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Zama; El
diálogo de
los textos
Malva Filer
2
3
NOTA PRELIMINAR
Las siguientes pá ginas son el producto de mi continuado interés por la obra de este
escritor, cuya lectura había iniciado con anterioridad a los hechos que motivaron su
exilio. He trabajado con los textos, y no con la biografía del autor, a quien recién
conocí en Madrid en enero de 1980, cuando el manuscrito de mi libro ya estaba casi
terminado. Familiarizada con el total de su producció n literaria decidí, sin embargo,
centrar el presente libro en Zama,1 por ser esta su obra má s representativa, y
porque ella ofrecía posibilidades de aná lisis aú n no exploradas. Graciela Ricci, en
Los circuitos interiores. Zama en la obra de A. Di Benedetto, había presentado un
enfoque arquetípico de la novela. Su libro es, sin duda, un importante estudio de
Zama y de la obra de Di Benedetto en general. Nuestro ensayo se benefició del
aná lisis hecho por Ricci, pero aporta, al mismo tiempo, datos y puntos de vista no
incluidos en él. En añ os posteriores a la publicació n de este estudio, en 1982, se ha
acrecentado la bibliografía sobre la obra de Di Benedetto. Particularmente valiosa
ha sido la contribució n de Jimena Néspolo con su libro Ejercicios de pudor. Sujeto y
escritura en la narrativa de Antonio Di Benedetto, que es una obra de consulta
indispensable para los estudiosos de la obra de este autor. Si bien estos aportes se
han incorporado a nuestro aná lisis de la novela, no se han hecho modificaciones
importantes al texto original, ya que el estudio de las fuentes de Zama y de su
empleo novelístico, que nos propusimos al escribir el libro, no requiere cambios.
1
1ª ed. Buenos Aires: Ediciones “Doble p”, 1956. Las referencias a esta novela, incluidas en el texto de
nuestro estudio, corresponden a la segunda edició n, corregida por el autor, que es su versió n
definitiva: Buenos Aires: Centro editor de América Latina, 1967.
5
INTRODUCCIÓN
El horror se manifiesta en Mundo animal mediante imá genes del cuerpo agredido,
mutilado, e incluso descarnado del personaje narrador, quien da voz a la conciencia,
la cual mantiene su identidad a través de todas las agresiones y cambios. Si bien
estas imá genes horroríficas son características de los relatos de esta colecció n, que
el autor ha calificado de delirios, ellas se encuentran también en cuentos posteriores
má s realistas, como es el caso de “Pez”, de la colecció n Absurdos (1978), donde una
mujer incapacitada, que está muriendo de inanició n junto al cadá ver de su marido,
sufre una herida cuya sangre despierta la bestialidad de su fiel perro, también
hambriento, que se apresta a devorarla. Los cuentos que exhiben características
fantá sticas, por otra parte, no incluyen elementos sobrenaturales ni monstruos, pero
sí monstruosidad o, mejor, situaciones y hechos monstruosos que derivan de una
transgresió n de la barrera entre lo humano y la animalidad. La ausencia de un
monstruo en forma de fantasma, zombi, vampiro u otra figura atemorizante, así
como la falta de una detectable intenció n de provocar horror en el lector, pone en
cuestió n el que puedan considerarse parte de la ficció n de terror. Segú n las ideas de
Noel Carroll, un teó rico del tema, en The Philosophy of Horror,4 los cuentos de Mundo
animal no encuadran dentro de sus esquemas, aunque sí participan de algunos de
los aspectos que él describe. En ellos se da, como observa Carroll, la reacció n del
personaje que experimenta miedo y repugnancia frente a la posibilidad de contacto
con lo que él llama monstruo, pero que en cuentos como “Amigo enemigo” de Di
Benedetto, es solo un pericote, una rata grande monstruosamente engordada.
2
Antonio Di Benedetto. Cuentos completos. Jimena Néspolo y Julio Premat (eds.). Buenos Aires:
Adriana Hidalgo, 2006. 18.
3
Ejercicios de pudor. Sujeto y escritura en la narrativa de Antonio Di Benedetto. Buenos Aires: Adriana
Hidalgo, 2004. 50.
4
The Philosophy of Horror or Paradoxes of the Heart. New York: Routledge, 1990.
7
ella, la mejor literatura moderna, con autores como Dostoievsky, Proust, Artaud,
Celine, Kafka y otros, explora el lugar de lo abyecto. Creo que estas ideas de Kristeva
ofrecen un marco teó rico apropiado para una posible interpretació n de la narrativa
breve de Di Benedetto.
En los cuentos de Mundo animal, como observa Néspolo (58), “Lo fantá stico surge ...
de la superposició n y contaminació n del mundo animal y el humano”. La conducta
animalesca del hombre que come margaritas para gozar de la placidez de espíritu y
la serenidad del burro, en “Mariposas de Koch”, y las mariposas humanizadas de
cará cter romá ntico y capaces de propó sito suicida, representan una transgresió n,
presente desde este primer relato de la colecció n, así como en los siguientes, la cual
conduce a imá genes de una crueldad implacable evocadora del horror. Es también
visible, en ellos, la huella del autor de La metamorfosis y El proceso. Esta se hace
evidente en el sentimiento de culpabilidad que abate a los personajes del escritor
mendocino, y que los empuja a aceptar como merecida su propia destrucció n. Se
trata de una culpa nunca explicada, que el condenado admite con el mayor fatalismo
o, en términos existencialistas contemporá neos de estos cuentos, él acepta como su
propia elecció n de ser culpable. En Mundo animal, como en las obras de Kafka o en la
ética sartreana, la falta de libertad del condenado no lo exime de culpa. El narrador
de Di Benedetto paga su culpa con la invasió n y destrucció n de su cuerpo. El cuerpo
es el espacio en que se desarrolla la acció n, como ha señ alado Fabiana Inés Varela en
su artículo sobre “Cuerpos invadidos, cuerpo y corporalidad en algunos relatos de
Antonio Di Benedetto”6. La destrucció n del cuerpo es descrita por un narrador
lú cido, cuya conciencia e identidad sobreviven a través de cambios físicos radicales,
como ocurre en “Sospechas de perfecció n” y en “Es superable”. Este aspecto
fantá stico corresponde a la naturaleza onírica y pesadillesca de los relatos, y a la
imposibilidad del autor de representar la muerte del narrador, así como la suya
propia. Uno de los cuentos que mejor ilustran las ideas hasta aquí mencionadas es
“En rojo de culpa”.
6
Revista de Literaturas Modernas 37 (2007), 209 – 228.
9
El lector de este relato entra en un delirio de imá genes en que los ratones, como los
seres humanos, niegan su propia culpa y consideran a los hombres culpables de sus
miserias “. Me pagan a mí para que yo sea la culpa de ellos. Los culpables son, segú n
su punto de vista, todos los hombres” (66-67). El narrador es pagado por ellos para
que pague las culpas que estos les atribuyen. La humanizació n de los ratones
impacta, no solo por lo fantá stica sino porque ellos pertenecen a una escala inferior
de animalidad, cuyo contacto el ser humano evita con temor y repugnancia. En esta
visió n fantá stica, el narrador es dominado por esta especie despreciada, mientras
que ella es elevada a la jerarquía de seres racionales. Si bien la problemá tica de la
culpa y la responsabilidad es central en el cuento, lo que produce el horror es la
experiencia de lo abyecto representado por el imaginado contacto físico entre los
ratones y el narrador, contacto que se vuelve agresividad mortífera con el desarrollo
de la historia.
No esperó , no, a los fumigadores de Salubridad. Instantá neo, con un arrebato como el de la
muerte sobre sus hijos, el hombre de luto, armado de hacha, pico, un garrote, un cuchillo,
escarbó , demolió , en busca de madrigueras, sacando a la luz los animalejos de su catá strofe, y
estrellá ndolos en rojo implacable. Y la casa siniestra tuvo por una vez, efímero, un jardín de
abundantes rosas rojas (68).
Los ratones atacan al narrador humano para vengar esas muertes. La descripció n de
su invasió n del cuerpo de la víctima comunica grá ficamente el horror:
pero solo por unos metros. Los dos que estaban en mi cara, para obligarme a abrir la boca,
me mordieron los labios, principiaron a comérmelos y yo grité y ellos se suicidaron. Y otros
se subieron por mi pecho y por mi cuello., y me desgarraron labios, orejas, nariz, y fueron
colmando mis piernas, mi boca y mi garganta y mi estó mago (69).
personaje, quien se cree culpable de haberle ocultado el cuerpo al amor, quiere que
las polillas le ocasionen la muerte, sin ser responsables de ella.
Ahora está n comiendo mi corazó n, ahí han llegado las penetrantes, y yo siento, cada vez má s,
un gran alivio como si fuera entrando en el sueñ o, pasito a pasito…(90).
“Sospechas de perfecció n”, un cuento con una historia má s desarrollada que las
anteriores y en la que el narrador no es destruido, ofrece también, sin embargo,
similares imá genes del cuerpo atacado, esta vez por hormigas. Y también está n
presentes una culpa y un castigo. La extrañ a culpa del narrador consiste en haber
enseñ ado a leer, pero no a escribir, porque su propó sito era vender libros y no
mercancía necesaria para quien escribiese. Por esa conducta, que él mismo califica
de “escandalosamente mercantil”, es llevado a juicio “ante un tribunal de hombres
enmascarados y a caballo en bestias cubiertas de gualdrapas” (78). Aunque sin
permitírsele defensa y ya de antemano condenado a muerte, se lo juzga porque,
como iró nicamente afirman sus enjuiciadores, “éste es un país amante de la justicia”
(Ibíd.). El condenado es ajusticiado por un pelotó n de hormigas que lo dejan
descarnado, pero aú n vivo, ya que las hormigas no pudieron con sus huesos. Había
que esperar a otro pelotó n de hormigas para consumar el ajusticiamiento.
Nuevamente, con ironía, el texto dice que no usaron perros porque “no eran, en ese
caso, un instrumento legal” (79). Las hormigas voladoras que llegan para matarlo
oyen su sú plica y, en vez de destruirlo, lo transportan a otro territorio donde
recupera sus carnes. Se encuentra, entonces, en un mundo de abundancia y
organizació n armó nica que, paradó jicamente, le produce descontento. Sospecha que
ese mundo perfecto solo existe dentro de él mismo, y le vuelven las imá genes de
horror, no expresadas en palabras, del país donde fue descarnado. Es un habitante
12
La violencia es ejercida en estos cuentos, como ya señ alamos, por parte de animales
de distinto tamañ o y desarrollo. Son varios los casos de agresividad perruna, como
en “Nido en los huesos”, donde los perros matan sin piedad a un mono, enardecidos
por la sangre de un pollo degollado. A esta violencia le sigue otra, la de buitres que
penetran y se aprestan a devorar la cabeza del narrador, quien la había
transformado en un nido de pá jaros. Como en los casos anteriores, el texto comunica
una imagen evocadora de horror, intensificado porque es un ataque contra lo que
hace del personaje un ser humano, su cerebro. Los buitres, leemos,
son inacabablemente voraces y han afinado su pico para comerse hasta el ú ltimo trocito de
mi cerebro. Ya en hueso mondo, me picotean” Sus picotazos “duelen ferozmente, hacen doler
el hueso y hacen expandir mi dolor y mi tortura en un llanto histérico y desgarrado de fluir
constante. Nada puedo contra ellos (51).
En los cuentos ya analizados hemos señ alado un cruce entre lo animal y lo humano.
Las características de ambas especies se dan, también, en una misma criatura
viviente, otra forma de aterrorizante monstruosidad imaginada. El cuento que mejor
ilustra la presencia de una animalidad bestial en el ser humano es “Hombre-perro”.
El relato prepara al lector para la transformació n del hombre en perro con una
conversació n del narrador sobre conductas humanas que, por su maldad, son
calificadas de perradas, a lo que sigue la descripció n de la crueldad con que se
burlan, una vecina y el mismo narrador, de la soltería de una mujer que él había
abandonado. Solo, frustrado y sin recursos, el personaje reacciona ferozmente
cuando se entera de que el hombre a quien trataba como amigo ocupaba ahora el
puesto del que a él lo habían dejado cesante. En este punto, la narració n entra en lo
fantá stico:
13
Otro aspecto interesante de los hechos narrados es que los tres leoncitos
sobrevivientes, separados de la madre que los hubiera matado, fueron
amamantados por una mujer y, cuando ella no pudo darles suficiente alimento, hubo
que recurrir a una perra. El hecho es real, pero la interpretació n del autor lo
caracteriza como un acto equivalente al de una mujer esclava que mata a su hijo
para que no tenga que vivir en esclavitud como ella. También está n humanizados, en
ese texto, los otros animales: los osos, criaturas inteligentes obligados a bailar
mediante métodos crueles; una hiena africana que cuenta a sus compañ eras
8
Antonio Di Benedetto. Escritos periodísticos. Liliana Reales (ed.). Buenos Aires: Adriana Hidalgo,
2016.
14
Los animales del zooló gico, a diferencia de los que pueblan los cuentos de esa
colecció n, no son agresores sino víctimas de la agresividad y explotació n humanas.
