorad, oh alma mía, la bondad de Dios, quien ha querido
dejarnos a perpetuidad, el memorial de su Pasión en este
sacramento.

2do. Punto – COMO MANIFIESTA JESÚS SU SANTA


FAZ EN LA EUCARISTÍA

Cuando el Señor, estaba a punto de dar su Ley a Moisés en


el Sinaí, admitido a su presencia, Moisés le dijo a Él: “Si he
encontrado favor ante tus ojos, mostradme vuestra Faz, para
que os conozca”. Y dijo el Señor: “No puedes ver mi Rostro,
porque el hombre no me puede ver y vivir2“. Es lo mismo en
la Eucaristía.
Jesús tampoco manifiesta la gloria del esplendor de su
Rostro, las especies del pan que velan la divinidad y la santa
humanidad están inanimadas, y Jesús se ha condenado a sí
mismo a no tener externamente tampoco el habla, o
movimiento, o acción. Recibe el homenaje de los buenos, los
insultos de los malvados; permanece en silencio, y parece
insensible.
Y todavía el Salvador manifiesta su santa Faz. Él mira a
nuestra alma, y un rayo de sus ojos basta para derretir el hielo
de nuestro corazón, para conmoverlo, suavizarlo y
2
(Ex. 33, 20)
encenderlo. Él habla a nuestra alma, y nuestra alma escucha
su voz cuando el pecado no le pone obstáculo a ella. Nosotros,
sentimos, en una palabra, la presencia de Jesús, de su corazón,
y de su Faz, y todavía no lo vemos, a Él, “porque ningún
hombre puede ver a Dios y vivir“.
Oh alma mía, escucha en silencio y en soledad, apartada del
mundo, la voz de Jesús. Deja que el fuego de su amor penetre
en las más ocultas profundidades de vuestro corazón; que
salga a menudo el amor y de rienda suelta a todos vuestros
sentimientos delante del más augusto de los sacramentos; para
hablar de corazón a corazón, con el más tierno y devoto de los
amigos, y siempre os llevareis contigo un nuevo aumento de
luz, de fortaleza, de valentía y de amor.
El ser real finito objeto de la Ontología se distribuye en dos
modos fundamentales de ser, llamados predicamentos o
categorías. El primero es el ser en sí, la sustancia; el segundo
es el ser en otro, el accidente.

Ramillete Espiritual
Vere tu est Deus absconditus, Deus salvator. (Is. 45, 15.)
Verdaderamente Tú eres un Dios escondido, el Dios de
Israel, el Salvador.

RETRATO DEL SR. LEÓN PAPIN DUPONT POR EL SR.


HENRI LESERRE.

El Sr. Dupont se encontraba en casa cuando llamé a su casa


de habitación. Se me pidió que esperara un momento, en una
gran habitación de la planta baja. Mientras el sirviente fue a
informar a su maestro de mi visita, mi atención fue
naturalmente atraída por los alrededores. El cuarto estaba
amueblado de forma sencilla, por aquí y por allá colgaban ex-
votos de la pared.
A un lado de una oficina cargada de papeles se encontraba
un escritorio semejante a un aparador de música, que
soportaba un gran volumen, de folio. Inmediatamente
reconocí la Biblia. Pero lo que atrajo de manera especial mi
mirada y mis pensamientos, estaba suspendida por encima de
una tabla de escribir, una entronización de la así denominada
“ Santa Faz “, que reproduce la Faz de Nuestro Señor, a como
fue impreso sobre el velo de Verónica.
Delante de esta Santa Faz ardía una lámpara, o en su lugar
una luz de noche, la suave llama que flotaba sobre el límpido
aceite contenido en el vaso de cristal. Se abrió la puerta, e hizo
su aparición el Sr. Dupont. Él era por entonces un caballero
guapo y alto, alrededor de los sesenta o sesenta y cinco años
de edad. Lleno de vida y de vigor.
Mis ojos se elevaron hacia él con religiosa curiosidad. El
primer aspecto de este hombre cuyas manos habían curado a
tantas personas, y aliviado tanta miseria, tenía una mirada de
austeridad casi rozando la severidad.
Su fisonomía estaba investida de una dignidad augusta que
infundía respeto, y los rasgos principales de su rostro, tenían
una expresión más bien de una rectitud reticente, que causa un
cierto sentimiento de temor que se mezclaba con la veneración
que él inspiraba. Sus ojos eran finos, calmos y poderosos, y a
la vez vivos y agudos; pero si mi memoria no me falla, las
cejas espesas y tupidas que ayudaban a acentuar su expresión.
Una nariz bien formada, más sin embargo larga, una boca de
contorno muy puro y firme, una frente amplia, alta suntuosa y
normalmente moderada, añadida al aspecto de autoridad real
que el hombre mayor poseía.
Este personaje imponente se paró frente a mí. Traté de vencer
mi agitación.
Apenas había empezado a hablarme de cosas espirituales
cuando la expresión rígida de su aspecto cambió
repentinamente, tal como la cara de la naturaleza cambia, y
las frías neblinas de las noches se disipan cuando el sol de
mayo se alza sobre las montañas. La apariencia severa que me
había intimidado desapareció por completo.
El Sr. Dupont habló de la manera más franca, abierta y
generosa posible. Tenía el encanto de la amabilidad de un
anciano y el candor de un niño. Fue sólo con dificultad que
pude percibir la expresión de fuerza magisterial que a
primeras me habían estremecido tanto. Su severidad se había
transformado por completo en gracia.
El pensamiento, y la vida oculta del corazón, que animaron a
levantar esos frunces y aquellos rasgos fuertemente
pronunciados, arrojaron reflexiones de bondad celestial. Fue
como un pensamiento que el alma de San Vicente de Paul
había repentinamente transformado el rostro de un José de
Maistre, como el pensamiento de la misericordia había de
repente aparecido y estaba mostrando su divina benignidad a
través del rostro marmóreo de la justicia. Sí, cuando lo vi
entrar por primera vez en la habitación, viéndole señorial y
dignificado, me dije a mí mismo: “Él es un hombre justo“.
Después me dije: “Él es un santo“.
ORACIÓN DEL SR. DUPONT
Oh, Rostro adorable de mi Jesús, míranos con compasión:
¡Oh, Salvador Jesús! Al ver tu Faz Santísima desfigurada por
el dolor, al ver tu Sagrado Corazón tan lleno de amor, lloro
con San Agustín: Señor Jesús, imprime en mi corazón tus
Sagradas Heridas, para que yo lea al mismo tiempo tu dolor y
tu amor; tu dolor, para sufrir por ti cualquier dolor; ¡Tu amor,
para despreciar de ti todo otro amor!
Oh rostro adorable de mi Jesús, tan misericordiosamente
inclinado al Árbol de la Cruz, en el día de la Pasión, por la
salvación del mundo, incluso hoy, por compasión, inclínate
ante nosotros, pobres pecadores; danos una mirada compasiva
y recibiremos el beso de la paz. Que así sea.

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