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Separata 10:
Amor de persona y amor de cosa
Como ya vimos en la síntesis del Tratado de las pasiones de Tomás de Aquino, el amor
sensible es la primera de las pasiones ya que es la complacencia en el bien sensible. En el ser
humano y atendiendo al amor en ese nivel, tal amor está llamado a traspasar su aspecto
sensible y a involucrar las dimensiones espirituales del hombre: inteligencia y voluntad. En
el amor, el sujeto se hace semejante al objeto amado, ya que el amor es causado por el bien,
el conocimiento y la semejanza.
San Agustín afirma: «Bien dijo alguien de su amigo: la mitad de mi alma». En cambio,
el amor sólo de deseo o concupiscible es egoísta, se acaba con la satisfacción del deseo, es
sólo sensible y, por tanto, es pasajero como pasajeros son los sentimientos; tiene corta
duración, es transeúnte no permanente. El amor de amistad no se da transitoria y
superficialmente.
Por su parte, el amor personal tiene su sede en la intimidad personal y queda referido
a la intimidad de las personas; tiene como efectos la unión y la mutua inhesión de modo más
permanente que en el amor sensible y que el amor de amistad. Es una unión no superficial
sino muy profunda, radical.
En el amor personal predomina la otra persona; por ello es que uno de sus efectos es
el celo, por el cual el que ama no soporta nada que dañe a la persona amada; de manera que
ahí los celos no surgen ante un temor por la pérdida de aquel bien para el propio sujeto, sino
lo que se cuida es que no se le acerque nada que pueda dañarlo, pero por el bien de la persona
amada. En este plano, la tristeza surge por la pérdida de bondad en el otro o en la mutilación
de su integridad; al dañarse el otro, queda uno también dañado, pero los celos no son por la
pérdida, ya que no se quiere al amigo porque le satisfaga nada, sino que son por su bien, por
él mismo.
Se podría decir que el amor humano sólo es verdadero cuando es realmente personal;
para ello debe poseer básicamente estas dos características: ser inteligente y radicalmente
donante o generoso:
La búsqueda del bien del otro, el tratar de ayudarle a crecer, a perfeccionarse, es lo que
hace que quien ama al amado se vea muchas veces en «quebraderos de cabeza», pensando
qué es lo mejor para él, y a ponerlo por obra, aunque eso suponga grandes esfuerzos,
renuncias o sacrificios de los egoísmos del propio yo. Sin embargo, esta tarea no es triste,
sino extraordinariamente alegre. Esa entrega personal o íntima conforma un hábito en la
voluntad, una virtud: la amistad.
Si se procede de modo racional, controlando los impulsos, la voluntad se fija cada vez
en el bien del otro y cuando eso hace posible unas manifestaciones del amor, éstas son
acompañadas de unos sentimientos de elevada calidad. Así es posible ver que si se cuida el
amor se va constatando que cada vez el otro es un bien mayor en sí mismo. Los más elevados
sentimientos surgen en esa línea: la ternura exquisita, el respeto, la misericordia, la
admiración, etc.
Por lo demás, el sujeto que en vez de dirigir o dominar su impulso, se deja llevar por
él, centra la acción en sí mismo y se hace un centro necesitante que requiere del otro,
simplemente como un remedio a su necesidad afectiva, y si es un centro insaciable, nunca
considerará lo recibido como suficiente.
Con las personas se pueden establecer relaciones de mucha mayor riqueza que las del
uso, ya que precisamente no son cosas, y tratarlas como tales es una injusticia, pues equivale
a no darles lo que les corresponde. Por esto es una exigencia ética tratar a las personas no
como medios, como cosas. Ya se ha indicado que usar a las personas, tratarlas como cosas,
es siempre inmoral.
El amor humano no sólo se refiere a los amigos, sino que tiene diferentes modalidades,
amor filial, maternal, fraterno, conyugal, etc.; y, sin embargo, en todos deben manifestarse
las características del amor personal: lúcido y donante, lo cual supone generosidad,
desinterés y unos hábitos operativos buenos que sostengan el amor, que son unos bienes que
constituyen una garantía, un soporte de su permanencia.
El amor de amistad precisa del ejercicio de las virtudes, las cuales no se improvisan,
sino que conllevan esfuerzo, porque el amor verdadero es algo arduo, no fácil, exigente. Sólo
es verdadero amor aquel que lleva a mejorarse mutuamente, si esto no sucede es un
espejismo, un amor de cosa o concupiscible, un simple amorío. El amor de persona es difícil
de realizar, por lo cual tienen que tener hábitos operativos buenos para poder ejercitarse en
el bien, y así poder amar con la nobleza, la entereza y la generosidad que exige todo amor
humano auténtico.
En el nivel del amor personal radica el tema de la felicidad humana, por lo que importa
mucho entenderlo bien y esforzarse por hacerlo realidad en la propia vida. El mayor fracaso
de un ser humano es el de no alcanzarlo, porque el mayor problema que tiene un ser humano
es el de cómo ser feliz. En definitiva, toda persona humana se explica por amor y al amor se
ordena, y para que sea feliz, debe tratar de alcanzarlo. Ya desde los inicios, un ser humano
tiene dificultades en su desarrollo si no es acogido y querido como persona por el amor de
sus padres.
Josef Pieper ha señalado que la expresión propia del amor es: «¡qué bueno que tú
existas!». El amor supone la aceptación, ya que confirma en el ser a todo ser humano, el cual
precisa de que su existencia no sea indiferente para nadie, sino que signifique algo para
alguien. Un ser humano sin amor no se entiende, lo requiere desde el nacimiento hasta el
mismo momento de la muerte.
Al ser humano le es revelado su ser a través del amor, por ello somos personas, un quién,
único, insustituible. Si no fuéramos nadie, si fuéramos ninguno para el resto de los seres
humanos, nuestro ser se vería negado radicalmente. En último término, nuestro ser es
confirmado por Dios. Si somos alguien para Dios, si Él nos ha amado primero, si Él «ha
muerto por mí», ese “mí” (persona) está ratificado de modo trascendente.