Los delirios de Mundo animal, con su narrador culpable castigado por los animales,
es la contraparte de la visió n que presenta el reportaje. En esto, Di Benedetto
continú a una larga tradició n literaria que incluye a Melville, Lovecraft y Wells,
autores que han representado el mundo animal dotando a sus criaturas de
inteligencia y de atributos que los acercan a los seres humanos, a los que ellos
atacan defendiéndose de su agresividad. Señ alo, en particular el cuento de Wells “El
reino de las hormigas” (1905) 9, que Di Benedetto puede haber leído, y que tal vez le
sugirió la idea de las hormigas inteligentes que aparecen en “Sospechas de
perfecció n”. Puede interpretarse la agresividad de los animales contra un narrador
humano asumido como culpable, y desplegada en fantá sticas imá genes de horror,
como una manifestació n de preocupaciones del autor con respecto a la conducta del
hombre hacia las otras especies vivientes de la Creació n. Al humanizar a los
animales y hacer manifiesta la animalidad en el hombre, sin embargo, lo que surge
son las imá genes monstruosas, evocadoras de horror, de Mundo animal.
9
H.G. Wells. “El reino de las hormigas”. http://www.librodot.com. 1-11.
10
Buenos Aires: Ediciones “Doble p”, 1955. Reeditado con el título de Annabella. Buenos Aires:
Ediciones Orió n, 1974.
15
Aunque los dos cuentos que componen Declinación y Ángel fueron publicados por
primera vez en 1958, la escritura del primero de ellos data de 1954. "El abandono y
la pasividad", descrito por su autor como "literatura experimental", sería asociado
má s tarde con el objetivismo que propugnaban Nathalie Sarraute y Alain Robbe-
Grillet.12 Di Benedetto ha aclarado, sin embargo, que su libro fue escrito sin que él
tuviera "la menor idea de que en Francia o en cualquier parte estuviese en marcha o
estaba por ponerse en marcha un movimiento de esas características".13 Así como en
El pentágono había comunicado el drama de los celos, mediante el movimiento de
figuras geométricas, anticipá ndose a La Jalousie (1957), en el referido cuento, de
escritura simultá nea a las innovaciones francesas, Di Benedetto ofrece una muestra
de sus propias bú squedas. Se trata, por lo demá s, de un simple y ú nico experimento,
y no de una tendencia duradera. Deben notarse, también, las obvias diferencias que
distinguen a esa narració n, de los textos clasificados como literatura objetiva. En “El
abandono y la pasividad", la mirada del hombre no intenta, como en Les Gommes,
constatar desinteresadamente la presencia de los objetos, ser imparcial y distante
como una cá mara fotográ fica. Por el contrario, se trata de un texto cuyo lenguaje,
pletó rico de giros animistas, reviste a los objetos de calidad y emoció n humanas: "el
12
Este lo encontramos en Juan Jacobo Bajarlía. “Antonio Di Benedetto y el Objetivismo”. Comentario
No. 49 (Buenos Aires, 1966).
13
David Martínez. “Presencia de un narrador mendocino”. La Nación, Buenos Aires, 14/7/1963.
18
despertador mantuvo la guardia", “el vaso está aterido", "la castidad del vidrio", etc.
etc. La mencionada y equívoca asociació n proviene del hecho de que, en el
brevísimo cuento, el drama humano se da a conocer por los objetos, por su
apariencia y condició n. Si el autor se propuso allí—segú n dice— componer su
relato "solo con cosas",14 en "Declinació n y Á ngel" utiliza, en cambio, la técnica del
guió n cinematográ fico, narrando "exclusivamente con imá genes visuales—no
literarias—y sonidos".
“El cariñ o de los tontos” (1958) y “El puma blanco” (1959) muestran, también, las
características indicadas. En ninguno de estos cuentos, ni en sus novelas, se propuso
el autor excluir las imá genes literarias, como lo había hecho en “Declinació n y
Á ngel". "Caballo en el salitral" contiene expresiones como las siguientes: "Corta fue
la arena para el terror", “la hija solitaria del salitral", "como si apañ ara un bastó n",
"acude con su oscura vestimenta el jote", "perdida la jaula del pellejo”.
15
En Cuentos Completos.
20
Capítulo I
Antonio Di Benedetto ha elegido, como recinto espacial de su novela, una zona que
incluye parte del Paraguay actual y regiones que pertenecen hoy al Brasil. El marco
21
histó rico está explícitamente indicado mediante las fechas que encabezan las tres
etapas narrativas: 1790, 1794 y 1799. Sabemos, por declaraciones del autor, 16 que
cuando escribió Zama los territorios allí descritos le eran totalmente desconocidos.
La descripció n del suelo, la flora y la fauna, que va señ alando el itinerario de su
personaje es, por tanto, producto de conocimiento libresco. El contexto geográ fico
proviene de una elaboració n textual, en la que el texto de la novela se constituye por
absorció n, réplica y transformació n de otros textos.17 Di Benedetto no ha nombrado
autores y obras consultadas durante La preparació n de su obra, aunque se ha
referido a un período previo de lecturas que realizó en la Universidad de Có rdoba:
Estudié la orografía, la hidrografía, la fauna, los vientos, los á rboles y los pastos, las familias
indígenas y la sociedad colonial, las medicinas, las creencias y los minerales, la arquitectura,
las armas, el guaraní, la lengua de los indios, costumbres domésticas, fiestas, el plano de la
ciudad principal, los pueblos, el trabajo rural y la delincuencia del país. (Lorenz 132).
16
Lorenz 132. La recreació n hecha por Di Benedetto, de un paisaje aú n no contemplado con sus
propios ojos, tiene por ilustre precedente la pintura de la Pampa argentina que Sarmiento realizó , sin
haberla aú n visto, en su Facundo Quiroga.
17
Cf. El texto de la novela. Barcelona: Ed. Lumen, 1974. 119-20. Se aplica, en este aná lisis, su teoría del
“estatuto del enunciado”. Segú n Kristeva, “el enunciado, en el texto, está orientado hacia el corpus
literario anterior o sincró nico… El enunciado (el texto) es un cruce de enunciados (de textos) donde
se lee por lo menos otro enunciado (texto)”.
18
En las pá ginas siguientes mostramos, sin embargo, que la veracidad histó rica de Zama es mayor de
lo sugerido por las declaraciones de su autor.
22
Azara describe la tierra paraguaya como una planicie en la que proliferan las "orillas
anegadas" y “situaciones pantanosas". "La horizontalidad de los terrenos... hace que
las aguas... se detengan indecisas en las llanuras, hasta que se van evaporando"
(Descripción 16). Como consecuencia de esto, se forman “albercas” de gran
superficie y poca profundidad que se encuentran en los lugares má s hondos.
Anteriormente a Azara, ya Barco Centenera observaba, en el Canto II de La
Argentina, que el río Paraguay "entra... con má s quietud" y consume… las aguas, que
el Perú viene vertiendo". 19 “Es tierra... que mucha de la dicha es anegada" (Ibíd.). La
imagen de agua detenida que surge de estas, y otras descripciones semejantes, es
transformada por la novela en figura emblemá tica que anticipa el destino de su
protagonista:
Entreverada entre sus palos, se manea la porció n de agua del río que entre ellos recae. Con
su pequeñ a ola y sus remolinos sin salida, iba y venía, con precisió n, un mono muerto,
todavía completo y no descompuesto (5).
19
Martín del Barco Centenera. La Argentina. Buenos Aires: Junta de Historia y Numismá tica V, 1912.
13.
23
El mono muerto, llevado y traído por un agua demasiado débil para desenredarlo de
la maleza, expresa alegó ricamente la angustia e impotencia del narrador. Diego de
Zama, oscuro funcionario en la Asunció n lejana y pobre de las postrimerías de la
Colonia, se siente, como el mono, en un pozo sobre esa tierra llana en que espera sin
esperanza un improbable rescate.
Segú n Azara, la calidad del suelo parece la de “un peñ asco de una pieza, cubierto de
una costra... de arena" (Descripción 20). En la novela, Diego experimenta el efecto
alucinador del sol calcinante reflejado en una "arena limpia que da visiones" (7) 20 y
piensa, borgeanamente, en "los juegos que fueron o pueden ser terribles, no en el
momento en que se juegan, sino antes o después" (Ibíd.).21 Las referencias a la arena
son frecuentes y sirven para crear un clima psicoló gico opresivo. Ejemplos de ello
son la "calle ardiente y polvorienta" con su tierra roja que se pega al rostro (41), la
"lisa arena roja" en que cae una arañ a aplastada, todavía viva pero "imposibilitada
de desplazarse" (66), "la maldita arena indiferente" que “apagaba todo sonido" (75).
En la segunda parte de la obra, el suelo "de tierra roja, con base poco menos que
inconsistente", ya no es solo opresivo sino también peligroso. El transeú nte no
puede oír a los jinetes y carruajes hasta tenerlos sobre sí. En la "tierra roja" cae, sin
vida, el cuerpo de una criadita mulata, atropellada por un caballo.
Suelo arenoso bajo soles ardientes, frondosos bosques, animales, pá jaros, insectos y
reptiles de zona tropical, configuran el paisaje de Zama. En las casas, los á rboles y
campos del Paraguay podían encontrarse arañ as de toda especie (Descripción 78).
El texto menciona arañ as de gran tamañ o, una durante la carrera de caballos que
observa Diego, echado 'bajo los á rboles exteriores del bosque" (65), y otra, escapada
de un nido de avispa pó mpilo, hecho en el cielorraso del cuarto de Luciana y su
20
Esta escena de sol reflejado en la arena, y su efecto sobre el personaje, recuerdan a L´étranger de
Camus.
21
Cf. Jorge Luis Borges. “La lotería en Babilonia”. Obras Completas I. Buenos Aires: Emecé, 2007.
24
marido (91).22 El mainumbig, del que hay breve referencia en la novela, es el nombre
guaraní del picaflor o colibrí americano. Este pequeñ o y hermoso pá jaro ha atraído a
los naturalistas e inspirado poemas y leyendas. 23
Marcos Sastre, en su Tempe
argentino, lo llama una "flor animada". La referencia al pajarillo ocurre en el
momento en que el protagonista se dispone para el amor, e introduce en el texto una
atmó sfera de poesía y de misterio: "El ú ltimo mainumblg depuso su silente y absorto
aleteo ante las flores y supe entonces que era preciso ceder sitio a la noche en el
jardín" (147).
(Produce) una comezó n tan fuerte, tan abundante por todo cuanto puede penetrar, no
alcanzando las manos para matar a los mosquitos que vienen como en nube; no dejan comer,
parar ni descansar... Vienen con esta secta los quejemes ó Virguís y carachos; aquellos son
mosquitos pequeñ os, pero estos imperceptibles tal que acometen sin ruido y dejan un gran
escozor (410-11).
22
Cf. Azara, Descripción 67. La descripció n de la arañ a tiene connotaciones semejantes a las del mono,
al comienzo de la novela.
23
Cf. Ernesto Morales. Leyendas Guaraníes. Buenos Aires: Ed, Futuro, 1946, 77-85; Natalicio
Gonzá lez. Geografía del Paraguay. México: Guaranía, 1964, 320-21.
24
“Diario del Capitá n de Fragata D. Juan Francisco Aguirre” (Buenos Aires: Revista de la Biblioteca
Nacional XVII, 43/44, 1949).
25
territorios, ...había tanta caza de venados y avestruces que era cosa de ver”. 25 Dicha
riqueza de frutos naturales es aludida en la obra con la menció n de un manguruyú ,
"quizá de cinco arrobas", que pesca Diego, y se refleja en la generosidad con que
unos indios entregan a estos hombres desconocidos toda su caza de venado. Un
avestruz proporciona, también, la sangre con la que Diego escribe su ú ltimo
mensaje.
Las dos primeras partes de Zama ocurren sin duda en Asunció n, aunque se omite la
menció n del nombre. Para recrear la fisonomía de la ciudad a fines del siglo XVIIl, Di
Benedetto ha consultado, probablemente, obras y documentos de cuya
identificació n e influencia en el texto de la novela nos ocupamos má s adelante. La
tercera parte se desarrolla siguiendo el camino que remonta el Paraguay hacia el
norte, bordeando el Chaco, y continú a al oriente por territorio brasileñ o, en
direcció n a los ríos que llevan a Matto Grosso y Cuyabá . Las referencias a la calidad
del suelo van señ alando los cambios de escena, como sucede por ejemplo en el
siguiente pá rrafo: "Después del terreno llano, ú ltimo límite de las cabalgatas
menores que realizaba la gente de la ciudad, comenzaba el bosque, que orillamos"
(168).
La expedició n que se organiza para cazar al bandido Vicuñ a Porto, a la que se une
Diego, sigue una ruta que reproduce el viaje emprendido por Félix de Azara en junio
de 1784, y del que da cuenta en su Geografía física y esférica del Paraguay (11 y ss.).
Del mismo modo que aquel, los personajes de Zama se dirigen a Ypané, pueblo que
en época de la novela se encuentra—segú n atestigua Azara—a 25" 27' 44" de latitud
austral y recibe, o ha dado, el nombre del río homó nimo. Ypané había tenido una
ubicació n anterior, al norte del río, a 23" 16' 26" de latitud, y fue llamado Pitun por
unos bosques cercanos que tenían este nombre. La ruta de Zama pasa, sin evidente
ló gica, por las ruinas de Pitun, antes de llegar a Ypané. Diego observa que los indios
25
Naufragios y Comentarios. Buenos Aires: Austral/Espasa Calpe, 1957. 150.
26
de la regió n usan huesos de vaca o de caballo para abrir surcos en la tierra, y nota
có mo los pá jaros y otras aves voraces se comen las semillas antes de que las cubran
con sus precarias herramientas. Esta situació n es descrita por Azara de la siguiente
manera: "En el Paraguay y Misiones se sirven para azadas, de las paletillas de vaca
acomodá ndolas en un mango, y sus arados son de un palo punteagudo (Descripción
61). Menciona, también, la destrucció n que ocasionan “pá jaros, cuadrú pedos,
hormigas, avispas y otros insectos" (Ibíd. 58)” En fecha má s reciente, A. Métraux, E.
