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"Mi padre, el genocida"

: las hijas de torturadores en


Argentina que rompieron su
silencio y contaron el
"secreto familiar"
Valeria Perasso
Corresponsal de Asuntos Sociales, BBC World Service
5 horas
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PAULA / HISTORIAS DESOBEDIENTES
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"Salimos a decir que somos hijas biológicas de estos genocidas pero
repudiamos lo que hicieron nuestros padres". El de Paula le contó que
trabajaba para la policía secreta.
"¿Papá, es verdad que mataste a cientos de personas?"
Ésta no es ciertamente una pregunta con la que muchos
hijos e hijas sientan la necesidad de interpelar a sus
padres. Pero para un grupo de mujeres en Argentina, se
ha vuelto ineludible y urgente.
Sus padres han sido acusados y, en muchos casos,
condenados por algunos de los peores crímenes
cometidos en la historia reciente de Argentina: fueron
policías y militares represores durante el último régimen
militar.
Desde 1976 y por casi siete años, las juntas militares que
tuvieron el control del país persiguieron a sus oponentes
políticos - comunistas, socialistas, estudiantes, artistas,
líderes sindicales… todo aquel a quien consideraran una
amenaza- y secuestraron, torturaron y dieron muerte a
miles de ciudadanos.
Esta es la historia de dos hijas de aquellos hombres que,
tras cuatro décadas, alzan públicamente la voz contra
sus padres.
La titánica tarea de los forenses argentinos que
escuchan los huesos de los desaparecidos
El conmovedor reencuentro entre un "niño robado"
durante el gobierno militar y la familia que llevaba
buscándolo casi 40 años

El temible Doctor K
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ANALÍA KALINEC
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Analía con su padre, Eduardo Emilio Kalinec.
Analía Kalinec. 40 años. Ojos claros, grandes y
silenciosos. Se presenta: "Soy maestra, psicóloga, mamá
de dos... y también la hija de un genocida".
"Mi papá nació en 1952, en el marco de una familia de clase
media que tuvo vicisitudes económicas. Él abandona sus
estudios en tercer año del secundario y decide ingresar a la
Policía Federal allá por el 73, muy jovencito.
Yo nací en dictadura y siempre supe que mi papá era policía,
no nos hacíamos la pregunta de a qué se dedicaba o qué
hacía. En casa era un papá muy presente, pero yo nunca le
preguntaba nada. Una 'familia tipo', que nos juntábamos a
comer asado, íbamos al club de la policía o íbamos con mi
papá a pescar... Él era el padre proveedor, muy querido,
muy respetado dentro de casa. Éramos cuatro hermanas y
vivíamos en nuestra burbuja. Después nos fuimos casando y
teniendo hijos, como se esperaba de nosotras. Yo fui la que
más tardó de las cuatro y me casé con apenas 22 años…
¡imagínate!
Así la vida. Hasta el año 2005.

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ANALÍA KALINEC
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Los Kalinec: "una familia tipo, que nos juntábamos a comer asado, íbamos
al club o a pescar".
Último día de agosto. Estaba en casa cuando recibí una
llamada de teléfono. Era mi mamá. 'Mirá, no te asustes,
papá está preso. Pero quedate tranquila, va a salir'.
Hasta esa llamada, yo nunca había vinculado a mi papá con
la dictadura, ni remotamente... Ni remotamente."

Eduardo Emilio Kalinec, comisario, fue puesto en prisión


preventiva. Había testigos que lo mencionaban.
Acusaciones de delitos graves: 181 víctimas, cargos de
secuestro, tortura y asesinato. Él tranquilizó a su familia
diciendo que se trataba de una operación política en su
contra.

