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HACIA UNA NUEVA EUROPA


A partir del siglo XIV se produjo una crisis del pensamiento medieval y se fue desarrollando una nueva
mentalidad que, a través del Humanismo, daría paso al Renacimiento. El término “renacimiento” fue adoptado
orgullosamente a finales del siglo XV como expresión de la creencia de ser un “nuevo nacimiento” de la
cultura tras mil años de oscuro intermedio: la Edad Media.

Éste fue el auténtico arranque del mundo moderno y que llega hasta nuestros días. Fue un proceso enérgico y
muy creativo que tuvo su adecuado marco en las ricas ciudades italianas donde, sin el poder de los monarcas
absolutos y con un papel cada vez más secundario de lo religioso, prosperó una economía burguesa y
comercial. De esta forma apareció una cultura laica, urbana y, en cierto modo, de “clase media”.

Por ello el Humanismo implica una ruptura, una crítica del pasado inmediato. Es la negación del pasado
medieval y la afirmación de algo distinto: ahora era el hombre la cabeza y la clave del Universo por mandato
divino. Para ello el Humanismo significó una revalorización de los estudios clásicos que promovieron en la
literatura los intelectuales italianos del siglo XIV, y que se fue difundiendo por toda Europa. Ahora el hombre
está sujeto a una nueva perfección, y la vía que se le ofrece para realizarla no es la fusión con Dios (tal como
se planteaba en la Edad Media) sino la acción terrena, histórica. De esta forma el trabajo substituye a la
penitencia, el progreso a la gracia y la política a la religión.

Como vemos, el pensamiento medieval ponía todas sus esperanzas de perfección en la eternidad, en el goce
del Paraíso después del Juicio Final, es decir, no en este mundo. La eternidad era el fin de la historia, el fin de
este mundo. Los humanistas se rebelaron contra esto. Ese pensamiento ofendía la esperanza del hombre en
construir su perfección aquí en la Tierra con sus conquistas materiales y mentales. También ofendía su fe en
la evolución y el progreso.

Los intelectuales modernos pusieron su fe en el futuro. Pero ese futuro está aquí en la Tierra, y el hombre a
través de su trabajo, de la política y del progreso de su mente puede construir un mundo mejor. Por eso, el
optimismo, la fe por las capacidades del hombre, fue uno de los rasgos más sobresalientes del Humanismo.
Finalmente, cuando los intelectuales europeos concebían la “modernidad”, América aparece en el escenario
como una verdadera “aparición inesperada”. América era una realidad que la mente renacentista imaginaba,
pero no creía. Les costó a los europeos unos años percibir la real y fantástica aparición de nuestro continente.
América no sólo daría oro y plata a Europa. También daría una nueva esperanza, la oportunidad de crear una
nueva civilización bajo los ideales modernos y cristianos.

HUMANISMO.- Fue un movimiento intelectual nacido en Italia en el siglo XIV que buscó una ruptura
con la Edad Media para rescatar el mensaje intelectual y estético de la Antigüedad grecolatina. De esta
manera los humanistas se dedicaron al estudio del hombre y de la naturaleza, basándose en los autores
clásicos, no en los textos medievales que orientaban todo su interés a la religión o a la intervención directa de
Dios sobre la vida terrena. Rescataron el latín como la lengua más dulce y culta. También dieron importancia
al griego, al hebreo y al arameo. Esto les permitía examinar los textos originales de la Biblia, de la literatura
romana, de la filosofía griega, y difundir sus comentarios al respecto. La invención de la imprenta brindó una
ayuda inusitada a esta labor intelectual.

Desde 1539, la palabra francesa humaniste se aplicó a los eruditos que desde el siglo XIV hasta los inicios
del XVI, se dedicaron al estudio de las lenguas antiguas para tener una nueva concepción del hombre y del
mundo. Estos eruditos estaban seguros de vivir en un “renacimiento”, una época totalmente novedosa que
rompía con un pasado “tenebroso”, a pesar de seguir siendo tributarios del pensamiento medieval y del
cristianismo. En otras palabras: a pesar de admirar la sabiduría de los griegos y de tener un espíritu crítico,
los humanistas fueron profundamente cristianos.

Por ello el humanismo tuvo en sus inicios una vertiente filológica, ayudada por la imprenta, único instrumento
que permitía fijar adecuadamente un texto evitando los errores de los antiguos copistas. Entonces, la filología

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incentivó el espíritu crítico. El pasado y el mundo serían contemplados con nuevos ojos. La experimentación
se convirtió en condición indispensable de una ciencia real: el método inductivo.

El descubrimiento de la imprenta por Juan Gutemberg, en 1455, ofreció a los humanistas un gran vehículo
para difundir sus ideas. De Londres a Cracovia y de Rotterdam a Venecia, se multiplicaron los talleres de
imprimir. Hacia 1500, por ejemplo, 236 ciudades europeas tenían una o varias imprentas.

Como vemos, esta nueva actitud hacia el mundo revolucionó las actividades científicas. La ciencia se convirtió
en una aliada esencial para que el hombre tenga fe en el progreso, en el futuro. Los humanistas destruyeron
muchas ideas que en la Edad Media se tenía del hombre y de la naturaleza, y desarrollaron nuevas bases
para la investigación científica. Ya no consideran indigno para un intelectual realizar experimentos prácticos.

En esta revolución científica, por ejemplo, se mejoró mucho el trabajo de los metales. Se inventó el alto horno,
se comienza a utilizar la hulla además del carbón vegetal para fundir los minerales y se descubren metales
nuevos. El hierro, ahora más barato, permite los adelantos en la metalurgia y facilita a su vez el incremento de
la producción “industrial”. La medicina, de otro lado, avanza de manera acelerada al perderse el horror
medieval al desnudo. Muchos estudian anatomía (incluso los artistas, como lo revelan la pintura y la escultura
del Renacimiento) y se descubren nuevos conocimientos sobre el cuerpo humano, considerado ahora una
especie de máquina.