Palavecino, y otros investigadores, se han referido al mismo problema en sus
estudios dedicados a la etnografía chaquense.26
26
Alfred Métraux. “Etudes sur la civilisation des indiens Chiriguano” Tucumá n: Revista del Instituto
de Etnología I, 1930; “Estudios de etnografía chaquense”. Univ. de Cuyo: Anales de Arqueología y
Etnología V, 1944. Enrique Palavecino. “Las culturas aborígenes del Chaco”. Historia de la Nación
Argentina. Buenos Aires: Junta de Historia y Numismá tica Americana I, 1936.
27
El estado rural del Rio de la Plata. Buenos Aires: Ed. Bajel, 1943. 81.
27
Azara, señ ala que en la frontera con el Brasil el país es “má s alomado" (Descripción
41). El contraste entre la regió n sudoeste y la noroeste ha sido descrito por varios
autores. Natalicio Gonzá lez, por ejemplo, nota como característica de la regió n
noreste las "lomas', o, tierras altas", con sus "elevaciones combadas” y “pendientes
suaves" (Geografía del Paraguay 29). A medida que se adelanta en el mismo rumbo,
se advierte que las lomas crecen en altura, hasta elevarse a 30 y 40 metros sobre el
nivel de la llanura circundante. El arribo a las tierras má s altas está indicado en
Zama con esta ú nica observació n: los expedicionarios muertos por los indios, la
noche anterior, "quedarían allí, al pie del cerro, con una cruz y una piedra encima"
(185).
… de modo que todo el bosque forma como un solo cuerpo amarrado con bejucos y cada
á rbol está sostenido por sus laterales. Abundan tanto en los bosques las plantas pará sitas de
muchísimas especies, que admira ver un bosque sobre otro como si faltase a la naturaleza
suelo para sus producciones. Se ve Todos los bosques está n llenos de infinidad de bejucos,
enredaderas llamadas aquí Y-cipó , muchas veces que las palmeras ‘pindó ’, como si creyesen
ser tierra los helechos y plantas bajas que las tocan, arrojan coronas de raíces en el aire a la
altura del contacto (324).
28
El parentesco entre estos dos textos nos parece obvio. La descripció n de Azara
permite al autor de Zama recrear la geografía paraguaya correspondiente a la época
de su novela, la cual, segú n Efraím Cardozo, "no es ni aproximadamente la de
nuestros días, después de siglos de devastació n forestal”.28 Debe agregarse que, en
Zama, la espesura del bosque adquiere una calidad laberíntica, evocadora de una
temá tica contemporá nea, y acorde con el clima psicoló gico de la novela:
Yo veía nuestra situació n como la de quien quisiera penetrar en el dibujo de un bosque sobre
el que se ha hecho el dibujo de otro bosque, y a mayor altura, pero ligado al primero, el
dibujo de un tercer bosque confundido con un cuarto bosque (188).
descubiertas en las cercanías de Ciudad Real, luego de haber sido esta fundada en
1557 por Ruiz Díaz Melgarejo. Los vecinos de Ciudad Real creyeron que los espatos
y cristales "eran diamantes, amatistas y otras piedras preciosas, y acopiá ndolas en
cantidad formaron el proyecto de escaparse con ellas á Europa tomando el camino
del Brasil. Con este motivo hubo alboroto en el Pueblo que calmó con haber
averiguado que dichas piedras nada valían" (36). Se encontraban ellas, segú n Azara,
en la sierra del Campanero, sobre la costa occidental del río Paraguay, en la latitud
de 190 50', y en otras partes. Al crecer en su interior los cristales, dejá ndolos sin
espacio, los cocos reventaban produciendo "un estruendo al igual de una bomba o
cañ onazo" (Descripción 19). Aguirre, en la misma época que Azara, menciona las
explosiones que se oían en las inmediaciones de San Fernando, una cordillera de
sierra unida y escarpada que ubica, en su Diario (461) a 19o 30' de latitud. Los
portugueses de Cuyabá vieron en ellas prueba de que la cordillera poseía diamantes
y oro. Aguirre, por su parte, afirma que solo son descargas atmosféricas.
La ciudad de Asunció n
Para recrear el aspecto físico de la ciudad de Asunció n a fines del siglo XVIII, las
fuentes de informació n má s plausibles son La ciudad de Asunción, de Fulgencio R.
Moreno31 y La Asunción de antaño, por R. de Lafuente Machain. 32
A ellas puede
agregarse “Descripció n histó rica de la antigua provincia del Paraguay”, de Mariano
Antonio Molas,33 en la que se describen las condiciones existentes en la ciudad de
Asunció n desde fines del siglo XVIII hasta 1840. Creemos que Di Benedetto recurrió
a estas obras, y que es posible puntualizar, en su texto, mú ltiples adquisiciones
procedentes de ellas.
El comienzo de Zama tiene lugar frente a un viejo muelle, que Diego califica de
inexplicable porque—segú n afirma—"la ciudad y su puerto siempre estuvieron
donde está n, un cuarto de legua arriba" (5). Esta observació n del protagonista
podría ser indicio de que se ha realizado una superposició n de rasgos descriptivos
correspondientes al momento histó rico de la novela, con otros que pertenecen a una
época posterior. En efecto, el Discurso histórico, publicado por Juan Francisco de
Aguirre en 1793,34 y de cuyo manuscrito reproduce Lafuente Machain un fragmento,
describe así el sitio en que se inicia el relato de Zama:
Era el acceso al puerto por sendas o desfiladeros (82). En la gran vuelta que da el río…desde
los rumbos del cuadrante segundo á los ú ltimos del cuadrante cuarto, de los que vuelve hacia
el sur, poco a poco, se halla juntamente la marina de la ciudad. Estando el río bajo se puede
caminar por toda ella… Hace la ribera lo mejor ó ú nico para el paseo (94).
Concuerda con esta descripció n, el hecho de que Diego salga de la ciudad y pueda
caminar ribera abajo, al encuentro de algú n barco. El viejo muelle decrépito aI que
31
Buenos Aires: Librería J. Suá rez, 1926.
32
Buenos Aires: Amorrortu e hijos, 1842.
33
La Revista de Buenos Aires. Buenos Aires: Imprenta de Mayo, IX a XV, 1866/68.
34
Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Ms. No. 9.
32
llega es, en efecto inexplicable. Tal vez lo sea porque pertenece al futuro. Leamos, si
no, un fragmento de Siete años de aventuras en el Paraguay, publicado por Federico
Masterman en 1870, también incluido en La Asunción de antaño:
Estando los muelles construidos en la extremidad de una curva, que forma el río en frente
del pueblo, el agua los va dejando en seco, y por vía de compensació n, invadiendo la má rjen
opuesta, de manera que dentro de poco el canal quedará lejos de la ciudad. Cien añ os ha, el
desembarcadero distaba má s de una milla de su sitio actual. En el día queda lejos de la parte
comercial del pueblo (porque los negociantes no se han retirado con el río) del cual lo separa
un terreno arenoso, un arroyo bajo y cenagoso, y un puente arruinado (151-52).
La situació n de esta ciudad es sumamente travajosa por razó n de que su piso es mui
arenisco. Está llena de zanjas y zanjones que vienen desde los suburbios y tienen arruinados
muchos Edificios, no siendo menos los que va causando el mismo Río a cuias má rgenes se
halla ubicada (14).
Ademá s de las obras citadas, que creemos han sido fuentes de referencia del autor
de Zama, él mismo menciona haber consultado el plano de la ciudad. Sin embargo,
los nombres de calles que figuran en la novela no existían en la Asunció n de aquella
época. La primera divisió n de la ciudad en seis barrios fue hecha en 1782 bajo el
gobierno de Don Pedro Melo de Portugal. En el documento que establece los límites
de dichos barrios, no hay menció n alguna de nombres de calles. Véase, por ejemplo,
có mo se circunscribe el á rea correspondiente a uno de ellos:
El 10 será tomando la Calle que viene de la Chá cara del Sor, Arzediano Samudio, pasando por
un lado de las casas del Sor. Coene, torzer al norte a espaldas de San Franco y viajando por la
casa de Santiago Pérez, viajando por las de Chuchi calle abajo por las casas de don Francisco
Duarte, seguirá hasta el Río, en cuya divisió n estará n anexas todas las Casas, asta salir de la
ciudad.35
La calle de San Francisco corre, mirada desde el río, detrá s de la calle de San Roque (29-30).
Ambas calles tomaron el nombre de las iglesias frente a las que pasaban, aunque la iglesia de
San Francisco ya no existía cuando se oficializó la nomenclatura. Fulgencio Moreno cree que
el accidentado terreno, poco propicio al movimiento de vehículos, fue un factor en La tardía
formació n de las calles que—segú n su libro—no estaban siquiera esbozadas, con excepció n
de la calle Real, en las postrimerías del siglo XVIII (214-15).
La inexactitud de detalle, que acabamos de señ alar, no adultera el cará cter fidedigno
que tiene, en lo esencial, la Asunció n de Zama. La informació n correcta prevalece en
su descripció n de la estructura urbana. Por ejemplo, la novela hace evidente la
cercanía del río con respecto a la casa del Gobernador. Diego escucha desde su
oficina los cañ onazos del puerto, y puede fá cilmente caminar hasta allí para
satisfacer su ansiedad de noticias. Esta circunstancia es mencionada por Moreno,
35
Historia edilicia de la ciudad de Asunción. Asunció n: Departamento de Cultura y Arte, 1967. 81
35
quien explica que los principales edificios pú blicos se agrupaban—en la época que
nos ocupa—alrededor de la plaza de armas, sobre la alta barranca del río.
Formaba esa plaza un espacio oblongo un tanto irregular, cuya parte má s extensa paralela al
río tenía por ese lado el edificio del Cabildo, a orillas de la barranca, y en frente del Palacio
del gobernador y las Cajas Reales (195).
Segú n la novela, había en Asunció n arriba de seis templos, “sin contar los de
naturales" (28). No sabemos si esto corresponde a la época descrita (por otra parte,
el nú mero queda indefinido), pero en 1581, Fr. Juan de Rivadeneyra informaba:
“Hay en esta ciudad seis iglesias, sin la Catedral, que son siete" (La Asunción de
antaño 66). Se percibe como un eco de esta frase en el texto de Zama. En este, como
en otros pasajes ya citados, la posible asimilació n de otros textos interesa tanto
como el grado de veracidad de la informació n respectiva. Creemos haber
demostrado, sin embargo, que en lo que concierne a los aspectos topográ ficos y
edilicios, la novela es fundamentalmente fiel a las fuentes documentales que le
hemos atribuido.
Capítulo II
EL CONTEXTO HISTÓRICO
36
Ver Ricardo Levene. “Introducció n a la historia del Derecho Indiano”. Obras (Buenos Aires:
Academia Nacional de la Historia, 1962) lll, 241.
37
en gran medida, por las Juntas Municipales, los Gobernadores Intendentes y la Junta
Superior de Hacienda.37 Entre 1793 y 1800 se delimitaron las funciones y
responsabilidades de los jueces y asesores, de acuerdo a la nueva legislació n,
estableciéndose distinciones entre letrados y legos (Instituciones 443). El cambio
institucional tuvo por objetivos una administració n má s eficaz y mejor controlada
desde la Metró poli, y el incremento de los ingresos del Tesoro, propó sito que en
efecto logró cumplir. Pero el nuevo régimen produjo, por otra parte, el
desplazamiento de los criollos que habían ocupado cargos de Gobernadores,
Alcaldes Mayores y Corregidores, y su sustitució n por funcionarios peninsulares.
Este hecho tendría, a los pocos añ os, decisivas consecuencias políticas para la
América españ ola.
37
Ver José María Ots y Capdequí. Instituciones (Barcelona: Salvat, 1959) 464-65
38
El gobernador tenía indicado que en cuanto yo llegara me pusiese a sus ó rdenes. Esto
implicaba antesala, hasta que él se dignase franquearme el paso. En esta ocasió n se
retardó hasta crisparme de impotencia (35).
Cuando, para ayudarlo, su jefe ordena el exilio de Ventura prieto, Diego no atina a
agradecérselo. La injusticia y crueldad de la orden lo dejan perplejo, ya que Prieto
era la víctima inocente de su injustificado ataque. Ademá s, el Gobernador había
procedido por su cuenta, sin consultarlo, mostrando en la forma de favorecerlo su
habitual prepotencia. Con el Teniente de Gobernador, el Asesor Letrado tiene escaso
contacto. Era aquel hombre de armas, y “no pretendía orden má s que en su cuartel”
(102). Su administració n benefició , sin embargo, a funcionarios y empleados, al
ordenar se pagasen los sueldos atrasados, ni bien entrara el dinero. Por primera vez
39
dispuso Diego de recursos para ayudar a su familia lejana. Pero sus penurias
econó micas, referidas con insistencia a través de la novela, só lo reciben con esto un
pasajero alivio. Su sueldo era, oficialmente, de mil quinientos pesos. De estos, mil
corrían a cargo del presupuesto de la ciudad, la cual no contaba con suficientes
fondos para pagarlos. El sueldo real se reducía, pues, a quinientos pesos que
cobraba con irregularidad.