"Al otro día de esa llamada lo vamos a visitar a mi papá a la


cárcel. Y nos dice que no tenemos que creer nada, que se
van a decir muchas mentiras pero que él no tiene nada de
qué arrepentirse. Que él salió a pelear una guerra y que esto
ahora está pasando porque los 'zurdos revanchistas', como
los llamó, han llegado al poder [en alusión al gobierno del
entonces presidente Néstor Kirchner].
Yo no entendía nada, para mí la dictadura era algo del
pasado. Yo era totalmente ajena a lo que pasaba en el país.
Trabajaba en una escuela privada, me juntaba los fines de
semana con mis hermanas, nos movíamos entre familias de
policías compañeros de mi papá y ese era mi círculo. No
tenía forma de acceder a un montón de información y
tampoco me interesaba, digamos. Mis papás además
buscaban mantener un estado de asepsia, 'nosotros no nos
metemos en política, somos apolíticos'.

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AFP
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Tanques y soldados frente a la Casa Rosada de Buenos Aires, el 24 de
marzo de 1976. Un golpe militar derrocó a la entonces presidenta Isabel
Perón.
Y bueno, cuando mi papá queda preso yo empiezo con
mucha dificultad a tratar de poner todo en contexto. Los
primeros tres años fueron de negación absoluta. De entender
la dictadura, de entender la lucha de las Madres y de las
Abuelas [de Plaza de Mayo] y empatizar con ellas, pero decir
que mi papá no tenía nada que ver con eso. Que era un
error, que estaba bien los juicios pero que con mi papá se
habían equivocado.
Hasta que, en el año 2008, elevan la causa a juicio oral.
¿Juicio oral, hay méritos para que vaya a juicio oral? Ahí ya
empiezo a pensar que lo que mi papá me decía no era tan
así…"

Kalinec fue uno de 15 imputados en el primer juicio del


llamado Circuito ABO - un acrónimo de los centros
clandestinos Atlético, Banco y Olimpo, que operaron de
manera sucesiva entre 1976 y 1979. Tanto los represores
a cargo como muchos de los detenidos fueron
transferidos de un centro a otro.

"Leí la causa, que hasta ese momento no la había leído. Era


leer a toda velocidad y decir 'que no aparezca su nombre, por
favor que no aparezca su nombre'. Y no querer omitir ningún
renglón como para estar segura de que no me lo había
salteado, y que de repente aparezca… Kalinec. Recuerdo
patente ese momento…
Leí los testimonios, las descripciones de lo que había sido un
campo de concentración. Crear todo ese mapa en mi cabeza
y ubicar a mi papá dentro de ese mapa se me hacía
intolerable y dificultoso".
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ANALÍA KALINEC
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Eduardo Kalinec, un policía joven pero temible bajo el alias Doctor K.

Para los sobrevivientes que dieron testimonio, el padre


de Analía era "el Doctor K". Un alias, como tenían
muchos integrantes de los grupos de tareas para
esconder su verdadera identidad.

"Yo sabía que le decían Doctor K porque él mismo me lo


había dicho, aunque después siempre lo negó. Una vez le
pregunté por qué y él me 'mandó fruta', me dijo que le decían
doctor porque siempre fue muy correcto y parecía un
abogado. A mi marido le dio otra explicación, le dijo que era
por un limpiador que había en esa época, de marca Doctor K:
él era el que hacía la limpieza. Terrible. Y después (encontré)
otro dato que no es menor: él era el doctor y a la sala de
tortura le decían quirófano.
Entonces voy a buscar respuestas al único lugar que yo tenía,
que era mi propia familia. Y ahí me encuentro con un papá
que quiere justificar lo injustificable y, cuando yo lo increpo y
le digo 'cómo que no hiciste nada, si están todos estos
testimonios en la causa', me termina confirmando lo que a mí
tanto miedo me daba.
Me confirma su participación de modo personal.
Era parte de las patotas que salían a secuestrar y llevaban a
las personas a los centros clandestinos. Él ahora tiene 67
años, en la dictadura era un hombre de 24 o 25. Era de los
que ejecutaban las órdenes, no de los que las daban. Y así y
todo, en algunas frases textuales los sobrevivientes dicen que
lo conocían como alguien muy cruel dentro de los campos de
concentración. Había algunos represores a los que les tenían
más miedo que a otros. Y mi papá era de los que metían
miedo".

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Cuando la junta militar tomó control del país, las fuerzas de seguridad
persiguieron a quienes consideraron "subversivos". Miles fueron detenidos y
llevados a prisiones clandestinas.

