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Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de

manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los
cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. […]
Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana
está principalmente inclinada.
Tomás de Aquino1
Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o
también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia
cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano y a san Gregorio
Magno (Mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros
pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria,
la gula, la pereza.
Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 1866,
artículo 8, «El pecado» (V: La proliferación del pecado).2

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Lista de los pecados capitales[editar]


La identificación y definición de los pecados capitales a través de su
historia ha sido un proceso fluido y ―como es común con muchos
aspectos de la religión― con el tiempo ha evolucionado la idea de lo
que envuelve cada uno de estos pecados. Ha contribuido a estas
variaciones el hecho de que no se hace referencia a ellos de una
manera coherente o codificada en la Biblia y por tanto se han
consultado otros trabajos tradicionales (literarios o eclesiásticos) para
conseguir definiciones precisas de los pecados capitales.
Al principio del cristianismo, todos los escritores religiosos ―Cipriano
de Cartago, Juan Casiano, Columbano de Luxeuil, Alcuino de York―
enumeraban ocho pecados capitales.
El número siete fue dado por el papa Gregorio Magno y se mantuvo
por la mayoría de los teólogos de la Edad Media.
Ocho pecados capitales[editar]
Se sabe que el santo africano Cipriano de Cartago (f. 258) ―en De
Mort. (IV)― escribió acerca de ocho pecados principales.
El monje Evagrio Póntico (345-399) escribió en griego Sobre los ocho
vicios malvados, una lista de ocho vicios o pasiones malvadas
(logismoi en griego) fuentes de toda palabra, pensamiento o acto
impropio, contra los que sus compañeros monjes debían guardarse en
especial. Dividió los ocho vicios en dos categorías: 3
• Cuatro vicios hacia el deseo de posesión:
• gula y ebriedad (Γαστριμαργία, gastrimargia: "gula y ebriedad").
• avaricia (Φιλαργυρία, philarguria: "amor hacia el oro").
• lujuria (Πορνεία, porneia, lujuria, "amor a la carne")
• vanagloria (Κενοδοξία, kenodoxia, "vanagloria, vanidad,
egolatría")
• Cuatro vicios irascibles, que ―al contrario que los concupiscibles―,
no son deseos sino carencias, privaciones, frustraciones.
• ira (Ὀργή, orgè: cólera irreflexiva, crueldad, violencia).
• pereza (Ἀκηδία, acedia: depresión profunda, desesperanza).
• tristeza (Λύπη, Lúpê, tristeza)
• orgullo (Ὑπερηφανία, uperèphania), orgullo, soberbia.
En el siglo V, san Juan Casiano (ca. 360-435) ―en su De institutis
coenobiorum (V, coll. 5, «de octo principalibus vitiis»)― actualizó y
difundió la lista de Evagrio.
• gula y ebriedad (que Casiano dejó en griego gastrimargia, porque no
encontró una palabra acomodada en latín que significara
simultáneamente gula y ebriedad);
• avaricia (philarguria: ‘amor hacia el oro’).
• lujuria (fornicatio)
• vanagloria (cenodoxia)
• ira (ira: cólera irreflexiva, crueldad, violencia).
• pereza (acedia: depresión profunda, desesperanza).
• soberbia (superbia)
• tristeza (Λύπη, Lúpê, tristeza)
Columbano de Lexehuil (540-615) ―en su Instructio de octo vitiis
principalibus en Bibl. max. vet. patr. (XII, 23)― y Alcuino de York (735-
804) ―en su De virtut. et vitiis, XXVII y siguientes)― continuaron la
idea de ocho pecados capitales.
Siete pecados capitales[editar]
En el siglo VI, el papa romano san Gregorio Magno (circa 540-604)
―en su Lib. mor. en Job (XXXI, XVII)― revisó los trabajos de Evagrio
y Casiano para confeccionar una lista propia definitiva con distinto
orden y reduciendo los vicios a siete (consideró que la tristeza era una
forma de pereza).
1. Lujuria
2. Pereza
3. Gula
4. Ira
5. Envidia
6. Avaricia
7. Soberbia
San Buenaventura de Fidanza (1218-1274) enumeró los mismos.4
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) respetó esa misma lista, con otro
orden:5
• vanagloria (soberbia).
• avaricia
• glotonería
• lujuria
• pereza
• envidia
• ira.
El poeta Dante Alighieri (1265-1321) utilizó el mismo orden del papa
Gregorio Magno en «El Purgatorio», la segunda parte del poema La
Divina Comedia (c. 1308-1321). La teología de La Divina Comedia,
casi ha sido la mejor fuente conocida desde el Renacimiento (siglos
XV y XVI).
Muchas interpretaciones y versiones posteriores, especialmente
derivaciones conservadoras del protestantismo y del movimiento
cristiano pentecostal han postulado temibles consecuencias para
aquellos que cometan estos pecados como un tormento eterno en el
infierno, en vez de la posible absolución a través de la penitencia en el
purgatorio.