En todo esto, cobra importancia el uso de la razón para comprender el mundo. Ya no se trata de buscar
explicaciones divinas, sino de observar y experimentar. Los intelectuales tratan de buscar y encontrar leyes
que rigen el desarrollo del Universo. Podríamos decir, incluso, que, con el avance de la ciencia, los
humanistas trataron de dar una explicación más mecanicista sobre el hombre y la naturaleza.

El desarrollo de este espíritu crítico dio también origen a una nueva visión del pasado. En lo sucesivo, no se
trataría ya de mostrar la acción divina sobre la historia (tal como se hacía en la Edad Media), sino de
establecer las causas reales de los acontecimientos. Ahora se reclamaba a la historia no tanto una lección
moral, sino una experiencia práctica que permitiera ejercer el poder o el gobierno por medio del conocimiento
directo de la realidad.

Uno de los rasgos fundamentales del humanismo es su optimismo, un optimismo casi eufórico. El hombre,
medida de todo, es el centro del Universo. Es una criatura privilegiada llamada a realizar los mandatos de
Dios gracias a su pensamiento racional, don de la divinidad. Pero esa intervención de la gracia divina no
frena la libertad humana, porque el hombre es bueno, libre y responsable. En síntesis, el humanismo
defendió la dignidad humana.

El hombre es dueño de su destino y está situado en el centro del universo y la creación. Tal como lo planteó
Marsilio Ficino (1433-1499), el hombre es el vicario de Dios en la Tierra, que usa, cultiva y gobierna todo lo de
este mundo. Así es una especie de Dios, nacido para regir, no tolera la esclavitud, y es capaz de dar su vida
por el bien de todos. El hombre pretende todas las cosas y se transforma en todas las cosas, aun en el mismo
Dios. Como vemos, para los humanistas el hombre está situado por Dios para ser el dueño del mundo y para
asemejarse al mismo Dios: es por tanto la cabeza y el alma del universo.

Libertad, belleza, felicidad, respeto de sí mismo. Esos son los nuevos valores de una sociedad que respeta
una moral individual que a su vez desemboca en una moral colectiva basada en la tolerancia y la armonía
entre los hombres. Quizá esto entraba en contradicción con el dogma del pecado original defendido por el
cristianismo medieval. Sin embargo, para los humanistas había que reformar el cristianismo, verlo con otros
ojos, y retornar a la pureza de su mensaje original. Para esto era fundamental, como sabemos, el estudio de
las Escrituras y del mensaje evangélico.

En este sentido, el espíritu crítico del humanismo no fue esencialmente antirreligioso. Su espíritu fue la
tentativa de conciliar el mensaje antiguo y el cristiano, así como la existencia de un ansia de placer, a menudo
muy carnal, con una fe profunda. En los mismos orígenes del humanismo se advierte su preocupación por el
cristianismo: el esfuerzo de los filólogos tuvo como primer objetivo interpretar de la forma más exacta posible
el mensaje evangélico. Fue en todo caso, esa voluntad de volver a la pureza primitiva del cristianismo la que
dio lugar a la crítica de la Iglesia como institución, a sus abusos y a sus defectos. En síntesis, el humanismo
no fue un movimiento anticristiano, y menos aún ateo.

Pero todas estas ideas tuvieron que nacer dentro de un marco económico y político. No por casualidad el
humanismo nace en Italia, donde sus ciudades-estado alcanzaron una economía muy próspera. En ellas el
auge de las actividades comerciales permitió el surgimiento de grupos mercantiles con nuevas exigencias

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culturales y espirituales. El ascetismo y la autonegación, bases del cristianismo medieval, fueron de poco
atractivo para una clase urbana que basaba su riqueza en el dinero.

Asimismo, en el resto de Europa, el crecimiento de los estados territoriales, ya sean reinos o principados,
dotados de un complejo aparato burocrático, incrementó la demanda de un personal más calificado. Por
último, el descrédito de un papado más preocupado de sus asuntos temporales que de los espirituales
quebrantó profundamente la cultura emanada de la Iglesia. Las universidades, controladas por el clero,
apenas atraían a los nuevos intelectuales. La cultura que se enseñaba en ellas se había anquilosado.

Esto condujo a una mayor laicización de los intelectuales. Muchos de ellos no tuvieron ahora necesidad de
enseñar en una universidad para lograr prestigio y seguridad económica. La ayuda de los mecenas en este
sentido fue decisiva. Pero si bien el clero perdió el monopolio de la cultura, no por ello dejó de conservar cierto
control sobre ella. Muchas universidades se renovaron a la luz de los nuevos conocimientos.

REPRESENTANTES DEL HUMANISMO.- El movimiento apareció en Italia con los


poetas Francisco Petrarca (1304-1374) y Juan Bocaccio (1313-1375), y florece en el siglo XV, teniendo como
centro la ciudad de Florencia, gobernada entonces por Lorenzo de Médicis (1449-1492). Éste reunió a su
alrededor a algunos intelectuales como Marsilio Ficino y Pico de la Mirándola (1463-1494).

Petrarca tiene que figurar tanto en la historia del pensamiento como en la literatura. En él ya podríamos
encontrar al modelo del “humanista” que se puede caracterizar por su amor al mundo y a los autores de la
Antigüedad. En el umbral de esta nueva era, Petrarca proclamaba la vocación del futuro de esta manera: Este
sueño del olvido no durará para siempre: después de que la oscuridad se haya disipado, nuestros nietos
podrán regresar al puro resplandor del pasado. Como vemos Petrarca tenía clara la consciencia de una larga
ruptura tras la caída de Roma. Esto lo combinó con la fiera determinación de alcanzar de nuevo la perfección
de los antiguos: la recreación del mundo clásico sería formidable novedad y el ideal de lo moderno.

