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La Apatheia y los pensamientos malvados de los padres

del desierto[editar]
La identificación y definición de los pecados capitales a través de su historia ha sido un
proceso fluido y ―como es común con muchos aspectos de la religión― con el tiempo ha
evolucionado la idea de lo que envuelve cada uno de estos pecados. Ha contribuido a estas
variaciones el hecho de que no se hace referencia a ellos de una manera coherente o
codificada en la Biblia y por tanto se han consultado otros trabajos tradicionales
(literarios o eclesiásticos) para conseguir definiciones precisas de los pecados capitales.
Se sabe que el obispo africano Cipriano de Cartago (f. 258) ―en libro IV de su obra De
Mortalitate («Sobre la mortalidad»)― escribió acerca de ocho pecados principales, en el
contexto del desorden social causado por una pandemia que afligió al Imperio romano en el
tercer cuarto del Siglo III.
No obstante, la primera elaboración teórica proviene de uno de los denominados Padres del
desierto en el Siglo IV: Evagrius Ponticus. Este anacoreta, inspirándose en
el exégeta Orígenes, escribió en koiné Sobre los ocho vicios malvados, una lista de
ocho vicios o pensamientos malvados ("logismoi") fuentes de toda palabra, pensamiento o
acto impropio, contra los que sus compañeros monjes debían guardarse en especial y en
contraposición al "logion", dicho sabio y edificante.
Evagrio postula la necesidad del "praktiké" (cuya significación más cercana sería "vida activa")
como actividad inicial necesaria para purificar las pasiones del alma por medio de
la "ascesis" (dominar el cuerpo para iluminar el alma), buscar el silenciamiento
interior ("hesyquia") a través del"sunesis" (confluir en Dios para lograr entendimiento) y
encontrar la "epignosis" (tener una relación íntima con la fuente de ese conocimiento preciso y
correcto) con el propósito de alcanzar la "apatheia" (el estado de plenitud espiritual). Para ello
resalta una virtud primigenia: la "enkrateia", cuya significación griega ("dominio propio, control
sobre uno mismo") es más amplia que las voces latinas "temperantia" (templanza) y
"continentia" (continencia). Por eso, su escrito sobre los vicios se inicia diciendo: "El origen del
fruto es la flor y el origen de la vida activa es el control sobre uno mismo".
En cuanto a los vicios que distraen el pensamiento, el motor de las reflexiones de Evagrio es
la noción cristiana de la concupiscencia. Esta es caracterizada como la inclinación a cometer
pecado, cuyo fuente bíblica es la Carta de Santiago, capítulo 1, del versículo 13 al 15, y que
predomina en el mundo natural (II Pedro,1:4). Agrupó los ocho vicios en dos categorías:3

 Tres vicios hacia el deseo de posesión:


o Gastrimargia (Γαστριμαργία, refiere a los efectos de la gula y ebriedad en el
vientre).
o Porneia (Πορνεία, "amor a la carne")
o Filarguria (Φιλαργυρία, philarguria, "amor hacia el dinero").

 Cuatro vicios irascibles, que ―al contrario que los concupiscibles―, no son deseos
sino carencias, privaciones o frustraciones:
o orgè (Ὀργή, cólera irreflexiva, crueldad, violencia).
o Lúpê (Λύπη, tristeza, abatimiento del alma). En Philokalia es traducida como
envidia, tristeza por la buena fortuna de otro.
o Acedia (Ἀκηδία, falta de interés, descuido, desesperanza). En Philokalia es
traducida como abatamiento.
o Kenodoxia (Κενοδοξία, vanagloria, jactancia).
o Uperèphania (Ὑπερηφανία, soberbia, orgullo). A veces traducido como
autoestimación exagerada, arrogancia o grandiosidad.
Para el anacoreta, el exceso en el consumo de bebidas y alimentos es el origen de
las pasiones o del deseo extralimitado hacia un bien sensible: "la mucha leña alienta una gran
llama y la abundancia de comida nutre la concupiscencia". Evagrio no utilizaba la noción latina
de "gula", sino la voz griega "gastrimargia", que se traduce literalmente como "locura del
vientre"4. La indigestión que causa el exceso de comidas es el simiente de los malos
pensamientos que derivan en el pecado, y así postula una idea sobre lo que hoy podría
denominarse una mala higiene del sueño: "Un vientre indigente prepara para una oración
vigilante, al contrario un vientre bien lleno invita a un sueño largo. Una mente sobria se
alcanza con una dieta muy magra, mientras que una vida llena de delicadezas arroja la mente
al abismo"5.
En cuanto al tratamiento que se da a la lujuria ("porneia"), los anacoretas estaban
obsesionados con el cuerpo ("la carne"), el sexo y la demonología. Ciertamente, el monacato
se basaba en disciplinar el cuerpo contra el sexo y contra el diablo. El desierto fue identificado
como un lugar en el que no había mujeres y así nacieron los "padres del desierto". Sin
embargo, la tentación demoníaca se suplió con la fantasía basada en mitos y leyendas
egipcias. En efecto, "el egipcio" es el nombre que los padres del desierto daban a un demonio
cruel y despiadado en las formas de la tentación y al que refiere Evagrio en un pasaje de su
tratado ("Si matas a un egipcio, escóndelo bajo la arena").
La tristeza es descripta como una sensación de decaimiento o infelicidad en respuesta a una
aflicción, desánimo o desilusión. Dice Evagrio: "El monje afectado por la tristeza no conoce el
placer espiritual: la tristeza es un abatimiento del alma y se forma de los pensamientos de la
ira. El deseo de venganza, en efecto, es propio de la ira, el fracaso de la venganza genera la
tristeza (...)".
La acedia describe al monje sin motivación para hacer las cosas y es un punto de ruptura en
la relación espiritual del hombre con Dios. A veces es descripta como descuido, desapego
espiritual o falta de compromiso con las tareas, otras veces es ansiedad o falta de
concentración en el obrar. Dice Evagrio:
"El monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco tranquilo, y sin quererlo, es suspendido
acá y allá cada cierto tiempo.
Un árbol transplantado no fructifica y el monje vagabundo no da fruto de virtud. El enfermo no se
satisface con un solo alimento y el monje acedioso no lo es de una sola ocupación […]
El ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente imagina que llegan visitas: la
puerta gira y éste salta fuera, escucha una voz y se asoma por la ventana y no se aleja de allí hasta
que, sentado, se entumece.
Cuando lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño, se refriega los ojos, se
estira y, quitando la mirada del libro, la fija en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el
final de la palabra se fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos, desprecia las letras y
los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy
profundo, y luego, poco después, el hambre le despierta el alma con sus preocupaciones.
El monje acedioso es flojo para la oración y ciertamente jamás pronunciará las palabras de la oración;
como efectivamente el enfermo jamás llega a cargar un peso excesivo así también el acedioso
seguramente no se ocupará con diligencia de los deberes hacia Dios: a uno le falta, efectivamente, la
fuerza física, el otro extraña el vigor del alma.
La paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios curan la acedia.
Dispón para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas antes de haberla concluido, y
reza prudentemente y con fuerza y el espíritu de la acedia huirá de ti.

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