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La Odisea

Canto I: Los dioses deciden en asamblea el retorno de Odiseo.

Versos 1 al 27: Aparecen los dioses en una asamblea, comentando que


Odiseo había sufrido de pesares y fatigas para rescatar a sus compañeros, no
lográndolo. Entonces se le pide a Atenea que cuente un poco de la situación
del héroe y ella relata que cuando él y sus compañeros habían logrado
escapar, Odiseo quiso retornar a su patria, pero lo demoraba en su cueva
Calipso porque lo quería de esposo. Cuando transcurrieron los años, los dioses
determinaron que regresara a casa, pero no por eso habían terminado sus
trabajos. Todos se compadecieron de él, excepto Poseidón, quien siempre le
mostró rencor. Pero había asistido junto a los etíopes a una hecatombe de
toros y de carneros, mientras aquél se regocijaba con el banquete, los dioses
se habían congregado en el palacio de Zeus.

28 al 95: Inicia un diálogo de Zeus con Atenea. Zeus cuenta que Orestes, el
hijo de Agamenón, mató a Egisto porque Egisto había matado al Atrida y había
pretendido a su esposa. Atenea dice que esa muerte fue justa, pero expresa su
compasión por Odiseo que anhela volver a su patria, preguntándole a Zeus que
por qué le tiene tanto rencor si Odiseo siempre fue honorable. Zeus dice que sí,
que no lo odia, pero que Poseidón le guarda mucho rencor porque Odiseo dejó
ciego a su hijo, el Cíclope Polifemo. Entonces impuso no matarlo, pero sí que
anduviera errante fuera de su patria. Sin embargo, Zeus dice que Poseidón no
puede oponerse a todos los dioses y que dejarán que Odiseo regrese a Ítaca.
Entonces Atenea propone que envíen a Hermes para que le anuncie a la Ninfa
de bellas trenzas su resolución de que Odiseo retorne a su patria, y dice
también que ella irá a Ítaca para hablar con ella hijo de Ulises para que éste
convocara a una asamblea a los aqueos para que pongan límite a los
pretendientes, y también lo mandaría a Esparta y a Pilos para que buscara
noticias de su padre.

96 al 324: Atenea se puso las sandalias inmortales y, tomando una lanza,


descendió del Olimpo hacia Ítaca, tomando la forma de un forastero, de
Mentes, caudillo de los tafios. Primero encontró a los pretendientes y luego
Telémaco fue el primero en verla, el cual estaba sentado entre ellos con el
corazón afligido recordando a su padre. Telémaco le dio la bienvenida como
forastero, diciéndole que entrara a su casa, se uniera al banquete y luego le
diga lo que necesitara. Atenea lo siguió y Telémaco la hizo sentarse en un
sillón medio lejos de los pretendientes. Se sirvió el banquete y luego de que
hubiesen comido y bebido, procedieron a el canto y a la danza, siendo Femio
obligado a cantar contra su voluntad. Telémaco entonces se dirigió a Atenea y
le dijo que esos pretendientes devoraban su propia hacienda debido a que su
padre no estaba, diciéndole también de que no había esperanzas de que
volviera. Le preguntó luego a la diosa que quién era y de dónde provenía;
entonces, ella le respondió que era Mentes, hijo de Anquíalo y que reinaba
sobre los tafios, que acababa de llegar de su nave y que se dirigía a Temesa
en busca de bronce y que llevaba hierro. Le dijo también que había ido hacia
allí porque sabía que Odiseo estaba vivo, pero que estaba retenido por crueles
hombres en algún lugar del mar, y también le anuncia el presagio de que
Odiseo regresará a su patria. Luego Atenea le preguntó el fin de ese banquete
y que por qué permitía tanta falta de respeto de esos hombres. Telémaco le
respondió que ellos eran los pretendientes de su madre, la cual se negaba al
matrimonio, pero tampoco les ponía freno, por lo cual devoraban y
menoscababan su hacienda. Atenea irritada le dijo que mucha falta le hacía
Odiseo, ya que él se enfrentaría sin más a los pretendientes. Luego, le dijo que
fuera a Pilos y hablara con Néstor luego a Esparta y hablara con Menelao para
buscar noticias sobre si su padre había muerto o no. Si descubre que no está
muerto, entonces que soportara otro año. Pero si descubre que está muerto,
que le haga una tumba, que le encontrara marido a su madre y que matara a
los pretendientes. Atenea luego le dijo que se iba a marchar hacia su nave
junto a sus compañeros. Telémaco le dio la razón, pero le dijo que se quedase
y que le daría un regalo. Sin embargo, Atenea le pidió que no la retuviera, pero
que le diera el regalo que su corazón le impugnara, que tendría luego uno igual
en recompensa. Luego Atenea se remontó como un ave e infundió audacia y
valentía en Telémaco, el cual se dio cuenta de que se trataba de un dios y
después marchó junto a los pretendientes.

325 al 420: Entre los pretendientes cantaba Femio, el ilustre aedo, sobre el
regreso de los aqueos que Atenea les había deparado funesto desde Troya.
Entonces Penélope, al escuchar el canto, descendió por la escalera del palacio
con dos siervas y con un velo puesto. Cuando llegó con los pretendientes le
dijo a Femio que por qué recitaba ese canto tan triste. Telémaco le dijo a su
madre que él no tenía la culpa, pues era su talento y Zeus era el que dotaba de
talentos, enviándola a que vaya de nuevo a su habitación. Así lo hizo Penélope
y luego rompió a llorar por Odiseo hasta que Atenea le dio sueño sobre sus
párpados. Los pretendientes, mientras tanto, comenzaron a alborotarse,
queriendo acostarse al lado de ella, por lo que Telémaco habló y les dijo que
eran insolentes, pero que gozaran en ese momento del banquete y al día
siguiente irían al ágora para que los eche de su palacio y vayan a consumir de
su propia hacienda. Pero, si querían seguir consumiendo la hacienda ajena,
entonces rogaría a los dioses para que la pagasen muy caro. Todos se
quedaron admirados por como Telémaco habló audazmente, pero Antínoo le
respondió que hablaba así porque los dioses lo dirigían y que ojalá que Cronos
no le dejara ser rey de Ítaca, por más que le correspondiera. Telémaco le
respondió que no se enojase y que él mismo sería el soberano de su palacio.
Entonces habló Eurímaco, el cual le dijo que dejara a manos de los dioses
quién reinaría y también le preguntó por el forastero. Telémaco le dijo que era
Mentes y que reinaba sobre los tafios, y que le había dicho que su padre
regresaría, pero él estaba seguro de que no. Aún así, Telémaco había
reconocido a la diosa en su mente. Luego, volvieron a la danza y al canto, y
después cada uno marchó a su casa deseando acostarse. Entonces Telémaco
se dirigió a si lecho, donde Euriclea, quien lo crió de pequeño, lo atendió y
luego salió de la habitación, cerrándola con llave. Durante toda la noche,
Telémaco planeó el viaje que le había encomendado Atenea.

Canto II: Telémaco congrega en asamblea al pueblo de Ítaca.

Versos 1 al 256: A la mañana siguiente, Telémaco se despertó, se levantó de


su lecho, salió de su dormitorio y convocó en asamblea a los aqueos. Una vez
que se reunieron, fue hacia el ágora y se sentó en el trono de su padre. El
primero en hablar fue el héroe Egiptio, quien estaba todavía apenado por la
muerte de su hijo Antifo, que había embarcado junto a Odiseo, pero que fue
asesinado y comido por un Cíclope; otro de sus hijos estaba entre los
pretendientes. Lo que dijo es que Telémaco le parecía un varón noble y
honrado, que hizo la asamblea por designio de Zeus. Telémaco se alegró por lo
que dijo. Luego, se dirige al anciano Pisenor diciéndole que no tenía
esperanzas de que Odiseo regresara y que pretendientes de su madre
devoraban su hacienda, hablando muy indignado y arrojando el cetro que tenía
a tierra con un estallido de lágrimas, apoderándose la lástima de todo el
pueblo. Nadie se atrevió a replicar, pero Antínoo habló y dijo que Telémaco era
orgulloso y que la culpa la tenía su madre porque ella había tramado un ardid:
la había dicho a los pretendientes que cuando terminara su tejido iba a elegir a
uno para casarse; sin embargo, ella tejía y destejía constantemente para nunca
culminar su trabajo. Su engaño pasó inadvertido por tres años, convenciendo a
los aqueos, hasta que en el cuarto año una de sus mujeres la acusó, por lo que
por muy mal de su agrado, se vio obligada a terminar el tejido. Entonces dijo
que los pretendientes decían que vaya por su madre y que le ordenase que se
casase con quien le aconsejara su padre y a ella misma le agrade. En cuanto a
ellos, se marcharían hasta que Penélope eligiera con quién casarse. Telémaco
le respondió que no podía hacerle eso a su madre, además de que si hacía eso
ella luego invocaría a las Erinias para que se vengaran de él; además les dijo a
los pretendientes que se fueran de su palacio y que fueran a consumir sus
propias haciendas porque él clamaría a los dioses para que sus ofensas fueran
castigadas. Entonces Zeus envió dos águilas que, cuando llegaron al Ágora,
comenzaron a desgarrarse a ellas mismas, aterrando a todos, siendo un
presagio de Zeus, y por lo tanto empezando a hablar Haliterses Mastorida, que
conocía los malos presagios. Les dijo a todos, y especialmente a los
pretendientes, que sobre ellos volaban grandes desgracias puesto que Odiseo
estaba en algún lugar, próximo a regresar; y también que para los que
habitaban en Ítaca también habrán de sobrevenir calamidades. Eúrimacó, hijo
de Pólibo, le contestó y le dijo que se fuera a profetizar a su casa,
despreciando al anciano y diciendo que él vaticinaba mucho mejor las cosas.
Dijo además que el anciano iba a sufrir dolorosas multas y le dijo a Telémaco
que le ordene a su madre volver a casa de su padre, diciendo que los aqueos
no iban a rendirse y que no iban a creer en el presagio, además de que iban a
seguir devorando sus bienes, mientras que su madre los entretenga respecto a
su boda. Telémaco les respondió a los pretendientes que no iba a apelar más a
ellos, ya que todos lo sabían, pero que dispusieran para él una nave y veinte
compañeros para ir a un viaje hacia Esparta y hacia Pilos para saber sobre el
regreso de su padre; si oye que su padre sigue vivo, soportaría un año más,
pero si oye que murió, regresará a su patria, levantará una tumba en su honor y
entregará a su madre a un marido. Luego, Telémaco se sentó, y después se
levantó Méntor, que era compañero de Odiseo y a quien le había
encomendado toda su casa, y dijo que Odiseo se había olvidado de su pueblo,
pero que estaba irritado por la actitud de los pretendientes y de todos los
aqueos. Leócrito, el hijo de Evenor, respondió que no podían incitarlos a
contenerse, pues de todas maneras si Odiseo regresara, se tendría que
enfrentar a numerosos hombres y moriría. Él les dijo a los ciudadanos que
regresaran sus trabajos y que Méntor y Halistérses lo ayudarían en el viaje a
Telémaco. Entonces disolvió la asamblea y cada uno regresó a casa,
marchando los pretendientes hacia el palacio de Odiseo.

257 al 295: Telémaco se alejó hacia la orilla del mar y le pidió a Atenea que le
ayudara a informarse sobre el regreso de su padre. Atenea se le acercó
semejante a Mentor en figura y en voz y le respondió que su viaje no sería
infructuoso ni en vano y que había esperanza de que realizara tal empresa;
además le dijo que dejara a los pretendientes porque ellos no sabían que les
esperaba la muerte; su viaje ya no estaba lejano a él y siempre lo
acompañaría, puesto que era muy amigo de su padre. Le dijo que vaya a su
casa, que se reuniera con los pretendientes y que preparara provisiones,
mientras que él iría a reunir voluntarios y a buscar la mejor nave.

296 al 413: Telémaco supo que había escuchado la voz de un dios. Luego, se
puso en camino hacia el palacio, encontrando a los pretendientes degollando
cabras y asando cerdos en el patio. Antínoo fue riendo hacia donde estaba él,
lo tomó de la mano y le dijo que contenga su cólera y que volviera a comer y a
beber como antes; los aqueos le prepararían una nave para su viaje. Telémaco
le respondió que no le era posible comer callado ante la arrogancia de los
pretendientes y es que le destruyeron tantas valioses posesiones suyas desde
que era niño; ahora que es grande cayó en cuenta y le enviaría la muerte a
éstos. Luego dijo que se marchaba y retiró rápidamente su mano de la de
Antínoo. Mientras tanto los pretendientes devoraban el banquete en el palacio y
se burlaban de Telémaco, el cual subió a la cámara de su padre, donde había
distintas posesiones que cuidaba Euriclea, la cual pensaba que algún día
Odiseo iba a regresar. Telémaco le pidió a ella que sacara vino y que lo
preparara para su viaje. La nodriza Euriclea rompió en llanto y le dijo que por
qué quería hacer eso siendo tan peligroso y siendo el hijo único de Odiseo, el
cual había sucumbido lejos de su patria justamente, recomendándole además
que se quedara en el palacio con su hacienda y con su madre, pues también
los pretendientes planearían matarlo en cuanto él no estuviera y se terminarían
repartiendo todo. Telémaco le dijo que lo haría de todas formas y que no le
dijera nada a su madre hasta que ella misma lo eche de menos y oiga que
había partido. La anciana juró por los dioses que no lo haría y luego preparó en
sacos el vino. Atenea tuvo entonces otra idea. Se transfiguró en Telémaco y
marchó por toda la ciudad, convocando a cada hombre para que fueran a la
nave. Después pidió una rápida nave a Noemón, el cual se la dio. Empujó
hacia el mar la nave y puso en ella todas las provisiones. Los valientes
compañeros ya se habían congregado porque la diosa los había alentado a
cada uno. Atenea tuvo entonces otra idea. Fue hacia el palacio de Odiseo y les
dio sueño a los pretendientes para que se fuesen rápidamente a dormir; luego,
se disfrazó de Mentor y se dirigió a Telémaco diciéndole que ya tenía a sus
compañeros esperando su partida y que no retrasara más el viaje. Entonces
Atenea lo condujo hacia la nave y allí estaban sus compañeros aqueos y
Telémaco les dijo que trajeran las provisiones de su palacio y que su madre no
estaba enterada de nada. Luego los condujo y llevaron todo hacia la nave.
Telémaco luego se subió a esta nave y Atenea iba delante, sentándose en la
popa. Todos se subieron, Atenea les dio un viento favorable, Telémaco animó a
sus compañeros y comenzó el viaje, continuando la nave su camino toda la
noche y durante el siguiente amanecer.