Félix de Azara, en Geografía física y esférica, escribe acerca de los sueldos que
percibían los funcionarios de la Colonia en la época que nos ocupa. Las condiciones
descritas por la novela coinciden con lo que dicho autor informa en el siguiente
texto:
Critica Azara la prá ctica de dar los puestos mejor remunerados a los europeos,
quienes ponen mayor empeñ o en enriquecerse que en atender al cumplimiento de
la ley. Ilustrativos de esta situació n son, en Zama, don Godofredo Alijo y don
Honorario Piñ ares de Luenga, ministros de la Real Hacienda. El primero aparece
solamente en la descripció n de una fiesta que hace en su casa. Del segundo, sabemos
que pasaba largas temporadas en su estancia de Villa Rica, donde tenía yerbales,
cuidando de sus negocios. Su deseo era “disfrutar en Españ a de los bienes
acumulados en América” (99). Cuando hubo adquirido suficiente fortuna, renunció
al cargo, “sin apetecer siquiera otro en la corte ni en lugar alguno del territorio
españ ol” (Ibíd.). En ningú n momento aparecen, Piñ ares o Alijo, desempeñ ando las
funciones por las que los remuneraba el Rey. Zama era, en cambio, el ú nico
americano con cargo importante en la administració n de la provincia, y dependía,
para su supervivencia, de su ya reducido sueldo. La irregularidad en los pagos afecta
40
Es difícil constatar si los Gobernadores que aparecen en Zama han sido concebidos
segú n el modelo de los personajes histó ricos que ocuparon el puesto durante los
añ os que abarca la novela. La informació n disponible sobre Don Joaquín de Aló s lo
describe como un "barcelonés linajudo" quien, en calidad de
Corregidor de Chayanta, se señ aló por ser “uno de los funcionarios que má s
expoliaron a los indígenas" (Bischoff 73). A pesar de que se le hizo prontuario por
sus comprobados abusos, fue eximido de cargos y elevado al puesto de Gobernador
de la Provincia del Paraguay. En contraste con sus antecedentes negativos, su
administració n de la provincia ha sido descrita como eficiente, diná mica y
progresista (Udaondo 54). Con respecto a Lá zaro de Rivera, se ha señ alado que este
era “un sujeto autoritario, enérgico y que no reparaba en cometer cualquier
arbitrariedad para imponer su deseo" (Bischoff 93). Su administració n estuvo
rígidamente concentrada en una sola persona, y se destacó por frecuentes injusticias
y abusos. Sin embargo, esa política tirá nica de Lá zaro de Rivera tuvo consecuencias
saludables para La economía, lo cual permitió que el Estado abonase los sueldos que
adeudaba a sus funcionarios. La época de su gobierno ha sido caracterizada como
brillante, a pesar de su despotismo y arbitrariedades. En la novela, el pago de los
sueldos se atribuye, como ya mencionamos, a la decisió n del Teniente de
Gobernador, en el ejercicio temporario del mando. No hay datos disponibles sobre
este gobierno interino, que tal vez no haya ocurrido en la realidad histó rica; esto
41
ú ltimo es posible, ya que las fechas en que desempeñ a sus funciones caen dentro del
período de Joaquín Aló s, segú n las fuentes citadas.
En este aná lisis de contexto histó rico, nos interesa destacar el hecho de que el
mundo de la burocracia, Las leyes, los cargos administrativos, sueldos y el espíritu
general de la época está n encapsulados en la novela. Pueden señ alarse, ademá s,
42
De interés histó rico es también otro aspecto, al que alude la novela, relacionado con
los problemas de salud que afectaban a los habitantes de Asunció n y con el estado
de la medicina en aquella época y lugar del continente. A pesar de la tolerancia con
que allí se veía el mestizaje, Diego se niega a tener relaciones sexuales con mulatas o
indias. Teme contraer el mal gá lico y, específicamente, "perder la nariz, comida por
la enfermedad” (19). Dichos temores eran comunes en esa época, si creemos a Félix
de Azara, segú n el cual era "cosa sabida que el españ ol que se entrega las indias
queda por lo comú n desconocido, sin que baste muchas veces la medicina á
socorrerlos. Una extrañ eza de este mal es que aquí ataca por lo comú n las narices, y
43
jamá s las glá ndulas del cuello" (Geografía 416). Tenemos noticia de que, en época
anterior, el mal gá lico había afectado a los conquistadores, entre ellos Don Pedro de
Mendoza, quien—segú n la Crónica de Ulrico Schmidl—fue atacado por esta
enfermedad, que lo dejó tullido (75).38
La indígena que Diego descubre, tumbada en una zanja, padece "flujos de sangre”,
mal que los curanderos trataban, apunta el texto, con "sahumerios de hojas de
gü embé" (37); esta informació n puede encontrarse, también, en Azara (Geografía
19). Otra enfermedad mencionada en la novela es la que afecta los ojos de Luciana y
tiene, por síntoma, el pá rpado caído. Sobre este mal, que aquejó con frecuencia a los
primeros pobladores de la nació n, escribe Aguirre en su Discurso histórico: “La
Iglesia de Santa Lucía fue de las primeras con particular devoció n de los
conquistadores por el frecuente mal de ojos u ophtalmía de que adolecieron mucho”
(La Asunción de antaño 81).39 Una referencia anterior a este problema se halla en La
Argentina de Ruy Díaz de Guzmá n, quien atribuye el "mal de ojos" a "los vapores y
ardentía del sol” (188). Para tratar estas, y otras enfermedades, los asuncenos de
Zama, como los de la época que reconstruye, recurren a curanderos. “Tanto los
americanos como los españ oles, y éstos de las clases má s distinguidas, para remedio
de sus achaques preferían, antes que al cirujano, al cura experto, y má s que al cura
experto, al curandero" (39). Diego va a buscar a la indígena enferma a casa de la
gû aigü í, la vieja “médica", y encuentra que esta y su asistente está n recogiendo los
canutos de cañ a con orinas, para el diagnó stico. Segú n Azara (Descripción 198), en
cada distrito del Paraguay había, en aquella época, un curandero. Este iba los días de
fiesta a la parroquia, y sentado a la puerta de la iglesia esperaba que los enfermos le
enviaran la orina, a la que llamaban "sus aguas", en un canuto de cañ a. EI texto de
Zama incorpora esta informació n, notando que los “médicos" acudían a la ciudad
solo en día de fiesta religiosa, pero había una curandera "con residencia fija y
consulta permanente" (39).
38
Ver, también, Barco Centenera, Canto IV.
39
Véase, también, la pá gina 43 del mismo libro.
44
La tercera parte de la novela, con sus numerosas referencias a las tribus indígenas,
también contiene elementos de interés histó rico. Indios, criollos y españ oles
peninsulares constituyen una compleja realidad humana; de ellos nos ocupamos en
el capítulo siguiente. En lo que concierne al presente tema, queremos señ alar la
autenticidad del cacique Nalepelegrá , quien no es personaje enteramente ficticio.
Informa Azara (Geografía 374-75) que los mbaya tenían varios caciques, pero los
principales eran cuatro, llamados Codoalotoquí, Natogotaladí, Navidrigí y
Nalepenegrá . Con la pequeñ a diferencia de una letra—la cual no deja de ser
significativa—el personaje está concebido, probablemente, a partir de los datos que
proporciona ese autor.
Las pá ginas precedentes han demostrado que la escritura de Zama se apoya en un
andamiaje deliberadamente construido, con mú ltiples referencias a textos
científicos e histó ricos. Con ellos, Di Benedetto diseñ a el recinto temporal de su
obra, del mismo modo que ha establecido su recinto espacial.
Desde el punto de vista histó rico, el personaje principal tipifica, segú n vimos,
circunstancias de vida que corresponden a la época evocada. Diego de Zama,
Corregidor enérgico y justiciero, había conquistado honra y respeto como
pacificador de indios. Lo conocemos, en época posterior, cuando se desempeñ a
como Asesor Letrado de Gobernador, cargo en el que se siente aminorado y
descontento. La ineficiencia y arbitrariedad con que se manejaban las instituciones
virreinales, especialmente en esas zonas pobres y alejadas del Imperio Españ ol,
transformaban a sus funcionarios, en caballeros mendicantes, a la merced de los
favores de la Corona. Zama se ve condenado a la pobreza, y a una espera impotente
que lo mantiene separado de su familia. Su soledad y desamparo van socavando el
sostén moral y psicoló gico de su personalidad.
40
El nombre del protagonista es, también, el del sitio en que se libró una batalla famosa. En el
capítulo 3 analizamos el posible significado de esta coincidencia.
46
coinciden, segú n la obra de Bischoff, con las de Zamalloa, una vez asumido su puesto
en el Paraguay.
41
Noé Jitrik afirma, acertadamente, que “Di Benedetto ha encarnado en la persona de Zama una
actitud má s contemporá nea que su personaje” (La nueva promoción. Mendoza: Ed. de la Biblioteca
San Martín, 1959. 52-55). Esta opinió n concuerda con la expresada por Antonio Pagés Larraya, en su
reseñ a de la novela (La Razón, 29/12/1956)
48
No nos proponemos, con estas pá ginas, clasificar la obra como novela histó rica ni,
menos aú n, compararla con los modelos decimonó nicos de ese género. Conviene
recordar, sin embargo, que las teorías acerca de la novela histó rica, pasadas y
presentes, coinciden en señ alar la necesidad de un vínculo entre el material
histó rico presentado en la obra, y nuestra vida contemporá nea. Goethe escribía, en
su época, que había que otorgar al pasado una cultura superior a la que tenía, má s
42
Cf. Stephen Ullmann. Semántica. Madrid: Aguilar, 1976. 149-50.
43
Ver Fermín Fevre. “Valoració n de Zama”. Criterio. Buenos Aires: 26/10/1972. 598.
49
histó ricas, así como en las ideas sobre la escritura de la Historia, dan mayor validez
a los argumentos anteriores acerca de la historicidad de Zama. Que el personaje sea
anacró nico o que la novela esté dedicada a “las víctimas de la espera”,
sugiriendo una universalizació n del tema y una identificació n del autor con su
personaje, no invalida la presencia de la Historia. Segú n Noe Jitrik, Zama es “un texto
de una modernidad absoluta” que reconstruye “lo perdido de la vida colonial” pero
que, en verdad, parodia “la cró nica y los intentos literarios de reconstrucció n de
escenarios histó ricos”.44 Creo que la calificació n de paró dica podría aplicarse a la
obra, pero solo si por parodia entendemos, como lo han propuesto Linda Hutcheon 45
y otros críticos, una repetició n de textos incorporados a un contexto dentro del cual
cobran un significado diferente. Coincido, por otra parte, con Julio Premat en que
Zama es una obra precursora, en el marco argentino, de una nueva modalidad en la
escritura de ficciones histó ricas que reconocen el papel de la imaginació n y la
subjetividad en la reconstrucció n del pasado.46 No concuerdo, sin embargo, con su
afirmació n de que obras como Zama, “si bien dialogan con las Historias nacionales y
con una tradició n literaria, no pretenden presentar una realidad ficcional ajena al
mundo interior del escritor” (Ibíd). Aceptar esto significaría negar que el proceso
imaginativo ha configurado una visió n del pasado apoyada en datos verídicos, y ha
recreado con ellos un escenario histó rico, por má s que la fantasía y la subjetividad
del autor hayan reelaborado o transformado esos datos. Lo mismo podría decirse de
la mayor parte de las novelas de Carpentier, Fuentes, Vargas Llosa y otras que tratan
del pasado, con excepció n de aquellas obras que contradicen la Historia
documentada o inventan totalmente una visió n histó rica como lo hace Fuentes en
Terra Nostra o Alejandro Paternain en Crónica del descubrimiento. Este no es,
claramente, el caso de Zama, como ya lo hemos mostrado. Creo que Zama debe
considerarse como un anticipo de la llamada Nueva Novela Histó rica que han
44
“De la historia a la escritura: predominios, disimetrías, acuerdos en la novela histó rica
latinoamericana”. The Historical Novel in Latin America. Daniel Balderston (Ed.). Gaithersburgh, MD:
Ediciones Hispamérica, 1986. 26.
45
A Theory of Parody: The teachings of twentieth-century art forms. New York: Methuen, 1985.
46
Historia, Espacio e Imaginario. Jacqueline Covo (Ed.). Villeneuve d’Ascq (Nord): P.U. de Septentrion,
las 1997. 286.
51
Capítulo III
Los Indios
Zama contiene menció n breve, pero específica, de distintas tribus indígenas, con
referencia a los tipos humanos, habilidades, costumbres y ritos. En cada caso, que a
continuació n se detalla, puede confirmarse la veracidad de los datos incluidos en el
texto. Los indios de la novela no está n, sin embargo, revestidos de verdadera
humanidad. Sus tipos y costumbres son mencionados en forma distante y casual, sin
47
La nueva novela histórica de la América Latina 1949-1992. México: Fondo de Cultura
Econó mica,1993.
48
La novela histórica: (re)definición, caracterización, tipología. Madrid: Visor libros, 2013.
52
En la primera parte, se encuentra una referencia a los guaycurú es. Leemos allí que la
criada de Luciana había intentado escaparse de su amo, en su primera juventud. Se
lanzó , pura ello, al río con la idea de llegar aI Chaco y reunirse con los guaycurú es, "no
obstante saberlos salvajes, (72). La caracterizació n de estos indios, en la novela,
coincide con la que han proporcionado, entre otros, Barco Centenera (Canto III 19),
Díaz de Guzmá n (26-27) y Nú ñ ez Cabeza de Vaca (144-161), en sus obras aquí citadas,
así también como Azara (Descripción 151), quien se documentó en las cró nicas
anteriores a su época. En el pró logo a su edició n de Geografía física y esférica del
Paraguay, Rodolfo R. Schuller afirma que el nombre de “Guaycurú ”, derivado de
''gú aî": pintado y “curu": sarna (cicatriz), no designaba una tribu en particular sino
que se aplicaba, colectivamente, a distintas tribus feroces y nó madas del Chaco,
preferentemente, a las que vivían "desde la embocadura del Pilcomayo hasta las
tierras de los Guaná " (CXVIII). En cualquier caso, todos concuerdan en señ alar el
salvajismo y la belicosidad de estos indios que, segú n leemos en Díaz de Guzmá n,
daban “continua pesadumbre a los vecinos de la Asunció n".