Pecados capitales[editar]
Lujuria[editar]
Detalle de la lujuria, en el cuadro El jardín de las delicias, de Hieronymus Bosch.
En esta tabla aparecen todo tipo de placeres carnales, que Bosch consideraba
pecaminosos.
Artículo principal: Lujuria
La lujuria (en latín, luxus, ‘abundancia’, ‘exuberancia’) es usualmente
considerada como el pecado producido por los pensamientos
excesivos de naturaleza sexual, o un deseo sexual desordenado e
incontrolable.
En la actualidad se considera lujuria a la compulsión sexual o adicción
a las relaciones sexuales. También entran en esta categoría el
adulterio y la violación.
A lo largo de la historia, diversas religiones han condenado o
desalentado en mayor medida o menor medida la lujuria.
Dante Alighieri consideraba que lujuria era el amor hacia cualquier
persona, lo que pondría a Dios en segundo lugar. Según otro
autor[cita requerida] la lujuria son los pensamientos posesivos sobre otra
persona.
Por otra parte, el Diccionario de la Real Academia Española de la
Lengua (DRAE, XXII edición, 2012) define el significado y uso
apropiado de la palabra «lujuria» de dos maneras: Como un «Vicio
consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites
carnales». O como el «Exceso o demasía en algunas cosas». De tal
manera que es prudente considerar, además, que la lujuria inicia
donde ha terminado la temperancia.
Gula[editar]
Artículo principal: Gula

La gula representada por Pieter Brueghel en su obra Los siete pecados mortales o
los siete vicios.
Actualmente la gula (en latín, gula) se identifica con la glotonería, el
consumo excesivo de comida y bebida. En cambio en el pasado
cualquier forma de exceso podía caer bajo la definición de este
pecado. Marcado por el consumo excesivo de manera irracional o
innecesaria, la gula también incluye ciertas formas de comportamiento
destructivo. De esta manera el abuso de sustancias o las borracheras
pueden ser vistos como ejemplos de gula. En La Divina Comedia de
Alighieri, los penitentes en el Purgatorio eran obligados a pararse entre
dos árboles, incapaces de alcanzar y comer las frutas que colgaban de
las ramas de estos y por consecuencia se les describía como
personas hambrientas.
Avaricia[editar]
Artículo principal: Avaricia

Avaricia representada por Pieter Brueghel


La avaricia (en latín, avaritia) es —como la lujuria y la gula—, un
pecado de exceso. Sin embargo, la avaricia (vista por la Iglesia) aplica
sólo a la adquisición de riquezas en particular. Santo Tomás de Aquino
escribió que la avaricia es «un pecado contra Dios, al igual que todos
los pecados mortales, en lo que el hombre condena las cosas eternas
por las cosas temporales». En el Purgatorio de Dante, los penitentes
eran obligados a arrodillarse en una piedra y recitar los ejemplos de
avaricia y sus virtudes opuestas. «Avaricia» es un término que
describe muchos otros ejemplos de pecados. Estos incluyen
deslealtad, traición deliberada, especialmente para el beneficio
personal, como en el caso de dejarse sobornar. Búsqueda y
acumulación de objetos, robo y asalto, especialmente con violencia,
los engaños o la manipulación de la autoridad son todas acciones que
pueden ser inspiradas por la avaricia. Tales actos pueden incluir la
simonía.
Pereza[editar]
Artículo principal: Pereza

