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Uno de los temas más difíciles que acompañaron el ministerio de John Wesley fue la
separación de la iglesia de Inglaterra, la posibilidad de transformar el movimiento metodista
en una iglesia independiente.
A medida que ocurría la expansión y la consolidación del movimiento metodista, con la
organización de las sociedades y el establecimiento de sus casas de predicación, hubo una
creciente presión por parte de los predicadores y de los propios metodistas en el sentido de
una separación de la Iglesia de Inglaterra. Deseaban eso porque les traía autonomía: entre
otras cosas, la Santa Comunión podría ser administrada por los predicadores metodistas en
sus propias casas de predicación.
Había una gran incomodidad en torno a la administración de los sacramentos y Thomas
Walsh, un irlandés convertido del catolicismo, expuso la situación a Wesley, afirmando que el
pueblo necesitaba recibir las ordenanzas de Cristo, mas no ir a la iglesia por causa de los
sacerdotes impíos. Señalo que, con mucha alegría, las personas comulgarían con los
predicadores metodistas, que las habían llevado de regreso a Dios. Más allá del prejuicio
contra los sacerdotes anglicanos, un buen número de metodistas tenía dificultades para
encontrar oportunidades de recibir la comunión. Uno de ellos explico al vicario de Devlin que a
los miembros de su sociedad les era muy difícil recibir con frecuencia la comunión, incluso que
algunos tenían que andar más de 16 kilómetros a pie.
El asunto de la separación se volvió más urgente en julio de 1754, cuando Thomas
Sherlock, obispo de Londres, excomulgo al Sr. Gardiner por predicar sin licencia. La reacción de
John Wesley fue sucinta: “Es probablemente la cuestión que deberá ser determinada
rápidamente con respecto a la iglesia. Pues si precisamos ser disidentes o silenciosos, Actum
Est (Todo se acabó”. En diversas ocasiones la separación casi se llegó a concretizar. John
encontraba que era preferible la separación a renunciar a los cuatro puntos básicos del
programa metodista: predicadores laicos, predicación al aire libre, predicación de improviso y
organización de sociedades.
En la conferencia de 1756 se firmó un pacto de unidad, en el cual todos concordaban
unánimemente que, mientras fuera legal o posible continuar unidos, se evitaría la separación.
Charles Wesley fue el gran defensor de la no separación, luchando contra los
“melquizedéquios”, predicadores metodistas que querían volverse sacerdotes y empujaban a
John Wesley en dirección de la separación.
Para él, “nada, de no ser la gracia, puede proteger a nuestros hijos después de nuestra
partida de transformarse en millares de sectas y millares de errores”
4 de Enero: Itinerancia, sello metodista
El movimiento metodista era bombardeado por todos lados con críticas de diversos
tipos, desde la acusación de que los metodistas eran agentes secretos del príncipe Charles
Edward Stuart joven que vivía en Francia e iría a invadir Inglaterra para reclamar el trono a su
familia hasta que transformaban a los trabajadores en vagabundos y a sus familias en
mendicantes.
Wesley siempre las refuto todas. El 5 de enero de 1761, él envía una carta al editor del
Westminsmer Journal, reclamando la afirmación del periódico que el metodismo habría
diseminado un espíritu anárquico de fanatismo, propagado por holgazanes y aprobado por
tontos. Wesley escribió:
“Señor, puede usted llamarme holgazán y tonto. Sin embargo, pruebe que soy uno u
otro. Dice que soy fanático, ¿Qué quiere decir con ese término? ¿Un creyente en Jesucristo?
¿Defensor de su igualdad con el Padre y con toda la revelación cristiana? ¿Se refiere a alguien
que sustenta las doctrinas anticuadas del nuevo nacimiento y de la justificación por la fe? Si es
así, entonces yo soy un fanático.
Dice que el metodismo pretende ser un nuevo descubrimiento de la religión. Ése es un
gran error. No pretendemos tal cosa, afirmamos que es la única antigua religión, tan antigua
como el cristianismo, Moisés y Adán.