Canto III: Telémaco viaja a Pilos para informarse sobre su padre.

Versos 1 al 28: Telémaco llegó en la nave a Pilos, junto a sus compañeros.


Los pilios estaban sacrificando toros negros para Poseidón. Entonces
descendieron los itacenses de la nave, yendo adelante de Telémaco Atenea,
pero disfrazada de Méntor. Telémaco le dijo que cómo iría a hablarle si no tenía
experiencia dando discursos y le daba vergüenza siendo joven preguntarle a un
hombre viejo. Pero Atenea le dio ánimos, diciendo que la divinidad le ayudaría
a hablar.

29 al 384: Atenea condujo a Telémaco y lo condujo a la asamblea, donde


Néstor estaba sentado con sus hijos, mientras preparaban el banquete.
Cuando llegaron, Néstor se les acercó y los hizo sentarse, diciéndoles que
elevaran sus súplicas a Poseidón, pues el banquete era en su honor. Entonces
Atenea le dirigió una plegaria a Poseidón, pidiéndole que se cumplieran tanto
los objetivos de Néstor como los suyos, y Telémaco elevó su súplica de forma
semejante. Luego del banquete, Néstor les preguntó quiénes eran y Telémaco,
infundado de valor por Atenea, le respondió que era hijo de Odiseo y que venía
a buscar noticias sobre él. Entonces Néstor le dijo que, si bien los aqueos
habían ganado a los troyanos, tuvieron que pasar grandes desgracias. Contó
que luego de saquear Troya, los aqueos se embarcaron para regresar, pero
que Zeus les tenía preparadas grandes desgracias por causa de la cólera de
Atenea, puesto que no todos eran prudentes y justos. Se convocó a los aqueos
a una asamblea. Menelao les aconsejó que volvieran por el ancho mar, pero a
a Agamenón no le agradó ésto ya que quería retener al pueblo y hacer
sacrificios para aplacar la cólera de Atenea, pero no iba a poder persuadirla de
todos modos. Entonces, se dividieron en dos bandos y pasaron la noche
pensando en maldades unos contra otros. Néstor regresó junto a Menelao por
el mar y la mitad del ejército se quedó con Agamenón, quedándose también
Odiseo para complacer al Atrida. Él llegó a Pilos y no supo más qué pasó con
los otros aqueos que se quedaron. Pero sí le dijeron que sí sobrevivieron
muchos, exceptuando por Agamenón, que tuvo una terrible muerte, que luego
fue vengada por su hijo Orestes. También le dijo a Telémaco que sabía que los
pretendientes de su madre estaban cometiendo injurias, devorando su
hacienda y que si Atenea quería tanto a Odiseo, entonces lo iba a librar de
ellos. Sin embargo, Atenea dijo que los dioses podían ayudar a los mortales,
mas no podían detener la muerte de ellos. Telémaco le preguntó a Néstor
sobre la muerte de Agamenón y éste le contó que su hermano Egisto lo había
abandonado en una isla desierta para que las aves lo devoraran, haciéndose
con el trono y conquistando a la esposa del Atrida, Clitemnestra. Menelao
hubiese matado a Egisto si lo hubiese encontrado vivo, pero él estuvo
regresando con Néstor y murió uno de sus pilotos y, cuando regresó, el hijo de
Agamenón, Orestes, ya lo había asesinado. Pero, mientras Menelao trataba de
regresar, Zeus le enviaba calamidades a su viaje, haciéndolo más largo,
mientras que Egisto cometía todos estos actos. Durante siete años Egisto reinó
en Micenas, pero al octavo vino Orestes y lo mató. El día del banquete fúnebre
que Orestes dio para Egisto llegó Menelao. Luego, Néstor aconsejó a
Telémaco que fuera a buscar a Menelao a Lacedemonia para preguntarle por
Odiseo, pues él le diría la verdad, ofreciéndose a ayudarlo si es que quería ir a
buscarlo por tierra. Atenea le respondió que habló como le correspondía y que
hicieran libaciones a Poseidón y luego fueran a dormir. Hicieron la libación y
cuando comieron y bebieron, Atenea y Telémaco se pusieron en camino para
volver a la nave. Pero Néstor los retuvo diciéndoles que buscasen en su nave
mantas y sábanas, pues no iba a dejar que el hijo de Odiseo durmiera sobre las
maderas. Atenea dijo que sería conveniente que Telémaco le hiciera caso, que
él lo seguiría para dormir en su palacio, pero que ella marcharía a la nave y
dormiría allí; al amanecer iría con los caucones que le debían una deuda. Le
dijo a Néstor que enviara a Telémaco con un carro y un hijo suyo, y que
también le dé corceles rápidos. Luego, Atenea partió en forma de buitre
barbado y todos los aqueos se admiraron. Entonces Néstor le dijo a Telémaco
que se trataba justamente de la hija de Zeus, de Atenea y le dirigió una súplica
para que ella le fuera propicio a él, diciéndole que le haría una gran ofrenda.

385 al 491: Atenea escuchó a Néstor. Luego, éste junto a su familia fueron
hacia su palacio e hicieron las libaciones en honor a la diosa. Los parientes se
marcharon a su casa para dormir y Néstor hizo acostarse a Telémaco en un
lecho en el pórtico y luego se fue a acostar él. A la mañana siguiente, Néstor se
levantó y se sentó sobre unas piedras. Sus hijos se juntaron alrededor de él
cuando salieron de sus dormitorios (Equefrón y Estranio, Perseo y Trasímedes,
y luego Pisístrato). Néstor comenzó a hablar y les dijo que uno fuera por una
novilla para el sacrificio de Atenea y que otro acompañara a Telémaco; los
demás se quedarían reunidos y tendrían que ofrecer un banquete. Así, trajeron
a una novilla y le llenaron de oro los cuernos, para luego hacer el sacrificio
propio para Atenea, primero cortándole los tendones del cuello, luego
degollándola y después asando y comiendo primero sus muslos y luego sus
entrañas, usando su sangre para el sacrificio. Policasta, la hija más joven de
Néstor, lavó a Telémaco y lo cubrió con una túnica y un manto. Después
Telémaco fue a sentarse con Néstor y comieron el sacrificio. Néstor le encargó
entonces a sus hijos que trajeran caballos a Telémaco y que los engancharan a
su carro para que procediera su viaje. Ellos le hicieron caso y la ama de llaves
le preparó vino y buenas provisiones. A Telémaco lo acompañó el hijo de
Néstor, Pisístrato, el caudillo de guerreros. Entonces, hizo que los caballos
empezaran a andar y partieron. Cuando oscureció, llegaron a Feras, el palacio
de Diocles, hijo de Ortíloco, y durmieron allí ya que les mostró hospitalidad. A la
mañana siguiente, subieron al carro y partieron nuevamente, estando los
caballos dirigidos por Pisístrato, llegando a la llanura.

Canto IV: Telémaco viaja a Esparta para inquirir sobre su padre.

Versos 1 al 36: Llegaron a Lacemonia y fueron hacia el palacio de Menelao. Lo


encontraron celebrando las bodas de sus hijos. Su hija se casó con la hija de
Aquiles y su hijo Megapentes (nacido de una esclava, ya que a Helena los
dioses no le dieron otro hijo luego de que naciera su hoja Hermione, con la
belleza de Afrodita) con la hija de Alector, procedente de Esparta. Entonces
celebraban los banquetes con parientes y vecinos de Menelao, mientras
danzaban. Y los dos jóvenes, Telémaco y el hijo de Néstor detuvieron los
caballos en la puerta del palacio, donde Eteoneo, servidor de Menelao, los vio y
fue a decírselo al pastor de su pueblo, preguntándole a Menelao si debían
acogerlos o dejar que se fueran a casa de otro para que los reciba. Menelao le
dijo irritado que recibieran a los forasteros y que los haga entrar para que se los
agasaje en la mesa.

37 al 119: Eteoneo obedeció a Menelao y los hizo entrar al palacio, quedando


estos admirados por las grandes riquezas y extravagancias que ahí poseía.
Luego, se lavaron, los vistieron y fueron a sentarse junto a Menelao. Sirvieron
la comida y Menelao los invitó primero a que se saciasen porque luego iba a
haber tiempo de que le cuenten quiénes eran. Empezaron a comer y cuando
culminaron, Telémaco me dijo a Néstor lo asombrado que estaba con todas las
riquezas que el palacio poseía, comparándolas con las riquezas que el propio
Zeus podría tener en su palacio. Menelao escuchó lo que decían y les dijo que
sus riquezas no podrían compararse con las de Zeus, que, si bien eran
abundantes, tuvo que andar errante durante ocho años fuera de su patria y
que, por más riquezas que tuviera, gobernaba con amargura por el asesinato
que en su ausencia se produjo de su hermano Agamenón. Además, le dijo que
por quien más se afligía era por Odiseo, puesto que de los aqueos fue el que
más sufrió y que no sabían si seguía vivo o no. Entonces, cuando Telémaco
escuchó esto, le provocó deseos de llorar por su padre y cayó en tierra una
lágrima suya al oír hablar de éste. Menelao se percató de ésto y no sabía si
dejarlo que recordara a su padre o indagar él mismo primero.

120 al 218: Salió Helena y se sentó en la silla y puso sus pies en su taburete.
Luego le preguntó a Menelao quiénes eran los forasteros, diciéndole que uno le
parecía el hijo de Odiseo. Menelao le respondió que también le parecía que se
trataba de Telémaco y luego Pisístrato confirmó que era así. Menelao dijo que
estimaba mucho a su padre y que se imaginaba regresar junto a él. Todos
comenzaron a llorar. Menelao pudo reconocer luego al hijo de Néstor y
después empezaron a comer.

219 al 305: A Helena se le ocurrió echar en el vino una droga que servía para
disipar el dolor y aplacar la cólera, haciendo que olvides todos los males y que
no pudieras llorar por más fuerte que fuera el dolor; al echar la droga pidió que
se sirva vino de nuevo y luego habló. Contó que no podía enumerar todo lo que
Odiseo había sufrido. Él se había inflingido a sí mismo numerosas heridas y se
había vestido con ropa miserable para entrar a Troya y que nadie lo
reconociera. Logró su cometido, pero Helena sí pudo reconocerlo; sin embargo,
ella prometió no decir nada al respecto, pero juró no decir nada, ayudándolo a
lavarse. Así, Odiseo llevó mucha información a los aqueos y, si bien los
troyanos lloraban, Helena no porque tenía muchas ansias de regresar a su
patria. Menelao luego contó que cuando estaban en el caballo de Troya, habían
escuchado a Helena llamándolos y a él y a Tideo le dieron ganas de salir del
caballo o de responderle, lo cual hubiese arruinado todo el plan, por lo que
Odiseo los detuvo. Además, Anticlo le iba a responder, pero Odiseo le cubrió la
boca y salvó a los aqueos. Telémaco pidió luego ir a dormir y Helena ordenó
que les dispusieran un lugar para que pudieran descansar en el vestíbulo de la
casa, durmiendo allí Telémaco y el hijo de Néstor, y Helena acostándose en el
interior del palacio junto a Menelao.

306 al 624: A la mañana siguiente, Menelao se levantó y fue a sentarse junto a


Telémaco, preguntándole lo que necesitaba. Él le respondió que quería saber
qué había pasado con su padre Odiseo. Entonces Telémaco le contó que, en
principio, los dioses lo habían retenido en Egipto durante veinte días debido
que no les había realizado hecatombes perfectas, por lo que no podía navegar
y todos sus víveres se habían acabado. La única de las diosas que se
compadeció de él fue Idotea, hija de Proteo, el anciano de los mares. Éste le
recomendó que fuera con el anciano para saber qué hacer para que los dioses
le dejaran regresar a su casa y para saber qué estaba ocurriendo en su palacio
mientra él no estaba; pero le dijo que para ello tenía que armarle una ardid para
apresarlo y para que le soltara las verdades. Lo que Menelao tenía que hacer
es ir con sus hombres cuando Proteo esté medio dormido y agarrarlo muy
fuerte, sin soltarlo; él se convertiría en distintas formas para librarse, pero no
tendrían que soltarlo y, finalmente, cuando vuelva a su primera forma, le diría
las cosas que necesitaba saber. Así lo hizo Menelao. Proteo le dijo que debía
volver a Egipto, al río Nilo, y hacerles hecatombes perfectas a los dioses para
poder regresar. Además, le contó que, de los grandes jefes aqueos, dos habían
muerto y uno estaba perdido. Áyax había fallecido aplastado por una roca que
el mismo Poseidón había cortado por haber dicho que escaparía del mar sin la
voluntad de los dioses, cuando Poseidón lo había salvado, primeramente.
Agamenón había sido asesinado por Egisto luego de que éste le tendiera una
trampa para así quedarse con el trono y robarse a su mujer. Odiseo era el que
estaba errante, puesto que estaba en una isla en el palacio de la ninfa Calipso,
la cual lo retenía contra su voluntad, y no tenía posibilidad de volver porque no
poseía ni naves, ni remos, ni compañeros que lo ayudasen. Menelao no pudo
evitar llorar por la muerte de su hermano, pero más tarde volvió a sus naves,
prepararon la cena y se les vino la noche. A la mañana siguiente, embarcaron,
volvieron a Egipto e hicieron hecatombes perfectas a los dioses, además de
que le Menelao le levantó un túmulo en honor a Agamenón. Luego, partió y los
dioses le concedieron vientos favorables, por lo que pudo regresar a su patria
velozmente. Entonces, Menelao le dijo a Telémaco que se quedara más tiempo
en su palacio y que luego él lo despediría y le daría regalos. Sin embargo,
Telémaco le dijo que no lo siguiera reteniendo puesto que sus compañeros lo
esperaban en Pilos y ya se estaba tardando. Menelao sonrió y lo acarició con
su mano, diciéndole que le iba a dar de regalo una vasija obra de Hefesto.