Pereza por Jacob Matham


La pereza (en latín, acidia) es el más «metafísico» de los pecados
capitales, en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y
hacerse cargo de la existencia de uno mismo. Es también el que más
problemas causa en su denominación. La simple «pereza», más aún
el «ocio», no parecen constituir una falta. Hemos preferido, por esto, el
concepto de «acidia» o «acedía». Tomado en sentido propio es una
«tristeza de ánimo» que aparta al creyente de las obligaciones
espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en
ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se
entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la
eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas,
la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno,
los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales
cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y
disgusto por ellas, es pecado capital. Tomada en sentido estricto es
pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos
debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta
manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la
voluntad, nos entristecemos o sentimos desgana6 de las cosas a las
que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la
privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado
grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de
nosotros mismos.
Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que
hace olvidar el bien necesario e indispensable a la salud eterna,
descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a
hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados
impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.
Ira[editar]

Ira (enojo). Miniatura de Tacuinum sanitatis


Artículo principal: Ira
La ira (en latín, ira) puede ser descrita como un sentimiento no
ordenado, ni controlado, de odio y enfado. Estos sentimientos se
pueden manifestar como una negación vehemente de la verdad, tanto
hacia los demás y hacia uno mismo, impaciencia con los
procedimientos de la ley y el deseo de venganza fuera del trabajo del
sistema judicial (llevando a hacer justicia por sus propias manos),
fanatismo en creencias políticas y religiosas, generalmente deseando
hacer mal a otros. Una definición moderna también incluiría odio e
intolerancia hacia otros por razones como raza o religión, llevando a la
discriminación. Las transgresiones derivadas de la ira están entre las
más serias, incluyendo homicidio, asalto, discriminación y en casos
extremos, genocidio.
La ira es el único pecado que no necesariamente se relaciona con el
egoísmo y el interés personal (aunque uno puede tener ira por
egoísmo). Dante describe a la ira como «amor por la justicia pervertido
a venganza y resentimiento».
Envidia[editar]
Envidia representada por Jacques Callot
Artículo principal: Envidia
Véase también: Schadenfreude
Como la avaricia, la envidia (en latín, invidia) se caracteriza por un
deseo insaciable, sin embargo, difieren por dos grandes razones:
Primero, la avaricia está más asociada con bienes materiales, mientras
que la envidia puede ser más general; segundo, aquellos que cometen
el pecado de la envidia desean algo que alguien más tiene, y que
perciben que a ellos les hace falta, y por consiguiente desean el mal al
prójimo, y se sienten bien con el mal ajeno.
La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.
Francisco de Quevedo
Dante Alighieri define esto como «amor por los propios bienes
pervertido al deseo de privar a otros de los suyos». En el purgatorio de
Dante, el castigo para los envidiosos era el de cerrar sus ojos y
coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros caer.
Soberbia[editar]
Todo es vanidad por Charles Allan Gilbert (1873-1929).
Artículo principal: Soberbia
En casi todas las listas de pecados, la soberbia (en latín, superbia) es
considerado el original y más serio de los pecados capitales, y de
hecho, es la principal fuente de la que derivan los otros. Es identificado
como un deseo por ser más importante o atractivo que los demás,
fallando en halagar a los otros.
En El paraíso perdido de John Milton, dice que este pecado es
cometido por Lucifer al querer ser igual que Dios.
Genéricamente se define como la sobrevaloración del Yo respecto de
otros por superar, alcanzar o superponerse a un obstáculo, situación o
bien en alcanzar un estatus elevado e infravalorar al contexto.
También se puede definir la soberbia como la creencia de que todo lo
que uno hace o dice es superior, y que se es capaz de superar todo lo
que digan o hagan los demás. También se puede tomar la soberbia
como la confianza exclusiva en las cosas vanas y vacías (vanidad) y
en la opinión de uno mismo exaltada a un nivel crítico y desmesurado
(prepotencia).
Soberbia (del latín superbia) y orgullo (del francés orgueil), son
propiamente sinónimos aun cuando coloquialmente se les atribuye
connotaciones particulares cuyos matices las diferencian. Otros
sinónimos son: altivez, arrogancia, vanidad, etc. Como antónimos
tenemos: humildad, modestia, sencillez, etc. El principal matiz que las
distingue está en que el orgullo es disimulable, e incluso apreciado,
cuando surge de causas nobles o virtudes, mientras que a la soberbia
se la concreta con el deseo de ser preferido a otros, basándose en la
satisfacción de la propia vanidad, del Yo o ego. Por ejemplo, una
persona Soberbia jamás se "rebajaría" a pedir perdón, o ayuda, etc.
Existen muchos tipos de soberbia, como la vanagloria o cenodoxia,
también denominada en las traducciones de la Biblia como vanidad,
que consiste en el engreimiento de gloriarse de bienes materiales o
espirituales que se poseen o creen poseer, deseando ser visto,
considerado, admirado, estimado, honrado, alabado e incluso
halagado por los demás hombres, cuando la consideración y la gloria
que se buscan son humanas exclusivamente. La cenodoxia engendra
además otros pecados, como la filargiria o amor al dinero (codicia) y la
filargía o amor al poder.

