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Introducción
Esta es una novela de magia y de misterio dividida en tres
partes, aunque antes fueron 186 cuentos leídos noche a
noche para un público selecto compuesto por personas de
todas las edades, aunque la excusa fuera entretener a la
niñez.
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PARTE I. EL REINO DE ORGANDÍ
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CAPÍTULO 1. EL PAÍS
Organdí es un país rodeado de montañas, casi por todos lados, y que
cuenta con… una sola habitante: la princesa de Organdí.
El telar le contestaba con su “taca taca, taca taca, taca taca” habitual,
mientras la tela seguía saliendo y enrollándose en enormes bobinas.
–Taca taca, taca taca, taca taca –volvía a responder el artefacto, aunque
esta vez se lo escuchaba más alegre.
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siguiera siendo el hermoso lugar que siempre había sido desde que ella
recordaba.
Pero lo más curioso de todo era que las puertas no daban siempre al
mismo lugar. La puerta que durante días había dado acceso a la
biblioteca, de repente, al abrirla, hacía que la princesa se encontrara en
el jardín. O podía ocurrir, por ejemplo, que la puerta que llevaba a la
cocina, ese día franqueara el paso al taller de confección de telas.
Pero, al final de cuentas, no era un problema tan, tan, grave: así como
nos acostumbramos a que cada puerta dé siempre al mismo lugar,
también nos podemos acostumbrar a que, a veces, dé a un lugar
distinto. Por ejemplo, cuando la princesa quería ir al salón del trono,
ponía la mano en el picaporte y se preguntaba:
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Y así como antes pensaba en firmar algunos decretos reales, ahora se
ponía, con el mismo entusiasmo, a arrancar yuyos y malas hierbas para
que los vegetales crecieran bellos y fuertes. Porque no se trataba sólo
de los tomates. En la huerta crecían zapallitos, lechuga, frutillas,
berenjenas, espinacas y tantas otras cosas.
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pero lo cierto es que, desde aquel día, comenzó a mirar cada vez con
más frecuencia en esa dirección.
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CAPÍTULO 2. LAS FIESTAS DE ORGANDÍ
Las fiestas en el país de Organdí eran muchas y variadas. La más
importante era la fiesta del algodón: iniciaba cuando el algodón estaba
maduro y duraba toda una semana. La fiesta más alegre era la del
cumpleaños de la princesa: allí ella adornaba todo el palacio con luces
de colores, ponía música y bailaba hasta quedar rendida de cansancio.
Después de bailar apagaba las velitas de la torta y se servía una gran
porción para recuperar fuerzas.
Pero las fiestas del algodón y del cumpleaños de la princesa no eran las
únicas. También se disfrutaban la fiesta de los carros, de la hilandería,
de los caballos de tiro, de los caballos de paseo, de los ruiseñores, de
las margaritas en flor, de la lluvia. Además del festejo del día del huevo
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y, aparte, del día de la gallina, que era como decir el “día de la madre”
del huevo. Otras fiestas eran la fiesta del hilo de algodón, la del tejido,
la del mar, la de la montaña, la de las palomas con patas naranjas, la de
los patos de plumas verdes, la de los gigantes de un solo ojo, la de los
dragones…
Pero ¿es que en verdad había allí gigantes y dragones? Claro que no,
pero sus fiestas eran hermosas y, además, la princesa pensaba así: “Si
alguna vez llegara a Organdí algún gigante o algún dragón, se sentirá
como en su propia casa al descubrir que aquí existe una fiesta en su
honor y, de esa manera, se le quitará las ganas de hacer algún daño al
reino”.
¿Cómo era esto así? ¿De qué clase de magia se trataba? Por empezar,
ustedes saben que para tener grandes sembradíos de algodón es
necesario plantar el algodón, que crece, como todas las plantas, de una
semilla. ¿Cómo haría la princesa, que era la única habitante del reino,
para hacer semejante trabajo que requeriría de miles de personas? Muy
sencillo, ¡ella no lo hacía!
Una vez llegado allí el algodón se limpiaba y unos husos, que también
funcionaban mágicamente, lo transformaban en hilo. A la magia de
estos husos se la llamaba “magia hilandera”. Ese hilo se enrollaba en
inmensas bobinas que se utilizarían luego para confeccionar la famosa
tela de organdí.
Lo único que debía hacer la princesa era vigilar que todo funcionara
normalmente. Visitaba las plantaciones, atendía a que todo estuviera
listo –bolsas, carros, caballos para transportar el algodón– y recorría la
hilandería para ver que los husos y los telares estuvieran realizando su
trabajo normalmente.
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para animar al artefacto defectuoso. Esta magia era infalible, al día
siguiente la tela volvía a salir con toda su perfección.
Esta tarea se hacía año tras año y era vital para el reino. Era imposible
imaginar al reino de Organdí sin sus telas de organdí. Esa era la razón
de su existencia, al menos hasta ese momento, y la princesa la
encargada de que allí todo funcionara correctamente.
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CAPÍTULO 3. LOS HOMBRES DEL MAR
Como cada año, se presentaron frente a los galpones todos los carros
del reino y todos los caballos de tiro, cuatro por carro. Imagínense que,
si los carros eran cientos, ¡cuántos serían los caballos! En cada carro se
cargaban cuatro rollos de tela, porque más no cabían ni los caballos
hubieran tenido fuerzas para arrastrarlos.
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manera, inclinando su cabeza casi hasta tocar la cabeza del caballo
sobre el que estaba montada.
No es cosa sencilla gobernar un reino, aunque ese reino tenga una sola
habitante y cuente con magia para sembrar y cosechar el algodón,
fabricar el hilo, elaborar la tela y transportarla puntualmente hasta el
lugar indicado.
Una vez que los barcos se habían perdido en el horizonte los carros se
acercaban a los paquetes que los marineros habían descargado. Cada
paquete se iba acomodando en un carro, ordenados, uno al lado de otro.
Cuando ese estaba lleno, seguían por el siguiente. ¿Eran paquetes
mágicos? Nada de eso. Los que tenían magia eran los carros, se
llamaba “magia carretera” y hacía que cuando se acercaban a una carga
ésta se subiera sola al carro. ¿O cómo creen ustedes que se cargaron los
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rollos de tela para ser transportados hasta la playa? Claro está que no lo
podría haber hecho la princesa, ni cien princesas juntas.
Así que casi todos los misteriosos paquetes contenían alimentos que no
se fabricaban en el reino de Organdí, pero que hacían falta para la
buena vida en el palacio. Verduras no eran necesarias porque se
cultivaban en la huerta. Tampoco condimentos porque en el herbario
real crecía orégano, perejil, tomillo, romero, menta, albahaca,
ciboulette y muchas otras plantas aromáticas para saborizar las
comidas. El reino también contaba con un inmenso huerto que
albergaba toda clase de árboles frutales.
Una vez completada la carga, ella empujaba el carrito por los pasillos
del palacio hasta llegar a su destino. Pasaba por la puerta del salón
principal, que era donde la princesa bailaba, pero sin entrar en él.
También dejaba atrás, sin detenerse, los accesos a los comedores –
porque ustedes deben saber que el palacio tenía muchos comedores.
Estaba el comedor del desayuno, llamado también desayunador, que era
una sala con ventanas que daban hacia el oriente, que es por donde sale
el sol. Otro de los comedores era el de la merienda, llamado merendero,
y que consistía en una sala cuadrada con ventanas que daban hacia
occidente. El comedor de la cena, al que también le decían cenáculo,
era redondo y tenía techo de vidrio para poder mirar las estrellas. Y
después estaba el salón del almuerzo, al que le decían, a ese sí,
comedor.
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CAPÍTULO 4. LA BIBLIOTECA
Esas cajas pesadas de las que la princesa se encargaba personalmente
contenían: ¡libros! Y la sala hasta donde los había llevado era la
biblioteca del palacio. En ese lugar la princesa de Organdí pasaba
mucho tiempo porque leer era una de sus actividades preferidas.
Los que trataba de evitar era leer cuentos de terror, con monstruos o
fantasmas, porque luego le daban miedo a la hora de irse a dormir. Pero
cada tanto leía alguno. Se decía a sí misma: “Es sólo un cuento, tengo
que aprender a leer cuentos de terror sin asustarme”. Pero como igual
se asustaba, luego pasaba varias semanas hasta animarse a leer algún
otro.
También leía libros donde se contaba cómo vivían las personas en otros
países. No sabía si todo lo que decían era exactamente así, pero
aprendía muchas cosas que algún día le podrían ser útiles en su reino.
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Leía sobre estrellas y constelaciones, sobre dinosaurios y personajes
fantásticos. En fin, era una gran lectora.
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Es cierto que no se veían regularmente y, una vez que aparecían,
rápidamente se disipaban. Tratando de recordar cosas que leía en sus
libros, por un momento pensó que podría tratarse de una estrella caída
que se encontraba agonizando, pero luego se dio cuenta de que, si ese
fuera el caso, brillaría de noche y no de día.
Pensó que debía averiguar de qué se trataba, pero ese día tenía que
visitar las plantaciones de algodón y eso era mucho más importante: del
algodón dependía la vida del reino.
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CAPÍTULO 5. LA INVASIÓN DE LOS GUSANOS
La princesa estuvo todo el día recorriendo los sembrados. No le costó
mucho encontrar a los causantes de aquella calamidad, que no eran
otros que miles de gusanos hambrientos dándose un festín con las hojas
de las plantas de algodón.
Eso sí era algo muy grave porque las hojas, para las plantas, son como
los pulmones para nosotros: las necesitan para respirar. Y no sólo eso,
sino que son un gran laboratorio donde se preparan todas las sustancias
que hacen que crezcan fuertes y sanas; un laboratorio que comienza a
trabajar todos los días cuando le da la luz del sol. Por eso, cuando las
plantas pierden sus hojas se debilitan y, con mucha frecuencia,
enferman y mueren.
A la princesa eso no le pareció muy cortés, así que sujetó la planta por
el tallo y la movió suavemente. La hoja se estremeció y el gusano debió
agarrarse con todas sus patas para no caerse.
–Bueno días, señor gusano –le dijo la princesa por tercera vez.
–Mi rey es el gran Gustav Tercero, rey de todos los gusanos que
vivimos de este lado de las montañas.
La princesa apoyó el palito en el suelo, justo al lado del rey, quien allí
se enteró, por medio de su súbdito, que alguien quería hablar con él.
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Se acomodó su pequeña corona en la cabeza, estiró su cuerpo gordo y
largo y con voz algo afectada preguntó:
–Muy sencillo, princesa: a todos ustedes les gustan las mariposas, ¿no?
¿No admiran sus colores y alegran su vista viéndolas revolotear entre
las plantas?
A la princesa le costó mucho creer lo que oía, pero ¿por qué iba a
mentirle aquel gusano? No, definitivamente debía leer más libros de
ciencias naturales y de biología.
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palacio podríamos dedicar un día del año a hacer la fiesta del gusano,
como reconocimiento a vuestra colaboración con el reino.
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CAPÍTULO 6. NEGOCIACIÓN
Las hojas de las plantas de algodón eran comidas minuto a minuto por
la invasión de gusanos. Mientras tanto, La princesa de Organdí y el rey
Gustav Tercero no podían llegar a un acuerdo para resolver el conflicto.
–Princesa –le preguntó– ¿podría decirme usted que hay alrededor del
palacio?
–Pues, alrededor del palacio hay pastos muy jugosos que no tengo
dudas les gustarán mucho.
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–Hay también unos bancos donde a veces me siento a descansar, y
varias fuentes con surtidores de agua que hacen muy bellos esos
jardines.
–Y hay sol, y aire, y luz, y un aroma exquisito que dan los rosales que
están plantados en el jardín.
–¿Y qué más? –seguía repitiendo el rey, como si no supiera decir otra
cosa.
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–Señor rey Gustav Tercero: usted no me deja alternativa. Yo no puedo
permitir que sigan comiéndose las plantas de algodón, así que lo que
voy a hacer es traer a todas las gallinas del palacio a este sembrado, y
que ellas se encarguen del problema.
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–Estimada princesa: nosotros no queremos hacer ningún daño a su
reino, pero usted entenderá que tampoco podemos trasladarnos a las
cercanías del palacio.
–Pues entonces, ¿no podría ayudarnos a encontrar otro sitio con comida
abundante y donde no haya gallinas?
Y así se pusieron los dos a negociar las condiciones en las que los
gusanos dejarían la plantación de algodón.
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–Así es –confirmó la princesa–, y en nuestros mapas del reino le
pondremos de nombre “El Bosque de los Gusanos”.
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CAPÍTULO 7. EL TRATADO DE PAZ
El rey de los gusanos, Gustav Tercero, no podía creer que iba a tener un
bosque para él solo; bueno, para él y todos sus súbditos. Y encima, con
robles, que eran sus árboles predilectos. Una vez más se demostró que,
cuando hay un conflicto, las mejores soluciones se alcanzan
negociando.
Una pelea entre la princesa y los gusanos habría terminado con las
gallinas en el sembrado y con el reino sin mariposas. En cambio, de
esta manera, todos habían obtenido algo de lo que querían y, en el caso
del rey de los gusanos aún más de lo que esperaba.
Así que Gustav Tercero pensó que era buena idea hacer una alianza con
su primo y así engrandecer sus reinos.
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Finalmente, decidieron hacer un documento donde quedaran por escrito
los acuerdos alcanzados. El pacto completo entre la princesa de
Organdí y el rey Gustav Tercero tenía diez puntos que decían así:
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Punto 9. El Rey designará una mariposa mensajera para
mantener la buena comunicación con la Princesa de Organdí.
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CAPÍTULO 8. RESPLANDOR EN LA MONTAÑA
La princesa decidió ir a ver más de cerca aquel resplandor que,
intermitentemente, aparecía en las montañas. Preparó uno de sus
caballos de paseo y en una mochila puso dos porciones de tarta de
jamón y queso, una cantimplora con agua y dos manzanas. No tenía
mucha idea de cuánto le llevaría el viaje y no quería pasar hambre.
Además de los cuatro caballos del carro, llevó dos caballos de paseo.
En uno iba ella y el otro trotaba libre al lado del carro. Esto era para
poder cambiar de cabalgadura cuando la que montaba estuviera cansada
de cargar con su peso.
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La curiosidad de la princesa seguía aumentando. Le daba un poco de
temor internarse en las montañas: era algo que nunca había hecho; pero
tampoco podían seguir pasando los días sin averiguar a qué se debía
aquel fenómeno tan extraño.
Otra de las cosas que ocurrió fue que, al avanzar, ya no le era posible
seguir viendo el resplandor porque éste quedaba oculto por las primeras
montañas. Pero a cambio, la princesa descubrió que el ruido que antes
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se sentía lejano ahora retumbaba mucho más cerca, así que guiándose
por su oído fue orientando a su caballo.
Lo primero que notó la princesa fue que esa máquina estaba montada
sobre cuatro ruedas, lo que le permitía doblar hacia un lado o hacia
otro, cambiando el destino de las rocas que arrojaba. Las cuatro ruedas
sostenían una plataforma de madera y, sobre ella, una especie de
cuchara hacía el movimiento para arrojar las piedras, de la misma
manera en que se puede arrojar un carozo de aceituna haciendo palanca
con una cucharita.
Claro que, para que cupiera una roca, no se trataba de una cucharita, ni
siquiera de una cuchara, sino de un inmenso cucharón miles de veces
más grande que el cucharón más grande de la cocina del palacio. Las
rocas que levantaba del piso habrían de pesar, fácil, media tonelada por
lo menos.
Eso fue una gran suerte para la princesa que, por la sorpresa, no tuvo ni
tiempo de darse cuenta del peligro que corría: el tirapiedras estaba
apuntando directamente hacia ella. Pero, en aquel mismo momento, vio
que algo rojo se movía oculto entre los peñascos más cercanos.
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CAPÍTULO 9. EL TIRAPIEDRAS
De nuevo la sombra roja se movió con rapidez, ya esta vez acercándose
a donde estaban la princesa y su caballo. Nueva descarga de piedras en
dirección a la sombra. Nueva detención.
Pero esta vez la princesa alcanzó a ver que la sombra que se movía era
la de un hombre con una capa roja que le cubría toda la espalda. Claro
que cuando llovían las piedras en su dirección el hombre se volvía a
esconder. A esa altura estaba claro que las piedras estaban destinadas a
él y su situación era realmente difícil.
Ahora que lo tenía más cerca, advirtió que el hombre llevaba un arco
sobre su hombro. Ella había visto, en los libros que había leído, que
esos arcos se utilizaban para disparar flechas, pero no se advertía que el
de la capa roja tuviera flecha alguna. Mirando mejor a la máquina
tirapiedras, observó que en sus ruedas y en su plataforma de madera se
veían varias flechas clavadas. Probablemente habían sido disparadas
por el arquero, pero no habían sido suficientes para destruir el artefacto.
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La princesa le hizo señas al arquero tocándose su hombro. Él también
tocó su hombro y allí entendió que la princesa se refería a su arco. Le
mostró su carcaj vacío como diciéndole “no tengo más flechas para
disparar”.
Era cierto que se le habían terminado las flechas y que, sin flechas, el
arco no le servía de nada. Pero conservando el arco, cuando volviera a
tener flechas volvería a ser un combatiente. Claro que, por otra parte,
entendió que quizás podía ser la única manera de salvar su vida.
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Cuando se sintieron fuera de peligro detuvieron a los caballos para que
se repusieran de la carrera. En ese momento, el de la capa roja
desmontó de un salto y corrió hacia la princesa. Ella sintió algo de
temor, pero el arquero, antes de llegar, puso una rodilla en tierra y
haciendo una gran reverencia dijo:
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CAPÍTULO 10. EL ARQUERO
La princesa, al verlo de cerca, se dio cuenta de que el hombre estaba
lastimado. Probablemente algunas esquirlas de las piedras que le
arrojaba aquel aparato habían dado en su cuerpo y producido profundas
heridas. Su capa roja disimulaba la sangre, por eso desde lejos no se
adivinaba su lamentable estado.
–Seguro tendrá una larga historia para contar, pero ahora, por favor,
levántese, suba a su caballo y salgamos de aquí.
–¿Cómo se llama?
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verde, los pájaros que pasaban volando en bandadas, hacían pensar que
allí nunca había habido guerra.
–Es que sabe –dijo el hombre con emoción– yo ya había perdido las
esperanzas de salir con vida de esas montañas. Los primeros días me
ilusionaba con que mis compañeros me hubieran echado de menos y
vinieran en mi auxilio. Luego ya perdí esa esperanza.
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–Lo que usted mande –respondió aquel al instante.
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–Lo que yo quiero hacer, Princesa, es obedecer sus órdenes.
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CAPÍTULO 11. EL SUEÑO DE LA PRINCESA
La princesa y Ulriquero encabezaban la marcha. Detrás venía, tirado
por cuatro caballos, el carro que traía el agua, las mantas y las
provisiones.
–Somos las únicas dos personas en el reino –le dijo–, nadie nos va a
atacar por la espalda.
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–Usted estará muy cansado y querrá acostarse a dormir –le dijo la
princesa.
–¿Por qué?
Ahí recordó la princesa que para Ulriquero todo era peligro, ataques
por sorpresa y defensas vigilantes. Ella no quiso contradecirlo esta vez
y, en su lugar, le dijo:
–Ya que no va a dormir, cuénteme cómo llegó a ese lugar entre las
montañas.
–¿Cómo qué son? Son una temible arma de guerra que derriba torres y
murallas.
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–¿Cómo que como son? Si usted acaba de salvarme de una que me
tenía acorralado.
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encima del carro. Mirando las estrellas imaginó cuántos mundos aún le
quedaban por conocer. En verdad, ni siquiera conocía a sus países
vecinos. Si no hubiera sido por los reflejos que la catapulta produjo en
las montañas, ni siquiera hubiera conocido al arquero.
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–Ya era hora –respondió la princesa de Organdí–. Desayunemos y
reiniciemos la marcha. Quiero que estemos antes del mediodía en el
palacio.
Fue así que, en pocos minutos, toda la fila de caballos y carro estuvo
nuevamente en marcha. Por supuesto, el arquero sin arco iba último,
detrás del carro, para proteger a la princesa de los enemigos que sólo
existían en su imaginación. La princesa no quiso discutir con él ni
volver a explicarle que era innecesaria esa vigilancia. Confiaba en que,
con el tiempo, él comprendería cómo era la vida en el país de Organdí.
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CAPÍTULO 12. DE REGRESO
Ya cerca del palacio, la princesa le hizo señas a Ulriquero para que se
acercara con su caballo. Él la alcanzó inmediatamente para ver qué era
lo que le mandaba. Pero, en vez de darle órdenes, la princesa le hizo
una pregunta:
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sumergido en una bañera con agua tibia, limpiando su dolorido cuerpo
con jabones de exquisita fragancia.
En aquel reino las cosas parecían ser bastantes distintas que en su país.
Lo primero que le llamaba la atención es que la princesa viajara sola,
sin ningún séquito ni custodia armada, expuesta a cualquier ataque
imprevisto.
Cuando terminó su prolongado baño se secó con las suaves toallas que
estaban en el armario. Se miró en el espejo y vio su rostro demacrado,
con varias heridas recientes producto de las rocas que habían estallado
a su alrededor. Su cuerpo estaba flaco, como el de alguien que no había
comido bien desde hacía mucho tiempo. Se imaginó el reto que le daría
su mamá si lo viera así: seguro que lo sentaba en la mesa y le servía la
comida más apetitosa que ni siquiera cocinaba para el rey. Porque ella
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era excelente cocinera, pero, antes que nada, era una mamá que siempre
se preocupaba de que sus hijos estuvieran bien alimentados.
Cuando buscó ropa limpia le llamó la atención que toda fuera blanca.
Él, que tantos años había vestido de rojo como lo hacían los arqueros
en su país, se sorprendió al verse vestido de otro color. Era cierto que el
color blanco lo hacía más joven, pero también resaltaba más las heridas
antiguas y recientes. Quizás si pasara un tiempo en aquel reino podrían
cicatrizar y él mismo verse mejor, y volver rejuvenecido y guapo junto
a su esposa que, con seguridad, estaría muy preocupada por no recibir
noticias suyas.
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que hacían él y la catapulta atacándose mutuamente. ¿Quién le podría
asegurar que no se encontraría con un oso feroz o un lobo hambriento?
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CAPÍTULO 13. LA GUARDIA DEL PALACIO
Ulriquero estaba bañado, perfumado y vestido de blanco desde la
cabeza hasta los pies. Lo sobresaltó el sonido imprevisto de una
campanilla y, aunque no pudo descubrir dónde se hallaba escondida,
comprendió que era la señal de que el almuerzo estaba listo.
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–Ulriquero, ¿usted sería tan amable de preparar un té tan rico como el
que hizo esta mañana para el desayuno?
–No lo sé. –En verdad, nunca se había puesto a pensar en que ese
nombre tuviera algún significado.
La princesa se levantó de la mesa, juntó los platos y las tazas, puso todo
en la bandeja y lo llevó a la cocina. El arquero sin arco miraba todo eso
como si se tratara de algo increíble: en su vida había visto a una
princesa recoger las cosas de la mesa. Definitivamente, había llegado a
un lugar muy muy raro. Tenía que investigar.
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Recorrió el palacio y encontró salas muy curiosas, como una que tenía
todo el techo de vidrio, otra con ventanas que daban al oriente y otra,
exactamente al revés, con sus ventanas hacia el occidente. Los cuartos
estaban todos en la planta alta, a la que se subía por escaleras con
escalones y pasamanos de madera.
Quizás la princesa era prisionera de ese mago y por eso tenía que hacer
todas las tareas del palacio. Y él, desarmado, sin poder defender a su
salvadora. Eso no estaba para nada bien. Para colmo, los cuchillos de la
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cocina eran todos para cocinar, ninguno de ellos servía como arma. Lo
más parecido a un instrumento de ataque eran algunas de las sartenes
grandes que colgaban de la pared: un buen sartenazo en la cabeza
seguro que dejaría bien descalabrado a cualquier enemigo.
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CAPÍTULO 14. EL PAÍS DE WARCRAFT
Mientras estaba admirando las ollas y sartenes y fuentes no advirtió la
entrada de la princesa a la cocina, por eso se sobresaltó cuando oyó su
voz:
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–Disculpe a mi palacio, Ulriquero. Hace estas gracias de cambiar las
cosas de lugar.
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El arquero tenía muchas ganas de responder que sí, pero se dio cuenta
que tenía que contestar que no. De alguna manera, que ella fuera una
princesa, ante sus ojos, la hacía parecer sublime y superior, pero debía
reconocer que en todo momento ella lo trató de igual a igual y hasta le
preguntó qué es lo que él quería hacer, cosa que ningún príncipe ni
princesa ni capitán le había preguntado jamás en su vida.
Cuando la princesa ya iba a protestar él rio por primera vez desde que
se conocían, y dijo:
–Puede ser –respondió ella–, pero también puede ser que estemos
buscando en el libro equivocado.
Volvieron a la sala de los libros y la princesa buscó otro, casi tan gordo
como el primero que consultaron. En su tapa decía, con letras grandes y
doradas, “Diccionario del Idioma Alemán”. Buscaron y rebuscaron,
pero tampoco allí aparecía. Lo mismo les pasó con el diccionario de
francés, el de italiano, el de esquimal y el del reino de Jamballa.
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El arquero sin arco quedó perplejo. ¡Cuánta razón tenía la princesa! En
su reino nada se podía construir porque enseguida lo destruía la guerra.
Si crecía una plantación, las flechas incendiarias le prendían fuego; si
una nueva edificación, las catapultas la destruían; si querían tener
gallinas, los enemigos las robaban. En su país sólo se hacía la guerra.
Esa noche cenaron en silencio. Ambos estaban tristes por lo que habían
descubierto. Luego de la cena la princesa preguntó:
–¿Y qué recuerdan los mayores? ¿Tu abuelo nunca te contó cómo
empezó la guerra?
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Un halo de tristeza los envolvía a ambos. La princesa no quiso apenar
más a Ulriquero, a quien los recuerdos de su país en guerra
evidentemente le entristecían. Así que se despidió hasta el día
siguiente,
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CAPÍTULO 15. ULRICO EL COCINERO
A la mañana siguiente la princesa despertó pensando en qué haría de
desayuno, pero, al llegar a la cocina, se llevó una gran sorpresa:
Ulriquero tenía ya el desayuno listo y colocado sobre una bandeja.
–Nada más –afirmó el arquero sin arco–. Todo lo que necesitamos está
en esta bandeja.
–¿Cómo se come?
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–Mire, puede cortarlo en rodajas con el cuchillo y pincharlo con el
tenedor o también, y esto es lo que yo le recomiendo, agarrarlo con la
mano e ir comiéndolo a mordiscos.
–No sé cómo eras como arquero –dijo la princesa– pero como cocinero
eres muy bueno.
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–Como arquero también era bueno –dijo, no se sabía si con nostalgia o
con tristeza.
–No, claro que no tengo ningún problema en que hagas las comidas.
–…y usted ese día me hizo una pregunta: me preguntó qué era lo que
yo quería hacer.
La princesa se sonrió.
–Es que hasta ese momento lo único que sabía era obedecer, nunca
había pensado en lo que yo quería hacer.
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Cocinero pensó que su decisión había sido muy buena, de hecho, era la
primera vez que lo abrazaba una princesa.
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CAPÍTULO 16. LOS ORCOS
La princesa no olvidó el relato que Ulrico el Cocinero le había hecho
sobre la guerra en su país, así que decidió investigar más al respecto.
Una tarde se instaló en la biblioteca: quería saber más sobre esos orcos
que asolaban Warcraft.
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–Ulrico, ¿en tu reino adoran a algún dios?
–¿Cómo? –se sorprendió la princesa– ¿No son los orcos los que adoran
a Blizzard?
–¿Y a qué dios adoran los orcos? –quiso saber la princesa para salir de
su confusión.
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–Aquí nos gusta mucho un poema que dice… –y la princesa medio que
recitó y medio que cantó una parte del poema:
–¿Cómo se llaman?
Pareció que a Ulrico le iba a dar otro ataque de reverencias, pero en vez
de eso dijo:
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–Llévate, además, tres caballos de la caballeriza.
–Sí, tres caballos –repitió la princesa–. Uno para que venga montada tu
mujer y otro para Azucena, tu hija. ¿O las piensas traer caminando?
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CAPÍTULO 17. CRUZANDO LA CORDILLERA
Al día siguiente, apenas asomó el sol, ya Ulrico se encontraba en el
establo eligiendo los caballos y cargando en sus alforjas todas las
provisiones que consideró necesarias. Estaba por partir cuando apareció
la princesa con dos tazas de té.
–Te quería desear buen viaje, Ulrico. Has sido el mejor cocinero que ha
tenido este palacio.
Claro que no le dijo que, además, había sido el único, ya que nunca
antes alguien que no fuera la princesa había pisado esa cocina.
Anduvo todo el día, sin siquiera detenerse a almorzar. Sólo comió unos
sánguches de tomate y berenjena arriba del caballo. Cada tanto
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cambiaba de cabalgadura, para que todos los caballos tuvieran la
posibilidad de descansar de su peso.
Cuando llegó al último recodo, antes del claro donde estuvo acorralado
tantos días, ató a los caballos a un arbusto. Se adelantó solo y la
catapulta inmediatamente reparó en su presencia. Ulrico se paró frente
a ella y esperó. El corazón le latía como un tambor, pero la catapulta no
intentó recoger piedras del suelo. Eso era una buena señal.
Volvió sobre sus pasos a buscar los caballos. Eligió el más descansado
y montó, y todos se adentraron en la montaña. Ulrico se fijaba en los
mínimos detalles para encontrar el camino a su casa. Algunos lugares
los había atravesado tan de prisa que casi no recordaba por donde había
pasado. Pero cuando tenía dudas buscaba las huellas de las ruedas de la
catapulta y eso lo volvía a poner en el camino correcto.
Con la destreza que le habían enseñado sus años de guerrero, para pasar
desapercibido no se dirigió directamente a la entrada, sino que,
sigilosamente y dando un rodeo, se acercó por la parte de atrás.
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CAPÍTULO 18. LA ENFERMERA
Cuando se crece en medio de una guerra, todo se piensa para la guerra.
Y Ana Milena no era la excepción. Algunas amigas de ella se habían
enrolado como soldados o arqueras en el ejército, pero ella no tenía esa
vocación.
Pero la guerra existía antes de que ella naciera, así que nada podía
hacer para evitarlo. Pero, a la hora de elegir, no tuvo dudas: ella iba a
curar, no a matar, y eligió ser enfermera. Si otros encontraban razones
para dañar la vida, ella las tenía para intentar repararla.