625 al 674: Mientras tanto, preparaban la comida en el palacio de Menelao.


Pero, ante el palacio de Odiseo, los pretendientes arrojaban discos y venablos
de forma arrogante. Estaban Antínoo y Eurímaco, jefes de los pretendientes,
cuando se les acercó Noemón y le preguntó a Antínoo si sabían cuando iba a
regresar Telémaco puesto que se había llevado una nave suya y la necesitaba.
Ellos quedaron atónitos ya que no esperaban que Telémaco haya hecho aquel
viaje. Entonces Antínoo le preguntó cuándo se había ido, quiénes le habían
acompañado y si se había robado esa nave o él se la había prestado. Noemón
le contestó que él se la había prestado voluntariamente. Luego se marchó y los
jefes se irritaron, puesto que se habían dado cuenta de que Telémaco
representaba un peligro para ellos. Entonces Antínoo le dijo a Eurímaco que le
consiga una nave y veinte hombres, puesto que quería tenderle una
emboscada cuando volviera para que su viaje le resulte funesto. Todos los
pretendientes aprobaron sus palabras y luego se levantaron y fueron hacia el
palacio de Odiseo.

675 al 786: Penélope se enteró de los planes de los pretendientes puesto que
Medonte se lo contó, ya que había escuchado lo que tramaban, diciéndole que
deseaban matar a Telémaco cuando éste regresara y contándole que había
partido de viaje a Pilos y a Lacedemonia en busca de noticias de su padre, lo
cual Penélope desconocía. Entonces ésta comenzó a llorar preguntando que
por qué su hijo había hecho eso y Medonte le respondió que no sabía bien el
motivo. Éste regresó al palacio y Penélope no pudo evitar lamentarse, gimiendo
al rededor todas las criadas. Entonces ella les dijo que por qué no le habían
dicho nada sobre el viaje de su hijo y dijo que alguna llamase a su esclavo, el
anciano Dolio para que vaya con Laertes a contarle ésto. Euriclea entonces le
dijo que ella sabía todo, pero que Telémaco le había hecho prestar juramento
para que no le dijera por un tiempo, al menos hasta que ella se diera lo
extrañara y preguntara por él. Le aconsejó que se bañara, se cambiara y que le
suplicara a Atenea para que su hijo se salve. Penélope cesó el llanto y así lo
hizo, pidiéndole que se acordara de su esposo Odiseo, que salvara a su hijo y
que los pretendientes no logren llevar a cabo sus planes. La diosa escuchó su
oración. En tanto, los pretendientes alborotaban en la sala y uno de los jóvenes
orgullosos, sin saber lo que había ocurrido, dijo que Penélope preparaba sus
nupcias sin saber que estaba planeada la muerte de su hijo. Entonces Antínoo
dijo que evitaran decir esas cosas porque alguien podría decírselo a la reina.
Les dijo que ejecutaran en silencio el plan en el que todos estaban de acuerdo.
Luego, escogió a los veinte mejores y se dirigió a la nave y, luego que
prepararon todo, anclaron la nave, desembarcaron y comieron allí, esperando a
que cayera la tarde.

787 al 842: Mientras tanto, Penélope se encontraba en el piso superior en


ayunas, sin comer ni beber nada, preocupada por el destino de su hijo.
Entonces, se durmió y Atenea hizo un plan: construyó una figura semejante al
cuerpo de Iftima, hija de Icario, esposa de Eumelo y hermana de Penélope, y la
envió al palacio para aliviar el llanto y los gemidos de Penélope, que se
lamentaba entre sollozos. Entró al dormitorio y se colocó sobre la cabeza de
Penélope diciéndole que su hijo iba a regresar vivo, puesto que los dioses lo
protegían. Penélope, durmiendo y entre sueños, le respondió que sus pesares
eran muchos, pero que sobre todo tenía miedo por lo que podía sucederle a
Telémaco. Sin embargo, el espectro le respondió que su hijo marchaba en
compañía de Atenea, la cual se había compadecido de sus lamentos y la había
mandado a comunicarle eso que le estaba diciendo. Penélope entonces le dijo
que le dijese qué había pasado con Odiseo, mas el espectro le dijo que no iba
a decirle eso. Entonces, desapareció en el viento por la cerradura de la puerta.
Entonces ella se despertó y su corazón se calmó. En tanto, los pretendientes
se embarcaron mientras planeaban una muerte cruel para Telémaco.
Entonces, emboscaron los aqueos en la isla de Asteris, que se encontraba
entre Ítaca y Same, esperando a Telémaco.

Canto IX: Odiseo cuenta sus aventuras: los Cicones, los Lotófagos,
los Cíclopes.

1 al 565: Odiseo se presenta ante Alcínoo diciéndole quién es y de dónde


proviene. Luego, le empieza a contar todo lo que le sucedió en su regreso
desde Troya. El viento lo había empujado hacia los Cicones, hacia Ismaro,
donde conquistó la ciudad, ordenándoles luego a sus compañeros que
huyeran, pero éstos no le hicieron caso y se quedaron a beber mucho y a
degollar ovejas. En tanto, los Cicones, que se habían marchado, pidieron
ayuda a otros Cicones que eran mejores, empezando así a luchar junto a las
naves, hiriéndose los unos a los otros; durante el día, resistieron, a pesar de
que eran numerosos. Sin embargo, después los Cicones terminaron venciendo
a los aqueos y murieron seis compañeros suyos. Los demás pudieron escapar
y siguieron navegando. Zeus produjo grandes tormentas y ellos colocaron las
naves sobre la cubierta por miedo a la muerte, dejándolas allí dos días. Al
tercer día volvieron al mar y al décimo día arribaron en la tierra de los
Lotófagos, los que comen flores de alimento, los cuales decidieron no matar a
los aqueos, sino que les dieron de comer loto, por lo que éstos preferían
quedarse allí con ellos, pero el propio Odiseo los llevó a la fuerza a las naves,
haciéndolos que embarcaran nuevamente. Luego, llegaron a la tierra de los
Cíclopes, que no seguían ninguna ley. Más allá había una isla y en la parte alta
del puerto dejaron las naves para ir a explorar esta isla. Las ninfas ayudaron
con las cabras para que comieran los aqueos, y éstos vieron la tierra de los
Cíclopes y se echaron a dormir. Al día siguiente, Odiseo y algunos compañeros
embarcaron hacia allí por idea del propio Odiseo y llegaron a una cueva donde
habitaba un Cíclope monstruoso, mientras que los demás aqueos se quedaron
en la nave. Llevaron vino que le había dado un sacerdote de Apolo a Ulises y
cuando llegaron a la cueva, no lo encontraron allí al Cíclope, sino guardando
sus rebaños. Los compañeros de Odiseo le rogaron que regresaran, pero éste
no quiso porque quería ver si el Cíclope les daba los dones hospitalarios. Ellos
fueron entonces hasta el fondo de la cueva, el Cíclope introdujo sus rebaños y
luego cerró la cueva con una roca gigante, para después sentarse a ordeñar
las ovejas y las cabras. Cuando terminó, se dirigió a los aqueos y le preguntó
quiénes eran y de dónde venían. Odiseo les dijo quiénes eran y le pidió los
dones hospitalarios que en honor de Zeus se les debía. El Cíclope le respondió
que los Cíclopes no seguían a Zeus ni a los dioses, puesto que eran más
fuertes que ellos; pero le preguntó dónde había dejado su nave. Odiseo se dio
cuenta con su astucia de que podía ser una trampa, así que le respondió que
Poseidón le había roto y hundido la nave. Él no le respondió nada, pero echó
mano a sus compañeros; agarró a dos a la vez y los golpeó fuertemente contra
el suelo, sacándoles los sesos; luego, los cortó en trozos y se los comió
completos. La desesperación se apoderó de los demás aqueos, mientras que
él Cíclope se fue a dormir. Odiseo quiso clavarle su espada, pero se dio cuenta
de que no iban a poder ellos luego retirar la piedra de su sitio, por lo que
lloraron a Eos. A la mañana siguiente, el Cíclope se levantó, encendió fuego,
ordenó sus rebaños y luego preparó a dos compañeros de Odiseo como
desayuno. Luego, condujo a los rebaños fuera de la cueva. Entonces Odiseo
tramó un plan: al lado del establo que había en la cueva estaba la enorme
clava del Cíclope, verde, de olivo, la cual había cortado para llevarla cuando
estuviera seca; Odiseo se acercó y cortó de ella como una braza y la puso
junto a sus compañeros, ordenándoles que la afilaran; luego Ulises la agudizó
al extremo y la puso al fuego para endurecerla, para después esconderla bajo
el estiércol. Luego sortearon quiénes serían los que le clavarían la estaca en el
ojo al Cíclope y salió él junto con otros cuatro compañeros. El Cíclope llegó por
la tarde, conduciendo sus ganados. Luego, agarró a dos compañeros de
Odiseo y los preparó como cena. Ulises se acercó a él y le ofreció el vino que
habían llevado; éste tomó y pidió una segunda y una tercera vez que le diera
vino, diciéndole que le iba a dar un don de la hospitalidad. Odiseo entonces le
dijo que su nombre era "Nadie". Entonces el Cíclope le respondió que el don
que le iba a dar era comérselo último entre sus compañeros. El Cíclope
después se durmió. Entonces, Odiseo calentó la estaca y animó a sus
compañeros. Luego, le clavaron la estaca en el ojo al Cíclope, saliéndole
sangre y provocando que grite horriblemente. Éste, agarró la lanza sumamente
irritado y empezó a llamar a todos los Cíclopes, los cuales fueron en su ayuda.
Le preguntaron qué le había sucedido y el Cíclope les respondió que "Nadie" lo
mata con engaño, por lo que los demás Cíclopes creyeron que nadie le hacía
nada y se marcharon. Polifemo, el Cíclope, se retorcía de dolor y se sentó en la
puerta, dando grandes manotazos por si pillaba a alguien. A Odiseo se le
ocurrió entonces aprovechar que Polifemos sacaba a su rebaño a los pastos y
lo que hizo fue atar a cada uno de sus compañeros al vientre de los carneros.
Así, cuando el Cíclope sacó a pastar a los machos de su ganado, los aqueos
pudieron salir de allí. Primero Odiseo se liberó y luego liberó al resto de sus
compañeros para después dirigirse a la nave junto con el ganado, donde sus
demás compañeros los recibieron, pero lloraron por la muerte de los que no se
habían podido salvar. Odiseo no permitió que llorasen y les dio órdenes de
embarcar, por lo que así lo hicieron. Cuando se encontraban un tanto lejos,
Odiseo le gritó a Polifemo que los dioses lo habían castigado por lo que había
hecho. Entonces el Cíclope, enojado, arrojó una parte de un monte que él
mismo arrancó y la lanzó hacia la nave, estando a punto de darle; sin embargo,
el golpe hizo que la nave volviera a tierra y Odiseo junto a sus compañeros la
empujaron desesperadamente hacia el mar. Cuando ya estuvieron al doble de
distancia que antes, Odiseo le quiso seguir hablando al Cíclope; sus
compañeros, por más que intentaron detenerlo, no pudieron y Ulises le dijo a
Polifemo que quién lo había vencido era Odiseo, hijo de Laertes, proveniente
de Ítaca. Entonces el Cíclope le dijo que ya le habían predestinado eso, pero
que no creyó que se trataba de Odiseo, puesto que esperaba un hombre
grande y bello, dotado de vigor, pero que él era uno pequeño, de poca valía y
débil; además le dijo que si regresaba con él, le iba a dar los dones de la
hospitalidad y que él mismo iba a pedirle a su padre Poseidón para que pudiera
regresar seguro a su patria. Sin embargo, Odiseo no quiso y se burló
nuevamente de él. Entonces Polifemo le hizo una súplica a Poseidón,
pidiéndole que Ulises no pudiera regresar a su patria y que, si era designio de
los dioses que él regresara, que lo hiciera sin compañeros, en nave ajena.
Poseidón lo escuchó, levantó una piedra mayor y la arrojó dando vueltas,
dándole a la parte de atrás de la nave, impulsándola hacia tierra. Por fin
llegaron a la isla, por lo que arrastraron la nave sobre la arena y
desembarcaron en la ribera del mar, repartiéndose entre todos, el ganado del
Cíclope. Sólo a Odiseo sus compañeros le dieron un carnero de más, pero él lo
sacrificó en honor a Zeus; sin embargo, el dios no hizo caso del sacrificio, sino
que pensaba cómo iba a perder todas sus naves Odiseo y a sus compañeros.
Luego, comieron y bebieron todo el día hasta que se quedaron dormidos sobre
la ribera del mar. A la mañana siguiente, por orden de Ulises, los aqueos
embarcaron y siguieron navegando.

Canto XI: Descensus ad infernos.