Quisiera, Señor, que antes de escribir cualquier cosa sobre los metodistas, leyera con
cuidado cualquiera de nuestros escritos. Resumiendo el asunto, los ingredientes completos de
nuestra religión son amor, alegría, paz, paciencia, mansedumbre, bondad, fidelidad, humildad
y modestia. Contra ellos, pienso que no hay ley y, por lo tanto, sigo pensando que deben ser
tolerados, por lo menos en un país cristiano.
6 de Enero: El Carácter de un Metodista
En el texto El Carácter de un Metodista, John Wesley señala que metodista es aquel que:
“Tiene el amor de Dios derramado en su corazón por el Espíritu Santo que le fue dado”
(Rom. 5.5)
(…) ama al Señor su Dios con todo su corazón, y con toda su alma, y con toda su mente y
con todas sus fuerzas” (Mr. 12.30)
(…) confía completamente en el Señor y recibe todas las cosas con alegría en el corazón;
sea dificultad, alegría, enfermedad, sea salud, vida, sea muerte, él siempre da gracias al buen
Dios, desde lo más profundo de su corazón, sabiendo que así como toda buena dádiva y todo
don perfecto desciende de lo alto, solamente aquello que es bueno podrá venir del Padre de
las luces (Stg. 1.17) Y en virtud de esta confianza, no vive ansioso e intranquilo, porque lanza
sobre sobre Dios toda su ansiedad y descansa en Él.
(…) ama al prójimo como a sí mismo. Su corazón está lleno de amor por la humanidad,
por los enemigos y por los que lo persiguen.
(… ) Se purifica de todo pensamiento de venganza, envidia, malicia, rabia, ira o de toda y
cualquier inclinación maliciosa.
(… ) Tiene como propósito fundamental hacer la voluntad de Dios. Su única intensión, en
todo momento y en todas las cosas, no es la propia voluntad, sino complacer y hacer la
voluntad de aquel que lo salvo.
(… ) Ama al Señor y guarda sus mandamientos, no algunos de ellos o la mayoría, sino
todos, del menor al mayor. Procura evitar todo lo que Dios prohíbe, realiza todo lo que Dios
ordena, ya sea fácil o difícil, alegre o doloroso.
(… ) Se pone al servicio de Dios, dispuesto a obedecerle en todas las circunstancias.
Presenta continuamente su cuerpo y su alma en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios,
completamente y sin reservas, entregando todo lo que posee para la gloria del Padre.
(… ) Hace el bien a todos, de todas las maneras posibles. Alimenta al hambriento, cubre
al desnudo, visita a los enfermos y presos. Más allá de esas obras de misericordia, trabaja
también en favor de sus almas, despertando a los que duermen, animando a los cansados y
estimulando a todos para que sean siempre abundantes en la obra del Señor.
7 DE ENERO: MEDICO DE CUERPO Y ALMAS
En verano de 1781, John Wesley recibe una carta de la sociedad metodista de Yorkshire,
firmada por diversos líderes, respecto a una cuestión bastante difícil. Ya que Wesley incitaba y
hasta exigía que todos los metodistas continuaran participando en los cultos de la iglesia
Anglicana, ¿qué deberían hacer cuando escucharán doctrina falsas de los ministros
anglicanos? En la carta se afirmaba que los predicadores insistían mucho en el abordaje de
temas queridos por los metodistas. ¿Qué hacer: oír y quedarse callado?
En su respuesta (9 de enero de 1782), Wesley reconoce que la cuestión es difícil y
confiesa que no sabría qué decir si recibiera la denuncia. Como el problema no era aislado,
afectando no únicamente a uno u otro local, sino prácticamente a todas las sociedades, el
aguarda a la siguiente reunión de conferencia y expuso públicamente la cuestión. En la carta,
leída delante de los participantes, los metodistas de Yorkshire señalan que el Sr. R., ministro
de la Iglesia Anglicana, afirma e insiste en probar que no podemos ser salvados de nuestros
pecados en esta vida, ni debemos esperar la perfección en el amor antes de nuestra muerte.
