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28 al 95: Inicia un diálogo de Zeus con Atenea. Zeus cuenta que Orestes, el
hijo de Agamenón, mató a Egisto porque Egisto había matado al Atrida y había
pretendido a su esposa. Atenea dice que esa muerte fue justa, pero expresa su
compasión por Odiseo que anhela volver a su patria, preguntándole a Zeus que
por qué le tiene tanto rencor si Odiseo siempre fue honorable. Zeus dice que sí,
que no lo odia, pero que Poseidón le guarda mucho rencor porque Odiseo dejó
ciego a su hijo, el Cíclope Polifemo. Entonces impuso no matarlo, pero sí que
anduviera errante fuera de su patria. Sin embargo, Zeus dice que Poseidón no
puede oponerse a todos los dioses y que dejarán que Odiseo regrese a Ítaca.
Entonces Atenea propone que envíen a Hermes para que le anuncie a la Ninfa
de bellas trenzas su resolución de que Odiseo retorne a su patria, y dice
también que ella irá a Ítaca para hablar con ella hijo de Ulises para que éste
convocara a una asamblea a los aqueos para que pongan límite a los
pretendientes, y también lo mandaría a Esparta y a Pilos para que buscara
noticias de su padre.
325 al 420: Entre los pretendientes cantaba Femio, el ilustre aedo, sobre el
regreso de los aqueos que Atenea les había deparado funesto desde Troya.
Entonces Penélope, al escuchar el canto, descendió por la escalera del palacio
con dos siervas y con un velo puesto. Cuando llegó con los pretendientes le
dijo a Femio que por qué recitaba ese canto tan triste. Telémaco le dijo a su
madre que él no tenía la culpa, pues era su talento y Zeus era el que dotaba de
talentos, enviándola a que vaya de nuevo a su habitación. Así lo hizo Penélope
y luego rompió a llorar por Odiseo hasta que Atenea le dio sueño sobre sus
párpados. Los pretendientes, mientras tanto, comenzaron a alborotarse,
queriendo acostarse al lado de ella, por lo que Telémaco habló y les dijo que
eran insolentes, pero que gozaran en ese momento del banquete y al día
siguiente irían al ágora para que los eche de su palacio y vayan a consumir de
su propia hacienda. Pero, si querían seguir consumiendo la hacienda ajena,
entonces rogaría a los dioses para que la pagasen muy caro. Todos se
quedaron admirados por como Telémaco habló audazmente, pero Antínoo le
respondió que hablaba así porque los dioses lo dirigían y que ojalá que Cronos
no le dejara ser rey de Ítaca, por más que le correspondiera. Telémaco le
respondió que no se enojase y que él mismo sería el soberano de su palacio.
Entonces habló Eurímaco, el cual le dijo que dejara a manos de los dioses
quién reinaría y también le preguntó por el forastero. Telémaco le dijo que era
Mentes y que reinaba sobre los tafios, y que le había dicho que su padre
regresaría, pero él estaba seguro de que no. Aún así, Telémaco había
reconocido a la diosa en su mente. Luego, volvieron a la danza y al canto, y
después cada uno marchó a su casa deseando acostarse. Entonces Telémaco
se dirigió a si lecho, donde Euriclea, quien lo crió de pequeño, lo atendió y
luego salió de la habitación, cerrándola con llave. Durante toda la noche,
Telémaco planeó el viaje que le había encomendado Atenea.
257 al 295: Telémaco se alejó hacia la orilla del mar y le pidió a Atenea que le
ayudara a informarse sobre el regreso de su padre. Atenea se le acercó
semejante a Mentor en figura y en voz y le respondió que su viaje no sería
infructuoso ni en vano y que había esperanza de que realizara tal empresa;
además le dijo que dejara a los pretendientes porque ellos no sabían que les
esperaba la muerte; su viaje ya no estaba lejano a él y siempre lo
acompañaría, puesto que era muy amigo de su padre. Le dijo que vaya a su
casa, que se reuniera con los pretendientes y que preparara provisiones,
mientras que él iría a reunir voluntarios y a buscar la mejor nave.
296 al 413: Telémaco supo que había escuchado la voz de un dios. Luego, se
puso en camino hacia el palacio, encontrando a los pretendientes degollando
cabras y asando cerdos en el patio. Antínoo fue riendo hacia donde estaba él,
lo tomó de la mano y le dijo que contenga su cólera y que volviera a comer y a
beber como antes; los aqueos le prepararían una nave para su viaje. Telémaco
le respondió que no le era posible comer callado ante la arrogancia de los
pretendientes y es que le destruyeron tantas valioses posesiones suyas desde
que era niño; ahora que es grande cayó en cuenta y le enviaría la muerte a
éstos. Luego dijo que se marchaba y retiró rápidamente su mano de la de
Antínoo. Mientras tanto los pretendientes devoraban el banquete en el palacio y
se burlaban de Telémaco, el cual subió a la cámara de su padre, donde había
distintas posesiones que cuidaba Euriclea, la cual pensaba que algún día
Odiseo iba a regresar. Telémaco le pidió a ella que sacara vino y que lo
preparara para su viaje. La nodriza Euriclea rompió en llanto y le dijo que por
qué quería hacer eso siendo tan peligroso y siendo el hijo único de Odiseo, el
cual había sucumbido lejos de su patria justamente, recomendándole además
que se quedara en el palacio con su hacienda y con su madre, pues también
los pretendientes planearían matarlo en cuanto él no estuviera y se terminarían
repartiendo todo. Telémaco le dijo que lo haría de todas formas y que no le
dijera nada a su madre hasta que ella misma lo eche de menos y oiga que
había partido. La anciana juró por los dioses que no lo haría y luego preparó en
sacos el vino. Atenea tuvo entonces otra idea. Se transfiguró en Telémaco y
marchó por toda la ciudad, convocando a cada hombre para que fueran a la
nave. Después pidió una rápida nave a Noemón, el cual se la dio. Empujó
hacia el mar la nave y puso en ella todas las provisiones. Los valientes
compañeros ya se habían congregado porque la diosa los había alentado a
cada uno. Atenea tuvo entonces otra idea. Fue hacia el palacio de Odiseo y les
dio sueño a los pretendientes para que se fuesen rápidamente a dormir; luego,
se disfrazó de Mentor y se dirigió a Telémaco diciéndole que ya tenía a sus
compañeros esperando su partida y que no retrasara más el viaje. Entonces
Atenea lo condujo hacia la nave y allí estaban sus compañeros aqueos y
Telémaco les dijo que trajeran las provisiones de su palacio y que su madre no
estaba enterada de nada. Luego los condujo y llevaron todo hacia la nave.