El "quirófano" y la picana: voces de los sobrevivientes


Decenas de testigos, en distintas instancias judiciales,
señalaron a Eduardo Kalinec como partícipe en
interrogatorios y sesiones de tortura en los centros
clandestinos.
Ocho de ellos, en el juicio por el Circuito ABO que llevó a su
condena perpetua. Lo describieron como un joven de cabello
oscuro, "morrudo", retacón, con cuello grueso, voz aguda.
"Bastante temido dentro" y "muy cruel" con los detenidos,
según los relatos.
Ana María Careaga tenía 16 años y un embarazo de tres
meses cuando se la llevaron. El Doctor K le pegaba patadas
cada vez que la veía en la antesala del baño. En una ocasión
le reprochó a los gritos el no haber dicho que estaba
embarazada. "¿Querés que te abra de piernas y te haga
abortar?"
Miguel D'Agostino lo identificó como uno de tres hombres que
lo sometieron a cinco días de interrogatorio con picana
eléctrica en el "quirófano".

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VALERIA PERASSO
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El ex centro clandestino El Olimpo, donde estaba basado Kalinec. Funcionó
durante 17 meses y se estima que por allí pasaron unos 500 secuestrados.
Delia Barrera también fue víctima de tortura durante los
92 días que estuvo detenida en El Atlético. Corría 1977 y
ella tenía 22 años.
"Tengo el tabique (antifaz) puesto y siento muchas voces
alrededor. Y una voz dice 'comiencen' y ahí comenzaron a
pegarme, a golpearme. De ahí me llevan arrastrada de los
pelos hasta lo que ellos llaman quirófano. Eran tres salas, uno
escuchaba mientras torturaban a otros al lado", relató Barrera
a BBC Mundo.
"Me obligan a desnudarme. Me atan a una cama metálica, me
abren las piernas, me atan un cable en el dedo pulgar del pie
izquierdo y me hacen escuchar un ruido: shhhhh. Y me dicen
'¿Lo conoces? Bueno, ahora lo vas a conocer'. Y ahí
empiezan con las descargas de la picana.
Me culpaban de haber puesto bombas en el departamento de
Policía, que yo nunca hice. Me pedían nombres de
compañeros de militancia. Y la tortura duraba y duraba…"

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ARCHIVO CONADEP
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El Olimpo, una esquina de ventanas tapiadas en el barrio porteño de Flores.
Tras una sesión de tortura se cruzó con Kalinec.
"Me habían golpeado mucho y me llevan a la enfermería, me
interroga un represor al que llamaban Doctor K, así que yo
pensé 'ah, un médico'. Me dijo que tenía las costillas
fisuradas, pero que no me iba a vendar porque podía
ahorcarme con las vendas. Pero yo logré espiarlo, tenía el
tabique medio levantado y nunca me olvidé de esa cara de
Kalinec. En el juicio estaba peinado con raya y gomina, pero
los bigotes los tenía. Cuando los jueces me preguntan si yo
reconozco a alguien, les digo 'ahí está, Doctor K, Kalinec'. No
me podía olvidar de Kalinec".

Delia fue liberada y vivió para contarlo, con secuelas


físicas y mentales. Cicatrices por la picana, una costilla
mal soldada, reiterados intentos de suicidio.
Otros no corrieron la misma suerte. Entre ellos, su
esposo Hugo Alberto Scutari. No lo ha vuelto a ver desde
que compartieron celda por unas semanas en El Atlético.
Hoy es uno de los detenidos-desaparecidos del régimen:
aunque el número exacto es objeto de disputa, los
organismos de derechos humanos calculan que fueron
unos 30.000.
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CONADEP
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La mayoría de los presos que pasaron por el Circuito ABO continúan
desaparecidos.