Sobre los indios mbayas, la novela incluye informació n má s detallada. En un diá logo
entre Luciana y Diego, mucho antes de que este emprenda la expedició n que lo llevará
a sus tierras, Luciana le explica el método usado por las mujeres de esa tribu para
provocar el aborto, y así reducir la natalidad. Félix de Azara, en sus libros,49 condena
esta prá ctica — también extendida entre los guaycurú es — mediante la cual las indias
evitaban tener má s de un hijo. A ella, y no a las guerras, atribuye el citado estudioso el
exterminio de estos altos y fuertes indígenas. Luciana había tenido motivos má s
íntimos para evitar la maternidad. La referencia a las mbayas — má s libres en esto
que sus congéneres europeas — le sirve para introducir, en la conversació n, su
propia experiencia de mujer sometida, casada sin que se consultara su voluntad, por
inapelable decisió n paterna.
49
Ver Descripción 141 y Geografía 377-78.
53
Los indios mbayas, habitantes de los terrenos bajos y pantanosos del Chaco Boreal, en
la costa occidental paraguaya, han sido frecuentemente descritos como una raza altiva
y guerrera. Tenían por esclavos a los guanas, de índole pacífica y trabajadora, los
cuales les servían en el cultivo de las tierras, en traer leñ a, guisar, armar toldos o casas
y cuidar de sus caballos "sin má s estipendio que la comida" (Descripción 135). Se ha
puesto en duda, sin embargo, que hubiera entre estas dos tribus una relació n de amo
y esclavo. "Los vanos y fieros Mbayá... se creen señ ores de los Guaná", dice Azaru, pero
"esta supuesta esclavitud se reduce á nada porque ni el Mbayá tiene que mandar, y el
Guaná se va cuando se cansó de disfrutar á su señ ora, ó se le antoja: en lo poco que
cultivan tienen ellos la misma parte que los que se figuran dueñ os" (Geografía 336).
Es admirable, comenta Azara, la conducta de los Guaná, ya que son "diez veces má s
numerosos que los Mbayá y de la misma talla, armados de las mismas lanzas, macanas
ó garrotes, flechas y de igual espíritu, y sin má s diferencia que la de no tener caballos"
(Ibíd.) Los "guanaes” aparecen en Zama, antes que sus señ ores. Se los describe "altos,
bien formados, sin cejas, con una raya de pintura azul que les marcaba la frente y
bajaba por la nariz” (178). Estos datos y los referentes a La índole de sus relaciones
con los mbayas, siguen de cerca las fuentes citadas: “Eran indios guanaes y de
consiguiente pacíficos … Iban a sumarse a la població n mbaya con el objeto de
disponer de caballos” (Ibíd.).
Se ha escrito mucho sobre la importancia que tenían los caballos en vida de los
mbayas. Desdeñ osos de toda otra ocupació n, no hacen — dice Azara —sino cazar y
pescar para vivir, y la guerra. Para esto tienen bastantes y buenos caballos que
estiman mucho” (Descripción 139). El esmero que ponían en conservarlos ha sido
especialmente comentado por P. José Sá nchez Labrador, en su libro El Paraguay
católico (290-91). A. Métraux dedica cuatro pá ginas a ese tema, en sus “Estudios de
etnografía chaquense” (290 y ss.). En el adiestramiento y uso de caballos, los indios
imitaron a los españ oles, de los que también aprendieron a domesticar perros. Segú n
Métraux, los Mbayá no adquirieron perros domesticados hasta poco antes de finalizar
el siglo XVIII. Esa es, precisamente, la época de la novela, y en ella aparece una
cuadrilla de perros adiestrados para la caza.
54
Los mbayas de Zama, con el cacique Nalepelegrá a la cabeza, atacan a los españ oles, e
imponen sus condiciones de paz. Los guanaes sirven de intermediarios entre los dos
bandos. La belicosidad y el orgullo de los mbayas se manifiestan en la conducta de
Nalepelegrá hacia los españ oles. Los obliga, el cacique, a asistir a una fiesta, parte de la
cual consiste en una pelea o batalla ritual, en la que los indios demuestran su bravura.
Después de ella, se hacen las presentaciones, ceremonia en la que exige, otra vez, su
acatamiento. Finalmente, Nalepelegrá los despoja de sus vacas, dá ndoles por
compensació n unos consejos que indican su actitud condescendiente. Debían, en su
opinió n, hacer un gran rodeo de vacas, sacá ndolas de los bosques, y volver a su tierra,
abandonando La bú squeda del hombre blanco, porque “todos los hombres blancos
son igualmente malvados” (186). Exceptuaba de esta generalizada censura al Capitá n
Parrilla, a Zama y a sus soldados, cuyos nombres se envanecía de recordar.
Hay referencia, en la novela, a la expresió n de duelo que era usual entre esos indios.
Por Azara sabemos que se atravesaban "una espina gruesa de pescado, metiéndola y
sacá ndola como quien cose" (Descripción 12-13). El cacique Nalepelegrá anunció que,
como gesto de buena voluntad, los indios compartirían con los españ oles el duelo por
la muerte de sus compañ eros de armas. Una de sus hijas “permanecería encerrada en
su toldo tres días, con espinas de pescado clavadas en los brazos" (182). La ceremonia
de duelo no desmiente, sin embargo, el hecho de que la vida era posesió n efímera, de
valor reducido, para indígenas y soldados. El texto así lo indica, al informarnos que
habían sido "carneados" tres de los soldados, y Diego no pudo dolerse por ellos, pues
no sabía quiénes eran (184).
Otras dos tribus indígenas, a las que alude el relato, son los caaguaes y los
mataguayos. De los primeros leemos que eran enemigos de los mbayas, dicho lo cual
el texto los abandona. En cuanto a los mataguayos de Zama, ellos habían cegado, con
cuchillos encendidos al rojo, a toda una població n indígena. Con respecto de esta
tribu, Lorenzo Hervas escribe que es una "nació n no poco numerosa, y la má s vil del
55
Chaco" (I, 164). Tal vez a esta mala fama se deba el que la novela les atribuya tan
extremado sadismo.
Los personajes de la novela, con los que el protagonista establece algú n grado de
comunicació n, son españ oles. En la primera parte aparecen el Gobernador, el oficial
mayor Bermú dez, los ministros de la Real Hacienda: Godofredo Alijo y Honorario
Piñ ares de Luenga, y Luciana, esposa de este ú ltimo. Ellos pertenecen al pequeñ o
círculo distinguido de funcionarios altos y comerciantes ricos. De posició n menos
destacada son, en cambio, Don Domingo Gallegos Moyano, dueñ o de la pensió n en que
vive Diego, su hija menor Rita, el Capitá n Indalecio Zabaleta y, finalmente, Ventura
Prieto, españ ol de jerarquía inferior a la de Zama. Con actitud ansiosa, que delata un
56
sentimiento de inferioridad, busca Diego ser aceptado como españ ol. En una fiesta
ofrecida por el ministro Alijo, manifiesta con peligrosa arrogancia que solo tendrá
relaciones con mujeres blancas y españ olas. Esta rigidez, que él trata de justificar
confesando su temor del mal gá lico, es incomprensible en un medio en el que
prevalecen la mezcla de razas y la promiscuidad. Su exclusivismo sorprende al grupo
de hombres españ oles invitados por Alijo, para quienes tal conducta no es natural y
resulta sospechosa. En vano intenta Diego seducir a Luciana, quien lo entretiene con
coqueteos mientras —segú n el texto insinú a— acepta los requerimientos del oficial
Bermú dez. Este ú ltimo se presenta, en su mente, como "el capaz de ser amado", ya que
el oficial mayor es también el seductor de Rita, la otra mujer deseada por Diego. Sin
éxito en ambas empresas amorosas, debe buscar alivio pasajero en compañ ía de una
mujer mulata, a quien abandona inmediatamente. Para Diego, la mujer blanca,
inaccesible por fuerza de las circunstancias, es el ú nico objeto posible de idealizació n
eró tica.
Dos situaciones de Zama podrían interpretarse como simbó licas de los conflictos,
raciales y culturales, que han definido la historia de la América españ ola. En el primer
caso, un hombre había matado a una mujer morena a quien decía amar. Las
circunstancias eran extraordinarias. Al despertarse una noche, después de haberse
dormido "con un tabaco en la boca", vio que le había nacido "un ala de murciélago".
Con repugnancia, buscó en la oscuridad su cuchillo y se la cortó . "Caída, a la luz del
día, era una mujer morena" (11). Este hecho extrañ o, relatado al comienzo de la
novela, adquiere mayor significació n al irse acumulando evidencia de una actitud
prejuiciada por parte de Diego, en lo que respecta a sus relaciones con las distintas
razas. El convicto había matado a la mujer morena, en la creencia de que extirpaba
algo repugnante que le había crecido en su propio cuerpo. Zama, luego de satisfacer su
urgencia sexual con la mulata, se siente culpable, no só lo por su infidelidad a la esposa
lejana, sino también porque había intimado con una mujer de otra raza. A la luz del
día, evitó dar con su propia mirada en el espejo. "Resistía mi propia mirada, pero
consciente de que ante los ojos de Marta habría sentido necesidad de cortarme algo"
(60).
57
El siguiente sueñ o de Diego puede interpretarse, también, como expresió n simbó lica,
má s compleja, de los conflictos anteriormente aludidos. Comienza este con una
fantasía intrauterina en la que Diego se ve deslizá ndose hacia afuera del recinto
materno, para nacer. De pronto aparece "un individuo de reluciente casco de acero", y
el proceso de nacimiento se detiene. La escena cambia entonces a una representació n,
a la que el protagonista asiste "vestido de fiesta", como invitado de honor. Al entrar,
sin embargo, se encuentra, solo, ante las ruinas de un antiguo teatro. Su teló n de fondo
muestra figuras pintadas que representan "una batalla inmó vil". No puede dejar de
mirar "esas pintadas figuras de caballeros y bestias", a pesar de que ellas acentú an su
soledad. De este decorado se desprende "un jinete de casco reluciente", quien
atraviesa el teatro galopando ruidosamente y lo cubre de tierra al pasar. Este sueñ o es
referido inmediatamente después de una escena humillante para el protagonista, en la
que se sugiere que Bermú dez ha conseguido de Luciana los favores que esta le niega a
Zama. La embestida del jinete podría representar la sexualidad agresiva y triunfante
de Bermú dez. Llama la atenció n, sin embargo, que el sueñ o se relaciona con el
momento de nacer. La primera aparició n demora el surgimiento de Diego a la Vida, y
una vez fuera del recinto materno, otra figura, de similar apariencia, lo cubre de tierra.
El "reluciente casco de acero" identifica a las dos figuras como hombres de guerra. Es
posible que esta imagen del sueñ o sea simbó lica del antepasado europeo, el
conquistador. Su actitud altanera y despectiva corresponde a la que, segú n sabemos,
caracterizó al españ ol en sus relaciones con los naturales de América. Es significativo
que, a lo largo de la novela, ni una vez mencione el protagonista a su padre, aunque
recuerda a su madre y se duele por la pérdida del propio hogar, en el que ve la
tradició n heredada de sus padres y abuelos. La imagen onírica de un trauma sufrido
con anterioridad al nacimiento reaparece, en la obra, como dato de la realidad, y con
explícita referencia al conflicto de razas. La criada Tora tenía en su cuerpo la marca de
heridas que había recibido cuando, encontrá ndose aú n dentro de su madre, esta fue
atacada por un blanco. La raza dominante la había marcado desde antes de nacer.
58
50
Los numerosos ensayos dedicados a este tema dan testimonio de una preocupació n sostenida y de
alcance continental. Las obras de Vasconcelos, Samuel Ramos, Octavio Paz, Alcides Arguedas,
Martínez Estrada y H. A. Murena son representativas de este indagar acerca de la identidad
hispanoamericana.
59
Ventura Prieto entiende que Zama no se acepta como americano, y ha sustituido los
vínculos naturales con su tierra y su gente, por una identificació n enajenante con el
españ ol peninsular. Critica la promesa de encomienda que Diego hace al descendiente
de adelantados, y niega mérito o justicia a dicha institució n. Zama se alarma ante las
ideas subversivas de un españ ol que defiende la libertad de los indios y condena su
explotació n econó mica. Má s tarde, pensará en Ventura "como el propagandista de
algo, si bien ignoraba de qué" (67-68). La independencia americana, a tan corta
distancia, es todavía inconcebible, dentro de su limitada perspectiva. Por su parte,
Ventura se asombra de "tantos americanos que quieren parecer españ oles y no ser
ellos mismos lo que son" (38).
51
Similar preocupació n se expresa, también, en el siguiente diá logo de "Caballo en el salitral", El
cariño de los tontos (Buenos Aires: Ed. Goyanarte, 1961), 9:
"—¿Y qué, acaso no estamos en el mundo?
—Así es; pero eso no lo sabe nadie, aparte de nosotros".
52
La fecha de publicació n de este libro, anterior en dos añ os a la primera edició n de Zama, permite
que se considere como probable una influencia de sus ideas en la concepció n de la novela.