Versos 1 al 83: Odiseo prosigue contando que llegaron a la nave y


embarcaron nuevamente, llevando consigo ganado que había tomado, llorando
mientras tanto. Al anochecer llegaron a los confines de Océano de profundas
corrientes, donde se encontraban los Cimerios, cubiertos constantemente por
la oscuridad. Entonces sacaron los ganados y se dirigieron hacia el lugar que
Circe les había indicado. Allí, Odiseo hizo libaciones a los difuntos,
suplicándoles a las cabezas de los muertos, jurando que al volver a Ítaca
sacrificaría una vaca, que llenaría una pira de obsequios y que sacrificaría una
oveja negra en honor a Tiresias. Al yugular al ganado, empezaron a reunirse
desde el Érebo las almas de los difuntos. Luego, Odiseo le dio órdenes a sus
compañeros de que asaran a las víctimas y él se sentó con su espada,
evitando que los muertos se acercaran a la sangre antes de que le hubiera
preguntado a Tiresias. La primer alma en llegar fue la de su compañero
Elpenor, que había perecido en casa de Circe y al cual no le había podido
realizar un digno entierro. Odiseo entonces le preguntó al alma cómo había
bajado a la oscuridad y Elpenor le contó que había bebido mucho vino y que,
estando acostado en la casa de Circe, cayó desde el techo y se rompió el
cuello, mientras que su alma descendió a Hades; también, le suplicó a Odiseo
que le hiciera funerales dignos y que llorara su muerte cómo era correspondido,
porque sino, caería sobre él la maldición de los dioses, pidiéndole que lo
enterrara con sus armas y que le hiciera un túmulo en la ribera del mar, en el
que clavase su remo. Odiseo prometió cumplir con ésto y se quedaron
hablando con palabras tristes.

84 al 152: Odiseo cuenta que también llegó el alma de su difunta madre,


Anticlea, la hija de Autiloco, a quien había visto por última vez viva. Mirándola,
se compadeció, pero aún así no le permitió acercase a la sangre antes de
interrogar a Tiresias. Después, llegó el alma del Tebano Tiresias, el cual lo
reconoció, preguntándole por qué había ido hasta allí, pidiéndole que lo dejase
beber de la sangre para decirle la verdad. Así lo hizo Odiseo y, luego de haber
bebido la sangre, el adivino le dijo que iba a regresar a Ítaca, pero que primero
tendría que sufrir muchos males. Sin embargo, si quería regresar en su nave y
con sus compañeros, tendría que no tocar las novillas y los ganados de Helios
cuando con su nave pasara por la isla de Trinaquía; si les hiciera daño,
entonces le vaticinaba la destrucción a su nave y a sus compañeros, y, si bien
volvería de todos modos, regresaría en nave ajena luego de perder a sus
compañeros. También le dijo que encontraría desgracias en su casa,
contándole sobre los pretendientes, a los cuales tendría que matar. Además,
después tendría que realizarle sacrificios a Poseidón y regresar a su casa,
donde debería hacer hecatombes perfectas a los dioses. Si cumpliera con todo
ésto, Odiseo entonces tendría una muerte muy suave por la vejez y los
ciudadanos serían felices. Odiseo le preguntó entonces por el alma de su
madre muerta, consultando cómo haría para que lo reconociera. Tiresias le
respondió que cualquiera de los difuntos a los cuales le permitiera beber la
sangre le dirá la verdad, y, a los que no, se retirarían. Luego, el alma del
soberano Tiresias se marchó a la mansión de Hades después de decir sus
vaticinios.

153 al 224: Odiseo permaneció allí hasta que llegó su madre y bebió la sangre.
Entonces lo reconoció y llorando le preguntó que cómo había llegado hasta allí
y que si todavía no había llegado a Ítaca. Odiseo le respondió que estaba allí
porque quería pedir oráculo al alma del tebano Tiresias y que todavía no había
pisado su tierra; luego, le preguntó a su madre cómo había muerto y le dijo que
le hablara de su padre, de su hijo y de su esposa. Su madre le contó que que
Penélope estaba todavía en su palacio con ánimo afligido, que nadie tenía su
autoridad pues Telémaco cultivaba sus campos y asistía a banquetes
equitativos, y que su padre, que ya había llegado a la vejez permanecía en el
campo afligido, añorando su regreso; en cuanto a ella, había muerto por la
aflicción que tenía por Odiseo. Ulises la quiso abrazar, pero no pudo, pues se
desvanecía. Le preguntó entonces a su madre porqué no podía abrazarla, que
si se trataba ella de un engaño de Perséfone, y su madre le respondió que no
era un engaño, sino que cuando los mortales morían, su cuerpo era
consumado y el alma quedaba revoloteando como un sueño; además, le dijo
que se fuera rápidamente a la luz del día y que recordara todo eso para
contárselo a su esposa después.

225 al 332: Odiseo cuenta que mientras hablaba con su madre se acercaron
las almas de muchas mujeres esposas e hijas de nobles, incitadas por
Perséfone, las cuales se reunían alrededor de la sangre. Odiseo no permitió
que todas bebieran al mismo tiempo, sino que fue haciendo pasar una por una
para que bebiera y contara su estirpe. Estas mujeres eran: Tiro (hija del eximio
Salmoneo y esposa de Creteo Eólida, la cual deseó al divino Enipeo que se
desliza sobre la tierra como un río, concibiendo dos hijos de él: Pelias y Neleo,
que fueron poderosos servidores de Zeus; a sus demás hijos los parió de
Creteo), Antíope (hija de Asopo, la cual se gloriaba de haber dormido entre los
brazos de Zeus, pariendo a dos hijos: Anfión y Zeto, quienes fueron los
fundadores del reino de Tebas), Almecna (mujer de Anfitrión, madre de
Heracles junto con Zeus), Megara (hija de Creonte, esposa de Heracles,
indomable en su valor), Epicasta (madre de Edipo que por accidente se casó
con su hijo, el cual le dio muerte a su esposo, que era el padre de éste; ésta se
había suicidado al enterarse); Cloris (esposa de Neleo, hija menor de Anfión
Jasida; imperaba en Pilos y dio a luz a Néstor, Cromio, Periclimeno y a Pero,
que era objeto de admiración para todos los mortales y a quien todos
pretendían), Leda (esposa de Tíndaro, madre de Cástor y Polideuces, que se
mantienen vivos y que son honorables), Ifidemea (esposa de Alceo, que se
había unido a Poseidón y tuvo dos hijos de él: Otón y Efialtes, que habían
amenazado a los inmortales con entrar en una guerra en el Olimpo, intentando
colocar a Osa sobre el Olimpo y sobre Osa Pelión para que el cielo les fuera
escalable, y lo hubieran conseguido si Apolo no los hubiera matado), Fedra,
Pocris, Ariadna (a quien había llevado Teseo de Creta y que había sido
asesinada por Artemis ante la presencia de Dionisio), Mera, Climena y la
odiosa Erifile (que era una traidora, pues había entregado a su marido a
cambio de oro), entre muchas otras mujeres esposas e hijas de héroes.
Entonces Odiseo dijo a Alcínoo que ya era hora de dormir y ellos y los dioses
deberían cuidarlo.

333 al 384: Luego de que Odiseo habló, todos enmudecieron hasta que Arete
comenzó a hablar y halagó a Odiseo, diciendo que se merecía regalos.
Entonces habló Equeneo, el más anciano de los feacios, y le dijo a Alcínoo que
el huésped esperara hasta el atardecer por mucho que ansiara el regreso,
hasta que complete todo su regalo. Odiseo entonces le dijo a Alcínoo que, si le
dispusiera una escolta y que, si le diera espléndidos dones, permanecería todo
el tiempo necesario allí, puesto que sería mejor regresar a su patria colmado de
obsequios, para que también fuera más honrado y querido por los hombres que
lo vieran regresar a Ítaca. Alcínoo le respondió que confiaban en que él no era
un impostor por su forma de hablar y su buen juicio, pero le dijo que le contara
si entre las almas había visto a alguno de sus compañeros que lo habían
acompañado a Ilión, pues la noche era larga y no era tiempo de dormir en el
palacio. Odiseo le dijo que, si bien había un tiempo para los relatos y un tiempo
para el sueño, le iba a contar las desgracias de sus compañeros, que habían
salido vivos de la guerra de Troya, pero que sucumbieron en el regreso a causa
de una mala mujer.

385 al 464: Después de que Perséfone había dispersado a las mujeres, llegó el
alma del Atrida Agamenón junto con otras almas que habían perecido junto a él
en la casa de Egisto. Éste reconoció a Odiseo y, luego de beber la sangre, se
puso a llorar, mientras extendía sus brazos, ansioso por tocarlo, pero ya no
tenía la fuerza que tenía antes. Ulises también lloró al verlo y le preguntó cómo
es que había muerto. Entonces Agamenón le contó que Egisto lo había
asesinado en compañía de su propia esposa. Lo había invitado a entrar a casa,
recibiéndolo con un banquete, y lo asesinó cruelmente, degollando a sus
demás compañeros, dejando todo salpicado de sangre. También pudo oír a
Casandra, hija de Príamo, a quien Clitemnestra estaba matando. El Atrida
elevaba sus manos y las batía sobre el suelo, muriendo con la espada clavada.
Su esposa se apartó de él y no esperó siquiera a cerrarle los ojos ni juntar sus
labios con sus manos. Todo esto había tomado a Agamenón por sorpresa, ya
que le habían tendido una trampa, y él lo que esperaba era ser bien recibido
por sus hijos y esclavos. Odiseo entonces le respondió que mucho odiaba Zeus
a la raza de Atreo; por causa de Helena, muchos murieron y a el Atrida
Clitemnestra le había tendido una trampa. Entonces Agamenón le respondió
que no fuera ingenuo y que desconfiara de las mujeres, aunque le dijo que
Penélope era muy prudente, que la habían dejado joven, recién casada,
cuando fueron a la guerra, con un hijo en su seno, el cual abrazará a su padre
al regresar; también le preguntó por su hijo Orestes, para saber qué era de él, y
Odiseo le contestó que no lo sabía.

465 al 540: Odiseo y Agamenón hablaban con palabras tristes mientras


derramaban lágrimas cuando llegó el alma del Pelida Aquiles, y la de Patroclo,
además de la de Antíloco y la de Áyax. El alma de Aquiles lo reconoció y
lamentándose le preguntó cómo se había atrevido a ir hasta allí. Odiseo le
respondió que había ido en busca del vaticinio de Tiresias, por si le revelaba
algún plan para poder regresar a Ítaca; además, le dijo que mientras Aquiles
vivía, lo honraban los aqueos, y, estando muerto, imperaba sobre las almas.
Aquiles le dijo que no intentara consolarlo de la muerte y que él prefería una
vida tranquila y normal antes de estar reinando sobre los muertos; también le
preguntó por su hijo Peleo y Odiseo le respondió que si bien no había oído
nada sobre Peleo, su otro hijo, Neoptólemo, que él mismo había dirigido hacia
su propia nave; éste, era un excelente guerrero, sólo Néstor y Odiseo lo
superaban; incluso mató a muchos guerreros. Cuando estaban en el caballo de
Troya, Odiseo vio a muchos temblar de miedo, pero a Neptólemo no; al
contrario, le suplicaba salir del caballo porque tenía muchos ánimos de pelear.
Cuando ya había devastado la ciudad de Príamo, ascendió a la nave y no tenía
siquiera alguna herida. Entonces, luego Aquiles marchó a través del prado de
asfóledo, alegre porque Odiseo le había dicho que su hijo era insigne.

541 al 600: Odiseo cuenta que las demás almas de los difuntos estaban
entristecidas. Solo el alma de Áyax se mantenía apartada a lo lejos, airada por
la victoria que había tenido sobre él en el juicio sobre las armas de Aquiles.
Entonces Ulises le dijo que ni siquiera muerto iba a olvidar su cólera por causa
de las armas y que los responsables de su muerte eran los dioses, invitándolo
a que escuchara su palabra y sus explicaciones, y a que dominara su ira y su
ánimo. Áyax no le respondió, sino que dirigió las otras almas al Érebo de los
muertos. Odiseo quiso ver las almas de los demás difuntos y encontró a Minos
(hijo de Zeus, que estaba sentado impartiendo justicia a los muertos, los cuales
le exponían sus causas a él), al gigante Orión (persiguiendo por el prado de
asfóledo a las fieras que había matado en los montes desiertos, sosteniendo
una clava de bronce indestructible), a Ticio (hijo de Gea, que estaba yaciendo
en el suelo mientras águilas le comían el hígado, siendo éste su castigo por
haber violado a Leto), a Tántalo (el cual soportaba terribles dolores en pie
dentro del lago, ya que constantemente tenía sed, pues cuando se inclinaba a
beber, el agua desaparecía; y, cuando quería tomar algún fruto de los
frondosos árboles llenos de frutas que allí había, el viento lo hacía
desaparecer) y a Sísifo (que soportaba dolores pesados, ya que llevaba una
piedra entre sus brazos, empujándolo hacia arriba, pero, cuando estaba por
llegar a la cumbre, la piedra caía hacia la llanura y él tenía que empezar el
trabajo nuevamente.

601 al 641: Luego, Odiseo pudo ver a Heracles, el cual gozaba de los
banquetes entre los dioses inmortales, teniendo como esposa a Hebe, hija de
Zeus y de Hera. En torno a él, los cadáveres huían en distintas direcciones y
Hércules sostenía su arco, rodeando su pecho el tahalí (cinturón). Entonces,
reconoció a Odiseo y llorando le dijo que lo hacía acordar a él, puesto que, a
pesar de su linaje, tuvo que trabajar forzosos y pesados trabajos, que le
imponía un sujeto inferior a él. Uno de sus trabajos había consistido en ir hasta
ese mismo lugar y sacar al Cancerbero, pensando que iba a ser el trabajo más
pesado de todos; sin embargo, él logró sacar al perro del Hades, siendo
escoltado por Hermes y por Atenea. Luego de decir ésto, volvió a la mansión
de Hades. Odiseo se quedó allí por si veía el alma de algún otro héroe
guerrero, pero una gran multitud de muertos se empezaron a reunir con un
enorme vocerío, haciendo que el temor se apresara de Odiseo, puesto que
pensaba que Perséfone le podía enviar allí la cabeza de la gorgona, por lo que
marchó a su nave y ordenó a sus compañeros que embarcaran enseguida. Así
lo hicieron rápidamente y las olas llevaban la nave por el río Océano, después
levantándose una brisa favorable.