Quizá fue Mirándola el que vio al hombre en un sentido más romántico. Según él, Dios después de crear el
mundo con seres de todos los niveles, sintió la necesidad de un espectador de su obra. Por ello creó un ser
aparte, el hombre, sin sitio ni nivel propios y, colocándolo en medio del Universo, le dijo: Tú que no estás
sujeto a ningún límite, determinarás por ti mismo tu propia naturaleza, según tu libre voluntad, en cuya mano
te he puesto.

Otro pensador humanista, Marsilio Ficino defendía hacia 1312 ideas que hoy podríamos considerar
democráticas, y muy poco de su tiempo. Escribió que la soberanía residía en el pueblo que puede deponer a
los gobernantes si no cumplían con su obligación de velar por el bien común.

Pero fue Erasmo de Rotterdam (1469-1536) el que mejor ilustró con su vida y obra el ideal humanístico. Fue
filólogo y publicó muchos textos clásicos; también fue moralista, teólogo y consejero de príncipes. Llegó a ser
sacerdote, pero nunca practicó el sacerdocio: fue el modelo de un laico. Estudió en París y aprendió latín y
griego para llegar a las fuentes del cristianismo primitivo y reformar la Iglesia.

En 1501 escribe un manual para ser un soldado del cristianismo, cómo debe vivir el cristiano en el mundo.
Fue escrito para los laicos. En un viaje a Londres, en 1509, escribe en latín el “Elogio de la Locura” donde
hace una crítica a la sociedad de su tiempo y alaba lo que critica. Es una especie de sátira social, escrita con
estilo irónico. Este libro lo hizo famoso en Europa. Según Erasmo la locura podía ser una fuerza crítica, social
y humana, capaz de construir utopías capaces de regenerar al hombre y a la sociedad. Pasó la mayor parte
de su vida en Suiza escribiendo y dando conferencias. Sus últimos años no fueron tan felices. En 1517 estalló
la reforma protestante y hay un gran silencio por parte de Erasmo. No sabía si habían hecho lo que él
buscaba. En 1524 rompe su silencio y escribe “De Libero Arbitrio” en donde dijo que no podía aceptar el
luteranismo pues negaba la libertad del hombre al encontrarlo incapaz de liberarse del pecado. Para Erasmo
si el hombre no era libre para cambiar su vida no era humano. Se encontró solo pues no fue aceptado ni por
los protestantes ni por los católicos.

La muerte de Erasmo, en 1536, ocurre en una época en que se desvirtuaban muchos ideales del humanismo.
En lugar de triunfar la paz y la tolerancia predicada por el Evangelio, el cristianismo europeo rompe su unidad
y estallan las guerras de religión. Además, el idealismo de muchos humanistas les aleja de la observación del
mundo real. Por ello el siglo XVI es un poco pobre en lo que se refiere al progreso científico.

En este sentido, una de las pocas figuras notables fue Nicolás Copérnico (1473-1543) autor de la teoría
heliocéntrica. Para este astrónomo, nacido en Polonia, los planetas giraban alrededor del sol en órbitas

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circulares. Sus ideas chocaban con el “geocentrismo” del griego Ptolomeo y con las Escrituras. A pesar de la
importancia de su descubrimiento, Copérnico es condenado por los teólogos y atacado por los sabios.

La crítica del mundo existente y el ansia de renovación alimentaron el discurso utópico, al construir
mentalmente un mundo imaginario que el hombre podía alcanzar. La obra más célebre en este sentido fue el
libro “Utopía” del humanista inglés Tomás Moro. Escrito en 1516, “Utopía” habla de una isla imaginaria, en
forma de media luna con ciudades planificadas y equidistantes. Todas las casas son parecidas, no existe la
propiedad privada, y todos sus habitantes se visten igual y trabajan rotando entre la ciudad y el campo. Los
representantes de las familias eligen a un príncipe que gobierna en forma vitalicia.

En “Utopía” la gente aprende el oficio que más le gusta y otro que el Estado le elige para el bien de todos. Los
intelectuales no hacen trabajo manual. Hay planificación demográfica, posibilidad de divorcio y todos comen
en comedores populares. La riqueza se basa en el trabajo. El oro y la plata solo se usan para el comercio
externo, dentro de “Utopía” solo sirven para arrojar los desperdicios.

Moro fue consejero del rey Enrique VIII. Incluso le escribe la “Defensa de los 7 sacramentos” donde el
monarca rechaza el luteranismo en apoyo al papado. Pero luego Enrique VIII le consulta su divorcio y Moro no
está de acuerdo. Entonces lo nombra Canciller pensando que así lo iba a apoyar en sus pretensiones y moro
renuncia. El rey termina casándose con Ana Bolena y, acusado de traición, Moro es encarcelado. Fue
decapitado en 1535. Antes de morir exclamó: Soy buen siervo del Rey, pero primero de Dios.

ARTE DEL RENACIMIENTO.- El arte del humanismo, más conocido como “Renacimiento”,
reprodujo estéticamente esta nueva fascinación y estima por del individuo. Las figuras de cuerpo entero
expresan un goce sin tapujos ante la forma humana. Ellas reflejan el gran optimismo de aquel tiempo sobre el
hombre. Se trata de un arte burgués, humanista y antropocentrista.

De la misma forma que para el intelectual humanista la exaltación de lo bello es inseparable de la exaltación
de lo verdadero, para el artista del Renacimiento, el hombre es la medida de todo. Y en este caso es también
la Antigüedad clásica la que se rescata como modelo de creación. Había, entonces, que rescatar la belleza y
la simetría tan cultivadas por los artistas griegos y romanos. Al momento de levantar un palacio, esculpir una
figura o pintar un cuadro, había que respetar los órdenes clásicos y las proporciones del cuerpo humano.