Cuando llegó ese ramo de rosas rojas, tan difíciles de reunir en el país
de Warcraft donde todo se destruía, todos se sorprendieron en su casa.
Y más aún al leer la nota, la que decía: “Si siempre me vas a atender tú,
prestaré atención en lastimarme todos los días”.
Días atrás había atendido a un arquero al que le tuvo que coser su labio
superior. Se lo había partido al caer dentro de una trampa preparada por
los orcos. Tuvo la inmensa suerte de poder escapar, pero su labio
requería de urgente atención.
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Al llegar al puesto de su compañía lo enviaron inmediatamente a la
enfermería. Justo ese día estaba de guardia Ana Milena, quien luego de
lavar la herida le dio la triste noticia:
Todo esto decía Ana Milena mientras preparaba hilo, aguja y tijera, lo
que normalmente ponía muy nerviosos a los heridos. Pero ese arquero
no miraba su bandeja de trabajo: se quedó como congelado mirando sus
ojos.
“Qué guapo y descarado eres”, pensó ella para sus adentros, pero en el
mismo momento lo hizo recostar en la camilla, por lo que el herido
quedó obligatoriamente mirando el techo.
Él quiso decir algo, pero ella por señas le indicó que debía continuar en
silencio. Le colocó una gasa limpia sobre el labio y le dijo:
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–Ahora a casa, a meterse en la cama y no te quites la gasa hasta
mañana.
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CAPÍTULO 19. DE VUELTA EN CASA
Lo primero que escuchó cuando entró a su casa por la parte de atrás fue
la risa de Azucena, su hija: la reconocería en cualquier parte.
Inmediatamente resonó la voz de su mujer:
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dónde. La casa tenía tantos recovecos y lugares secretos que estaría
escondida en alguno de ellos.
Ulrico vio cómo su mujer preparaba una bandeja de comida como para
dos o tres Azucenas, pero no dijo nada. Ya de a poco podrían explicarse
los dos esposos qué les había pasado en todo ese tiempo.
–Te parecerá imposible, pero vengo del otro lado de las montañas.
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Ella no podía creer cómo su marido había salvado la vida a pesar de
haber sido perseguido por una catapulta y, menos aún, cómo había
sorteado ida y vuelta esa cordillera que nunca nadie había cruzado.
–Para eso están los tres caballos atados en la higuera del fondo. Uno
para mí, otro para ti y otro para Azucena. Prepara las cosas
indispensables que quieras llevar. Me gustaría que al anochecer ya
estemos en las montañas, para evitar que nos sigan o nos hagan
preguntas incómodas.
Ulrico y Ana Milena comieron uno al lado del otro. Muchas veces ella
apoyaba la cabeza en su hombro para estar segura de que no estaba
soñando. Después de comer ella le tomó las manos y le dijo:
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–Me has contado cosas increíbles. Si no me las hubieras contado tú no
las hubiera creído de ninguna manera. Es más, todavía no las creo del
todo.
Él le iba a responder, pero ella soltó una de sus manos y puso un dedo
sobre sus labios.
Ulrico no entendía qué estaba pasando ni qué era lo que tenía que
prometer. ¿Y Azucena? ¿Por qué no venía aún a saludarlo?
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CAPÍTULO 20. EL ENCARGO DE LOS CABALLEROS
Ana Milena había pensado muchas veces que ya no volvería a ver a su
marido. Mientras tuvo esperanza pensó en cómo le iba a contar todo lo
que había pasado en su ausencia, pero ahora que lo tenía al lado de ella
no sabía cómo comenzar.
Ulrico escuchaba con atención, pero aún no entendía qué tenía que ver
todo eso con ellos.
¿Qué era lo más importante que tenía que escuchar? Había quedado
helado al escuchar de su esposa que el plan de los caballeros los llevó a
esconder al hijo del mago Flogisto justo en su propia casa. ¿Cómo
harían para que no se escapara? Pero su esposa le acababa de decir que
Azucena y él estaban almorzando juntos.
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Hizo una pausa para estar segura de que él la escuchaba y la entendía;
cuando vio que él estaba atento a sus palabras le dijo:
Ana Milena sintió que las manos de Ulrico se habían vuelto a aflojar.
Le pidió si podía hacer el té para los dos:
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–Esposo, desde que te fuiste no volví a tomar un té tan delicioso como
el que hacías tú.
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Pero de algo estaba cada vez más seguro: su corazón le decía que
estaban ante un peligro inminente.
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CAPÍTULO 21. AZUCENA
La niña extrañaba mucho a su papá. Sabía que a veces pasaba dos o tres
días sin volver a casa, en ocasiones hasta una semana, pero nunca su
ausencia fue tan prolongada como esa vez.
Además, oía que su mamá hablaba en voz baja con las vecinas y se la
veía triste y preocupada. Igual de tristes parecía estar los abuelos, con
los que se quedaba cuando ella iba a su trabajo.
Por esos días, ella pasaba mucho tiempo en el jardín del fondo de su
casa: siempre había sido su refugio preferido. Parecía que su nombre de
flor, Azucena, le había dado poderes mágicos sobre las plantas: todo lo
que ella tocaba crecía fuerte y saludable.
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Cuando alguna planta se ponía mustia, ella sabía qué hacer para que
volviera a tomar vigor: o la cambiaba de lugar y encontraba el sitio
exacto que le gustaba, o la regaba más, o lo la regaba menos, o le
agregaba arena alrededor, el caso es que, en pocos días, comenzaba a
repuntar.
Tanta era su habilidad que sus padres le decían “la mano verde”:
parecía que tenía poderes y los aplicaba en el jardín. Hasta sus abuelos
y sus tías le pedían consejo sobre cuándo sembrar, en qué lugar colocar
cada planta y el riego que cada una necesitaba.
Desde que faltaba su papá el jardín del fondo era su refugio. Un día que
estaba hablando con sus plantas preferidas, escuchó pisadas de caballos
en la calle de adelante. Cuando se asomó, vio que un grupo de
caballeros y un carro habían llegado hasta su casa. No traían noticias de
su papá, pero sí una jaula cubierta con una tela y con algo adentro.
Hablaron a solas con su mamá y luego, entre cuatro hombres, bajaron
la jaula para dejarla en uno de los cuartos que no se utilizaban y se
retiraron. Mamá comenzó a ir con agua y comida a esa habitación,
siempre agitada y nerviosa. Lo único bueno que tuvo ese cambio fue
que dejó de ir a trabajar y estaba todo el día en la casa.
La curiosidad por aquello tan misterioso que ocurría en ese cuarto hizo
que Azucena, en un momento en que su mamá se encontraba ocupada
en la cocina, juntara valor y entrara a la habitación. Lo que menos
pensaba era encontrarse con un orco allí encerrado.
Lo primero que sintió fue asco y miedo. Esa piel verde, esos dientes
inmensos, esa cabeza sin pelo… Es que nunca había visto a un orco de
cerca. El orco la miró con cara triste y no dijo nada. Ni había tocado el
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plato de comida que Ana Milena le había llevado. A pesar del miedo
que le tenía, lo entendió perfectamente: ella tampoco comería si la
tuvieran encerrada en una jaula.
Salió sin decir nada, fue hasta el fondo de la casa y regresó con un
puñado de fresias que comenzaban a florecer por esos días. Entró a la
habitación donde el niño orco estaba prisionero y, pasándolas entre los
barrotes, las dejó en el piso de la jaula.
–Mok´gra.
–De nada.
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CAPÍTULO 22. PADRE E HIJA
Ulrico quería, después de tanto tiempo de no verla, saludar a su hija,
pero ella se había escondido desde su arribo.
–No sabes cómo te extrañó, preguntaba todas las noches por ti antes de
irse a dormir. Pero desde que se hizo amiga de Grommash, también
tiene miedo de tu llegada.
–Hola papá –le dijo, y se abrazó fuerte a él, como para que no se
volviera a ir y a dejarlas solas.
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Ulrico sintió que le palpitaba fuerte el corazón. En los años que le tocó
ser soldado peleaba para vencer al enemigo y para volver a ver a
Azucena. Y ahora ella estaba ahí, sentada en sus piernas, abrazándolo.
Si se pudiera elegir un momento y congelarlo para toda la eternidad, él
elegiría ese.
Su hija y el niño orco… Lo que allí sucedía estaba, sin duda, entre las
cosas más raras que le habían pasado a Ulrico en toda su vida. Sin
embargo, reponiéndose de su sorpresa, le dijo a Azucena:
–Dice que extraña a su papá y su mamá, pero que no quiere volver con
los hombres que lo metieron en esta jaula.
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Probablemente Grommash fuera de la edad de su hija, un poco más
grande de cuerpo, como eran todos los orcos respecto de los humanos.
Y Ulrico no tenía ninguna posibilidad de devolverlo con sus padres.
–Si vamos a irnos, llevémoslo con nosotros –dijo Ana Milena–. Aquí lo
matarán, con toda seguridad.
Como cualquier otro no, es el hijo del mago Flogisto, pensó Ulrico para
sí.
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–Sí, pero lo tenemos que hacer inmediatamente. Recoge algo de ropa y
comida para unos días y pongámonos en marcha.
Ana Milena dio una última mirada a su hogar. Allí había nacido su hija
y allí había esperado, noche tras noche, que regresara con vida el
hombre que amaba. Dos lágrimas rodaron por sus mejillas, una era de
tristeza por lo que quedaba atrás, la otra era de ilusión por lo que les
esperaba en el futuro. ¡Un país sin guerra! ¿Cómo había dicho Ulrico
que se llamaba? ¿Organdí? No se lo alcanzaba a imaginar, pero, de sólo
pensarlo, sentía cosquillas en el corazón.
Salieron por el fondo de la casa para que no los vieran los escasos
vecinos que tenían. Ayudaba que a esa hora la mayoría estaba
durmiendo la siesta. Azucena iba sentada en la cruz del caballo de su
padre y Grommash en el de Ana Milena. Con paso tranquilo, pero sin
detenerse, salieron por el camino de tierra que llevaba a las montañas.
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CAPÍTULO 23. GROMMASH
Mientras tanto, los tres caballos seguían trepando afanosos por el
arroyo. Ulrico quería llegar lo más lejos posible, no descartaba que
intentaran perseguirlos los caballeros para recuperar su prisionero o los
orcos para devolver el niño a su padre.
Las capas de lluvia les fueron de mucha utilidad ya que allí también se
descargó un terrible aguacero.
Ulrico miró hacia donde señalaba su esposa y vio asomar una rueda de
la catapulta. Posiblemente, luego de que la curara de sus propios
flechazos, la catapulta habría emprendido el regreso para reunirse con
su propio ejército. Pero, por alguna razón, se había detenido al borde
del arroyo. Quizás, si bien había remontado la pendiente para
perseguirlo, bajar por esa cuesta era mucho más difícil para ella. Corría
un riesgo cierto de desbarrancarse y terminar hecha pedazos.
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Esperaba que de un momento a otro apareciera su papá o su mamá para
liberarlo, pero eso no ocurrió. En cambio, por la mañana, vio venir un
carro con una jaula de hierro. Lo desataron del árbol y lo hicieron
entrar a la jaula. La taparon con una manta y así lo transportaron hasta
otra casa que quedaba en las afueras de ese pueblo. Los hombres
hablaron algo con la humana de la casa, entraron la jaula y se fueron.
Grommash tenía muchas ganas de llorar, pero no lo hizo: por algo era
el hijo del mago Flogisto. La mujer lo miró con pena, o al menos así le
pareció a él. Ella le habló, pero él, como era de esperar, no le entendió
nada de lo que dijo. La humana se retiró un instante y regresó con un
vaso de agua, se lo pasó entre las rejas y él lo tomó con avidez. Desde
la noche anterior que no tomaba nada. Un rato después regresó con un
plato y lo dejó en el piso de la jaula.
Cuando se fue la mujer entró una niña, lo miró y volvió a salir. Poco
después regresó con un ramillete de flores de fuerte perfume. La niña,
señalando lo que había en el plato, le hizo señas de que se lo pusiera en
la boca. Como él no hacía nada, la niña metió la mano en la jaula, tomó
un bocado y comenzó a comerlo. Grommash tenía hambre, así que la
imitó y comió su primer alimento desde el día anterior.
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Él terminó de tragar lo que tenía en la boca y, señalándose a sí mismo,
dijo: Grommash.
Con ella aprendió a decir agua, comida, ropa y muchas cosas más, y
cada palabra que ella le enseñaba en humano él se la enseñaba en orco.
Por eso Grommash pudo decir en perfecto humano: “buenos días”.
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CAPÍTULO 24. ANADAIDA, LA MENSAJERA
Mientras atendía los asuntos del reino, la princesa de Organdí, en los
ratos libres, seguía leyendo sobre Warcraft y sobre los orcos. En un
libro leyó que a los orcos también se los llamaba ogros, y que siempre
habían sido temidos por los humanos por su mayor tamaño y por el
color verde de su piel.
Pero, por otro lado, le hacía ilusión que, si Ulrico regresaba con su
familia, contarían con una enfermera en el reino. Ana Milena sabría
muy bien cómo ayudar a todos los que la guerra les hubiera dejado sus
horribles marcas.
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Al fin del día, cuando la princesa estaba leyendo en la biblioteca, una
hermosa mariposa entró por la ventana. Sus alas eran anaranjadas,
adornadas con círculos azul oscuro que brillaban como ojos. Se posó
justo encima del libro que la princesa estaba leyendo y su cara le
resultó conocida.
¡Claro! Enseguida se dio cuenta: era uno de los gusanos del séquito del
rey Gustav Tercero ya transformado en mariposa.
–Te escucho.
–Muy Bien, Anadaida. Dile al rey Gustav Tercero que su primo será
bienvenido en el reino.
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–Gracias, Princesa –respondió la mariposa doblando sus patitas
delanteras y estirando bien sus patas traseras, haciendo de esta manera
una gran reverencia y, levantando el vuelo, salió por la misma ventana
por donde había entrado.
–¿Pero no te parece raro que alguien tan joven maneje todo un reino?
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–¿Si me parece raro? Me parece que en el reino de Organdí ocurren
muchas cosas raras. En todos los días que estuve no pude encontrar al
capitán de la guardia. ¿Quieres que te digo lo que pienso?
–Pero a ella se la ve muy feliz. ¿Te parece, esposa, que estaría tan feliz
si sus padres estuvieran prisioneros?
–Quizás ellos hayan muerto cuando ella era niña –arriesgó Ulrico.
–Ella sabe hacer todas las cosas del palacio. Yo le pedí que me dejara
cocinar, pero el resto lo siguió haciendo ella.
–¿Cómo es eso?
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–No lo sé. La princesa tampoco lo sabe. Ocurren muchas cosas como
por arte de magia.
–Ojalá sea una magia buena –dijo Ana Milena con esperanza.
Muy lejos de allí, los orcos que habían incendiado la casa de Ulrico y
de Ana Milena daban cuenta al mago de lo que había ocurrido en su
incursión al poblado humano.
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Flogisto pensaba en la mejor manera de seguir el rastro de su hijo,
todos bajo las mismas estrellas.
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CAPÍTULO 25. EL MAGO FLOGISTO
Después de desayunar, Ana Milena y Ulrico emprendieron nuevamente
el camino. Azucena seguía viajando con su padre y Grommash con Ana
Milena. Ulrico iba adelante ya que era él quien conocía la ruta. Cuando
el sol estuvo ya alto entre las montañas, llegaron al lugar donde la
catapulta había acorralado a Ulrico y donde, para salvar su vida, tuvo
que desprenderse de su arco. Ni rastro quedaba del arco, sepultado bajo
las toneladas de piedra que la catapulta arrojó sobre él.
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los puso alegres, porque rápidamente corrieron a treparse en las ramas
más bajas del árbol que les daba sombra.
Lo que se sabe por algunos libros de magia orca es que para preparar
esa poción hacían falta lágrimas de mariposas de alas doradas, saliva de
rana de la laguna recolectada en una noche de luna llena, limadura de
diente de cocodrilo vivo, pétalo de lirio amarillo florecido luego de la
primera lluvia del verano y dos o tres ingredientes más que son
ultrasecretos y que sólo los magos muy experimentados conocen.
113
Cargó su zurrón con comida seca pero muy alimenticia y emprendió el
viaje esa misma noche. Ese poblado humano no quedaba cerca y quería
llegar no mucho después del amanecer.
Para esas horas, Ana Milena y Ulrico habían seguido camino y estaban
buscando un bosquecillo amable donde pasar la noche. Al día siguiente
le darían la sorpresa a la princesa: calculaban llegar a la hora de la
merienda, con tiempo para preparar la cena para todos.
Sin embargo, el día siguiente tenía preparada una sorpresa para ellos.
¿Cuál sería esa sorpresa?
114
CAPÍTULO 26. EL HEREDERO AL TRONO DE LOS
GUSANOS DE SEDA
Esta vez Ana Milena fue la primera en despertar. Ella también estaba
ansiosa por llegar finalmente al palacio de Organdí y conocer a la
famosa princesa. Dio agua a los caballos y preparó el desayuno.
Cuando estuvo todo listo despertó a su esposo y a los niños.
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El primero de ellos lo condujo hasta un maizal. En otras condiciones,
un plantío de ese tipo, con plantas que llegan a medir más de dos
metros de altura, sería un excelente escondite para cualquiera, aún para
los orcos. Pero no era ese el caso de las plantaciones de Warcraft:
siempre asediadas por la guerra, sufrían permanentes ataques e
incendios para privar de alimento a los enemigos.
Regresó sobre sus pasos para recorrer otro de los caminos sin explorar.
Caminó sin prisa, pero sin detenerse, durante toda la mañana. El
segundo camino lo llevó hasta un inmenso río. Anduvo largo rato por
su orilla, pero no encontró ningún puerto ni ninguna barca, ni en esa
orilla ni en la de enfrente. Difícilmente una familia huyendo del peligro
podría haberlo atravesado.
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Mientras tanto, Ulrico y Ana Milena se habían detenido a tomar un
breve descanso a la sombra de un olmo antes de recorrer el último
tramo. Fue en ese momento cuando, a lo lejos, vieron venir una larga
fila de carros cargados con algo que no se podía distinguir a esa
distancia.
La fila de carros pareció estar conducida por alguien que, con destreza,
manejaba el primero de ellos. Él parecía haberlos visto también porque
hacia allí encaminó a toda la caravana.
Ya más cerca, vieron que el conductor era un joven muy apuesto, quien
con gracia guiaba a los caballos hacia allí. Ya cercanos, se advertía que
los carros, que eran como diez, estaban cargados con cajas de las que
sobresalían unas hojas grandes y verdes.
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Ulrico y Ana Milena pensaron que se trataba de un país que se llamaba
Gusanos de Seda, y que estaban frente al príncipe heredero.
–Buenas tardes, Príncipe –dijo Ulrico con respeto–. ¿En qué podemos
servirle?
Esto puso en guardia a Ulrico. ¿Se trataría de algún enemigo del reino
que estaba preparando un ataque por sorpresa? ¡Y el capitán de la
guardia convertido en bataraza! ¡Menudo problema para la princesa
indefensa!
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–La verdad, estimada señora, no lo sé, pero así decía el mensaje que me
envió mi primo el rey Gustav Tercero –sacó una hoja de papel que
llevaba doblada en el bolsillo de la camisa y la leyó para todos los
presentes–: “Estimado primo Felipillo Gusanillo: tengo el beneplácito
de informarte que la princesa de Organdí ha extendido un
salvoconducto para que puedas atravesar sus tierras y unirte a nosotros
en el Bosque de los Gusanos. Bajo ninguna circunstancia debes
acercarte al palacio de la princesa, es cuestión de vida o muerte. Te
espera con júbilo, tu primo, rey Gustav Tercero”.
–¿Qué son esas hojas que lleva en esas cajas, señor Gusanillo?
–Así es. Muchos años tuvimos trato con los orcos y ellos protegieron a
mi reino, así como ahora la princesa de Organdí protege el de mi primo
Gustav Tercero. Pero, los continuos ataques y los incendios de los
bosques de mora nos hicieron venir hacia este país de paz. En alianza
con mi primo fortaleceremos ambos reinos.
–¡Felipillo Gusanillo!
–Es una larga historia –suspiró Ana Milena–, pero digamos que lo
trajimos con nosotros para salvarle la vida.
120
CAPÍTULO 27. ULRICO Y SU FAMILIA LLEGAN AL PALACIO
Ulrico el Cocinero tuvo tiempo de contarle a Felipillo Gusanillo la
increíble historia que había terminado con Grommash al cuidado de su
familia.
–¿Y no habría como avisarles que su hijo está bien? –preguntó Ana
Milena.
–¡Sí!, ¡gusanos de seda! –apoyó Grommash con los ojos muy abiertos.
121
Felipillo se levantó de un salto y recogió amorosamente a los gusanos
enredados en los dedos de los niños.
–Con todo gusto. Cada uno tiene sus cosas que resolver y me parece
bueno ayudarnos mutuamente.
Ulrico y Ana Milena subieron a los niños a los caballos, montaron ellos
mismos y continuaron el camino.
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Mientras tanto, del otro lado de las montañas, el mago Flogisto,
abrazado a un tronco que lo ayudaba a flotar, se dejaba llevar por la
corriente del río. Según sus cálculos, en poco tiempo ésta lo depositaría
cerca de su pueblo, y así fue.
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La princesa apoyó la canasta en el suelo, se levantó y se acercó al
caballo mirando a la niña que venía montando con su padre.
–¡Hola, Ulrico! –exclamó sin mirarlo y, sin quitar los ojos de la niña,
agregó–: tú has de ser Azucena, ¿no?
–Sí, Princesa.
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–Vamos al palacio –la invitó la princesa–. Los niños pueden seguir
jugando aquí, no hay ningún peligro para ellos.
–Aquí elije los cuartos que te gusten para ustedes y para los niños. Allí
encontrarás lo que haga falta para bañarse y para vestirse. Ah, una cosa
más –agregó la princesa–, no te sorprendas si alguna puerta no lleva al
lugar indicado, sigue intentando hasta lograrlo.
–Puede ser –contestó Ana Milena, y bajaron las dos sonrientes por las
escaleras.
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CAPÍTULO 28. EL BOSQUE DE LOS GUSANOS
–Esposa –le dijo Ulrico a Ana Milena en la puerta del palacio–, iremos
a auxiliar a Felipillo Gusanillo para que pueda llegar al Bosque de los
Gusanos. Espero que estemos de regreso para la hora de la cena.
Eso sí es extraño, pensó la princesa, más extraño aún de que las puertas
cambien de lugar. ¿Cómo es posible que un niño secuestrado, viajando
con sus cuidadores, se encuentre de casualidad con un amigo de sus
127
padres que está atravesando un país extranjero? Ni en sus libros había
leído nunca una historia así.
128
–Es que yo creía que Felipillo Gusanillo era… –y no se animó a
completar la frase. El joven lo hizo por ella:
–…un gusano.
–Es que el rey Gustav Tercero me dijo que usted era el heredero al
trono de los gusanos de seda.
–Y le dijo la verdad.
–Le diré como han sido las cosas, princesa. Mi bisabuelo era chino y él
organizó la producción de seda en su país y, como usted sabrá, el hilo
para fabricar la seda la proporcionan los gusanos de seda. Pero tienen
129
una gran debilidad: sólo comen hojas de morera; así que mi bisabuelo
hizo plantar un bosque entero de moreras destinado a la alimentación
de los gusanos y, por ese motivo, ellos lo eligieron su rey.
–¿Le parece que podré llegar antes de que se haga de noche? –preguntó
a la princesa.
Hacía mucho tiempo que los primos no se veían, así que tenían muchas
cosas para conversar. Mientras los gusanos de seda salían de las cajas y
comenzaban a treparse a las moreras, ellos se instalaron cómodamente
a los pies de un inmenso roble. Gustav Tercero pudo explicarle,
finalmente, la razón por la que no debía acercarse al palacio: ¡las
gallinas!
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A la misma hora la princesa y Ulrico llegaban al palacio para
encontrarse con la sorpresa de que la cena ya estaba lista. Ana Milena
había preparado una exquisita sopa de remolacha y los cinco se
sentaron a la mesa.
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CAPÍTULO 29. LA CATAPULTA MEMORIOSA
Mientras la princesa, Ulrico y Felipillo Gusanillo conversaban en el
bosque, muy lejos de allí el mago Flogisto iniciaba, por segunda vez, el
camino que lo llevaría hasta el pueblo donde había estado secuestrado
su hijo. Oculto por su disfraz, caminaba a paso firme. Esta vez ya no
necesitaría entrar al poblado, podría rodearlo e ir directamente hasta el
camino que le faltaba explorar. Si lograra llegar de noche sería una
inmensa ventaja.
No era la primera vez que Flogisto se arriesgaba entre los humanos con
su disfraz, pero nunca lo había acompañado la angustia y la ansiedad
que le producía estar buscando a su hijo secuestrado por los caballeros.
Rogaba de todo corazón a Blizzard que lo protegiera en su aventura.
Para caminar más rápido se quitó los zapatos humanos y los colgó de su
cinturón: ya cuando estuviera en las cercanías del pueblo de los
hombres se los volvería a poner. Mientras tanto, la tarde empezaba a
caer y el paisaje se teñía de rojos, naranjas y escarlatas.
Su trepada por el arroyo era lenta, sobre todo porque no iba a caballo
sino a pie, pero su esfuerzo lo llevó a un descubrimiento inesperado:
donde el arroyo se transformaba en una modesta vertiente que se perdía
entre las piedras halló, nada más y nada menos, que una catapulta orca.
Eso era lo último que se hubiera imaginado encontrar en ese inhóspito
lugar; definitivamente, estaba entre las más cosas más sorprendentes
que le habían pasado en su vida. Pero no cabía dudas: estaba con sus
cuatro ruedas, la palanca que arrojaba piedras, intacta, como si hubiera
estado allí desde el principio de los tiempos.
Era una catapulta de su ejército, pero ¿qué hacía allí? ¿Quizás se había
internado en la montaña siguiendo a algún enemigo? ¿Ese enemigo
todavía estaría rondando por allí? ¿Todo esto sería una trampa para
atraparlo?
El mago Flogisto reconoció que ese era el camino que llevaba a las
montañas, aquel que él había recorrido ese mismo día. Cuando el
arquero se internó en la montaña para salvar su vida, la catapulta lo
siguió persiguiendo hasta llegar al arroyo y, detrás de él, no sin peligro
de desbarrancarse, escaló la escarpada cuesta. Al llegar arriba vio cómo
el arquero se internaba rápidamente en lo más profundo de la cordillera.
La catapulta lo siguió durante un tiempo que era difícil de precisar,
hasta poder acorralarlo entre dos montañas.
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En un momento, en el recuerdo de la catapulta apareció una joven y su
caballo. Enseguida desapareció esa visión y siguió atacando al arquero.
En ese momento apareció una imagen difícil de interpretar: el arco del
arquero voló por los aires y cayó al suelo. La catapulta, con rapidez, lo
sepultó debajo de toneladas de piedras.
–Hola Princesa.
Los dos rieron y la princesa aprovechó para mostrarle los jardines con
sus plantas de rosas y surtidores de agua.
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–Quería agradecerles, a la princesa y a ti, las molestias que se tomaron
ayer para ayudarme a llegar al Bosque de los Gusanos.
–No es nada –dijo Ulrico con modestia, aunque en verdad, después del
agotador viaje que lo había traído desde Warcraft, fue un gran esfuerzo
para él guiar a la princesa hasta el lugar donde lo había dejado con sus
carros.
Lo que le preocupó fue que, así como él había llegado hasta allí, otros
lo podrían hacer, ya sean orcos o humanos. No quería que la guerra lo
siguiera persiguiendo, así que tuvo una idea: la catapulta estaba en un
lugar privilegiado, justo donde nacía el arroyo que bajaba por la
montaña. Desde ahí dominaba todo el panorama, no se podía llegar
139
hasta allí por otro lado que no fuera trepando por las rocas del arroyo,
tarea difícil y lenta como ya él mismo había experimentado.
Así que pensó que, desde ese lugar, la catapulta podría impedir el paso
de cualquiera que lo intentara. Solo era necesario conjurarla para que
así lo hiciera. Se paró al lado de ella y, apoyando su mano sobre la
palanca que arroja las piedras, dijo:
Catapulta catapulta,
No dejes que por aquí
Ni de día ni de noche
Pase orco ni humano
Desde que yo retire mi mano.
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–Felipillo, ¿dónde has pasado la noche? –quiso saber la princesa.
–Gracias, princesa. Aceptaré por hoy, sobre todo para poder darme un
buen baño, que lo necesito mucho.
Todos rieron.
–Te escucho.
–Para eso tienes que pedirle permiso a tu primo, el rey Gustav Tercero.
Él es quien gobierna ahí.
–Mi primo no tiene inconveniente, pero no sabe cuáles son las normas
para construir en el reino de Organdí.
Les pareció bien a todos que el hospital estuviera cerca del palacio y
que la casa de Ulrico y su esposa se construyera cerca del hospital, ya
que Ana Milena era la única enfermera con la que contaba el reino.
Felipillo quería una casa con grandes ventanales que miraran al bosque,
así, en todo momento, podría ver cómo estaban sus súbditos. También
quería tener un jardín donde su primo lo pudiera visitar, con una
enredadera a la que pudiera subirse para quedar a su misma altura y
hablar cara a cara. No tenía ninguna duda de que esto le encantaría al
rey Gustav Tercero.
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Ulrico, a su vez, imaginaba construirse una casa con tres dormitorios:
uno para Azucena, otro para Grommash –ya que aún nadie había dado
con una idea cierta de como volverlo a poner en manos de sus padres–
y el restante para él y Ana Milena. Lo que no estaban tan seguros era
cómo deberían construir el hospital. Ana Milena debería contarles
cómo era el hospital donde ella trabajaba.
144
CAPÍTULO 31. LA MANO VERDE
Mientras los demás hablaban de casas, la princesa y Azucena salieron a
pasear por el jardín.
–Me parece, Princesa, que estas plantas de hoja necesitan más luz que
la que tienen. Es cierto que no soportan muchas horas de sol, pero están
en una parte de la huerta donde hay mucha sombra.
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–¿Te gustaría hacerte cargo de la huerta?
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–¿Y esa planta que cambiaste de lugar que te dijo?
–Me dijo: “aquí siento mucho calor, ¿no habrá un lugar más fresco para
mí?”.
Las dos rieron, pero la princesa no dudó ni por un instante que esa niña
podía comunicarse con las plantas. Así que, desde allí, fueron a visitar
el bosque de árboles frutales.
