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ADORACION EUCARISTICA

MONICION:

Buenas tardes hermanos, comunidad de Goretti…..Al empezar este tiempo de adoración y junto
a la Santísima Virgen María, vemos a Jesús manso y humilde en el Santísimo Sacramento del
Altar como Aquel que sirve, como Aquel, que lo da todo, como Aquel, que se hace «Pan partido»
para darse a todos. Vamos a pedirle a Jesús, Sacerdote Eterno, que derrame su Espíritu sobre
todo su pueblo santo y que nos enseñe a ser serviciales como Él, manso y humilde de corazón.
Señor, aquí estamos en tu presencia, adorándote y alabándote, ayúdanos para que podamos
siempre estar junto a Ti, aumenta en nosotros la fe y danos la perseverancia para no perdernos
por el camino del mal, sino que, crezca en cada uno de nosotros la fe.

CANTO DE ENTRADA

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi
corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero
endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunca! ¡Ahora!, no vaya a ser que el
mañana me falte. ¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo,
Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras,
quiero cuando quieras

Eterno Padre, yo te agradezco porque Tu infinito Amor me ha salvado, aún contra mi propia
voluntad. Gracias, Padre mío, por Tu inmensa paciencia que me ha esperado. Gracias, Dios mío,
por Tu inconmensurable compasión que tuvo piedad de mí. La única recompensa que puedo
darte en retribución de todo lo que me has dado es mi debilidad, mi dolor y mi miseria.

Estoy delante de ti, Espíritu de Amor, que eres fuego inextinguible y quiero permanecer en tu
adorable presencia, quiero reparar mis culpas, renovarme en el fervor de mi consagración y
entregarte mi homenaje de alabanza y adoración.

Jesús bendito, estoy frente a Ti y quiero arrancar a Tu Divino Corazón innumerables gracias para
mí y para todas las almas, para la Santa Iglesia, tus sacerdotes y religiosos. Permite, oh Jesús,
que estas horas sean verdaderamente horas de intimidad, horas de amor en las cuales me sea
dado recibir todas las gracias que Tu Corazón divino me tiene reservadas.

Virgen María, Madre de Dios y Madre mía, me uno a Ti y te suplico me hagas partícipe de los
sentimientos de Tu Corazón Inmaculado.

¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no
esperan y no te aman.

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el


preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos
los Sagrarios del mundo, en reparación de todos los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que
El mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y del Inmaculado
Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores.
ADORACION EUCARISTICA

Te doy gracias, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, porque, aunque soy un siervo
pecador y sin mérito alguno, has querido alimentarme misericordiosamente con el Cuerpo y la
Sangre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Que esta sagrada comunión no vaya a ser para mí ocasión de castigo, sino causa de perdón y
salvación.

Que sea para mí armadura de fe, escudo de buena voluntad; que me libre de todos mis vicios y
me ayude a superar mis pasiones desordenadas; que aumente mi caridad y mi paciencia, mi
obediencia y mi humildad y mi capacidad para hacer el bien.

Que sea defensa inexpugnable contra todos mis enemigos, visibles e invisibles, y guía de todos
mis impulsos y deseos.

Que me una más íntimamente a ti, el único y verdadero Dios, y me conduzca con seguridad al
banquete del cielo, donde tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres luz verdadera, satisfacción
cumplida, gozo perdurable y felicidad perfecta.

Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

CANTO

Por medio del profeta Ezequiel, Dios promete que nuestros corazones de piedra serán
transformados en corazones purificados y naturales (veamos Ezequiel 36:26). Esta promesa se
cumple en Jesús, cuyo corazón perforado es un horno de moldeo de amor eucarístico
derritiendo el residuo coagulado del pecado dentro de nosotros. Dios nos conoce desde el
vientre de nuestra madre (veamos el Salmo 139:13). Y Dios quiere revelarnos los caminos y las
posibilidades que nos conducirán a la paz, la alegría y la felicidad. Jesús es el único camino que
llama a la verdad, que le duele la vida espiritual (Juan 14:6). Al igual que los discípulos en el
Camino a Emaús, partir el pan con Jesús en nuestro peregrinar enciende el Espíritu, poniendo en
nuestros corazones fuego dentro de nosotros. (Lucas 24:13-35). El contacto con Jesús y las
palabras que habla restauran la esperanza, la confianza y la paz despojadas por el pecado. La
verdad es que Dios se deleita en nosotros, y nunca deja de amarnos. Sólo Jesús satisface.
Cuando comulgamos con Jesús incluso una vez que se despierta el hambre espiritual en nosotros
eso no habrá nada que nos pare ni que los mercados en línea nos ofrezcan. Sin embargo, todavía
hay momentos en los que abandonamos nuestro destino espiritual--- incluyendo las veces en
que tratamos de encontrar satisfacción en la riqueza y el consuelo, en los 2 elogios de otros, o en
el inútil intento de controlar y entender todo lo que sucede en la vida. La indiferencia a la
invitación de la amistad con Dios drena nuestro espíritu e ignora los deseos más profundos de
nuestro propio corazón. Nuestra fe inconstante a veces disminuye la luz y la íntima compañía
con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Sólo el amor de Dios, codificado en la Eucaristía, nos
cumplirá. La Muerte y Resurrección de Cristo, prevista en la última cena y representada cada vez
que tomamos el pan y la copa en la Misa, haciendo "esto" en memoria de él, nos ofrece
misericordia, el sorbo de compasión que suaviza nuestro propio y duro desprecio. Nuestra culpa
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y auto aversión se hilan demasiado hacia afuera y se desatan sobre los demás a través del juicio
precipitado, el sarcasmo y la difamación, o simplemente ignorando a las personas que vemos
cuando pasamos por la calle. Nuestra conciencia nos condena fácilmente por ser crueles,
impacientes, orgullosos y posesivos. A pesar de no merecerlo, Jesús todavía anhela venir y
morar "bajo nuestro techo", refrescando y renovando nuestros corazones. El corazón manso y
humilde de Jesús (Mateo 11:29) aligera el yugo ponderado de la auto aversión que hemos tirado
sobre nosotros mismos. Se necesita honestidad, autoconocimiento y coraje para admitir el dolor
de nuestra soledad. La soledad puede ser provocada, o puede ser originada sobre nosotros por
la pandemia u otras experiencias de pérdida o contratiempo. La soledad no es el resultado de
que Dios vuelva su rostro contra nosotros, porque Jesús siempre se dirige hacia nosotros, como
lo atestigua la Eucaristía. En medio de esta situación, la conversión no puede ser un proyecto de
autoayuda, sino que debe dar lugar a la gracia: el amor de Dios que invade nuestros corazones y
mentes, ayudándonos a hacer las paces con nuestra propia vulnerabilidad. Jesús nos impulsa a
volver nuestros rostros para contemplarlo, el hermoso Salvador, a través de los ojos de la fe.
Nos transforma para que tengamos ojos que vean, oídos que oyen la misma llamada “sígueme"
que despertó a Andrés y Pedro, Mateo y María Magdalena, para mirar más allá de sí mismos y
su propio pecado banal. A diferencia de los fariseos, fueron lo suficientemente sabios como para
reconocer su necesidad de sanación y purificación. El monje trapense Erasmo Leiva-Merikakis
observa que "los discípulos son hechos por su propia necesidad". La Eucaristía es el remedio
hecho para las necesidades de sanación de cada persona, porque nadie puede salvarse a sí
misma. ¡Y esto es una buena noticia! El mismo nombre de Jesús indica que ha venido en una
misión de misericordia en nombre de su Padre celestial. El amor de este Padre pródigo lo mueve
a enviarnos a su Hijo, sabiendo el precio que va a pagar. Nos encanta dar lo mejor de nosotros
mismos, porque entonces podemos disfrutar de la luz de nuestra propia excelencia. El sacrificio
y entrega de Jesús en la cruz testifica que prefiere nuestra necesidad, nuestra pobreza espiritual.
Su amplio apetito incluye incluso nuestra contrición por los pecados, una ofrenda de sacrificio
consumida en el crisol de su ardiente amor por nosotros. San Efrén de Siria, uno de los grandes
médicos orientales de la Iglesia, habla a menudo de la Eucaristía como la Medicina de la Vida.
Esta es la política de salud más accesible que podemos imaginar, ya que Jesús mismo ha pagado
la prima por nosotros.

Hermanos tomemos tres minutos para meditar estas palabras, mientras escuchamos música de
fondo, para entrar en nosotros, y reflexionar……….hacia donde he estado yendo……… Esto me a
pedido el Señor…….El, me sigue esperando…..

CANTO

HERMANOS DISPONGAMOS EL ALMA PARA ESCUCHAR CON ATENCION LA LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN EL PROFETA ISAIAS 6,1-13 LA VOCACION DE ISAIAS

Y oí la voz del Señor que decía: « ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?». «Aquí estoy;
envíame a mí», le respondí.

El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las
orlas de su manto llenaban el Templo. Unos serafines estaban de pie por encima de él. Cada uno
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tenía seis alas: con dos se cubrían el rostro, y con dos se cubrían los pies, y con dos volaban Y
uno gritaba hacia el otro:

"¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria volaban.
Los fundamentos de los umbrales temblaron al clamor de su voz, y la Casa se llenó de humo. Yo
dije:"¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de
un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!". Uno de los
serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de
encima del altar. Él le hizo tocar mi boca, y dijo: "Mira: esto ha tocado tus labios tu culpa ha
sido borrada y tu pecado ha sido expiado". Yo oí la voz del Señor que decía: "¿A quién enviaré y
quién irá por nosotros?". Yo respondí: "¡Aquí estoy: envíame!". "Ve, me dijo; tú dirás a este
pueblo: Escuchen, sí, pero sin entender; miren bien, pero sin comprender Embota el corazón de
este pueblo, endurece sus oídos y cierra sus ojos, no sea que vea con sus ojos y oiga con sus
oídos, que su corazón comprenda y que se convierta y sane". Yo dije: "¿Hasta cuándo, Señor?".
Él respondió: "Hasta que las ciudades queden devastadas, sin habitantes, hasta que las casas
estén sin un hombre y el suelo devastado sea una desolación. 12 El Señor alejará a los hombres y
será grande el abandono en medio del país. Y si queda una décima parte, ella, a su vez, será
destruida. Como el terebinto y la encina que, al ser abatidos, conservan su tronco talado, así ese
tronco es una semilla santa".