Arte y literatura[editar]
El poeta hispanolatino Aurelio Prudencio (348-410) ya utilizó
personificaciones alegóricas de los vicios y virtudes en combate en su
poema Psychomachia. Muchos sermones se inspiraron en los
pecados capitales durante la Edad Media, así como no pocos poemas
alegóricos. En el siglo XIV pueden encontrarse en el Libro de Buen
Amor de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita (1284-1351) y, también,
dentro del Rimado de Palacio del canciller de Castilla Pero López de
Ayala, en forma de exposición previa o examen de conciencia de la
confesión católica de los mismos. Ya en el siglo XV, la Mesa de los
pecados capitales (1485, pintura al óleo sobre tabla), del pintor
Hieronymus Bosch, refleja una consolidada iconografía de los mismos.

Posteriormente, el género literario teatral del auto sacramental (siglos


XVI, XVII y primera mitad del siglo XVIII) llevado a su perfección por
Pedro Calderón de la Barca, testimonia la popularidad de estas
alegorías hasta pasada la mitad del siglo XVIII, cuando se prohibió en
España representar este tipo de piezas teatrales (1765).

Yo soy la Sombra.A través de la ciudad doliente, huyo.A través de


la desdicha eterna, me fugo.Por la orilla del río Arno, avanzo con
dificultad, casi sin alien-
to... tuerzo a la izquierda por la via dei Castellani y enfilo hacia el
norte, escondido bajo las sombras de los Uffizi.
Pero siguen detrás de mí.
Sus pasos se oyen cada vez más fuertes, me persiguen con im-
placable determinación.
Hace años que me acosan. Su persistencia me ha mantenido en la
clandestinidad..., obligándome a vivir en un purgatorio..., a tra- bajar
bajo tierra cual monstruo ctónico.
Yo soy la Sombra.
Ahora, en la superficie, levanto la vista hacia el norte, pero soy
incapaz de encontrar un camino que me lleve directo a la salva-
ción..., pues los Apeninos me impiden ver las primeras luces del
amanecer.
Paso por detrás del palazzo con su torre almenada y su reloj con una
sola aguja...; me abro paso entre los primeros vendedores de la
piazza di San Firenze, con sus roncas voces y su aliento a lampre-
dotto y a aceitunas al horno. Tras pasar por delante del Bargello, me
dirijo hacia el oeste en dirección a la torre de la Badia y llego a la
verja de hierro que hay en la base de la escalera.
Aquí ya no hay lugar para las dudas.
Abro la puerta y me adentro en el corredor a partir del cual —lo sé
— ya no hay vuelta atrás. Obligo a mis pesadas piernas a subir la
estrecha escalera... cuya espiral asciende en suaves escalones de
mármol, gastados y llenos de hoyos.
Las voces resuenan en los pisos inferiores. Implorantes. Siguen
detrás de mí, implacables, cada vez más cerca.No comprenden lo
que va a tener lugar... ¡Ni lo que he hecho por
ellos!¡Tierra ingrata!Mientras voy subiendo, acuden a mi mente las
visiones..., los
cuerpos lujuriosos retorciéndose bajo la tempestad, las almas glo-
tonas flotando en excrementos, los villanos traidores congelados en
la helada garra de Satán.
Asciendo los últimos escalones y llego a lo alto. Tambaleándo- me y
medio muerto, salgo al aire húmedo de la mañana. Corro hacia la
muralla, que me llega a la altura de la cabeza, y miro por sus
aberturas. Abajo veo la bienaventurada ciudad que he conver- tido
en mi santuario frente a aquellos que me han exiliado.
Las voces gritan, están cada vez más cerca.—¡Lo que has hecho es
una locura!La locura engendra locura.—¡Por el amor de Dios! —
exclaman—, ¡dinos dónde lo has
escondido!Precisamente por el amor de Dios, no lo haré.Estoy
acorralado, tengo la espalda pegada a la fría piedra. Mi-
ran en lo más hondo de mis ojos verdes y sus expresiones se oscu-
recen. Ya no son aduladoras, sino amenazantes.
—Sabes que tenemos nuestros métodos. Podemos obligarte a que
nos digas dónde está.
Por eso he ascendido a medio camino del cielo.
De repente me doy la vuelta, extiendo los brazos y me encara- mo a
la cornisa alta con los dedos, y me alzo sobre ella primero de