Lo único que podía hacer era seguir el camino que la catapulta había
recorrido. La ilusión puso fuerza en sus piernas y retomó la marcha.
¿Le alcanzarían sus energías para cruzar a pie esa inmensa cordillera?
¿Acertaría a seguir el mismo camino recorrido por el arquero y la
catapulta? De nada de eso estaba seguro, pero de lo que no se podía
dudar era de que lo intentaría.
Con paso cada vez más lento, pero sin detenerse, intentaba llegar al
lugar donde la catapulta y el arquero habían mantenido su último
combate. El camino había quedado grabado en su mente cuando la
catapulta le transmitió su memoria. Alentaba la esperanza de encontrar,
llegado allí, alguna pista sobre el paradero de su hijo.
149
Se sentó en una roca y hurgó en el fondo de su zurrón buscando algo
para comer. Una ciruela pasa y dos nueces peladas era lo único que le
quedaba. Miró a las estrellas y se sintió solo en el mundo: su hijo
perdido, a su esposa la había tenido que transformar en viento para que
no la asesinaran los que secuestraron a Grommash, y él, en medio de
esas montañas, comiendo sus últimos víveres.
“Ahora es cuando necesito un amigo”, pensó para sí, y sin dudarlo sacó
de su bolsillo la piedra de la amistad. Aunque las posibilidades eran
pocas, no era momento de rendirse.
–La cordillera.
–El mago Flogisto creó una piedra mágica a la que llamó “la piedra de
la amistad”. Cuando esa piedra se echa al fuego lanza un rayo de luz
vertical de color naranja, hacia el cielo, que se ve a cualquier distancia.
Pero lo increíble de esa luz es que la pueden ver sólo los amigos de
Flogisto y nadie más. Por eso yo la veo y ustedes no.
Felipillo miró el cielo, vio que había algo de luna y respondió sin
dudarlo:
151
–Sí, princesa.
–Me parece –le dijo la princesa– que deberías quedarte con tu esposa y
los niños. Flogisto y tú han sido enemigos muchos años, creo que
Felipillo y yo podríamos ayudar, eso, claro, si es que lo encontramos.
¿Qué te parece?
153
CAPÍTULO 33. FELIPILLO GUSANILLO
La princesa y Felipillo conversaron durante toda la noche mientras éste
guiaba siguiendo el rayo que la piedra de la amistad trazaba en el cielo.
154
–Es que nunca pude elegir lo que yo querría hacer, ¿me comprendes?
–Eres afortunada.
–¿Y qué otras cosas ocupan tu corazón, además de los gusanos de seda?
–Te vas a reír –respondió Felipillo–, pero muchas veces siento que mi
corazón está lleno de música.
–No, ¿por qué me voy a reír? Yo, para mi cumpleaños, siempre pongo
música y eso me llena el corazón, y me hace bailar como una
condenada –reconoció la princesa.
155
–Te entiendo, pero no lleno de música de esa manera –agregó él–. Lo
que yo siento es que mi corazón está hecho de música.
–Te hubiera convenido más ser heredero al trono de los jilgueros que
de los gusanos de seda.
No pudo dejar de pensar en Ulrico que, cuando pudo elegir, decidió ser
cocinero. Aunque su situación era bastante distinta, ya que la guerra de
Warcraft lo había obligado a ser arquero, aunque esa no fuera su
voluntad. En cambio, Felipillo había elegido encargarse de los gusanos
de seda, aunque ahora sintiera que eso no completaba su vida y deseara
hacer cosas nuevas.
156
CAPÍTULO 34. BUSCANDO AL MAGO
Estaba amaneciendo cuando la princesa de Organdí y Felipillo
Gusanillo llegaron hasta las primeras montañas. La luz naranja
comenzaba a palidecer a medida que aparecían los primeros rayos del
sol. Ya no se podía exigir más a los caballos, habían andado toda la
noche.
–Felipillo, deja que guíe yo. Dejemos los caballos en esta sombra, que
descansen y se alimenten, que buena falta les hace.
–Sí, a una hora de andar a pie lo encontré a Ulrico luchando con una
catapulta.
–¡No!, nunca había andado por aquí. Pero hacía días que veía un
resplandor intermitente y vine a investigar de qué se trataba.
–¡La joven del caballo! –exclamó–. Dime, por favor, ¿quién eres tú?
158
–… su hijo Grommash está sano y salvo en mi palacio.
Flogisto dio dos o tres pasos tambaleantes y fue a caer justo frente a la
princesa, abrazándose a sus pies:
159
Finalmente, llegaron a los caballos y desayunaron, cansados y
hambrientos como quien había cruzado a pie la cordillera o como
quienes habían cabalgado toda la noche.
160
CAPÍTULO 35. DEBAJO DEL ÁRBOL
Debajo del árbol, la princesa de Organdí, Felipillo Gusanillo, heredero
del trono de los gusanos de seda, y el mago Flogisto desayunaron de las
vituallas que Ulrico había puesto en las alforjas del tercer caballo.
Las montañas se veían más inmensas aún al estar tan cerca de ellas y
parecía imposible que alguien las hubiera podido cruzar a pie. El
camino descubierto por Ulrico mientras huía de la catapulta había
quedado sellado por la misma catapulta, la que ahora vigilaba desde lo
alto del arroyo que nadie pasara por allí, tal como se lo había ordenado
el mago con su conjuro.
La princesa quitó las alforjas al caballo que había llevado los víveres:
era el más descansado y en él volvería al palacio. Tomó algunas
provisiones y antes de partir le dijo a Felipillo:
161
–Si en algún momento te desorientas, no te preocupes: suelta las
riendas del caballo. Ellos conocen bien el camino a casa.
162
Mientras tanto la princesa llevaba buen paso en su camino. Se detuvo al
mediodía en un arroyo para que el caballo beba y descanse, ella
también comió algo y los dos continuaron viaje. Pasó ya al atardecer
por el bosque donde había conocido a Felipillo Gusanillo. La noche iba
cayendo y el cansancio la vencía.
163
CAPÍTULO 36. DESPERTANDO EN EL PALACIO .
La princesa despertó sorprendida en su cama, vestida y arropada con
abrigados edredones. Lo último que recordaba era que estaba
regresando al palacio y que la vencía el sueño mientras cabalgaba. Lo
que estaba segura era de que el encuentro con el mago Flogisto no
había sido un sueño.
–Buen día, Ana Milena. Buen día, Ulrico –respondió–. ¿Qué es esto
que despide un aroma delicioso?
164
–Llegaste al palacio dormida, abrazada al cuello de tu caballo –
respondió Ana Milena–. Ulrico y yo te bajamos y te llevamos hasta tu
cuarto. Estabas tan cansada que ni te despertaste.
Los esposos estaban más que atentos para escuchar lo que tenía para
contarles. Les intrigaba la llegada de la princesa dormida en su caballo
la noche anterior, saber por qué no había regresado Felipillo Gusanillo
con ella y, por supuesto, conocer el resultado de la búsqueda de
Flogisto.
165
–Eso si no piensa que nosotros fuimos sus secuestradores –agregó
Ulrico.
A todos les pareció bien la resolución de Ana Milena, así que ésta
llamó a Azucena y le dijo:
166
Azucena se alegró y corrió a darle la buena nueva a su amigo en su
media lengua orco-humana en la que ellos se entendían. Grommash la
escuchó y emprendió una loca carrera. Antes de detenerse dio dos
vueltas carnero sobre el pasto de los jardines del palacio. Luego, los
dos niños siguieron con sus juegos.
167
CAPÍTULO 37. LA ESPERA
La princesa, Ulrico y Ana Milena estaban atentos y cada tanto miraban
el camino para ver si llegaba Felipillo Gusanillo acompañado del mago
Flogisto.
Al rato, mientras Ana Milena lavaba los platos, la princesa los secaba y
Ulrico los guardaba en la alacena, escucharon el vocinglerío de las
gallinas anunciando la llegada de alguien al palacio. Pocos segundos
después vieron pasar por la ventana la sombra de dos caballos y
enseguida oyeron la voz alegre de Felipillo:
–Princesa, creo que necesito darme otro baño para merecer tu abrazo.
168
–Yo creo lo mismo –le contestó la princesa, también en voz baja y
riendo.
El mago los vio y dio unos pasos hacia ellos. A Ulrico lo había visto ya
en las memorias de la catapulta. Se detuvo a dos metros de distancia y
les hizo una gran reverencia.
–Tú eres Ulrico, el arquero, y tú has de ser entonces Ana Milena –dijo
en perfecto idioma humano.
–No me importa lo que han sido o lo que han hecho en el pasado, desde
ahora en adelante cuentan con mi gratitud eterna.
169
–Mago Flogisto –dijo Ulrico–, quiero decirle que ya no soy Ulriquero,
el arquero, ahora soy Ulrico el Cocinero.
–Me gustan mucho más los cocineros que los arqueros –contestó
sonriendo el mago, quien al fin terminaba de entender por qué el
arquero había quitado las flechas a la catapulta y las había dejado
abandonadas en el suelo.
–Grommash está con mi hija en el huerto de los árboles frutales –le dijo
Ana Milena–. ¿Quiere que lo llame o que lo acompañe a buscarlo?
El mago la siguió dócilmente por los pasillos del palacio, subieron las
escaleras de madera y la princesa le mostró una habitación nueva con
ventana hacia los jardines, como tenían todas, con un espacioso baño.
–Me dijo que comió en el viaje, pero, a su edad, se puede comer dos
veces –comentó Ulrico como explicándose.
171
CAPÍTULO 38. EL REENCUENTRO
Todos saben cómo les gusta a los niños y a las niñas del mundo las
sorpresas, sean humanos, orcos o extraterrestres. Así que cumplieron al
pie de la letra el pedido de Ana Milena y ya no se alejaron del palacio.
Eso fue lo que permitió al mago Flogisto, desde la ventana de su cuarto,
ver a Grommash corriendo y riendo con Azucena, su nueva e increíble
amiga.
Se miró una vez más al espejo y decidió que era el momento que había
esperado todo ese tiempo: el del reencuentro con su hijo. Su corazón ya
no estaba empañado por el odio a sus secuestradores: ellos –los orcos–
también habían causado mucho dolor a los humanos. Como se
comprobaba en el reino de Organdí, el problema no era ser orco o ser
humano, el problema era la guerra entre ellos.
–Grommash… –dijo el mago Flogisto en voz alta, todo lo alta que pudo
porque un nudo de emoción le apretaba la garganta.
172
–¡Papá! –exclamó aquel, y emprendió una veloz carrera. Flogisto, de
rodillas, lo recibió en sus brazos.
Una brisa perfumada vino del lado del bosque de tilos. Fue la manera
que encontró la mamá, que ahora era viento, para sumarse también al
abrazo.
173
–Tengo muchos regalos para ti –agregó Flogisto–: el primero es este –y
le tocó la frente con el dedo índice de su mano derecha.
Ulrico no podía creer que ese orco esbelto fuera el viejecito que había
visto un rato antes.
La princesa, feliz de tener tanta gente en su palacio, dijo con voz alta y
alegre:
174
sentado el mago Flogisto, a su lado Grommash y al lado de éste
Azucena, o sea, justo enfrente de su padre.
175
–¿Sabes qué quiere decir Azucena? –le preguntó el mago a su hijo. Éste
dijo que no con la cabeza. Flogisto le explicó en orco lo que era una
azucena.
176
CAPÍTULO 39. EL DIOS BLIZZARD
Flogisto y Grommash se dedicaron a conversar el resto de la tarde.
¡Tenían tantas cosas para contarse!
177
Al entrar, el mago Flogisto quedó admirado del techo de vidrio a través
del cual se podía ver desde la primera hasta la última estrella.
Ana Milena, al ver entrar al mago notó que pisaba con dificultad. Claro,
después de cruzar la cordillera caminando sus pies habrían de estar bien
dañados. Así que le dijo:
–Mago Flogisto: mañana lo espero para curarle esos pies que le están
dando mucho sufrimiento.
Esa noche nadie la olvidaría fácilmente. Era la primera vez que volvían
a cenar juntos el mago Flogisto y su hijo desde que fuera secuestrado.
También era la primera vez que en el palacio de Organdí había ocho
comensales. Y era la primera vez que la mayoría de los presentes comía
ñoquis de papas, amasados por Ulrico el Cocinero.
178
–Es una vieja historia –respondió el mago–. ¿Sabe, Princesa?, la guerra
crea sus propios intereses.
–No lo entiendo.
–Eso creen los humanos, y los orcos creemos que son los humanos los
que invadieron nuestro país.
–La verdad es que es el país de los dos. Nos creó el mismo dios y nos
puso en ese territorio.
–¿Es cierto que los magos orcos son médicos? –preguntó la princesa.
–Así es. Cuando nos preparamos para ser magos, la medicina es uno de
nuestros principales estudios.
–¿Sabe con qué estuve soñando, Mago Flogisto? Con tener un hospital
en Organdí para curar a los heridos de la guerra de Warcraft. Me
imagino un lugar con salones espaciosos, con mucha luz, donde los
heridos vayan recuperando sus deseos de vivir sintiendo lo hermoso
que es el mundo cuando no hay guerra.
–Sí –respondió ella–, pero tiene una dificultad: ¿qué sentido tiene curar
a los heridos si luego volverán a la guerra?
–Es cierto, pero no será en todos los casos igual. Por ejemplo, usted
salvó a Ulrico y él no quiso volver a la guerra.
–Yo mismo, ahora que veo a mi hijo feliz, trepando a los árboles,
jugando, sin tener que esconderse, no me da ningún deseo de volver a
la guerra.
180
–Muchas gracias, Princesa. Su corazón es joven pero generoso –y luego
de meditar unos breves instantes agregó–: quizás eso es lo más
importante que debe tener un corazón.
181
CAPÍTULO 40. LOS VIEJOS AMIGOS
El reencuentro del mago Flogisto con su amigo Felipillo Gusanillo no
podría haber sido más oportuno. Felipillo, siguiendo la luz que
emanaba de la piedra de la amistad arrojada al fuego, lo encontró
exhausto en la cordillera y lo guio hasta el palacio de Organdí donde se
hallaba su amado hijo.
–Tú, que eres amigo de mi padre y que has sido amigo de mi abuelo,
¿qué me aconsejas? –preguntó Felipillo.
–Con tiempo, claro que sí. Pero también puedes comenzar con algún
instrumento más sencillo de fabricar.
182
–Como una flauta, por ejemplo. Para fabricarla solo necesitamos una
caña hueca y hacerle los agujeros correspondientes.
Claro que ninguno de los dos sabía si existían ese tipo de cañas en
Organdí y, en caso de que las hubiera, dónde encontrarlas. Pero sobre
eso podrían consultar a la princesa.
183
–En los mapas antiguos del reino se señala una laguna como Laguna
del Cañaveral. Yo imagino que, si se llama así, ese debería ser el lugar
más apropiado para buscar cañas.
–No, nunca he tenido motivos para ir. Pero podríamos hacer una
excursión todos juntos, si es que Ana Milena y Ulrico no tienen
inconvenientes.
–No hay problemas por eso –afirmó Ulrico–. Mañana puedo preparar
comida para el viaje y Felipillo encargarse de los carros y del resto de
las cosas necesarias.
–Yo también aprovecharé el día de mañana para revisar que todo esté
en orden en la plantación, y pasado mañana partimos.
185
CAPÍTULO 41. EL BOSQUE DE LOS CEDROS
Finalmente, partieron con tres carros y un caballo para cada uno. Los
niños ya habían aprendido a montar bastante bien y, de esa manera,
aliviaban el viaje de sus padres. En los carros viajaban la comida, el
agua, algunas ollas y las mantas de viaje.
–Es que yo nunca he estado allí, pero si usted los conoce, saldremos de
dudas apenas los veamos.
–¿Cómo está segura del camino que hay que seguir? –le preguntó
Flogisto a la princesa.
–No estoy segura, Mago, por eso pregunté si alguien conocía cómo se
veía un bosque de cedros. Porque bosques hay muchos, pero nosotros
buscamos ese en especial.
186
–¿Y cómo decidió venir en esta dirección?
187
–¿Cuánto crees que medirán los árboles más altos de este bosque? –
preguntó Felipillo al mago orco.
–Pues, para saber qué es cada lugar. Por ejemplo, si aquí hubiera un
cartel que dijera “Bosque de los Cedros”, al llegar el viajero no tendría
dudas de a dónde había llegado.
188
–¿Han visto como mi reino se defiende solo? –agregó la princesa
también riendo–. Si no tienes acceso a los mapas del reino, te perderás
sin falta sin llegar a ninguna parte.
189
CAPÍTULO 42. LA LAGUNA DEL CAÑAVERAL
Cuando la princesa despertó, la luz del día ya comenzaba a filtrarse a
través de los inmensos cedros debajo de los cuales había dormido.
Cuando abrió los ojos, aún acostada en el carro que le sirvió de cama,
su vista recorrió un inmenso tronco que se elevaba hacia el cielo. Su
corteza rugosa se asemejaba a las arrugas de un viejecito y sus ramas,
que salían en todas direcciones a distinta altura, parecían contar una
historia.
Cuando se sentó, vio a Flogisto caminado entre los árboles del bosque.
En eso, el mago se acercó a uno de ellos, se abrazó a él y allí quedó
quieto, con su oreja apoyada contra su áspera corteza, como si el árbol
le estuviera comunicando algo muy importante.
–Increíblemente bien, Mago. Creo que dormir bajo esos árboles ha sido
una experiencia increíble.
–La pregunta es: ¿escuchó usted algo que proviniera del interior de ese
árbol?
191
El mago orco no contestó inmediatamente. Cuando volvió a hablar no
se sabía si le estaba respondiendo a la princesa o si estaba hablando
consigo mismo; o las dos cosas a la vez:
–No lo dude, Princesa. Sólo que no es como el nuestro, que late muchas
veces en un solo minuto: el corazón de un árbol late, como mucho, una
vez cada día.
192
La princesa pensó que, al regreso, sin falta se abrazaría a un cedro y
pondría su oreja contra él, a ver qué era lo que se escuchaba. Pero,
mientras tanto, se ocupó de consolar a Flogisto, a quien se lo veía
apenado por su incapacidad de comprender a los árboles.
193
Mientras se preparaba el almuerzo, Flogisto y Felipillo eligieron
algunas cañas casi secas que parecían más que apropiadas para la
fabricación de flautas. Las pusieron con cuidado en una caja que habían
llevado a ese fin y que viajaba segura en uno de los carros.
194
CAPÍTULO 43. LOS ARQUITECTOS DEL REINO
El mago Flogisto resultó ser un excelente arquitecto. Con su ayuda, en
poco tiempo, lograron terminar varias construcciones.
Para llevar los materiales hasta ese lugar contaron con la inestimable
ayuda de los carros poseedores de la magia carretera. Flogisto era el
que manejaba mejor las matemáticas, así que a él le confiaban el
cálculo de cuántos ladrillos, bolsas de arena y de cemento eran
necesarios llevar cada vez.
Cuando estuvo lista, detrás del huerto de árboles frutales se veía una
hermosa construcción con techo de tejas. Contaba con grandes ventanas
y tres dormitorios, además de la cocina, los baños y la sala de juegos.
195
Grommash fue a vivir con ellos, hasta que el mago Flogisto pudiera
terminar su propia casa.
Todos iban corriendo detrás del carro hasta la casa y allí comenzaban a
descargar. La princesa corrió y se divirtió como hacía tiempo que no lo
hacía. Felipillo Gusanillo estaba siempre a su lado, para reír con ella y
festejar sus ocurrencias.
196
Finalmente, el hospital fue lo que más trabajo dio, ya que estuvo
pensado para poder recibir a muchos heridos de la guerra de Warcraft.
Una vez terminado, resulto ser casi casi tan grande como el palacio.
–Mire, Princesa, yo creo que dejar la guerra es algo que cada uno debe
decidir en su corazón. Mire nomás a Ulrico el Cocinero: él quiso dejar
de ser arquero. Si no lo hubiera deseado con toda su alma, una vez
repuesto en su palacio, hubiera vuelto a ocupar su puesto de arquero en
Warcraft.
–Eso es muy cierto –reconoció la princesa–, pero ¿cómo hacer para que
los corazones quieran dejar la guerra?
197
–Eso no se puede hacer, Princesa; nadie puede mandar en el corazón de
otra persona. Lo que sí podemos es ayudar a quienes, en su corazón, ya
hayan tomado esa decisión.
198
CAPÍTULO 44. TERROR EN EL BOSQUE DE LOS
GUSANOS
Esa mañana, cuando el rey Gustav Tercero estaba asignando los lugares
donde los distintos grupos de gusanos debían ir a comer, un silbido
estridente recorrió todo el bosque.
Gustav Tercero recordó relatos de su padre, cuando aún era niño, sobre
un pájaro llamado chiflón: ¿habría llegado al Bosque de los Gusanos un
representante de esa familia y sería el responsable de esos horrísonos
sonidos? Sin dudas, había que averiguarlo.
199
gallina escapada del gallinero. Si ese era su destino, lo afrontaría con
valentía: para algo era el rey de los gusanos.
200
Mientras tanto, el segundo escuadrón, siguiendo las órdenes recibidas,
trepó hasta la ventana desde donde se podía ver el interior de la casa. Al
apoyar la cara contra el vidrio, los gusanos pudieron ver el fuego
encendido en el hogar y una enorme tetera calentándose sobre las
llamas. No había dudas que el príncipe de los gusanos de seda se
encontraba allí, aunque, en verdad, no se lo veía.
El rey seguía subiendo, aunque acompañado por un grupo cada vez más
reducidos de guardias. Con un guardia a cada lado y otro empujándolo
desde atrás, pudo finalmente asomarse por encima de la pared lateral.
Lo que vio lo dejó más aterrado aún: ahí estaba su primo, sentado en
uno de los bancos que rodeaba la mesa, con un tubo que le salía de la
boca y que, ya no había dudas, era el que producía ese terrible sonido.
–¡Sí, hay un gran peligro que se llama Felipillo y esa caña que produce
sonidos infernales!
203
CAPÍTULO 45. LOS COPISTAS DE ORGANDÍ
El mago Flogisto quedó encantado con la biblioteca del palacio de
Organdí. Hacía muchísimos años que ya no había bibliotecas en
Warcraft y casi no había libros, sólo alguno que otro escondido en la
casa de alguien, así que nadie podía aprender nada y sabían sólo
aquello que estaba en la cabeza de cada uno.
Hacía mucho tiempo que padre e hijo no hacían cosas juntos. Cuando
no eran las tareas del mago era la guerra, cuando no, los viajes a otros
pueblos orcos, y luego el secuestro de Grommash… En fin, que se
debían un buen proyecto juntos: ahora ya no tenían excusas para no
hacerlo.
–No lo dudo, hijo. Pero esas traducciones necesitan ser escritas para
que otros puedan leerlas.
205
–¡Adelante! ¡Adelante! –insistió la princesa cuando vio a Grommash y
a Flogistos asomados a su puerta.
–Sí, Princesa, cuente conmigo –dijo ya serio, aunque sin poder ocultar
su alegría.
206
Ambos la miraron esperando que continuara.
–Yo nunca supe para qué estaban todos esos libros ahí, pero ahora
comprendo que esperaban su oportunidad de ser útiles, como en este
caso, para recibir vuestras traducciones.
–Y la segunda ayuda que mi reino les puede dar es que escriban esas
traducciones con tinta mágica.
–Sí, tinta mágica –reafirmó la princesa–. Es una tinta que tiene dos
propiedades increíbles. La primera es que completa las palabras a
medida que uno las va escribiendo.
207
incorrectamente, ella sola se corrige. Yo la uso para escribir los
decretos reales, así estoy segura de que no contienen ningún error.
–Tú eres ahora el bibliotecario: si tu padre puede, claro que sí, pueden
comenzar.
208
CAPÍTULO 46. EL HOSPITAL
El hospital de Organdí era una construcción preciosa. Tenía altas
ventanas que dejaban entrar el aire y la luz en sus cuartos. Unas daban
al sur y otras al norte, así que nunca molestaba el sol, pero siempre
tenían abundante claridad.
Los pisos de los pasillos eran de colores: azules los de la planta baja,
verdes los del primer piso y lilas los del segundo. Las habitaciones
tenían pisos blancos y del mismo color eran sus paredes.
209
–Princesa, tengo una solución para el problema de los heridos.
–He ideado un conjuro para que todo aquel soldado herido, ya sea orco
o humano, que en su corazón haya decidido no participar más en la
guerra, desaparezca mágicamente del lugar donde se encuentre y
aparezca en una cama del hospital de Organdí.
–Necesito a un mago humano para hacerlo entre los dos. Yo pondré los
ingredientes necesarios para llegar al corazón de los orcos y él los
necesarios para llegar al corazón de los humanos.
210
Había sido una inmensa casualidad que ese mago orco llegara hasta
Organdí. Para ello fue necesario que la catapulta persiguiera a Ulrico a
través de la cordillera, que la princesa fuera a ver de qué se trataba
aquel resplandor en la montaña, que lograra ayudar a Ulrico a huir de la
catapulta, que aquél pudiera volver a Wartcraft a buscar a su familia,
que en su casa se encontrara secuestrado el hijo de un mago orco, que
Ulrico y Ana Milena hubieran decidido traer al niño con ellos a
Organdí, que el mago siguiera su pista a través de la cordillera, que el
rey Gustav Tercero hubiera invitado a su primo al Bosque de los
Gusanos, que Felipillo Gusanillo haya divisado la luz de la piedra de la
amistad y que, finalmente, la princesa y él hubieran encontrado al
mago.
211
Faltaba poco para el intercambio anual de telas con los hombres del
mar. ¿Podrían éstos ofrecerle alguna clase de ayuda?
212
PARTE II. EL SUEÑO DE LA PRINCESA
213
CAPÍTULO 1. EL CONJURO
Los que hayan leído El reino de Organdí sabrán muchas cosas sobre lo
que allí ocurre. Pero, para los que no tengan noticias, les contamos que,
en sus inicios, en ese país vivía una sola persona: justamente la
Princesa de Organdí.
214
huevo y, aparte, el día de la gallina, que era como decir el “día de la
madre” del huevo. Otras eran la fiesta del hilo de algodón, la del tejido,
la del mar, la de la montaña, la de las palomas de pico naranja… en fin,
todas las fiestas que ustedes puedan imaginar tenían su día en el reino
de Organdí.
216
El hospital se construyó y terminó siendo un edificio hermoso. Tenía
altas ventanas que dejaban entrar el aire y la luz en sus cuartos. Los
pisos de los pasillos eran de colores: azules los de la planta baja, verdes
los del primer piso y lilas los del segundo. Las habitaciones tenían pisos
blancos y del mismo color eran sus paredes. Contaba con gimnasios,
bibliotecas y salas de lectura, todo pensado para la recuperación de los
heridos. Y, lo que era más importante, el hospital sería atendido por el
mago Flogisto, que era médico, y por Ana Milena, que era enfermera.
218
CAPÍTULO 2. SE BUSCA UN MENSAJERO
La princesa y el mago Flogisto se reunieron en el salón del trono. Ella
tenía el ceño fruncido, signo inequívoco de preocupación. A él se lo
notaba serio: tenían por delante dificultades no sencillas de resolver.
–No saben el trabajo que me dio dar con el salón del trono. La primera
vez que abrí la puerta aparecí en el lavadero…
Los tres rieron. Todos sabían que en el palacio las puertas no daban
siempre al mismo sitio, lo que producía tanto situaciones graciosas
como enojosas, sobre todo cuando alguien estaba apurado por hacer
algo.
220
–Será un gusto recibirlos en mi casa del Bosque de los Gusanos e
invitar también a mi primo. ¿Quiere que lo organice para mañana,
Princesa?
221
Mago y Princesa encararon el camino como buenos amigos, aunque en
silencio. Al rato de andar, Flogisto fue el primero en decir algo.
–¿Y qué pasa con sus cumpleaños? ¿No le agregan años cada vez que
cumple?
222
–Es que, sabe –continuó la princesa–, como yo me siento siempre de
diez y siete años, un año cumplo para adelante y llego a los diez y ocho,
pero, como no me siento de dieciocho, al año siguiente cumplo uno
para atrás y vuelvo a los diecisiete. Es más, a veces he cumplido años
dos veces en el mismo año para volver a tener diecisiete.
Tenía que investigar ese asunto, sin quererlo quizás había dado con la
fuente de la eterna juventud.
–Dígame una cosa, Princesa: ¿usted ha notado que algo cumpla años en
Organdí?
–Por ejemplo, estos caballos en los que estamos yendo al Bosque de los
gusanos. ¿Usted nota que estén envejeciendo con el paso del tiempo?
223
–No, eso no –contestó ella–. Por ejemplo, las plantas de algodón se
renuevan todos los años. Cosechamos el algodón, luego las plantas se
secan y al año siguiente volvemos a plantar semillas de algodón. Y las
provisiones también se acaban: todos los años recibimos nuevas cuando
entregamos las telas a los hombres del mar.
224
CAPÍTULO 3. LA REUNIÓN EN EL BOSQUE
Al oír pasos de caballos, Felipillo Gusanillo salió inmediatamente de su
casa en el Bosque de los Gusanos y fue con premura a dar su mano a la
princesa para ayudarla a bajar del suyo. Él ya sabía que la princesa
subía y bajaba perfectamente de los caballos sin ningún tipo de ayuda,
pero no quería perder la oportunidad de ser atento con ella.
Y la princesa, que nunca dejaba que nadie la ayudara, daba con gracia
su mano a Felipillo y se apoyaba en su hombro al bajar de la
cabalgadura.
225
El rey entornó los ojos en señal de complacencia y su corona se inclinó
un poco hacia el lado derecho.
226
–Estimada Princesa: Anadaida estaría complacida de servirla llevando
ese mensaje, pero me temo que eso no será posible.
227
CAPÍTULO 4. CAMBIA, TODO CAMBIA
Al día siguiente se lo vio al mago Flogisto haciendo cosas extrañas en
el jardín del palacio. A pesar de que no había resultado la idea de que
Anadaida pudiera llevar el mensaje hasta Warcraft, él no quería darse
por vencido.
228
Una de las características de los telares mágicos de Organdí era que no
hacían ruido, trabajaban silenciosamente; sólo respondían con un suave
taca-taca cuando alguien les dirigía la palabra. Eso permitiría que,
mientras recorrieran la hilandería, pudieran conversar normalmente, sin
tener que levantar la voz.
–¿Y cuál sería ese nuevo camino? –quiso saber la princesa, siempre
preocupada de que nadie tomara riesgos innecesarios.
–Entonces, sin falta, hay que volver a hablar con el rey de los gusanos
para que dé su autorización.