Los artistas del renacimiento dejan de lado al gótico, caracterizado por las ojivas y las torres en forma de
aguja, por un estilo inspirado en las construcciones de la Antigüedad. Ahora van a predominar las líneas
horizontales, el uso del medio punto, el frontis triangular y las columnas clásicas.

La pintura mural, o los frescos, sigue gozando de gran importancia pues se dirige a las masas y no solamente
a unos pocos como la pintura de caballete, el cuadro, que también se extiende. Por su parte, muchos
escultores tratan de imitar los modelos clásicos, incluso recreando las figuras de los antiguos dioses paganos
o escenas de la mitología griega. Si bien es cierto que la mayor cantidad de obras reflejaron temas religiosos,
el renacimiento también dio paso a los temas profanos o mundanos. La representación del paisaje, con el uso
debido de la perspectiva, o del retrato, tan deseado por políticos o damas de la aristocracia, van a abundar en
la temática renacentista.

El Renacimiento también se caracterizó por el prestigio que adquirió el arte y el artista. Los artistas estaban
organizados en gremios de artesanos y gozaron inicialmente de la misma posición social de los comerciantes.
Pero al final habrían de alcanzar un honor y un prestigio muchísimo mayor que el de sus predecesores griegos
o romanos. Recordemos, por ejemplo, que las 9 musas del mundo clásico omitieron a todas las artes
visuales. Otro ideal de los artistas del Renacimiento fue buscar una síntesis de lo pagano con lo cristiano. En
otras palabras: cristianizar la cultura pagana. El ejemplo de “La Piedad” de Miguel Ángel es muy ilustrativo. El
estilo es pagano pero el tema es cristiano.

Es conveniente destacar que el Renacimiento produjo tal riqueza artística que superó a la misma Antigüedad,
de lo que estaban orgullosamente conscientes sus propios representantes. En contrapartida, las conquistas
intelectuales y teóricas del humanismo no produjeron un conjunto de obras comparable al del mundo antiguo.
Además, las ideas del humanismo sólo pudieron ser leídas por una élite intelectual muy reducida. El
Renacimiento contó además con otra ventaja: su arte fue adoptado de forma entusiasta por la misma Iglesia.
Por ello sabemos que muchos artistas trabajaron no sólo en la remodelación del Vaticano sino en el
embellecimiento o construcción de muchas iglesias en Italia y el resto de Europa.

Etapas y representantes en Italia.- Algunos autores hablan de un pre-Renacimiento en el siglo XIV italiano.
Esta época, conocida como el Trecento, tuvo entre sus figuras al gran Giotto (1266?-1337), relacionado con

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el pensamiento de san Francisco de Asís. Sin embargo, los artistas de este siglo fueron perfectamente
góticos, aunque con ciertas tendencias naturalistas y humanistas del futuro Renacimiento. Lo que sí continúa
en vigencia son las dos grandes etapas de este arte:

a. El Quatrocento.- Es la etapa inicial y tiene a la ciudad de Florencia como su punto central. Destaca el
trabajo de los talleres familiares y de grandes artistas como Massaccio, Donatello y Brunelleschi.

b. El Cinquecento.- Es la etapa de máxima madurez o clásica. Este período abarca de 1490 a 1520
aproximadamente. Su centro estuvo en Roma y se caracteriza por una labor más personal como la de
Leonardo, Miguel Ángel y Rafael.

Leonardo da Vinci (1452-1519) fue el típico sabio humanista. Destacó en ingeniería, en arquitectura, en
pintura, en escultura, en música, en poesía, etc. Para él la experimentación se convirtió en condición
indispensable de una ciencia real. Esto le permitió liberarse de las ideas aristotélicas en materia de óptica,
acústica y mecánica, por ejemplo. Pero para evitarse conflictos con la Inquisición, mantuvo en secreto muchas
de sus investigaciones e “inventos”, que llegaron a plantear la navegación aérea y los submarinos. Entre sus
obras artísticas más famosas tenemos la “Gioconda” y la “Cena”. Vivió muchos años en Milán y luego pasó a
Francia llamado por el rey Francisco I.

Junto a Leonardo la personalidad más célebre del Renacimiento fue Miguel Ángel Buonarotti (1475-1564). Fue
pintor, escultor, arquitecto y poeta. Estudió en Florencia y luego pasó a Roma. Trabajó para los Médicis y los
papas Julio II y Pablo III. Sus obras más destacables son la cúpula de San Pedro del Vaticano, en Roma; las
tumbas de los Médicis, en Florencia; los frescos de la Capilla Sixtina en el Vaticano; y las esculturas “El
Moisés” “La Piedad” y “El David”. Entre los pintores el que más destacó fue Rafael Sanzio (1483-1520).
Formado por Perugino, asimiló las lecciones de Leonardo y Miguel Ángel. Se le considera el último exponente
del Renacimiento clásico y uno de los iniciadores del manierismo. Trabajó desde 1508 para el Vaticano. Entre
sus obras más conocidas se encuentran la “Escuela de Atenas” donde representa a los filósofos de la
Antigüedad y una gran cantidad de Madonas (vírgenes) y de retratos.

Otros representantes del Renacimiento italiano fueron Lorenzo Ghiberti, Andrea Verrocchio, Fra Angelico,
Sandro Botticelli, Fra Filippo Lippi, Piero della Francesca, Paolo Ucelli, Domenico Ghirlandaio, Giorgio Vasari y
Benvenuto Cellini, entre otros.

El Renacimiento fuera de Italia.- Desde finales del siglo XV la difusión, gracias a la imprenta, de
publicaciones relacionadas con técnicas artísticas desarrolladas en Italia y por el viaje fuera de la península de
algunos artistas italianos que son requeridos por príncipes o monarcas, se difunde el Renacimiento por toda
Europa.