60
justifique, allí en la lejana metró poli. La posibilidad de que esto ocurra, gracias a los
esfuerzos de Luciana, hace que se sienta inmediatamente "dignificado" (101).
En la segunda parte de la novela, Diego se une a Emilia, una españ ola con la que
cumple su deseo de paternidad. Un hijo bastardo, sucio y descuidado, es la realidad en
que encarna su impulso creador de vida. En él percibe el mimetismo de las bestias
para confundirse con la propia tierra, mimetismo del que Diego carece en absoluto.
Defraudado, condena a su hijo al abandono y la pobreza, reproduciendo con su
conducta la del blanco europeo, engendrador de "guachos". Manuel Ferná ndez, el
secretario de Zama a quien suponemos americano aunque el texto no lo indica,
cumple los deberes de marido y padre que Diego no puede ni quiere cumplir. Este
queda liberado de toda obligació n y se transforma, al mismo tiempo, en un hombre
sin pasado ni futuro, sin direcció n ni meta en la vida. Sus fantasías eró ticas, en casa de
61
Vicuñ a Porto, personaje central y decisivo en la tercera parte de Zama, señ ala, del
mismo modo que Ventura Prieto —con quien significativamente comparte las
iniciales del nombre— un aspecto del mundo americano que Diego no ha querido
enfrentar. Vicuñ a, audaz y valiente, rebelde contra los españ oles pero amigo y
conocedor de los indios, es un producto del suelo y de su gente. Este personaje
prefigura la mezcla de violencia, valentía, astucia y generosidad que caracterizará a
los futuros caudillos americanos. Diego, como españ ol, solo ve en él al bandido,
fugitivo de la justicia. Vicuñ a Porto, con el nombre asumido de Gaspar Toledo, se
encuentra entre los hombres que, sin conocerlo, lo persiguen. Esta situació n absurda,
en la que se está al acoso de alguien que es uno de los perseguidores, reproduce en
otro nivel el esquema de vida del protagonista, quien siempre espera encontrar en
otra parte lo que allí mismo tiene. La tardía delació n de Zama, el ú nico que conoce a
Porto, no lo exime de culpa por el encubrimiento anterior. La orden, por la cual el
Capitá n Parrilla dispone el arresto de ambos, niega la ilusió n de superioridad, legal y
moral, que sin duda alienta Diego con respecto al fugitivo. La situació n se invierte, sin
embargo, cuando los soldados se rebelan contra Parrilla y liberan a Porto. Este
iró nicamente, se transforma en el benefactor de Zama, a quien salva la vida, mientras
envía sin contemplaciones a su muerte al Capitá n Parrilla. La delació n de Diego es
castigada con la pérdida de sus dedos, mutilació n física paralela a la mutilació n vital y
espiritual que él mismo se había infligido.
El niñ o rubio
Las tres etapas narrativas, en cuyo desarrollo se define el destino de Zama, está n
conectadas por la figura enigmá tica de un niñ o rubio; su aparició n se produce en
cuatro momentos decisivos del relato, que vamos a analizar:
62
Para descifrar el posible significado del niñ o rubio en Zama, se hace necesario
buscar un hilo conductor que una sus cuatro apariciones. Creemos que la clave del
personaje se encuentra en su descripció n física. En efecto, un niñ o rubio en el
Paraguay del siglo XVIII hubiera sido por demá s exó tico y, obviamente, europeo.
Espigado —esto es, alto para su edad— y abandonado a sus fuerzas, está sucio,
descalzo, desarrapado. El niñ o no crece a lo largo de la novela. Para él, el tiempo no
63
En las pá ginas anteriores, hemos tratado de demostrar que, en Zama, hay expresió n
de ideas y preocupaciones referentes a la condició n de ser del hispanoamericano.
Las declaraciones del autor a Lorenz lo confirman. Así, por ejemplo, dice en ellas:
"Mi novela Zama está muy influida por lo indígena. Es intenso mi interés por saber
de los antiguos pobladores de América" (140). Al mismo tiempo, expresa allí la
opinió n de que, aun en la Argentina, el "orgulloso europeísmo etnográ fico" puede
perder terreno en el futuro. En el contexto de estas inquietudes y puntos de vista ya
propuestos, el niñ o rubio puede representar al españ ol, material y espiritualmente
desheredado, en suelo americano. Degradado por la pobreza, el personaje joven
refleja, como un espejo, la propia tragedia del protagonista. La asociació n que se
establece entre Ventura Prieto y las dos primeras apariciones del niñ o sugieren
esta advertencia: en ese mundo pobre y primitivo, de razas oscuras y mezcladas, el
europeo blanco, rubio, sufrirá una adaptació n difícil, pero necesaria, que lo
integrará a América. En la tercera aparició n, surgen simultá neamente la mulatilla y
el niñ o. El blanco desposeído y la hija de una raza esclavizada son dos versiones de
la pobreza y el desamparo. Finalmente, el niñ o rubio salva la vida de Diego, tal vez
para recordarle la tarea que está por cumplir. Espejo del protagonista, nuevamente,
el niñ o no ha crecido, y aquel no ha realizado su potencial humano. El tiempo no ha
53
El hijo de Indalecio tiene también, como el niñ o rubio, doce añ os. Esta coincidencia puede ser
significativa. Con su ú nica aparició n, en la primera parte de la novela, el hijo de Indalecio restituye
continuidad y equilibrio a la imagen del protagonista.
64
Las palabras finales de Zama establecen un diá logo con textos que proceden de
distintas ideologías, pero que concuerdan en su problemá tica. Ezequiel Martínez
Estrada señ ala, en Radiografía de la Pampa, el error de haber designado a América
como Nuevo Mundo, cuando ella había tenido civilizaciones cuyo apogeo coincidió ,
en el tiempo, con la entrada de los moros en Españ a. El equívoco que conlleva el
nombre de Nuevo Mundo produjo, segú n este autor, una ilusió n de juventud, la cual
hizo que se designasen como "defectos de infancia los vetustos vicios de senilidad"
(75). También Murena se refiere, en su libro ya citado, a la juventud erró neamente
atribuida a los pueblos del continente, para excusar con ella sus fracasos y
frustraciones. En su opinió n, no es juventud sino estancamiento, falta de vida y de
espíritu, que perpetú an una existencia satélite e inmadura. "América es —segú n
Murena— un hijo crecido y sin experiencia" (40). El niñ o rubio, espigado, que se
mantiene en los doce añ os, puede representar ese estancamiento, que afecta al
protagonista de Zama.54 Diego no ha crecido, no ha aprendido a vivir de frente a la
realidad. Su vida es una espera, porque lo necesita todo de otros, sin ser capaz él
mismo de producir o de dar. Pero al negarse a alentar la ilusió n de riqueza fá cil de
sus compañ eros de aventura, emprende el camino de su redenció n. Tal vez sea este
el sentido de su ú ltimo mensaje, escrito má s para sí que para su esposa, a quien lo
dirige: "Marta, no he naufragado" (204).
De ser correcta esta lectura de Zama, el fin del libro sería un comienzo, que apunta
hacia el necesario enfrentamiento con la realidad. El criollo Zama, producto y
víctima de una América de historia prestada y de espejismos, intuye finalmente la
fó rmula de la autoaceptació n. Diego no ha nacido de nuevo, del mismo modo que
América no es el Nuevo Mundo. Los españ oles e indios que forman sus pueblos no
54
No excluimos, sin embargo, la posibilidad de universalizar el símbolo, ya que en otras de sus obras
el autor muestra la inmadurez y falta de crecimiento espiritual como características del hombre, a
través de la historia. Véase, al respecto, los cuentos de Absurdos (Barcelona: Pomaire, 1978).
65
Capítulo IV
MOTIVOS EXISTENCIALES
55
El final de la novela completa el paralelismo, sugerido desde el comienzo, entre el protagonista y el
mono. Este no emprendió el viaje “hasta no ser mono, sino cadá ver de mono”. Diego realiza un viaje
espiritual por el que se encuentra a sí mismo, pero logra este objetivo solo después de haber sido
mutilado.
66
humana. En ese nivel, Zama exhibe las señ as distintivas de la época en que fue
compuesta, y emerge como novela de índole existencial.
56
El ser y el tiempo. México: Fondo de Cultura Econó mica, 1951.
57
Ver Ciriaco Moró n Arroyo. El sistema de Ortega y Gasset. Madrid: Ed. Alcalá , 1968. 138-41.
58
El libro de Carlos Astrada, Idealismo fenomenológico y metafísica existencial. Buenos Aires: Instituto
de Filosofía, 1936, es prueba de la temprana divulgació n que tuvo la filosofía de Heidegger en la
Argentina. Véase, al respecto, Juan Carlos Torchia Estrada, La filosofía en La Argentina. Washington:
Unió n Panamericana, 1961.
59
Historia de las literaturas de vanguardia. Madrid: Ed. Guadarrama, 1965. Cap. 9.
67
60
Paris: Gallimard, 1978. 167.
68
Dans un univers soudain privé d'illusions et de lumières, l'homme se sent un étranger. Cet
exil est sans recours puisqu'il est privé des souvenirs d'une patrie perdue ou de l'espoir
d'une terre promise. Ce divorce entre 1' homme de sa vie, l'acteur et son décor, c'est
proprement le sentiment de l'absurdité (Le mythe 18).
Emilia cargaba con mi hijo y con la miseria. Lo entendí claramente, pero sin
remordimientos... Regresé a paso lento. Fumaba. Había almorzado con abundancia (126-27).
Iró nicamente, Diego percibe con sensibilidad exacerbada la fealdad de los otros. El
mundo se le aparece en su faz repulsiva y le provoca, como a Roquentin, 62
reacciones de ná usea. Compá rese, por ejemplo, la escena de la taberna en Zama
(80), con algunas de las experiencias del personaje de Sartre en el café:
La nausée:
Je l'ai, la saleté, la nausée... Ça m'a pris dans un café... Je fais un gros effort et je tourne la tête.
Ils sont quatre. Elle se penche sur un vieillard... Sourires. II a les dents pourries. Ce n est pas a
lui qu'appartient la main rouge, C'est á son voisin, un type á moustaches noires. Ce type...
possède de d'immense narines... qui lui mangent la moitié du visage. .... Les mains font des
taches blanches sur le tapis, elles ont l'air soufflé et poussiéreux" (32 y ss.).
Zama
Tomé banco, junto a la mesa má s rala, donde tres ancianos bebían en silencio y ablandaban,
con las encías casi desdentadas, tajaditas finas de matambre. Uno era legañ oso. Otro
transpiraba... Se le extendían intermitentes chorritos de sudor, que luego bajaban.., hasta el
cuello, donde se perdían... en hondas depresiones formadas por la piel arrugada. Cuando no
era chorrito, sino una gota... actuaba como una lente, y... me hacía ver, atrozmente
aumentados, ora un pelo, ora un puntillo negro, ora el rojo de una irritació n del cuero. ....
Reconocí en detalle la costrita negra del que nunca se lava la cara. Con la lente líquida y
corrediza que le daba tamañ o, parecía moverse hacia afuera, como por salirse.
Las coincidencias son evidentes: vejez, fealdad, suciedad, insistencia en los detalles
repugnantes. Diego se extenú a en un estéril rechazo de la realidad que lo circunda.
62
Jean Paul Sartre. La nausée. Paris : Gallimard, 1959. 32 y ss.
70
Necesitaba escapar y todo el obstá culo era una roca. La embestía y en cada embestida me
partía má s una herida en medio de la cara. Seguí embistiendo cada vez má s débil, má s débil,
má s… (63-64). 63
63
Podría también citarse, en este contexto, una imagen kafkiana, de sentido equivalente al del mito
de Sísifo. Ella se encuentra en “Jäger Gracchus“ (“El cazador Gracchus”), cuyo personaje está
condenado a subir eternamente la escalera que conduce al otro mundo, y a despertar nuevamente en
la tierra, cada vez que alcanza a vislumbrarlo.
71
Estas ideas sartrianas,64 de las que aquí solo hacemos brevísima menció n, está n
presentes en el sentido que Di Benedetto ha dado a la conducta de su personaje. El
motivo de la elecció n está implícito desde el comienzo de la obra, cuando Diego se
identifica con el mono muerto, atrapado entre "los palos del muelle". También él se
siente "en un pozo", paralizado por la espera e incapaz de elegir. Su primer rechazo
de la responsabilidad que le incumbe en la elecció n de su propia vida, corresponde
al tipo de conducta que Sartre ha llamado "mala fe". Al reconocer la posibilidad —y
por tanto la obligació n— de elegir, se inicia ya, en Zama, un crecimiento interior. Su
reflexió n sobre la muerte —el "ú ltimo momento"— introduce en el texto una idea
central del existencialismo: la muerte es intrínseca a la condició n humana, pero el
hombre es libre de asumir ante ella distintas actitudes. Diego comprende,
finalmente, que "la libertad... no está allá , sino en cada cual" (187). No elige el
suicidio, pero decide hacer suya su muerte, que otros decretan, asumiéndola como
un acto propio. Aunque sobrevive, esto no invalida su elecció n liberadora: "Mi
muerte, elegida por mí... ir a la muerte, como un acto querido, un acto de la voluntad,
de mi voluntad. No esperarla, ya. Acosarla, intimarla" (202). Para llegar a este acto
de libertad, ha ido despojá ndose de todo lo que lo ligaba a la vida —bienes
materiales, afectos, obligaciones, sentido del honor— hasta quedar desnudo y libre
frente a la muerte.
64
Jean Paul Sartre. L’être et le néant. Paris: Gallimard, 1843. Cuarta parte, Cap. 1. 508-642.
65
Julio Cortá zar. Rayuela. Buenos Aires: Sudamericana,1966.