–¿Quieres quedarte a cenar? Este heredero, así como lo ves, sabe hacer
algunas cosas ricas.
231
CAPÍTULO 5. EL REY GUSTAV TERCERO
Felipillo regresó a su casa del bosque esa misma noche. A la mañana
siguiente, después de desayunar, fue en busca del rey Gustav Tercero.
Lo encontró junto a su séquito, poniendo señales en los árboles para
organizar el turno de comida de las distintas familias de gusanos. Los
árboles con hojas más tiernas estaban destinados a las familias con
gusaniños y gusaniñas más pequeños, y a los árboles con pocas hojas
nadie se podía subir: había que darles tiempo a que sacaran hojas
nuevas para no quedarse sin comida antes de tiempo.
–Buen día Felipillo –le contestó aquel–. ¿Qué te trae tan temprano a
esta parte del bosque?
232
Eso calmó algo al rey Gustav Tercero, pero no lo suficiente como para
que no agregue:
–Pero en vez de eso –continuó Felipillo– te cedió este bosque para que
te instales con todo tu pueblo, plantó moreras tal como tú le pediste y
me dio un salvo conducto para que atraviese su territorio y venga a
reunirme contigo.
234
CAPÍTULO 6. LA CARROZA DEL REY
Lo primero que le ofreció Felipillo a su primo Gustav Tercero fue
viajar en su caja de música. Ésta tenía el aspecto de un pequeño cofre y,
cuando se la abría, hacía música mientras que una bailarina giraba
sobre un plato que daba vuelta tras vuelta.
Viendo que al rey no se le daba bien eso del baile, Felipillo buscó una
caja de fósforos vacía. La caja era grande así que, de un lado, puso unas
hojas tiernas de enredadera por si a su primo le daba hambre durante el
viaje, y del otro un poco de algodón por si le daba ganas de dormir y
para amortiguar también el galope del caballo. Sólo le faltaban las
ruedas para ser una verdadera carroza real.
235
la visita y Ulrico puso dos platos más en la mesa para los recién
llegados.
236
–¿Esas cosas puede hacer usted? –preguntó entre incrédulo y admirado
el rey de los gusanos.
237
–Yo no puedo tomar la decisión de que usted transforme a Anadaida en
un pájaro, esa decisión la puede tomar sólo ella. Yo quiero ayudar a la
princesa –completó–, aunque, para ser sincero, también quiero decir
que me apena mucho separarme de Anadaida. Ella no es sólo mi
mensajera, sino también mi mejor amiga.
–Eres un rey muy sabio, primo mío. Sabes gobernar y sabes respetar el
deseo de tus súbditos. Creo que se hace necesario hablar con Anadaida.
238
CAPÍTULO 7. TRANSFORMACIONES
La mariposa Anadaida estaba más bella que nunca, con sus alas color
naranja adornadas con dos hermosos círculos azul oscuro que, cuando
abría las alas, semejaban unos inmensos ojos. Parada en el hombro de
Felipillo Gusanillo escuchaba con atención todo lo que se decía en
aquella ocasión.
239
–Así que –continuó–, usted puede contar con mi colaboración en todo
aquello que esté a mi alcance.
Al rey Gustav Tercero le dio un temblor que casi le hace caer la corona
de su cabeza. La acomodó rápidamente y miró con admiración a su
querida mariposa.
El mago cerró los ojos y puso sus dos manos a unos centímetros de la
pluma que estaba sobre la mesa. Cómo haciendo un esfuerzo con su
memoria comenzó a decir:
–Forma de mariposa,
dorada como ninguna,
te transformarás en pájaro
al posarte sobre esta pluma.
El mago abrió sus manos y las llevó hasta la altura de sus hombros.
Anadaida flexionó todas sus patas y, dando un salto, se arrojó desde el
hombro de Felipillo he inició un gracioso vuelo. Dio una vuelta
alrededor de la mesa, pasando primero por delante de la princesa, quien
hizo una inclinación de cabeza en señal de agradecimiento. Luego
revoloteó alrededor de la cabeza del rey Gustav Tercero, cubriéndolo
con brillante polvo de alas de mariposa. El rey abrió grandes los ojos y
ya no los apartó del vuelo de su mensajera. Finalmente, sus alas se
agitaron justo delante de la nariz del Mago Flogisto, quien alcanzó a
sentir el casi imperceptible movimiento del aire generado por ellas.
Anadaida miró a todos los presentes con sus nuevos ojos. Éstos la
observaban en su nuevo ser, blanca de abajo y negra de arriba. Nadie
dudaba de que el hechizo del mago había sido fabuloso, pero también
estaba claro que eso en lo que se había transformado Anadaida no era
una paloma.
243
–No haremos nada, Felipillo –respondió el Mago–. Para cruzar la
cordillera es casi tan buena, o mejor, una golondrina que una paloma.
Imagina que estas aves recorren miles de kilómetros todos los años para
migrar de un lugar a otro.
–Estoy seguro de ello, aunque claro, en un vuelo tan largo siempre hay
riesgos –acotó Flogisto.
244
Todos se asomaron a verla. Movía sus alas con energía y se remontaba
cada vez más alto, mucho más alto que los árboles más altos. Cuando
ya se veía como un puntito en el cielo, dejó de aletear y, con sus alas
desplegadas, volvió planeando hasta posarse en el techo de la casa de
Flogisto.
Pio con energía, como queriendo decir las palabras que aún no le
salían. De un salto bajó del techo y se volvió a posar en el hombro de
Felipillo. Desde allí miró con sus ojos negro azabache al rey Gustav
Tercero y le dedicó un gorjeo que inundó toda la casa de música.
245
CAPÍTULO 8. PREPARANDO EL VIAJE
El mago Flogisto dedicó lo que quedaba de ese día y todo el día
siguiente a instruir a Anadaida sobre su viaje.
Una vez resuelto ese primer paso y ya dejando atrás la cordillera, tenía
que buscar un ancho río y seguirlo alejándose de las montañas. El
primer pueblo que encontraría era un pueblo humano: debía seguir de
largo. Luego aparecerían dos pueblos orcos que también dejaría atrás.
Recién en el siguiente pueblo de humanos vivía Aldebarán.
Su casa estaba en las afueras, pero no era fácil verla desde el aire
porque se hallaba debajo de árboles muy frondosos. Lo mejor que
246
podía hacer era volar alrededor del pueblo y observar todos los caminos
que salían de él.
Si lo hacía con atención, vería que uno de esos caminos tenía piedras
blancas a sus dos costados. Era el único con esas características: no lo
iba a confundir con ningún otro. Ese era el camino que Anadaida debía
seguir.
El tema que quedaba por resolver era cómo llevaría el mensaje. Aunque
Flogisto le explicó en detalle lo que tenía que decirle a Aldebarán,
nadie podía saber cuánto tiempo le llevaría a Anadaida aprender a
manejar sus nuevas cuerdas vocales.
Tampoco se podía escribir una carta y atarla a una de sus patas, porque
su peso le impediría a la ahora golondrina poder cumplir con tan
exigente travesía. El mago Flogisto estaba en un verdadero problema:
debería usar toda su inteligencia para resolverlo. Ninguno de sus
conjuros lo podía ayudar ahora, y eso que sabía cientos de ellos.
247
También pensó en la posibilidad de intentar con escritura miniatura, en
la que era experto. Calculaba que en una pluma de Anadaida podían
caber casi cien palabras, lo que era más que suficiente para lo que tenía
que transmitir. Pero se dio cuenta de que, durante el viaje, su plumaje
estaría sometido al viento y al sol, y tampoco podía descartar que se
mojara con la lluvia. Era muy grande el riesgo tanto de que se borrara
el mensaje o que, sencillamente, quedara ilegible.
248
CAPÍTULO 9. LA MARIPOSA GOLONDRINA
Al tercer día desde su transformación Anadaida emprendió, finalmente,
el viaje. Partió desde la casa de Flogisto y, después de elevarse en el
cielo, dio una vuelta alrededor del palacio de la princesa. Luego encaró
recto hacia la cordillera.
Es cierto que ella nunca había volado tan lejos, quizás nunca se había
encontrado con esas flores amarillas y por eso desconocía lo
desagradables que eran. Pero mientras volaba buscando agua vio unos
hermosos tulipanes rojos: de esas flores sí había comido muchas veces,
su polen era exquisito. Entusiasmada voló hasta los tulipanes y metió
su pico en el primero de ellos:
¡Qué rico sería ahora un poco de dulce polen como postre!, pensó
Anadaida, y se lanzó en picada sobre unas matas de flores azules con
corolas amarillas. Apenas probó el polen le dieron tantas arcadas que
casi vomita los riquísimos mosquitos que había comido instantes antes.
250
En ese momento sintió la voz, eran unos sonidos muy agudos pero que
ella podía entender perfectamente. Se dio vuelta para ver de dónde
venían esos rumores y se encontró como delante de un espejo: frente
suyo estaba posada, en la rama de enfrente, una golondrina igual que
ella, sólo que con la cola un poco más larga.
–Hola, amiga –le dijo la golondrina con un tono de voz muy alegre.
–Buenos días.
–¿Sabes que eres una golondrina muy rara? –le dijo mirándola con sus
ojitos negros Marcelino.
–No sólo por eso: eres la primera golondrina que veo comer polen de
las flores.
253
CAPÍTULO 10. MARCELINO
En el reino de Organdí cada uno se ocupaba de sus asuntos, pero el
pensamiento de todos volaba junto con la golondrina Anadaida. Era el
primer día de su viaje. Había partido a la mañana temprano y ya todos
estaban ansiosos por saber de sus aventuras.
254
Los dos se quedaron en silencio, mientras picoteaban unas pequeñas
arañitas que caminaban por el tronco donde estaba parados.
255
Anadaida no tuvo tiempo de sorprenderse, así que saltó al vacío y,
moviendo sus alas, comenzó a seguir al golondrino. Luego de unos
minutos de vuelo se acercaron a unos árboles. Ya de lejos se sentía el
piar y el gorjear de cientos de golondrinas. Aunque ella entendía su
idioma, igual quedó un poco anonadada de escuchar todas esas voces
que hablaban a la vez.
–¿No quieres quedarte a vivir aquí, con nuestra bandada? Hay lugar de
sobra y siempre es agradable tener una nueva amiga.
257
CAPÍTULO 11. LAS TELAS DE COLORES
Mientras tanto, en Organdí, el mago Flogisto quiso saber por qué todas
las telas que allí se confeccionaban eran blancas. La princesa se
sorprendió por la pregunta y, sin dudar, le respondió:
–¿Y cómo se imagina que hacen para tener todas esas telas de colores?
–le pregunto Flogisto.
258
–Muy sencillo, las tiñen.
259
–¿Podríamos hacer una prueba de lo que usted dice sobre el teñido de
las telas? –le preguntó la princesa.
–¿Qué necesita para hacerlo? ¿Le hago traer un rollo de tela del
depósito?
–Si le parece, princesa, vamos a hacer una prueba con un pequeño trozo
de tela. Para teñir un rollo entero deberíamos contar con piletas
especiales y nuevas instalaciones. Si a usted le gusta como quedan las
telas teñidas, lo podemos planear para el próximo año.
Claro que no fue tan sencillo convencer a un telar que, desde siempre,
hacía inmensas telas para enrollar, que hiciera un paño pequeño como
el que el Mago le había pedido. Aunque le explicó varias veces y con
detalle, el telar seguía dale que te dale sacando la larguísima tela que
estaba acostumbrado a fabricar.
Telar de mi alma,
Telar de mi amor,
Aquí viene tu princesa
A pedirte un gran favor.
Tú puedes hacer,
Tú puedes lograr,
Que la próxima tela
No sea para enrollar.
La tela que te pido
Para prueba de teñido
Es una tela al fin
Del tamaño de un vestido.
Sea porque al telar le gustó la canción, sea porque entendió que lo que
la princesa le pedía era algo importante, el caso es que, cuando
completó el rollo que estaba haciendo, produjo una cantidad de ajustes
en su maquinaria, cambió de lugar los peines con los que tejía el hilo de
algodón, y, con un ritmo distinto, comenzó a sacar la tela del tamaño de
un vestido.
262
CAPÍTULO 12. VOLANDO SOBRE LA CORDILLERA
Mientras tanto, Anadaida y Marcelino, luego de volar con energía
durante mucho rato, comenzaron a divisar las primeras montañas de la
cordillera. Todavía se las veía muy lejos, pero se adivinaba que eran
inmensas. Aún para dos golondrinas iba a ser todo un desafío internarse
en ellas.
–Yo le pedí una tela, pero usted se dio cuenta de que, para hacer
pruebas de teñido, necesitaríamos muchas más, y las hizo confeccionar
con increíble rapidez.
264
La princesa sonrió confusa. Lo que ella creía que había sido un defecto
del telar, resultaba que era algo bueno para poder probar distintos
colores y concentraciones de tintura.
–¿Qué le parece si teñimos una tela de rosa? Usted me dijo que eso se
lograba muy bien con el jugo de la remolacha.
265
El cielo estaba completamente azul. Seguramente era más del mediodía
ya que en las laderas de las montañas donde antes había sol ahora
comenzaban a estar en sombras, y donde había sombras, comenzaba a
dar el sol. Por momentos Anadaida se adelantaba en su vuelo y por
momentos lo hacía Marcelino: ahora toda su preocupación era
encontrar un lugar para beber.
–No me quiero ilusionar, pero allá adelante veo algo que brilla.
266
Dando saltitos, siguieron esos hilillos de agua hasta encontrar que
daban nacimiento a un arroyo que bajaba por la montaña. En ese
momento, Anadaida sintió que unas gotitas de agua la salpicaban. Al
darse la vuelta vio que Marcelino le arrojaba agua con la punta de una
de sus alas. Entre las piedras, haciendo saltar gotitas hacia todos lados,
las golondrinas no sólo saciaron su sed, sino que se dieron el baño más
hermoso del que tenían recuerdo. Bueno, para Anadaida era su primer
baño como golondrina, y el primero en general, ya que las mariposas
no tienen esa costumbre.
Ya caían las primeras sombras de la tarde, así que las dos golondrinas
comenzaron a buscar un árbol dónde pasar la noche. Mientras lo
267
elegían merendaron y cenaron a la vez con unos ricos insectos que
revoloteaban por el aire.
268
CAPÍTULO 13. PRUEBA DE TEÑIDO
La princesa se levantó temprano aquel día. Apenas amanecía cuando ya
estaba saliendo de su cama para dirigirse a la biblioteca. Su
pensamiento volaba hacia Anadaida, preguntándose cómo le estaría
yendo en su arriesgada misión. ¿Habría terminado de cruzar la
cordillera? ¿Estaría segura en Warcraft? ¿Se sentiría triste de estar sola
y tan lejos de casa?
Allí el mago estaba por realizar una prueba de teñido, la primera que se
iba a llevar a cabo en ese reino. Tomó la tela que se había lavado el día
anterior y la pesó en una balanza, luego la puso en un balde y la cubrió
con agua. Todo eso ocurría bajo la atenta mirada de la princesa: ésta
tenía mucha curiosidad y además quería aprender cómo se hacía.
–Allí dice el peso de la tela que vamos a teñir, el agua que le pusimos al
balde y la cantidad de jugo de remolacha que le agregamos.
269
–Así es, princesa. El teñido de una tela es un proceso químico y es
necesario saber la medida exacta de todo lo que usamos.
–No, princesa, para teñir telas hay que tener paciencia. Esta tela
quedará en el balde hasta mañana. Por ahora, no hay nada más que
hacer.
–No se ría, princesa –le dijo Flogisto–, que aquí traigo guantes y
delantal para usted también.
270
Los dos se veían muy graciosos disfrazados de esa manera, pero la
princesa aprendió que, cuando se usan tinturas, éstas pueden salpicar y
terminar manchando la ropa que no se quería teñir.
Una vez preparada la mezcla, el mago sacó la tela del balde con tintura
y. entre él y la princesa. la estrujaron muy bien. Una vez escurrida, el
mago la colocó en el nuevo balde y la sumergió hasta que quedó tapada
con la mezcla de agua y vinagre.
–Ayer pusimos la tela en agua con tintura para que tome color, hoy la
sumergimos en agua y vinagre para que ese color quede fijado en la tela
y no se salga la próxima vez que la lavemos.
272
CAPÍTULO 14. UN MAL SUEÑO
Mientras en Organdí la princesa y el mago orco estaban creando las
primeras telas de colores en ese reino, Anadaida abría sus ojos. Había
estado soñando que regresaba al país de Organdí sin haber podido
encontrar la casa de Aldebarán y que, en el mismo momento en que
informaba a la princesa, ésta se ponía a llorar.
Por suerte, se dio cuenta, había sido sólo un mal sueño. Recién ahora
comenzaría la búsqueda del pueblo del mago humano. Cuando se
movió en la rama también se despertó el golondrino, que estaba
apoyado en ella. Los dos se miraron y se saludaron con un hermoso
gorjeo.
Al rato divisaron un pueblo humano, que no era otro que donde habían
vivido anteriormente Ulrico, Ana Milena y su hija Azucena, y donde,
también, había estado secuestrado el hijo de Flogisto, cuya vida
aquellos salvaron llevándolo con ellos al país de Organdí. Claro que
ellas no podían saberlo.
273
Las dos golondrinas continuaron volando sin detenerse: su ruta era el
río y de él no se apartaban. Avanzando hacia su objetivo el pueblo
humano fue quedando atrás y tuvieron que volar casi todo el día hasta
que divisaron el primer pueblo orco. Era muy fácil distinguirlo por la
manera de distribuir sus casas, como si estuvieran agrupadas en
racimos. Ellas tampoco lo sabían, pero ese era el pueblo donde había
vivido toda su vida el mago Flogisto.
Una vez llegados allí, por todos sus preparativos, se entendía que su
plan era derribar el árbol. Anadaida se sorprendió mucho ya que en
Organdí estaba prohibido cortar árboles, sólo se podían recoger sus
ramas secas para alimentar las estufas en el invierno.
Marcelino y Anadaida fueron ascendiendo por las ramas del árbol hasta
quedar fuera del alcance de los orcos. Cuando ya no tuvieron dudas de
sus intenciones, levantaron vuelo silenciosamente y se alejaron del
lugar. Ya lejos, alcanzaron a oír el ruido de los primeros hachazos.
275
CAPÍTULO 15. GOLONDRINAS EN CAMINO
Siempre siguiendo el río tenían que atravesar un nuevo pueblo orco
para, finalmente, llegar al pueblo de humanos en cuyas afueras vivía
Aldebarán. Volaron toda esa mañana sin novedades y, recién por la
tarde, divisaron esas inconfundibles casas en racimo como sólo hacen
los orcos.
–¿Y los dueños de las casas los tratan bien? –quiso saber Anadaida.
276
–¡Excelente! –exclamó otra golondrina–. Ellos creen que les traemos
buena suerte y tienen prohibido hacer daño a ninguno de nuestros
nidos. De esa manera, salvo aquellos que derribó el viendo o destruyó
la lluvia, los encontramos año tras años en perfecto estado.
Mientras tanto, tuvieron que dar cuenta a sus nuevas amigas de sus
aventuras. Así, contaron que estaban viajando solas y que debían
entregar un mensaje muy importante.
277
Hasta Marcelino, que no lo había pensado antes, miró extrañado a
Anadaida.
–Es una larga historia. Esta vez me tocó a mí llevar este mensaje.
278
cinta brillante, las guiaría hasta el próximo pueblo humano. Allí vivía
Aldebarán.
279
CAPÍTULO 16. EL COLOR DE LA TELA
Un poco después de que las golondrinas hubieran reemprendido la
marcha en el país de Warcraft, la princesa se despertó en su palacio de
Organdí escuchando una bella melodía.
–Buen día, princesa –le dijo aún desde lejos–. ¿Y qué le parece cómo
quedó la tela teñida?
280
–Buen día, Mago. Me parece hermosa. Si no hubiera visto todas las
cosas que hizo para teñirla, estaría convencida de que había hecho
magia para lograrlo.
–Bueno –rio Flogisto–, teñir es un poco hacer magia, sólo que es una
magia no tan difícil de aprender si se pone atención.
–En eso tiene toda la razón, princesa. La tela nos quedó color fucsia.
Pero la próxima que tiñamos verá que nos quedará más rosa.
–Sí, lo recuerdo.
281
–Lo haremos hoy sin falta, princesa. Vaya a buscar otra tela mientras
preparo un balde con la nueva proporción de agua y tintura.
282
CAPÍTULO 17. EN LA CASA DEL MAGO HUMANO
Marcelino fue el primero en despertar y descubrió que, justo debajo de
donde habían dormido, pasaba el camino bordado de piedras blancas
que seguían desde el día anterior. Pensó que no sería tan difícil
encontrar la casa de Aldebarán y así se lo dijo a Anadaida cuando esta,
somnolienta aún, abrió sus ojos.
283
que allí se veía fuera el ayudante del mago y Aldebarán se encontraba
adentro preparando sus encargos mágicos.
285
CAPÍTULO 18. ENTREGANDO EL MENSAJE
Nada de eso. El mago Aldebarán, con su lupa, pudo leer la palabra que
había escrito Flogisto en el anillo. La palabra escrita era: ALFABETO.
Anadaida saltaba sobre sus dos patitas y trataba de contestar, pero sólo
le salía “pi, pi, piii”. Pero en ese momento, viendo el alfabeto que el
mago acababa de escribir, se paró sobre el papel y, con su pico, picoteó
la letra ese y la letra i.
286
Aldebarán no lo podía creer, pero la golondrina le estaba diciendo que
sí conocía el mensaje, o, al menos, así lo interpretaba él viendo los
picotazos que daba. Decidió confirmar si esa era la resolución del
acertijo y volvió a preguntar:
287
El mago Aldebarán anotó el mensaje y lo releyó atentamente. Luego
preguntó a la golondrina:
288
CAPÍTULO 19. EL NIDO
El golondrino había evaluado muchos lugares donde hacer el nido. Se
le ofrecían las fuertes ramas del tilo donde pasaron la noche. También
había huecos en algunos árboles que hubieran sido muy adecuados. Y
la casa de Aldebarán tenía un techo de tejas con aleros que, aunque no
estaban pensados para hacer nidos, claro está, sino para resguardar la
casa de las lluvias y las tormentas, se prestaba a las mil maravillas para
ese cometido.
–Veo que no has viajado sola: ve con él, mientras pienso la respuesta
que daré a Flogisto.
Anadaida voló con sus últimas fuerzas para reunirse con su amigo. Éste
le dijo, en idioma golondrina, que ya había terminado de hacer el nido.
289
Descansar, eso es lo que necesitaba. Así que, sin preguntar nada más, lo
siguió en un breve vuelo.
Anadaida abrió los ojos con una sensación que no le era totalmente
desconocida. ¿Sería posible que como golondrina le pasara lo mismo
que como mariposa? En unos minutos pudo comprobar que
efectivamente era así: puso su primer huevo, claro que ya no de
mariposa, sino de golondrina. Cuando despertó Marcelino ya había en
el nido cinco hermosos huevos color blanco.
La diferencia con sus huevos de mariposa, además del tamaño, era que
aquellos los depositaba en las hojas de las plantas y luego no tenía nada
más que hacer, mientras que ahora los huevos estaban en un nido y
sentía que debía quedarse con ellos y darles calor con su cuerpo.
¿Cómo haría para alimentarse mientras tanto?
Marcelino la miró, miró a los huevos y salió volando del nido. Un rato
después regresó con la boca llena de insectos y, de pico a pico, los pasó
a su boca. Cuando Anadaida tenía la necesidad de tomar agua,
Marcelino se quedaba al cuidado de los huevos mientras ella iba y
venía. Así pasaron su primera tarde de futuros padres.
Y una vez que decidiera la respuesta, ya sea por sí o por no, todavía
quedaba el problema de cómo enviarla. La idea del anillo con una
palabra le pareció una genialidad, el asunto era seleccionar la palabra
correcta. Pasó toda la noche pensando en ello y, cuando finalmente
tomó una decisión, la palabra apareció como por arte de magia: no tenía
dudas, era esa: aunque tuviera sólo tres letras, Flogisto entendería
perfectamente su respuesta.
Pero, por otra parte, no tenía ningún otro correo para enviar su
contestación, así que, aunque se demorara, lo mejor sería confiar a la
golondrina la respuesta. Con mucho cuidado se subió a una escalera
291
para llegar hasta el nido, Anadaida le ofreció su patita y él, con mucha
delicadeza, se lo colocó.
Pero, como eran tantas las telas que habían teñido, luego de hacer el
muestrario aún les quedó suficiente cantidad como para confeccionar
ropa para ellos. Así, fue hermoso ver a Azucena estrenando un vestido
azul y a Grommash una remera amarilla. Flogisto empezó a usar unos
pantalones hasta las rodillas, como acostumbran a usar los orcos, de
color naranja, los que contrastaban con el verde de su piel. Ana Milena
apareció luciendo una túnica lila mientras que la princesa estrenó un
vestido verde limón. Hasta Felipillo pidió que le confeccionaran una
camisa rosa. El único que no se contagió de la fiebre de los colores fue
292
Ulrico: dijo que creía que el blanco era el mejor color para la ropa de
un cocinero.
¿Qué les respondía el mago a todos ellos? Que había que esperar, y así
fueron pasando los días.
293
CAPÍTULO 20. DIALÉCTICO
Al día siguiente de haberle confiado el mensaje a la golondrina, el
mago Aldebarán partió de viaje. Con un equipaje muy ligero,
compuesto de una mochila en la que puso algo de ropa y algunos
alimentos, se alejó por el camino bordeado de piedras blancas en
dirección al pueblo humano, pero no se detuvo en él.
–Señor caballo –le dijo–, ¿usted sería tan amable de llevarme hasta la
orilla del mar?
–¿Qué puede ser tan importante –quiso saber el caballo– para que yo
deje esta hermosa pradera donde tengo pasto abundante, agua cristalina
y sombra frondosa?
294
la guerra, tengo muchos amigos que han sido heridos o han muerto en
ella.
–Pues yo –dijo Aldebarán– voy a una misión que podría aliviar los
dolores de la guerra.
–Esa es una buena misión –reconoció el caballo–, pero aliviará sólo los
dolores de los humanos.
El caballo lo miró con atención. Que era mago ya lo sabía, puesto que
hablaba con él y entendía su idioma. Pero al mencionar su nombre
recordó que había escuchado a otros caballos hablar bien sobre su
persona. Le habían dicho que era un hombre compasivo y que muchas
veces había curado a caballos heridos y les había dado alimento y
refugio en su casa del bosque.
295
–Mucho gusto, señor mago. Mi nombre es Dialéctico.
–Tiene usted razón, señor roble –afirmó el mago–. Sin terminar con la
guerra es imposible terminar con el dolor –y dirigiéndose a Dialéctico
le preguntó–: ¿Querrá usted finalmente ayudarme con mi misión?
296
para todo el viaje. El agua la tomaría de los arroyos que por aquella
llanura corrían a cada paso.
–¡Vamos!, ¡suba!
–Gracias, amigo.
Ahora el mar estaba mucho más cerca. Con seguridad, en dos jornadas
bien caminadas ya estarían allí. Cuando pararon a descansar, el mago
humano compartió con el caballo su reserva de azúcar. Dialéctico
estaba loco de contento, todos saben que a los caballos les encanta el
azúcar.
Pero llegar al mar era sólo parte de su viaje. Allí quería embarcarse con
destino a las islas de Abadí Bahar. Lograrlo no era nada sencillo ya que
casi no había barcos en la costa de Warcraft: la guerra los había
hundido a casi todos. Por eso tampoco llegaban allí navíos de otros
lugares: el riesgo era muy grande y el país estaba tan pobre que no
había nada para intercambiar.
297
Pero por las islas Abadí Bahar sí pasaban navíos en todas las
direcciones. Era un centro comercial y marítimo de gran importancia, y
Aldebarán esperaba encontrar allí algún barco que se dirigiera hasta el
reino de Organdí. Sabía que hacia allí iban todos los que querían
conseguir telas de alta calidad, ya que ninguna se podía comparar con
las que en ese país se confeccionaban.
Las leyendas de los viajeros decían que ese reino estaba gobernado por
una princesa y que la fabricación de telas estaba dominada por la
magia, y agregaban que todas sus telas eran blancas. Pero, por ahora,
eran leyendas: el mago no conocía a nadie que realmente hubiera
vivido en Organdí. Es más, hasta la llegada de la golondrina mensajera
ni siquiera estaba seguro de que ese reino realmente existiera y no fuera
sólo un relato de fantasía.
La brisa que soplaba era tan suave que acariciaba el rostro del jinete y
las crines del caballo. A poco que se fueron acercando al barco que
vieron desde lejos quedó claro que se trataba de un navío construido
por humanos y que su bandera no era de piratas: era una hermosa
bandera a rayas verticales rojas y azules. Ya de más cerca, vieron a la
tripulación realizando tareas de limpieza en la cubierta.
300
CAPÍTULO 21. EL BARCO
Aldebarán y Dialéctico eran los únicos que estaban en esa playa, así
que los del barco también los habían visto y estaban atentos a su
llegada. Al tratarse de un hombre solo montado a caballo no les
infundía temor, aunque en Warcraft nunca se sabía qué podía suceder:
quizás se tratara del explorador de un ejército que se hallaba en las
cercanías.
301
–A uno o a dos –dijo el capitán, probablemente refiriéndose al caballo–,
pero eso es si pudiéramos zarpar y hacer la travesía
–Sobre lo del viento nada puedo hacer –dijo el mago humano–, pero
sobre lo segundo quizás pueda ayudarlos.
–¿Cómo es eso de que usted nos podría ayudar a evitar el peligro que
significan los barcos de guerra? –quiso saber el capitán.
302
Aldebarán bajó de su cabalgadura y dejó libre a Dialéctico para que
fuera a buscar su comida. Mientras tanto, él seguía conversando con los
tripulantes del barco.
Todos miraban hacia el barco, así que no advirtieron que el mago había
levantado sus manos en un gesto como de envolver toda la nave. Lo
que sí escucharon fue lo que dijo:
Navis navigium
Nauta nautigium
Inviso invisíbilis
Totem perigium
–Hable con sus hombres, con los que quedaron a bordo –le sugirió
Aldebarán.
303
El capitán miró a los marineros que estaban junto a él y que tenían la
misma cara de terror. Luego, acercándose unos pasos más hacia el mar,
gritó:
–¡Segundo oficial!
–Por favor, poderoso señor, somos gente de paz, no nos haga daño.