Telémaco luego se subió a esta nave y Atenea iba delante, sentándose en la
popa. Todos se subieron, Atenea les dio un viento favorable, Telémaco animó a
sus compañeros y comenzó el viaje, continuando la nave su camino toda la
noche y durante el siguiente amanecer.
385 al 491: Atenea escuchó a Néstor. Luego, éste junto a su familia fueron
hacia su palacio e hicieron las libaciones en honor a la diosa. Los parientes se
marcharon a su casa para dormir y Néstor hizo acostarse a Telémaco en un
lecho en el pórtico y luego se fue a acostar él. A la mañana siguiente, Néstor se
levantó y se sentó sobre unas piedras. Sus hijos se juntaron alrededor de él
cuando salieron de sus dormitorios (Equefrón y Estranio, Perseo y Trasímedes,
y luego Pisístrato). Néstor comenzó a hablar y les dijo que uno fuera por una
novilla para el sacrificio de Atenea y que otro acompañara a Telémaco; los
demás se quedarían reunidos y tendrían que ofrecer un banquete. Así, trajeron
a una novilla y le llenaron de oro los cuernos, para luego hacer el sacrificio
propio para Atenea, primero cortándole los tendones del cuello, luego
degollándola y después asando y comiendo primero sus muslos y luego sus
entrañas, usando su sangre para el sacrificio. Policasta, la hija más joven de
Néstor, lavó a Telémaco y lo cubrió con una túnica y un manto. Después
Telémaco fue a sentarse con Néstor y comieron el sacrificio. Néstor le encargó
entonces a sus hijos que trajeran caballos a Telémaco y que los engancharan a
su carro para que procediera su viaje. Ellos le hicieron caso y la ama de llaves
le preparó vino y buenas provisiones. A Telémaco lo acompañó el hijo de
Néstor, Pisístrato, el caudillo de guerreros. Entonces, hizo que los caballos
empezaran a andar y partieron. Cuando oscureció, llegaron a Feras, el palacio
de Diocles, hijo de Ortíloco, y durmieron allí ya que les mostró hospitalidad. A la
mañana siguiente, subieron al carro y partieron nuevamente, estando los
caballos dirigidos por Pisístrato, llegando a la llanura.
120 al 218: Salió Helena y se sentó en la silla y puso sus pies en su taburete.
Luego le preguntó a Menelao quiénes eran los forasteros, diciéndole que uno le
parecía el hijo de Odiseo. Menelao le respondió que también le parecía que se
trataba de Telémaco y luego Pisístrato confirmó que era así. Menelao dijo que
estimaba mucho a su padre y que se imaginaba regresar junto a él. Todos
comenzaron a llorar. Menelao pudo reconocer luego al hijo de Néstor y
después empezaron a comer.
219 al 305: A Helena se le ocurrió echar en el vino una droga que servía para
disipar el dolor y aplacar la cólera, haciendo que olvides todos los males y que
no pudieras llorar por más fuerte que fuera el dolor; al echar la droga pidió que
se sirva vino de nuevo y luego habló. Contó que no podía enumerar todo lo que
Odiseo había sufrido. Él se había inflingido a sí mismo numerosas heridas y se
había vestido con ropa miserable para entrar a Troya y que nadie lo
reconociera. Logró su cometido, pero Helena sí pudo reconocerlo; sin embargo,
ella prometió no decir nada al respecto, pero juró no decir nada, ayudándolo a
lavarse. Así, Odiseo llevó mucha información a los aqueos y, si bien los
troyanos lloraban, Helena no porque tenía muchas ansias de regresar a su
patria. Menelao luego contó que cuando estaban en el caballo de Troya, habían
escuchado a Helena llamándolos y a él y a Tideo le dieron ganas de salir del
caballo o de responderle, lo cual hubiese arruinado todo el plan, por lo que
Odiseo los detuvo. Además, Anticlo le iba a responder, pero Odiseo le cubrió la
boca y salvó a los aqueos. Telémaco pidió luego ir a dormir y Helena ordenó
que les dispusieran un lugar para que pudieran descansar en el vestíbulo de la
casa, durmiendo allí Telémaco y el hijo de Néstor, y Helena acostándose en el
interior del palacio junto a Menelao.
675 al 786: Penélope se enteró de los planes de los pretendientes puesto que
Medonte se lo contó, ya que había escuchado lo que tramaban, diciéndole que
deseaban matar a Telémaco cuando éste regresara y contándole que había
partido de viaje a Pilos y a Lacedemonia en busca de noticias de su padre, lo
cual Penélope desconocía. Entonces ésta comenzó a llorar preguntando que
por qué su hijo había hecho eso y Medonte le respondió que no sabía bien el
motivo. Éste regresó al palacio y Penélope no pudo evitar lamentarse, gimiendo
al rededor todas las criadas. Entonces ella les dijo que por qué no le habían
dicho nada sobre el viaje de su hijo y dijo que alguna llamase a su esclavo, el
anciano Dolio para que vaya con Laertes a contarle ésto. Euriclea entonces le
dijo que ella sabía todo, pero que Telémaco le había hecho prestar juramento
para que no le dijera por un tiempo, al menos hasta que ella se diera lo
extrañara y preguntara por él. Le aconsejó que se bañara, se cambiara y que le
suplicara a Atenea para que su hijo se salve. Penélope cesó el llanto y así lo
hizo, pidiéndole que se acordara de su esposo Odiseo, que salvara a su hijo y
que los pretendientes no logren llevar a cabo sus planes. La diosa escuchó su
oración. En tanto, los pretendientes alborotaban en la sala y uno de los jóvenes
orgullosos, sin saber lo que había ocurrido, dijo que Penélope preparaba sus
nupcias sin saber que estaba planeada la muerte de su hijo. Entonces Antínoo
dijo que evitaran decir esas cosas porque alguien podría decírselo a la reina.
Les dijo que ejecutaran en silencio el plan en el que todos estaban de acuerdo.