72
Los suicidas, novela posterior a Zama, interroga las causas y justificació n del
suicidio. Apropiadamente, tiene por epígrafe una cita de Camus: "Todos los hombres
sanos han pensado en su propio suicidio alguna vez" (Le mythe). El tema, asociado
con experiencias y preocupaciones personales del autor, no se encuentra en Zama.
Si bien Diego se siente liberado, al asumir la muerte como acto de su voluntad, no
hay en su actitud un impulso suicida. El sentido de la vida no está allí presentado
como un problema, ni se relaciona su valor, o carencia del mismo, con la bú squeda
de la muerte. Diego vuelve a la vida, mutilado pero consciente. El periodista de Los
suicidas no encuentra respuesta a su interrogante, pero elige, también, la vida. Ni
uno ni el otro explican su decisió n; Diego no lo intenta siquiera, Recordemos que,
segú n Camus, el suicidio no es rebeldía sino, por el contrario, la aceptació n llevada a
sus límites. La rebelió n consiste en vivir, con plena conciencia del absurdo. El
protagonista de Zama no es un rebelde, sin embargo. Las metas a las que
inicialmente aspira, aunque inalcanzables para él, concuerdan con los valores que le
han sido transmitidos por herencia y educació n. Su conducta es ingenuamente
sumisa, en la aceptació n de dichos valores. El acto por el que destruye la ilusió n de
sus compañ eros de aventura representa un cambio radical, porque implica el
66
H. A. Murena. El pecado original de América. Buenos Aires: Sudamericana, 1965. 51.
73
rechazo definitivo del autoengañ o con el que él mismo ha procesado su vida. "Hice
por ellos lo que nadie quiso hacer por mí; decir, a sus esperanzas, no" (203). Pedro
Laín Entralgo, en su libro La espera y la esperanza, comenta las consecuencias que se
derivan de la teoría de Sartre, para quien la esperanza es solo una forma del
autoengañ o. "Ni esperanza ni desesperació n, sino desesperanza: tal sería", segú n
Laín, "el lema de la lucidez y la decisió n sartrianas". 67 Esta desesperanza lú cida, y el
nihilismo heroico que propuso Camus, en sus obras citadas, no son ajenos al
desenlace de la novela. Ellos apuntan, sin embargo, a un callejó n sin salida. Los
personajes de Di Benedetto, como los "perseguidores" de Cortá zar, descubren que la
razó n no aclara y el exceso de lucidez los paraliza. Zama, con su existencialismo
anacró nico, no puede superar esta posició n. Paradó jicamente, la bú squeda mística y
la fe religiosa, que el autor dio por inexistentes en su hispanoamericano del siglo
dieciocho, surgen como fuerzas espirituales en los personajes representativos de su
propia época. Así, aunque poco sabemos de las bú squedas de Besarió n (El
silenciero), es evidente que intenta caminos negados a la razó n. En "Onagros y
hombre con renos" (Absurdos), la vigencia del mito y la fe obtienen un
reconocimiento explícito. Joná s, su profético e intemporal personaje, vuelve de la
nada, como Diego, y vive de cara a la muerte, como el periodista de Los suicidas, pero
a diferencia de ellos, su actitud encarna una inquebrantable afirmació n de la vida. La
visió n existencialista perdura, en la convicció n de que "vivir es asediar la nada"
(Cuentos Completos 452), pero a ella se agrega una fe en las fuerzas espirituales,
capaces de construir y crear, embelleciendo la nada de la existencia humana.
Hemos mostrado, en las pá ginas precedentes, que las imá genes e ideas de filiació n
existencialista son parte intrínseca de Zama. La técnica narrativa de la novela
confirma los parentescos y asociaciones señ alados. Edith Kern, en su libro
Existential Thought and Fictional Technique: Kierkegaard, Sartre, Beckett, analiza el
modo de narrar de algunos autores existencialistas. Destaca, como característica de
67
Madrid: Revista de Occidente, 1962. 324.
74
madura. Esta mujer madura tampoco es, sin embargo, del todo real. Ella y Diego se
confunden. Las palabras que la mujer pronuncia emanan de la mente de este, quien
sospecha y teme que ella solo sea proyecció n de su atribulada conciencia. La
desrealizació n de los personajes femeninos es frecuente en la obra de Di Benedetto.
Sus protagonistas —exclusivamente masculinos en las cuatro novelas— conciben
poetizadas imá genes de mujeres inaccesibles, y las transforman en criaturas de
ficció n (Annabella, Lelia en El silenciero, por ejemplo).70
En Temps et roman Jean Pouillon, apoyá ndose en el aná lisis fenomenoló gico de
L'être et le néant, ofrece un esquema segú n el cual podríamos caracterizar a Zama
como novela donde se da una "visió n con" el personaje que es el centro del relato.
Pouillon ilustra este tipo de novela con L'invitée de Simone de Beauvoir, en la que
Xavière y Pierre son conocidos solamente desde la perspectiva de Françoise. Allí,
como en Zama, el lector ve el mundo desde dentro del personaje, desde su específica
experiencia del mundo. "Es siempre a partir de él que vemos a los otros. ‘Con’ él
vemos a los otros protagonistas, 'con' él vivimos los hechos relatados". El otro
"guarda siempre una especie de 'existencia en imagen', es decir, de existencia en un
sujeto que él no es".71 Los personajes existen, entonces, como "apariciones" a un
"yo". Si esta caracterizació n se aplica a Zama, como creemos, esto se debe a que en
ella, del mismo del protagonista con "el otro" como persona es una imposibilidad. Al
transformarlo en imagen, el yo narrador lo objetiviza y domina, sin tener que temer
la libertad de su subjetividad ajena. Hemos demostrado, en los capítulos anteriores,
que el texto de Zama diseñ a, con datos verídicos, el mundo en que vive su personaje.
No olvidamos, sin embargo, que exterioridad e interioridad coexisten en el espacio,
siempre ficticio, de la novela. Podría recordarse, al respecto, la meticulosa
descripció n que Butor hace, en La modification, del viaje de Delmont, aunque la
acció n de la obra tiene lugar en la conciencia del protagonista. Las alusiones al
mundo exterior, trá tese de datos verificables o meramente plausibles, quedan
70
El reverso de esta situació n se encuentra, en cambio, en “El cariñ o de los tontos”. La protagonista
del cuento, Amaya, es quien concibe una imagen masculina. La narració n, esta vez escrita en tercera
persona, sugiere una menor identificació n del autor con su personaje.
71
Citamos esta obra en su versió n españ ola: Tiempo y novela. Buenos Aires: Paidó s, 1970. 62 y ss.
76
¡El doctor don Diego de Zama!... El enérgico, el ejecutivo, el pacificador de indios, el que hizo
justicia, sin emplear la espada. Zama, el que dominó la rebeldía indígena sin gasto de sangre
españ ola, ganó honores del monarca y respeto de los vencidos. .... Zama el corregidor
desconocía con presunció n al Zama asesor letrado, mientras éste se esforzaba por mostrar,
má s que parentesco, cierta absoluta identidad que aducía" (13-14).74
por medio de una elecció n, cuyo significado depende de las otras relaciones
posibles. De la misma manera, ese presente requiere "un futuro al que sin embargo
no determina" (Ibíd.). Diego teme el futuro, que es su á rea de libertad, porque ve en
él la posible extinció n de su identidad individual. Imagina el futuro como una caída
en el vacío, en la nada. Intuye, sin comprenderlo, que la muerte es la negació n de
todo sentido. Se aferra, pues, a la idea de un pasado inmodificable. La tercera
persona, con la que se describe a sí mismo, preserva la ilusió n de que el "yo" pasado,
heroico y honroso, tiene existencia propia, a salvo de su aminorado "yo" presente.
Aunque percibe también el pasado como "algo visceral, informe y, a la vez,
perfectible" (14), opta por aquellas imá genes tranquilizadoras con las que lo
idealiza y petrifica. Del mismo modo cree haber establecido, antes, su capacidad
para el amor: "Yo obtuve el amor completo y probado de mi esposa. Retenía su fe y
su cariñ o" (82). La percepció n del "yo" pasado como garantía y reafirmació n del
presente es una forma de inautenticidad de la que Diego se libera solo al final del
relato.
del medio evocado sirven, en cambio, para preservar la distancia. El uso de tiempos
pasados —en especial el pretérito— contribuye, también a ese propó sito.
Este "yo" narrador que nos trasmite su experiencia vivida a fines del siglo XVIII es,
como todo verdadero "yo" novelístico, un "yo" ficticio, por má s que en él hayan
entrado las experiencias e ideas de su autor. 75 Los puntos de vista, actitudes y
parentescos literarios que muestran, segú n lo expuesto, la filiació n existencialista de
la obra, está n integrados, del mismo modo, en el universo novelístico del autor. Con
Zama Di Benedetto ha logrado lo que, segú n T. S. Eliot, sería un "correlato objetivo"
de aquello que quería expresar.76 Ha trasmutado emociones, actitudes e ideas en una
realizació n estética que tiene coherencia propia, y cuya unidad no es solo la del
estado de espíritu subjetivo del escritor ni, tampoco, la de un sistema de ideas.
75
Michel Butor observa, en Essais sur le roman. Paris: Gallimard, 1969, que el narrador, en la novela,
no es una primera persona pura, ni es nunca el propio autor, literalmente. El narrador, es, él mismo,
una ficció n.
76
Cf. T. S. Eliot, Selected Essays. New York: Hartcourt, Brace and Co., 1950. 124-25.
79
Capítulo V
IMÁGENES Y SÍMBOLOS
77
El título de este capítulo, coincidente con el de una de las obras importantes de Mircea Eliade,
Images and Symbols. New York: Sheed & Ward, 1961, nos parece especialmente apropiado para
describir el aná lisis que aquí realizamos.
80
del instinto o la libido. Jung explica, en Símbolos de transformación,80 que las figuras
animales se presentan como fuerzas destructivas y atemorizantes cuando el aflorar
del inconsciente es percibido negativamente. Si la actitud es favorable, en cambio,
los animales se vuelven figuras protectoras, como ocurre en las leyendas y los
cuentos de hadas. Mundo animal ilustra estas dos posiciones. Este libro presenta, en
brevísimos relatos, a un narrador alternativamente invadido, atacado, o devorado
por una variada fauna, en la que hay desde hormigas y polillas hasta ratones y
buitres, todos los cuales compiten en su implacable voracidad. Pero si hay hormigas
devoradoras, también las hay salvadoras. En "Sospechas de perfecció n" estas
ú ltimas rescatan al narrador y lo transportan hasta la frontera de otro territorio, en
el que reina una perfecció n edénica. La ambivalencia del animal, que representa
tanto la inocencia como la bestialidad destructora, es ilustrada, en cambio, por el
cuento "Salvada pureza" con que cierra la citada obra.
80
Consultamos la versió n en inglés: Symbols of Transformation. The Collected Works V. Bollingen
Series XX. New York: Princeton UP, 1970.
82
81
Las raíces históricas del cuento. Madrid: Ed. Fundamentos, 1974. 75.
82
El desmembramiento y la trasmutació n del hombre en pan transmiten, con su obvio simbolismo
cristiano, el anhelo de trascendencia. Cf. C. G. Jung "Transformation Symbolism in the Mass", en
Psychology and Religion: West and East. The Collected Works, 11. New York: Bollingen Series XX,
Princeton UP, 1973.
83
The Archetypes and the Collective Unconscious. The Collective Works IX, I. New York: Bollingen Series
XX, Princeton UP, 1971. 117.
85
final del relato, como un rito iniciá tico; pero el autor ha preferido no desarrollar ni
esclarecer el desenlace de la novela. En términos de psicología analítica, por otra
parte, vemos la progresiva regresió n del protagonista hacia el inconsciente y,
simultá neamente, el auto-despojo con el que se desliga de la realidad. Su
degradació n, que asociamos antes con las ideas y los modelos literarios del
existencialismo, es ahora vista como un descensus ad inferos por el que el personaje
se interna en su inexplorado interior. Diego siente que "va quedando
desnudo"(112)86 y, al mismo tiempo, que está introduciéndose "en un país distinto"
(120). Su viaje a tierras desconocidas, con los riesgos que él supone, equivale en un
nivel profundo a un viaje hacia dentro de sí mismo.
Al iniciarse la novela, Zama aparece situado, como el mono, dentro de un círculo del
que no puede salir. Nostá lgico de un pasado aparentemente glorioso —aunque en
momentos de lucidez lo cuestione— no logra desprenderse de la má scara con la que
enfrenta el mundo. Su identificació n con el cargo que tuvo y la idealizació n de sus
virtudes pasadas hacen que proyecte esa imagen hacia el futuro y solo viva para ella.
(14-15). Su posterior viaje en el espacio es, pues, la ocasió n para que se rompa la
má scara y se produzca el descenso en el inconsciente, que debe preceder —como ya
se ha dicho— a la transformació n renovadora, o renacimiento, del individuo (The
Archetypes 19,114). Así como Diego descubre que él y sus compañ eros inú tilmente
buscan a un bandido que es uno de ellos mismos, así también se le revela que la
solució n de sus problemas no está en objetivos lejanos sino en la interioridad de su
propio ser. El siguiente pá rrafo de Heinrich Zimmer, citado por Mircea Eliade en
Myths, Dreams and Mysteries,87 se aplica a la trayectoria de Zama e ilumina su
sentido profundo:
86
Similar significado tiene el hecho de que el protagonista de Los suicidas se ve repetidamente
desnudo en sueñ os (57, 119, 156).