PALABRA DEL SEÑOR

REFLEXIONEMOS UNOS MOMENTOS EN SILENCIO

CONTINUEMOS…….

Cada diez segundos por lo menos veinte individuos mueren sin Cristo.

Vivimos en un mundo que sea caracterizado por su crisis. Parece que estamos caminando de una
tragedia interminable a otra. Incluso en nuestras comunidades vemos crisis tras crisis. Todas las
clases de abusos tales como físico, sexual, emocional, y drogadicción ocurren diariamente en
nuestras ciudades. Los gritos de nuestra comunidad se han levantado a Dios.

Hace mucho tiempo un profeta hebreo nombrado Isaías recibió una visión de Dios a la vez de
una crisis personal y nacional. En el siglo octavo antes de Cristo era una época de confusión y
cambio. En un momento crítico en la historia de Israel el joven Isaías vio al " Señor sentado
sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo”

Isaías al ver a Dios se dio cuenta de que estaba bajo condición de pecado. Él profeta gritó, "Ay
de mí!; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene
labios inmundos, han visto mis ojos al Rey. Pues al conocer la santidad de Dios y compararla con
nuestra vida podemos caer en un sentido profundo de la condenación personal por el pecado.

Pero la santidad de Dios, nuestro corazón arrepentido por nuestros pecados y el sacramento de
la confesión restauran no nada más nuestro ser y nuestra alma sino también restaura la
esperanza de vivir en un mundo lleno de paz y de justicia, en donde todos nos tratemos como
hermanos.
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Y así, restablecida nuestra esperanza Dios nos invita a hablarles a los demás de Dios, de su amor
y su perdón, para que cada vez sean menos los que mueren sin conocer a Cristo.

MOMENTO DE MEDITACION/CANTO

Dios es el Padre de todos los pueblos y quiere que todos sean reunidos en una familia libre de
división y de lucha. Confiando en su providencia, ponemos nuestra petición por la paz ante él
cuando oremos:/ Todos: Señor, escucha nuestra oración.

 Por todas las personas de buena voluntad, que nunca pierdan la esperanza en crear un
mundo más justo, roguemos al Señor... Todos: Señor, escucha nuestra oración.

 Por nuestra propia comunidad de fe, para que nos esforcemos por imitar el amor de
Jesús por el mundo a través de alimentar al hambriento, dar de beber al sediento, y
apoyar a las personas de nuestra propia comunidad y en todo el mundo que están más
necesitados, roguemos el Señor...

 Por todos en todas partes del mundo que luchan con el hambre físico y el hambre
espiritual, que encuentren alimento para sus cuerpos y almas, roguemos al Señor...

 Por la Iglesia, que la sangre de Cristo derramada por el mundo pueda ser la gracia
purificadora que une a todo el pueblo de Dios en su Iglesia y para el reino, roguemos al
Señor…

 Entremos en un momento de oración en silencio por esas intenciones que tenemos en


nuestros corazones:

Confiando, oh Señor, en tu amorosa misericordia y abundancia de gracia, ofrecemos


estas oraciones con confianza en el nombre de Jesús, tu Hijo, que vive y reina por los
siglos de los siglos. Todos: Amén

CANTO

Así como el Señor habló con Isaías dentro del templo, Él te espera y te invita a que pases un tiempo
con Él a solas, cara a cara, de corazón a corazón. Él quiere dialogar contigo. No temas a abrirle tu
corazón pues Él no busca mirar tu pecado. Muéstrate como quién eres delante de Él, sé sincero y
anímate a preguntarle qué es lo quiere de ti ahora.” no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos
arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra
presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.

También en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que
Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces
polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama
a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita
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escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite
hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos
orienta a la plena felicidad.

Estos tres aspectos —escucha, discernimiento y vida— encuadran también el comienzo de la misión
de Jesús, quien, después de los días de oración y de lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret,
y allí se pone a la escucha de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha
confiado y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» Escuchar

La llamada del Señor —cabe decir— no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o
tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a
nuestra libertad. Así puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y
tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón.

Es necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la vida, prestar
atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la
fe, y mantenerse abiertos a las sorpresas del Espíritu.

Si permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la apatía de quien


desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no podremos descubrir la llamada especial
y personal que Dios ha pensado para nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de
convertirnos en protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con nosotros.

También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra en la
sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su significado,
referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel.

Esta actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el
delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas. Al ruido
exterior, que a veces domina nuestras ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una
dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la
contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a cabo
un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para nosotros.

Como sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf.  Lc 17,21), y sólo
podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta Elías, sabemos entrar en las
profundidades de nuestro espíritu, dejando que se abra al imperceptible soplo de la brisa divina

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