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Introducción
(…)
El vestido es hábito y costumbre: es el primer espacio —la forma más inmediata— que se
habita, y es el factor que condiciona más directamente al cuerpo en la postura, la gestualidad
y la comunicación e interpretación de las sensaciones y el movimiento. Así, el vestido regula
los modos de vinculación entre el cuerpo y el entorno. Media entre el cuerpo y el contexto.
Es el borde de lo público y lo privado a escala individual. Hacia adentro funciona como
interioridad, textura íntima, y hacia afuera, como modo de exterioridad y aspecto, deviene
textualidad.
Si bien todas las disciplinas giran en torno al cuerpo, en el caso de la indumentaria el cuerpo
resulta ser la estructura-base del objeto que se proyecta. Dado que la ropa no es
“autoportante”, sino que toma forma a partir de un cuerpo-usuario, cuerpo y vestimenta
establecen una relación dialéctica que hace que ambos modifiquen su estatus constantemente.
Así, el cuerpo contextualiza la vestimenta y la vestimenta contextualiza al cuerpo, en un
continuo que dota a ambos de fisonomía y sentidos nuevos.
En su calidad de objeto social, el vestido se convierte entonces en signo de los atributos del
sujeto. De este modo, la indumentaria se suma a la unidad que establecen todos los aspectos
expresivos de la imagen, revelando datos clave acerca de la identidad, los gustos, los valores,
el rol en la sociedad, los grupos de pertenencia, el grado de aceptación o rechazo de lo
establecido, la sensibilidad, la personalidad de un individuo. En la ropa se entrelazan los
aspectos privados y públicos de la vida cotidiana, las convenciones sociales y culturales y el
modo en que cada sujeto se posiciona en ese contexto.
(…)
Fuente: Saltzman, A. (2004). El cuerpo diseñado. Buenos Aires; México: Paidós, pp. 9-11.