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LA COLOCACIÓN DEL CALIFICATIVOATRIBUTIVO EN ESPAÑOL

RAFAEL LAPESA
Universidad de Madrid
Real Academia Española

§ 1. La prosa clásica latina anteponía ordinariamente el adjetivo atributivo al


sustantivo calificado, salvo cuando aquél era un derivado de nombre propio o
cuando el sustantivo era monosílabo: así se prefería decir “summa prudentia”,
“priores litterae”, dextra pars”, “naturalis sensus”, pero “ager Helvetius”, “bellum
Macedonicum”, “populus Romanus”, “res nova”, “spes bona”, “vir fortis”. La
colocación inversa daba especial relieve al adjetivo, fuera de ciertas fórmulas
procedentes del derecho o de la liturgia donde la posposición era de regla
(pontifex maximus, di boni, testimonium publicum, tribunus militaris)1. Tal estado
de cosas hubo de cambiar considerablemente en latín vulgar, donde la
posposición, excepcional en el clásico, dejó de serlo. En la Cena Trimalchionis
“munus exclellente”, “ferrum optimum”, “gladiatores sestertiarios”, “gallos
gallinaceos”, “libra rubricata”, “onera venalia” predominan sobre “varium
porcum”, “sestertiarius homo”, “bonum exitum”, “magna turba”, “ferialis
diebus”2. En la Peregrinatio es habitual la posposición para todo calificativo
atributivo que no sea valorativo o no esté cargado de afectividad: frente a “mons
sanctus Dei”, “ecclesia non grandis”, el recuerdo de la fatiga o del alivio
intensamente experimentados hacen anteponer el adjetivo de “cum infinito
labore”, “cum grande labore”, “melior descensus montis Dei erat inde”, etc.3
La Peregrinatio anuncia ya las normas que en las lenguas románicas deciden la
colocación del adjetivo atributivo. Estas normas fueron definidas así por Gustav
Gröber: “El adjetivo calificativo pospuesto [al sustantivo] determina o distingue
intelectualmente; antepuesto, atribuye al sustantivo una cualidad subjetivamente
valorada”4. Otros lingüistas han rectificado la distinción de Gröber o le han
añadido consideraciones complementarias. La oposición entre especificación
objetiva, intelectual, y valoración subjetiva, afectiva, es factor esencial, pero no
único, para la colocación del adjetivo calificativo románico respecto al sustantivo.
Con tal oposición se implican o interfieren otras: que el adjetivo sea o no
imprescindible para identificar el ser u objeto designado por el sustantivo; que
exprese o no una cualidad inherente a éste, etc. El significado peculiar de cada
adjetivo influye también poderosamente, como correlato a las oposiciones entre
objetividad y subjetividad, lógica y afecto. Hay que tener en cuenta, además, los
gustos literarios, los distintos niveles del lenguaje y las circunstancias sintácticas
del contexto inmediato5. Es de esperar que futuros análisis estructurales arrojen
nueva luz sobre el problema; hasta ahora no ha ocurrido así6.
1
Kühner-Stegmann, Ausfürliche Grammatik der lateinische Sprache, Leverkusen, 1955, II, §
246.
2
Ed. Heraeus, §§ 45-46.
3
Ibíd., §§ I-III. Otros casos de anteposición afectiva: “modica terrola est” (III, 6), “ad propriam
radicem illius ueneris” (II, 6) junto a “ad radicem propriam illius” (III, I). No obstante hay también
“montes... faciebant uallem infinitam ingens” (I, 1). En “sanctus Moyses”, “sancti monachi” la
anteposición ponderativa ha cristalizado ya en formula fija (Löfstedt, Philologischer Kommentar,
pág. 110).
4
Grundriss der rom. Philologie, I, 1904-6, pág. 273.
5
Véanse, entre otros, W. Meyer-Lübke, Grammaire des largues romanes, III, § 730; George
G. Brownell, The attributive adjective in the Don Quixote, Revue Hisp. XIX, 1908, 20-50; K.
En los apartados que siguen trataré de estudiar cómo se combinan para la
colocación del adjetivo atributivo el carácter de la atribución (objetiva o subjetiva,
lógica o afectiva), su necesidad (especificación o explicación) y la índole
semántica del adjetivo. Para ello distinguiremos cuatro grupos de adjetivos.
Después (§ 3) expondré panorámicamente el desarrollo de la anteposición por
influjo literario, y finalmente (§ 4) la acción de las circunstancias sintácticas
contextuales.

§ 2. 1. Adjetivos valorativos.
Los adjetivos que atribuyen cualidades como bondad, dicha, grandeza,
intensidad, novedad, agrado y sus contrarios, otras condiciones físicas y morales
susceptibles de estimación, estados de ánimo, actitudes diversas, etc., son
frecuente expresión de valoraciones personales y emotivas, y por lo tanto los que
más a menudo preceden al sustantivo:
“mucho avie grandes cuidados”, “por malos mestureros de tierra sodes echado”, “Galín
Garciaz, una fardida lança” (Cid, 6, 267, 443); “pues que yo perdí en ti la mi buena fama y
el mi buen prez”..., “las mentiras que me tú dexiste por la tu falsa lengua”, “omnes de much
alta guisa”, “de muy fuert amor” (Prim. Crón. Gen. 39b-43b); “Ricas bodas me hicieron, en
las cuales Dios no ha parte” (Romancero, Primav. 171°); “sintió el desesperado ciego que
agora tenía tiempo de tomar de mí venganza”, “bien vi que se auía holgado del cruel
castigo” (Lazarillo, fols. 7 v° y 8); “Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se
deprende la verdadera sabiduría” (Sta. Teresa, Vida, cap. 16, 118); “vna hija suya donzella,
muchacha y de muy buen parecer”; “Esta gentil moça... ayudó a la donzella y las dos
hizieron vna muy mala cama a don Quixote” (Quij., I, 16, p. 205); en el coloquio actual,
“no has tenido buen ojo”, “hemos hecho un mal negocio”, “nos pilló una terrible tormenta”,
“perdiste una magnífica ocasión”.

Muchas veces la anteposición es compañera de acepciones estimativas o afectivas


que se desvían de la noción originaria del adjetivo:
“buscaua conueniente tiempo para rehazer... la endiablada falta”, “alçando con dos manos
aquel dulce y amargo jarro, le dexó caer sobre mi boca” (Lazarillo, fols. 6 v° y 7 vº); “En
esta maldita cama se metió din Quixote” (Quij. I, 16, p. 206); “negra ventura me esperaua”
(Ibíd. II, 4, p. 73)7; en el habla de hoy, “¡bonita jugada nos han hecho!”, “¡menuda broma!”.