Las cartas
Analía confrontó a su padre con la evidencia que le
proveyó la causa judicial.
"Después de una conversación en la cárcel, donde él se puso
muy incómodo y nervioso, yo sentí una especie de liberación.
Volví a casa y escribí Carta abierta a un represor. En mi
familia siempre fuimos de escribirnos cartas. Y pongo el
nombre 'represor' con todo. Yo ahora lo digo totalmente
naturalizado, pero había que poner esa palabra... Y como no
se lo podía decir en la cara, lo escribí.
Ese día en la cárcel fue, sin que yo lo supiera, la última vez
que vi a mi papá.
No me imaginé ni remotamente la dimensión que iba a tomar
esa rebelión mía de atreverme a dudar de él. Después
aparece todo el reproche de mi mamá y mis hermanas:
'¡Cómo le vas a decir eso justo en este momento que más
nos necesita, tenemos que estar unidos y vos le venís con
eso!' Mis hermanas, que son también policías, siempre se
pusieron del lado de mi papá. Hoy no tengo trato con ellas.

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CIJ
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Eduardo Emilio Kalinec, durante el juicio. Fue condenado a prisión perpetua.
En ese momento también empecé, más allá de las cartas, a
hacer un registro narrativo personal pensando en mis hijos y
en cómo explicarles que de repente se habían quedado sin
abuelos, sin primos, sin tías.
Y la cosa empezó medio verborrágica, hablando con ellos con
toda la verdad. Al punto que un día me llaman del jardín de
infantes y me dicen 'Mirá, necesitamos una entrevista con
vos, porque Gino (hijo mayor, entonces de 4 años) le contó a
sus compañeritos que su abuelito estaba preso porque había
matado a muchas personas'. Y los compañeritos empezaron
a preguntar si tenía ametralladoras, si tenía tanques... Y la
maestra casi se cae ahí redonda.
Es un trabajo constante el de reconciliar esa imagen del
Doctor K con la del padre querido. Dentro de lo que es el
mundo intrafamiliar, yo lo recuerdo haciéndonos cosquillas,
abrazándonos…
Y en un primer momento fue más fuerte la disociación. Yo me
acuerdo que decía 'bueno, por un lado está mi papá y por otro
lado está el genocida'. Y elaborándolo en terapia, termino
reconociendo que no, que es siempre la misma persona,
una única persona con una parte que mantiene oculta pero
que forma parte de él y a mí ya no me engaña".

Kalinec fue sentenciado a prisión perpetua en diciembre


de 2010 por homicidio calificado, tormentos y privación
ilegítima de la libertad agravada por haber sido cometida
por funcionario público. Él niega los cargos.
De los casi 3.300 investigados por delitos de lesa
humanidad desde que se reabrieron los juicios, en 2007,
962 personas han sido condenadas en 238 causas, según
el último informe de la Procuraduría de Crímenes contra
la Humanidad. Todavía hay más de 350 causas en trámite.

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CIJ
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15 imputados en el primer juicio del circuito ABO. (En la foto, Kalinec mira
sus notas en segunda fila, segundo desde la izquierda).
Secreto del policía infiltrado
Pero no todos los ex integrantes de las fuerzas de
seguridad llegan al banquillo. El padre de Paula (*) es uno
de ellos.
"Nací en Buenos Aires, en 1980, cuando la dictadura estaba
en pleno apogeo.
Desde que me di cuenta de que lo que sabía que había
ocurrido en la dictadura había sido responsabilidad de mi
padre, que él había trabajado para ellos, me acompaña este
sentimiento de vergüenza y de culpa, como si yo fuera una
cómplice. Porque… sé todo esto y no hay nada que pueda
hacer. Soy custodia de un secreto que yo no quiero
guardar.

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PAULA / HISTORIAS DESOBEDIENTES
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Recién a los 14 años Paula supo que su padre trabajaba para los servicios
de inteligencia.
En mi caso, mi padre nunca fue llevado a la Justicia. ¿Cómo
estoy segura de que es culpable? Bueno, ¡porque él me lo
dijo! Sé que fue parte de la represión porque me lo dijo. Mi
papá trabajaba para los servicios de inteligencia,
probablemente como espía.
Cuando tenía 14 años, mi papá nos llevó a mi hermano y a mí
a un café y nos contó que era policía. Nosotros no
teníamos ni idea. Nos dijo que él había participado en la
'guerra contra la subversión', así la llamó. Y que estaba
orgulloso, se sentía héroe. Yo en ese momento no entendí.
Me tomó tiempo, sabés, como dos meses tardé en digerirlo.

