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RAFAEL LAPESA
Universidad de Madrid
Real Academia Española
§ 2. 1. Adjetivos valorativos.
Los adjetivos que atribuyen cualidades como bondad, dicha, grandeza,
intensidad, novedad, agrado y sus contrarios, otras condiciones físicas y morales
susceptibles de estimación, estados de ánimo, actitudes diversas, etc., son
frecuente expresión de valoraciones personales y emotivas, y por lo tanto los que
más a menudo preceden al sustantivo:
“mucho avie grandes cuidados”, “por malos mestureros de tierra sodes echado”, “Galín
Garciaz, una fardida lança” (Cid, 6, 267, 443); “pues que yo perdí en ti la mi buena fama y
el mi buen prez”..., “las mentiras que me tú dexiste por la tu falsa lengua”, “omnes de much
alta guisa”, “de muy fuert amor” (Prim. Crón. Gen. 39b-43b); “Ricas bodas me hicieron, en
las cuales Dios no ha parte” (Romancero, Primav. 171°); “sintió el desesperado ciego que
agora tenía tiempo de tomar de mí venganza”, “bien vi que se auía holgado del cruel
castigo” (Lazarillo, fols. 7 v° y 8); “Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se
deprende la verdadera sabiduría” (Sta. Teresa, Vida, cap. 16, 118); “vna hija suya donzella,
muchacha y de muy buen parecer”; “Esta gentil moça... ayudó a la donzella y las dos
hizieron vna muy mala cama a don Quixote” (Quij., I, 16, p. 205); en el coloquio actual,
“no has tenido buen ojo”, “hemos hecho un mal negocio”, “nos pilló una terrible tormenta”,
“perdiste una magnífica ocasión”.
De aquí las divergencias entre “un hombre bueno” y “un buen hombre”, “un
labrador pobre”, y “un pobre labrador”, “un soldado simple” y “un simple
soldado”, etc.
Arnholdt, Die Stellung des attributiven Adjeitivs im Italienischen (und Spanischen), 1916;
Keniston, The Syntax of Castil. Prose, §§ 25-112; Dámaso Alonso, La poesía de San Juan de la
Cruz, 1942, pág. 192; Salvador Fernández, Gramát. esp., 1951, §§ 82-84; G. Sobejano, El epíteto
en la lírica española, 1956, 85-171; Gordon I. Fisch, Adiectives fore and aft: position and function
in Spanish, Hispania, XLIV, 1961, 700-708; Mario Wandruszka, Die Integration des Adjektivs,
oder “bonnet blanc et blanc bonnet”, ZfSL, LXXV, 1965, 145-163.
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El de Hans-Dieter Paufler, Strukturprobleme der Stellung attributiver Adicktive im
Altspanischen, Halle (Saale), 1968, no explica por qué adjetivos como bueno, malo, verdadero,
falso, grande, santo, mayor, menor, se anteponen en la mayoría de los ejemplos computados en el
Fuego Juzgo, mientras ajeno, carnal, godo, romano, seco, etc., aparecen siempre pospuestos. Lo
mismo cabe decir respecto a los demás textos que estudia.
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Observa Julián Marías: “No es lo mismo una verdadera creencia que una creencia verdadera.
Una verdadera creencia es algo que efectivamente se cree; pero ese algo puede ser una falsedad; en
la creencia verdadera, en cambio, es verdad su contenido, lo creído en ella” (Introducción a la
Filosofía, Obras Completas, II, 1962, 95).
Todos estos adjetivos suelen aparecer pospuestos al nombre cuando la
calificación es más objetiva o está menos realzada expresivamente, sobre todo si
tiene propósito especificador:
“los ganados fieros non nos coman en aqueste mont” (Cid, 2789); “casé con omne onrado e
de gran guisa... e que ouiera padre uieio”, “as uergüença de seer yo tu mugier linda”
(„legitima‟, Prim. Crón. Gen., 42a y 43a); “le hazía burlas endiabladas” (Lazarillo, folio 6);
“vn hidalgo nacido de padres nobles” (Cervantes, Celoso extremeño, 148); “el empleado
cumplidor no olvida tales detalles”.
Aun obras de estilo más llano muestran clara preferencia por la anteposición del
adjetivo, como puede verse en el Lazarillo y en el Quijote. La diferencia se
aminora en el Rinconete, se anula en la Historia de Mariana y se invierte en Los
Nombres de Cristo de Fray Luis de León y en Quevedo, tanto en el Buscón como
en La cuna y la sepultura. La tendencia a preferir la posposición se intensifica en
el español moderno, con altibajos que obedecen al mayor o menor peso de la
tradición clásica, al diverso grado de elaboración estilística en cada autor e incluso
en cada pasaje, a diferencias de tema y enfoque, etc. Cambio paralelo se da en la
poesía, pero con algún retraso; en el siglo XVI fue excepción insigne la lírica de
San Juan de la Cruz, que sólo ofrece abundantes adjetivos en contados pasajes y
en la que predomina la posposición, sobre todo de los epítetos más sorprendentes.