Canto XVI: Telémaco reconoce e Odiseo.

Versos 1 al 153: Al amanecer, Odiseo y el divino porquerizo preparaban la


comida dentro de la cabaña. Entonces se acercó Telémaco y los perros no
ladraban, sino que meneaban el rabo. Al advertirlo, Odiseo le dijo a Eumeo que
alguien conocido venía, puesto que los perros no ladraban. Mientras tanto,
Telémaco puso un pie en el umbral y el porquerizo se levantó sorprendido,
dejando caer lo que llevaba en los brazos. Salió a su encuentro y lo llenó de
besos, llorando y abrazándole. Luego, le dijo a Telémaco que creyó que no iba
a verlo de nuevo desde que viajó a Pilos y lo invitó a que pasara. Telémaco le
dijo que había ido allí por él y le preguntó por su madre. El porquerizo le
respondió que ella estaba en el palacio y que lloraba noche y día por el gran
pesar que tenía. Telémaco entonces entró y Odiseo le quiso ceder el asiento,
pero éste (que no sabía que se trataba de su padre, creyendo que era un
forastero) se lo impidió. Después comieron y bebieron, y Telémaco preguntó
por el "forastero". El porquerizo le respondió que le había contado que había
andado errante po varias ciudades y que había llegado a su establo huyendo
de la nave de unos tesprotos, diciendo también que se lo encomendaba.
Telémaco le dijo que cómo iba a recibir un hombre en su casa ya que él era
joven y, en cuanto a si madre, ella no sabía si seguir permaneciendo junto a él
y cuidar el lecho de su esposo por las habladurías de la gente, o si marchara
con un aqueo que la pretenda y que le ofreciera riquezas. Sin embargo, dijo
que iba a vestir al forastero y le dará una espada y sandalias, enviándolo hacia
donde él eligiera, pero que si quería lo retuviera en el establo y que él le
enviaría ropa y comida. Telémaco no lo dejaría ir a donde están los
pretendientes por temor a que lo ultrajaran, lo cual le causaría gran pena,
siendo difícil que los venciera, a pesar de tener gran vigor, pues eran muy
numerosos. Odiseo le respondió que se le desgarraba el corazón por lo que le
sucedía y que ojalá fuera tan joven u ojalá fuera el hijo de Odiseo o el propio
Odiseo para acabar con ellos, diciendo que prefería morir en el palacio antes
de permitir tales actos. Telémaco le contó que los que pretenden a su madre
eran muchos y arruinaban su hacienda. Penélope no se negaba al matrimonio
ni era capaz de ponerles un freno, así que los pretendientes consumían su
casa e incluso podrían acabar después con él mismo. Entonces, Telémaco le
dijo al porquerizo que le fuera a decir a su madre que ya había regresado, pero
que nadie más se enterara. Eumeo le consultó si podía pasar por donde estaba
Laertes para avisarle, puesto que desde que se fue Telémaco no comía ni
bebía. Telémaco le dijo que no, por más que le doliera, pero que le dijera a su
madre que enviara a escondidas a la despensera, la cual luego le podría contar
a Laertes.

154 al 320: El porquerizo se dirigió a la ciudad. Atenea supo ésto y se acercó


allí, asemejándose a una hermosa mujer, apareciéndosele a Odiseo, pero a
Telémaco no. Atenea hizo una seña, Odiseo se dio cuenta y salió de su
habitación. La diosa le dijo que le dijera la verdad a su hijo para así tramar la
muerte que le daría a los pretendientes y marchar a la ciudad, diciéndole
además que tampoco estaría lejos de ellos, pues estaba ansiosa de luchar.
Atenea lo tocó con su varita de oro y lo rejuveneció, además de cambiarle de
ropa y hacerle crecer una negra barba. Luego se marchó y Odiseo fue hacia la
cabaña. Su hijo se asombró al verlo y le preguntó si se trataba de algún dios.
Entonces ahí fue cuando Odiseo le contó la verdad, diciéndole que era su
padre, dejando caer el llanto que había estado aguantando. Al principio
Telémaco no le quiso creer, considerando que podía tratarse de una divinidad
para que se lamentara con más dolores, puesto que cambió su aspecto de la
nada. Odiseo le dijo que Atenea había sido la que lo había transformado, pero
que él sí era su padre. Y entonces los dos se abrazaron llorando
desconsoladamente. Luego, Telémaco le preguntó a su padre en qué nave
había regresado a Ítaca y Odiseo le respondió que lo había llevado los feacios,
los cuales lo llevaron dormido y le dieron brillantes regalos que, por voluntad de
los dioses, habían sido depositados en una gruta. Y le dijo que ahora, por
consejo de Atenea, debían decidir sobre la muerte de sus enemigos, por lo que
le pidió a Telémaco que los enumerase y que le dijera quiénes eran, para ver si
se podían enfrentar contra ellos solos o si iban a necesitar ayuda. Telémaco le
contó que incluso eran más de 20: de Duliquio eran 50, sumado a dos jóvenes
y seis escuderos, de Same eran 24, de Zante eran 20 y de la misma Ítaca eran
12, estando ellos con el heraldo Medonte, el divino aedo y dos siervos. Odiseo
le respondió que Atenea y Zeus podrían ayudarles, y le dijo que, a la mañana
siguiente, fuera a reunirse con los pretendientes, mientras que él iría guiado por
el porquerizo bajo el aspecto de un mendigo miserable y viejo. Si lo
deshonraran en el palacio, le pidió a Telémaco que mire y que aguante, y que
máximo los reprimiera con palabras dulces. También le dijo que cuando Atenea
se lo indicase, él le haría señas para que calculara cuántas armas guerreras
había en el salón y para que subiera a depositarlas en lo más profundo de la
habitación del piso de arriba, diciéndoles a los pretendientes que las había
retirado del fuego porque ya no se parecían a las que había dejado Odiseo
cuando se marchó a Troya, y Telémaco tendría que dejar un par de espadas,
otro de lanzas y otro de escudos para que los sorprendan echándose sobre
ellos. Además, le pidió que nadie se entere de que él había regresado para que
pusieran a prueba a los demás a ver quién los honraba. Telémaco le aconsejó
que se diera si tiempo para reflexionar sobre lo que quería hacer y que tratara
de conocer a las siervas.

320 al 342: Mientras tanto, arribó a Ítaca la nave que había traído a Telémaco.
Cuando entraron al puerto, empujaron la nave hacia el litoral y sus servidores
les llevaron armas. Luego llevaron a casa de Clitio los dones y enviaron a un
heraldo para que le avisaran a Penélope que su hijo había regresado. Así lo
hizo éste, encontrándose en el camino con el porquerizo que iba con el mismo
objetivo. El heraldo le contó a Penélope sobre el regreso de su hijo y luego se
retiró del palacio.

343 al 408: Mientras tanto, los pretendientes estaban afligidos, por lo que
salieron y se sentaron. Entonces Eurímaco les dijo que Telémaco había podido
realizar su viaje cuando pensaron que no lo iba a lograr, diciéndoles que boten
una nave y reúnan remeros que vayan a anunciar su regreso. Anfínomo les dijo
a sus compañeros que ya estaban allí. Los pretendientes se levantaron y
fueron hasta la ribera del mar, empujando la nave hacia tierra, mientras sus
servidores le llevaban sus armas. Luego fueron a la plaza y Antínoo dijo que
durante días habían vigilado esperando en la nave, en el mar, la llegada de
Telémaco para sorprenderlo y matarlo, pero al parecer un dios lo había
conducido a casa. Les dijo que entonces planearan una muerte para Telémaco
y que no lo dejaran escapar, ya que no les permitiría cumplir su propósito si
seguía vivo, puesto que era hábil en sus resoluciones y que no contaban con el
apoyo de todo el pueblo. Les dijo que lo hiciera antes de que reuniera a los
aqueos en asamblea y les contara que habían planeado matarlo y el pueblo, al
escucharlo, no aprobaría esas malas acciones. Por eso les dijo que se
apresuraran en matarlo, que se podrían quedar con sus posesiones y que el
palacio podría quedar para su madre y para con quien ella eligiera casarse,
pero, sino que lo dejaran vivir y que devoraran todas sus posesiones, además
de que cada uno pretendiera a Penélope con regalos para conquistarla y que
ella se casara con el que le diera mayores dones. Todos quedaron en silencio
hasta que habló Anfinomo, jefe de los pretendientes que venían de Duliquio,
siendo el que más le agradaba a Penélope por sus palabras puesto que tenía
buen discernimiento. Él dijo que no deseaba matar a Telémaco y que
conocieran primero la decisión de los dioses. Si Zeus lo aprobaba, él mismo
mataría a Telémaco e instigaría a los demás a que hicieran lo mismo, pero, si
los dioses trataban de impedirlo, les aconsejó que depusieran sus propósitos.
Ésto les agradó a los pretendientes, los cuales se levantaron y se encaminaron
a la casa de Odiseo, sentándose en unos sillones cuando llegaron allí.

409 al 451: Penélope se mostró ante los pretendientes puesto que se había
enterado por el heraldo Medonte que éstos pretendían matar a su hijo. Cuando
llegó con ellos junto con sus siervas, teniendo un grueso velo. Se dirigió a
Antínoo y le dijo que ya sabía que planeaba la muerte de su hijo, preguntándole
el por qué si Odiseo había salvado a su padre cuando el pueblo quiso matarlo a
causa de que, siguiendo a unos piratas de Tafos, había hecho daño a los
tesprotos, que eran sus aliados. Luego, le ordenó que pusiera fin a eso y que
aconsejara a los demás. Eurímaco le contestó que jamás permitiría que
dañasen a su hijo, diciendo que recordaba cuando Odiseo lo sentaba en sus
rodillas, pero en cuanto a la muerte que los dioses le tenían, era imposible
evitarla. Le dijo ésto para animarla, pero él también tramaba la muerte contra
Telémaco. Después, Penélope subió al piso de arriba y estuvo llorando a
Odiseo hasta que Atenea le dio dulce sueño.

452 al 482: El divino porquerizo regresó al atardecer junto a Odiseo y su hijo


cuando éstos preparaban la cena. Entonces Atenea se acercó a Ulises y con
su varita lo hizo viejo de nuevo y lo vistió con harapos para que el porquerizo
no lo reconociera y fuera a decírselo a Penélope. Telémaco le preguntó a
Eumeo qué se decía en la ciudad y le preguntó por los pretendientes. Éste le
respondió que no había preguntado por ellos, pues él solo fue a hacer su
mandato. Sin embargo, se había encontrado con un heraldo que iba con la
misma tarea de comunicarle a su madre el regreso de Telémaco y que habló
antes que él. También contó que cuando regresaba pudo divisar en el cerro de
Hermes una nave veloz en la que había numerosos hombres y que estaba
cargada con escudos y lanzas de doble filo. El porquerizo supuso que se
trataba de los pretendientes, pero no podía asegurarlo. Telémaco rió y luego
cenaron para que después de haber saciado el deseo de comer y beber se
acostaran y se durmieran.

Canto XVII: Odiseo mendiga entre los pretendientes.

Versos 1 al 60: Al amanecer, Telémaco se levantó y le dijo a su porquerizo


que él iba a ir a la ciudad para que su madre lo viera y así acabar con su
aflicción. Le encomendó que llevara al "forastero" a la ciudad para que
mendigara su pan, puesto que él no se podía hacer cargo con tantas
aflicciones que tenía. Odiseo respondió que sí, que hiciera eso, pero que lo
llevaran una vez que se hubiera calentado con el fuego. Luego, Telémaco
cruzó el establo, tramando la muerte de los pretendientes, y entró al palacio. La
primera en verlo fue la nodriza Euriclea. A su alrededor se reunieron las siervas
de Odiseo y acariciándolo, lo besaban. Después, salió del dormitorio Penélope
y llorando, lo abrazó y lo besó, diciéndole que no pensó que volvería y
preguntándole que averiguó de Odiseo. Telémaco le respondió que no
incrementara sus pesares y que fuera a bañarse, cambiarse, subiera al piso de
arriba y le realizara hecatombes perfectas a los dioses para que Zeus lo ayude
a llevar represalias. Mientras tanto, él marcharía al ágora para invitar a un
forastero, que había dejado al cuidado de Pireo, que lo iba a recibir dignamente
en su casa. Penélope hizo todo lo que Telémaco le había indicado.

61 al 166: Telémaco atravesó la sala con su lanza, acompañado de dos


lebreles. Todo el pueblo se admiró al verlo marchar. Los pretendientes lo
rodearon diciéndoles buenas palabras, pero en su interior meditaban maldades.
Telémaco evitó a la muchedumbre y fue a sentarse con Méntor, Antifo y
Haliterses, que eran en un principio compañero de su padre, y le preguntaban
por todo. Se les acercó Pireo, llevando al forastero y Telémaco se puso al lado
de su huésped. Pireo le pidió a Telémaco que enviara mujeres a su casa para
que le devolviera todos los regalos que le había hecho Menelao. Telémaco le
respondió que no sabía qué iba a suceder, pues los pretendientes podían
matarlo en su palacio y repartirse los bienes de su padre, por lo que prefería
que él se quedase con los regalos; pero si consiguiera matarlos, que los llevara
a su casa. Luego, condujo a su casa a su huésped y, cuando llegaron al
palacio, se bañaron y fueron a sentarse. Penélope se sentó frente a él y
empezaron a comer y beber. Entonces Penélope dijo a Telémaco que iría
acostarse en su lecho y que no había sido capaz de contarle sobre el regreso
de su padre. Telémaco entonces contó todo lo que le aconteció en su viaje y
conmovió el ánimo de su madre. Teoclímeno le profetizó entonces a Penélope
que Odiseo había llegado, que ya estaba en su patria y que estaba tramando la
muerte de los pretendientes; es el augurio que él había observado. Penélope
entonces respondió que ojalá que se cumpliera su palabra y que, si se
cumpliese, tendría entonces su amistad y le daría numerosos regalos. Así
estaban hablando unos con otros.