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Soldados catean a un civil en Buenos Aires, 1977.
Solía infiltrar distintos grupos, de estudiantes o trabajadores
sociales o cualquiera que a los militares no les gustara. Y
'marcaba' a los militantes, les pasaba los nombres a sus
superiores.
Era muy joven, de veintipico, y por las fotos que había en
casa no parecía un policía. Tenía el pelo largo y usaba
camisas sueltas, como cualquier tipo normal de los años
70. Lo que yo sabía es que era abogado. Nosotros no
socializábamos con otros policías, en casa se escuchaba
música 'prohibida' como (Joan Manuel) Serrat… Si vos veías
a mi papá no decías 'ah, un policía'. En mi casa nunca jamás
vimos un uniforme. Nunca.
Cuando él nos cuenta todo, yo lo confronto. Le digo 'no
importa si ellos hicieron algo o no. ¡No vas y los secuestrás y
los torturás! ¡No los matás porque sean, según vos,
subversivos! Es básico, no lo hace nadie y mucho menos
debería hacerlo el Estado'.
Tuve esta conversación con él muchas veces. 'Ellos eran
terroristas', repetía. ¿Y qué? Pongamos que lo fueron: vos
tenés que moverte en el marco de la ley. 'No entendés, se
venía la amenaza comunista', me retrucaba. 'No me importa,
papá. No es razón para matar, torturar, violar, desaparecer
y robar niños'. De ninguna manera".

Pasaron diez años desde que Paula se enteró del secreto


familiar hasta que cortó lazos con su padre.

"La familia es la familia… Así que tuve que seguir viéndolo,


después durante un tiempo no lo vi porque estaba muy
enojada. Y así, con idas y vueltas, en parte porque mi mamá
me insistía, 'es tu padre, cómo no lo vas a ver'. Pero cuando
murió mi mamá me sentí más libre y decidí que ya, punto
final. Corté el vínculo. De eso hace ya 15 años.
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PAULA / HISTORIAS DESOBEDIENTES
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Paula de niña, con su padre: "Si lo veías no decías 'ah, un policía'. Nunca lo
vi de uniforme".
No hubo vuelta atrás. Él es una persona horrenda y yo no
quiero a alguien así en mi vida. Siempre me repitió que había
hecho lo que había que hacer, que había actuado
correctamente, que los crímenes habían sido necesarios. Ah,
y no los llamaba crímenes, claro. Los llamaba 'acciones'.
Así que en un punto no me importa si ha sido condenado o
no, yo sé lo que hizo porque él se jacta de ello. Fue partícipe
necesario de esa maquinaria de violencia que hasta hoy
defiende.
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Las Madres de Plaza de Mayo marchan contra las leyes de punto final y
obediencia debida, en 1986. La derogación de estas leyes permitió que se
abrieran los juicios contra responsables de violaciones a los DD.HH. durante
el régimen militar.
No tengo recuerdos lindos, de todas maneras. Llevo 15 años
en terapia y volvemos sobre este tema un montón: ¿cómo es
posible que no tenga ningún recuerdo? Sé que hay fotos
donde somos familia feliz, pero yo no tengo registro. Si tengo
que pensar un recuerdo bueno… Dejame pensar… tenía
uno… Bueno, podría decir que mi papá dibujaba muy bien.
Una vez me dibujó una Cenicienta muy linda. Eso, que era
buen dibujante.
Por lo demás, me inspiraba miedo. Tenía un aura
atemorizante, digamos (risas). Sabía cómo infundir terror.
Hace un tiempo me reuní con amigos de la infancia,
estábamos recordando esa época y una de mis amigas me
confesó: 'Tu papá me daba mucho miedo'. Y yo pensé 'sí, tal
cual, yo también le tenía miedo'.
No era violento, en el sentido de que no nos sometía a la
violencia física. Pero era una pesadilla psicológica".