Lo habitual entonces, como después en la poesía barroca y neoclásica, era que el
número de adjetivos colocados antes del sustantivo duplicase o casi triplicase al de
los situados detrás. La proporción disminuye en los románticos, pero no se invierte
hasta nuestro siglo14.
En todo tiempo artífices del verso o de la prosa han hecho alternar las dos
posiciones del adjetivo adjunto en secuencias inmediatas, buscando variedad y
equilibrio:
“las aves que organan entre essos fructales, / que an las dulzes vozes, dicen cantos leales...”
(Berceo, Milg., 26 ab); “¡O ynclito sabio, auctor muy çïente!” (Mena, Laberinto, 127e); “los
ánimos gentiles, claros ingenios e elevados espíritus”, “la eloquencia dulçe e fermosa fabla”
(Santillana, Prohemio, 4 y 5); “la aduersa Fortuna pone su estudio con odio cruel”
(Celestina, I, 24); “cestillos blancos de purpúreas rosas” (Garcilaso, Egl. III, v. 222);
“Sobre tallo gentil temprana rosa” (Espronceda, Canto a Teresa, estr 22 d); “labrada
escalera de piedra arranca de lo hondo del zaguán. Luego, arriba, hay salones vastos,
apartadas y silenciosas camarillas, corredores penumbrosos” (Azorín, Castilla, 116);
“Vagos ánjeles malvas / apagaban las verdes estrellas. / Una cinta tranquila / de suaves
violetas / abrazaba amorosa / a la pálida tierra” (J. R. Jiménez, Seg. Antol., 1°); “en un
ancho paisaje de olivos, a quien daba unción dramática el vuelo solemne de unas águilas, y,
al fondo, el azul encorvamiento de la Sierra de Gata” (Ortega y Gasset, Meditaciones, 88,
nota).
A veces se repite ante cada adjetivo el articulo u otro determinativo, induso con
preposición:
“¿Son éstos por ventura los famosos, / los fuertes, los belígeros varones / que conturbaron
con furor la tierra? (Herrera, Versos, 306, 53-54); “hurgan con un palito en los frescos, en
los tibios, en los aromáticos montones de basura” (Cela, Alcarria, 22).
Incluso con adverbio más largo se da algún caso de anteposición: “la felizmente
acabada aventura de los leones” (II, 17, 209).
d) Adjetivos, solos o en serie, modificados por complementos suyos, a veces
oracionales. Aparecen antepuestos al sustantivo, de ordinario en frases ampulosas.
Cervantes ridiculiza este uso: “¡O fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don
Quixote! (II, 17, 217); “Insigne cauallero y jamás como se deue alabado don
Quixote” (64, 314); pero sin burla alguna lo emplea de vez en cuando: “notad
cómo el cielo, por desusados y a nosotros encubiertos caminos, me ha puesto a mi
verdadero esposo delante” (I, 36, 168). Lo corriente en toda época, incluso en el
lenguaje literario, es que tales complejos sintácticos sigan al sustantivo, según
orden de progresiva determinación:
“los coraçones aparejados con apercibimiento rezio contra las aduersidades” (Celestina,
XII, 209); “la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos
varios” (Quij. I, Prólogo, 29); “hombres extraños, desnudos y adornados con plumas”
(Azorín, Castilla, 77); “y me clavó los ojos tristes, suplicantes, guarnecidos de lágrimas,
como de oraciones purísimas” (Valle-Inclán, Son. de primavera, 184-185).
La posposición del calificativo domina cuando éste señala el aspecto que interesa
del sustantivo o cuando tiene función claramente especificativa:
“¿Cuándo se ha visto aquí, en la última decena de enero, estas noches tibias, este aire
húmedo y templado, este cielo benigno...?” (Galdós, Realidad, 791 a); “uno de esos retoños
perdidos” “esa gasa larga que las viudas se cuelgan del sombrero”15.
Pero este sintagma sin artículo tuvo siempre como rivales aventajados otros dos
esquemas: “Scipion ell Affricano” (Prim. Crón. Gen., 27 a), dominante en la
especificación, sobrenombres fijos y epítetos consagrados17, y “El español
Gerardo” (Céspedes y Meneses), de desarrollo posterior. El adjetivo valorativo o
caracterizador aparece alguna vez en la lengua medieval pospuesto al nombre
propio: “e yo, Dido mezquina” (Prim. Crón. Gen., 41 b); pero es uso poco
extendido, mientras que entonces estaban pujantes ya las construcciones “el bueno
de Minaya” y “Eneas el desleal” (Prim. Crón. Gen., 42 a)18. Desde el último
15
Salvador Fernández, Gramática, § 82.
16
Keniston, op. cit., 25.135.
17
Remito a “Sobre las construcciones „con sola su figura‟, „Castilla, la gentil‟ y similares”,
Iberida, n.° 6, 1961, 88- 95.