Luego, escogió a los veinte mejores y se dirigió a la nave y, luego que
prepararon todo, anclaron la nave, desembarcaron y comieron allí, esperando a
que cayera la tarde.
Canto IX: Odiseo cuenta sus aventuras: los Cicones, los Lotófagos,
los Cíclopes.
153 al 224: Odiseo permaneció allí hasta que llegó su madre y bebió la sangre.
Entonces lo reconoció y llorando le preguntó que cómo había llegado hasta allí
y que si todavía no había llegado a Ítaca. Odiseo le respondió que estaba allí
porque quería pedir oráculo al alma del tebano Tiresias y que todavía no había
pisado su tierra; luego, le preguntó a su madre cómo había muerto y le dijo que
le hablara de su padre, de su hijo y de su esposa. Su madre le contó que que
Penélope estaba todavía en su palacio con ánimo afligido, que nadie tenía su
autoridad pues Telémaco cultivaba sus campos y asistía a banquetes
equitativos, y que su padre, que ya había llegado a la vejez permanecía en el
campo afligido, añorando su regreso; en cuanto a ella, había muerto por la
aflicción que tenía por Odiseo. Ulises la quiso abrazar, pero no pudo, pues se
desvanecía. Le preguntó entonces a su madre porqué no podía abrazarla, que
si se trataba ella de un engaño de Perséfone, y su madre le respondió que no
era un engaño, sino que cuando los mortales morían, su cuerpo era
consumado y el alma quedaba revoloteando como un sueño; además, le dijo
que se fuera rápidamente a la luz del día y que recordara todo eso para
contárselo a su esposa después.
225 al 332: Odiseo cuenta que mientras hablaba con su madre se acercaron
las almas de muchas mujeres esposas e hijas de nobles, incitadas por
Perséfone, las cuales se reunían alrededor de la sangre. Odiseo no permitió
que todas bebieran al mismo tiempo, sino que fue haciendo pasar una por una
para que bebiera y contara su estirpe. Estas mujeres eran: Tiro (hija del eximio
Salmoneo y esposa de Creteo Eólida, la cual deseó al divino Enipeo que se
desliza sobre la tierra como un río, concibiendo dos hijos de él: Pelias y Neleo,
que fueron poderosos servidores de Zeus; a sus demás hijos los parió de
Creteo), Antíope (hija de Asopo, la cual se gloriaba de haber dormido entre los
brazos de Zeus, pariendo a dos hijos: Anfión y Zeto, quienes fueron los
fundadores del reino de Tebas), Almecna (mujer de Anfitrión, madre de
Heracles junto con Zeus), Megara (hija de Creonte, esposa de Heracles,
indomable en su valor), Epicasta (madre de Edipo que por accidente se casó
con su hijo, el cual le dio muerte a su esposo, que era el padre de éste; ésta se
había suicidado al enterarse); Cloris (esposa de Neleo, hija menor de Anfión
Jasida; imperaba en Pilos y dio a luz a Néstor, Cromio, Periclimeno y a Pero,
que era objeto de admiración para todos los mortales y a quien todos
pretendían), Leda (esposa de Tíndaro, madre de Cástor y Polideuces, que se
mantienen vivos y que son honorables), Ifidemea (esposa de Alceo, que se
había unido a Poseidón y tuvo dos hijos de él: Otón y Efialtes, que habían
amenazado a los inmortales con entrar en una guerra en el Olimpo, intentando
colocar a Osa sobre el Olimpo y sobre Osa Pelión para que el cielo les fuera
escalable, y lo hubieran conseguido si Apolo no los hubiera matado), Fedra,
Pocris, Ariadna (a quien había llevado Teseo de Creta y que había sido
asesinada por Artemis ante la presencia de Dionisio), Mera, Climena y la
odiosa Erifile (que era una traidora, pues había entregado a su marido a
cambio de oro), entre muchas otras mujeres esposas e hijas de héroes.
Entonces Odiseo dijo a Alcínoo que ya era hora de dormir y ellos y los dioses
deberían cuidarlo.
333 al 384: Luego de que Odiseo habló, todos enmudecieron hasta que Arete
comenzó a hablar y halagó a Odiseo, diciendo que se merecía regalos.
Entonces habló Equeneo, el más anciano de los feacios, y le dijo a Alcínoo que
el huésped esperara hasta el atardecer por mucho que ansiara el regreso,
hasta que complete todo su regalo. Odiseo entonces le dijo a Alcínoo que, si le
dispusiera una escolta y que, si le diera espléndidos dones, permanecería todo
el tiempo necesario allí, puesto que sería mejor regresar a su patria colmado de
obsequios, para que también fuera más honrado y querido por los hombres que
lo vieran regresar a Ítaca. Alcínoo le respondió que confiaban en que él no era
un impostor por su forma de hablar y su buen juicio, pero le dijo que le contara
si entre las almas había visto a alguno de sus compañeros que lo habían
acompañado a Ilión, pues la noche era larga y no era tiempo de dormir en el
palacio. Odiseo le dijo que, si bien había un tiempo para los relatos y un tiempo
para el sueño, le iba a contar las desgracias de sus compañeros, que habían
salido vivos de la guerra de Troya, pero que sucumbieron en el regreso a causa
de una mala mujer.
385 al 464: Después de que Perséfone había dispersado a las mujeres, llegó el
alma del Atrida Agamenón junto con otras almas que habían perecido junto a él
en la casa de Egisto. Éste reconoció a Odiseo y, luego de beber la sangre, se
puso a llorar, mientras extendía sus brazos, ansioso por tocarlo, pero ya no
tenía la fuerza que tenía antes. Ulises también lloró al verlo y le preguntó cómo
es que había muerto. Entonces Agamenón le contó que Egisto lo había
asesinado en compañía de su propia esposa. Lo había invitado a entrar a casa,
recibiéndolo con un banquete, y lo asesinó cruelmente, degollando a sus
demás compañeros, dejando todo salpicado de sangre. También pudo oír a
Casandra, hija de Príamo, a quien Clitemnestra estaba matando. El Atrida
elevaba sus manos y las batía sobre el suelo, muriendo con la espada clavada.