rodillas y finalmente de pie, inestable ante el precipicio. Guíame,


querido Virgilio, a través del vacío.
Sin dar crédito, corren hacia mí e intentan agarrarme de los pies,
pero temen que pierda el equilibrio y me caiga. Ahora supli- can con
desesperación contenida, pero les he dado la espalda. Sé lo que debo
hacer.
A mis pies, vertiginosamente lejos, los tejados rojos se extien- den
como un mar de fuego... iluminando la tierra por la que anta- ño
deambulaban los gigantes: Giotto, Donatello, Brunelleschi, Mi- guel
Ángel, Botticelli.
Acerco los pies al borde.—¡Baja! —gritan—. ¡No es demasiado
tarde!¡Oh, ignorantes obstinados! ¿Es que no veis el futuro? ¿No
com-
prendéis el esplendor de mi creación?, ¿su necesidad?
Con gusto haré este sacrificio final..., y con él extinguiré vues- tra
última esperanza de encontrar lo que buscáis.
Nunca lo encontraréis a tiempo.
A cientos de metros bajo mis pies, la piazza adoquinada me atrae
como un plácido oasis. Me gustaría disponer de más tiem- po..., pero
ése es el único bien que ni siquiera mi vasta fortuna puede
conseguir.
En estos últimos segundos distingo en la piazza una mirada que me
sobresalta.
Veo tu rostro.
Me miras desde las sombras. Tus ojos están tristes y, sin embar- go,
en ellos también advierto admiración por lo que he logrado.
Comprendes que no tengo alternativa. Por amor a la humanidad,
debo proteger mi obra maestra.
Que incluso ahora sigue creciendo..., a la espera..., bajo las aguas
teñidas de rojo sangre de la laguna que no refleja las estrellas.
Finalmente, levanto la mirada y contemplo el horizonte. Por encima
de este atribulado mundo hago mi última súplica.
Querido Dios, rezo para que el mundo recuerde mi nombre, no

como el de un pecador monstruoso, sino como el del glorioso


salvador que sabes que en verdad soy. Rezo para que la humanidad
compren- da el legado que dejo tras de mí.
Mi legado es el futuro.Mi legado es la salvación.Mi legado es el
Inferno.Tras lo cual, musito mi amén... y doy mi último paso hacia
el
abismo.

Pecados Capitales
1.La Soberbia.
     La vanagloria, la Jactancia, La altanería:
2.Pereza.