Sin embargo, esta difusión traerá algunos contratiempos. Por lo general va a sufrir resistencia y algunas
adaptaciones a las tradiciones artísticas locales. Por lo tanto, este “renacimiento” varía según cada país. Por
ejemplo, en Holanda la influencia italiana choca con una rica tradición, el arte flamenco del siglo XV, muy rico
e innovador, representado entre otros por Juan van Eyck, el Bosco y Brueghel.

En Francia, hacia mediados del siglo XVI, se forma un estilo clásico propiamente francés que combina la
técnica grecolatina, el Renacimiento italiano y las tradiciones locales. Algo parecido ocurre en Alemania con
Alberto Durero, magnífico dibujante, y Lucas Cranach.

Finalmente, en España es Felipe II quien manda a construir el monasterio de El Escorial, que también sirvió
de iglesia y palacio, con un estilo clásico muy españolizado. En este sentido, la arquitectura renacentista se
inició con el plateresco, donde la piedra se talla como pieza de orfebrería, y el herreriano, un estilo más
austero como el ya mencionado Escorial.

El ocaso del Renacimiento: el manierismo.- Durante 1530 y 1580 aproximadamente, el Renacimiento dio
paso al manierismo. Ahora el arte desplazó su interés del tema representado a la manera de representarlo:
cada artista introduce su “maniera”.

El manierismo fue un arte aristocrático, elitista y cortesano, frente a la condición burguesa del Renacimiento.
Fue eminentemente anticlásico y anti-burgués. Sus centros fueron las cortes europeas o las ciudades donde
se ejercía algún tipo de poder político: Roma, Venecia, Praga, El Escorial o Fontainebleu en Francia. Es un
arte más dramático, se olvida ya del equilibrio y la sobriedad renacentistas y es el preludio de una época que
se avecina más trágica: las luchas religiosas entre reformistas y contrarreformistas, y el inicio de los imperios
absolutistas. Para muchos el manierismo fue el puente entre en Renacimiento y el barroco.

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Por todo ello, el manierismo expresa sentimientos vivos, desequilibrios emotivos, afectamientos,
expresividades y misticismos exaltados, frente a la serena calma renacentista.

El arte manierista busca impactar en el ánimo del espectador utilizando todos los recursos estilísticos que
tiene a la mano: desproporciones, juegos cromáticos, pinceladas vistas o diluidas, juegos de perspectivas,
escenografías apabullantes, ambientes tenebrosos, una movilidad imposible, entre otros recursos. Mientras el
Renacimiento pretendía siempre hablar “del” y “al” hombre, al manierismo le interesaba cómo impactar al
espectador en base a una serie de recursos propios del artista.

Se trata, entonces, de un arte muy elitista, incapaz de ser comprendido por el gran público. Trata temas
esotéricos o muy intelectualizados. Busca el capricho, la rareza, el sinsentido, la irrealidad, el efecto, el
refinamiento y la exquisitez. En fin, el manierismo representa el ocaso de un esplendoroso siglo XVI que
pronosticaba el trágico siglo por venir. Así lo demuestran, por ejemplo, las obras de Tiziano, El Veronés,
Tintoretto, El Greco y Giambologna, entre otros.

¿UNA EUROPA RENACENTISTA? En cierto sentido, el ascenso de las lenguas y de las


literaturas nacionales, significó el fracaso de uno de los pilares del humanismo, esto es, el estudio de las
lenguas antiguas. Muchos de los grandes escritores prefirieron escribir en lengua “vulgar” (italiano, francés,
castellano o portugués, por ejemplo). Pero a pesar de esto, tuvieron la misma admiración por el pasado
clásico y consideraron sus maestros a los griegos imitando su estilo de pensar y escribir.

Su decisión de apoyarse en sus respectivas lenguas no fue para ellos una contradicción con el espíritu
humanista. En este sentido las obras de Ariosto y Maquiavelo en Italia, de Montaigne, Rabelais y Ronsard en
Francia, de Shakespeare en Inglaterra, de Camoens en Portugal y de Cervantes en España, ensalzaron la
lengua “vulgar” de sus países sin renunciar al espíritu del humanismo.

Pero quizá uno de los mayores triunfos del humanismo en Europa es que sus métodos e ideas influyeron
fuertemente en los programas de enseñanza. Muchos colegios y universidades se renovaron o se fundaron a
la luz de estos nuevos ideales. Por ello el estudio de las “humanidades” se convirtió en el paso obligado de
todo europeo culto hasta el siglo XX. En cuanto a la alfabetización hubo progresos, aunque difíciles de medir
en forma estadística. La capacidad de leer y escribir ya no se redujo sólo a las clases altas. En algunas zonas
se sobrepasó el 10% de alfabetizados ya en 1500, especialmente en las ciudades del norte de Italia y en
Holanda.

De otro lado, no podríamos medir el impacto social del humanismo. Su difusión fue el parecer restringida,
aunque cabe constatar un progreso cuantitativo del número de personas cultivadas (lógicamente mayor que
en la Edad Media). En otras palabras: los ideales humanísticos se propagaron de manera indirecta entre
grupos más amplios que la reducida élite que tenía desde tiempo atrás una cultura sofisticada.

En España, por ejemplo, fue en un grupo selecto de clérigos y los grandes comerciantes donde el humanismo
encontró sus servidores más influyentes. Pero en el extremo opuesto, muy particular, aunque bastante
significativo, tenemos las bibliotecas de Amiens (Francia) donde se seguían consultando los textos
medievales tanto de temas religiosos como de novelas de caballería.

Pero no debemos sorprendernos: la cultura medieval continuaba influyendo la mentalidad del hombre
europeo. Y en este sentido, el papel de la imprenta fue muy ambiguo ya que difundió tanto los textos de los
humanistas como las obras medievales.

LA CULTURA POPULAR.- Si el humanismo tuvo un alcance limitado eso quiere decir que más
del 80% de los europeos vivían aún de la herencia medieval. Esta cultura popular era irracional, oral y mágica,
y en el campo estaba muy ligada al ritmo de las estaciones.