Su esposa se apartó de él y no esperó siquiera a cerrarle los ojos ni juntar sus
labios con sus manos. Todo esto había tomado a Agamenón por sorpresa, ya
que le habían tendido una trampa, y él lo que esperaba era ser bien recibido
por sus hijos y esclavos. Odiseo entonces le respondió que mucho odiaba Zeus
a la raza de Atreo; por causa de Helena, muchos murieron y a el Atrida
Clitemnestra le había tendido una trampa. Entonces Agamenón le respondió
que no fuera ingenuo y que desconfiara de las mujeres, aunque le dijo que
Penélope era muy prudente, que la habían dejado joven, recién casada,
cuando fueron a la guerra, con un hijo en su seno, el cual abrazará a su padre
al regresar; también le preguntó por su hijo Orestes, para saber qué era de él, y
Odiseo le contestó que no lo sabía.
541 al 600: Odiseo cuenta que las demás almas de los difuntos estaban
entristecidas. Solo el alma de Áyax se mantenía apartada a lo lejos, airada por
la victoria que había tenido sobre él en el juicio sobre las armas de Aquiles.
Entonces Ulises le dijo que ni siquiera muerto iba a olvidar su cólera por causa
de las armas y que los responsables de su muerte eran los dioses, invitándolo
a que escuchara su palabra y sus explicaciones, y a que dominara su ira y su
ánimo. Áyax no le respondió, sino que dirigió las otras almas al Érebo de los
muertos. Odiseo quiso ver las almas de los demás difuntos y encontró a Minos
(hijo de Zeus, que estaba sentado impartiendo justicia a los muertos, los cuales
le exponían sus causas a él), al gigante Orión (persiguiendo por el prado de
asfóledo a las fieras que había matado en los montes desiertos, sosteniendo
una clava de bronce indestructible), a Ticio (hijo de Gea, que estaba yaciendo
en el suelo mientras águilas le comían el hígado, siendo éste su castigo por
haber violado a Leto), a Tántalo (el cual soportaba terribles dolores en pie
dentro del lago, ya que constantemente tenía sed, pues cuando se inclinaba a
beber, el agua desaparecía; y, cuando quería tomar algún fruto de los
frondosos árboles llenos de frutas que allí había, el viento lo hacía
desaparecer) y a Sísifo (que soportaba dolores pesados, ya que llevaba una
piedra entre sus brazos, empujándolo hacia arriba, pero, cuando estaba por
llegar a la cumbre, la piedra caía hacia la llanura y él tenía que empezar el
trabajo nuevamente.
601 al 641: Luego, Odiseo pudo ver a Heracles, el cual gozaba de los
banquetes entre los dioses inmortales, teniendo como esposa a Hebe, hija de
Zeus y de Hera. En torno a él, los cadáveres huían en distintas direcciones y
Hércules sostenía su arco, rodeando su pecho el tahalí (cinturón). Entonces,
reconoció a Odiseo y llorando le dijo que lo hacía acordar a él, puesto que, a
pesar de su linaje, tuvo que trabajar forzosos y pesados trabajos, que le
imponía un sujeto inferior a él. Uno de sus trabajos había consistido en ir hasta
ese mismo lugar y sacar al Cancerbero, pensando que iba a ser el trabajo más
pesado de todos; sin embargo, él logró sacar al perro del Hades, siendo
escoltado por Hermes y por Atenea. Luego de decir ésto, volvió a la mansión
de Hades. Odiseo se quedó allí por si veía el alma de algún otro héroe
guerrero, pero una gran multitud de muertos se empezaron a reunir con un
enorme vocerío, haciendo que el temor se apresara de Odiseo, puesto que
pensaba que Perséfone le podía enviar allí la cabeza de la gorgona, por lo que
marchó a su nave y ordenó a sus compañeros que embarcaran enseguida. Así
lo hicieron rápidamente y las olas llevaban la nave por el río Océano, después
levantándose una brisa favorable.
320 al 342: Mientras tanto, arribó a Ítaca la nave que había traído a Telémaco.
Cuando entraron al puerto, empujaron la nave hacia el litoral y sus servidores
les llevaron armas. Luego llevaron a casa de Clitio los dones y enviaron a un
heraldo para que le avisaran a Penélope que su hijo había regresado. Así lo
hizo éste, encontrándose en el camino con el porquerizo que iba con el mismo
objetivo. El heraldo le contó a Penélope sobre el regreso de su hijo y luego se
retiró del palacio.
343 al 408: Mientras tanto, los pretendientes estaban afligidos, por lo que
salieron y se sentaron. Entonces Eurímaco les dijo que Telémaco había podido
realizar su viaje cuando pensaron que no lo iba a lograr, diciéndoles que boten
una nave y reúnan remeros que vayan a anunciar su regreso. Anfínomo les dijo
a sus compañeros que ya estaban allí. Los pretendientes se levantaron y
fueron hasta la ribera del mar, empujando la nave hacia tierra, mientras sus
servidores le llevaban sus armas. Luego fueron a la plaza y Antínoo dijo que
durante días habían vigilado esperando en la nave, en el mar, la llegada de
Telémaco para sorprenderlo y matarlo, pero al parecer un dios lo había
conducido a casa. Les dijo que entonces planearan una muerte para Telémaco
y que no lo dejaran escapar, ya que no les permitiría cumplir su propósito si
seguía vivo, puesto que era hábil en sus resoluciones y que no contaban con el
apoyo de todo el pueblo. Les dijo que lo hiciera antes de que reuniera a los
aqueos en asamblea y les contara que habían planeado matarlo y el pueblo, al
escucharlo, no aprobaría esas malas acciones. Por eso les dijo que se
apresuraran en matarlo, que se podrían quedar con sus posesiones y que el
palacio podría quedar para su madre y para con quien ella eligiera casarse,
pero, sino que lo dejaran vivir y que devoraran todas sus posesiones, además
de que cada uno pretendiera a Penélope con regalos para conquistarla y que
ella se casara con el que le diera mayores dones. Todos quedaron en silencio
hasta que habló Anfinomo, jefe de los pretendientes que venían de Duliquio,
siendo el que más le agradaba a Penélope por sus palabras puesto que tenía
buen discernimiento. Él dijo que no deseaba matar a Telémaco y que
conocieran primero la decisión de los dioses. Si Zeus lo aprobaba, él mismo
mataría a Telémaco e instigaría a los demás a que hicieran lo mismo, pero, si
los dioses trataban de impedirlo, les aconsejó que depusieran sus propósitos.