3. La Lujuria.

Malos Pensamientos.
Actos Impuros

3. La Avaricia.

5.      La Gula.

6. La Ira.
Malos Pensamientos.
Actos Impuros

7.      La Envidia

OIR MISA ENTERA LOS DOMINGOS


) CONFESAR LOS PECADOS MORTALES, CUANDO MENOS UNA VEZ
AL AÑO, EN PELIGRO DE MUERTE Y SI SE VA A COMULGAR
3) COMULGAR POR PASCUA DE RESURRECCIÓN
4) AYUNAR CUANDO LO MANDA
LA SANTA MADRE IGLESIA
5) AYUDAR A LA IGLESIA EN SUS
NECESIDADES MATERIALES
6) NO REZAR EL SANTO ROSARIO Y ORACIONES DIARIAS

Pecados Capitales
 
1.      La Soberbia.
 
Es el principal de los pecados capitales. Es la cabeza de “todos” los restantes
pecados. Recordemos que por esta falta, según la teología cristiana, el hombre
fue expulsado del jardín del paraíso. En general es definida como “amor
desordenado de sí mismo”. De la soberbia se desprenden las siguientes faltas
menores:
 
          La vanagloria: es la complacencia que uno siente de sí mismo a causa de las
ventajas que uno tiene y se jacta de poseer por sobre los demás. Así mismo, consiste
en la elaborada ostentación  de todo lo que pueda conquistarnos el aprecio y la
consideración de los demás.
          La Jactancia: falta de los que se esmeran en alabarse a sí mismos para hacer
valer vistosamente su superioridad y sus buenas obras.
          El Fausto: consiste en querer elevarse por sobre los demás en dignidad
exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en los bienes personales; llegando más
allá de lo que permiten sus posibilidades económicas.
          La altanería: Se manifiesta por el modo imperioso con el que se trata al prójimo,
hablándole con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y mirándolo con aire
desdeñoso.
           La ambición: Deseo desordenado de elevarse en honores y dignidades como
cargos o título, sólo considerando los beneficios que les son anexos, como la fama y
el reconocimiento
          La hipocresía: simulación de la virtud y la honradez con el fin de ocultar los
vicios propios o aparentar virtudes que no se tienen.
          La presunción: consiste en confiar demasiado en sí mismo, en sus propias
luces, en persuadirse a uno mismo que es capaz de efectuar mejor que cualquier otro
ciertas funciones, ciertos empleos que sobrepasan sus fuerzas o sus capacidades.
Esta falta es muy común porque son rarísimos los que no se dejan engañar por su
amor propio, los que se esfuerzan en conocerse a sí mismos para formar un recto
juicio sobre sus capacidades y aptitudes.
          La pertinacia: consiste en mantenerse adherido al propio juicio, no obstante el
conocimiento de la verdad o mayor probabilidad de las observaciones de los que no
piensan como el sujeto en cuestión. 
El remedio radical contra la soberbia es la humildad. “Dios abate a los soberbios y eleva a
los humildes (Luc. 14)
 
2.      La Acidia (Pereza).
 
Es el más “metafísico” de los Pecados Capitales. Sentimos desgano de las cosas a las
que estamos obligados. Son efectos de la pereza:
 
          Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el espíritu abatido no se atreve a
poner manos a la obra y se abandona a la inacción.
       La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a las comodidades y a los
placeres.
 
La acidia se identifica con el “aburrimiento”. Al “aburrimiento” que sentimos frente a la
existencia toda, frente al hecho de existir y de todo lo que esto implica. La vida nos exige
trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni gratuito ni fácil.
Cuando no somos capaces de asumir este costo (este trabajo) y desconocemos aquello
que debemos “hacer” en la existencia, la vida humana se transforma en un vacío que me
causa “horror”; se transforma en un vacío que me angustia y del cual escapamos
constantemente casi sin darnos cuenta. De hecho ‘aburrimiento’ significa originariamente
“ab horreo” (horror al vacío). Decíamos que la acidia es el más metafísico de los pecados
capitales porque implica no asumir los costos de la existencia, de escapar
constantemente de hacer lo que se debe.
 