La magia era ante todo un sistema de explicación del mundo y la naturaleza, concebidos como un Universo
animado por el juego permanente de fuerzas contrarias, benignas y malignas. Incluso cada elemento de la
naturaleza era representado de modo ambivalente, como benéfico y maléfico la vez. La magia era también un
mecanismo de defensa. Los hombres del siglo XVI vivían en una permanente angustia porque la vida estaba
continuamente amenazada por alguna epidemia, el hambre o la guerra. Una mala cosecha por un trastorno
climático, por ejemplo, podría significar hambre y muerte seguras.

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También existía la angustia por el apocalipsis o el fin del mundo que se creía próximo. Ello explica la gran
popularidad que tuvieron por esos años los predicadores ambulantes, muchos provenientes del bajo clero y
por lo tanto analfabetos como la mayoría, que anunciaban la cercanía del Juicio Final. Estos predicadores,
haciendo muchas veces una interpretación muy libre de los Evangelios, elaboraron teorías o profecías que
fueron condenadas por la Iglesia oficial.

LA PRÉDICA DEL FRAILE SAVONAROLA

Un caso muy célebre fue el del monje dominico Jerónimo Savonarola (1452-1498). La alegre y
despreocupada vida de la Florencia renacentista fue sacudida por los encendidos discursos de este monje
que denunciaba la vida pecadora en que estaba sumida la ciudad y profetizó grandes castigos y la llegada del
apocalipsis. Sus predicciones parecieron cumplirse cuando en 1494 Carlos VIII de Francia cruzó los Alpes
para invadir Italia. Los florentinos aprovecharon la oportunidad para expulsar a los Médicis y restaurar una
república bajo la orientación de Savonarola.

El monje se convirtió en el tirano de la ciudad e hizo un gobierno orientado a favorecer la virtud. El papa lo
mandó llamar para que aclare sus deseos; sin embargo, se niega asistir y lo excomulgan. Savonarola a su
vez excomulga al Pontífice. Apresado durante una revuelta y encerrado en prisión, fue torturado varias veces
y sentenciado a muerte. Murió ahorcado y su cadáver fue quemado en la Plaza de la Señoría de Florencia.

El europeo común era incapaz de comprender los fenómenos de la naturaleza y alimentaba su miedo
poblando el mundo de fuerzas malignas. Temía a la noche, al huracán que destruía las cosechas. Por ello en
el campo, donde vivía la mayor parte de la población, se desarrollaban toda clase de técnicas y ritos para
vencer las fuerzas del mal y congraciarse con las fuerzas benéficas. Por ello en muchas regiones rurales se
seguían practicando ritos de origen pagano como las fiestas de la fertilidad para proteger las cosechas.
Incluso en algunas zonas de Italia se mantenían combates nocturnos contra mujeres acusadas de brujería.

De otro lado esta cultura popular fue también la traducción, o mejor dicho deformación, del mensaje cristiano
por una forma de pensamiento mágico. Este hecho explica la presencia de muchos ritos o fiestas en la
religiosidad del pueblo, y el fervor a la Virgen María y a los santos, dotados se poderes protectores. Esta
abundancia de ritos explica también la concepción que se tenía del tiempo. El tiempo estaba cíclicamente
dividido por el paso de las estaciones y los trabajos vinculados a ellas. El tiempo era a la vez religioso y
profano. Y las grandes fiestas del año integraban ritos religiosos y profanos: la Pascua era, por ejemplo, una
fiesta esencialmente religiosa; la Fiesta de Todos los Santos era un culto mágico-religioso a los muertos;
mientras que el Carnaval (en febrero) era una celebración totalmente profana.

La cultura popular en las ciudades era un poco más elaborada. Aunque procedía en gran medida de la cultura
rural, en las ciudades había una población más diversificada (artesanos, vendedores ambulantes, mendigos,
ladrones y gente sin oficio conocido) y constantemente influenciada por la cultura de la élite que la enriquecía
y la deformaba al mismo tiempo. Digamos que ambas se nutrían. Por ejemplo, el célebre escritor francés
Franios Rabelais (1494-1553), autor de “Gargantúa y Pantagruel”, donde proclamó la liberación de la mente
renacentista con la vida de estos dos gigantes. Realizó una síntesis de los temas del humanismo y de algunas
concepciones populares, particularmente la visión del cuerpo y las funciones críticas del humor popular.

Del mismo modo el médico y alquimista Paracelso (1493-1541), quien partió del supuesto que las
enfermedades son reconocibles por los efectos de un parásito causante, utilizó la sabiduría popular y las
prácticas empíricas de los barberos y las viejas aldeanas para preparar muchos remedios. En otras palabras,
Paracelso, precursor de la medicina moderna, hizo enormes aportes rescatando las técnicas de la “medicina
popular”.

De otro lado, la cultura popular criticó con el humor todos los aspectos y manifestaciones de la cultura oficial.
Su escenario fue la plaza pública y su máxima expresión el Carnaval. La risa, lo cómico, acompañaba la
fiesta. Según Aristóteles el hombre es el único ser viviente que ríe. A esta sentencia, que gozó de gran
popularidad por entonces, se le adjudicó una significación muy amplia: la risa era considerada como un
privilegio supremo del hombre, inaccesible a las demás criaturas; forma parte de su poder sobre la tierra junto
con la razón y el espíritu.

Entonces la fiesta popular recurrió a la risa y así parodió muchos elementos de la cultura oficial o culta. Estas
fiestas del pueblo, organizadas a la manera cómica, presentaban una diferencia notable con los ritos y
ceremonias de la élite cargadas de seriedad y etiqueta. La fiesta ofrecía al hombre común la posibilidad de

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tener una visión del hombre y de la vida totalmente diferente. Vivir momentáneamente una “segunda vida”
mucho más alegre que su vida cotidiana, cargada de angustia y penurias.