Ésto les agradó a los pretendientes, los cuales se levantaron y se encaminaron
a la casa de Odiseo, sentándose en unos sillones cuando llegaron allí.
409 al 451: Penélope se mostró ante los pretendientes puesto que se había
enterado por el heraldo Medonte que éstos pretendían matar a su hijo. Cuando
llegó con ellos junto con sus siervas, teniendo un grueso velo. Se dirigió a
Antínoo y le dijo que ya sabía que planeaba la muerte de su hijo, preguntándole
el por qué si Odiseo había salvado a su padre cuando el pueblo quiso matarlo a
causa de que, siguiendo a unos piratas de Tafos, había hecho daño a los
tesprotos, que eran sus aliados. Luego, le ordenó que pusiera fin a eso y que
aconsejara a los demás. Eurímaco le contestó que jamás permitiría que
dañasen a su hijo, diciendo que recordaba cuando Odiseo lo sentaba en sus
rodillas, pero en cuanto a la muerte que los dioses le tenían, era imposible
evitarla. Le dijo ésto para animarla, pero él también tramaba la muerte contra
Telémaco. Después, Penélope subió al piso de arriba y estuvo llorando a
Odiseo hasta que Atenea le dio dulce sueño.
328 al 491: Telémaco fue el primero en ver al porquerizo y le hizo señas para
que se sentara a su lado. Eumeo se sentó a su lado y un heraldo le ofreció
comida. Detrás de Eumeo, Odiseo (con el aspecto de un miserable y viejo
mendigo) se sentó en el umbral dentro se las puertas. Telémaco puso comida
en un canasto y le dio al porquerizo para que le llevara a Odiseo y le dijo que le
dijera que luego le pidera a los pretendientes y que no le convenía tener
vergüenza. Eumeo le hizo caso y Odiseo comió lo que le había dado Telémaco,
mientras cantaba el aedo en el palacio. Luego, los pretendientes comenzaron a
alborotar en el palacio. Atenea se puso cerca de Odiseo y lo instó a que fuera a
mendigar para saber quiénes eran rectos y quiénes eran injustos, aunque
ninguno se iba a librar de la muerte. Entonces se puso en marcha para
mendigar a cada uno, extendiendo sus manos a todas partes. Los
pretendientes se compadecieron ye admiraron de él, además de preguntarse
quién era y de dónde venía. Melantio habló entonces y les dijo a los
pretendientes que él ya había visto a ese mendigo y que lo había traído allí el
porquerizo, pero que no sabía de dónde provenía. Antínoo entonces reprendió
a Eumeo, diciendo que si no le parecía ya que había suficientes vagabundos y
mendigos pegajosos en la ciudad. El porquerizo le respondió que, por más que
fuera noble, no era justo lo que decía. Telémaco le dijo al porquerizo que no le
contestara, puesto que Antínoo siempre tendía a provocar a los demás, y le
ordenó a Antínoo que le diera algo al forastero. Antínoo se negó, pero todos los
demás pretendientes le dieron comida. Odiseo se detuvo junto a Antínoo y le
dijo que le diera comida, pues parecía el mejor de los aqueos y se asemejaba a
un rey. Le contó una historia falsa sobre él, diciendo que antes había vivido
entre grandes riquezas, pero que Zeus lo había arruinado, pues lo envió con
unos errante piratas a Egipto para que pereciera; mataron en la ciudad a
muchos, sus compañeros huyeron y a él lo llevaron a Chipre y lo entregaron a
un forastero hasta que llegó allí después de sufrir desgracias. Antínoo le
respondió que se mantuviera lejos de su banquete y le dijo que era un mendigo
audaz y desvergonzado. Odiseo le respondió que no era cuerdo, pues no era
capaz de darle un poco de comida cuando en el banquete tenía en abundancia.
Antínoo se irritó más y le dijo que no iba a retirarse con bien por haberlo
injuriado. Entonces tomó el taburete que tenía a sus pies y se lo tiró al hombro
derecho, golpeándole el extremo de la espalda. Odiseo se mantuvo firme en
pie, pero movió la cabeza meditando secretos males. Se retiró para sentarse
en el umbral, dejó el saco y le dijo a los pretendientes que Antínoo lo había
golpeado por causa de que pasaba hambre y que ojalá que Antínoo sufra la
muerte antes de su matrimonio. Antínoo le dijo que se sentase a comer o que
se largue, no sea que los jóvenes lo arrastrasen por el palacio. Todos los
demás pretendientes se indignaron y un joven le dijo que había sido cruel por
golpearlo y que podía tratarse de algún dios disfrazado de mendigo, ya que
algunas veces los dioses hacían eso para vigilar la soberbia de los hombres o
su rectitud. Sin embargo, Antínoo no prestó atención. Telémaco se sentía
demasiado mal por ver a su padre golpeado, pero con todas sus fuerzas no
dejó caer ninguna lágrima, sino que movió la cabeza en silencio, meditando la
muerte del pretendiente.
492 al 602: Penélope oyó que el forastero había sido golpeando y dijo,
hablando con sus esclavas, sentada en el dormitorio, que todos los
pretendientes eran enemigos, pues planeaban maldades, pero Antínoo era el
peor; todos le habían dado comida al forastero, excepto él que lo golpeó con un
taburete. Mientras tanto, Odiseo comía y Penélope llamó al porquerizo,
diciéndole que le ordenara al forastero que fuera con ella para saludarla y
preguntarle si había oído algo de Odiseo o si lo había visto. Eumeo le
respondió que durante los tres días que lo tuvo en su cabaña, había contado
que es huésped de Odiseo por parte de padre y que habitaba en Creta,
afirmando haber oído que Odiseo estaba vivo y cercano, en el pueblo de los
tesprotos, y que iba a traer a casa numerosos regalos. Penélope le siguió
insistiendo en que lo trajera para que le contara en persona. Telémaco
estornudó fuertemente y Penélope se echó a reír, insistiendo de nuevo al
porquerizo para que le llevara a su presencia al forastero, diciendo que si todo
lo que decía era cierto, le regalaría túnica, manto y vestidos. El porquerizo fue
entonces con Odiseo y le transmitió el pedido de la reina. Ulises prometió que
le diría toda la verdad, pues sabía muy bien sobre Odiseo y habían pasado
infortunios similares, pero que le dijera a la reina que lo esperara en sus
habitaciones hasta la puesta del sol, por la insolencia, soberbia y violencia de
los pretendientes. El porquerizo le transmitió ésto a Penélope y ella estaba de
acuerdo, diciendo que el forastero no era insensato. Luego, el porquerizo fue
con los preparativos y después se dirigió a Telémaco, diciéndole que él se
marchaba a vigilar los cerdos y todo el sustento; que se ocupara de todo ahí y
que tuviera cuidado de que no le matasen. Telémaco le respondió que así sería
y que se marche después de merendar, pero que volviera al amanecer y que
trajera hermosas víctimas. El porquerizo se sentó nuevamente y, luego de
comer y beber, se puso en marcha hacia los cerdos, abandonado a los
pretendientes, los cuales gozaban con la danza y el canto, pues ya había caído
la tarde.