3.      La Lujuria.
 
Tradicionalmente se ha entendido la lujuria como “appetitus inorditatus delectationis
venerae” es decir como un apetito desordenado de los placeres eróticos. La fornicación, el
estupro, el incesto, el adulterio, la sodomía y la bestialidad. La lujuria sería siempre un
“pecado mortal” pues involucra directamente la utilización del otro, del prójimo, como un
medio y un objeto para la satisfacción de los placeres sexuales.
El pecado de la lujuria no considera al otro como una “persona” válida y valiosa en sí
misma. El otro pasa a ser un objeto una cosa que satisface la más fuerte de las
satisfacciones corporales, el placer sexual. Se convierte en una acción vacía, sin sentido,
que de alguna manera nadifica al hombre.
 
4.      La Avaricia.
 
El crimen de la avaricia no lo constituyen las riquezas o su posesión, sino el apego
inmoderado a ellas; “esa  pasión ardiente de adquirir o conservar lo que se posee, que no
se detiene ante los medios injustos; esa economía sórdida que guarda los tesoros sin
hacer uso de ellos aun para las causas más legítimas; todo se refiere a la plata, y no
parece que se vive para otra cosa que para adquirirla.”
La avaricia es directamente contraria a la caridad en cuanto es un “no dar”, más aun en
privar a otros de sus bienes para tener más que retener. Para satisfacer, mediante la
acumulación de riquezas, el principio del amor a sí mismo. Son “hijos” o faltas menores de
la avaricia: el fraude, el dolo, el perjurio, el robo y el hurto, la tacañería, la usura, etc.
 
5.      La Gula.
 
Uso inmoderado de los alimentos necesarios para la vida. Comer y beber hasta saciarse
por ese solo deleite que se experimenta. Cuando se bebe o se come en perjuicio de la
salud de la persona; cuando se come con extrema voracidad o avidez a manera de las
bestias. La gula se transforma en pecado en los siguientes casos:
 
          Cuando se provoca voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la
comida.
          Cuando se auto infiere grabe daño a la salud o sufrimiento a si mismo y a los
que lo rodean.
 
6.      La Ira.
 
Apetito desordenado de venganza, que se excita en nosotros por alguna ofensa real o
supuesta. Si el apetito de venganza es desordenado o contrario a la razón, cuando se
desea el castigo al que no lo merece, o si se le desea mayor al merecido, o que se le
infrinja sin observar el orden legítimo, o sin proponerse el fin debido que es la
conservación de la justicia y la corrección del culpable. De esta manera la ira se convierte
en pecado gravísimo porque vulnera la caridad y la justicia. Son hijos de la Ira: el
maquiavelismo, la indignación, la contumelia, la blasfemia y la riña.
La violencia, entendida como el uso de la fuerza, si es desmedida, es claramente
una anulación del otro. En el asesinato, por ejemplo, que no corresponde a la
legítima defensa, se pretende evidentemente la nadificación del otro. En el
leguaje, mediante la ofensa o el improperio, encontramos también el deseo de
perjuicio e incluso de nulidad del otro.
La ira se convierte en pecado gravísimo cuando nuestro instinto de destrucción
sobrepasa toda moderación racional y, desbordando todo límite dictado por una justa
sentencia, se desea sólo la inexistencia del prójimo.
 
7.      La Envidia
 
Desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este
bien se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria:
Nos incomoda y angustia a tal grado el bien o los bienes materiales del otro, que
deseamos verlo privado de aquellos bienes que legítimamente a conseguido y al que,
nosotros, por nuestra impotencia, no hemos logrado conseguir. De esta manera, nos
puede conducir a procurar, por todos los medios, a efectivamente quitarle esos bienes o
de hacer ver, con el uso del chisme, que aquel no debería poseer lo que posee. La
mentira, la traición, la intriga, el oportunismo entre otras faltas se desprenden frente al
bien ajeno y a nuestra propia incapacidad de acceder a tales bienes.

La Mesa de los pecados capitales es una de las obras del pintor holandés
Hieronymus Bosch, El Bosco. Los siete pecados capitales se representan
con originalidad, con un realismo impecable. CAVE CAVE DEUS VIDET
("Cuidado, cuidado, el Señor lo ve"). Es una referencia clara a la idea de
que Dios lo ve todo.
Ira, Soberbia, Lujuria, Pereza, Gula, Avaricia y Envidia.

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