167 al 261: Los pretendientes nuevamente estaban arrojando discos y


venablos ante el palacio de Odiseo, en el pavimento. A la hora de comer,
Medonte se dirigió a ellos y les dijo que se dirigieran al palacio para preparar el
almuerzo. Así lo hicieron. Entre tanto, Odiseo y el porquerizo iban a marchar
del campo a la ciudad. El porquerizo le recomendó que marchararan ya, puesto
que el día estaba avanzado y a la tarde iba a hacer más frío. Odiseo le dijo que
sí y que le diera un bastón. Entonces se echa a sus hombros el sucio saco
desgarrado, en el que había una correa. Eumeo le dio el bastón y se pusieron
los dos en camino. Condujo a la cuidad a su propio soberano vestido
miserablemente. Cuando estaban cerca, llegaron a una fuente labrada,
topándose allí con Melantio, hijo de Dolio, junto con dos pastores, que
conducían las mejores cabras para que comieran los pretendientes. Cuando los
vio, le dijo a Odiseo que a dónde iba ese mendigo pegajoso que arrimaría a las
puertas para rascarse. Le dijo que si se lo dieran a él, lo pondría a trabajar en
su establo, pero que seguro no quiere trabajar y planea solo mendigar. Dijo
que, si se acercaba al palacio de Odiseo, iba a convertirse en el blanco de
todos. Luego, pasó por su lado y le dio una patada en la cadera a Ulises, el
cual quiso saltarle encima, pero se contuvo. El porquerizo le reprendió y le hizo
una súplica a las Ninfas de la fuente que le ayudaran a Odiseo a regresar para
que acabara con la insolencia que había en la ciudad y los malos pastores que
acababan con los ganados. Melantio, el cabrero, le respondió que algún día lo
llevaría lejos de Ítaca para venderlo y que ojalá que ese día mataran a
Telémaco en el palacio. Luego los dejó y fue y llegó a la morada del rey,
sentándose entre los pretendientes frente a Eurímaco. Le ofrecieron una
porción de carne y pan.

262 al 327: Odiseo y el porquerizo se detuvieron en el camino, pues


escucharon el sonido de la lira que Femio usaba para cantarle a los
pretendientes. Odiseo tomó la mano de Eumeo y le dijo que ese era el palacio
de Odiseo, ya que se distinguía entre todos, y que parecía que allí habían
muchos hombres gozando de un banquete. El porquerizo le dio la razón, pero
le dijo que pensaran cómo actuar; le aconsejó que entrara él primero en la
morada y que se mezclara con los pretendientes, que él se quedaría allí; o que
Odiseo se quedara y que él entraría primero, pero le dijo que no se quedara
afuera por mucho, por si alguien le arrojara algo o lo echara. Odiseo le dijo que
marchara Eumeo primero y que él se quedaría allí, puesto que ya había sufrido
tanto que no le importaban los golpes o pedradas, sino saciar la dolorosa
hambre. Entonces Argos, el perro que Odiseo había criado, reconoció a su
amo. Antes de que Ulises hubiera partido a Ilión, solía cazar distintos animales,
pero una vez su amo lejos, se quedaba en el estiércol y se había llenado de
pulgas. Sin embargo, cuando vio a Odiseo, movió la cola y dejó caer sus
orejas, pero ya no pudo acercarse a su amo. Ulises lo vio de lejos y se le
derramó una lágrima. Luego, le preguntó a Eumeo por el perro, diciendo que
parecía hermoso, pero que era extraño que estuviera tumbado en el estiércol.
El porquerizo le contó que antes de que Odiseo hubiera dejado al perro, era
muy rápido y vigoroso, siendo muy diestro en seguir el rastro de demás
animales para cazarlo; sin embargo, ahora lo tenía vencido la desgracia, pues
su amo había perecido lejos de su patria y las mujeres no lo cuidaban, no
queriendo hacer sus trabajos justamente porque no tenía a su amo. Luego de
decir ésto, el porquerizo entró en la morada y fue hacia donde estaban los
pretendientes. Finalmente, Argos murió al ver a Odiseo después de pasados
veinte años.

328 al 491: Telémaco fue el primero en ver al porquerizo y le hizo señas para
que se sentara a su lado. Eumeo se sentó a su lado y un heraldo le ofreció
comida. Detrás de Eumeo, Odiseo (con el aspecto de un miserable y viejo
mendigo) se sentó en el umbral dentro se las puertas. Telémaco puso comida
en un canasto y le dio al porquerizo para que le llevara a Odiseo y le dijo que le
dijera que luego le pidera a los pretendientes y que no le convenía tener
vergüenza. Eumeo le hizo caso y Odiseo comió lo que le había dado Telémaco,
mientras cantaba el aedo en el palacio. Luego, los pretendientes comenzaron a
alborotar en el palacio. Atenea se puso cerca de Odiseo y lo instó a que fuera a
mendigar para saber quiénes eran rectos y quiénes eran injustos, aunque
ninguno se iba a librar de la muerte. Entonces se puso en marcha para
mendigar a cada uno, extendiendo sus manos a todas partes. Los
pretendientes se compadecieron ye admiraron de él, además de preguntarse
quién era y de dónde venía. Melantio habló entonces y les dijo a los
pretendientes que él ya había visto a ese mendigo y que lo había traído allí el
porquerizo, pero que no sabía de dónde provenía. Antínoo entonces reprendió
a Eumeo, diciendo que si no le parecía ya que había suficientes vagabundos y
mendigos pegajosos en la ciudad. El porquerizo le respondió que, por más que
fuera noble, no era justo lo que decía. Telémaco le dijo al porquerizo que no le
contestara, puesto que Antínoo siempre tendía a provocar a los demás, y le
ordenó a Antínoo que le diera algo al forastero. Antínoo se negó, pero todos los
demás pretendientes le dieron comida. Odiseo se detuvo junto a Antínoo y le
dijo que le diera comida, pues parecía el mejor de los aqueos y se asemejaba a
un rey. Le contó una historia falsa sobre él, diciendo que antes había vivido
entre grandes riquezas, pero que Zeus lo había arruinado, pues lo envió con
unos errante piratas a Egipto para que pereciera; mataron en la ciudad a
muchos, sus compañeros huyeron y a él lo llevaron a Chipre y lo entregaron a
un forastero hasta que llegó allí después de sufrir desgracias. Antínoo le
respondió que se mantuviera lejos de su banquete y le dijo que era un mendigo
audaz y desvergonzado. Odiseo le respondió que no era cuerdo, pues no era
capaz de darle un poco de comida cuando en el banquete tenía en abundancia.
Antínoo se irritó más y le dijo que no iba a retirarse con bien por haberlo
injuriado. Entonces tomó el taburete que tenía a sus pies y se lo tiró al hombro
derecho, golpeándole el extremo de la espalda. Odiseo se mantuvo firme en
pie, pero movió la cabeza meditando secretos males. Se retiró para sentarse
en el umbral, dejó el saco y le dijo a los pretendientes que Antínoo lo había
golpeado por causa de que pasaba hambre y que ojalá que Antínoo sufra la
muerte antes de su matrimonio. Antínoo le dijo que se sentase a comer o que
se largue, no sea que los jóvenes lo arrastrasen por el palacio. Todos los
demás pretendientes se indignaron y un joven le dijo que había sido cruel por
golpearlo y que podía tratarse de algún dios disfrazado de mendigo, ya que
algunas veces los dioses hacían eso para vigilar la soberbia de los hombres o
su rectitud. Sin embargo, Antínoo no prestó atención. Telémaco se sentía
demasiado mal por ver a su padre golpeado, pero con todas sus fuerzas no
dejó caer ninguna lágrima, sino que movió la cabeza en silencio, meditando la
muerte del pretendiente.

492 al 602: Penélope oyó que el forastero había sido golpeando y dijo,
hablando con sus esclavas, sentada en el dormitorio, que todos los
pretendientes eran enemigos, pues planeaban maldades, pero Antínoo era el
peor; todos le habían dado comida al forastero, excepto él que lo golpeó con un
taburete. Mientras tanto, Odiseo comía y Penélope llamó al porquerizo,
diciéndole que le ordenara al forastero que fuera con ella para saludarla y
preguntarle si había oído algo de Odiseo o si lo había visto. Eumeo le
respondió que durante los tres días que lo tuvo en su cabaña, había contado
que es huésped de Odiseo por parte de padre y que habitaba en Creta,
afirmando haber oído que Odiseo estaba vivo y cercano, en el pueblo de los
tesprotos, y que iba a traer a casa numerosos regalos. Penélope le siguió
insistiendo en que lo trajera para que le contara en persona. Telémaco
estornudó fuertemente y Penélope se echó a reír, insistiendo de nuevo al
porquerizo para que le llevara a su presencia al forastero, diciendo que si todo
lo que decía era cierto, le regalaría túnica, manto y vestidos. El porquerizo fue
entonces con Odiseo y le transmitió el pedido de la reina. Ulises prometió que
le diría toda la verdad, pues sabía muy bien sobre Odiseo y habían pasado
infortunios similares, pero que le dijera a la reina que lo esperara en sus
habitaciones hasta la puesta del sol, por la insolencia, soberbia y violencia de
los pretendientes. El porquerizo le transmitió ésto a Penélope y ella estaba de
acuerdo, diciendo que el forastero no era insensato. Luego, el porquerizo fue
con los preparativos y después se dirigió a Telémaco, diciéndole que él se
marchaba a vigilar los cerdos y todo el sustento; que se ocupara de todo ahí y
que tuviera cuidado de que no le matasen. Telémaco le respondió que así sería
y que se marche después de merendar, pero que volviera al amanecer y que
trajera hermosas víctimas. El porquerizo se sentó nuevamente y, luego de
comer y beber, se puso en marcha hacia los cerdos, abandonado a los
pretendientes, los cuales gozaban con la danza y el canto, pues ya había caído
la tarde.

Canto XIX: La esclava Euriclea reconoce a Odiseo.

Versos 1 al 52: Odiseo se quedó en el palacio ideando, con ayuda de Atenea,


la muerte contra los pretendientes, y le dijo a Telémaco que llevara adentro
todas las armas y que cuando los pretendientes le preguntaran por ellas les
diga que las retiró del fuego porque ya no se veían igual. Telémaco obedeció a
su padre y llamó a la nodriza Euriclea, diciéndole que retuviera a las mujeres
dentro de las habitaciones del palacio mientras él transportaba las armas de su
padre. Euriclea le preguntó que quién portaría luz a su lado, ya que no dejaba
salir a las esclavas, y Telémaco respondió que lo haría el forastero. La nodriza
le hizo caso y Odiseo y Telémaco resguardaron rápidamente las armas,
guiados por una luz hermosa que generaba Atenea. Telémaco se sorprendió
por el palacio. Odiseo le dijo que se fuera a acostar y que él se quedaría allí
para provocar todavía más a las esclavas y a Penélope, la cual le preguntaría
sobre cada cosa entre lamentos. Telémaco entonces fue a su dormitorio y allí
durmió. Mientras tanto, Odiseo preparaba la muerte de los pretendientes.

53 al 307: Penélope salió de su dormitorio y sus esclavas prepararon todo.


Melanto le dijo a Odiseo que si ahora espiaba mujeres y que se vaya afuera.
Ulises le dijo que lo estaba juzgando injustamente y que no fuera que un día
llegara el propio Odiseo o que Telémaco reinara. Penélope escuchó ésto y
reprendió a la esclava, diciéndole que ella había oído de ella misma que
esperaba al forastero en su habitación para preguntarle sobre Ulises. Luego,
mandó a la despensera Eurínome a que le trajera una silla y así lo hizo,
sentándose después Odiseo. Entonces tuvieron una conversación donde
Odiseo le fue hilando mentiras sobre su origen, diciéndole que se llamaba Etón,
que provenía de la ciudad de Cnossós, en Creta; hermano de Idomeneo, hijo
de Deucalión, cuyo padre era Minos. Le dijo que en esa ciudad le había dado
dones hospitalarios a Odiseo, pues lo había llevado a Creta el viento, cuando
se dirigía a Troya, después de apartarlo de las Mareas. Penélope no pudo
evitar llorar y Ulises se conmovió al ver ésto, pero mantuvo firmes sus ojos,
ocultando con todas sus fuerzas sus lágrimas. Penélope le pidió como prueba
de que lo que decía era verdad que le dijera cómo estaba vestido Odiseo,
cómo era él y que le hablase de sus compañeros. Ulises obviamente pudo
responder todo con detalle y Penélope tuvo más ganas de llorar, diciéndole que
tenía razón en todo cuanto había dicho, que incluso esa vestimenta se la había
dado ella misma. Le dijo entonces que iba a ser querido y respetado en su
palacio, pero que ya nunca más iba a ver a Odiseo. Ulises le contó que había
oído que Odiseo estaba cerca y vivo en el pueblo de los tesprotos, y que traía
muchos y maravillosos bienes, pero que había perdido a sus compañeros y a
su nave, puesto que Zeus y Helios estaban ardidos contra él porque sus
compañeros habían matado a las vacas de Helios, por lo que todos perecieron
en el mar, a excepción de Ulises que fue empujado por las olas sobre una parte
de su nave hacia tierra firme, hacia la tierra de los feacios, los cuales quisieron
ellos mismos llevarlo a su patria, pero Odiseo quiso quedarse para acumular
riquezas. Todo ésto se lo había contado Fidón, el rey de los tesprotos y juró
que ya estaba lista la nave y los compañeros que iban a llevar a Odiseo a su
patria, pero que a él lo había enviado antes y le había mostrado todas las
grandes riquezas de Ulises. También le había dicho que Odiseo había ido a
Dodona para escuchar la voluntad de Zeus para saber qué debería hacer sobre
su regreso. Por lo tanto, le dijo a Penélope que estaba a salvo y le hizo un
juramento en el que dijo que durante ese mismo año iba a regresar Odiseo,
cuando se haya acabado el mes y comenzado el siguiente.