308 al 507: Penélope le dijo a Odiseo que ojalá que se cumplieran sus
palabras, que le daría muchos regalos y tendría su amistad, pero que creía que
Odiseo no iba a regresar y que él tampoco lo iba a lograr, pues no había nadie
que lo escoltase a su patria. Les ordenó a las siervas que lo lavasen y que le
dispusieran un lecho dónde dormir; al amanecer debería lavarlo, dejarlo comer
junto a Telémaco, y que ningún pretendiente lo molestase. Odiseo le respondió
que se iría a acostar, pero que no era muy a su ánimo los baños de pies, por lo
que ninguna mujer servidora en el palacio tocaría su pie almenos que fuera
alguna muy anciana y fiel que haya soportado tantas cosas como él. Penélope
le respondió que era el más sensato de entre los huéspedes que había tenido y
que tenía a una anciana que si bien estaba débil, le lavaría los pies; ésta había
criado a Odiseo. Le ordenó entonces a la anciana que lo hiciera y ella aceptó,
ocultando sus lágrimas y diciendo que le había conmovido su historia (pues no
solo había tenido que soportar muchas pesadimbres, sino que cuando fue al
palacio las esclavas se burlaron de él y él no habí permitido que le lavasen los
pies para evitar el escarnio y los aprobios) y que lo haría por Penélope,
diciéndole también que de todos los forasteros que había ido allí, ninguno era
tan parecido a Odiseo como él. La anciana comenzó a lavarlo y, si bien Odiseo
intentó que no le reconociera la cicatriz que llevaba, Euriclea de todos modos
logró hacerlo, teniendo un recuerdo de ella: se la había hecho un jabalí con su
colmillo cuando fue al Párnaso en compañía de Autólico, el padre de Penélope
que sobresalía entre los hombres por el hurto y el juramento, y sus hijos.
Cuando Odiseo había nacido, Euriclea lo puso en sus rodillas y le dijo a
Autólico que le colocara nombre, el cual le dijo le puso Odiseo, ya que había
llegado a esa tierra enfadado con mucha gente y dijo que cuando llegara a su
juventud fuera a su casa materna, al Parnaso, donde tenía las riquezas y le
daría de ellas. Por esto había marchado Odiseo y, luego de llegar, a la mañana
siguiente salió de cacería junto con Autólico y sus hijos, ascendiendo al
elevado monte Parnaso, vestido de selva. Llegó al jabalí el ruido de todos los
hombres y Odiseo fue el primero en acometerlo, levantando su lanza. El jabalí
se le adelantó y le atacó sobre la rodilla, desgarrándole con el colmillo mucha
carne, pero no llegando al hueso. Sin embargo, Odiseo lo hirió con su lanza.
Los hijos de Autólico lo vendaron y pronto llegaron a la casa de su padre y lo
curaron bien, para luego darle espléndidos regalos. Después lo enviaron a
Ítaca y sus padres preguntaron detalladamente por su cicatriz y Odiseo les
contó lo acontecido. Ahora bien, la anciana, al reconocer la cicatriz, le soltó el
pie en el caldero y el agua se derramó en el suelo. El gozo y el dolor la
invadieron y sus ojos se llenaron de lágrimas, diciéndole a Odiseo que
efectivamente era él. Le hizo entonces señas a Penélope, pero ésta no la vio
porque Atenea la distrajo. Odiseo la tomó por la garganta y le pidió que no le
dijese nada a nadie. Euriclea prometió mantenerse firme en silencio. Luego, la
anciana se marchó a traer agua para lavar los pies, puesto que la anterior se
había derramado. Después, lavó a Odiseo y lo ungió en aceite. Éste acercó la
silla al fuego para calentarse y ocultó la cicatriz con los andrajos.
Versos 1 al 84: Euriclea subió al piso de arriba para contarle a Penélope sobre
su esposo. La despertó y le dijo que Odiseo había regresado y que había
matado a todos los pretendientes. Penélope no le quiso creer, pero la anciana
le insistió, diciéndole que Odiseo era aquel forastero a quien todos habían
deshonrado en el gran salón; le dijo que Telémaco ya lo sabía, pero que había
ocultado todo en favor de su padre. Entonces a Penélope le invadió la alegría,
abrazó a la anciana y no pudo evitar llorar. Le preguntó a Euriclea cómo es que
Odiseo había logrado vencer a los pretendientes siendo él uno solo y ellos
numerosos. La nodriza respondió que no lo sabía, pues ellas habían
permanecido asustadas en el rincón de la habitación hasta que Telémaco las
llamó desde el gran salón por pedido de Odiseo. Ella después pudo ver a
Odiseo en pie, entre los cuerpos recién asesinados, todo cubierto de sangre y
de polvo. Ahora todos los cadáveres estaban amontonados en la puerta del
patio, mientras él rociaba de azufre y encendía fuego, habiendo mandado a la
nodriza a que llamara a Penélope. Penélope, al escuchar ésto, no creyó muy
posible que fuera Odiseo el que mató a los pretendientes, por lo que no creyó
que fuera verdad, creyendo que cualquier otro mortal pudo haberles dado
muerte a éstos. Entonces Euriclea le dijo, para que le creyendo, que cuando
había lavado al forastero le había encontrado la cicatriz que tenía Odiseo y que
quiso decírselo, pero que el propio Ulises se lo impidió por su astucia. Le dijo
entonces a Penélope que la siguiera y que, si no era verdad lo que decía, que
la matara.