De aquí las divergencias entre “un hombre bueno” y “un buen hombre”, “un
labrador pobre”, y “un pobre labrador”, “un soldado simple” y “un simple
soldado”, etc.
Arnholdt, Die Stellung des attributiven Adjeitivs im Italienischen (und Spanischen), 1916;
Keniston, The Syntax of Castil. Prose, §§ 25-112; Dámaso Alonso, La poesía de San Juan de la
Cruz, 1942, pág. 192; Salvador Fernández, Gramát. esp., 1951, §§ 82-84; G. Sobejano, El epíteto
en la lírica española, 1956, 85-171; Gordon I. Fisch, Adiectives fore and aft: position and function
in Spanish, Hispania, XLIV, 1961, 700-708; Mario Wandruszka, Die Integration des Adjektivs,
oder “bonnet blanc et blanc bonnet”, ZfSL, LXXV, 1965, 145-163.
6
El de Hans-Dieter Paufler, Strukturprobleme der Stellung attributiver Adicktive im
Altspanischen, Halle (Saale), 1968, no explica por qué adjetivos como bueno, malo, verdadero,
falso, grande, santo, mayor, menor, se anteponen en la mayoría de los ejemplos computados en el
Fuego Juzgo, mientras ajeno, carnal, godo, romano, seco, etc., aparecen siempre pospuestos. Lo
mismo cabe decir respecto a los demás textos que estudia.
7
Observa Julián Marías: “No es lo mismo una verdadera creencia que una creencia verdadera.
Una verdadera creencia es algo que efectivamente se cree; pero ese algo puede ser una falsedad; en
la creencia verdadera, en cambio, es verdad su contenido, lo creído en ella” (Introducción a la
Filosofía, Obras Completas, II, 1962, 95).
Todos estos adjetivos suelen aparecer pospuestos al nombre cuando la
calificación es más objetiva o está menos realzada expresivamente, sobre todo si
tiene propósito especificador:
“los ganados fieros non nos coman en aqueste mont” (Cid, 2789); “casé con omne onrado e
de gran guisa... e que ouiera padre uieio”, “as uergüença de seer yo tu mugier linda”
(„legitima‟, Prim. Crón. Gen., 42a y 43a); “le hazía burlas endiabladas” (Lazarillo, folio 6);
“vn hidalgo nacido de padres nobles” (Cervantes, Celoso extremeño, 148); “el empleado
cumplidor no olvida tales detalles”.

Pero no es raro que adjetivos especificativos de esta clase se encuentren también


antepuestos:
“Uenus... toma allí uengança de los falsos amadores” (Prim. Crón. Gen., 40b); “la suzia
mano non pued onrar las cosas santas” (Ibíd., 42b).

Semejante imposición de la afectividad ponderativa abunda en el caso de los


superlativos relativos, que necesariamente suponen distinción seleccionadora
dentro de un conjunto: “Yo siempre le lleuaua por los peores caminos” (Lazarillo,
fol. 8 v°).

§ 2.2. Adjetivos descriptivos.


Son menos propensos que los valorativos a colocarse delante del nombre. La
posposición es habitual cuando especifican al sustantivo:
“començo... a entallar los metales e fazer en ellos figuras enleuadas” (Gen. Estoria, I, 14 b);
“el día que vos naçistes fadas aluas vos fadaron” (JRuiz 739c); “¿Dó mi gallina la rruuia de
la calça bermeja, o la de la cresta partida... con la calça morada?” (Corbacho, 124); “como
si uno estuuiese con mucha calor y sed y bebiese un jarro de agua fría, que parece todo él
sintió el refrigerio” (Sta. Teresa, Vida, cap. 31, 250); “compró assimismo quatro esclauas
blancas” (Cervantes, Celoso extremeño, 160); “Púsole una saya de paño llena de faxas de
terciopelo negro... y unos corpiños de terciopelo verde guarnecidos con vnos ribetes de raso
blanco” (Quij. I, 27, p. 385); “me parece que le estoy viendo: no muy alto, moreno, bigote
negro, perilla entrecana, uniforma de artillería” (Galdós, Ángel Guerra, I, 1920, 31).

La anteposición de adjetivos descriptivos especificadores ocurre en casos de gran


relieve expresivo:
“Veriedes aduzir tanto cauallo corredor, tanta gruessa mula, tanto palafré de sazón” (Cid,
3243).

Si el adjetivo no especifica, sino que añade al sustantivo una explicación no


imprescindible para entender a qué ser u objeto dado se refiere, se sitúa muy
frecuentemente antes del sustantivo; la cualidad atribuida queda así realzada. De
ello veremos ejemplos al tratar del epíteto literario. La anteposición no es forzosa;
en todo tiempo alterna con ella el uso contrario:
“ojos vellidos catan a todas partes” (Cid, 1612); “el canto del cigno, que se tiende sobre la
yerua rociada”, “cubiertas de foias de ramas verdes” (Prim. Crón. Gen., 39b y 41b); “le
asía y daua vn par de besos callados” (Lazarillo, fol. 7); “él y Sancho se sentaron sobre la
yerua verde” (Quij., II, 66, p. 334); “una doble fila de nogales corpulentos”, “el monasterio,
con sus arcos ojivales, sus torres puntiagudas y sus muros almenados e imponentes”
(Bécquer, Desde mi celda, carta II); “la oscuridad morada de la calleja miserable que da al
río seco” (JRJiménez, Platero, 1917, 21).

El orden en que vayan el sustantivo y el adjetivo explicativo adjunto a él no son


indiferentes. “A la asociación adjetivo-sustantivo -ha dicho Dámaso Alonso- la
podemos llamar sintagma analítico y a la sustantivo-adjetivo, sintagma sintético.
En el sintagma analítico se extrae del sustantivo una cualidad inherente a él, para
realzarla por medio del adjetivo; en el sintético se atribuye al sustantivo una
cualidad no inherente a él. El adjetivo analítico nace de un deseo de realzar o
manifestar la inherencia del ser”8. Tal distinción es fundamental y vale para la
inmensa mayoría de los casos, aunque, según acabamos de ver, no falten ejemplos
(“ramas uerdes, yerua verde”) de adjetivo inherente al sustantivo y pospuesto a él.
Alcanza también a las calificaciones valorativas, pero es más perceptible en las
descriptivas.

§ 2.3. Adjetivos de relación o pertenencia.


Los adjetivos que más se resisten a ir delante del sustantivo son los que no
expresan propiamente cualidad, sino situación, nacionalidad, materia, origen,
clase, pertenencia, etc. Su significación los hace refractarios a usos que no sean
puramente conceptuales y objetivos, por lo que se posponen de ordinario al
nombre:
“alçó su mano diestra”, “nós cavalgaremos siellas gallegas”, “vn moro latinado”, “varones
castellanos” (Cid, 216, 994, 2667, 2979); “Significa al çielo la partida susana” (Berceo,
Sacr. 89 d); “Connoció que la sciencia et el saber en connocer las significationes destos
corpos celestiales... sobre los corpos terrenales era muy necessaria a los homnes”, “en los
dichos generales et en algunos uocables proprios deste libro” (Alfonso X, Libro Cruzes, 1 a
y b); “qui defendier heredat agena” (Fuero de Sepúlveda, § 27); “una manada de hacas
galicianas de vnos harrieros gallegos”, “Seruía en la venta, assí mesmo, vna moça
asturiana” (Cervantes, Quij. I, 15 y 16, pp. 194 y 205); “el astrólogo judiciario, si acierta
alguna vez en sus juyzios, es por arrimarse a lo mas prouable” (Íd., Persiles, I, 13, p. 91);
“todo lo que se sabe y se dice en la doctrina peripatética de la virtud calefactiva del fuego”
(Feijoo, Obras esc., II, 210 a); hoy, “la costa oriental”, “la pierna derecha”, “un filósofo
alemán”, “la pintura flamenca”, “la vía férrea”, “filamento metálico”, “asuntos
financieros”, “problemas sociales”, “casa rectoral”, etc., sin posible inversión en el orden
de sus componentes9.