308 al 507: Penélope le dijo a Odiseo que ojalá que se cumplieran sus
palabras, que le daría muchos regalos y tendría su amistad, pero que creía que
Odiseo no iba a regresar y que él tampoco lo iba a lograr, pues no había nadie
que lo escoltase a su patria. Les ordenó a las siervas que lo lavasen y que le
dispusieran un lecho dónde dormir; al amanecer debería lavarlo, dejarlo comer
junto a Telémaco, y que ningún pretendiente lo molestase. Odiseo le respondió
que se iría a acostar, pero que no era muy a su ánimo los baños de pies, por lo
que ninguna mujer servidora en el palacio tocaría su pie almenos que fuera
alguna muy anciana y fiel que haya soportado tantas cosas como él. Penélope
le respondió que era el más sensato de entre los huéspedes que había tenido y
que tenía a una anciana que si bien estaba débil, le lavaría los pies; ésta había
criado a Odiseo. Le ordenó entonces a la anciana que lo hiciera y ella aceptó,
ocultando sus lágrimas y diciendo que le había conmovido su historia (pues no
solo había tenido que soportar muchas pesadimbres, sino que cuando fue al
palacio las esclavas se burlaron de él y él no habí permitido que le lavasen los
pies para evitar el escarnio y los aprobios) y que lo haría por Penélope,
diciéndole también que de todos los forasteros que había ido allí, ninguno era
tan parecido a Odiseo como él. La anciana comenzó a lavarlo y, si bien Odiseo
intentó que no le reconociera la cicatriz que llevaba, Euriclea de todos modos
logró hacerlo, teniendo un recuerdo de ella: se la había hecho un jabalí con su
colmillo cuando fue al Párnaso en compañía de Autólico, el padre de Penélope
que sobresalía entre los hombres por el hurto y el juramento, y sus hijos.
Cuando Odiseo había nacido, Euriclea lo puso en sus rodillas y le dijo a
Autólico que le colocara nombre, el cual le dijo le puso Odiseo, ya que había
llegado a esa tierra enfadado con mucha gente y dijo que cuando llegara a su
juventud fuera a su casa materna, al Parnaso, donde tenía las riquezas y le
daría de ellas. Por esto había marchado Odiseo y, luego de llegar, a la mañana
siguiente salió de cacería junto con Autólico y sus hijos, ascendiendo al
elevado monte Parnaso, vestido de selva. Llegó al jabalí el ruido de todos los
hombres y Odiseo fue el primero en acometerlo, levantando su lanza. El jabalí
se le adelantó y le atacó sobre la rodilla, desgarrándole con el colmillo mucha
carne, pero no llegando al hueso. Sin embargo, Odiseo lo hirió con su lanza.
Los hijos de Autólico lo vendaron y pronto llegaron a la casa de su padre y lo
curaron bien, para luego darle espléndidos regalos. Después lo enviaron a
Ítaca y sus padres preguntaron detalladamente por su cicatriz y Odiseo les
contó lo acontecido. Ahora bien, la anciana, al reconocer la cicatriz, le soltó el
pie en el caldero y el agua se derramó en el suelo. El gozo y el dolor la
invadieron y sus ojos se llenaron de lágrimas, diciéndole a Odiseo que
efectivamente era él. Le hizo entonces señas a Penélope, pero ésta no la vio
porque Atenea la distrajo. Odiseo la tomó por la garganta y le pidió que no le
dijese nada a nadie. Euriclea prometió mantenerse firme en silencio. Luego, la
anciana se marchó a traer agua para lavar los pies, puesto que la anterior se
había derramado. Después, lavó a Odiseo y lo ungió en aceite. Éste acercó la
silla al fuego para calentarse y ocultó la cicatriz con los andrajos.

508 al 605: Penélope le dijo a Odiseo que no sabía si qudarse en el palacio y


respetar el lecho de su esposo y las habladurías o si casarse con alguno de los
pretendientes, pues antes Telémaco era pequeño y no le permitía casarse,
pero ahora que era grande le pedía a ella que se marchara, puesto que los
pretendientes devoraban su hacienda. También le consultó a Ulises por un
sueño que tuvo: veinte gansos comían trigo en su casa y ella los veía alegres,
pero vino desde el monte una gran águila y a todos les rompió el cuello y los
mató, para luego ascender hacia el divino Éter, mientras las aqueas se reunían
a su alrededor porque ella se lamentaba por la matanza de sus gansos. Volvió
el águila, se posó sobre la parte superior del palacio y dijo que ese no era un
sueño, sino una visión real. Los gansos eran los pretendientes y él, el águila,
era su esposo que había regresado y que iba a matar a los pretendientes.
Luego, Penélope se despertó y observó a los gansos en el palacio comiendo
trigo. Ulises le dijo que eso significaba que el mismo Odiseo le manifestó cómo
iba a llevarse todo a cabo y que era clara la muerte de los pretendientes, a la
cual ninguno iba a poder escapar. Sin embargo, Penélope no estaba
convencida de ésto, creyendo que podía tratarse de un sueño engañoso y no
de los que anuncian cosas verdaderas. Además, Penélope dijo que en la
aurora iba a establecer un certamen, una prueba. Iba a a establecer doce
hachas de combate en línea recta como si fueran líneas y con unos dardos,
deberían atravesar una por una las hachas. El que lograra atravesar las doce
hachas, sería con el que se casaría y finalmente Penélope abandonaría aquella
casa. Ulises le dijo que Odiseo llegaría antes de que ellos tocaran el arco y
atravesaran el hierro con la flecha. Penélope le dijo que la deleitaría si se
quedara sentado junto con ella, pero que entendía que los mortales debían
dormir, así que subiría al piso de arriba y se acostaría en el lecho, y que él se
acostara en esa estancia extendiendo algo por el suelo, o que le pusieran una
cama. Entonces subió al piso superior acompañada de sus esclavas y se puso
a llorar a Odiseo hasta que Atenea le infundió sueño sobre los párpados.

Canto XXIII: Penélope reconoce a Odiseo.

Versos 1 al 84: Euriclea subió al piso de arriba para contarle a Penélope sobre
su esposo. La despertó y le dijo que Odiseo había regresado y que había
matado a todos los pretendientes. Penélope no le quiso creer, pero la anciana
le insistió, diciéndole que Odiseo era aquel forastero a quien todos habían
deshonrado en el gran salón; le dijo que Telémaco ya lo sabía, pero que había
ocultado todo en favor de su padre. Entonces a Penélope le invadió la alegría,
abrazó a la anciana y no pudo evitar llorar. Le preguntó a Euriclea cómo es que
Odiseo había logrado vencer a los pretendientes siendo él uno solo y ellos
numerosos. La nodriza respondió que no lo sabía, pues ellas habían
permanecido asustadas en el rincón de la habitación hasta que Telémaco las
llamó desde el gran salón por pedido de Odiseo. Ella después pudo ver a
Odiseo en pie, entre los cuerpos recién asesinados, todo cubierto de sangre y
de polvo. Ahora todos los cadáveres estaban amontonados en la puerta del
patio, mientras él rociaba de azufre y encendía fuego, habiendo mandado a la
nodriza a que llamara a Penélope. Penélope, al escuchar ésto, no creyó muy
posible que fuera Odiseo el que mató a los pretendientes, por lo que no creyó
que fuera verdad, creyendo que cualquier otro mortal pudo haberles dado
muerte a éstos. Entonces Euriclea le dijo, para que le creyendo, que cuando
había lavado al forastero le había encontrado la cicatriz que tenía Odiseo y que
quiso decírselo, pero que el propio Ulises se lo impidió por su astucia. Le dijo
entonces a Penélope que la siguiera y que, si no era verdad lo que decía, que
la matara.

85 al 153: Euriclea descendió al piso de arriba y Penélope estaba pensando


sobre si interrogar a su esposo de lejos o acercarse y abrazarlo. Cuando
traspasó el umbral de piedra, se sentó frente a Odiseo junto al fuego. Penélope
lo miraba fijamente y no lo reconocía mucho por estar vestido miserablemente.
Entonces Telémaco reprendió a su madre, diciéndole que su esposo llegaba a
su patria después de veinte años y de haber pasado muchas calamidades y
que ella se mantenía alejada de él y no se sentaba a su lado para interrogarle.
Penélope respondió que estaba pasmada y que quería ponerlo a prueba para
ver si realmente era Odiseo, pues tenían señales secretas entre los dos que
solo ellos conocían. Odiseo sonrió y dijo a Telémaco que entendía que no lo
reconociera y que deliberaran sobre cómo iban a proceder, puesto que había
matado a una gran cantidad de hombres nobles. Telémaco le respondió que lo
considerara él y que todos lo apoyarían. Odiseo le dijo que primero se lavasen
y se vistan y que ordenasen a las esclavas en el palacio que elijan ropas para
ellas mismas. Después, el divino aedo les entonaría una lanza con su lira para
que cualquier caminante que desde afuera escuchase eso pensara que hay
boda, evitando así que se extendiera por la ciudad la noticia de la muerte de los
pretendientes antes de que fueran a su finca. Una vez allí, pensarían que cosa
es mejor de acuerdo a Zeus. Todos lo escucharon y le hicieron caso, y el que
oía desde fuera del palacio pensaba que seguro la reina se había casado con
alguno de los pretendientes y que era una desdichada por no proteger con
constancia la mansión de su esposo hasta que llegara. Así decían, pero no
sabían la verdad de lo ocurrido.

154 al 343: El ama de llaves Eurínome lavó a Odiseo, lo ungió de aceite y lo


vistió bien. Atenea derramó gracia sobre él para que pareciera más ancho y
más alto, e hizo crecer cabello hermoso sobre su cabeza. Salió de la bañera
semejante a los inmortales. Fue a sentarse nuevamente en el sillón, frente a su
esposa, y le dijo que su corazón no era nada inflexible, que era de hierro. Tanto
él como Penélope enviaron a Euriclea a que preparara el lecho. Pero Penélope
le tendió una trampa: le dijo a la nodriza que preparara el lecho de Odiseo,
dando una referencia a que lo habían cambiado de lugar. Odiseo respondió
que le resultaba doloroso lo que dijo, preguntando quién había movido su
lecho, el cual, según él, era imposible de mover, siendo construido por sí
mismo, dando especificaciones sobre cómo y dónde lo construyó. Esta fue la
señal que le manifestó a Penélope, a la cual le temblaron las rodillas y el
corazón al reconocerla a la señal. Entonces, ella corrió llorando hacia él, lo
abrazó, besó su cabeza y le dijo que no se enojara con ella, que le había
manifestado claramente las señales que solo ellos y una sierva más sabían, y
que ya había convencido a su corazón de que era él. Odiseo también lloró,
abrazado de su esposa. Estaba a punto de aparecer Eos para anunciar la
mañana, pero Atenea no se lo permitió. Entonces Odiseo le contó a Penélope
que todavía le quedaba un trabajo dificultoso más, el cual le había vaticinado el
alma de Tiresias cuando descendió a la morada del Hades. Penélope le insistió
con que le diga que prueba era y Odiseo le contó que tenía que ir a muchas
ciudades con un remo hasta llegar donde los hombres no conocen nada;
cuando un caminante le diga que lleva un bieldo sobre su ilustre hombro,
tendría que clavar el remo y en ese lugar ofrecerle hecatombes perfectas a
Poseidón (un cabrito, un toro y un verraco semental de cerdas); luego debería
regresar a casa y ofrecer hecatombes sagradas a los dioses, y le sobrevendría
una muerte dulce, lejos del mar, por la vejez; a su alrededor, el pueblo sería
feliz. Mientras hablaban, Eurínome dispuso la cama. Luego de que pasaron al
lecho, la anciana se fue a su habitación. Primero los guió a su antiguo lecho y
después regresó. Telémaco, el boyero y el porquerizo fueron a acostarse
también en el sombrío palacio. Los esposos gozaron de amor placentero y
ambos se contaron todo lo que había transcurrido en su vida. Penélope contó
cuanto había soportado en el palacio por culpa de los pretendientes y Odiseo le
contó todo su viaje. Luego, se durmieron.

344 al 370: Atenea decidió, cuando creyó que Odiseo ya había gozado del
lecho de su esposa y del sueño, que permitiría ya pasar a Eos para que
comenzara la mañana. Odiseo se levantó y le dijo a Penélope que cuidara las
riquezas de su palacio, que él recuperaría las ovejas que los pretendientes
habían degollado, robándolas él mismo y otras le darían los aqueos. Le dijo
que él partiría a la finca de su apenado padre y que seguro al día siguiente se
correría la noticia de que mató a los pretendientes, por lo que le encomendó a
ella que subiera al piso de arriba y que permaneciera allí, sin mirar a nadie ni
preguntar. Odiseo se puso su armadura y animó a Telémaco, al boyero y al
porquerizo, ordenándoles que agarraran los instrumentos de guerra. Estos así
lo hicieron, cerraron las puertas y salieron, conducidos por Odiseo. Ya había
luz sobre la tierra, pero Atenea los cubrió de tinieblas y los condujo
rápidamente fuera de la ciudad.

