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manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los
cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. […]
Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana
está principalmente inclinada.
Tomás de Aquino1
Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o
también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia
cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano y a san Gregorio
Magno (Mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros
pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria,
la gula, la pereza.
Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 1866,
artículo 8, «El pecado» (V: La proliferación del pecado).2
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Pecados capitales[editar]
Lujuria[editar]
Detalle de la lujuria, en el cuadro El jardín de las delicias, de Hieronymus Bosch.
En esta tabla aparecen todo tipo de placeres carnales, que Bosch consideraba
pecaminosos.
Artículo principal: Lujuria
La lujuria (en latín, luxus, ‘abundancia’, ‘exuberancia’) es usualmente
considerada como el pecado producido por los pensamientos
excesivos de naturaleza sexual, o un deseo sexual desordenado e
incontrolable.
En la actualidad se considera lujuria a la compulsión sexual o adicción
a las relaciones sexuales. También entran en esta categoría el
adulterio y la violación.
A lo largo de la historia, diversas religiones han condenado o
desalentado en mayor medida o menor medida la lujuria.
Dante Alighieri consideraba que lujuria era el amor hacia cualquier
persona, lo que pondría a Dios en segundo lugar. Según otro
autor[cita requerida] la lujuria son los pensamientos posesivos sobre otra
persona.
Por otra parte, el Diccionario de la Real Academia Española de la
Lengua (DRAE, XXII edición, 2012) define el significado y uso
apropiado de la palabra «lujuria» de dos maneras: Como un «Vicio
consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites
carnales». O como el «Exceso o demasía en algunas cosas». De tal
manera que es prudente considerar, además, que la lujuria inicia
donde ha terminado la temperancia.
Gula[editar]
Artículo principal: Gula
La gula representada por Pieter Brueghel en su obra Los siete pecados mortales o
los siete vicios.
Actualmente la gula (en latín, gula) se identifica con la glotonería, el
consumo excesivo de comida y bebida. En cambio en el pasado
cualquier forma de exceso podía caer bajo la definición de este
pecado. Marcado por el consumo excesivo de manera irracional o
innecesaria, la gula también incluye ciertas formas de comportamiento
destructivo. De esta manera el abuso de sustancias o las borracheras
pueden ser vistos como ejemplos de gula. En La Divina Comedia de
Alighieri, los penitentes en el Purgatorio eran obligados a pararse entre
dos árboles, incapaces de alcanzar y comer las frutas que colgaban de
las ramas de estos y por consecuencia se les describía como
personas hambrientas.
Avaricia[editar]
Artículo principal: Avaricia
Arte y literatura[editar]
El poeta hispanolatino Aurelio Prudencio (348-410) ya utilizó
personificaciones alegóricas de los vicios y virtudes en combate en su
poema Psychomachia. Muchos sermones se inspiraron en los
pecados capitales durante la Edad Media, así como no pocos poemas
alegóricos. En el siglo XIV pueden encontrarse en el Libro de Buen
Amor de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita (1284-1351) y, también,
dentro del Rimado de Palacio del canciller de Castilla Pero López de
Ayala, en forma de exposición previa o examen de conciencia de la
confesión católica de los mismos. Ya en el siglo XV, la Mesa de los
pecados capitales (1485, pintura al óleo sobre tabla), del pintor
Hieronymus Bosch, refleja una consolidada iconografía de los mismos.
Pecados Capitales
1.La Soberbia.
La vanagloria, la Jactancia, La altanería:
2.Pereza.
3. La Lujuria.
Malos Pensamientos.
Actos Impuros
3. La Avaricia.
5. La Gula.
6. La Ira.
Malos Pensamientos.
Actos Impuros
7. La Envidia
Pecados Capitales
1. La Soberbia.
Es el principal de los pecados capitales. Es la cabeza de “todos” los restantes
pecados. Recordemos que por esta falta, según la teología cristiana, el hombre
fue expulsado del jardín del paraíso. En general es definida como “amor
desordenado de sí mismo”. De la soberbia se desprenden las siguientes faltas
menores:
La vanagloria: es la complacencia que uno siente de sí mismo a causa de las
ventajas que uno tiene y se jacta de poseer por sobre los demás. Así mismo, consiste
en la elaborada ostentación de todo lo que pueda conquistarnos el aprecio y la
consideración de los demás.
La Jactancia: falta de los que se esmeran en alabarse a sí mismos para hacer
valer vistosamente su superioridad y sus buenas obras.
El Fausto: consiste en querer elevarse por sobre los demás en dignidad
exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en los bienes personales; llegando más
allá de lo que permiten sus posibilidades económicas.
La altanería: Se manifiesta por el modo imperioso con el que se trata al prójimo,
hablándole con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y mirándolo con aire
desdeñoso.
La ambición: Deseo desordenado de elevarse en honores y dignidades como
cargos o título, sólo considerando los beneficios que les son anexos, como la fama y
el reconocimiento
La hipocresía: simulación de la virtud y la honradez con el fin de ocultar los
vicios propios o aparentar virtudes que no se tienen.
La presunción: consiste en confiar demasiado en sí mismo, en sus propias
luces, en persuadirse a uno mismo que es capaz de efectuar mejor que cualquier otro
ciertas funciones, ciertos empleos que sobrepasan sus fuerzas o sus capacidades.
Esta falta es muy común porque son rarísimos los que no se dejan engañar por su
amor propio, los que se esfuerzan en conocerse a sí mismos para formar un recto
juicio sobre sus capacidades y aptitudes.