Sólo por especial énfasis se ha producido y afianzado la anteposición en casos


como “la divina providencia”, “el soberano poder”, “los regios consorcios”, “Real
Monasterio”, “real decreto”, “no me da la real gana”, cercanos a las fórmulas que
estudiaremos en el § 2.5. Otras anteposiciones se deben a desviación semántica
(“actuó con férrea mano”, “era una real moza”) o a las preferencias literarias que
se indican en el § 3.

§ 2.4. Cuasi determinativos.


Adjetivos y participios cuya significación y funciones son afines a la de ciertos
demostrativos, ordinales o cuantitativos, toman con frecuencia la posición
habitual de los determinativos, anteponiéndose al sustantivo: “la referida
historia”, “el antecedente capítulo” (frente a “el capítulo antecedente”),
“boluiendo al passado razonamiento, dixo...” (Quij. II, 3, p. 65; 24, p. 302; 21, p.
265; 4, p. 72); “la siguiente estación”, “la próxima temporada”, “no hagas
semejante cosa”, “raras veces”, “escasa eficacia”, “numerosas protestas”,
“abundantes lágrimas”, “frecuentes interrupciones”.

§ 2.5. Anteposición formularia.


8
La poesía de San Juan de la Cruz, loc. cit.
9
Sobejano, El epíteto, p. 135.
El adjetivo precede al sustantivo en muchos grupos cuyo orden de palabras,
fijado por la costumbre, es invariable ya. Hay ocasiones en que la suma de ambos
componentes equivale a un sustantivo en el sentido de que expresan un concepto
único: “la Sagrada Escritura” „la Biblia‟; “el Romano Pontífice” „el Papa‟, “la
imperial ciudad” „Toledo‟, etc. Cercana es la cohesión semántica en “el libre
albedrío”, “la patria potestad”, donde perdura el orden latino. A veces el grupo de
adjetivo especificador + sustantivo llega a adquirir consistencia bastante para ser
la denominación usual de una región o época: “el Alto Perú”, “la Baja Andalucía”,
“la alta Edad Media”. Con frecuencia el grupo forma parte de locuciones
sustantivas, adjetivas o adverbiales: alta mar, alta tensión, “anteojos de larga
vista”, “hombre de cortos alcances”, “a larga distancia”, “a simple vista”, “de
viva voz”, “los de mio Cid a altas vozes llaman” (Cid. 35). Calcan fórmulas
extranjeras libre cambio, alta costura, “conferencia de alto nivel”. En otros casos
se trata de valoraciones anquilosadas: “con íntima complacencia”, “viva
satisfacción”, “sincero pésame”, “hondos suspiros”, “prolongados aplausos”,
“leve mejoría”, con orden prácticamente irreversible también10.

§3. Anteposición literaria del adjetivo.


En la lengua escrita y en la exposición oral cuidada diversos factores culturales
han hecho acrecer la anteposición del adjetivo al sustantivo. El punto de partida ha
sido el estudio del “epithetum ornans” en retóricas y poéticas. Aunque el término
de “epíteto” ha servido para conceptos muy varios, aquí lo aplicaremos para
designar todo adjetivo o equivalente empleado con fin estético11. Una tradición
literaria varias veces secular ha situado preferentemente el epíteto atributivo
delante del nombre. Esa tradición deja escasas muestras en los textos romances
del Centro peninsular correspondientes a los siglos XII y XIII, que usan pocos
adjetivos y casi no anteponen sino los valorativos realzados por el afecto o la
ponderación. En el Cantar de Mio Cid son muy raros los adjetivos descriptivos
antepuestos: el único donde el propósito de belleza es indudable (“fallaron un
vergel con una limpia fuont”, 2700) pertenece a la descripción de un l o c u s
a m o e n u s , tópico repetidísimo en las poéticas y obras literarias latinas y
vernáculas12. A partir del siglo XIV, el influjo retórico y latinizante fomenta la
anteposición, y no sólo de epítetos y otros adjetivos explicativos, sino incluso de
algunos especificativos, forzando así las tendencias espontáneas del idioma13. En
el prólogo “Intellectum tibi dabo” que Juan Ruiz pone a su Libro de Buen Amor,
se encuentran ejemplos como “sus muchas engañosas maneras”, “la ordenada
caridad de sí mesmo comiença”, “si algunos... quisieren vsar del loco amor” (pero
también “al que quisiere el amor loco”), “porque es umanal cosa el pecar” etc.
Pero cuando la anteposición se ve más favorecida es a partir del 1400, con el
gusto por los períodos largos, sonoros y de miembros contrapesados. Instrumento
grato a esta frase de andadura lenta es el adjetivo amplificador, innecesario para la
10
Véase Salvador Fernández, Gramática, 148, nota.
11
Para los distintos sentidos en que se ha empleado el término de epiteto, véase Sobejano, pp.
15-82.
12
E. R. Curtius, Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter, 1948, 197-205.
13
Antes ocurre ya en la solemnidad de ciertas fórmulas notariales. El “ n o t u m s i t ”
“ n o t u m e s t o m n i b u s ” con que frecuentemente empiezan los documentos en latín, es en
romance “cognoscida cosa sea”, “sabida cosa es”, “sabida cosa fue”, “conoçuda cosa sea» (Doc.
Ling. 305º, 309º, 78º, 80°, 81°, 88°, etc., años 1184-1229), con escasez de “cosa conocida sea”
(Íd., 262º, años 1194 y 1198).
lógica y predominantemente colocado antes del sustantivo; pero también el
adjetivo especificador se antepone a veces, como ya hemos visto en Juan Ruiz.
Don Enrique de Villena equipara los dos tipos de calificación en “los buenos
fechos de los pasados e virtuosos cavalleros”, “acuciando los valientes coraçones
a semejables e grandes fechos”, “sin enseñamiento de scientífico mostrador”,
“con reposado ojo” (Trabajos de Hércules, 9-10). El marqués de Santillana se
complace adornando su prosa con epítetos antepuestos: “Orfeo, Pitágoras e
Empédocles... a las furias infernales con las sonoras melodías e dulces
modulaciones de sus cantos aplacavan. ¿E quién dubda que así como las verdes
fojas en el tiempo de la primavera guarnescen e acompañan los desnudos árboles,
las dulces bozes e fermosos sones no apuesten e acompañen todo rimo?”
(Prohemio, Trend, 10). El Omero romançado de Mena abunda en pasajes como
“Traen a vuestra alteza los orientales indios los elefantes mansos...; tráenvos... los
relumbrantes piropos, los nubíferos acates, los duros diamantes, los claros rubís y
otros diuersos linajes de piedras, los quales la circundança de los solares rayos en
aquella tierra más bruñen y clarifican”. Y apenas se abre La Celestina, surgen “tan
perfeta hermosura”, “en tan conueniente lugar”, “mi secreto dolor”, “los gloriosos
sanctos”, “el illícito amor”, etcétera. La anteposición no es sistemática, pues
aparte de que frecuentemente se produce la posposición espontánea de adjetivos
especificativos, entran en juego contraposiciones simétricas y la necesidad estética
de variación, originando alternancias como la de “los elefantes mansos” junto a
“los orientales indios” en el texto de Mena citado arriba, y como las que se
mencionan al final de este párrafo.
En el siglo XVI la naturalidad de lenguaje, propia del gusto renacentista en el
momento de su plenitud, restringió muchas de las anteposiciones de adjetivos con
que los iniciadores del humanismo habían violentado la sintaxis normal. Pero sin
forzarla en tal medida, la concepción platónica de una naturaleza perfecta invitaba
a destacar mediante epítetos aquellas cualidades con que los seres y las cosas
respondían mejor a sus arquetipos ideales; y esos epítetos iban preferentemente
delante del sustantivo. En una estrofa de Garcilaso “el solitario monte”, “la verde
hierba”, “el fresco viento”, “el blanco lirio y colorada rosa”, “dulce primavera” y
“la siniestra corneja” sólo están contradichos por “la selva umbrosa”, posposición
requerida por conveniencias de rima. El influjo del platonismo renacentista y de la
retórica se deja ver con creciente desvalorización no sólo en la poesía, sino
también en toda la prosa florida de los siglos XVI y XVII:
“Pues llegando el pastor a los verdes y deleitosos prados que el caudaloso rio Ezla con sus
aguas va regando..., considerava aquel dichoso tiempo que por aquellos prados y hermosa
ribera apascentava su ganado» (Montemayor, Diana, 13); “Vozes daua el bárbaro
Corsicurbo a la estrecha boca de vna profunda mazmorra” (Cervantes, Persiles, I, 1);
“Estauan puestas las mesas debaxo de los artificiosos cenadores de la quinta, donde la
Naturaleza, en floridos jazmines, alegres parras y peynadas murtas, arrogante havia
admitido la curiosidad de la industria” (Tirso, Cigarrales, 78).