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HISTORIAS DESOBEDIENTES
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Analía (en el centro), junto a otros familiares, decidieron formar la
organización Historias Desobedientes.
Historias desobedientes
Paula y Analía se encontraron. Hace no mucho. Las
ayudaron las redes sociales. Decidieron que querían
hablar, tomar la calle, ir contra el mandato familiar y
repudiar a sus padres a la vista de todos.
Analía: Empezamos a ver que había otras hijas e hijos de
genocidas que vivían callando su repudio. Nos encontramos.
Fue una cuestión espontánea, de decir 'tenemos que hacer
algo, esto es intolerable'. Y preguntarnos cómo nos
presentamos…
Decidimos salir desde este lugar de familiares de genocidas
que repudiamos los crímenes y que abrazamos las banderas
de memoria, verdad y justicia. Decidimos llamarnos Historias
Desobedientes. Hicimos una bandera y salimos a marchar a
la plaza. La primera vez éramos cuatro, todas mujeres, con
una energía y una alegría...
Paula: Cuando me enteré, fue un despertar, '¡dios, yo sabía
que no podía ser la única!'. Siento que en el grupo me
entienden como nadie más puede entenderme. Imaginate, sé
quién es mi padre desde los 14 años y nunca lo había
hablado con nadie.
La primera vez que lo conté fue a mi psicóloga, pero después
mantuve el secreto por 23 años hasta que me encontré con
ellas (hace menos de dos). Es una locura… tengo 39 y viví 23
años en silencio.

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VALERIA PERASSO
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Publicaron un libro de escritura colectiva, llamado "Escritos desobedientes".
Aquí, Paula en la presentación.
Analía: Sí, sí. Tenemos una necesidad de expresión muy
fuerte. Estamos sacando manifiestos a cada rato, sacamos
un libro colectivo, un proyecto de ley que intenta cambiar la
legislación argentina que al día de hoy impide que un hijo
testifique en contra de sus padres.
Queremos conseguir que eso no aplique en casos de delitos
de lesa humanidad y podamos hablar si es que sabemos
cosas que puedan aportar a las causas.

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VALERIA PERASSO
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Bruno, de 12 años y el menor de los dos hijos de Analía, la acompaña en su
militancia.
Paula: Cuando cargas un secreto por tanto tiempo, hablar te
ayuda a lidiar con la vergüenza, un sentimiento que
compartimos muchos en el colectivo. Vergüenza porque
sabés lo que sabés, porque tenés que callar, porque te da
miedo lo que la gente vaya a pensar.
Por eso es importante 'salir del clóset'. Y salir colectivamente
es mucho más potente. Porque nosotros podemos interpelar
a estos represores desde un lugar que nadie puede: el lugar
de hijos o hijas. Sabemos que no se arrepienten, sabemos
que guardan secretos en un pacto de silencio inquebrantable
por el que ninguno ha contado lo que hicieron en la dictadura.
Analía: Yo sigo esperando que mi papá hable. Yo sé que
tiene información sensible. Acerca de los desaparecidos,
acerca eventualmente de algún bebé que fue robado en
cautiverio y entregado a familias de apropiadores.
A diferencia de otros represores que están seniles, mi papá
está lúcido, tiene una memoria prodigiosa. Y saber el daño
que sigue generando con su silencio cómplice y criminal a mí
me lastima mucho.

¿Fin del amor?


La presencia de los "desobedientes" en las
manifestaciones por los derechos humanos en las calles
de Buenos Aires aún toma a muchos por sorpresa. Son
un actor nuevo y no todos saben del colectivo que los
reúne.
Los miran con sorpresa, con desconcierto. Los aplauden al
paso, les elogian la valentía.