304
–Pero, capitán –respondió Aldebarán–, aquí nadie quiere hacerle
ningún daño. Por el contrario, necesito de usted y quiero ayudarlo –y
volviendo a extender sus manos pronunció–: Mágicus carmen, Finis
finis –y, como por arte de magia, el barco volvió a aparecer.
–En verdad –les dijo el mago humano–, para mí las islas son sólo un
lugar de paso. Lo que espero encontrar allí es algún barco que, dando la
vuelta por el Colmillo del Elefante, me lleve hasta el reino de Organdí.
305
–Cualquier cambio es bueno si es para alejarse de la guerra –dijo uno
de los marineros que en otro tiempo había servido en un barco de
guerra.
–Tengo entendido que hacia allí se dirigen los barcos que buscan telas
de calidad –agregó el mago.
306
pensaba llegar a las islas Abadí Bahar la semana pasada, y, vea usted,
los inconvenientes que encontramos aún me tienen aquí.
–Sin contar con que nos ayudará a sortear los barcos de guerra que
merodean en este mar –agregó el capitán, y dirigiéndose nuevamente a
Aldebarán le preguntó–: ¿viajará solo o llevará con usted a su caballo?
307
CAPÍTULO 22. A BORDO
Ya era entrada la noche y las estrellas, en un cielo despejado,
presagiaban para el día siguiente buenas condiciones para hacerse a la
mar. Invitaron al mago a pasar la noche en el barco y le asignaron uno
de los camarotes que estaba libre.
Sin dudas el caballo sería una excelente compañía y una gran ayuda
para lo que le quedaba del viaje: no más pensar que, si lograba llegar a
Organdí, debería recorrer el reino hasta encontrar al mago Flogisto,
¡qué mejor que contar con una cabalgadura para hacerlo! Pero ya había
aprendido que Dialéctico era un caballo con mucha personalidad, así
que comprendió que no podía decidir por él.
308
–Disculpe que no tengamos leche ni dulce ni manteca ni fruta. Hace
mucho que navegamos y hemos acabado nuestras reservas, y en estas
costas no se puede adquirir nada de eso.
–Lo sé muy bien –dijo Aldebarán–. Hasta a los que vivimos aquí nos
cuenta conseguir esas cosas.
309
–Te quería preguntar –continuó el mago– si aquí nos despedimos o si
quieres embarcarte conmigo.
–Bienvenidos a bordo.
–¿Cree usted que a Anadaida le pudo pasar algo malo en su viaje? –le
preguntó la princesa al mago Flogisto.
311
CAPÍTULO 23. EL MANTO DE INVISIBILIDAD
Finalmente, el viento fue favorable y el capitán decidió emprender el
viaje hacia las islas Abadí Bahar: con todo dispuesto, dio la orden de
zarpar y se lanzaron al mar. Les esperaban varios días de viaje, pero lo
principal era poder sortear la amenaza de los barcos de guerra que
merodeaban en la zona.
312
alejaron cuando el capitán se acercó a la costa. Ahora se encontraban en
mar abierto: no había forma de escapar de ellos.
Navis navigium
Nauta nautigium
Inviso invisíbilis
Totem perigium
–Creo que esto es una trampa, nos están engañando con una ilusión.
313
Mientras tanto, el capitán del otro barco orco no sabía qué pensar. El
caso es que días pasados ese barco se les había escapado refugiándose
en la costa y ahora, que estaban a punto de capturarlo, desaparecía sin
más ni más.
314
tal de alejarse de aquel espectro que los miraba fijamente con sus
grandes ojos redondos.
315
caballeros, así que se paró en un árbol cercano y comenzó a piar con
todas sus fuerzas. Los caballeros, rápidamente, desviaron su atención
hacia la mariposa golondrina y dejaron en paz a Marcelino. Al rato se
fueron, decepcionados por no encontrar a Aldebarán.
316
Felipillo Gusanillo era el único que mantenía su buen ánimo: trataba de
consolar a su primo y de alentar a la princesa, pero eso no alcanzaba
para devolver la sonrisa a los habitantes del reino. Hasta su música, que
antes alegraba casi todas las noches en el palacio, ahora se estaba
empezando a poner triste.
317
CAPÍTULO 24. LAS ISLAS DE ABADÍ BAHAR
Una semana después de haber iniciado el viaje en barco, el vigía gritó
desde su atalaya:
–¡Tierra a la vista!
–Son las islas de Abadí Bahar, dentro de tres o cuatro horas estaremos
allí.
318
Ya no tuvieron dudas: los orcos estaban preparando una invasión.
Había que avisar al resto y trasladar armas y víveres hasta la playa para
evitar su desembarco. Una nueva batalla se avecinaba.
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El mago no hacía a tiempo para mirar hacia donde le señalaba, que ya
un nuevo barco con su nombre y su historia se hacía presente.
Aldebarán buscó ese nombre entre todos los barcos allí amarrados, pero
tampoco lo vio. El capitán agregó:
320
¿Encontrarían el barco del capitán Marrapodi en el puerto? ¿Habría
algún otro barco que tuviera planeado viajar hasta Organdí? ¿O
quedarían en las islas sin poder acercarse a su destino?
321
CAPÍTULO 25. EL PUERTO
A la mañana siguiente, en el puerto, Aldebarán se despertó con la firme
idea de buscar algún barco que se dirijiera hacia el reino de Organdí.
En el desayuno se cruzó con el capitán del Azulgrana, quien le dio la
esperanzadora noticia de que Il Gabbiano, con su capitán Marrapodi,
estaría amarrado en la parte norte del puerto.
El mago decidió salir a pie, ya que las calles estaban atestadas de gente
y sería difícil circular montado en Dialéctico. Preguntó cómo ir hasta la
parte norte del puerto y siguió las indicaciones. A esa parte, le
explicaron, van los barcos que necesitan alguna reparación ya que allí
hay talleres de todo tipo. Luego de caminar un buen rato, admirando los
colores de las banderas de las naves, llegó finalmente a su destino.
Allí había toda clase de barcos: grandes y pequeños; con un mástil, con
dos y con tres; con velas blancas y con velas de colores, y todo el
tiempo se veía el ir y venir de la gente que allí trabaja. El mago se
detuvo junto a un grupo de personas que están conversando y les
preguntó:
–Estoy buscando al Il Gabbiano, ¿lo han visto por esta parte del puerto?
–Siga un poco más adelante –le indicó uno del grupo–. Verá un barco
de tres mástiles con velas blancas: ese es Il Gabbiano.
322
–Gracias, amigos –les respondió Aldebarán, y, redoblando el paso, se
dirigió en la dirección que le habían señalado. Le parecía que si se
demoraba el barco podría partir y con él su oportunidad de llegar hasta
Organdí.
323
¿Se dirigiría efectivamente Il Gabbiano hacia Organdí en ese momento
del año? De hacerlo, ¿el capitán Marrapodi aceptaría llevarlo? Y en
caso afirmativo, ¿también podría viajar Dialéctico con él?
A medida que pasaba la mañana el sol iba calentando las casas y las
calles de las islas de Abadí Bahar. Según decían los entendidos, en
alguna lengua antigua Abadí Bahar quería decir “eterna primavera”, es
como si se llamaran “las islas de la eterna primavera”, y, por el tiempo
que hacía aquel día, parecía ser muy cierto.
324
–Siéntese amigo –dijo el capitán, y dirigiéndose a la mujer agregó–:
éste es el hombre del que te hablé, él salvó al Azulgrana de ser
capturado por naves de guerra.
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Aldebarán se quedó de una pieza, jamás se le había ocurrido pensar que
el famoso capitán Marrapodi fuera una mujer.
326
CAPÍTULO 26. LA CAPITÁN MARRAPODI
En la posada Los Albatros comparten una mesa el capitán del
Azulgrana, el mago humano y Carolina Marrapodi. Sus platos despiden
un olor delicioso: el pescado es la comida típica de esas pequeñas islas.
–¿Por qué a los hombres que tienen poderes se los llama magos y a las
mujeres con los mismos poderes se las llama brujas?
–Carolina, ¿Te diriges en esta época del año hacia las playas de
Organdí?
–No es tanto lo que hay que llevar, sino lo que hay que traer. Las telas
de Organdí son solicitadas en todo el mundo conocido y año a año, no
sé cómo lo hacen, en ese reino se producen miles de rollos de tela que
ocupan las bodegas de varios barcos.
–¿Y antes que la suya –preguntó el mago– podrá haber alguna otra
nave que parta hacia Organdí?
Todos rieron. Aldebarán les explicó que, si bien los magos en ocasiones
trasladan algunas cosas por el aire y, en condiciones excepcionales a
329
ellos mismos, sólo lo podían hacer durante unos breves instantes y en
distancias muy cortas.
–¿Y que fue del aprendiz? ¿Salvó su vida? –quiso saber la Marrapodi.
–¿Y para qué sirve transformar algo si su nuevo aspecto dura sólo unos
minutos? –volvió a preguntar la capitán de Il Gabbiano.
–¿Y en cuanto tiempo estima usted, capitán, que partirá hacia Organdí?
331
CAPÍTULO 27. NACIMIENTO
En el pueblo de Aldebarán siguen los preparativos para enfrentar la
invasión de los orcos. Ballestas y catapultas se van instalando cerca de
la costa, y los arqueros y soldados son convocados a defender la playa
amenazada. Una gran batalla se avecina.
Así que lo que los caballeros escucharon fue el tremendo griterío de los
cinco pichones reclamando su comida. Marcelino y Anadaida iban y
venían capturando insectos para llevarle a los recién nacidos. Estos
abrían grande la boca y aquellos depositaban el alimento en sus
piquitos abiertos. Nunca habían imaginado que el trabajo de padres
332
fuera tan cansador. Anadaida jamás había tenido que hacer ese trabajo
cuando era mariposa y Marcelino era padre por primera vez.
–No –rio Aldebarán–, pero sí sé un buen conjuro para que las cosas
parezcan menos pesadas.
333
–Con cuatro barcos más, pero por ahora tengo contratado tres. Me falta
uno, si no, no podremos con todos los rollos de tela que hay que cargar
allí.
–No, no, no –le respondió Carolina, haciendo ese gesto con el dedo
índice de su mano derecha–. Ya que yo soy la guía de esta expedición,
el mago viajará conmigo. Tengo muchas cosas aún para conversar con
él.
–¿Y? ¿Qué le parece? ¿Podrá alivianar toda esta carga para que no
tardemos dos o tres días en subirla a los barcos?
–Pues, que una vez cargadas, las cosas deben volver a pesar lo mismo
que antes. Sabe, los barcos no pueden navegar sin carga, necesitan lo
que llamamos lastre, un determinado peso para flotar como es debido
sobre el mar.
–Ah, ¿no?
–No, Capitán. La magia hace que las cosas parezcan que pesan menos,
pero, en verdad, siguen pesando lo mismo. Así que los cargadores la
sentirán liviana, pero, una vez en el barco, su peso será igual al que
tenían antes de la magia.
Cada una de las cinco naves contaba con un ancho planchón de madera
que la unía con el muelle, por allí subirían los marineros con los
paquetes y bajarían a buscar más. El mago Aldebarán se paró frente a la
inmensa pila de cajas, cajitas y cajones, apoyó sus manos en la cerrada
muralla que formaban, cerró los ojos y, en voz baja, dijo:
Caixas e gavetas
que nesta doca estão
daqui para a vinícola
metade vai pesar
–¡A cargar!
336
pesaba tan poco, uno de ellos se lo puso al hombro y emprendió solo el
camino hacia su barco. Lo mismo pasaba con los que buscaban una
caja: al sentirla tan liviana apilaban una o dos más encima de ella y las
llevaban todas juntas.
Los capitanes no podían creer lo que veían. En tres viajes hasta las
bodegas de los barcos la pila ya había disminuido considerablemente. A
ese ritmo, antes de la noche tendrían toda la mercadería a bordo.
337
CAPÍTULO 28. REVERENCIAS
A última hora de la tarde, en el puerto de las islas de
Abadí Bahar, los barcos con destino a Organdí estaban
cargados. La Marrapodi avisó a los demás capitanes que
zarparían a la salida del sol del día siguiente.
338
Terminaron de cenar y se fueron a descansar. Al día
siguiente había que levantarse bien temprano.
339
En un cuaderno anotaron la fórmula de cada color. Allí
estaba escrito con qué habían hecho la tintura, en qué
proporción la habían mezclado con agua, a cuántos kilos
de tela la habían aplicado: todo lo necesario para poder
reproducir el mismo color cuando se lo encargaran. Toda
esa valiosa información se guardó en el lugar más
seguro del palacio: la biblioteca.
340
con el resto del mundo eran sus libros y las reverencias
que se hacían con los capitanes y tripulantes de los
barcos que traían las mercaderías a Organdí y llevaban
las telas.
341
–Le diré, mago, sería muy aburrido. Porque, está bien, yo
soy la princesa de Organdí, pero Ulrico es el príncipe de
la cocina, y Ana Milena la princesa de la enfermería, y
usted el príncipe de la magia, y Felipillo el príncipe de los
gusanos de seda. Y ahora Azucena la princesa de la
huerta y los árboles frutales, y Grommash, el príncipe de
la biblioteca. Así que, si todos somos príncipes y a los
príncipes se les deben hacer reverencias, nadie tendría
tempo para hacer nada en Organdí, porque pasaríamos
el día haciéndonos reverencias.
342
CAPÍTULO 29. LA CENA
Aún no había asomado el sol en las islas de Abadí Bahar cuando el
mago Aldebarán ya estaba en los establos, preparando a Dialéctico para
su nuevo viaje. Montado en él atravesó los portones de la posada Los
Albatros y, por las calles vacías, llegó con los primeros rayos de luz al
muelle donde estaba atracado Il Gabbiano.
343
donde estaba protegido del sol y de la lluvia. Su amigo Aldebarán lo
visitaba varias veces al día, y veía que tuviera comida y agua suficiente.
–Es lo menos que podía hacer luego de la ayuda que nos prestó para
cargar todos los barcos –respondió ella.
345
CAPÍTULO 30. HACIA EL COLMILLO DEL ELEFANTE
Los días de navegación transcurrieron con buen tiempo. Salvo una
tarde en que llovió y el viento se arremolinaba en distintas direcciones.
El resto de la travesía hacia el Colmillo del Elefante transcurrió sin
novedades.
346
por allí. Otros pasos, que parecían muy estrechos, eran profundos y
permitían una navegación segura.
Hay quienes creen que, además, ella confeccionó un mapa secreto con
toda esa información, pero, si existe ese mapa, es en verdad muy
secreto, ya que nadie lo ha visto nunca.
Fue así como sus manos, que lucían unos guantes color azul que hacían
juego con su uniforme, giraron el timón hasta poner a Il Gabbiano
paralelo a la costa. Allí navegó teniendo a la izquierda el continente
hasta pasar la primera isla de las muchas que había en ese lugar. Una
vez que esa isla quedó atrás, dobló hacia la derecha y siguió en línea
recta hacia delante.
347
El resto de las naves la seguían de cerca y no se animaban a apartarse
de la estela de su barco. Delante de ellos se comenzaba a ver la zona de
los hielos eternos. La capitán dejó atrás dos islas a su derecha y, cuando
lo único que quedaba por delante era el mar congelado, giró todo el
timón para doblar a la izquierda.
Todos estaban impresionados por las inmensas rocas que caían, como
desordenadas, hacia el mar. Tan cerca pasaban que daba la sensación de
que podrían tocarlas con sólo estirar los brazos.
348
El mago Aldebarán observaba a la capitán empuñar con mano firme el
timón y, en silencio, admiraba a esa mujer. Hasta Dialéctico
comprendía lo delicado de la situación y miraba con sus grandes ojos
las escarpadas costas que iban dejando atrás.
349
CAPÍTULO 31. LA ORQUESTA DE ORGANDÍ
Desde que Felipillo comenzara a dominar la ejecución de la flauta, en
Organdí era habitual escuchar música en los lugares menos esperados.
350
cuando, los días en que dormía en el palacio, se levantaba temprano y,
compitiendo con el gallo, saludaba al amanecer con su flauta.
351
primer arco de violín con pelos de cola de caballo, pelos que éste se
dejó cortar generosamente para colaborar con la causa musical.
Pero el caso es que toda esa música hacía que el heredero al trono de
los gusanos de seda dedicara cada vez menos tiempo a sus
obligaciones. Por eso, en una sencilla ceremonia llevada a cabo en el
Bosque de los Gusanos con la princesa como testigo, Felipillo abdicó la
corona a favor de su hermana, Carmencilla Gusanilla, a la que se le
avisaría de tal acontecimiento apenas hubiera oportunidad.
352
Muy lejos de allí, el grupo de barcos encabezados por Il Gabbiano
continuaba su navegación hacia Organdí y, aunque en el reino nadie lo
supiera aún, con ellos se acercaba también el mago humano.
353
CAPÍTULO 32. EL GOLFO DE ÖBÖLS
Al final de ese día vieron, desde lejos, la luces de Öböls. Ese era un
lugar de abastecimiento en esa ruta bastante alejada de los grandes
puertos. Al reparo de un profundo golfo, era parada obligada de todos
los barcos que navegaban en su cercanía. Allí se podía conseguir agua
dulce para completar los casi vacíos toneles y también algunas cosas
esenciales, desde sal o azúcar, hasta tela para reparar alguna vela
dañada.
354
Anadaida miraba a los pichones y Marcelino la miraba a Anadaida. Ella
tenía la obligación de llevar el mensaje de respuesta al mago Flogisto y
cuando sus hijos ya volaran bien deberían tomar una decisión: ¿partiría
sola o la acompañaría toda la familia? En todas las semanas que
pasaron empollando los huevos, la golondrina tuvo tiempo de contarle a
su golondrino que antes había sido una mariposa mensajera. Al
principio le costó creerle, pero cuando la escuchó ensayar con sus
cuerdas vocales para poder hablar en humano, terminó de convencerse
de que su compañera era alguien realmente excepcional.
355
Mientras el mago orco se hacía esas preguntas, la flota encabezada por
Il Gabbiano seguía adelante con su travesía. La entrada al golfo de
Öböls los recibió con un mar tranquilo. Con hábiles maniobras, los
cinco barcos atracaron en distintos muelles y sus tripulaciones pusieron
manos a la obra para reponer todo lo necesario a fin de continuar viaje.
356
el planchón de madera hasta el muelle, donde la esperaba Aldebarán
montado en Dialéctico. El mago le ofreció su brazo, ella aceptó y, de
esa manera, la ayudó a subir al caballo. Él en la montura y ella sentada
en la grupa, partieron hacia un sitio llamado La Grotte. Subieron por un
sendero de la montaña hasta llegar al lugar: se trataba de una cueva
natural que habían acondicionado como restaurante. Las mesas estaban
cubiertas con manteles rojos y, sobre cada una de ellas, un farol con
una vela dentro daba luz a los comensales.
357
–Sí, lo haré; no voy a dejar sola a mi mariposa.
–Pues, mientras todas las golondrinas en esta época del año vuelan al
norte buscando el calor, nosotros estaremos viajando hacia el sur donde
ya comienza a hacer frío.
–No lo dudo, es lo menos que pueden hacer con una mensajera tan
esforzada como tú.
–¿Tú crees que los pichones estén listos para cruzar la cordillera? –
preguntó Anadaida.
Muy lejos de allí, a la mañana bien temprano, los barcos que se dirigen
al reino de Organdí reemprenden la marcha. Dejan atrás el puerto de
Öbölss y navegan por el golfo hasta volver a salir a mar abierto. El
358
mago Aldebarán estaba impaciente por llegar y encontrarse con
Flogisto, así que, aprovechando su paso por el puente de mando,
preguntó al primer oficial:
Aldebarán quiso saber todo acerca de aquel reino, pero poco fue lo que
le pudo informar la Marrapodi. Ella sólo conocía la calidad de las telas
que allí se confeccionaban y cómo eran apreciadas en todo el mundo,
pero nunca había apoyado un pie en ese territorio.
Le contó que el reino estaba gobernado por una princesa que parecía
muy joven, a la que ella veía de lejos año tras año cuando hacían el
intercambio de mercadería por rollos de tela. Cuando cargaba el último
rollo, todas las tripulaciones con sus capitanes a la cabeza se formaban
en cubierta y hacían una profunda reverencia a la princesa. Ésta les
359
respondía a su vez con otra reverencia, aunque sin bajarse de su
caballo. Y eso es todo lo que podía contarle del reino.
Lo que se decía era que, para fabricar todas esas telas años tras año, en
ese reino debería haber mucha magia, pero eso Carolina sólo lo sabía
de oídas: como nunca había desembarcado allí no lo podía afirmar.
Aunque tampoco le parecía increíble, ya que la única persona a la que
veían era a la princesa; ningún ayudante, nadie para cargar la
mercadería en los carros, nadie para descargar los rollos de tela: eso era
definitivamente algo muy misterioso.
360
CAPÍTULO 33. EN VUELO
Esa mañana, cuando los barcos estaban saliendo del golfo de Öböls,
muy lejos de allí, Anadaida, Marcelino y los cinco pichones
abandonaban el nido del alero de la casa del bosque. Cuando vieron a
sus padres remontarse tan alto en el cielo, las jóvenes golondrinas
supusieron, con razón, que no se trataba de otro vuelo de prueba. Ahora
sí había llegado el momento de estrenar sus alas de verdad.
Un poco más adelante se abría un valle por el cual les pareció posible
internarse. Así lo hicieron y, luego de volar un buen rato entre las
montañas, divisaron la catapulta que el mago Flogisto había dejado
encantada en la naciente del arroyo. Sabían que esa era la única agua
que iban a encontrar en las próximas horas, así que bajaron todos y
bebieron a más no poder.
361
El resto del día lo pasaron volando entre montañas, siempre hacia el
sur, para llegar hasta el reino de Organdí. A media tarde la cordillera
comenzó a quedar atrás y Marcelino con Anadaida miran el paisaje con
la esperanza de encontrar los árboles donde habían descansado a la ida,
antes de iniciar el cruce de la cordillera.
Mucha alegría les dio a sus padres, a sus primos, a sus tíos, a sus
amigos y a sus amigas, volver a encontrarlo. Claro que también
saludaron a Anadaida apenas la reconocieron: todos recordaban a
aquella golondrina con la que Marcelino se fue a cruzar la cordillera.
Y qué decir del recibimiento que dieron a los pichones. Para algunos
éstos eran sus nietos, para otros sus sobrinos nietos, para otros primos,
362
para otros primos segundos, para otros los hijos e hijas de sus amigos.
En fin, que los pichones, después de haber pasado esas primeras
semanas de vida solos con sus padres, también acababan de descubrir
que tenían una inmensa familia.
363
Era la primera vez que la princesa no realizaría ese viaje sola. El mago
Flogisto, quien quería conocer las playas de Organdí y ver cómo era ese
intercambio de telas y mercadería que se realizaba todos los años, se
ofreció a acompañarla.
364
CAPÍTULO 34. LOS VIGÍAS EN EL ÁRBOL
Grommash y Azucena jugaban en los jardines. Decidieron ir una vez
más a trepar a los árboles antes de que los llamasen a bañarse. Cómo
todas las tardes, jugaban a explorar el horizonte: se ponían la mano en
la frente, haciendo visera, y miraban hacia el lugar por donde habían
visto irse a la mariposa golondrina muchas semanas atrás.
–Es cierto, cómo que les cuesta alejarse, se ven siempre igual –dijo la
niña.
366
La princesa terminó de perder la poca esperanza que le quedaba. Si era
una bandada no podía tratarse de Anadaida, ella viajaba sola. Sólo sería
un grupo de golondrinas que habían perdido el rumbo y se dirigían
hacia el sur en vez de hacia el norte.
–¡¡Anadaaaida!!
Una de las golondrinas del grupo se descolgó del cielo y fue derecho a
posarse al lado de la mano de la niña.
367
–Llamen a Flogisto –alcanzó a decir con un hilo de voz, pero en ese
momento todo el grupo de golondrinas volvió a levantar vuelo y se
dirigió hacia la casa del mago.
Éste salió al oír el fuerte piar y fue abrir la puerta y encontrarse cara a
cara con Anadaida, la que le dijo en perfecto humano:
368
La emoción los embargaba y costaba encontrar las palabras adecuadas.
Anadaida, entonces, continuó:
369
El mago pensó un buen espacio de tiempo en esa palabra. ¿Qué tenía
que ver el mar con el pedido de ayuda que él le había hecho?
Confundido, pidió ayuda a Anadaida:
El mago Flogisto pensó que era buena señal que su amigo Aldebarán
hubiera partido. Quizás estaría intentando reunirse con él de alguna
manera.
370
–¿Mar? –preguntó a su vez Felipillo–. ¿Qué significa “mar”?
–¿Cree usted que el mago humano podría llegar por mar? –preguntó
Felipillo al mago orco.
–Pero allí dice “mar” –insistió la princesa–. Si fuera una búsqueda del
tesoro, eso significaría que la próxima pista la encontraríamos en el
mar. Y hacia allí vamos de todas formas –agregó con una sonrisa.
371
CAPÍTULO 35. TRANSPORTANDO TELAS
A la mañana siguiente, Flogisto se levantó muy temprano y despertó a
su hijo. Luego pasó por la casa de Ulrico y Ana Milena para dejar a
Grommash a su cuidado: Azucena estaba feliz de que su amigo se
quedara en su casa por varios días.
Fue al final de ese primer día cuando, estando los tres sentados
alrededor de la hoguera, Felipillo dijo:
Si tu vienes a Organdí
Cuando las hojas alfombran
El suelo con amarillos,
Verás los carros cruzar
Todo el país hacia el mar
Entre el canto de los grillos.
373
Si esos carros van cargados
Con rollos de tela blanca
Atravesando el camino,
No lo dudes ni un instante
Aquella carga galante
Va en busca de su destino.
Casi sin darse cuenta pasaron los dos primeros días de viaje.
Descansarían esa noche en un bosque de eucaliptus y, a la mañana
siguiente, estarían llegando a las playas de Organdí. Las expectativas
de todos crecían a medida que se acercaba ese momento.
374
La sorpresa la tuvieron cuando fueron a despertar a Flogisto: debajo de
sus mantas no había nadie, el mago había desaparecido. La princesa y
Felipillo desayunaron esperando que se hiciera presente de un momento
a otro, pero eso no ocurrió. Preocupados, decidieron esperar un rato
más, sabiendo que, de cualquier forma, en algún momento tendrían que
continuar viaje para encontrarse con los barcos.
375
sueño lo devolvió, como ellos habían visto, envuelto en un remolino de
hojas hasta el bosque donde se había quedado dormido.
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CAPÍTULO 36. LA ÚLTIMA CENA
En Il Gabbiano estaba casi lista la cena. Navegaban aún en mar abierto,
pero cada vez más cerca de las costas del reino de Organdí. Aldebarán
se presentó puntual en el comedor de la capitán: ella lo esperaba ya sin
su uniforme, por lo que el mago no dudó en decirle:
Una de las cosas que le gustaba de él era que sabía escucharla. Nunca le
hacía sentir que fuera más sabio, aunque, sobre muchas cosas, tuviera
inmensos conocimientos. Pero, a pesar de ello, se mostraba
sinceramente interesado en sus opiniones.
–¿Qué te gusta de hablar con una capitán de barco? –le preguntó en uno
de sus primeros encuentros.
377
Lo que no le decía, aún, era que sus ojos le parecían inmensamente
bellos, y ella tampoco le confesaba que, cuando pensaba en él, sentía
cosquillas en el corazón.
Pero esa cena era especial: era la cena de despedida y ambos lo sabían,
aunque ninguno de los dos hablara de ello para no ponerse tristes.
–Eso es lo especial. La playa tiene una pendiente muy suave, así que,
anclamos lo más cerca posible de la costa, ponemos la mercadería en
los botes, los bajamos al mar y se los lleva a remo hasta la playa. Allí
los marineros saltan al agua, que apenas les llega a las rodillas, y
378
transportan los paquetes hasta tierra firme cuidando de que no se
mojen.
–Lo que estoy pensando desde ayer es cómo haremos para bajar a tu
caballo Dialéctico. Claro que no lo podemos poner en un bote, es muy
grande y le costaría mucho mantener el equilibrio.
379
CAPÍTULO 37. LA PLAYA DE ORGANDÍ
Después de un buen rato de camino, la princesa dijo a sus dos
acompañantes, señalando hacia delante:
–¿Ven aquella loma? Cuando lleguemos hasta allí podremos ver el mar.
–Sí se ven, amigo mío –respondió la princesa–, sólo que tú no los ves
–¿Y por qué allí hay espuma y en el resto del mar no? –volvió a
preguntar la princesa.
382
–¡Que me piquen mil hormigas coloradas si ese no es mi amigo
Aldebarán!
–Sí, llegó ayer por la tarde –le informó Flogisto– y nos entregó tu
mensaje.
–Pero ¿qué hacemos todos aquí, bajo los rayos del sol? –dijo Felipillo
Gusanillo–. Vayamos hasta aquella arboleda y desmontemos para poder
saludarnos como es debido. Ah, por cierto –agregó–, soy Felipillo
Gusanillo, músico, luthier, trovador y Protector del reino de los gusanos
de seda.
383
Todos hicieron caso a Felipillo y desmontaron a la sombra de los
árboles. Allí se estrecharon las manos y se pusieron a conversar, menos
la princesa que montó nuevamente y regresó a la playa para supervisar
todo lo que allí se hacía.
–Antes de hablar del motivo por el que te hice venir –le dijo Flogisto a
Aldebarán– necesito consejo tuyo sobre un tema de telas de colores.
–Tú, que has viajado en los barcos hasta aquí, ¿me podrías decir con
quién es conveniente hablar de este asunto para interesarlo en estas
nuevas telas?
384
CAPÍTULO 38. INVITACIÓN
Los dos magos se acercaron a la orilla para enviar un mensaje a la
capitán de Il Gabbiano. Como el mensaje era muy sencillo, ni hacía
falta escribirlo.
–Dice la capitán que la persona que necesita hablar con ella sobre las
telas vuelva conmigo hasta Il Gabbiano, y que también la princesa está
invitada a abordar la nave.
385
La princesa no respondió inmediatamente. En verdad, nunca había
subido a un bote y, menos aún, a un barco. ¡Esa era su oportunidad! No
la debía dejar pasar, aunque, en verdad, le daba un poco de temor
imaginarse flotando sobre las olas del mar.
–Yo debo atender una invitación de la capitán del barco. Gracias por
hacerte cargo.
386
–Bienvenida a mi barco, Princesa –dijo la capitán.
–No lo hubiéramos podido hacer sin la ayuda del mago Flogisto: él nos
está enseñando las distintas técnicas de teñido.