También él, como Diego, va al encuentro de sí mismo. La novela concluye con la siguiente reflexió n:
El texto de Zama es rico en elementos que simbolizan las capas del inconsciente e
indican las relaciones cambiantes que el protagonista establece con las mismas. Los
símbolos se condensan, especialmente, en la descripció n del paisaje. Segú n Gaston
Bachelard, todo paisaje es una experiencia onírica antes de ser un espectá culo
consciente, generador de emociones estéticas: "On ne regarde avec une passion
esthetique que les paysages qu'on a d'abord vus en réve”.89 En un estudio sobre "el
hombre y el agua en la obra de Roa Bastos", Jean Andreu afirma que "las aguas
tienen que inscribirse primero en la ficció n del texto (la narrativa de Augusto Roa
Bastos) para que se pueda hablar después del referente (el Paraguay y las aguas
paraguayas)".90 Este criterio es particularmente vá lido en el caso de Zama, cuyo
autor también describe, como Roa Bastos, el paisaje paraguayo, pero sin haberlo
visto con sus propios ojos, antes de escribir la novela.
El agua está presente desde las imá genes iniciales, y reaparece en varios momentos
significativos del relato. Jung ha relacionado este elemento con las profundidades
maternales del inconsciente. Así ve en el diá logo de Jesú s y Nicodemo una
confirmació n de su teoría de regresió n y trascendencia. Dice allí el Salvador: "En
verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en
88
Citamos aquí segú n la versió n españ ola incluida por Ricci (Ob. Cit.): Mitos, sueños y misterios.
Buenos Aires: Fabril Editora, 1961.73.
89
L’eau et les rêves. Essai sur l’imagination de la matière Paris: José Corti, 1942. 6.
90
Revista Iberoamericana, 110-11 (1980). 99.
88
Bachelard percibe en ellos la imagen del agua encerrada que toma la muerte en su
seno, y muere con ella en su sustancia. El agua es, para el poeta, la materia de la
desesperació n (125). Esto explica, pues, la afinidad expresiva que detectamos entre
la imagen inicial del mono y la del barco, al concluir la primera parte de Zama.
Gilbert Durand, en Les structures anthropologiques de l’imaginaire,93 subraya la
riqueza de símbolos adscritos a "la morada sobre el agua", ya sea en la forma del
arca o en la del barco." La nave es símbolo de partida y de muerte, pero también lo
es de encierro y de refugio acogedor. Transformada en morada, ella se vuelve cuna
91
“Evangelio segú n San Juan” 3, Biblia de Jerusalén.
92
Ver Marie Bonaparte, Edgar Poe. Sa Vie-Son Oeuvre. Etude Analytique. Paris: Presses Universitaires
de France, 1958. Tres tomos.
93
Paris: Presses Universitaires de France, 1963. 266.
89
mecida por las aguas maternales. El agua, comenta Bachelard, es el ú nico de los
cuatro elementos que puede mecer, como una madre. "L’eau nous porte. L'eau nous
berce. L'eau nous endort. L'eau nous rend notre mère" (Ob. Cit.178). En Zama, no
solo el agua sino todo el paisaje adquiere una calidad maternal. Ya no "infantil" y
arrobadora como al comienzo del relato, la naturaleza que sirve de testigo a la
partida de Luciana es descrita con expresiones que subrayan su cará cter femenino y
maternal:
Faltaba luz, por las nubes cerradas, que no cuidaban el cielo, sino el suelo,
de tan descendidas. Las palmeras acongojaban sus verdes. El azul
toleraba, sin batalla, la corrosiva infiltració n del gris. Grá vida de humedad,
posesiva, la atmó sfera había suspendido la vida. Surto en las aguas
iguales, sostenía el barco una quietud sin memoria (101).
Segú n Ricci, estas "expresiones plá sticas captan la tristeza de la ‘madre’ que no ha
logrado provocar el renacimiento del 'hijo' " (41).
El agua estancada puede ser, también, imagen del mal, y asociarse a otra figura
simbó lica de signo parecido: la serpiente. Esto ocurre, por ejemplo, en la tercera
parte, cuando la expedició n de Diego entra en zona de esteros. El capitá n Parrilla no
permite a sus hombres que beban de las aguas porque las sospecha insalubres
(171). Poco después aparece una víbora (173) y, casi inmediatamente, se presenta
Vicuñ a Porto, un hombre perseguido por las autoridades y temido por Diego. Sin
embargo, otras imá genes acuá ticas de signo distinto surgen, también, a través del
texto. El agua del arroyo en que se bañ an las mujeres desnudas es un agua viva,
ligada a las pulsiones del deseo eró tico. La escena es obviamente excitante para la
sexualidad reprimida del personaje. También a la categoría de agua viva pertenecen
las lluvias que producen la creciente del río. Este es descrito con términos eró ticos:
"el lamedor de la gula incesante" (166). Por otra parte, el río está asociado en el
curso de la novela con el destino de sus personajes. La vida de Diego está marcada
por el arribo y salida de barcos, portadores y emisarios de mensajes y cartas de
90
recomendació n. Por río debe llegar el nunca recibido nombramiento para mejor
cargo y destino.
De valor simbó lico son, también, el sol y la luna, que aparecen repetidamente en las
imá genes del texto. El primero está asociado, en algunos casos, con la libido en
actividad, y hace surgir a los ya mencionados animales simbó licos. Por ejemplo: "Me
empujó el sol" (7) desemboca en la visió n del puma, y precede a la escena del bañ o
de las mujeres. La conducta agresiva del marido de Luciana es equiparada a "un
meteoro de sol" (18). La luna, por otra parte, se relaciona con la concepció n cíclica
del tiempo. Segú n Eliade, el simbolismo lunar presenta, en numerosos mitos y ritos,
una imagen arquetípica de la eterna repetició n del nacimiento, la muerte y la
resurrecció n (Images and Symbols 72-73). En Zama, las referencias a imá genes
lunares tienden a señ alar situaciones en las que el personaje busca una reactivació n
de la libido y, en general, de sus posibilidades vitales. Los siguientes ejemplos son
ilustrativos al respecto: "Pude maravillarme del señ orío solitario de la luna y ...
sentirme predispuesto a igualarla ante cualquier situació n de prueba" (15);"... el
planteamiento del futuro que me hice asistido por la luna ..." (21)."Ya la noche
estaba demasiado densa, pesado el cielo, con esa gravidez que precede a la
diafanidad cuando está por subir la luna. .... La noche estaba compacta, dura, y me
comunicaba su energía" (58). En una noche lunar es concebido el hijo de Diego y
Emilia. Finalmente, cuando Zama se aproxima a la casa de "la mujer vespertina", el
texto describe así la escena: "La vida humana, en el lugar, parecía casi extinguida.
Era la costra de la luna con cuatro casas" (145).
La casa de Ignacio Soledo, en la que Zama se hospeda, provee una atmó sfera de
misterio, con presencias enigmá ticas que él no puede identificar. El patio al que
miran las habitaciones lo atrae con fuerza irresistible. Sabe, sin embargo, que él solo
es su propio espacio interior: "Pasé el patio, que estaba para mí (133). "Yo sabía que
no estaba tras la puerta, sino en mí, y que cobraría vigencia só lo cuando yo estuviese
en él" (141). Desde ese patio que es símbolo de su inconsciente, surge la joven de los
bucles y el vestido rosa, en repetidas pero fugaces visiones (121, 128, 141, 153).
Estas corporizan la imagen arquetípica de la viajera desconocida que aparece en los
sueñ os de la primera parte. Pero no es ella, sino una mujer madura, quien viene a
acompañ arlo: "Peineta. Edad sin flores. Un afecto compasivo .... Todo muy definido,
sin reservas, sin misterio" (159). Aunque decepcionado, Diego la escucha "como
predispuesto a un canto revelador que viniera del bosque" (160). Este ú ltimo es uno
de los símbolos del inconsciente que recorre la novela. Su significado, sobre el cual
volvemos, se esclarece aú n má s en la tercera parte. El texto indica que "ella"
(Lucrecia) está dentro de Diego mismo; sus besos lo llevan a su desconocido
interior, "adonde no sé, ni nada hay, nada es. Todo se negaba" (163). Segú n la
interpretació n de Ricci, Lucrecia es el anima o parte femenina de la psiquis de Zama.
El temor que ella manifiesta, en su diá logo con este (160-61), "es el miedo de Zama...
que precede a la entrada en el bosque, a la absorció n en la Conciencia Có smica, a la
fusió n de animus (Z) y anima (L) (Ricci 52). Interpretació n justificada, ya que la
siguiente etapa de la narració n es, precisamente, aquélla en la que el protagonista
emprende el viaje que lo conduce al interior del bosque.
92
Al iniciarse esta ú ltima parte de la novela, el texto reitera sus imá genes acuá ticas.
Vicuñ a Porto, en cuya persecució n sale la expedició n de Diego, es equiparado al río,
"pues con las lluvias crecía. Cuando las aguas .... se derramaban sobre la tierra, se
hinchaba la lengua larga de la corriente, mientras Vicuñ a Porto escapaba de
aquellos suelos asiduamente mojados" (166). El río, "lamedor" de "gula incesante",
es culpable, como el perseguido Vicuñ a. El grupo de Diego orillea el bosque. Este,
dice el texto, "quedaba allí, al costado, al margen de nosotros o nosotros al margen
de él. Después parecía seguirnos; no cesaba de fluir a nuestro lado" (168). La ruta
los va introduciendo en los intricados bosques de y-cipó. Diego se entera, entonces,
de que Vicuñ a es uno de ellos, sus perseguidores, pero lo oculta. Ambos trabajan,
uno al lado del otro, para "abrir el bosque" (188). La víbora (173) y la culebra
(189) que aparecen en esta parte del relato pueden también interpretarse como
manifestaciones del inconsciente. Superados sus temores, Diego penetra en el
bosque. Su yo consciente aú n resiste, sin embargo, y lo impulsa a delatar a Porto,
con quien no quiere identificarse. Por esta inconsistencia y por su falta de fe en una
realidad trascendente, representada por los "cocos", Zama sufrirá un castigo. Pero
no será eliminado como el capitá n Parrilla, cuya espada "no podía tajear el dibujo"
del bosque (190). Incapaz de trasponer los límites de su conciencia Parrilla es,
significativamente, arrojado al "río" por Vicuñ a y sus hombres (201).
El Niñ o Rubio
En las pá ginas finales de Zama aparecen los ya mencionados ciegos, quienes llegan
en caravana, conducidos por sus hijos videntes. Antes de que estos crecieran, los
padres habían vivido en un estado de inocencia paradisíaca: "No existía la
vergü enza, la censura y la inculpació n; no fueron necesarios los castigos" (198). La
breve descripció n sugiere una pureza originaria, la que asociamos con la condició n
del hombre primordial antes de la "caída". El tema es retomado, y encuentra mayor
desarrollo —como ya indicamos— en "Onagros y hombre con renos". Segú n la
novela, la mirada de los hijos destruye ese estado de inocencia e introduce el
desasosiego entre los adultos. La referencia a la perdida condició n primigenia en
93
este punto del relato es reveladora, ya que se introduce poco antes de que el
personaje sea sometido al rito de pasaje cuyo éxito requiere un previo regreso a esa
condició n. Zama acepta la muerte, en la que ve una liberació n de la servidumbre a
su yo ficticio, y en la que busca, también, una recuperació n de la inocencia original.
Solo se hunde, sin embargo, en una temporaria "muerte simbó lica" y "renace", con
la ayuda del Niñ o Rubio, sin haber podido trasponer —como dice Ricci— las
fronteras del "reino" (79). Recordemos que, para esta autora, el Niñ o Rubio
simboliza "la Conciencia en estado puro, atemporal (en un plano ontoló gico, el
Espíritu divino del hombre)" (21). El Niñ o Rubio es, segú n ella, un arquetipo hacia
el cual gravita el protagonista. El encuentro final de ambos "no llega a la
transubstanciació n", pero pone de manifiesto que "Zama ha logrado horadar los
circuitos profundos del inconsciente". Habiendo integrado "los aspectos masculino
y femenino de su conciencia, Zama se erige en hombre total, con la madurez
espiritual que ello involucra" (Ricci 68)
Aceptamos, pues, la interpretació n de Ricci, segú n la cual el Niñ o Rubio es, en Zama,
una presencia redentora. No creemos, sin embargo, que el texto dé suficiente base
para justificar sus conclusiones respecto de la transformació n y destino del
protagonista. Como ya dijéramos, el final de la novela no ofrece evidencia de que
Diego haya realizado con éxito el rito de pasaje. Solo resulta obvia su permanencia
en este nuestro imperfecto mundo humano. El autor nos deja en la duda de que, en
verdad, haya ocurrido una transformació n radical del personaje. Concordamos, sin
embargo, con la citada autora en afirmar que la obra expresa una aspiració n a
"lograr, y trascender el Sentido de la existencia” (21). Las imá genes y los símbolos
del texto, que hemos analizado, son el vehículo expresivo que transmite, con
profundidad enriquecedora, los interrogantes y angustias existenciales del
novelista.
95
CONSIDERACIONES FINALES
94
Ver “Literatura de fundació n”. Puertas al campo. Barcelona: Seix Barral, 1972.
96
95
Ver Julia Kristeva. El texto de la novela. 120.
97
Ediciones de Zama
Traducciones de Zama
Und Zama wartet. Tü bingen and Basel: Horst Erdmann Verlag, 1967; Zurich:
Manesse Verl, 2009.
Zama. Paris: Denoël. 1976; José Corti, 2011.
Zama. Krá kow: Wydawnictwo, 1976.
98
Libros
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