18
Véase también “Sobre las construcciones „el diablo del toro‟, „el bueno de Minaya‟, „¡ay de
mí!‟, „¡pobre de Juan!‟, „por malos de mis pecados‟”, Filología, VIII, 1962, 175-178.
tercio del siglo XIII, se documenta la secuencia articulo + adjetivo + nombre
propio, que había de ser la más abundante en el lenguaje literario:
“el cuytado Diomedes”, junto a “Breçayda la fermosa” (Hist. Troyana, 193); “nin la muy
fermosa Elena” (Pero Ferraz, Canc. Baena, 301°); “Al muy prepotente don Juan el
Segundo”, “la grand Babilonia”, “la triste Canaçe”, “el alto Vergilio” (Mena, Laberinto, 1
a, 5 a, 103 f, 123 c); “el desastrado Píramo”, “la desdichada Tisbe” (Celestina, I, 25); “de
la fiera Cartago”, “la blanca Nise” (Garcilaso, Égl. II, v. 1554; III, 193); “a toda la
espaciosa y triste España” (Fr. Luis de León, Profecia del Tajo, v. 25); “la sin par
Dulcinea”, etc.
§5.1. Es frecuente que por expresividad o por otras razones, sin propósito de
remedar el hipérbaton latino, se interpongan palabras entre el adjetivo y el
sustantivo calificado. La interpolación más abundante es la del verbo, muy
reiterada en el Cantar de Mio Cid: “Non duerme sin sospecha que aver trae
monedado”, “un sueñol priso dulce, tan bien se adurmió”, “gentes trae
sobejanas”, “dos espadas tenedes fuertes e tajadores” (126, 405, 988, 2726, etc.).
A veces la escisión del sintagma obliga a que el sustantivo lleve articulo: “grant a
el gozo mio Cid” (803). La vivacidad o el desaliño suministran ejemplos en otras
épocas, y no sólo con verbo interpuesto sino también con otras palabras: “cosas
que ellos comen muy buenas” (Cortés, Cartas, 68, 2)19. La resistencia a empezar
frases con el verbo ser, viva aún en el siglo XVI, favorece su intercalación en “ley
fue muy usada y guardada” (Guevara, Menosprecio, 2, 6); “iñorancia es muy
grande”. (Valdés, Diál. leng., 172). Otras veces la separación obedece a que el
sustantivo va seguido por un adjetivo o complemento ligado a él más
estrechamente que el calificativo distanciado: «manera de hablar antigua» (Ibid.,
64); “lazo de oro cruel, dulce tormento” (Cetina, son. 166°); «Viole en las manos
un dardo de oro largo» (Sta. Teresa, Vida, 234); o responde a que el alcance del
adjetivo está limitado previamente por un complemento: “no ay cosa para el
hombre más fácil que el reprehender a otros” (Guevara, Menosprecio, 5, 19);
“Flérida para mí dulce y sabrosa / más que la fruta del cercado ajeno” (Garcilaso,
Égl. III). Son de notar, por último, anticipaciones del adjetivo como “midió la
medida de las aguas pequenna a mano, et en el çielo a grandes palmadas”
(Alfonso X, Setenario, 101, 28); “al pie de una verde oliva / amargo que lleva el
fruto, / amargo para la linda”, (Menéndez Pidal, Flor nueva de rom. viejos, 1928,
76). En este último caso debe de haber influido la prolepsis del adjetivo
predicativo en construcciones como “Viejo que venís, Cid” (Romancero, Primav.
58); “golosazo, comilón que tú eres” (Quij. II,2,52), etc.
En los siglos XVI y XVII sólo se da en poesía; Garcilaso ofrece varios ejemplos
como «guarda del verde bosque verdadera» (Egl. II, 610), «como en luciente de
cristal coluna» (Eleg. I, 73). Más abundan en Herrera («las alas de su cuerpo
temerosas», Poes., 39, 51, etc.), y sobre todo en Góngora, que hace del hipérbaton
uno de sus recursos estilísticos preferidos: «Pasos de un peregrino son errante /
cuantos me dictó versos dulce musa», «luminosas de pólvora saetas» (Soledad I,
1-2, 657), «undosa de cristal dulce vihuela» (Obras, II, 348)21. La maestría con
que el poeta cordobés saca partido estético de tal libertad no impidió que ésta
fuese blanco de ataques y burlas por parte de los contradictores al culteranismo.
Sin embargo, Quevedo, el más encarnizado antigongorista, acuñó con hipérbaton
su maravilloso endecasílabo «relámpagos de risa carmesíes» (Poes. orig., 464°); y
en neoclásicos y románticos no es raro encontrar ejemplos como «¡Oh fuerza del
ejemplo milagrosa!» (Jovellanos, Epist. a Anfriso, v. 162), «al soplo de los céfiros
suave» (Espronceda, Canto a Teresa, v. 27), etc.