388
CAPÍTULO 39. LA PRINCESA Y LA CAPITÁN
Después que Flogisto se retiró para hablar con el encargado comercial
sobre las telas de colores, la princesa hizo ademán de levantarse de la
mesa, pero la capitán le rogó que se quedara con ella.
–No creas que es tan difícil –le contestó ella–. Hay muchas cosas que
funcionan solas y ni yo sé cómo lo hacen.
–Se podría decir que sí, jajaja. De casualidad, pero fue llegando gente
al reino –dijo alegre la princesa.
–He visto que has traído a bordo a un mago orco, pero con mi catalejo
vi también que dejaste en la playa a un apuesto joven.
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–No –sonrió la princesa–, es que él se encarga de cuidar a los gusanos
de seda, como su padre y su abuelo, a los que los gusanos han
nombrado su rey.
390
–¿Y qué sabe de él? –quiso saber la princesa.
¿Le querría preguntar cuánto faltaba para terminar de cargar los rollos
de tela? ¿Querría saber cuál era el pronóstico de vientos para la tarde y
la noche? ¿Le diría que por favor acompañe a la princesa y al mago
orco nuevamente hasta la playa? Nada de eso: la capitán esperó a que
llegara su primer oficial y, cuando se hizo presente, le dijo:
–El asunto es este, apreciado Erasmus: quisiera que usted se haga cargo
durante un año de Il Gabbiano, que haga su recorrido habitual para
entregar todas las telas de Organdí en los puertos donde nos esperan y
que, dentro de un año, pase a recogerme por esta misma playa.
392
Todo esto ocurría en presencia de la princesa, quien atendía en silencio
a todo lo que allí pasaba.
Cuando dijo esto último se puso firme y parecía más alto aún de lo que
ya era. La capitán se puso de pie y le estrechó la mano con entusiasmo,
sacudiéndola arriba y abajo varias veces, mientras lo miraba fijamente a
los ojos.
–¿Quién es la otra?
393
–La otra es Ana Milena, enfermera de profesión y esposa de Ulrico el
Cocinero. Ya los conocerá, como a su hija Azucena, y estará encantada
con ellos.
394
CAPÍTULO 40. EL DESEMBARCO DE CAROLINA
Apenas se retiró Erasmus, Carolina tomó dos bolsos y comenzó una
frenética actividad.
Lo que se sintió luego fue el ruido de las cadenas que sujetaban las
anclas. Éstas fueron izadas y todas las naves comenzaron las maniobras
para dirigirse a mar abierto. Aldebarán veía a las naves alejarse y a
Carolina en tierra y no podía creerlo. Se acercó a ella y escuchó:
396
–Por un año.
Así que resultaba que al mar habían ido tres y al palacio regresaban
cinco. Ya con toda la mercadería cargada en los carros, empezaron el
camino.
Los dos magos caminaban con sus cabalgaduras un tanto apartados del
resto. Aprovechaban el camino para ir poniéndose al día con sus
noticias. Flogisto le habló del hospital de Organdí y de cómo la
princesa lo había mandado construir para poder ayudar a los heridos de
Warcraft. Le habló también, claro está, de la historia de Ulrico y su
familia y de cómo milagrosamente encontró a su hijo con vida en el
reino de Organdí.
397
–¿Para qué necesitas mi ayuda? –quiso saber finalmente el mago
humano.
–¿Sabes? –le dijo–, la princesa ha pensado, con razón, que de poco vale
curar a los heridos y heridas para que luego vuelvan a la guerra. Así
que el conjuro sólo debe funcionar con aquellos que, en su corazón, ya
hayan decidido dejar de participar en la guerra.
–Como la historia que me has contado del arquero que decidió ser
cocinero. ¿Ulrico, se llama? –preguntó a su vez Aldebarán.
399
CAPÍTULO 41. DE NUEVO FRENTE AL REY
La mariposa golondrina, después de instalar a su familia en un inmenso
aguaribay, se dispuso a cumplir con sus obligaciones.
–Habrá que explicarles que el rey es un gusano y que su madre fue una
mariposa –reflexionó Marcelino.
–Sí, deben saber quién fue su madre. Creo que este es el momento para
hacerlo –afirmó, convencida, Anadaida.
–No creo que haya muchas golondrinas que tengan por mamá a una ex
mariposa –agregó su hermana.
–¿Y qué clase de mariposa eras, mamá? –quiso saber otra de las
hermanas.
400
–¿Y tenías alas de colores? –pregunto otro de los pichones.
–Mis alas eran color naranja y tenían, cada una, un círculo azul oscuro
que simulaban ser dos ojos.
Pasaron el resto del día ensayando cómo debían comportarse ante el rey
Gustav Tercero. A él sí le gustaban mucho las reverencias, así que
todos estuvieron ensayando reverencias de golondrina. Los pichones,
esa noche, se durmieron muy excitados con la aventura que los
esperaba el día siguiente, tanto es así que hasta soñaron con el Bosque
de los Gusanos, aunque aún nunca habían estado allí.
401
–Ahora no hay tiempo. Sólo les diré que los gusanos tienen este bosque
luego de una negociación entre nuestro rey y la princesa de Organdí, a
la que ya conocieron.
Gustav Tercero no podía creer lo que veía y lo que oía. Tantas noches
había llorado en soledad pensando que nunca más volvería a ver a su
querida Anadaida, y ahora, ella estaba ahí, aún transformada en
golondrina.
402
para volver a transformarla en mariposa? ¿Volvería a ser su mariposa
mensajera?
403
CAPÍTULO 42. LOS DOS PRIMOS
Finalmente, todos los que fueron hasta el mar llegaron de regreso al
palacio con sus nuevos invitados. Grande fue la sorpresa de Ana
Milena y de Ulrico cuando vieron al mago Aldebarán y a Carolina
Marrapodi. Carolina se quedaría por ahora viviendo en el palacio,
mientras que Aldebarán se alojaría en casa de Flogisto hasta que
lograran completar el conjuro.
El caballo lo llevó a paso firme hasta su casa del bosque. Apenas vio a
uno de los gusanos comiendo césped de su jardín le pidió:
404
–¿Serías tan amable de avisarle al rey Gustav Tercero que su primo ha
regresado y necesita hablar con él?
Felipillo aprovechó para abrir las ventanas de su casa luego de los días
de ausencia. Se esforzó muchas veces en imaginar cómo darle a su
primo las nuevas noticias de la mejor manera posible, pero no se le
ocurrió cómo. Quizás, pensó, no hay una forma buena de dar noticias
malas.
Uf, pensó Felipillo, encima de que tengo que darle estas noticias, está
mal de ánimo. Pero el deber era el deber: ¿quién sino él, que era de su
familia, le tenía que decir la verdad, por más dolorosa que ésta fuera?
Así que, juntando ánimo, fue derecho al grano.
–Primo, tengo una noticia para darte –dijo serio y con firmeza Felipillo.
405
Un silencio se hizo entre ellos: luego de unos instantes, Felipillo le
preguntó:
–Pues, creo que voy a ser el rey más memorable en toda la historia de
los gusanos.
–Pues, muy sencillo. ¿Has conocido a algún rey de los gusanos que
tenga un bosque propio? ¿O has conocido a algún rey de los gusanos
que tenga una bandada de golondrinas como mensajeras?
406
–¿Estás triste? –le preguntó Felipillo a su cuerdo primo.
–¡Estar triste!, ¡estar triste! Claro que estoy triste. Pero también estoy
contento: alguien a la que amo mucho está feliz y, como dice la
canción, “sigo siendo el Rey”.
407
CAPÍTULO 43. LOS DOS MAGOS
Los dos magos probaban día y noche nuevas fórmulas para su conjuro.
De a poco iban logrando lo que querían, que no era otra cosa que
trasladar mágicamente a los heridos de la guerra de Warcraft hasta el
hospital de Organdí. Claro que sólo a aquellos que ya hubieran
decidido en su corazón no participar más de la guerra.
Sin querer, ocurrió algo que les permitió comprobar su fórmula mágica.
Resulta que estaba Ulrico el Cocinero preparando una ensalada para la
cena y la princesa junto a él para aprender la receta. En un descuido,
mientras rebanaba un tomate, Ulrico se hizo un pequeño corte en el
dedo índice de su mano izquierda. Nada de gravedad, claro, pero lo
grave fue que, en el mismo instante en que se cortó, Ulrico desapareció.
408
Las dos salieron corriendo para dirigirse a la casa de Flogisto. Cuando
estaban pasando por delante del hospital, les llamó la atención que en
una habitación del segundo piso hubiera una luz encendida.
–¿Y por eso has venido al hospital? –preguntó incrédula Ana Milena–,
me hubieras llamado y yo te hubiera puesto una protección para que
sigas cocinando.
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–Es que no vine al hospital, mujer –afirmó Ulrico–. Fue lastimarme con
el cuchillo y aparecí aquí.
–Creo que tienes razón –le dijo la princesa a Carolina–, esto parece
cosa de magos.
410
corazón no hacer más daño a nadie, inmediatamente desapareció de la
cocina y apareció en esta cama del hospital.
–Tenemos una notica para darle –dijo Flogisto hablando por los dos.
–Los escucho.
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–Una forma segura de hacerlo –dijo el mago orco– es esperar al año
que viene e impregnarlo en las alas de las golondrinas que migran al
norte.
La princesa quedó muy seria. Miraba a los dos magos como esperando
una solución a ese problema. Aldebarán, entonces, le explicó con más
detalle:
412
–¡Vamos a ver qué sucede! –exclamó alegre la princesa–. Quizás pueda
ser una solución a nuestro problema.
Los dos magos salieron del salón del trono corriendo detrás de ella.
–A donde vamos todos los años cuando en el sur comienza a hacer frío:
a las islas de Abadí Bahar –respondió la mamá.
–¿Creen que los pichones estén listos para cruzar el mar? –preguntó
Marcelino.
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–Anadaida, ¡esto es un milagro! ¿De dónde salieron todas estas
golondrinas?
–Nos vinieron a buscar para que migremos con ellos al norte. Dicen
que, como somos familia, debemos volar todos juntos.
414
CAPÍTULO 44. EL CONJURO DE LA PAZ
Esa mañana estaba llena de acontecimientos. La alegría de la princesa
al enterarse de que el conjuro estaba terminado se transformó en
tristeza cuando le dijeron que había que esperar a la migración de
golondrinas del año próximo, y luego nuevamente en esperanza
cuando, inesperadamente, llegaron cientos de golondrinas al reino.
–Tú sabes que los viajes que has hecho ida y vuelta a Warcraft han sido
para lograr la colaboración de un mago humano a fin de completar el
conjuro ideado por Flogisto.
–Sí, princesa.
–Lo único que falta es esparcirlo por Warcraft. ¿Crees que tu bandada
nos podría ayudar? –completó la princesa.
–Yo he nacido en este reino, donde ustedes vienen todos los años, y la
princesa es la protectora de todos nosotros.
–La princesa nos pide nuestra ayuda: que llevemos en nuestras plumas
el conjuro que hará posible su sueño y lo diseminemos cuando volemos
sobre aquel país.
–Nos piden ayuda y hay que tomar una decisión. Las que quieran
colaborar con la princesa de Organdí que levanten el ala derecha–. Una
multitud de alas quedó apuntando hacia el cielo. –Ahora, las que crean
que no es asunto nuestro, que levanten el ala izquierda–. Todas las alas
permanecieron plegadas. –Bueno, entonces, queda aprobado por
unanimidad.
417
esparcían algo sobre todas las golondrinas. Parecía que fuera un polvo,
aunque, en realidad, era invisible.
Cuando una embarcación orca se acercó a la playa fue recibida con una
nube de flechas. Una de ellas se clavó en el hombro de un soldado orco
quien, antes de poder llevar su mano a la dolorosa herida, desapareció.
Su jefe, un fornido uruk-hay, miró en el fondo del bote sin encontrar al
418
herido, tampoco se lo veía flotando alrededor, lo que hubiera ocurrido
de haberse caído al agua.
419
Estaba claro que los heridos desaparecían, pero ¿quién era responsable
de semejante situación? Podía tratarse de un conjuro, sí, pero, nunca
antes un conjuro había causado el mismo efecto en orcos y en humanos.
Había conjuros orcos que transformaban a los humanos en ovejas y
conjuros humanos que transformaban a los orcos en chanchos, pero, un
conjuro que produjera el mismo efecto en todos… Eso nunca se había
visto.
Salvo que… Pero no, eso era imposible. Nadie podía imaginar que un
mago orco y otro humano hubieran aunado esfuerzos para privar a sus
ejércitos de combatientes.
420
PARTE III. ORGANDÍ LUCHA POR SU
LIBERTAD
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CAPÍTULO 1. EL CONJURO FUNCIONA
Los que hayan leído o escuchado los cuentos El reino de Organdí y El
sueño de la princesa sabrán ya que ese reino es famoso en todo el
mundo por las telas de algodón que allí se confeccionan.
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Para que las víctimas de esa guerra pudieran llegar hasta el hospital,
dos magos, uno orco y otro humano, habían inventado un conjuro que
una bandada de golondrinas esparció sobre aquel país. Pero nadie sabía
con certeza si tal conjuro funcionaría.
–¡Mago Flogisto! –dijo entregándole las riendas del caballo que llevaba
de tiro–. La princesa lo necesita en el hospital, ¡comenzaron a llegar
heridos de la guerra de Warcraft!
Fue bajar uno y subir el otro, y el caballo partió con el mago humano
también hacia el hospital.
424
Mientras tanto, en el ala de los heridos humanos, en una cama con
sábanas celestes se hallaba un soldado con una herida probablemente
causada por un hacha. Ulrico se hallaba junto a él.
–¡Peligro! ¡Peligro!
La princesa visitó uno por uno a todos los heridos llegados al hospital,
tanto a los orcos como a los humanos, tanto a los varones como a las
mujeres, y a cada uno le dio la bienvenida a su reino y le deseó una
pronta recuperación. Su corazón estaba apenado por ver el sufrimiento
de esas personas, pero, a su vez, se sentía pleno al poder hacer algo por
ellos. De no existir el hospital de Organdí esos heridos, seguramente,
hubieran quedado agonizando en el campo de batalla; en cambio, allí,
todos se esmeraban en aliviar sus dolores y lograr su pronto
restablecimiento.
A los soldados orcos, que los saludara una princesa humana era algo
que ellos nunca hubieran podido sospechar y, sin embargo, eso les
estaba sucediendo por primera vez en su vida. Ya habían sido
aleccionados por Flogisto de que en ese reino todos era iguales, orcos y
humanos, y que no estaban en guerra entre ellos. De a poco, se fueron
acostumbrando a que tanto Ana Milena como el mago Aldebarán
cuidaran de ellos y los ayudaran a recuperarse, cosa tan difícil de
imaginar el día anterior.
426
Ese primer día llegaron al hospital de Organdí, en total, 34 heridos de la
guerra de Warcraft. Y no fueron más porque los jefes orcos y humanos
que dirigían esa batalla, al ver que los heridos desaparecían, decidieron
acordar una tregua hasta que se aclarara la situación. En los días
siguientes, lamentablemente, llegarían otros nuevos.
Ana Milena, que a cada uno de los que llegaba al hospital le preguntaba
sobre su oficio, le dio la buena noticia a su esposo de que uno de los
heridos orcos era también cocinero así que, cuando estuviera repuesto,
con seguridad se podría encargar de la cocina del hospital.
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–Esto es nuevo para todos nosotros –le respondió la princesa–. ¿Por
qué no le ofreces tu ayuda a los magos o a Ana Milena? Ellos son los
que tienen más trabajo.
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CAPÍTULO 2. EL ALGODONAL
La visita que la princesa y Felipillo tenían planeada hacer al algodonal,
por supuesto, se canceló. Pero ya al día siguiente, con todo mejor
organizado, partieron temprano en dos elegantes caballos hacia ese
destino.
429
gusanos quien, de muy mal humor, me dijo que él iba a comer donde lo
mandaba su rey.
–Así que le pedí me llevara ante su rey, lo que hizo no de muy buena
gana, pero así conocí a tu primo.
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–Yo vi algo violeta que se movía, como agitado por el viento –insistió
Felipillo.
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–¿Cómo que justo antes de que lleguemos había alguien aquí? –
preguntó a su vez Felipillo.
432
hizo una seña con la mano a la princesa y los dos se sentaron en el
suelo, la espalda apoyada contra el tronco del árbol.
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CAPÍTULO 3. APARICIONES
En el tronco donde habían estado sentados antes quedó la alforja con
los alimentos. No se habían preocupado de cerrarla, así que despedía
agradables aromas de frutas y otras golosinas. Sin haberlo planeado,
esos aromas fueron los que, finalmente, les permitieron develar el
misterio de los colores que habían visto en el algodonal.
Por el rabillo del ojo, la princesa vio pasar a su lado una sombra color
naranja seguida de otra de color amarillo. Por el lado donde se hacía el
dormido Felipillo pasaron otras dos sombras, una de color violeta y la
otra púrpura. Las cuatro sombras se detuvieron junto a las alforjas que
despedían un olor delicioso.
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Finalmente, la sombra amarilla se quitó la capucha que le cubría la cara
y, entonces, pudieron ver que escondía un rostro trigueño de mujer.
–Quizás –afirmó la que venía cubierta por una túnica verde mostrando
su cara. La princesa y Felipillo pudieron ver una tez banca y cabellos
rubios cayéndole a ambos lados de la cara–. Los hemos visto venir
montados en sus caballos –continuó la de verde–, felices y conversando
amigablemente y eso nos llenó el corazón de paz. Pensamos que no se
molestarían si tomábamos algo de vuestras alforjas.
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Quien tomó una manzana, quien una banana, otra se sentó en el suelo a
comer unas pasas de uva mientras que su compañera saboreaba una de
las deliciosas galletas que cocinaba Ulrico. Felipillo y la princesa les
acercaron sus cantimploras con agua, ya que el hambre y la sed suelen
venir juntas. En unos minutos, las cuatro mujeres parecieron menos
asustadas y más dispuestas a responder la pregunta de la princesa.
436
La princesa preguntó a las mujeres que encontró en el algodonal si
sabían montar a caballo y las cuatro respondieron que sí. Entonces,
dirigiéndose a su compañero, le pregunto:
La princesa, una vez a solas con las cuatro mujeres, quiso saber más
sobre los motivos que las trajeron hasta el reino de Organdí.
437
–Será bueno saber quiénes son ustedes para informar a la princesa con
anticipación.
–Yo vengo del reino de Etiopía. Nuestro reino queda en la región del
Mundo llamada África.
–Así es. ¿Usted cree que la princesa nos recibirá pronto? –preguntó la
etíope.
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–Yo creo que sí, más si necesitan su ayuda.
–Sí, así es –confirmó la princesa–. Con decirle que hasta han construido
un hospital para curar a los heridos de la guerra de Warcraft.
–Hemos oído hablar de ese país. ¿Es cierto que hace siglos se
encuentran en guerra? –preguntó la mujer china.
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–Bueno, en algunas partes también se los llama ogros.
–Los únicos ogros que conocemos son los de los cuentos –respondió
por todas una de ellas.
440
CAPÍTULO 4. LAS MUJERES DEL MUNDO
Felipillo entró al galope a los jardines del palacio. Las gallinas se
apartaron cacareando para dejar paso al caballo que llegó hasta la
misma entrada principal. Justo en ese momento salía Carolina.
–¿Conoces el Mundo?
–Si, la magia tiene sus ventajas –agregó el Protector del trono de los
gusanos de seda.
441
–¿Qué necesitas que prepare?
–Así que avisa a Ulrico y a Ana Milena y a todos que cuando estén las
cuatro señoras no la llamen princesa.
–Con gusto.
442
–No te preocupes por la cena, no soy tan buena como Ulrico, pero
también me defiendo en la cocina –agregó Carolina.
–De no ser por ellos, Dios sabe cuántos días más habríamos estado
dando vueltas por el reino hasta encontrarlo –afirmó la mujer de piel
amarilla.
443
Carolina les informó que los verían al día siguiente y podrían
agradecerle como es debido y que, mientras tanto, les recomendaba ir a
descansar luego de tan largo viaje. Las cuatro mujeres aceptaron el
consejo: habían sido muchas semanas de viajar y de dormir en
descampado y una cama mullida era justo lo que necesitaban
Una vez que se retiraron las visitantes, una reunión especial se iniciaba
en la biblioteca del palacio. Allí la princesa había ido a informarse de
los nuevos países y lugares que se habían mencionado durante ese día.
La acompañaban los dos magos y Carolina Marrapodi, su experiencia
de navegante podría ser, probablemente, de ayuda. La llegada de esas
cuatro mujeres era un acontecimiento inesperado y debían organizarse
para el día siguiente.
Lo primero que debían resolver, creían los magos, era si esas visitantes
representaban un riesgo para la princesa o no.
–Así es, princesa –agregó Flogisto–. Por ejemplo, usted, con buenas
intenciones, construyó el hospital y nosotros creamos el conjuro para
que los heridos de la guerra de Warcraft puedan llegar hasta él. ¿Qué
pensarán de ellos los caballeros y los Uruk-hay que ven desaparecer a
sus soldados una vez que son heridos?
444
–¿Usted dice –preguntó la princesa– que lo que es considerado bueno
por uno puede ser considerado malo por otros?
En ese momento, Carolina, que había estado mirando unos mapas del
reino de Organdí, dijo a su vez:
–¿Tú sabes dónde queda ese país llamado Mundo? –quiso saber la
princesa.
–Ya lo hemos podido ver –agregó la princesa–, desde una mujer negra
como el carbón hasta otra blanca como la leche.
445
–Yo creo –dijo Aldebarán– que por sí o por no lo mejor sería que otra
persona tome su lugar princesa.
446
–Estaba dormida, pero la luz de la luna llena que entró por mi ventana
me despertó. ¿No les parece una luna hermosa?
–Y pensar que es la misma luna que sale para todos, piensen como
piensen y tengan el color de piel que tengan –agregó la mujer.
–Pero aun así tiene fama de ser muy sabia –comentó la del reino de
Etiopía.
448
–Eso no lo sé –dijo Carolina–. Sólo me da por pensar que aquí no
existen esos dioses crueles que crean a los hombres y a las mujeres para
que luego guerreen entre sí.
–De todas esas cosas podrán conversar con la princesa y sus consejeros
–agregó Carolina.
–Efectivamente.
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–Ella no es consejera –respondió Carolina, algo acalorada por tener que
decir tantas mentiras.
–Me parece que él está enamorado de ella –las cinco rieron– y haría
cualquier cosa que le mande.
Finalmente, Carolina las condujo hasta el salón del trono. Llegó, abrió
la puerta y… ¡se encontraron en la huerta!
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Volvió a intentar y esta vez aparecieron en la cocina. Si la primera vez
las visitantes se atemorizaron ante el imprevisto, ésta segunda ya
comenzaron a sonreírse. ¿Cuántas veces habría que probar hasta dar
con el salón del trono? Pero no hizo falta más: a la siguiente vez,
efectivamente, entraron a ese salón.
451
CAPÍTULO 6. EL SALÓN DEL TRONO
Cuando entraron al salón del trono, las mujeres vieron a la joven que
habían conocido el día anterior. Conversaba animadamente con ella un
orco, todo verde, que medía, por lo menos, dos metros o más. Todas era
la primera vez que veían a un orco; en verdad, ni creían que existiesen
hasta ese momento. Al lado del orco había un hombre de mediana edad.
A la izquierda estaba Felipillo, al que ya conocían también,
conversando con otro hombre que llevaba un gorro blanco en la cabeza.
Todos ellos serían los consejeros de la princesa, pero ¿y la princesa?
–Yo soy Flogisto –dijo a cada una el mago orco cuando les estrechó sus
manos.
452
En ese momento se acercó otra mujer a la que no conocían que se
presentó diciendo:
Delante se veía el trono vacío con tres sillas a su derecha y otras tantas
a su izquierda y, frente a él, esas cuatro sillas dispuestas en semicírculo.
Las señoras se sentaron mientras que el resto de los presentes hacía lo
mismo.
La única que permaneció de pie fue la joven que habían conocido en las
plantaciones de algodón. Ésta se paró en el medio del salón, hizo una
reverencia a las visitantes y dijo:
453
–Yo soy la princesa de Organdí. Sean bienvenidas oficialmente a mi
reino.
Las cuatro se quedaron de una pieza, que quiere decir duras como rulo
de estatua. Eso no se lo esperaban. Esa joven tendría 17 o, a lo más, 18
años, mientras que ellas imaginaban encontrar, si no a una anciana, por
lo menos a una mujer madura que diera cuenta de la fama de sabia que
tenía.
Las cuatro sillas que habían sido colocadas especialmente para ellas y
las sillas que rodeaban el trono quedaron todas como formando un
círculo, o casi. Se hizo un breve silencio hasta que comenzó a hablar la
mujer del reino de Etiopía.
Hizo una pausa como pensando por donde seguir. Estaba claro que ella
hablaba en nombre de todas. Finalmente, continuó:
–¿Y por qué sería tan importante descubrir quién es el dios que creó
Organdí? –agregó aquella.
455
Ulrico, Ana Milena y Flogisto pensaron lo mismo que las mujeres del
Mundo: ellos también deberían dejar de adorar a Blizzard, aunque eso
les resultara difícil ya que desde niños así se lo habían enseñado.
Por sus dichos se enteraron de que las cuatro mujeres eran sabias en sus
reinos. Algunos las llamaban magas, otros, princesas de la sabiduría, y
las cuatro coincidían en que era necesario hacer un mundo mejor, sin
guerras ni esclavitud ni pobreza.
Así fue que, un día, la mujer del reino de china se embarcó decidida a
hacer algo para lograrlo. El junco que la transportaba, ya que así se
llamaban los barcos chinos de aquella época, atravesó todo el mar de
China e hizo la primera parada de reabastecimiento en las islas
Adamán.
456
–Desde las islas Adamán –continuó su relato la protagonista–
intentamos atravesar el océano Índico para llegar directamente a
Ceilán, pero una tremenda tormenta nos lo impidió. Nuestro junco no
tuvo más remedio que refugiarse en el golfo de Bengala y, sin alejarse
mucho de la costa, rodear toda la India hasta llegar al mar Arábigo. En
las islas Maldivas hicimos nuestra segunda parada de reabastecimiento.
458
–Lo hicimos por el de los Remolinos –respondió Tzihuí Gontzú–. El
junco nos llevó hasta sus cercanías, pero los navegantes nos dijeron que
no se podían acercar más por el peligro que significaban para un barco
de esas dimensiones, así que nos instalaron en un bote con dos remos y
allí quedamos solas las cuatro. La corriente nos fue llevando poco a
poco y, cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos frente a las
costas del desierto de Pacarí.
–Seguimos las líneas de arena que se alejaban del mar. Eran como si
hubiera unas cañerías subterráneas o unas serpientes gigantescas
cubiertas por el desierto. Eso nos fue acercando a las montañas.
Sabíamos que teníamos que atravesar esas montañas para llegar hasta
Organdí –explicó Tzihuí Gontzú.
–Allí fue donde vimos esa extraña puerta, con una estrella en cada uno
de sus cuatro ángulos. Hacia ella parecían conducir todas las cañerías
459
que venían desde la playa –dijo Aída–, y con esa inscripción
desconocida sobre ella.
460
CAPÍTULO 7. LA PUERTA MISTERIOSA
Diótima llegó última frente a la puerta misteriosa y leyó esos extraños
símbolos en voz alta:
–Es cierto. Pero ¿qué quiere decir Alfa kay omega? –pregunto
Kusinkillay.
Diótima explicó:
–Alfa kay omega se traduce como Alfa y Omega, y quiere decir algo
así como “el principio y el fin”. Querría decir que detrás de esa puerta
461
está el principio y el final de todas las cosas: el mundo entero, de
alguna manera misteriosa, se encontraría encerrado allí.
–Con todas las personas aquí reunidas se podría hacer, por primera vez,
un mapa completo del reino de Organdí y de sus vecinos.
462
cuatro viajeras describieron el desierto de Pacarí. Carolina ubicó en el
mapa a las islas de Abadí Bahar, al Colmillo del Elefante y al golfo de
Öböls. De a poco, fue apareciendo sobre el tablero de dibujo de la
biblioteca del palacio un mapa como nunca había existido de los
alrededores de Organdí.
Las cordilleras resultaron ser muchas más que las que se creía. La
región de los hielos eternos explicaba muy bien la aparición de los
vientos helados que soplaban durante el invierno. Los mares y
territorios no explorados también quedaron indicados en ese mapa con
su correspondiente nombre en latín: Mare Incógnito y Terra Incógnita,
que querían decir, respectivamente, Mar Desconocido y Tierra
Desconocida.
[Agregar mapa]
463
CAPÍTULO 8. LA CASA EN LA PLAYA
Al día siguiente, Carolina y Aldebarán visitaron a la princesa en el
salón del trono.
–¿Tú crees que yo hago algo para que esto sea así? Es cierto que me
levanto todas las mañanas y cumplo con mis obligaciones: cuido las
plantaciones de algodón, vigilo la confección de las telas, veo que se
cumplan las leyes del reino.
–Esa es la pregunta de las visitantes, ¿no? Quién fue el dios que creó
Organdí –pensó en voz alta la princesa.
–No negaré que voy a extrañar no verlos todos los días, pero entiendo
tus razones. Además, sólo son tres días de viaje, podremos visitarnos
muchas veces en el año.
–Eso es así, sin dudas –confirmó Aldebarán–, pero hay algo más que
queremos decirle –y miró a Carolina.
466
–¿No será demasiado trabajo para ustedes dos construir un puerto?
–Princesa –le dijo–, ellos sueñan con regresar a Warcraft a buscar a sus
familias, al igual que lo hizo Ulrico el Cocinero, pero, al ser muchos y
estar la cordillera defendida por la catapulta que encantó Flogisto,
piensan que la mejor manera de hacerlo sería por mar.
467
–Siempre es riesgoso acercarse a un país que vive en guerra –reconoció
Aldebarán–, pero pensando en las distintas opciones que tienen para
reunirse con los suyos, no parece la peor.
–No se pueden talar árboles para construir casas, para eso tenemos
arena y cemento y piedras en cantidad. Pero contamos con un bosque
que se llama el Bosque de los Navíos, ahora entiendo para qué está.
468
Sin que la princesa lo hubiera pensado, una nueva perspectiva se abría
ante el reino: ¡puerto!, ¡barco! Sin duda, cada amigo nuevo que llegaba
a Organdí traía consigo nuevas ideas, nuevos planes, nuevos deseos.
469
CAPÍTULO 9. LOS MISTERIOS DE ORGANDÍ
Mientras tanto, esa tarde, los dos magos y las cuatro mujeres llegadas
recientemente desde el Mundo, mantenían una importante reunión en la
casa de Flogisto. Ahora sí constituían como una especie de consejo de
sabios del reino de Organdí.