Esa era la doctrina que consideraban peligrosa. ¿Qué hacer? ¿Deberían continuar participando
en los cultos sin reclamar o denunciar aquel tipo de enseñanza? Ellos estaban dispuestos a
obedecer la decisión de Wesley, y si la respuesta era continuar participando, ellos
obedecerían. Podrían continuar oyendo herejías de cualquier tipo, más no sería conveniente.
Aquellas doctrinas, repetidas insistentemente, podrían ser nocivas y debilitar sus almas.
La cuestión fue expuesta en la conferencia. Como el problema era común en toda Gran
Bretaña, Wesley permitió que los predicadores miembros de aquél cónclave hablaran al
respecto. Después del debate, se decidió por unanimidad que “todos los metodistas, educados
como metodistas, asistan a los servicios de la Iglesia Anglicana con la mayor frecuencia
posible; sin embargo, cuando el ministro comience a predicar sobre los Decretos Absolutos o a
ridiculizar la doctrina de la perfección cristiana, deben salir de la iglesia callada y
silenciosamente, regresando la próxima oportunidad.”
En la carta, Wesley señala que cuando más reflexiono sobre el tema, más se convenció
de que la decisión de la conferencia había sido la más acertada:
“Aconsejo a mis amigos que cuando eso ocurra, salgan de la iglesia de manera callada y
silenciosa. Solamente les debo advertir que no sean críticos, no acusen a nadie por una
palabra, ni por pocas oraciones. Cualquier persona que cree en nuestros decretos puede
mencionarlos sin pensar. No obstante, si el ministro en cualquier momento hablará
deliberadamente de la Predestinación Absoluta o refutara la Perfección Bíblica, entonces
aconsejo a todos metodistas que salgan calladamente”
10 DE ENERO: TOLERANCIA CERO
John Wesley anota en su diario (12 de enero de 1774) que estableció para sí mismo un
plan de visitas. “Comencé al extremo oriente del poblado a visitar la sociedad casa por casa.
No conozco actividad pastoral alguna de mayor importancia que esta. Sin duda, es un trabajo
muy penoso, incomodo, fatigante y sólo puede contar con algunos pocos, entre nosotros
predicadores, que se comprometen a hacerlo.
El recomendaba a sus predicadores que visitaran no únicamente a los miembros de las
sociedades, sino también a los pobres no ligados a los metodistas. Obviamente los
predicadores itinerantes tenían dificultades para hacer ese tipo de trabajo, ya que se la
pasaban corriendo de un lado a otro. Era, por lo tanto, a los predicadores locales, trabajadores
en las cercanías de su residencia y no viajantes, y a los líderes de las sociedades de las clases y
de las bandas que Wesley recomendaba visitar.
Más allá de destacar que los líderes tenían la obligación de realizar este tipo de
actividad, John Wesley siempre estímulo a los demás metodistas para que tuviesen ese
contacto, especialmente con los más pobres y dolientes. Él mismo estableció un método de
visita a enfermos, creando un grupo de 12 personas para esta misión específica que, los
martes por la noche se reunían con él. En la carta a la Srta. J. C. March (7 de febrero de 1776)
él aconseja: “Vaya y vea al pobre y al huérfano en sus humildes chozas. ¡Tomé su cruz, mujer!
¡Acuérdese de la fe! ¡Jesús fue delante de usted e ira a su lado!” En otra ocasión, para la
misma persona, él recomienda:
“Visite a los pobres, a las viudas, a los dolientes, a los huérfanos en su aflicción, aunque
ellos no tengan nada que los recomiende, a no ser que fueran con la sangre de Cristo: Es
verdad que eso no es agradable a la carne ni a la sangre. Hay millares de circunstancias,
generalmente ligadas a esa realidad, que chocan contra la delicadeza de nuestra naturaleza o
más bien de nuestra educación. Más las bendiciones que siguen a ese trabajo de amor irán
más allá de equilibrar la cruz.”