El carnaval.- Era la fiesta más importante para el pueblo y se celebraba en febrero antes del tiempo de la
Cuaresma. Todos tenían que participar, se celebraba en toda la ciudad y duraba varios días. El más famoso
era el carnaval de Venecia que, según algunos testigos, duraba casi un mes.

Durante las festividades del Carnaval la élite se refugiaba en sus palacios o en sus templos y las calles eran
dominadas por el pueblo. Sólo algunos miembros de la élite se atrevían a mezclarse con el pueblo en la fiesta.
El carnaval era una liberación provisional respecto al mundo real. En él se abolían todas las distancias entre
los individuos, incluso el lenguaje cambiaba para convertirse en algo más grotesco o soez. A este lenguaje
carnavalesco se sumaba la exhibición del cuerpo, incluso de sus partes más íntimas como una forma de
criticar las prohibiciones religiosas.Todo lo que estaba vedado por la cultura oficial se practicaba durante el
Carnaval. Por ello se comía y se bebía en exceso, se practicaba el sexo sin restricciones y se coronaban
como “reyes” del Carnaval a personas marginadas por el mundo oficial: los gordos, los feos, los mendigos,
etc. Esto demuestra que el Carnaval pretendía construir momentáneamente un mundo nuevo, abolir las
jerarquías y ser “gobernados” por los de abajo.

El Carnaval, finalmente, ignoraba toda distinción entre actores y espectadores. La gente no asiste al carnaval,
sino que lo vive, ya que está hecho para todo el pueblo. Todos participan de él. En el curso de la fiesta no hay
leyes o, en todo caso, se vive de acuerdo a las “leyes de la libertad”.

En síntesis, como vimos el humanismo tuvo alcances muy limitados. La mayoría de los europeos seguía
viviendo en un mundo tradicional, arcaico, supersticioso, cargado de angustias, pero muy festivo. Habrá que
esperar hasta finales del siglo XVIII cuando el espíritu de la Ilustración haga llegar el conocimiento a un
público mayor a través de la Enciclopedia. Luego, ya bien entrado el siglo XIX, los estados europeos
organizarán sus grandes campañas de alfabetización y educación popular.

DESCUBRIMIENTOS GEOGRÁFICOS.- Desde el siglo XIV Europa sufría una


peligrosa escasez de metales preciosos que afectaba su intercambio comercial con Oriente. Las minas de
plata de Europa central y el oro procedente del golfo de Guinea no cubrían las necesidades de una población
que amenazaba con seguir creciendo. Los portugueses fueron los primeros en elaborar planes para llegar al
litoral africano y dominar la “costa del oro”. Colón, por su parte, soñaba con la idea de conseguir el oro de las
lejanas Catai y Cipango (la China y el Japón que antes habían sido visitadas por Marco Polo). Por ello
podemos afirmar que el primer impulso descubridor de los europeos fue esta necesidad de conseguir metales
preciosos para relanzar su comercio con Oriente. La búsqueda de las especias fue más tardía y menos
importante. Además, muchos mercaderes italianos satisfacían esta demanda sin mayores contratiempos.

A estas inquietudes económicas se suma un ideal religioso: la conversión de los infieles que vivían más allá
de la Europa cristiana. Esta ansiedad por la conversión había sido alimentada por las cruzadas y por la labor
de algunos misioneros que relataron historias fantásticas de pueblos aún no cristianizados. En particular los
españoles y portugueses tenían este ideal de cruzada por su larga lucha contra el islam instalado en la
Península Ibérica desde el siglo VIII. De esta forma los móviles económicos no se contradecían con las
aspiraciones religiosas.

Por último, no hay una revolución tecnológica que aliente estos viajes marítimos. Estos pudieron realizarse
gracias a la progresiva utilización de herramientas y conocimientos que desde la Edad Media se fueron
perfeccionando: la convicción de la redondez de la Tierra; la utilización de la brújula, inventada por los chinos
e introducida por los árabes; y el perfeccionamiento de una embarcación, la carabela.

Los viajes.- El cerebro de la política portuguesa fue el príncipe Enrique el Navegante (1394-1460). Su idea
era bordear las costas occidentales del África lo más lejos posible para atacar al islam por la espalda y
capturar el oro de Guinea. Poco a poco los marinos portugueses exploraron las islas Cabo Verde (1445), el
delta del Níger (1475) y la desembocadura del Congo (1486) hasta que Bartolomé Díaz dobló el cabo de la
Buena Esperanza (1488). Más adelante, Vasco da Gama cruzaría el Océano Índico hasta llegar a las costas
de la India (1498). Regresó a Lisboa con dos carabelas cargadas de las famosas especias.

Cristóbal Colón (1451-1506) pensando que la China y el Japón se encontraban cerca de Europa, postuló la
idea de llegar a ellas navegando hacia el Occidente. Su proyecto convence a Isabel de Castilla quien acepta
financiar el viaje. Colón llega el 12 de octubre de 1492 a la isla San Salvador, en las Bahamas, pensando que
había llegado al Asia. En otros tres viajes sigue explorando las islas del Caribe y llega a tocar el litoral

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americano (Tierra Firme). Muere en Valladolid sin sospechar que en realidad había llegado a un Nuevo
Mundo, un territorio desconocido por los europeos.

La verdad del descubrimiento la diría el cartógrafo Américo Vespucci en 1577. De allí el nombre de nuestro
continente. Años más tarde, entre 1521 y 1522, Fernando de Magallanes, navegante portugués al servicio de
España, llegaría al extremo sur del Nuevo Mundo. Su lugarteniente, Sebastián Elcano, continuaría la
expedición que atraviesa el Oceáno Índico y dobla el cabo de la Buena Esperanza, aportando la certidumbre
de la esfericidad de la Tierra.