344 al 370: Atenea decidió, cuando creyó que Odiseo ya había gozado del
lecho de su esposa y del sueño, que permitiría ya pasar a Eos para que
comenzara la mañana. Odiseo se levantó y le dijo a Penélope que cuidara las
riquezas de su palacio, que él recuperaría las ovejas que los pretendientes
habían degollado, robándolas él mismo y otras le darían los aqueos. Le dijo
que él partiría a la finca de su apenado padre y que seguro al día siguiente se
correría la noticia de que mató a los pretendientes, por lo que le encomendó a
ella que subiera al piso de arriba y que permaneciera allí, sin mirar a nadie ni
preguntar. Odiseo se puso su armadura y animó a Telémaco, al boyero y al
porquerizo, ordenándoles que agarraran los instrumentos de guerra. Estos así
lo hicieron, cerraron las puertas y salieron, conducidos por Odiseo. Ya había
luz sobre la tierra, pero Atenea los cubrió de tinieblas y los condujo
rápidamente fuera de la ciudad.
Versos 1 al 97: Hermes llamó a las almas de los pretendientes y las condujo,
no dejando éstas de gritar. Pasaron las corrientes de Océano y la Roca
Leúcade y atravesaron las puertas de Helios y el pueblo de los sueños,
llegando luego a un prado de asfódelo, donde habitan las almas, imágenes de
los difuntos. Allí encontraron el alma de Aquiles, la de Patroclo, la de Antíloco,
la de Áyax. Se acercó doliente el alma de Agamenón las que habían muerto
con él en la casa de Egisto. Aquiles se dirigió al Atrida y le dijo que ojalá le
hubiera tocado la muerte honorable que merecía y no la muerte lamentable que
tuvo. Agamenón respondió que Aquiles había perecido en Troya y le contó lo
acontecido después de su muerte: los mejores hijos de troyanos y aqueos
estaban peleando por su cadáver, el cual yacía entre el torbellino de polvo.
Ellos lucharon día y noche y lograron rescatar el cadáver; lo pusieron en un
lecho luego de limpiarlo y a su alrededor lloraban los dánaos y se arrancaban
su cabello. Llegó entoces Tetis con las dioseas marinas al enterarse de la
noticia y oír los grandes lamentos. El miedo se apoderó de todos los aqueos,
por lo que quisieron huir de la guerra, pero Néstor los detuvo. Lo rodearon
entonces las hijas del viejo mar y, lamentándose, lo vistieron. Las musas
alternativamente realizaban un canto funerario, conmoviendo tanto con su voz
que ningún argivo quedó sin llorar. Lloraron a Aquiles 18 días. El día 18 lo
quemaron al fuego y le hicieron sacrificios en torno a él, mientras muchos
héroes aqueos circulaban con sus armas alrededor de su cadáver, a pie y a
caballo, habiendo un gran estrépito. Después, recogieron sus huesos y los
colocaron en un ánfora de oro que les había dado Tetis (regalo de Dioniso y
obra de Hefesto), mezclando sus restos con los del cadáver de Patroclo y,
separados, los de Antíloco. El ejército de los aqueos levantó sobre los restos
un monumento grande y perfecto junto al litoral del vasto Heleponto para que
Aquiles pueda ser visto desde lejos, desde el mar, por los hombres. Después,
Tetis hizo un gran certamen en honor a su hijo para los mejores aqueos, dando
obsequios hermosos, pues Aquiles era muy querido por los dioses. Así
Agamenón le dijo que ni al morir había perdido su fama, la cual habría de llegar
a todos los hombres, pero él había tenido una penosa muerte al regresar de la
guerra, planeada por Egisto y su esposa. Así hablaban entre ellos.
98 al 204: A estas almas se les acercó Hermes, que conducía las almas de los
pretendientes. Aquiles y Agamenón se admiraron al verlos y fueron con ellos.
El alma del atrida reconoció a Anfimedonte, el hijo de Melaneo, pues había sido
huésped suyo cuando vivía en el palacio de Ítaca. Entonces le preguntó cómo
es que todos habían perecido, recordándole que había sido su huésped y el
suceso de que él había ido a su palacio junto con Menelao para incitar a
Odiseo que los a Ilión sobre las naves (durante un mes habían recorrido el mar
y con dificultad habían convencido a Odiseo). Entonces el alma de Anfimedonte
le contó todo lo transcurrido y la razón de por qué habían muerto todos los
pretendientes, diciendo que sus cuerpos aún estaban en el palacio de Odiseo,
pues todavía no sabían de sus muertos los parientes, por lo que no le estaban
haciendo el honor que se le tributa a los muertos. El alma de Agamenón
entonces reconoció la astucia de Odiseo y la prudencia de Penélope, diciendo
que su fama y su virtud no perecerían y los dioses harían un canto a los
hombres en honor a Penélope. Así hablaban en la morada de Hades, bajo las
cavernas de la tierra.