En otra carta a la Srta. March (10 de diciembre de 1777), afirma que, a pesar de viajar un
promedio de casi 8 mil kilómetros por año, aún encuentra tiempo para visitar a los
necesitados. Por creer en la Biblia, considera que esa es su obligación. Y prosigue: “esas son las
características por las cuales el Pastor de Israel conocerá y juzgará a las ovejas en el gran día”
En su diario (9 de septiembre de 1776) Wesley anota:
Comencé lo que hacía mucho tiempo deseaba hacer: visitar las sociedades de casa en
casa, dedicando por lo menos dos horas diarias a ese propósito. Me sorprendí al descubrir la
sencillez con que todos hablaban de su estado de ánimo y espiritual. No podría haber
conocido de otra manera la gran obra de Dios. Encontré pocas cosas reprobables y mucha
alabanza a Dios. Pude observar algo que nunca espere: visitando las familias de los
alrededores del asentamiento de Lawfords Gate, las más pobres de la ciudad, no encontré
ninguna persona desempleada.
13 DE ENERO: BIENAVENTURADOS LOS PERSEGUIDOS
En enero de 1727. John Wesley, estudiante del Lincoln College, le comenta a su madre
que comenzó a leer la polémica entre los obispos Atterbury y Hoadly. Al llegar a la mitad del
libro, interrumpió la lectura porque pensó que no valía la pena gastar 20 o 30 horas para saber
si ellos estaban interpretando bien o mal el pensamiento de uno acerca del otro. Entonces
Wesley tenía 24 años de edad y la preocupación de compartir con la madre su lectura
confirma su profundo respeto y admiración hacia ella.
Susana siempre se mostró muy interesada en la educación de los hijos. Incluso sin
poseer educación universitaria, pues en esa época las mujeres no podían inscribirse en las
universidades, ella era adelantada para su tiempo e implanto en casa una ley estipulando “que
a ninguna niña se le enseñaría a trabajar antes de que supiera leer bien”. Para ella, “poner a la
cría a coser antes de que pueda leer perfectamente, es la verdadera razón por la cual tan
pocas mujeres pueden leer al punto de ser escuchadas, y nunca al punto de ser bien
entendidas”
Todos los hijos fueron bastante influenciados por la madre, particularmente John que,
hasta en la universidad, mantuvo la costumbre de pedir su opinión acerca de los asuntos que
él consideraba interesantes. En una carta enviada a su madre (28 de mayo de 1725), afirma
haberle recomendado el libro IMITACION DE CRISTO, de Thomas Kempis. Después de haberlo
hojeado varias veces aún no había podido leerlo con cuidado y atención, concluyo que el autor
debía haber sido una persona muy devota, mas no concordaba con las ideas principales allí
expuestas. Wesley señala que no podía creer que, al enviarnos al mundo, Dios hubiera
decretado irrevocablemente que seríamos perpetuamente infelices, y enumera otra serie de
cuestiones con las cuales está en desacuerdo.
En otra carta (18 de junio de 1725), Wesley agradece a su madre los comentarios
enviados sobre el libro de Kempis “La señora me explico muy bien los principios de Thomas
Kempis” y afirma haber oído de determinada persona que LA VIDA Y LA MUERTE, de Jeremías
Taylor, no era recomendable para jóvenes. Él le pide a su madre explicaciones sobre algunos
de sus puntos y la respuesta llega con rapidez. Once días más tarde, otra carta de Wesley
indica su agradecimiento por los nuevos comentarios, especialmente los relacionados a la
cuestión de la humildad. El 22 de Noviembre de 1725 señala estar esperando las opiniones de
su madre sobre un libro publicado por el obispo George Berkeley, defendiendo un idealismo
filosófico que negaba la existencia de la materia. Por esa carta nos damos cuenta que la madre
también hizo observaciones sobre la obra.