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Marcha del día de la memoria,. Cientos de agrupaciones se toman las calles
cada año para exigir "Nunca más".
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Pero su presencia también incomoda a algunos
sobrevivientes y familiares de víctimas. (Varios, de hecho, se
negaron a participar de este reportaje.)
"Yo soy una persona muy dura ante algunas cosas. Los hijos
desobedientes tuvieron oportunidades para salir a denunciar
a sus padres y no lo hicieron. ¿Por qué no salieron antes?",
reclama Delia Barrera, sobreviviente.
"Porque cuando vos hablás y decís 'mi papá es esto' y
después decís que lo querés, yo escucho y pienso 'bueno,
vamos mal'. No podés querer a un represor genocida. Decime
que no lo querés y ya es otra cosa".
¿Es posible dejar de amar al padre que una vez se quiso?
"Mirá, yo me lo pregunto todo el tiempo", confiesa Analía
Kalinec.
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Barrera dio testimonio en varios juicios. "Para mí, contar lo que pasó es una
misión de vida".
"Primero, porque fue una relación de mucho afecto mutuo que
duró mi infancia, mi adolescencia y parte de mi adultez. Pero
después me tocó replanteármelo todo. ¿Qué fue, cariño
siempre y cuando yo hiciera todo lo que mi papá quería?
¿Qué tanto amor puede haber ahí , si cuando yo empiezo a
disentir con él o a hacerle cuestionamientos él ya me quiere
desheredar?
"Yo me niego a renunciar a ese papá que quise tanto. Yo sé
que hay una parte mía que lo quiere conservar y no quiero
ser tan mala conmigo misma de renunciar a eso.
"En el colectivo muchas veces pensamos en esto, nos
planteamos que nosotras no podemos querer a nuestros
padres. ¿Quién puede decidir querer o no querer? ¿Cómo se
borra el afecto? ¿Cómo se borran los recuerdos? Así que por
ahora convivimos con esas contradicciones"
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Liliana Furió (izq.) es la hija de un militar condenado, actualmente con
demencia senil y en prisión domiciliaria. Con Analía fundaron el colectivo
Historia Desobedientes.

(Sin) epílogo
Aunque hace muchos años que las hijas cortaron
vínculos con sus respectivos padres, hace muy poco que
rompieron públicamente el silencio. La historia -personal,
social- sigue escribiéndose.
En 2019, Kalinec inició una demanda desde la prisión para
que Analía sea excluida de la herencia de su madre, fallecida
en 2015. Y lo hizo "por causales de indignidad": considera
que su hija lo ha difamado y no debe beneficiarse del dinero
de la familia, tal como consigna en un escrito que también
firman sus dos hermanas menores.
En la contestación de la demanda, Analía indicó que aceptará
lo que quiere su padre si él antes admite su culpa y aporta
datos sobre el destino de sus víctimas.
"Es cínico esto que está pasando, pero a mí me parece que lo
interesante de este juicio contra mí es que, después de 12
años sin vernos, ese diálogo que mi papá me niega ahora se
vuelve una conversación mediante escritos y abogados,
donde él tiene que leer lo que yo tengo para decirle y donde
le sigo exigiendo que diga lo que sabe", apunta la hija.

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VALERIA PERASSO
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Muchos los aplauden cuando marchan para pedir justicia. Para otros, son
una presencia incómoda.
A Paula ya no le queda esa opción. Recibió una llamada de
su hermano hace poco. Le avisaba que su padre había tenido
un accidente cerebrovascular. Lo operaron, pero nunca
recuperó la conciencia.
"Yo no fui a verlo al hospital. Tampoco fui al funeral", dice
Paula, al teléfono con BBC Mundo cuando le dieron la noticia.
"Decidí no ir porque pensé que sería irrespetuoso para
quienes sí tenían una relación con él. Y también porque
honestamente una parte de mí ya había hecho el duelo de mi
padre en mi vida".
"Pero vivo o muerto él, yo como hija me sigo sintiendo
responsable de hablar, de decir que condeno sus actos.
Quizá ayude a que otros se animen a hablar, más allá del
vínculo de sangre que tengan con el perpetrador. Nada de
esto cambia con la muerte de mi papá".

(*) Paula solicitó que no publicáramos su apellido, para


resguardar la identidad de otros miembros de su familia.
Escucha el podcast de este reportaje (en inglés): My
Father the Killer

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