205 al 360: Mientras tanto, Odiseo y los suyos bajaron de la ciudad y
enseguida llegaron al campo de Laertes, donde tenía una mansión y la rodeaba
un cobertizo en el que vivían los esclavos. También había una anciana llamada
Sicele que cuidaba al anciano. Entonces Odiseo les dijo a los esclavos y a
Telémaco que entraran en la casa y sacrificaran el mejor de los cerdos
mientras que él pondría a prueba a su padre para ver si lo reconocía o no
después de tanto tiempo. Luego, entregó a los esclavos sus armas y éstos
entraron a la casa. Odiseo se acercó a la viña y solamente encontró a su padre
que vestía un manto roto, que tenía alrededor de sus piernas unas grebas mal
cosidas para evitar los arañazos, unos guantes por las zarzas y tenía puesta
una gorra de piel de cabra. Cuando Odiseo vio a su padre acabado por la
vejez, le entró una gran pena y derramó lágrimas, dudando de si abrazarlo y
besarlo o de si ponerlo a prueba. Optó por primero ponerlo a prueba, así que
se dirigió hacia él y, poniéndose a su lado, le dijo que tenía muy bien cuidado
su jardín, mas su cuerpo no y eso que parecía un rey. Entonces le preguntó de
quién era esclavo y de quién era el huerto que cultivaba y que le dijera si había
llegado a Ítaca, pues en cierto momento había acogido en su tierra a un
hombre que decía provenir de Ítaca y ser hijo de Laertes; a éste lo condujo
hasta su casa y lo acogió, honrándole al darle muchos presentes. Laertes, al
escuchar esto, comenzó a derramar lágrimas y le dijo que era cierto que estaba
en Ítaca, pero que la dominaban hombres insolentes. Le dijo que si encontraba
vivo a su hijo iba a devolverle los dones; sin embargo, éste nunca había
regresado y creía que podía estar muerto, diciendo que nadie de sus seres
queridos. Le preguntó hace cuántos años le había dado hospitalidad a su hijo y
quién era él, de dónde provenía y cómo había llegado hasta allí. Odiseo le
inventó una historia diciendo que era hijo de Alibante, hijo del rey Polipemón, y
que se llamaba Epérito. Dijo que culpa de un demón había llegado allí
apartándolo de Sicania. Su nave estaba en el campo, apartada de la ciudad y
dijo que habían pasado cinco años desde que Odiseo marchó de allí. Entonces
un gran dolor invadió a Laertes, el cual tomó polvo de tierra negra y lo puso
sobre su cabeza mientras gemía. Odiseo no pudo evitar conmoverse y un
ímpetu le hizo saltar y abrazar y besar a su padre, revelándole finalmente la
verdad y diciéndole que había matado a los pretendientes. Laertes le dijo que si
de verdad era su hijo, que le diera una prueba de ello, una señal clara para
convencerlo. Odiseo le mostró la cicatriz que tenía por la herida que le había
hecho el jabalí, contándole cómo se la había hecho, y le dijo cada uno de los
árboles de la huerta que Laertes le había regalado de niño. Entonces a Laertes
se le debilitaron sus rodillas y su corazón al reconocer las señales de Odiseo.
Procedió a echar los brazos alrededor de su hijo y luego desmayarse. Cuando
retomó el aliento y celebró que los pretendientes hayan pagado sus
insolencias, pero dijo que tenía miedo de que la gente fuera allí y enviara
mensajeros. Odiseo le respondió que no se preocupase por eso y que fueran a
la mansión cerca del huerto, que él ya había enviado a Telémaco con el boyero
y el porquerizo para que prepararan la cena.
361 al 411: Odiseo y Laertes se encaminaron a la mansión. Cuando llegaron,
encontraron a Telémaco con el boyero y el porquerizo cortando carnes y
mezclando vino. La sierva Sicele lavó a Laertes, lo ungió en aceite y lo vistió.
Atenea se puso a su lado e hizo los miembros de éste más vigorosos, haciendo
que pareciera más grande y más ancho. Salió entonces de su baño y Odiseo
se admiró al verlo, pareciéndole semejante a los dioses. Luego, le dijo que sin
duda un dios lo había hecho superior en belleza y estatura. Laertes respondió
que ojalá que él mismo se hubiera enfrentado con los pretendientes. Después
de que se terminó de preparar la cena, se sentaron y comenzaron a comer.
Entonces Odiseo se acercó al anciano Dolio y sus hijos, cansados de trabajar,
que los mandó a llamar su madre, la vieja Sícele, quien los había alimentado y
cuidaba al anciano. Cuando vieron a Odiseo, lo reconocieron y se detuvieron
embobados. Odiseo le dijo al anciano que se sentara a comer. Dolio le tomó y
le besó la mano, dándole la bienvenida y preguntándole si Penélope ya estaba
enterada de su regreso o si debían enviar un mensajero. Odiseo le respondió
que ya lo sabía y le preguntó que por qué se preocupaba por eso. Odiseo se
sentó nuevamente y también los hijos de Dolio, que le dieron la bienvenida,
junto a su padre.
472 al 545: Atenea se dirigió a Zeus, preguntándole si iba a levantar otra vez la
guerra o establecer la amistad entre ambas partes. Zeus le respondió que ella
misma había concebido la decisión de que Odiseo se vengara de los
pretendientes; le dijo que hiciera lo que quisiera, pero que lo más conveniente
era que Odiseo hago un juramento de fidelidad y reinara para siempre,
mientras que ellos, los dioses, harían que se olviden del asesinato de los
pretendientes; por lo tanto, se amarían mutuamente y hubiera paz y riqueza en
abundancia. Entonces Atenea descendió de las cumbres del Olimpo. Después
de comer, Odiseo habló y dijo que alguien fuera a ver para saber si alguien
venía por él. Por lo tanto, salió un hijo de Dolio y pudo observar al tumulto
acercarse, avisándole a Ulises y diciéndole a todos que se armasen. Entonces,
se levantaron y vistieron sus armaduras los cuatro que iban con Odiseo, los
seis hijos de Dolio, y también Laertes y Dolio. Cuando ya se habían armado,
abrieron las puertas y salieron afuera, capitaneados por Odiseo. Entonces se
les acercó Atenea, disfrazada de Méntor. Al verla, Odiseo se alegró y luego le
dijo a Telémaco que lo honrara a él y a su linaje al luchar. Telémaco le
respondió que lo haría y luego Laertes expresó su alegría por ver que su hijo y
su nieto rivalizaban en valentía. Atenea se puso al lado de Odiseo y le dijo que
suplicar a Atenea y a Zeus, blandiera su lanza y la arrojara. Atenea le inculcó
un gran valor y Odiseo le suplicó a ella, blandiendo y arrojando su lanza. Ésta
hirió a Eupites a través del casco, el cual no detuvo la lanza, sino que ésta lo
atravesó de lado a lado. Entonces Eupites cayó con gran estrépito. Luego, se
lanzaron sobre los primeros combatientes Odiseo y Telémaco, y los golpeaban
con sus espadas. Habría matado a todos si no fuera que Atenea no hubiera
contenido a todo el pueblo, diciéndoles a los itacenses que desistan de la
contienda para que se separen sin que se derramara sangre. El terror se
apoderó de ellos, dejaron caer las armas al suelo y se volvieron a la ciudad
porque querían vivir. Gritó horriblemente Odiseo y se lanzó ferozmente, pro
Zeus arrojó un rayo que cayó delante de Atenea. Entonces la diosa le dijo a
Odiseo que abandonara la lucha igual que todos, porque no sea que Zeus se
irritara con él. Odiseo obedeció y se alegró en su ánimo. Entonces Atenea
estableció la paz entre ellos, todavía teniendo la figura de Méntor, similar a él
en cuerpo y voz.