Aun obras de estilo más llano muestran clara preferencia por la anteposición del
adjetivo, como puede verse en el Lazarillo y en el Quijote. La diferencia se
aminora en el Rinconete, se anula en la Historia de Mariana y se invierte en Los
Nombres de Cristo de Fray Luis de León y en Quevedo, tanto en el Buscón como
en La cuna y la sepultura. La tendencia a preferir la posposición se intensifica en
el español moderno, con altibajos que obedecen al mayor o menor peso de la
tradición clásica, al diverso grado de elaboración estilística en cada autor e incluso
en cada pasaje, a diferencias de tema y enfoque, etc. Cambio paralelo se da en la
poesía, pero con algún retraso; en el siglo XVI fue excepción insigne la lírica de
San Juan de la Cruz, que sólo ofrece abundantes adjetivos en contados pasajes y
en la que predomina la posposición, sobre todo de los epítetos más sorprendentes.
Lo habitual entonces, como después en la poesía barroca y neoclásica, era que el
número de adjetivos colocados antes del sustantivo duplicase o casi triplicase al de
los situados detrás. La proporción disminuye en los románticos, pero no se invierte
hasta nuestro siglo14.
En todo tiempo artífices del verso o de la prosa han hecho alternar las dos
posiciones del adjetivo adjunto en secuencias inmediatas, buscando variedad y
equilibrio:
“las aves que organan entre essos fructales, / que an las dulzes vozes, dicen cantos leales...”
(Berceo, Milg., 26 ab); “¡O ynclito sabio, auctor muy çïente!” (Mena, Laberinto, 127e); “los
ánimos gentiles, claros ingenios e elevados espíritus”, “la eloquencia dulçe e fermosa fabla”
(Santillana, Prohemio, 4 y 5); “la aduersa Fortuna pone su estudio con odio cruel”
(Celestina, I, 24); “cestillos blancos de purpúreas rosas” (Garcilaso, Egl. III, v. 222);
“Sobre tallo gentil temprana rosa” (Espronceda, Canto a Teresa, estr 22 d); “labrada
escalera de piedra arranca de lo hondo del zaguán. Luego, arriba, hay salones vastos,
apartadas y silenciosas camarillas, corredores penumbrosos” (Azorín, Castilla, 116);
“Vagos ánjeles malvas / apagaban las verdes estrellas. / Una cinta tranquila / de suaves
violetas / abrazaba amorosa / a la pálida tierra” (J. R. Jiménez, Seg. Antol., 1°); “en un
ancho paisaje de olivos, a quien daba unción dramática el vuelo solemne de unas águilas, y,
al fondo, el azul encorvamiento de la Sierra de Gata” (Ortega y Gasset, Meditaciones, 88,
nota).

§ 4. Acción del contexto gramatical.

§ 4.1. En la colocación del adjetivo atributivo influyen circunstancias


contextuales de carácter sintáctico: que en vez de un solo adjetivo haya dos o más,
adjuntos al mismo sustantivo; que el adjetivo lleve modificadores o
complementos; que los tenga, por su parte, el sustantivo; carácter y estructura de
los modificadores o complementos; que el sustantivo sea común o propio, etc.

§ 4.2. Pluralidad de adjetivos.


14
Véanse los estudios de Dámaso Alonso, Gonzalo Sobejano y G. G. Brownell antes citados.
Mis calicatas dan las siguientes cifras, que aun provisionales, pueden ilustrar el cambio de gusto
literario respecto a la posición del adjetivo. Prosa: Lazarillo, tratado I, 56 anteposiciones frente a
19 posposiciones; Luis de León, Nombres de Cristo (I, págs. 19- 70), 98 contra 142; Mariana,
Historia (fragmentos incluidos en la Antalogia de prosistas de Menéndez Pidal), 67 contra 67;
Quijote (I, capt. 27 y II capts. 2, 3, 9 y 10), 183, contra 118; Rinconete, 107 contra 96; Quevedo,
Buscón (capts. I- IV), 33 contra 54; La Cuna y la Sepultura (capts. I y II), 47 contra 53; Moratín,
Derrota de los pedantes (Bib. A. E., págs. 561-564), 80 contra 107; Larra, La Nochebuena de
1836, 21 contra 72; Galdós, Miau (capts. I-III), 77 contra 130; Azorín, Castilla (“La catedral” y
“Ventas, posadas y fondas”), 84 contra 132; Baroja, El gran Torbellino del mundo (1926, págs.
13-31), 23 contra 114; Miró, Nuestro Padre San Daniel (Biblioteca Nueva, págs. 5-25), 72 contra
122; Cela, Viaje a la Alcarria, I y II, 73 contra 124.
Poesía: Góngora, Soledad I (vv. 1-200), 82 anteposiciones y 30 posposiciones; Jovellanos,
Epístola a Anfriso, desde El Paular (ed. Caso), 88 y 39 respectivamente; Espronceda, Canto a
Teresa (vv. 1-200), 66 y 48; Bécquer (Rimas I- XII), 48 y 33; Rubén Darío (“Era un aire suave”,
Sonatina, Canción de otoño, el Clavicordio de la abuela y Salutación del optimista), 93 y 96;
Antonio Machado (Soledades, I-VIII), 58 y 89; Juan Ramón Jiménez, Diario de un poeta recién
casado (poemas 1-22), 23 y 65; García Lorca, Poeta en New York (cuatro poemas iniciales), 15 y
44.
Dos o más adjetivos o equivalentes de adjetivos, ya estén unidos por
conjunción, ya estén yuxtapuestos, pueden ir delante o detrás del sustantivo como
si se tratara de un solo adjetivo. Ahora bien, la anteposición es tanto más
infrecuente y artificiosa cuanto mayor sea el número de calificativos. La menos
contraria a la espontaneidad es la de dos en expresiones ponderativas, bien pongan
de relieve un valor, bien un rasgo descriptivo:
“Molina, buena e rica casa” (Cid, 1550); “fue a dar los fuertes e espessos golpes a diestro e
a siniestro” (Tristán, 88, 1.5); “La humill syn manzilla Virgen Santa María” (Corbacho, 3);
“perpetuo intollerable tormento” (Celestina, I, 24); “aquellas grandes y delgadas tocas”
(Íd., 31); “por aquella hermosísima y divina boca” (Sta. Teresa, Vida, 228); “continuas y
memorables alabanças” (Quijote I, 9, 129); “un vapor de una alta y delgada chimenea”
(Azorín, Castilla, 33); “los grises, menudos pájaros de la ciudad” (Cela, Alcarria, 17).