La pertinacia: consiste en mantenerse adherido al propio juicio, no obstante el
conocimiento de la verdad o mayor probabilidad de las observaciones de los que no
piensan como el sujeto en cuestión.
El remedio radical contra la soberbia es la humildad. “Dios abate a los soberbios y eleva a
los humildes (Luc. 14)
2. La Acidia (Pereza).
Es el más “metafísico” de los Pecados Capitales. Sentimos desgano de las cosas a las
que estamos obligados. Son efectos de la pereza:
Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el espíritu abatido no se atreve a
poner manos a la obra y se abandona a la inacción.
La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a las comodidades y a los
placeres.
La acidia se identifica con el “aburrimiento”. Al “aburrimiento” que sentimos frente a la
existencia toda, frente al hecho de existir y de todo lo que esto implica. La vida nos exige
trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni gratuito ni fácil.
Cuando no somos capaces de asumir este costo (este trabajo) y desconocemos aquello
que debemos “hacer” en la existencia, la vida humana se transforma en un vacío que me
causa “horror”; se transforma en un vacío que me angustia y del cual escapamos
constantemente casi sin darnos cuenta. De hecho ‘aburrimiento’ significa originariamente
“ab horreo” (horror al vacío). Decíamos que la acidia es el más metafísico de los pecados
capitales porque implica no asumir los costos de la existencia, de escapar
constantemente de hacer lo que se debe.
3. La Lujuria.
Tradicionalmente se ha entendido la lujuria como “appetitus inorditatus delectationis
venerae” es decir como un apetito desordenado de los placeres eróticos. La fornicación, el
estupro, el incesto, el adulterio, la sodomía y la bestialidad. La lujuria sería siempre un
“pecado mortal” pues involucra directamente la utilización del otro, del prójimo, como un
medio y un objeto para la satisfacción de los placeres sexuales.
El pecado de la lujuria no considera al otro como una “persona” válida y valiosa en sí
misma. El otro pasa a ser un objeto una cosa que satisface la más fuerte de las
satisfacciones corporales, el placer sexual. Se convierte en una acción vacía, sin sentido,
que de alguna manera nadifica al hombre.
4. La Avaricia.
El crimen de la avaricia no lo constituyen las riquezas o su posesión, sino el apego
inmoderado a ellas; “esa pasión ardiente de adquirir o conservar lo que se posee, que no
se detiene ante los medios injustos; esa economía sórdida que guarda los tesoros sin
hacer uso de ellos aun para las causas más legítimas; todo se refiere a la plata, y no
parece que se vive para otra cosa que para adquirirla.”
La avaricia es directamente contraria a la caridad en cuanto es un “no dar”, más aun en
privar a otros de sus bienes para tener más que retener. Para satisfacer, mediante la
acumulación de riquezas, el principio del amor a sí mismo. Son “hijos” o faltas menores de
la avaricia: el fraude, el dolo, el perjurio, el robo y el hurto, la tacañería, la usura, etc.
5. La Gula.
Uso inmoderado de los alimentos necesarios para la vida. Comer y beber hasta saciarse
por ese solo deleite que se experimenta. Cuando se bebe o se come en perjuicio de la
salud de la persona; cuando se come con extrema voracidad o avidez a manera de las
bestias. La gula se transforma en pecado en los siguientes casos:
Cuando se provoca voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la
comida.
Cuando se auto infiere grabe daño a la salud o sufrimiento a si mismo y a los
que lo rodean.
6. La Ira.
Apetito desordenado de venganza, que se excita en nosotros por alguna ofensa real o
supuesta. Si el apetito de venganza es desordenado o contrario a la razón, cuando se
desea el castigo al que no lo merece, o si se le desea mayor al merecido, o que se le
infrinja sin observar el orden legítimo, o sin proponerse el fin debido que es la
conservación de la justicia y la corrección del culpable. De esta manera la ira se convierte
en pecado gravísimo porque vulnera la caridad y la justicia. Son hijos de la Ira: el
maquiavelismo, la indignación, la contumelia, la blasfemia y la riña.
La violencia, entendida como el uso de la fuerza, si es desmedida, es claramente
una anulación del otro. En el asesinato, por ejemplo, que no corresponde a la
legítima defensa, se pretende evidentemente la nadificación del otro. En el
leguaje, mediante la ofensa o el improperio, encontramos también el deseo de
perjuicio e incluso de nulidad del otro.
La ira se convierte en pecado gravísimo cuando nuestro instinto de destrucción
sobrepasa toda moderación racional y, desbordando todo límite dictado por una justa
sentencia, se desea sólo la inexistencia del prójimo.
7. La Envidia
Desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este
bien se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria:
Nos incomoda y angustia a tal grado el bien o los bienes materiales del otro, que
deseamos verlo privado de aquellos bienes que legítimamente a conseguido y al que,
nosotros, por nuestra impotencia, no hemos logrado conseguir. De esta manera, nos
puede conducir a procurar, por todos los medios, a efectivamente quitarle esos bienes o
de hacer ver, con el uso del chisme, que aquel no debería poseer lo que posee. La
mentira, la traición, la intriga, el oportunismo entre otras faltas se desprenden frente al
bien ajeno y a nuestra propia incapacidad de acceder a tales bienes.
La Mesa de los pecados capitales es una de las obras del pintor holandés
Hieronymus Bosch, El Bosco. Los siete pecados capitales se representan
con originalidad, con un realismo impecable. CAVE CAVE DEUS VIDET
("Cuidado, cuidado, el Señor lo ve"). Es una referencia clara a la idea de
que Dios lo ve todo.
Ira, Soberbia, Lujuria, Pereza, Gula, Avaricia y Envidia.