Pero claro que no era lo único que llamaba la atención a los sabios y
sabias allí reunidos. Flogisto les habló, en voz baja, de su
descubrimiento de que en Organdí nadie cumplía años. La princesa
siempre tuvo 17 y tampoco los animales envejecían. Las mismas
gallinas, los mismos caballos, las mismas golondrinas, las mismas
mariposas año tras año.
Eso parecía tener mucha relación con que fuera un reino donde no
hubiera guerras: parecía que todo se regía por la regla de que, allí, nadie
podía morir.
–¿Y desde donde van las personas a esa isla y a donde se retiran
después?
–Lo único que parece ceñirse al paso del tiempo –dijo pensativo
Flogisto– parecen ser las plantas. El algodón crece, florece, da sus
copos y luego se seca. Cada año hay que sembrarlo nuevamente. Los
árboles cambian las hojas y la huerta y los frutales dan su cosecha en el
momento del año que corresponde.
471
Una idea se iba abriendo paso en la mente de todos aquellos sabios y
sabias, y esa idea los llevaba al mismo lugar: la puerta que encontraron
las cuatro mujeres al terminar de atravesar el desierto de Pacarí. El
principio y el fin, rezaba la inscripción que se hallaba sobre ella. Si
detrás de esa puerta se encontraban todas las claves del mundo, allí
habría que ir entonces para descubrirlas.
472
CAPÍTULO 10. EL BOSQUE DE LOS NAVÍOS
–¿Cuántos bosques hay en Organdí, princesa? –quiso saber Carolina.
–Si te digo la verdad, no lo sé. Pero tengo un mapa donde están todos
anotados.
–Lo que no estoy segura es que sean siempre los mismos bosques.
–Sí.
473
La princesa, para estar tranquila, encargó a Ulrico que se hiciera cargo
de todo lo que pasara en el palacio y al mago Flogisto la atención de las
visitantes que habían llegado desde la región del Mundo.
Prestó especial atención a preparar las viandas para las cuatro personas
que irían hasta el Bosque de los Navíos. Como siempre, llenó las
alforjas de exquisitos sánguches, frutas secas y de las otras, galletitas y
otras exquisiteces que preparaba en su cocina y eran adecuadas para
llevar de viaje. También dejó listas las cantimploras llenas de agua,
puso un tarro de té para que pudieran hacerse el desayuno y huevos
frescos para que pudieran hervir y acompañar sus almuerzos y cenas.
“Esto no puede ser”, pensó la princesa para sí. Debo pedir ayuda para
ponerle nombre a todos los bosques de Organdí. Pero, como la realidad
era que en el reino estaban todos muy ocupados, lo dejó para más
adelante.
474
Finalmente llegó el día de la partida. Fue el momento del reencuentro
entre Aldebarán y su caballo Dialéctico: desde su llegada a Organdí era
el primer viaje que realizarían juntos.
–Me parece que la vida sedentaria te ha puesto un poco gordo –le dijo
Aldebarán cuando lo fue a buscar al establo.
El tiempo fue bueno durante los dos días de la travesía, aunque esta
vez, al no llevar carro con ellos, tuvieron que dormir en el suelo. Pero,
la verdad, las mantas de viaje eran tan buenas que no se sentía el frío de
la noche ni la humedad de la tierra.
475
La princesa observó que, entre esos árboles gigantes, crecían otros más
pequeños que se esforzaban para recibir algún rayito de sol de los
pocos que lograban atravesar esas enormes copas. Enseguida
comprendió que había que talar algunos de los grandes para que esos
pequeños crecieran y completaran nuevamente el bosque, pero que
había que hacerlo con inteligencia para que los más débiles también
quedaran protegidos de las tormentas y de los vientos fuertes.
–Claro que sí, pero calculen bien los víveres, no sea cosa que se queden
sin comida.
476
CAPÍTULO 11. EL CONSEJO DE SABIOS
Aldebarán y Carolina terminaron su casa justo antes de que
comenzaran a soplar los primeros vientos helados del invierno. Cuando
llegó la primavera fue necesario construir más viviendas, ya que los
heridos de la guerra de Warcraft ya sanados comenzaron a realizar
distintas actividades en el reino.
477
Finalmente, llegó el día. Los dos magos y las cuatro mujeres llegadas
desde el Mundo se hicieron presentes en el salón del trono donde los
esperaba la princesa. El que tomó la palabra fue Flogisto en nombre de
todos:
Los magos y las mujeres del Mundo se miraron algo confundidos, pero
Flogisto retomó la palabra:
Ahí fue la princesa la que se vio algo asombrada, pero no tuvo tiempo a
hacer nuevas preguntas ya que el mago orco continuó:
–Pero hemos llegado a una conclusión: si queremos saber más sobre los
orígenes de su reino, debemos organizar una expedición hasta el
desierto de Pacarí.
–Quizás podamos descubrir algo que permita terminar con las guerras y
que no sólo Organdí, sino todo el planeta fuera un lugar de paz y
colaboración entre los que vivimos aquí –afirmó Aldebarán.
479
–Iré contigo –dijo segura la princesa–. El aire del mar me ayudará a
ordenar las ideas y, además, quiero ver los avances en la construcción
del puerto.
480
La noche fue reparadora para la princesa luego de dos días de viaje a
caballo. Por la mañana la despertaron los ruidos que hacía Aldebarán
en la cocina preparando el desayuno. Cuando llegó a la mesa un
exquisito té de hierbas la esperaba servido en un tazón pintado con
hojas violetas.
–Buenos días.
–Yo tampoco –agregó Carolina–. Está hecho con una hierba que
encontró Aldebarán en el Bosque de los Navíos.
481
–La idea es interesante, no habría que dejar de intentarlo –respondió
esta.
–Además, como se trata de cosas que tienen que ver con Organdí, creo
que yo también debo ir.
–Así es, pero creo que esta vez será necesario hacerlo.
–Dime.
482
–Me gustaría que me acompañes en la expedición. Con tu experiencia
de viajera me harías sentir mucho más segura.
483
CAPÍTULO 12. EL PLAN DE CAROLINA
El barco ya estaba avanzado en su construcción. Sobre la arena, en
cercanías de donde se estaba construyendo el puerto, se lo veía alto y
sólido, y varias personas, orcos y humanos, iban y venían con
entusiasmo adelantando las tareas faltantes.
–¿Cómo harás para llevarlo hasta el agua una vez que esté terminado? –
quiso saber ésta.
–Si miras bien verás que está apoyado en rodillos de madera. Una vez
que esté en condiciones de flotar, pensamos atar unos caballos delante
de él y con todos los que estamos aquí empujando por detrás,
confiamos en que llegue hasta el mar sin contratiempos.
Algo había leído la princesa sobre las mareas y por eso no tuvo
inconvenientes en creer lo que Carolina le decía.
484
–¿Te parece que podremos atravesar la cordillera que nos separa del
desierto? –preguntó la princesa a la capitán de barco.
–De acuerdo con los mapas que confeccionamos debería ser posible –
respondió la capitán–, y yo me animo a intentarlo.
–Pero veo que tanto los orcos como los humanos llegados desde
Warcraft trabajan con la ilusión de utilizar el barco para ir a buscar sus
familias. ¿No crees que sería defraudarlos si utilizamos la nave con
otros fines, por más importantes que éstos sean?
485
–Yo pienso así: ya está por empezar la cosecha del algodón y la
confección de las telas de este año. Eso quiere decir que, dentro de
poco, llegarán nuevamente hasta Organdí los hombres del mar.
–Pues yo pienso hacer varios cambios en la flota que comercia las telas
de Organdí. Voy a designar como buque insignia al Azulgrana, que
capitanea mi amigo Pipi. A Erasmus le voy a encomendar el barco que
estamos construyendo y le daré como misión llevar a los humanos y los
orcos recuperados en el hospital que quieran buscar a sus familias en
Warcraft. Y yo retomaré el mando de Il Gabbiano y en él nos
dirigiremos hasta las costas del desierto de Pacarí. ¿Qué te parece?
–Lo que sí –agregó Carolina– habrá que traer los suministros desde el
palacio hasta aquí para reabastecer a Il Gabbiano. El resto de los barcos
se reabastecerán en el golfo de Öbölss, pero nosotros iremos justamente
en la dirección contraria y, que sepamos, no hay ningún puerto
intermedio.
486
–Eso no es problema –afirmó la princesa–: tenemos suficientes carros
para traer todos los abastos que sean necesarios.
–Eso haré. Me tomaré unos días y una vez que tenga una decisión la
comunicaré a todos.
487
CAPÍTULO 13. LA EXPEDICIÓN
Para la princesa no fue fácil tomar una decisión. Lo primero que tenía
que definir era si autorizaría o no la travesía hasta el desierto de Pacarí
para investigar qué es lo que había detrás de la puerta con esas extrañas
letras griegas. Lo segundo era quiénes irían en esa expedición y, lo
tercero, cuál sería la ruta que convendría seguir y cuáles los recursos
que invertiría el reino en ello.
Conversó varias veces del tema con Felipillo, quien se ofreció a apoyar
a la princesa, cualquiera sea la decisión que finalmente tomara.
También consultó con Ana Milena, quien sabía bien lo que era
trasladarse con toda la familia a través de una cordillera. Y tampoco
dejó de escuchar a los niños: ellos ya tenían sus responsabilidades en el
reino y sus opiniones eran muy valoradas por la princesa.
Pero también era cierto que había que descubrir los orígenes de
Organdí: quizá así descubrieran algo que permitiera terminar con la
guerra o, al menos, asegurar que el reino siguiera siendo un refugio
para todos los que sufrían a causa de ella. Organdí, reino libre de
guerras para siempre; ese era ahora el principal sueño de la princesa.
488
Regresó del algodonal cerca del mediodía, almorzó y se encerró en el
salón del trono. Allí se puso a escribir. A cada rato arrugaba la hoja que
tenía delante de ella y la tiraba al cesto, y comenzaba a escribir en una
hoja nueva. Ulrico le llevó la merienda al salón, cosa extrañísima ya
que la princesa amaba ir al merendero. Cuando se acercaba la noche le
preguntó si quería cenar allí mismo.
489
Al día siguiente, después de desayunar, entregó a su encargado de la
biblioteca, el niño Grommash, un texto para que sea informado en todo
el reino que decía así:
490
Artículo 5. En mi ausencia las responsabilidades del reino
quedarán así establecidas:
491
Cuando Carolina y Aldebarán se enteraron de que viajarían juntos al
desierto de Pacarí, de la alegría se pusieron a bailar en la sala de su
casa.
492
CAPÍTULO 14. LA NAVE DE ORGANDÍ
La primavera se había hecho verano. Los carros con las telas de
Organdí una vez más iniciaban el camino hacia el mar. La novedad,
este año, eran los vistosos rollos de telas de colores que daban a la
caravana un aspecto alegre y elegante a la vez.
494
Mientras tanto, a bordo de la nave, tres orcos duchos en temas de
navegación controlaron el barco una vez que estuvo a flote y, con
hábiles maniobras, lo acercaron al muelle. Allí, otros ayudantes
amarraron la nave con las sogas que aquellos les arrojaron.
Mientras tanto, los marineros a bordo del barco ataban una cinta a la
borda mientras que, en el otro extremo de la cinta, en el muelle, se
ataba una botella de vino.
495
–Tu debes tomar esta botella –le explicó Carolina– y arrojarla con
fuerza para que se estrelle en el casco del barco y se rompa, y tienes
que decir su nombre, por supuesto, como en cualquier bautismo.
Carolina hizo una seña a los marineros y estos retiraron una tela que
ocultaba, hasta ese momento, el nombre el barco dibujado en la proa.
Todos pudieron leer, escrito en letras grandes y bellas, la palabra
“Princesa”. La princesa estaba entre sorprendida y emocionada. Con
sus ojos muy abiertos y los labios separados, como si estuviera a punto
de lanzar una exclamación, no estaba segura si todo eso estaba
ocurriendo en la realidad o era sólo un sueño del cual, de un momento a
otro, fuera a despertar. Carolina, que nunca se había apartado de su
lado, puso la botella en sus manos.
Dicho esto, arrojó la botella con toda su fuerza, tal como le había
indicado Carolina, y ésta fue derecho a estrellarse en el casco del barco.
Cuando la botella estalló y el vino se derramó en el mar, todos
prorrumpieron en aplausos.
–Antes se hacía –explicó Carolina– como tributo a los dioses del mar,
para que protegieran al nuevo barco. Pero también es como un brindis
con el barco, deseándole felicitad en su futura navegación.
496
De todo eso se acordaba la princesa mientras se enganchaban los
últimos caballos en los carros cargados con los rollos de tela, a fin de
iniciar el camino de ese año hacia el mar.
497
CAPÍTULO 15. EL CAPITÁN ERASMUS
Todos estaba atentos en la playa, en cualquier momento debían
aparecer las primeras velas de los barcos que año a año llegaban hasta
las playas de Organdí. Habrían sorteado el Colmillo del Elefante hacía
más de una semana y, bien reabastecidos en Öbölss, estarían navegando
las últimas millas hasta las playas de Organdí.
La punta del muelle estaba señalizada con banderas rojas para que
nadie chocara contra él y en cada puesto de atraque había una bandera
verde con un número. Teniendo en cuenta lo que se internaba el muelle
en el mar y que se podía atracar de los dos lados, el puerto tenía
capacidad para atender seis barcos a la vez.
En la punta del muelle había un marinero que hacía las señales a los
barcos para que éstos supieran dónde debían atracar. El único puesto
498
ocupado era, justamente, el número seis, donde se hallaba amarrado el
Princesa. El señalero, con habilidad, fue distribuyendo a los barcos a
uno y otro lado del muelle. Las tripulaciones que se hallaban en
cubierta miraban con curiosidad las nuevas instalaciones que los
esperaban en las playas de Organdí.
–¡Gracias, tripulación!
Saludó uno por uno a todos los miembros de la tripulación a los que, a
qué negarlo, había extrañado durante ese año. Les preguntó por sus
familias y felicitó a los que habían sido papás durante su ausencia. A su
cocinero le dio un gran abrazo y lo comprometió a bajar a tierra: quería
presentarle a alguien con el que podría intercambiar recetas de comida.
Una vez amarrados todos los barcos comenzaron las tareas de carga y
descarga. Los carros con los rollos de tela llegaban hasta al lado de la
misma planchada y los cargadores y marineros subían las telas y
bajaban las mercaderías a gran velocidad. Éstas últimas, para su
asombro, prácticamente eran arrancadas de sus manos para acomodarse
solas en el carro que había quedado vacío, tan poderosa era la magia
carretera.
500
–Es mucha responsabilidad ser capitán –respondió Erasmus–, pero una
linda responsabilidad. Aunque, a decir verdad, nunca me sentí capitán
de Il Gabbiano. Il Gabbiano tiene un único capitán y es usted.
–Quizás tienes razón, cada barco tiene su capitán, y cada capitán tiene
su barco.
Carolina hizo una seña para que suelten amarras. Luego ordenó
desplegar las velas de mesana, que son las que están en el palo más
cercano a la popa en los barcos de tres mástiles. Cuando el Princesa se
separó del muelle y comenzó a alejarse de la costa hizo desplegar la
vela mayor y confió el timón a Erasmus:
–Pilotea tú. Quiero que me des tu opinión sincera sobre este barco.
501
Erasmus tomó el timón con sus manos firmes. Dio unas órdenes
complementarias a los marineros y enfiló mar adentro. Hizo virar el
navío hacia babor y luego hacia estribor, desplegó las velas del
trinquete para que tome máxima velocidad y luego hizo echar el ancla
para ver cómo reaccionaba al frenar de golpe: el Princesa se detuvo
suavemente, casi sin ninguna vibración ni en su casco ni en su
arboladura.
–Es la primera y por ahora única nave del reino de Organdí, pero el que
quiera ser su capitán tiene que aceptar una misión que puede resultar
peligrosa.
503
–¿Hay alguna fecha establecida para que el Princesa inicie su viaje?
Por primera vez desde que los barcos llegaban a las playas de Organdí a
buscar las famosas telas que se confeccionaban en ese país, no
partieron ese mismo día. Las tripulaciones bajaron a tierra y recorrieron
los alrededores del puerto con curiosidad.
504
CAPÍTULO 16. EL CAPITÁN DEL AZULGRANA
El capitán del Azulgrana aceptó encantado la invitación a cenar que le
hicieron Carolina y Aldebarán. Para él fue un gusto volver a
encontrarse con el mago que había salvado su barco de las naves de
guerra cubriéndolo con un manto de invisibilidad.
–Veo que han hecho muchas cosas en un año: una casa, un puerto, un
barco.
–No para nosotros –afirmó el capitán–. Los que somos hijos del mar
sólo nos sentimos libres arriba de nuestros barcos. Ellos nos llevan al
norte y al sur, al este y al oeste, con solo una vuelta de timón. No
necesitamos caballos ni carros ni ninguna otra cosa para recorrer todo
el mundo: sólo nuestro barco.
505
–Así lo entendí desde que conocí a Carolina –dijo Aldebarán.
Cuando regresó y los vio sentados a la mesa recordó cuando, algo más
de un año atrás, los había visto en el comedor de la posada Los
Albatros, en las islas de Abadí Bahar. En ese momento no sospechó
que esa mujer pudiera ser la capitán de un barco que lo traería hasta
Organdí y, menos aún, que ella se transformaría en su compañera
inseparable. Pero así eran las cosas: él, que tantos conjuros y pociones
había inventado, no necesitó inventar el del amor: éste llegó solo en el
momento menos pensado.
506
–Yo tampoco –reconoció Carolina– pero me oriento hacia dónde
queda. Es en dirección al Mar de los Remolinos, uno de los accesos a la
región del Mundo.
–¿No temerás navegar sólo por el Colmillo del Elefante? –le preguntó.
507
–No, claro que no –le respondió él–. Ya lo he atravesado una vez
contigo y dos veces más con Erasmus. No me voy a equivocar al cruzar
entre esas islas endemoniadas.
–¿Temes que te quite libertad de ir y venir a tus anchas por los mares?
508
CAPÍTULO 17. PREPARATIVOS
Finalmente, los barcos que llevaban las telas de Organdí partieron esa
mañana. Al frente de la flota iba el Azulgrana con Pipi, su capitán, a la
cabeza. Carolina Marrapodi y Erasmus los saludaron desde el muelle y,
una vez que los vieron alejarse, volvieron a dedicarse a sus múltiples
tareas. Ambos tenían que alistar sus barcos para partir en pocos días.
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El caso es que Erasmus fue completando su tripulación y haciendo la
lista de las provisiones necesarias para llegar hasta el puerto de Öböls,
donde podría reabastecerse. Cuatro días después de lo partida de los
barcos que realizaban el comercio con Organdí, el Princesa se hizo a la
mar con su carga de personas y esperanzas, rumbo a las peligrosas
costas de Warcraft.
Además, como bien señalaron las mujeres que provenientes del Mundo,
la comida para los caballos era extremadamente escasa en el desierto de
Pacarí. Así que se decidió llevar sólo uno para que colabore cargando
las provisiones para todos ellos una vez que estuvieran en tierra.
510
Nadie se imaginaba que Aldebarán podía hablar con el caballo y,
menos aún, que era éste el que decidía si quería ir o no a ese viaje.
Pero, con toda la magia que inundaba el reino, una vez repuestos de la
sorpresa a todos le pareció lo más natural del mundo.
La princesa, por esos días, estaba feliz, triste y preocupada, todo eso a
la vez. ¿Cómo podía ser eso? Muy sencillo. Estaba feliz porque en el
reino todo estaba funcionando de maravillas. Las telas blancas y de
colores ya estaban viajando por el mar, las mercaderías que trajeron los
barcos eran abundantes y los recuperados en el hospital ya en viaje a
buscar a sus familias.
–Dime cómo.
–He preparado un cuaderno con hojas en blanco para que usted pueda
anotar todos los acontecimientos de la aventura que van a iniciar.
Dibujar mapas. En fin, para que nada se pierda de esa expedición.
512
–Sabes –continuó la princesa–, a Felipillo no se le da muy bien esto de
los libros, así que, si tú te quedas a cargo, yo puedo viajar tranquila.
513
CAPÍTULO 18. EL CABALLO DEL MAGO
La decisión estaba tomada: llevarían un caballo a la expedición para
que les ayudara a cargar los víveres durante el cruce del desierto de
Pacarí.
–Quizás los hombres que comienzan las guerras sean unos y los que
quieren terminar con ellas sean otros –insinuó tímidamente, pero la
respuesta del caballo no se hizo esperar:
–Es como que me digas que son unos los caballos que llevan al jinete
hasta su destino y otros los que lo arrojan al piso de un corcoveo.
Somos todos caballos: a veces nos da gusto llevarlos a su destino y
otras veces arrojarlos al piso.
–Pero ¿qué es mejor? –preguntó el mago– ¿Qué ande por ahí matando a
otros o que prepare exquisitas comidas para alimentar a otros?
–Sería de gran ayuda contar con alguien fuerte como tú para que nos
ayude a llevar las provisiones.
516
–Opino que no es buena idea irme a morir de calor o quizás hasta de
hambre a un desierto sólo porque tengo cuatro patas y soy mucho más
fuerte que ustedes.
–Hay cosas que se hacen –continuó el caballo– sólo porque hay que
hacerlas. No importa que no tengan sentido, como ir a ese desierto de
porquería.
517
–¿Y por qué vendrías tú a una expedición que te parece tan
descabellada?
–¿Sabes por qué iré? Porque debo ir. ¿Y sabes por qué debo ir? Porque
soy tu caballo. Espero que no lo olvides.
518
CAPÍTULO 19. RUMBO AL DESIERTO DE PACARÍ
–Ya está todo listo, princesa –dijo Carolina Marrapodi y agregó–:
cuando usted lo indique podemos zarpar rumbo al desierto de Pacarí.
Las cuatro mujeres del Mundo al igual que el mago Flogisto estaban
desde el día anterior en la playa. La princesa no había regresado al
palacio y se hallaba allí desde que los buques partieran con las telas de
Organdí. Felipillo Gusanillo se había quedado con ella para despedirla.
–Lo hemos arrastrado por la playa, capitán, para ponerlo a salvo de las
mareas.
520
–No todas las mareas son iguales –explicó–. Ustedes dejaron el bote
fuera del alcance de la marea de ese día, pero en cuarto menguante y en
cuarto creciente se produce lo que se llama la “marea muerta”. En
cambio, en luna nueva y en la luna llena se produce la marea viva, que
es cuando el mar sube mucho más. Es muy probable que, con el cambio
de luna la marea haya llegado a su altura máxima arrastrando el bote
nuevamente al mar.
–¿Es cierto que existen las “super mareas”? –quiso saber Flogisto, a
quien los temas del mar lo apasionaban.
La princesa había leído algo sobre la atracción de los astros, pero nunca
lo había entendido del todo bien. Ahora veía que eso tenía mucha
importancia.
Para tomar esa decisión la capitán tuvo en cuenta distintas cosas. Por un
lado, las mujeres del Mundo informaron que al tercer día de caminar
desde la costa encontraron la puerta misteriosa en las estribaciones de
la cordillera, así que, calculando tres días de ida y tres días de vuelta,
quedaban catorce días completos –dos semanas– para la exploración.
Pero otra de las razones era el cálculo de los víveres: si en veinte días
no regresaban, a la tripulación de Il Gabbiano le quedarían los víveres
justos para regresar hasta Organdí.
522
CAPÍTULO 20. EL DESEMBARCO
El desembarco fue todo un éxito. Las órdenes de la capitán fueron
precisas y la tripulación las ejecutó con maestría. En menos de dos
horas estuvieron todos los expedicionarios en la costa, incluidos
Dialéctico y los víveres.
Volvieron algo hacia el oeste para encontrar las líneas de arena de las
que hablaron las mujeres del Mundo. Siguiendo ese camino,
imaginaban, tendrían mayores posibilidades de encontrar la puerta
misteriosa. Tal como ellas habían dicho, parecía que debajo de la arena
pasaran unas cañerías o serpientes gigantescas tapadas luego por el
desierto.
Siguiendo esas líneas caminaron día tras día y, al cabo del tercero,
divisaron a lo lejos las primeras estribaciones de la cordillera. Ya
encontrar la puerta fue un poco más difícil. Como se estaba poniendo el
sol decidieron que harían noche protegidos del viento en una amplia
cueva que se abría en la falda de las montañas.
Con los últimos resplandores del sol que se filtraban desde el exterior
organizaron un fuego que les diera luz y calor en aquella gruta. Cuando
las llamas alcanzaron a iluminar aquel lugar, la sorpresa de los
expedicionarios no tuvo límites: en el fondo de la cueva se encontraba
el bote en el que habían venido, meses atrás, las mujeres de la región
del Mundo.
523
–Así es –agregó Flogisto–, y con seguridad se necesitó de un grupo
muy numeroso de personas para traer este bote desde la playa hasta
aquí.
Lapis lapidis
Spelunca totus
Nullus hominen
Vídere potus.
Dicho esto, bajó sus dos manos y nadie notó ningún cambio. Afuera ya
comenzaba a oscurecer. Tzihuí Gontzú no pudo resistir su curiosidad y,
sin pensarlo, salió de la cueva. Al darse vuelta, la cueva había
desaparecido. Asombrada y algo asustada contemplaba una pared
uniforme de piedra donde antes había estado la entrada. Desde dentro
524
de la cueva veían su cara de desconcierto, como si no supiera cómo
hacer para regresar con los demás.
–Es que sólo veo una pared de piedra –contestó Tzihuí Gontzú.
Alentadas por la voz del mago, Tzihuí Gontzú así lo hizo. Con temor al
principio y luego ya más confiada dio un paso, y otro, y otro, y
descubrió sorprendida que podía atravesar caminando el muro de
piedras que estaba frente a sus ojos y que sólo desde afuera de la cueva
se veía.
525
–En fin –pensó Dialéctico–, y éstos creen que pueden acabar con las
guerras.
Tenían tres semanas en total para buscar a sus familias y volver con
ellas al punto de desembarco. Allí debían esperar las señales de luces
que haría el Princesa desde el mar y responderlas desde la costa.
Todo eso repasaban con el capitán los humanos y orcos que, en dos
lugares distintos, bajarían a tierra.
527
CAPÍTULO 21. LOS SECRETOS DE LA PUERTA
MISTERIOSA
La noche en la cueva transcurrió sin contratiempos. Por la mañana
desayunaron y continuaron la búsqueda de la puerta misteriosa. No
vieron huellas ni nada que les hiciera pensar que no estaban solos en
ese desierto, pero, por otro lado, el bote no había ido caminando desde
la playa hasta la cueva: lo tuvieron que trasladar quienes quiera que
sean.
528
milímetro. Y si se abriera hacia fuera no había de donde afirmarse para
hacer fuerza. Todos agitados y desanimados decidieron descansar por
unos instantes.
Aldebarán se alejó un poco del grupo para hablar con su caballo. A los
dos les daba algo de pudor hablar en público.
–¿Y por qué iban a ser estrellas? –respondió con otra pregunta
Dialéctico–. Seguro ustedes creen que esta puerta la trajeron desde el
espacio seres extraterrestres y en señal de su origen la sellaron con
cuatro estrellas –completó con algo de sorna el caballo.
–Ah, eso no lo sé. Ustedes son los humanos, los inteligentes. ¿Qué
quieren que les diga un pobre caballo?
529
Aldebarán hervía de rabia, pero sospechaba que Dialéctico sí tenía una
idea de cómo abrir la puerta, y eso era lo más importante, así que calmó
su enojo y esperó pacientemente que dijera algo más. Si algo había
aprendido, era que su caballo nunca se quedaba con las ganas de decir
lo que pensaba, y así sucedió:
–Si les quitamos esas estrías las estrellas dejarían de ser estrellas y
pasarían a ser botones, ¿no?
–¿Y qué tenemos que hacer con esos tomillos para poder abrir la
puerta? –preguntó confundida la princesa.
532
CAPÍTULO 22. ÁBRETE SÉSAMO
Ya no volvieron a la cueva. Acamparon enfrente mismo de la puerta.
Allí cenaron, organizaron un fuego para calentarse y cada miembro de
la expedición hizo uso de sus mantas para organizar el descanso. Sólo
la princesa y Flogisto quedaron conversando hasta bien tarde.
–Me siento rara fuera de mi reino. Allá conocía todo lo que sucedía y
cómo resolver los problemas, pero aquí todo es nuevo para mí.
–Exactamente.
Una vez desayunados todos tomaron quien sus mochilas y quien sus
zurrones y se acercaron a la puerta misteriosa, ya abierta gracias al
ingenio del mago orco.
536
–De ahora en adelante haremos así –dijo Carolina–: siempre
caminaremos en fila y, al llegar a cada nuevo lugar, uno avanzará a
explorar y regresará a informar de lo que ha encontrado. Si no hay
ningún peligro, avanzaremos todos por ese camino.
537
–Aquí te esperaré –respondió el equino, pensando ya en volver a la
vertiente donde tenía todo lo que necesitaba.
538
CAPÍTULO 23. EN LAS COSTAS DE WARCRAFT
Muy lejos del desierto de Pacarí, en esa noche oscura, un barco se
acercaba sigilosamente a las costas de Warcraft. Sólo las estrellas
acompañaban la marcha atenta del Princesa, la luna no se había hecho
presente esa noche. Con todas las luces apagadas, la nave parecía un
fantasma que se deslizaba sobre el agua sin tocarla.
Los del bote les pasaron unas provisiones para que se alimentaran hasta
encontrarse con sus familias. Los orcos y humanos las cargaron sobre
sus hombros para que no se mojaran y con ellas salieron hasta la playa.
Sin despedidas, sin hablar para no ser descubiertos, los botes regresaron
rápidamente hasta el barco. Allí fueron nuevamente izados, levaron
anclas y se internaron en el mar.
El Princesa se alejó como una madre que acabara de dejar a sus hijos
librados a su suerte, esperando volver a encontrarlos a su regreso. Los
desembarcados rápidamente se organizaron, reconocieron el lugar y
decidieron emprender la marcha sin esperar el amanecer. El pueblo
humano estaba a poco camino y esperaban llegar a él aun siendo de
noche. Esto permitiría a los humanos ir en busca de sus familias con
menos riesgo. Los orcos los esperarían en las afueras, escondidos en
una floresta.