Como se dice en § 4.3., la compañía de un adverbio de escaso cuerpo no


estorba la anteposición:
“jamás tan auariento ni mezquino hombre no vi”, “la negra mal maxcada longaniza”
(Lazarillo, 6 y 11); “el estéril y mal cultivado ingenio mío” (Cervantes, Quij., Pról., 29);
“los armarios están repletos de nítida y bien oliente ropa” (Azorín, Castilla, 117).

La anteposición de tres o más adjetivos no es rara en la poesía, pero se atestigua


también en prosa retórica o esmerada:
“Dulce, sabrosa, cristalina fuente” (Cetina, son. 81); “por esta alta, empinada, aguda
sierra” (Herrera, Poes, son. 26); “Sacros, altos, dorados capiteles” (Góngora, I, 122);
“Galvánica, cruel, nerviosa y fría / histérica y horrible sensación” (Espronceda, Estudiante,
249, 9-10); “¡Años de muchos lances fueron aquellos para la destartalada, sucia, incómoda,
desapacible y oscura villa!” (Galdós, Fontana, 11a); “una fina, centelleante, ondulante
espada toledana” (Azorín, Castilla, 129); “Este perdido, borracho, blasfemador y cínico
pirata” (Baroja, Shanti Andía, 1026).

A veces se repite ante cada adjetivo el articulo u otro determinativo, induso con
preposición:
“¿Son éstos por ventura los famosos, / los fuertes, los belígeros varones / que conturbaron
con furor la tierra? (Herrera, Versos, 306, 53-54); “hurgan con un palito en los frescos, en
los tibios, en los aromáticos montones de basura” (Cela, Alcarria, 22).

La posposición, siempre más llana, abunda más en todos los tiempos:


“una piel vermeja, morisca e ondrada” (Cid, 119); “era muger estanna e sennera” (Prim.
Crón. Gen., 42 a); “ca en muger loçana, fermosa e cortés / todo bien del mundo e todo
plazer es” (J.Ruiz, 108, cd); “vieja sabia y honrada” (Celestina, X, 183); “una vergüenza
libre y generosa” (Garcilaso, Canc. IV, 54); “con estilo muy propio y muy elegante”
(Valdés, Diál. lengua, 8); “subir el espíritu a cosas sobrenaturales y estraordinarias” (Sta.
Teresa, Vida, 85); “de aire político y diplomático”, “edificios viejos y grises”, “aspecto
viejo y marchito” (Baroja, Torbellino, 13).

Hoy es casi de rigor la posposición cuando los adjetivos son especificativos y


dominante cuando explicativos.
Con cierta frecuencia los adjetivos se distribuyen, situándose unos antes y otros
después del sustantivo:
“por agudas peñas peligrosas” (Garcilaso, Canc. IV, 9); “Corrientes aguas, puras,
cristalinas” (Íd., Egl. I, 239); “mi cercana muerte venidera” (Lazarillo, 23); “tus bellos
espejos cantores” (A. Machado, Soledades, VI).
El adjetivo pospuesto puede colocarse entre el sustantivo y un complemento de
éste:
“la sonora / copla borbollante del agua cantora” (ibíd.); “los misteriosos tranvías negros de
la noche” (Cela, Alcarria, 21). La elección de uno u otro adjetivo para cada puesto puede
obedecer a razones estilísticas (ritmo, poder evocador, mayor o menor relieve); pero en
ocasiones responde a la exigencia lingüística de posponer al nombre el calificativo que lo
especifique. Podemos decir “los austeros varones castellanos”, “un gran orador religioso”,
pero no “los castellanos varones austeros” ni “un religioso orador grande”.

En la lengua medieval y clásica el sustantivo podía mediar entre adjetivos


copulados:
“buenas donas e ricas” (Cid, 224); “bon omne e onrado” (Prim. Crón. Gen., 42a); “como
buen cauallero e leal” (Tristán, 88); “con ricas tïaras e resplandescientes” (Santillana,
Comedieta, 94h); “seria útile cosa e santa” (Corbacho, 6); “enferma de grandísima
enfermedad y muy penosa” (Sta. Teresa, Vida, 27); “de las errantes lumbres y fixadas”
(Herrera, Poes, son. X); “una de las mejores bodas y más ricas” (Cervantes, Quij. II, 29,
239).

Como licencia poética, Espronceda escribe aún “lánguida luz y cárdena


esparcían” (Estudiante, 239, 22). En el uso normal moderno sólo ocurre cuando el
segundo adjetivo es añadidura ajena a la originaria configuración mental de la
frase: “Buenas noches, y frescas”.
Para la colocación de los adjetivos comparados entre sí, y para la de grupos de
adjetivos en que uno está modificado por adverbio o complemento, véase § 4.3 b
y c.

§ 4.3. Adjetivo modificado por adverbio o complemento con preposición.


a) Si el adjetivo está precedido por cualquiera de los adverbios que sirven para
formar el comparativo o superlativo perifrásticos, la posición del adjetivo respecto
del sustantivo no difiere de la que podría tener si fuera positivo. Abundan
anteposiciones como
“cuemdes e potestades e muy grandes mesnadas”, “atan malos ensienplos non fagades
sobre nos” (Cid, 1980, 2731); “por muy más ligera cosa tengo de perder las mis palabras en
ti” (Prim. Crón. Gen., 39b); “buscaua... muy sotiles inuenciones” (Lazarillo, 36 v.°); “arto
gran misericordia açe”, “sosegóse el espíritu con tan buen huésped”, “en más subido amor
de Dios” (Sta. Teresa, Vida, 76, 334); “en la más alta ocasión que vieron los siglos” (Quij.
II, Prólogo, p. 27), etc.