Canto XXIV: El pacto.

Versos 1 al 97: Hermes llamó a las almas de los pretendientes y las condujo,
no dejando éstas de gritar. Pasaron las corrientes de Océano y la Roca
Leúcade y atravesaron las puertas de Helios y el pueblo de los sueños,
llegando luego a un prado de asfódelo, donde habitan las almas, imágenes de
los difuntos. Allí encontraron el alma de Aquiles, la de Patroclo, la de Antíloco,
la de Áyax. Se acercó doliente el alma de Agamenón las que habían muerto
con él en la casa de Egisto. Aquiles se dirigió al Atrida y le dijo que ojalá le
hubiera tocado la muerte honorable que merecía y no la muerte lamentable que
tuvo. Agamenón respondió que Aquiles había perecido en Troya y le contó lo
acontecido después de su muerte: los mejores hijos de troyanos y aqueos
estaban peleando por su cadáver, el cual yacía entre el torbellino de polvo.
Ellos lucharon día y noche y lograron rescatar el cadáver; lo pusieron en un
lecho luego de limpiarlo y a su alrededor lloraban los dánaos y se arrancaban
su cabello. Llegó entoces Tetis con las dioseas marinas al enterarse de la
noticia y oír los grandes lamentos. El miedo se apoderó de todos los aqueos,
por lo que quisieron huir de la guerra, pero Néstor los detuvo. Lo rodearon
entonces las hijas del viejo mar y, lamentándose, lo vistieron. Las musas
alternativamente realizaban un canto funerario, conmoviendo tanto con su voz
que ningún argivo quedó sin llorar. Lloraron a Aquiles 18 días. El día 18 lo
quemaron al fuego y le hicieron sacrificios en torno a él, mientras muchos
héroes aqueos circulaban con sus armas alrededor de su cadáver, a pie y a
caballo, habiendo un gran estrépito. Después, recogieron sus huesos y los
colocaron en un ánfora de oro que les había dado Tetis (regalo de Dioniso y
obra de Hefesto), mezclando sus restos con los del cadáver de Patroclo y,
separados, los de Antíloco. El ejército de los aqueos levantó sobre los restos
un monumento grande y perfecto junto al litoral del vasto Heleponto para que
Aquiles pueda ser visto desde lejos, desde el mar, por los hombres. Después,
Tetis hizo un gran certamen en honor a su hijo para los mejores aqueos, dando
obsequios hermosos, pues Aquiles era muy querido por los dioses. Así
Agamenón le dijo que ni al morir había perdido su fama, la cual habría de llegar
a todos los hombres, pero él había tenido una penosa muerte al regresar de la
guerra, planeada por Egisto y su esposa. Así hablaban entre ellos.

98 al 204: A estas almas se les acercó Hermes, que conducía las almas de los
pretendientes. Aquiles y Agamenón se admiraron al verlos y fueron con ellos.
El alma del atrida reconoció a Anfimedonte, el hijo de Melaneo, pues había sido
huésped suyo cuando vivía en el palacio de Ítaca. Entonces le preguntó cómo
es que todos habían perecido, recordándole que había sido su huésped y el
suceso de que él había ido a su palacio junto con Menelao para incitar a
Odiseo que los a Ilión sobre las naves (durante un mes habían recorrido el mar
y con dificultad habían convencido a Odiseo). Entonces el alma de Anfimedonte
le contó todo lo transcurrido y la razón de por qué habían muerto todos los
pretendientes, diciendo que sus cuerpos aún estaban en el palacio de Odiseo,
pues todavía no sabían de sus muertos los parientes, por lo que no le estaban
haciendo el honor que se le tributa a los muertos. El alma de Agamenón
entonces reconoció la astucia de Odiseo y la prudencia de Penélope, diciendo
que su fama y su virtud no perecerían y los dioses harían un canto a los
hombres en honor a Penélope. Así hablaban en la morada de Hades, bajo las
cavernas de la tierra.
205 al 360: Mientras tanto, Odiseo y los suyos bajaron de la ciudad y
enseguida llegaron al campo de Laertes, donde tenía una mansión y la rodeaba
un cobertizo en el que vivían los esclavos. También había una anciana llamada
Sicele que cuidaba al anciano. Entonces Odiseo les dijo a los esclavos y a
Telémaco que entraran en la casa y sacrificaran el mejor de los cerdos
mientras que él pondría a prueba a su padre para ver si lo reconocía o no
después de tanto tiempo. Luego, entregó a los esclavos sus armas y éstos
entraron a la casa. Odiseo se acercó a la viña y solamente encontró a su padre
que vestía un manto roto, que tenía alrededor de sus piernas unas grebas mal
cosidas para evitar los arañazos, unos guantes por las zarzas y tenía puesta
una gorra de piel de cabra. Cuando Odiseo vio a su padre acabado por la
vejez, le entró una gran pena y derramó lágrimas, dudando de si abrazarlo y
besarlo o de si ponerlo a prueba. Optó por primero ponerlo a prueba, así que
se dirigió hacia él y, poniéndose a su lado, le dijo que tenía muy bien cuidado
su jardín, mas su cuerpo no y eso que parecía un rey. Entonces le preguntó de
quién era esclavo y de quién era el huerto que cultivaba y que le dijera si había
llegado a Ítaca, pues en cierto momento había acogido en su tierra a un
hombre que decía provenir de Ítaca y ser hijo de Laertes; a éste lo condujo
hasta su casa y lo acogió, honrándole al darle muchos presentes. Laertes, al
escuchar esto, comenzó a derramar lágrimas y le dijo que era cierto que estaba
en Ítaca, pero que la dominaban hombres insolentes. Le dijo que si encontraba
vivo a su hijo iba a devolverle los dones; sin embargo, éste nunca había
regresado y creía que podía estar muerto, diciendo que nadie de sus seres
queridos. Le preguntó hace cuántos años le había dado hospitalidad a su hijo y
quién era él, de dónde provenía y cómo había llegado hasta allí. Odiseo le
inventó una historia diciendo que era hijo de Alibante, hijo del rey Polipemón, y
que se llamaba Epérito. Dijo que culpa de un demón había llegado allí
apartándolo de Sicania. Su nave estaba en el campo, apartada de la ciudad y
dijo que habían pasado cinco años desde que Odiseo marchó de allí. Entonces
un gran dolor invadió a Laertes, el cual tomó polvo de tierra negra y lo puso
sobre su cabeza mientras gemía. Odiseo no pudo evitar conmoverse y un
ímpetu le hizo saltar y abrazar y besar a su padre, revelándole finalmente la
verdad y diciéndole que había matado a los pretendientes. Laertes le dijo que si
de verdad era su hijo, que le diera una prueba de ello, una señal clara para
convencerlo. Odiseo le mostró la cicatriz que tenía por la herida que le había
hecho el jabalí, contándole cómo se la había hecho, y le dijo cada uno de los
árboles de la huerta que Laertes le había regalado de niño. Entonces a Laertes
se le debilitaron sus rodillas y su corazón al reconocer las señales de Odiseo.
Procedió a echar los brazos alrededor de su hijo y luego desmayarse. Cuando
retomó el aliento y celebró que los pretendientes hayan pagado sus
insolencias, pero dijo que tenía miedo de que la gente fuera allí y enviara
mensajeros. Odiseo le respondió que no se preocupase por eso y que fueran a
la mansión cerca del huerto, que él ya había enviado a Telémaco con el boyero
y el porquerizo para que prepararan la cena.
361 al 411: Odiseo y Laertes se encaminaron a la mansión. Cuando llegaron,
encontraron a Telémaco con el boyero y el porquerizo cortando carnes y
mezclando vino. La sierva Sicele lavó a Laertes, lo ungió en aceite y lo vistió.
Atenea se puso a su lado e hizo los miembros de éste más vigorosos, haciendo
que pareciera más grande y más ancho. Salió entonces de su baño y Odiseo
se admiró al verlo, pareciéndole semejante a los dioses. Luego, le dijo que sin
duda un dios lo había hecho superior en belleza y estatura. Laertes respondió
que ojalá que él mismo se hubiera enfrentado con los pretendientes. Después
de que se terminó de preparar la cena, se sentaron y comenzaron a comer.
Entonces Odiseo se acercó al anciano Dolio y sus hijos, cansados de trabajar,
que los mandó a llamar su madre, la vieja Sícele, quien los había alimentado y
cuidaba al anciano. Cuando vieron a Odiseo, lo reconocieron y se detuvieron
embobados. Odiseo le dijo al anciano que se sentara a comer. Dolio le tomó y
le besó la mano, dándole la bienvenida y preguntándole si Penélope ya estaba
enterada de su regreso o si debían enviar un mensajero. Odiseo le respondió
que ya lo sabía y le preguntó que por qué se preocupaba por eso. Odiseo se
sentó nuevamente y también los hijos de Dolio, que le dieron la bienvenida,
junto a su padre.

412 al 471: Mientras comían en la casa del campo de Laertes, Fama,


mensajera de la ciudad, recorría anunciaba por todas partes la muerte de los
pretendientes. Los ciudadanos, a medida que se iban enterando, iban hasta el
palacio de Odiseo con lamentos y gritos. Sacaron del palacio los cadáveres; a
algunos los enterraban los suyos y a los que eran de otras ciudades los ponían
en naves que los llevaran a su casa. Luego, todos marcharon al ágora. Cuando
estaban reunidos ya, se levantó Eupites para hablar, lleno de dolor, puesto que
había perdido a su hijo Antínoo, y derramando lágrimas dijo que Odiseo había
traído muchas desgracias para los aqueos, puesto que había perdido a todos
sus naves a sus compañeros, además había matado a los pretendientes al
llegar. Entonces instó a los aqueos a que fueran por él antes de que se
anticipara y se escapara, para así vengar la muerte de sus hijos y hermanos,
pues él prefería morir si no se vengaba. La lástima entoces se apoderó de
todos los argivos. Se acercaron luego Medonte y el divino aedo y se detuvieron
en medio de todos, diciendo Medonte que Odiseo había realizado esas
acciones por voluntad de los dioses, puesto que él mismo vio como un dios a
su lado, parecido a Méntor; éste dios se mostraba algunas veces para animarlo
y en otras ocasiones agitaba a los pretendientes y se lanzaba tras ellos.
Entonces se levantó y habló el anciano héroe Halisterses, hijo de Mástor, que
podía ver el presente y el futuro, diciendo que no le habían hecho caso ni a él
ni a Méntor los pretendientes en finalizar las locuras de los pretendientes, los
cuales realizaban una gran maldad con arrogancia. Les dijo que también ahora
sucedería de esa forma, diciéndole que le obedecieran en que no vayan a
buscar a Odiseo, no sea que alguien atraiga la desgracia para sí. Dicho ésto,
más de la mitad de Epos se levantaron con gran tumulto, pero los demás se
quedaron allí, obedeciendo a Eupites. Buscaron sus armas, se vistieron y se
reunieron delante de la ciudad, capitaneándolos Eupites con estupidez,
afirmando que vengaría el asesinato de su hijo y que no iba a volver si no lo
hacía.

472 al 545: Atenea se dirigió a Zeus, preguntándole si iba a levantar otra vez la
guerra o establecer la amistad entre ambas partes. Zeus le respondió que ella
misma había concebido la decisión de que Odiseo se vengara de los
pretendientes; le dijo que hiciera lo que quisiera, pero que lo más conveniente
era que Odiseo hago un juramento de fidelidad y reinara para siempre,
mientras que ellos, los dioses, harían que se olviden del asesinato de los
pretendientes; por lo tanto, se amarían mutuamente y hubiera paz y riqueza en
abundancia. Entonces Atenea descendió de las cumbres del Olimpo. Después
de comer, Odiseo habló y dijo que alguien fuera a ver para saber si alguien
venía por él. Por lo tanto, salió un hijo de Dolio y pudo observar al tumulto
acercarse, avisándole a Ulises y diciéndole a todos que se armasen. Entonces,
se levantaron y vistieron sus armaduras los cuatro que iban con Odiseo, los
seis hijos de Dolio, y también Laertes y Dolio. Cuando ya se habían armado,
abrieron las puertas y salieron afuera, capitaneados por Odiseo. Entonces se
les acercó Atenea, disfrazada de Méntor. Al verla, Odiseo se alegró y luego le
dijo a Telémaco que lo honrara a él y a su linaje al luchar. Telémaco le
respondió que lo haría y luego Laertes expresó su alegría por ver que su hijo y
su nieto rivalizaban en valentía. Atenea se puso al lado de Odiseo y le dijo que
suplicar a Atenea y a Zeus, blandiera su lanza y la arrojara. Atenea le inculcó
un gran valor y Odiseo le suplicó a ella, blandiendo y arrojando su lanza. Ésta
hirió a Eupites a través del casco, el cual no detuvo la lanza, sino que ésta lo
atravesó de lado a lado. Entonces Eupites cayó con gran estrépito. Luego, se
lanzaron sobre los primeros combatientes Odiseo y Telémaco, y los golpeaban
con sus espadas. Habría matado a todos si no fuera que Atenea no hubiera
contenido a todo el pueblo, diciéndoles a los itacenses que desistan de la
contienda para que se separen sin que se derramara sangre. El terror se
apoderó de ellos, dejaron caer las armas al suelo y se volvieron a la ciudad
porque querían vivir. Gritó horriblemente Odiseo y se lanzó ferozmente, pro
Zeus arrojó un rayo que cayó delante de Atenea. Entonces la diosa le dijo a
Odiseo que abandonara la lucha igual que todos, porque no sea que Zeus se
irritara con él. Odiseo obedeció y se alegró en su ánimo. Entonces Atenea
estableció la paz entre ellos, todavía teniendo la figura de Méntor, similar a él
en cuerpo y voz.

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