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Diálogo con Nietzsche.

Elementos de diálogo con Heidegger.


También Heidegger podría liberarse así de toda metafísica residual, y así la ontología del
Ereignis, leído como evento, y la del Á ndenken, como rememorar disolutorio, confluirían en
una liberació n de la alétheia o verdad ontoló gica como proveniencia epocal del sentido de las
interpretaciones, guiadas por el criterio de la continuidad de la hermenéutica, visto en la
disminució n de la violencia del ser-fundamento, enviada por el sentido sucesivo del des-
ocultarse.
El hecho mismo de que la imagen de Nietzsche se modifique significativamente en distintos
momentos, también en la perspectiva de un estudioso particular -es una demostració n de la
vitalidad de su obra, si es verdad, como me parece, que la diversidad de las interpretaciones
no depende só lo de la subjetividad cambiante de los intérpretes, sino de la riqueza del
«objeto» al que se aplican.
Nihilismo no es, de hecho, só lo el reconocimiento de la falta de todo significado y de todo
orden racional en el devenir; es ya nihilismo en cuanto que representa un primer paso que
conducirá necesariamente a los siguientes, la atribució n de un sentido y un final al mundo, la
justificació n de lo que acontece mediante razones que está n má s allá o por encima del hecho
mismo.
«Cuando se pone el valor bá sico de la vida no en la vida misma, sino en el “má s allá ”, esto es,
en la nada, se quita a la vida todo valor bá sico».5
Zaratustra titulado «De la redenció n», el hombre ha de ser liberado para que se dé una
redenció n, es decir, esa renovació n que debe conducirnos fuera del nihilismo, es precisamente
la piedra del pasado, que aparentemente es irreversible: «Liberar a los que nos precedieron,
transformar todo “así fue” en un “así quise yo que fuese”, he aquí el primer paso hacia la
redenció n».6
En otro lugar esta liberació n del pasado no es só lo el primer paso, sino la redenció n misma:
«Liberar en el hombre el pasado, todo “así fue” recrearlo hasta que la voluntad pueda afirmar:
“así quise que fuera, así querré que sea” [...] esto es lo ú nico que les enseñ é a llamar
liberació n».66
El espíritu de venganza, en el discurso de Zaratustra sobre la redenció n, está en la base de
toda la visió n de mundo que la voluntad se crea después de haber experimentado la
imposibilidad de querer hada atrá s y, por tanto, de liberarse del peso del pasado.
Pero venganza no es só lo esto; es la estructura misma del acto con d que la voluntad se
esfuerza en someterse al pasado sin conseguirlo: es venganza no só lo lo que la voluntad hace
como consecuencia de esta experiencia, esta experiencia misma contiene en sí la forma
esencial de la venganza.
Se puede decir que el intento de querer hada atrá s y la imposibilidad frente a la que la
voluntad se encuentra son, má s que el origen, el arquetipo del espíritu de venganza, su primer
acto:
1. En esta experiencia, de hecho, la voluntad se encuentra frente a efectos cuya causa no puede
dominar, al ser efecto ella misma de algo que ya está ahí como fundamento y origen de lo que
le acontece ser y hacer.
En esta experiencia nace la visió n de ser como estructura de causa-efecto, de fundante-
fundado: el principio de causalidad que domina nuestra representació n del mundo es
expresió n del instinto de venganza, el má s profundo de nuestros instintos.69
«Si mi vista se remonta desde el presente al pasado, encuentro siempre lo mismo: fragmentos,
miembros esparcidos, combinaciones atroces, jamá s hombres. El presente y el pasado de aquí
abajo, amigos míos, me son insoportables, y no me adaptaría a vivir si no fuese un vidente de
lo que vendrá . Un vidente, un volitivo, un creador l.…]».67 El pasado contra el que la voluntad
no puede nada es el caos de la situació n dada sin ser elegida.68 La liberació n só lo podría ser
en una voluntad creadora que pudiese recrear el pasado transformando el «así fue» en un «así
quise yo que fuese».
La voluntad siente que es imposible querer hacia atrá s: de esta imposibilidad nace el espíritu
de venganza que constituye el paso de la experiencia de la impotencia respecto al pasado a la
producció n de todas esas manifestaciones que componen el nihilismo.
En general, «allí donde se han buscado responsabilidades, es el instinto de venganza el que las
ha buscado. Este instinto de venganza ha dominado la humanidad hasta tal punto durante
siglos, que toda la metafísica, la psicología, la representació n de la historia, pero sobre todo la
moral, está n marcadas por él.
El instinto de venganza domina toda la mentalidad del hombre occidental, y quizá del hombre
en general; y el principio de causalidad que es su expresió n muestra que no só lo es venganza
la bú squeda de responsabilidades en sentido propio, sino toda bú squeda del fundamento. En
todas las formas de relació n entre el hombre y el mundo se repite la experiencia fundamental
de la voluntad: el encontrarse frente a un «dato» que funda la situació n, en la situació n misma
como no elegida por mí y de la que es responsable algo o algú n otro.

Superación del espíritu de “venganza” … el arte, la creación.


«Y así el hombre al crecer escapa de todo lo que en otro tiempo lo encerraba; no es necesario
que rompa violentamente los vínculos, ya que de repente, por orden de una divinidad, caen
por sí solos. Y ¿dó nde está entonces el cerco que todavía lo contiene? ¿Es el mundo, o Dios?»1

(«Cómo el “mundo verdadero” acabó convirtiéndose en una fábula»).


1. El mundo verdadero asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso -él vive en ese mundo, es ese
mundo.
2. El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso.
(Progreso de la idea: ésta se vuelve má s sutil, má s capciosa, má s inaprensible -se convierte en
una mujer, se hace cristiana.)
3. El mundo verdadero inasequible, indemostrable, imprometible, pero, ya en cuanto pensado,
un consuelo, una obligació n, un imperativo. (En el fondo, el viejo sol, pero visto a través de la
niebla y el escepticismo; la Idea sublimizada, pá lida, nó rdica, kó nisberguense).
4. El mundo verdadero: ¿inasequible? En todo caso, inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado,
también desconocido. Por consiguiente, tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué
podría obligamos algo desconocido? (Mañ ana gris. Primer bostezo de la razó n. Canto del gallo
del positivismo.)
5. El mundo verdadero: una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga; una Idea
que se ha vuelto inú til, superflua, por consiguiente, una Idea refutada: ¡eliminémosla! (Día
claro; desayuno; retomo del bon sens (buen sentido) y de la jovialidad; rubor avergonzado de
Plató n; ruido endiablado de todos los espíritus libres.)
6. Hemos abolido el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿acaso el aparente? ¡No! i Al
eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente! (Mediodía; instante de la
sombra corta; final del error má s largo; punto culminante de la humanidad; Zaratustra.)
¿Có mo ha sido posible que el mundo verdadero -es decir, fundamentalmente, el mundo de las
ideas plató nicas, el que sostiene y explica el mundo de las apariencias cambiantes y del
devenir- se convierta en fá bula? Só lo porque desde el comienzo no era otra cosa que fá bula,
porque en realidad el mundo verdadero nunca ha existido. La crítica al concepto de verdad
como evidencia, es decir, como darse inmediatamente y de forma psicoló gicamente
convincente e indiscutible de algo -un «objeto», una proposició n, como verdadera, es decir,
como adecuada al «estado de cosas»- es uno de los cimientos má s constantes y significativos
de la especulació n de Nietzsche, si no es, incluso, el significado principal de su contribució n a
la historia del pensamiento.

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