Pero también son corrientes en todo tiempo los ejemplos de posposición:


“Atiença, una peña muy fuort” (Cid, 2691); “Era vn garçon loco, mançebo bien valiente”
(JRuiz, 189a); “en muchas cosas arto graves” (Sta. Teresa, Vida, 20); “este amor, que me
encendió / con fuegos tan excesivos” (Lope de Vega, Caballero de Olmedo, I, v. 14).

b) En tono altisonante o amanerado se anteponen a veces al sustantivo dos


adjetivos comparados entre sí mediante las partículas correspondientes:
“no menos délficos que marciales honores e glorias obtengades” (Santillana, Prohemio,
18); “aquellos tan honestos quanto bien declarados requiebros” (Cervantes, Coloquio de
los perros, 166, 20, pasaje que remeda irónicamente el estilo de la novela pastoril). Lo
habitual es la posposición: “comiença vna oración no menos larga que deuota” (Lazarillo,
40); “una gallarda africana / tan noble como hermosa, / tan amante como amada”
(Góngora, I, 95).
c) En la lengua escrita no obsta a la anteposición del adjetivo o equivalente el
llevar delante adverbios monosílabos o bisílabos como no, ya, mal, menos, poco,
tarde, recién, siempre, nunca, jamás, etc:
“con la flaca lança e poco temedera espada” (Gómez Manrique, NBAE, XXII, 57b); “se
atrevió traer las joyas de Petrarca en su no bien compuesto vestido” (Herrera, Anotaciones,
76).

En la obra cervantina abundan los ejemplos, que si en unos casos corresponden a


prosa manierista o caricaturizan los libros de caballerías, muchas veces pertenecen
al estilo llano:
“la luna, con nueuo y no usado resplandor, alumbraua la tierra” (Galatea, t. II, 211);
“quatro mal lisas tablas sobre dos no muy yguales bancos” (Quij. I, 16, 207); “el nunca
medroso Brandabarbarán de Boliche” (18, 237); “las muchas pedradas que los ya sueltos
galeotes les tirauan” (22, 312); “el tarde arrepentido amigo” (35, 161); “el recién venido
cauallero” (II, 72, 380), etc.

Incluso con adverbio más largo se da algún caso de anteposición: “la felizmente
acabada aventura de los leones” (II, 17, 209).
d) Adjetivos, solos o en serie, modificados por complementos suyos, a veces
oracionales. Aparecen antepuestos al sustantivo, de ordinario en frases ampulosas.
Cervantes ridiculiza este uso: “¡O fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don
Quixote! (II, 17, 217); “Insigne cauallero y jamás como se deue alabado don
Quixote” (64, 314); pero sin burla alguna lo emplea de vez en cuando: “notad
cómo el cielo, por desusados y a nosotros encubiertos caminos, me ha puesto a mi
verdadero esposo delante” (I, 36, 168). Lo corriente en toda época, incluso en el
lenguaje literario, es que tales complejos sintácticos sigan al sustantivo, según
orden de progresiva determinación:
“los coraçones aparejados con apercibimiento rezio contra las aduersidades” (Celestina,
XII, 209); “la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos
varios” (Quij. I, Prólogo, 29); “hombres extraños, desnudos y adornados con plumas”
(Azorín, Castilla, 77); “y me clavó los ojos tristes, suplicantes, guarnecidos de lágrimas,
como de oraciones purísimas” (Valle-Inclán, Son. de primavera, 184-185).

§4.4 Interrogaciones y ponderaciones introducidas por “qué, cuán, cuánto,


tanto”
Si el introductor, en función de adverbio, se refiere al calificativo, éste precede
necesariamente al sustantivo:
“¡Dios, qué buen vassallo!” (Cid, 20); “¡Yuy, qué mala sylla! ¡Yuy, qué mala mula!”
(Corbacho, 176); “ya ves quán grande liviandad sería” (Cisneros, Cartas, 2-16, K);
“cuanto mayor merced hallaras que la fortuna te hazía” (Montemayor, Diana, 20); “¿cuánto
más expressa imagen suya será su sanctissima ánima?” (Fr. Luis de León, Nombres I, 97-5);
“y quán no pensados sucessos suelen suceder!” (Quij. II, 55, p. 200); “¡Qué hermosa
muestra eres, cielo azul del día...!” (J.R.Jiménez, Segunda Antol. 484).

Con tanto o cuanto en función de adjetivos, el calificativo puede preceder o seguir


al sustantivo:
“Tantos pendones blancos salir vermejos de sangre, / tantos buenos cavallos sin sos dueños
andar” (Cid, 729-30); hoy, “¡cuántos buenos amigos!”, “¡cuánto esfuerzo inútil!”.
Con qué adjetivo, el calificativo tiene que posponerse al nombre; la mayor
frecuencia de ejemplos corresponde al esquema qué + sust. + tan o más +
calificativo:
“¡con qué cobro tan malo me uenistes!” (JRuiz, 783 a); “qué diligencia tan biva...”
(JManrique, Coplas 7g); “¿qué llama tan soberbia es ésta?” (Muñón, Lisandro y Roselia,
185, 15); “¡Qué dolor infinito...!” (Alberti, Poes. compl. 536); en el habla diaria “¡qué día
más hermoso!”, “¡qué cosa tan rara!”.

§ 4.5. Cuando el sustantivo lleva detrás un complemento preposicional, la lengua


literaria tiende a anteponer el calificativo adjunto, dejando para el sustantivo la
posición central:
“la noble cibdat de Carthago”, “los fuertes robres de los montes” (Prim. Crón. Gen. 40a y
b); “la nueua hedad de juuentud” (Santillana, Prohemio, 3); “con artificiales consejos de
lengua” (Celestina, X, 192); “con vna delgada tortilla de cera”, “en esta insigne ciudad de
Toledo” (Lazarillo, 7 y 46); “los rubios cabellos de las ginouesas y la gentileza y gallarda
disposición de los hombres, la admirable belleza de la ciudad” (Cervantes, Lic. Vidriera,
79); “Tristes recuerdos del placer perdido” (Espronceda, Canto a Teresa, ib); “entre las
retorcidas raíces de los árboles” (Bécquer, Desde mi celda, carta II); “la difícil y abnegada
virtud de las comprobaciones históricas” (Miró, Nuestro P. San Daniel, 5); “los serenos de
nuevos, relucientes galones de oro” (Cela, Alcarria, 19).

No es forzosa la anteposición, ni siquiera en valoraciones ponderativas:


“oyrás la causa desesperada de mi forçada y alegre partida” (Celestina, XX, 289);
“abonanza el tiempo y se sosiegan las olas bravas del mar” (Mariana, Historia, X, IV); “con
la falta grande de virtud” (Sta. Teresa, Vida, 31).

Menos todavía en puntualizaciones especificativas como en otro pasaje de la


misma autora (“algunos pasatiempos santos de conversaciones”, ibíd., 83) y como
en el habla diaria (“los hombres jóvenes de este pueblo”, “la fachada principal de
la casa”). Como reacción contra el manoseado empleo literario del adjetivo
antepuesto, hay autores que dan relieve a sus epítetos situándolos entre el
sustantivo y su complemento: “la oscuridad morada de la calleja”, “aquel silencio
reducido del eclipse”, “la transición larga del crepúsculo”, “un olor penetrante a
naranjas”, “Los velos incoloros del oriente” (J.R.Jiménez, Platero, 21, 23, 24, 25
y 33).