Consecuencias de los descubrimientos.- La primera consecuencia de estos viajes fue la creación de los
imperios coloniales de Portugal y España. El imperio portugués estuvo formado por una serie de lugares que
se repartían desde las islas Azores hasta la misma India. En realidad, se trataba se puertos-fortaleza que
servían de escala a los navíos mercantes o como puntos de apoyo a la flota militar que resguardaba el
monopolio comercial que ejercían los portugueses sobre ciertos productos que distribuían por Europa. Un
caso excepcional fue la colonia de Brasil, territorio descubierto por Pedro Álvarez Cabral en 1500.

Muy distinto fue el imperio español. Sus conquistadores emprendieron el control del Nuevo Mundo en tres
etapas sucesivas: las Antillas (1492-1519); México, conquistando el imperio de los aztecas por Hernán Cortés
(1519-1521); y el Perú, derrotando a los incas por Francisco Pizarro (1531-1533). En un primer momento los
españoles se dedicaron al pillaje de los tesoros azteca e inca para luego iniciar la explotación de las minas de
oro y principalmente de plata, bajo la autoridad de los virreyes y oidores que representaban la autoridad del rey
de España en las Indias. De esta forma los metales remitidos de América fueron la base de la prosperidad
española del siglo XVI.

Otras consecuencias del descubrimiento de América es que ahora el comercio europeo se amplía con el
tráfico por el Atlántico. Antes sólo se realizaba por el Mediterráneo o por el Mar del Norte. El auge de los
puertos de Lisboa y Sevilla reflejó esta nueva era. Europa empezaba a dominar la economía mundial. De otro
lado, la llegada masiva de metales preciosos de América levantó la alicaída economía europea. Según
algunos estudiosos el monto disponible de oro y plata se multiplicó por cuatro. Esto también permitió un
incremento de la producción, tanto agrícola como “industrial”, en el Viejo Mundo.

Pero no todos los grupos sociales se beneficiaron por igual de estos notables acontecimientos. Los que más
gozaron con este auge fueron los grandes comerciantes de las ciudades, también los manufactureros,
armadores y banqueros. La nobleza tradicional no se benefició mucho; tuvo que hacer un enorme esfuerzo
para mantener su nivel de vida ahora que los comerciantes se convertían en el grupo más dinámico de la
economía y los que multiplicaban su fortuna en poco tiempo. Finalmente, los grupos populares no se
benefician tanto. Al contrario, la llegada masiva de capitales ocasiona una inflación de precios que deteriora
aún más su pobre economía.

Pero el descubrimiento de América y el control del litoral africano y de algunos puntos del Asia no significó un
sólido enriquecimiento de españoles y portugueses. El problema es que como disponían de tantos capitales
prefirieron comprar de fuera todo lo que necesitaban sin invertir en sus propios países para formar

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“industrias”. Paradójicamente la plata que desembarcaba en Sevilla o las riquezas del Asia que llegaban a
Lisboa terminaron enriqueciendo a otras regiones de Europa.

Para los europeos el descubrimiento de tierras y seres humanos desconocidos hasta el momento supuso
cuestionar los conocimientos que hasta entonces se tenían de la Tierra y sus habitantes. De alguna manera
estos viajes desdibujaron un poco los cálculos y descripciones que los antiguos habían realizado sobre
nuestro mundo.

GLOSARIO

Término Definición
anquilosado Que se ha detenido en su proceso, en su desarrollo.
arameo Lengua hebrea que se hablaba en la Palestina de los tiempos de Cristo.
armador El que arma, prepara o dispone una nave.
Navío de pequeño tonelaje, pero dotado de una borda elevada y de velas latinas. Sus
carabela
características la hacían propicia para la navegación de altura.
Denominación italiana con la que se conoce el siglo XVI. En el ámbito artístico suele
Cinquecento restringirse a la producción de tipo renacentista en su etapa clásica, dejando fuera al
manierismo.
erudito Instruido en varias ciencias, artes y otras materias.
esotérico Misterioso, oculto, reservado, secreto.
Todas las substancias vegetales aromáticas, útiles para sazonas manjares o
especias
comidas.
Estudio científico de un idioma o lengua, y en particular de su parte gramatical y
filología
lexicográfica.
Arte de la antigua región europea de Flandes, o de las modernas provincias belgas de
Flamenco
ese nombre.
grotesco Ridículo, extravagante, irregular, grosero, de mal gusto.
laicización Independencia de toda influencia eclesiástica o religiosa.
magia Ciencia o arte que enseña a hacer cosas extraordinarias y admirables.
Persona poderosa —ya sea un papa, un príncipe o un rey— que protege a los
mecenas
literatos o artistas.
Designa en arquitectura la combinación de las diversas partes de un edificio en
proporciones tales que su conjunto sea armonioso y regular. Un orden se compone
órdenes
de tres partes esenciales: el basamento, la columna y el entablamiento. En la antigua
Grecia hubo tres órdenes: el dórico, el jónico y el corintio.
parodia Imitación burlesca de algo serio.
Término italiano con el que también se conoce al siglo XV y su producción artística.
Quattrocento
En este último caso, viene a ser equivalente de Renacimiento.
Práctica y esmero en cumplir los deberes religiosos. Puntualidad, exactitud en
religiosidad
observar o cumplir los preceptos de alguna religión.
soez Bajo, grosero, indigno, vil.
Trecento Término italiano que se aplica al siglo XIV y a sus producciones artísticas.

Este material ha sido elaborado con fines educativos.

Rodríguez, R. (2015). 1. Hacia una nueva Europa. Materiales de enseñanza. Lima: UPC.

Bibliografía complementaria

Floristán, A. (2007). Historia moderna universal. Barcelona: Ariel.


Spielvogel, J. J. (2009). Historia Universal. Tomo I. 9 edición. México D. F.: Cengage Learning.

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