§ 4.6. La presencia de un determinativo referido al sustantivo no influye sobre


la colocación del calificativo adjunto sino en la medida en que haga innecesario a
éste para delimitar las realidades a que el sustantivo se refiere. Si quedan
suficientemente precisadas por el determinativo, el calificativo, carente de función
especificadora, tiene la expresiva de valor o afecto, por lo que se sitúa con cierta
frecuencia antes del sustantivo:
“por la tu falsa lengua”, “con tus falsas iuras”, “metí los mios grandes regnos so los tus
pies” (Prim. Crón. Gen. 41 a y b); “tus estremadas gracias, tu alto nascimiento” (Celestina,
XII, 212); “tu dulce habla ¿en cúya oreja suena? / Tus claros ojos ¿a quién los volviste?”
(Garcilaso, Égl. I, vv. 127-128); “aquellos dulces tragos”, “aquel dulce y amargo jarro”,
“deste astuto ciego” (Lazarillo, 7 v.°, 10 v.°); “venía trayendo delante sí sus mansas
ovejuelas” (Montemayor, Diana, 71); “quando estaua por las bardas del corral mirando los
actos de tu triste tragedia” (Cervantes, Quij. I, 18, 231); “Forcejeamos para quitarle aquel
maldito revólver” (Galdós, Realidad, 893 b); “esa vaga y romántica alegría que encanta los
enamoramientos juveniles” (Valle-Inclán, Son. de primav., 99).
Pero estos ejemplos están contradichos por otros de los mismos textos, como
“desta tu mugier mezquina muy trist”, “las tus reliquias sagradas” (Prim. Crón. Gen., loc.
cit.); “y me alargó su mano carnosa y blanca”, “aquellos ojos negros” (Valle-Inclán, 56 y
64).

La posposición del calificativo domina cuando éste señala el aspecto que interesa
del sustantivo o cuando tiene función claramente especificativa:
“¿Cuándo se ha visto aquí, en la última decena de enero, estas noches tibias, este aire
húmedo y templado, este cielo benigno...?” (Galdós, Realidad, 791 a); “uno de esos retoños
perdidos” “esa gasa larga que las viudas se cuelgan del sombrero”15.

Se ha dicho que “desde el momento en que la identidad de un individuo u objeto


ha sido establecida en el discurso, todos los adjetivos que atribuyen al nombre la
misma cualidad en referencias posteriores tienen que preceder al nombre”, y que
en tales referencias el sustantivo suele llevar artículo determinante, demostrativo o
posesivo. En apoyo de esta aserción se ha aducido que en el Lazarillo la primera
vez que se menciona el arcón del clérigo se describe como “un arcaz viejo y
cerrado con su llave” y después como “la vieja arca”, “la antiquíssima arca”16. Tal
aserto es válido siempre que el adjetivo no especifique al sustantivo, como ocurre
en este caso del Lazarillo, donde se trata del único arcaz mencionado en el relato;
pero si hay especificación, el calificativo se suele posponer al sustantivo tanto en
la primera vez que aparecen, cuanto en las referencias posteriores, cualquiera que
sea el determinativo que lleven. Si hemos dicho que “Juan tenía un traje azul para
los días de fiesta”, diremos luego “aquel domingo se plantó su traje azul”.

§ 4.7. El adjetivo aplicado a nombre propio puede obedecer al propósito de


distinguir a un individuo o entidad entre sus homónimos, o al de añadir al nombre
explicaciones ilustrativas sobre la procedencia, situación, actividad, etc., de la
persona o cosa nombrada. En estos usos no es raro encontrarlo pospuesto al
nombre propio, de acuerdo con la construcción latina
“Cato maior”, “Cipion Affricano”, “Scipión Affricano” (Prim. Crón. Gen., 27 a y b),
“Ysidoro Cartaginés”, “Guido Januncello boloñés e Arnaldo Daniel proençal” (Santillana,
Prohemio, 5 y 8), “Guidón Bituricense” (Lope, Dorotea, 361), Carlomagno, Ludovico Pío,
Gregorio Nacianceno, etc.

Pero este sintagma sin artículo tuvo siempre como rivales aventajados otros dos
esquemas: “Scipion ell Affricano” (Prim. Crón. Gen., 27 a), dominante en la
especificación, sobrenombres fijos y epítetos consagrados17, y “El español
Gerardo” (Céspedes y Meneses), de desarrollo posterior. El adjetivo valorativo o
caracterizador aparece alguna vez en la lengua medieval pospuesto al nombre
propio: “e yo, Dido mezquina” (Prim. Crón. Gen., 41 b); pero es uso poco
extendido, mientras que entonces estaban pujantes ya las construcciones “el bueno
de Minaya” y “Eneas el desleal” (Prim. Crón. Gen., 42 a)18. Desde el último
15
Salvador Fernández, Gramática, § 82.
16
Keniston, op. cit., 25.135.
17
Remito a “Sobre las construcciones „con sola su figura‟, „Castilla, la gentil‟ y similares”,
Iberida, n.° 6, 1961, 88- 95.
18
Véase también “Sobre las construcciones „el diablo del toro‟, „el bueno de Minaya‟, „¡ay de
mí!‟, „¡pobre de Juan!‟, „por malos de mis pecados‟”, Filología, VIII, 1962, 175-178.
tercio del siglo XIII, se documenta la secuencia articulo + adjetivo + nombre
propio, que había de ser la más abundante en el lenguaje literario:
“el cuytado Diomedes”, junto a “Breçayda la fermosa” (Hist. Troyana, 193); “nin la muy
fermosa Elena” (Pero Ferraz, Canc. Baena, 301°); “Al muy prepotente don Juan el
Segundo”, “la grand Babilonia”, “la triste Canaçe”, “el alto Vergilio” (Mena, Laberinto, 1
a, 5 a, 103 f, 123 c); “el desastrado Píramo”, “la desdichada Tisbe” (Celestina, I, 25); “de
la fiera Cartago”, “la blanca Nise” (Garcilaso, Égl. II, v. 1554; III, 193); “a toda la
espaciosa y triste España” (Fr. Luis de León, Profecia del Tajo, v. 25); “la sin par
Dulcinea”, etc.

Su triunfo relegó al lenguaje llano o familiar la construcción el bueno de Fulano y


restringió el área de Pedro el Cruel, Granada la bella.
Cuando un apelativo está en aposición con un nombre propio que le sigue, el
adjetivo que califique al apelativo tiene que preceder a éste: “el gentil niño
Narciso” (F. Pérez de Guzmán, Canc. Baena, 551°); “la hermosa pastora
Selvagia” (Montemayor, Diana, 71).

§5. Separación entre el adjetivo y el sustantivo a que se refiere.

§5.1. Es frecuente que por expresividad o por otras razones, sin propósito de
remedar el hipérbaton latino, se interpongan palabras entre el adjetivo y el
sustantivo calificado. La interpolación más abundante es la del verbo, muy
reiterada en el Cantar de Mio Cid: “Non duerme sin sospecha que aver trae
monedado”, “un sueñol priso dulce, tan bien se adurmió”, “gentes trae
sobejanas”, “dos espadas tenedes fuertes e tajadores” (126, 405, 988, 2726, etc.).
A veces la escisión del sintagma obliga a que el sustantivo lleve articulo: “grant a
el gozo mio Cid” (803). La vivacidad o el desaliño suministran ejemplos en otras
épocas, y no sólo con verbo interpuesto sino también con otras palabras: “cosas
que ellos comen muy buenas” (Cortés, Cartas, 68, 2)19. La resistencia a empezar
frases con el verbo ser, viva aún en el siglo XVI, favorece su intercalación en “ley
fue muy usada y guardada” (Guevara, Menosprecio, 2, 6); “iñorancia es muy
grande”. (Valdés, Diál. leng., 172). Otras veces la separación obedece a que el
sustantivo va seguido por un adjetivo o complemento ligado a él más
estrechamente que el calificativo distanciado: «manera de hablar antigua» (Ibid.,
64); “lazo de oro cruel, dulce tormento” (Cetina, son. 166°); «Viole en las manos
un dardo de oro largo» (Sta. Teresa, Vida, 234); o responde a que el alcance del
adjetivo está limitado previamente por un complemento: “no ay cosa para el
hombre más fácil que el reprehender a otros” (Guevara, Menosprecio, 5, 19);
“Flérida para mí dulce y sabrosa / más que la fruta del cercado ajeno” (Garcilaso,
Égl. III). Son de notar, por último, anticipaciones del adjetivo como “midió la
medida de las aguas pequenna a mano, et en el çielo a grandes palmadas”
(Alfonso X, Setenario, 101, 28); “al pie de una verde oliva / amargo que lleva el
fruto, / amargo para la linda”, (Menéndez Pidal, Flor nueva de rom. viejos, 1928,
76). En este último caso debe de haber influido la prolepsis del adjetivo
predicativo en construcciones como “Viejo que venís, Cid” (Romancero, Primav.
58); “golosazo, comilón que tú eres” (Quij. II,2,52), etc.

§ 5.2. Cosa distinta es la imitación deliberada y consciente del hipérbaton latino.


Los primeros intentos de ella coinciden con las más antiguas muestras de la
19
Keniston, op. cit., 25.19-25.197.
retórica cuatrocentista. Don Enrique de Villena multiplica desplazamientos como
«los intrincados e menos entendidos por legos vocablos», «los Çésares por tal
criamiento e uso las heroicas alcançaron virtudes» (Trabajos de Hércules, 4, 10,
etc.), hasta hacerlos característicos de su estilo. La separación hiperbática de
adjetivo y sustantivo aparece con mayor o menor frecuencia en prosistas como el
Arcipreste de Talavera y poetas como Fernán Pérez de Guzmán o Santillana. Juan
de Mena la aprovecha para acoplar las palabras al ritmo del arte mayor y darles
relieve con los acentos del verso: «Divina me puedes llamar Providencia», «las
maritales regando cenizas», «los miembros ya tiemblan del cuerpo muy fríos»
(Laberinto, 23h, 64c, 252a); Gómez Manrique la practica tanto en los poemas de
tono más elevado como en la prosa de los prólogos correspondientes20; y
Fernando de Rojas escribe «largas se sufren tristezas» (Celestina, XX, 292, 15).
«

En los siglos XVI y XVII sólo se da en poesía; Garcilaso ofrece varios ejemplos
como «guarda del verde bosque verdadera» (Egl. II, 610), «como en luciente de
cristal coluna» (Eleg. I, 73). Más abundan en Herrera («las alas de su cuerpo
temerosas», Poes., 39, 51, etc.), y sobre todo en Góngora, que hace del hipérbaton
uno de sus recursos estilísticos preferidos: «Pasos de un peregrino son errante /
cuantos me dictó versos dulce musa», «luminosas de pólvora saetas» (Soledad I,
1-2, 657), «undosa de cristal dulce vihuela» (Obras, II, 348)21. La maestría con
que el poeta cordobés saca partido estético de tal libertad no impidió que ésta
fuese blanco de ataques y burlas por parte de los contradictores al culteranismo.
Sin embargo, Quevedo, el más encarnizado antigongorista, acuñó con hipérbaton
su maravilloso endecasílabo «relámpagos de risa carmesíes» (Poes. orig., 464°); y
en neoclásicos y románticos no es raro encontrar ejemplos como «¡Oh fuerza del
ejemplo milagrosa!» (Jovellanos, Epist. a Anfriso, v. 162), «al soplo de los céfiros
suave» (Espronceda, Canto a Teresa, v. 27), etc.

§ 6. A primera vista la colocación del adjetivo calificativo atributivo en nuestro


idioma parecería obedecer a una complicada casuística donde las interferencias de
diferentes motivaciones hicieran imposible señalar directrices claras. Sin embargo
responde básicamente a dos oposiciones que forman parte del sistema lingüístico
español: una de ellas enfrenta las funciones especificativa y explicativa, haciendo
que la primera esté representada por un adjetivo pospuesto al nombre, mientras el
representante de la segunda tiene mayor libertad. La otra es una oposición de
relevancia expresiva cuyo término marcado corresponde al adjetivo antepuesto y
el no marcado al pospuesto. La índole semántica de cada adjetivo facilita o
dificulta el ejercicio de cada función, y es factor importante para que pueda entrar
en juego la expresividad. De aquí la existencia de normas relativamente firmes
que favorecen la secuencia buen amigo, mala señal, gran negocio, ¡feliz viaje!,
«laborioso empleado catalán», admiten blanca pared, altos pinos junto a pared
blanca, pinos altos y rechazan administrativo cargo, sindical casa, «catalán
empleado laborioso». Actúan además factores contextuales importantes, sobre
todo la resistencia a que el sustantivo vaya precedido por más de un elemento
20
María Rosa Lida de Malkiel, Juan de Mena, poeta del prerrenacimiento español, 1950, 206-
209. En prólogos de Gómez Manrique, «otro padre de quien verdadero me reputaua fijo», «los que
adotivos me dio loores», «agudos eran estímulos», etc. (NBAE, XXII, 67).
21
Para el hipérbaton en el Siglo de Oro, véase Dámaso Alonso, La lengua poética de Góngora,
1935, 176-212 y Vida y obra de Medrano, I, 1948, 180-202, así como mi artículo El hipérbaton en
la poesía de Fray Luis de León, en Studies in Spanish Literature of the Golden Age presented to
Edward M. Wilson, London, 1973, 137-147.
dependiente de él o por uno seguido de complementos propios: sólo es posible a
nivel literario; pero ni siquiera en él puede admitirse «un encuadernado en pasta
libro» o «las llenas de ilusión muchachas».
La literatura ha ampliado el margen de anteposición permitido en el uso
general. Si en épocas pasadas lo hizo desbordando violentamente las posibilidades
del sistema o quebrantando su juego de oposiciones, la reacción operada en los
tres últimos siglos ha ido eliminando los excesos más detonantes. Aparte de las
peculiares licencias de la poesía, tanto ella como la prosa más elaborada han
gozado y gozan de libertad suficiente para colocar el adjetivo atributivo según
conveniencias de ritmo y entonación, evitar cacofonías o repeticiones de un
mismo esquema sintáctico, contrapesar miembros de diferente ordenación interna,
hacerlo, en suma, instrumento eficaz de la creación artística.

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