539
La sorpresa de esas familias humanas al reencontrarse con los seres
queridos a los que ya habían dado por muertos no tuvo límites. Hijos,
hijas, esposos y esposas se despertaron creyendo que aún estaban
soñando. Los abrazos y las lágrimas los trajeron de nuevo al mundo de
los despiertos. Cuando escucharon decir a los recién llegados que
debían reunir lo indispensable y partir hacia un reino de paz, no lo
dudaron ni un instante. ¿Qué les había dado Warcraft a ellos? Guerra,
dolor, muerte. Cualquier riesgo y cualquier sacrificio valían la pena
para comenzar una nueva vida.
Lo que más les costó entender a todos fue que se encontrarían con
orcos y que estos, en vez de enemigos, eran ahora compañeros de ruta.
Sólo la esperanza de una vida mejor les permitió vencer el miedo que
ese encuentro les producía.
541
CAPÍTULO 24. EXPLORANDO
La larga fila de expedicionarios, encabezada por Carolina Marrapodi,
empezó a recorrer el túnel que se abría detrás de la puerta misteriosa.
Era cierto que era un poco estrecho. Flogisto, el mago orco, debía
caminar algo inclinado porque sus más de dos metros de estatura no le
permitía levantar del todo la cabeza.
Los hilos de cobre de los que parecía estar hechas las paredes y el techo
producían una tenue fosforescencia. No era lo que propiamente se
puede llamar una luz, pero alcanzaba para que el túnel no estuviera
totalmente a oscuras.
–¡¡Agua!!
–¡No se separen! –se escuchó la voz de Carolina entre el ruido con que
el agua desatada llenaba el túnel.
La corriente era tan fuerte que ni se podía intentar nadar contra ella,
sólo quedaba dejarse llevar. La capitán pensaba: “¿Dónde estará
Flogisto? ¿Habrá accionado alguna palanca que liberó el agua que
ahora nos arrastra?”
Lo peor de todo era que ese lugar cilíndrico tenía techo. Aún se lo veía
lejano, pero el agua no paraba de subir y de a poco se fueron acercando
a él. Los expedicionarios se miraban con su cabeza fuera del agua, no
pudiendo creer que ese fuera el triste final de la expedición.
544
La princesa tomó de la mano a Carolina, que era como su hermana
mayor.
La princesa, sacando del fondo de su garganta una voz que no sabía que
tenía, gritó con todas sus fuerzas:
545
CAPÍTULO 25. CON EL AGUA AL CUELLO
La princesa, los magos, la capitán y las mujeres venidas del Mundo se
encontraban, ahora sí, con el agua al cuello, entre la vida y la muerte.
Ya sus cabezas tocaban el techo del tanque donde habían quedado
encerrados y el agua continuaba subiendo. Las miradas decían más que
las palabras que ya no atinaban a salir de sus bocas cerradas para que
no entre el agua. Ese parecía ser el fin o, al menos, es lo que pensaron
todos.
546
Se tomaron su tiempo para reponerse y para abrazarse, pero Carolina
quería encontrar una salida de aquel túnel: no podían saber cuándo
volvería a llenarse de agua y no siempre iban a tener la misma suerte
que tuvieron ahora. Tampoco podían regresar, ya que la puerta del
tanque por donde habían sido despedidos ya se encontraba de nuevo
herméticamente cerrada.
–Esta aventura tiene muchos más peligros que los que habíamos
imaginado. ¿Quién hubiera adivinado que desde un desierto pudiera
entrar semejante cantidad de agua?
547
–Ahora –continuó la capitán de Il Gabbiano– es el turno de explorar de
la Princesa y de Kusinkillay.
Y así, dándose valor la una a la otra, fueron avanzando por el túnel que,
una vez retirada el gua, volvió aquedar en penumbras, apenas
iluminado por la fosforescencia de los hilos de cobre que recubrían sus
paredes y su techo.
549
CAPÍTULO 26. LA PLANICIE DE LOS CAMINOS DE PLATA
Todos esperaban el regreso de las dos exploradoras cuando vieron venir
corriendo por el túnel a Kusinkillay. Al no ver a la princesa se
alarmaron, pero la mujer de la Nación Diaguita enseguida les informó
de cómo aquélla quedaba vigilando por si se producían novedades en la
llanura recién descubierta.
Todos cargaron sus mochilas y sus zurrones que estaban aún a medio
secar y emprendieron la marcha. Hasta la fatigada Kusinkillay tomó el
paso al lado de Carolina y le fue explicando con más detalle lo que allí
habían encontrado. Flogisto, que iba tercero en la fila, también
escuchaba y no lo podía relacionar con nada que anteriormente hubiera
conocido.
551
El único defecto de esa planicie es que no se veía el cielo. Toda esa
llanura parecía estar cubierta por un techo de chapa. Ya no estaban
seguros si era de día o de noche, pero calculando el tiempo que habían
caminado y los inconvenientes sorteados, era probable que ya fuera la
tarde.
Primero se frotó los ojos incrédula al verlos a todos allí. Luego se paró
y dijo en tono de disculpa:
Todos rieron.
552
–Después de comer, todos van a descansar –dijo Carolina-. Y el castigo
por haberse dormido, Princesa, es que usted hará la primer guardia
conmigo.
553
Y ella se puso a hacer lo mismo.
554
CAPÍTULO 27. ESTUDIANDO EL MAPA
Muy lejos de los túneles a los que entraron los expedicionarios después
de atravesar el desierto de Pacarí y de la planicie donde ahora se hallan
descansando, un barco y su tripulación están esperando en el mar de
Warcraft que se haga la noche para acercarse a la costa.
Repitieron la estrategia del grupo anterior. Esta vez fueron los humanos
los que esperaron escondidos en un bosque mientras los orcos
ingresaron al pueblo. Cuando regresaron con sus familias todos
emprendieron la marcha hacia el poblado humano más cercano.
Caminaron de noche todos juntos y, cuando estaba por llegar el alba,
buscaron un lugar alejado del camino para esconderse.
Allí aprovecharon para desayunar con las provisiones que traían del
barco más algo de la inmensa cantidad de comida que las familias orcas
había llevado desde sus casas. El resto lo racionaron para que alcanzara
hasta ser rescatados por el Princesa, lo que iba a ocurrir, con suerte, en
no menos de quince días.
555
En cuatro noches más de camino llegarían hasta el pueblo de los
humanos. Cuando éstos regresaran con sus familias sin duda las
reservas de comida se verían grandemente incrementadas.
Luego del segundo desembarco exitoso el Princesa puso proa hacia las
islas de Abadí Bahar.
–Las opciones que tenemos por delante son muchas, Princesa –dijo la
capitán.
La princesa los miró a los dos como si los viera por primera vez. No
pudo evitar pensar en su Felipillo, tan lejos ahora y posiblemente tan
atareado para cumplir con todas las responsabilidades del reino que
había dejado a su cargo.
558
CAPÍTULO 28. LA ENERGÍA DE LOS TÚNELES
Todos durmieron hasta la mañana, o lo que ellos suponían que era la
mañana por el tiempo transcurrido, ya que una vez entrados al túnel por
la puerta encontrada en el desierto de Pacarí nunca más vieron el cielo.
Una vez todo listo para continuar camino y mientras esperaban que
retornaran las dos parejas de exploradores, Carolina y la princesa
quisieron saber a qué conclusión habían llegado Diótima y Flogisto
estudiando los mapas mientras hacían su guardia nocturna.
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–Miren –comenzó Flogisto–, lo que nos parece es que ya sabemos que
hay dos niveles en este territorio que estamos descubriendo. En un
nivel están los túneles y en otro nivel la planicie donde nos
encontramos.
–…y una hipótesis es que esa energía la puede dar el agua, por eso la
velocidad y la violencia con la que transita por los túneles.
Posiblemente active unos mecanismos desconocidos que transformen
ese torrente en el flujo vital que mantiene con vida esta maquinaria.
560
–Así parece, Princesa –respondió el mago orco–. No hemos visto nada
vivo desde que entramos aquí, sólo túneles, tanques, puertas, caminos
de plata, agujeros y toboganes.
–Debería ser mago para saber eso –dijo Flogisto riendo, y todos lo
acompañaron en la risa, pero Diótima los interrumpió.
Sí, la hipótesis de que los túneles distribuían la energía parecía cada vez
más posible, aunque no tuvieran la menor idea de cómo funcionaban.
562
CAPÍTULO 29. LOS TOBOGANES
Kusinkillay y Aída no se hicieron esperar. Todos querían saber cómo
les había ido en la aventura de los toboganes. Ellas relataron lo que ya
los demás se imaginaban: que era mucho más fácil bajar que volver a
subir. Por suerte habían llevado soga para ayudarse.
–Parece –les dijo– que el peligro mayor que hay en este lugar es el agua
que va por los túneles, pero, como ahora estamos encima de ellos,
estamos seguros. Así que aquí vamos a hacer nuestro campamento.
Dejaremos todas nuestras cosas y haremos expediciones cortas. Al
regresar nos contaremos lo que hayamos descubierto.
563
Todos acomodaron sus pertenencias formando un círculo. Era,
efectivamente, mucho más aliviado explorar sin tener que cargar con el
equipaje de cada uno. Carolina prosiguió:
564
que se hallaron de nuevo en la plataforma ocupada por aquel edifico de
las mil patas, decidieron explorar primero las escaleras que iban hacia
abajo. A los pocos escalones se encontraron nuevamente en la red de
túneles del nivel inferior. Como les pareció oír un ruido sordo que se
acercaba, volvieron a subir rápidamente, con el tiempo justo para ver
pasar el torrente de agua por debajo de ellas. Si no lo hubieran logrado,
vaya a saber dónde habrían ido a parar.
–Ya les voy a contar, es algo increíble. Ya iremos todos allí. Pero ahora
me preocupa la demora de Tzihuí Gontzú y de Diótima.
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–Si, es cierto –afirmó Kusinkillay–, ya deberían estar aquí.
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–Yo lo haré –dijo Kusinkillay, y sin dar tiempo a las demás se ató la
soga a la cintura mientras que Aída y Carolina la aseguraban en el otro
extremo.
Las tres se acostaron panza abajo en el borde y llamaron con todas sus
fuerzas:
567
podían creer. ¿Cuánto tendría de profundidad aquella fosa? ¿Una caída
podría haber sido ser fatal para ellas?
–Tú ya tuviste bastante de caídas –le dijo Aída a Kusinkillay–. Esta vez
voy yo –, y diciendo y haciendo comenzó a descender tomada de la
soga.
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Cuando la mujer de piel negra llegó al fondo, con la oscuridad reinante,
era casi invisible. Carolina la distinguió por el blanco de sus ojos.
–Veo tus ojos y tus dientes –respondió Carolina y rieron las dos–.
Haremos así –agregó a continuación–, por lo que vimos desde arriba, el
tablero al que no pudimos llegar por el puente tiene forma cuadrada. Yo
iré por aquí y tú por allá y deberíamos encontrarnos del otro lado. Si
hallamos algún obstáculo regresamos aquí y nos reunimos al lado de la
soga.
Efectivamente, del lado opuesto al tablero del medio había una escalera
de hierro empotrada en la pared. Era la única salida posible. Treparon
las dos sin pensarlo y, en pocos minutos, entraron a una galería que se
abría a mitad de camino hacia la superficie y que, por lo tanto, era
imposible de ver desde el otro lado.
569
Caminaron galería adelante hasta que llegaron a un lugar más
iluminado. Era un espacio redondo desde donde salían seis nuevas
galerías. ¿Por cuál seguir?
570
CAPÍTULO 30. LAS EXPEDICIONARIAS PERDIDAS
Aída y Carolina se encuentran en una sala redonda de donde salen seis
galerías, además de aquella por donde ellas llegaron. Confundidas, no
saben por dónde continuar la búsqueda de las exploradoras extraviadas.
Parada en medio de la sala Aída no encuentra mejor recurso que gritar
con toda su voz:
–Estamos aquí.
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Aída contuvo sus deseos de abrazarlas por temor a no hacerles daño en
sus magulladuras.
Sin pensarlo y sin detenerse a comer, a pesar del hambre que tenían,
siguieron a Aldebarán, quien se adentró de manera decidida en la
planicie. Luego de sortear algunos obstáculos, siguieron uno de los
caminos de plata que los llevó directamente al primero de los
toboganes.
Se veía todo tranquilo, ni rastros de que alguien estuviera por allí. Por
las dudas se acercaron a la entrada al tobogán y gritaron con todas sus
fuerzas:
573
–¡Si, aquí! –respondió desde abajo la voz de Kusinkillay.
Kusinkillay les contó cómo Carolina, Aída y ella habían ido en busca
de las exploradoras perdidas, del puente colgante cuyo piso se abría y
de cómo la capitán y la mujer etíope habían descendido y rodeado el
cuadrado del tablero para buscarlas. Luego ya no sabía qué ocurría
porque no tuvo más noticias de ellas.
Mientras recorrían las galerías la mujer etíope les fue contando cómo
encontraron a Diótima y a Tzihuí Gontzú. Atravesaron el vestíbulo de
las siete entradas y llegaron hasta las heridas.
574
La llegada de los médicos magos no pudo ser más oportuna. Flogisto
revisó el tobillo hinchado de Tzihuí Gontzú mientras que Aldebarán
examinaba la herida que Diótima tenía en la frente.
–Ya vamos –afirmó la princesa, y salió corriendo por las galerías que
llevaban hasta la escalera. Bajó por ellas, rodeó el cuadrado del tablero
y trepó con agilidad por la soga que llegaba hasta el fondo de la fosa.
575
encontraban lastimadas. Los médicos necesitaban de sus instrumentos
para realizar las primeras curaciones.
Dicho esto, tomó una venda y, dando varias vueltas alrededor del pie y
del tobillo de Tzihuí Gontzú, la sujetó firmemente. Esto fue un poco
doloroso para la mujer asiática y los gestos de su cara así lo
demostraban.
–En un par de días te la podrás quitar –le dijo el mago humano–, pero
por ahora servirá para proteger tu herida mientras se cura.
Pero no ocurriría en ese momento. Lo que allí hicieron fue ayudar a las
dos convalecientes a recorrer las galerías hasta llegar nuevamente a la
escalera amurada a la pared. Bajar las escaleras ya no fue tan fácil, pero
con ayuda pudieron lograrlo.
578
CAPÍTULO 31. LAS OCHENTA Y CINCO CUERDAS
La jefe de la expedición y la mujer de piel de ébano eran las únicas que
quedaban en la galería iluminada. El resto ya había bajado hasta la fosa
y estaba dando la vuelta para llegar hasta las sogas atadas que les
permitiría salir de allí.
–Usted ha visto que el piso del puente colgante se abre porque está
compuesto por cuerdas que, al pisarlas, se separan.
–Yo creo que podría trepar por estas cuerdas, explorar que hay allá
arriba y volver hasta aquí.
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Aída, con increíble agilidad, se colgó de las cuerdas que bajaban desde
el tablero hasta el techo de la galería. Agarrada con sus manos y sus
piernas fue ascendiendo colgada en el vacío. Carolina la seguía con la
mirada hasta que observó, aliviada, cómo Aída llegaba a su destino y
subía rápidamente al tablero.
Del otro lado del cuadrado el resto de los expedicionarios iban trepando
por la soga. La única que no pudo hacerlo fue Tzihuí Gontzú, su tobillo
vendado se lo impedía, pero se ató la soga a su cintura y se aferró fuerte
con sus manos. El grupo de expedicionarios que ya había subido la izó,
cómo antes habían hecho con Kusinkillay luego de que ésta cayera al
vacío al intentar cruzar el puente colgante.
Estaban esperando a Aída y a Carolina sin saber qué era lo que las
había retrasado cuando, en el medio del tablero al que no pudieron
acceder por el puente colgante, se agitó la mano de Aída en señal de
saludo. ¡Increíble! ¿Dónde habría encontrado puente o escalera para
llegar hasta allí? Ya le preguntarían cuando volvieran a reunirse.
580
un artefacto de color negro, y del lado opuesto del artefacto vuelven a
salir ochenta y cinco cuerdas, que son las que bajan luego hasta el techo
de esta galería.
El camino hasta llegar a las provisiones fue lento, sobre todo porque
Tzihuí Gontzú, apoyada en el brazo de Aída y de Kusinkillay, una de
cada lado, no podía andar muy ligero. Finalmente arribaron y se
pusieron a preparar de comer: había pasado hacía mucho tiempo la hora
del almuerzo.
581
–Queridos expedicionarios –comenzó diciendo–, creo que hemos
llegado al lugar con el que soñábamos cuando salimos de Organdí.
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CAPÍTULO 32. LA BIBLIOTECA GIRATORIA
Los que habían hecho el descubrimiento comprendieron que era más
fácil mostrarlo que contarlo, así que decidieron ir todos juntos al lugar.
Carolina decidió que descansaran unas horas: las emociones y los
esfuerzos realizados así lo recomendaban. Comunicó esto a los
expedicionarios y organizó el sistema de guardias: al fin y al cabo,
seguían estando en un lugar por demás extraño.
583
Cuando estuvieron todos sobre el techo el mago humano explicó:
–Y así como hasta ahora hacíamos guardias por turnos –agregó la jefe
de la expedición–, ahora dormiremos por turnos. No olviden que no
tenemos todo el tiempo del mundo: dentro de pocos días deberemos
emprender el regreso o nos quedaremos sin provisiones.
Lo que resultaba un misterio para los que aún no habían estado allí era
cómo entrarían a esa fabulosa biblioteca giratoria. Flogisto guio ahora a
la columna hasta el centro del techo. Allí se veía dar vueltas a un plato
que probablemente fuera una punta del eje que hacía girar toda esa
maquinaria. Alrededor del plato, a un metro de distancia, se abrían
cuatro agujeros protegidos por una baranda de metal.
584
Lo que encontraron los dejó maravillados: incontables estantes con
libros y, al pie de los estantes, mesas de lectura, cada una con su luz
propia. Recorriendo, Diótima encontró los estantes con los libros que
hablaban del imperio griego y a su alrededor los de los imperios
vecinos. Lo mismo le pasó a Kusinkillay con la historia de la Nación
Diaguita, a Tzihuí Gontzú con el imperio chino y a Aída con el etíope.
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Ambos magos descubrieron, con espanto, que el dios Blizzard obtenía
grandes ganancias cuanto más peleaban y más se destruían entre orcos
y humanos. Esas ganancias se las pagaban otros dioses a los que esa
guerra sin fin les parecía algo divertido y entretenido.
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CAPÍTULO 33. LOS LIBROS PERDIDOS
Los expedicionarios leían frenéticamente y anotaban las cosas más
importantes de lo leído. La esperanza de descubrir cual era el dios
creador de Organdí se iba haciendo cada vez más débil ya que, si bien
los libros de aquel reino eran abundantes, ninguno de ellos se refería al
tema.
Mientras tanto, dormían y comían por turnos, así los que quedaban
despiertos hacían a la vez de lectores y de guardias. En un momento, la
princesa convocó a los dos magos para que examinen la parte de la
biblioteca que se había arruinado. La pregunta era la siguiente: ¿qué
pasaría con el reino de Organdí si los libros de ese reino un día fueran
destruidos? ¿Ese reino de paz dejaría de existir?
587
–No nos movamos de aquí –insistió Flogisto–. Así como hay un
proceso de entrada de libros que desordena la biblioteca, ha de hacer
otro proceso que la vuelve a ordenar.
No tuvieron que esperar mucho tiempo. Al rato, los libros nuevos, así
como antes habían sido lanzados hacia el estante ocupado, ahora eran
como succionados por la misma tubería y desaparecían por ella. Eso
dejaba espacio a los libros viejos que nuevamente se volvían a
acomodar, claro, menos los que habían caído al piso.
588
–¡Viva el reino de Organdí! –se escuchó detrás de ellos la voz de la
capitán, quien los había encontrado y escuchado toda la conversación
entre ellos–. ¿Qué se puede hacer señores magos al respecto? Porque el
tiempo que queda no es mucho. A más tardar en dos días tendremos
que emprender el regreso.
Los magos se miraron mientras la princesa secaba sus lágrimas con los
puños de su vestido.
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Mientras eso sucedía en el extraño mundo que existía detrás de la
puerta misteriosa descubierta en el desierto de Pacarí, el Princesa ya
había llegado hasta las islas de Abadí Bahar. Allí revisaron el barco y
constataron que se encontraba en perfecto estado: realmente Carolina
Marrapodi había construido una nave muy sólida.
Por orden del capitán Erasmus nadie podía contar cuál era su verdadero
propósito, que no era otro que el de rescatar a los que dejaron en
Warcraft más las familias que los acompañarían.
En las islas de Abadí Bahar había todo tipo de barcos y todo tipo de
gente. No era bueno que misión tan delicada llegara a oídos a los que
no debía llegar. El riesgo que asumía el Princesa era mucho, y más aún
el que corrían los orcos y humanos desembarcados en las playas de
Warcraft que, a esa hora, ya deberían estar camino a su punto de
rescate. Así que, apenas terminaron de reaprovisionarse, se hicieron
nuevamente a la mar y terminaron así con las habladurías de la gente
del puerto.
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CAPÍTULO 34. LAS OBSERVADORAS
El mago Flogisto llamó a la mujer americana, a la del reino de Etiopía y
a la princesa china.
–¿Y qué hago una vez allí? –quiso saber la mujer africana.
591
–Lo mismo que Kusinkillay en la ventana: observas a ver si se produce
alguna novedad –contestó el mago y agregó–: Tomen soga, algo de
alimento, la cantimplora con agua y todo lo que crean necesario para su
exploración. Puede que les toque estar un buen rato allí.
–¿Y yo que debo hacer? –preguntó Tzihuí Gontzú, quien llevaba aún su
tobillo vendado y caminaba con cierta dificultad.
593
CAPÍTULO 35. VEO VEO
Diótima fue con Kusinkillay para conocer el lugar donde ella quedaría
vigilando la actividad de la ventana gigante: nunca había estado allí y,
de no hacerlo, no sabría cómo encontrarla luego. Por hallar a Aída no
se preocupaba porque ya conocía bien aquel lugar y, una vez que la
mujer etíope se instalara en el tablero, la vería sin necesidad de escalar
ni descender por ningún sitio.
Aída estaba en el tablero rodeado por la fosa cuando vio prenderse una
luz en el artefacto donde entraban y salían las cuerdas. Se acercó a
mirar y vio que, cada vez que vibraba una cuerda, en la parte luminosa
aparecía una letra. Las cuerdas vibraban alternativamente, como si cada
una de ellas escribiera una letra distinta. Es probable que aquellas letras
formaran palabras, pero era tan grande la velocidad con la que
594
aparecían y desaparecían que no era posible saber lo que podrían estar
escribiendo.
Todo eso le contaba Aída a Diótima a viva voz, para que ésta la
escuchara del otro lado de la fosa. De pronto todo se apagó. Pasaron
unos instantes y nuevamente comenzaron a vibrar algunas cuerdas y a
aparecer letras y números en la consola nuevamente iluminada.
–¿Y entró alguien por allí? –preguntó la mujer griega, buscando una
explicación al estado de pánico en que encontró a su compañera.
–Vivo, vivo, y miraba hacia aquí con sus enormes ojos de gigante –
confirmó Kusinkillay.
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cuerdas atadas a las barandas que rodeaban los agujeros del techo,
cuando comprendió que algo extraño pasaba allí.
597
Los dos magos estaban muy serios escuchando todas esas noticias: ese
lugar sin habitantes parecía tener vida propia. Era necesario reunir a
todos los expedicionarios y tomar una decisión: corrían el riesgo cierto
de transformarse de exploradores en prisioneros de aquel mundo
incomprensible.
598
CAPÍTULO 36. LOS LIBROS VIVOS
Las tres expedicionarias destinadas a los puntos de observación
siguieron en sus puesto, mientras que Aída iniciaba un nuevo recorrido
para actualizar las noticias de los lugares más alejados. Mientras tanto,
los magos pidieron a la jefe de la expedición y a la princesa una
reunión especial y éstas, por supuesto, accedieron inmediatamente.
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–Acá alguien agrega libros a esta biblioteca o quita libros de esta
biblioteca. Es como si alguien tomara esas decisiones y luego este lugar
que estamos investigando las aplicara.
El chiste fue muy bueno, pero era tanta la tensión del momento que
nadie se rio. Luego de unos instantes de reflexión la princesa preguntó:
–Si el problema fueran sólo los nuevos libros que llegan y sospechamos
que esos libros se escriben tensando las ochenta y cinco cuerdas, una
solución podría ser cortar esas cuerdas y así ningún nuevo libro se
podría escribir.
600
–Tiene usted razón, Mago –aceptó la princesa–, no lo había pensado
bien. Cortar las cuerdas sería como impedir que surjan nuevos mundos
y nuevos reinos.
Los dos magos se pusieron de pie, colocaron sus manos sobre un papel
en blanco y dijeron a la vez:
602
CAPÍTULO 37. LA VENTANA MÁGICA
El tiempo se iba acortando para los expedicionarios. Según el cálculo
que hacía la jefe de la expedición, a más tardar al día siguiente debían
emprender el regreso. Claro que los días no se habían contado con total
exactitud por la imposibilidad de distinguir entre el día y la noche en
aquel lugar cerrado por todos lados, pero consideraban que cada vez
que dormían era una noche más que había pasado.
Sabido eso, a todos les extrañó no haberse cruzado con ellos durante la
travesía. Tampoco las mujeres del Mundo los habían visto cuando
atravesaron el desierto la primera vez para dirigirse al reino de Organdí.
Lo que sí quedaba claro ahora era quiénes habían transportado el bote
desde la playa hasta la cueva donde lo habían encontrado.
603
que aún les quedaba en las provisiones. Podrían obsequiarlo a los
Pacarí y, de esa manera, lograr que les franquearan el paso hasta la
playa.
Fue llegar al pasillo y darse cuenta de que todo estaba cambiado: una
fuerte luminosidad llegaba desde donde estaba ubicada la ventana
gigante. Por contraste, se la veía a Kusinkillay en cuclillas mirando no
hacia la ventana sino hacia el lado contrario. Temieron darle un susto
de muerte si llegaban a su lado de improviso, así que desde la escalera
chistaron:
604
–Chts, chts, Kusinkillay –dijeron lo más bajo que pudieron.
Ésta se dio vuelta y las vio. Se puso un dedo en los labios en señal de
que se mantuvieran en silencio y le hizo señas con la otra mano para
que se acercaran. Cuando estuvieron las tres juntas les indicó con un
ademán que miraran la pared que estaba frente a la ventana, separada
de ésta por un estrecho pasillo. Lo que vieron fue una imagen del
palacio de Organdí en el mismo momento en que Felipillo salía a los
jardines.
Apenas se descolgaron por la soga que descendía desde los agujeros del
techo, todos las rodearon para conocer las últimas novedades. La
princesa quedó conmocionada al escuchar que habían visto a Felipillo
saliendo del palacio de Organdí. Los magos trataron de explicarle que
había muchos trucos mágicos para ver cosas a distancia, pero que
ninguno de ellos era absolutamente seguro: podrían mostrar imágenes
que ocurridas hacía mucho tiempo o que sucederían en un futuro
lejano.
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CAPÍTULO 38. SIGUIENDO UNA PISTA
Cuando la princesa de la sabiduría informó que un estante lleno de
libros acababa de desaparecer, los dos magos corrieron hasta el papel
donde habían apoyado sus manos al hacer el conjuro. Los demás se
acercaron y vieron aparecer en la hoja primero un punto color rosa, y
luego el punto se fue transformando en una línea. La línea fue
dibujando volutas sobre la hoja hasta que se detuvo formando un
círculo. El círculo enseguida vio su borde rodeado por una línea verde.
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Claro que a los magos no escapó el riesgo que significaba que esas
otras bibliotecas y depósitos de libros, en algún momento, también se
llenaran. Estaban convencidos de que el mecanismo de las cuerdas era
el que permitía escribir nuevos libros y, de esa manera, la posibilidad
de que en algún momento no hubiera espacio suficiente para todos ellos
seguía siendo una amenaza.
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–Ni nosotras donde venir a pedir ayuda –dijo Aída en nombre de las
mujeres del Mundo.
–Sería un nuevo reino perdido, como dicen los libros antiguos que fue
la Atlántida o Jamballa –dijo Aída.
–Creo que sí sabemos quiénes escriben estos libros: estos libros los
escriben los dioses. Blizzard escribió los libros de Warcraft, por eso ese
es un país donde ocurre una guerra interminable. Ensemble y Forgotten
crearon nuestros imperios, por eso éstos guerrean entre sí. Y un dios
que no hemos podido descubrir aún creó Organdí, y por eso éste es un
reino de paz.
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»Nuestra misión está clara: tenemos que garantizar que los libros que
escribió el dios de Organdí siempre tengan lugar en alguna biblioteca
del planeta. Mientras exista Organdí existirá la esperanza de que una
vida en paz es posible.
–No son muchas horas –dijo Carolina–, será mejor que empiecen ya.
Mientras tanto, el resto vaya preparando todo su equipaje para nuestra
próxima partida y tengan a manos sus sogas: serán imprescindibles para
salir de aquí.
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herméticas que sólo se abrían cuando la presión del agua llegaba a ser
la suficiente.
Para llegar hasta allí habían puesto en riesgo sus vidas, pero tuvieron a
favor que la corriente del agua de los túneles las llevaba hacia adentro
del edificio. Pero ahora, el regreso debería hacerse en contra de esa
corriente. Por eso Carolina Marrapodi estudiaba una y otra alternativa,
calculando cuál podría ser menos riesgosa, pero no encontraba aún
ninguna que le resultara satisfactoria.
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CAPÍTULO 39. EL PRIMER RESCATE
Mientras tanto, muy lejos de la biblioteca giratoria, el Princesa se
acercaba a las costas de Warcraft. Se estaba poniendo el sol y esa noche
intentarían rescatar al segundo grupo desembarcado días antes.
Cada golpe de las olas en la costa los hacía ilusionar, pero el silencio
posterior les decía que debían seguir esperando. Hasta que, por fin, se
comenzó a oír, claro y distinto, el rítmico golpetear de los remos en el
agua. Guiados por su sonido, los hombres y las mujeres más fuertes se
metieron en el mar y ayudaron a los que venía al remo a terminar de
acercar sus botes a la playa.
Ya estaban casi todos embarcados cuando se sintió una voz queda que
imploraba:
–¡Esperen! ¡Esperen!
Una sombra, que podría ser una persona, se veía correr por la arena en
dirección a ellos, pero traía o empujaba algo con sus manos: un carro o
algo parecido. Todos quedaron expectantes, sin saber si defenderse,
atacar o sólo embarcar e internarse de una vez en el mar. Y eso
hubieran hecho si uno de ellos, que reconoció la voz, no hubiera dicho:
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Dos o tres de los que aún no habían embarcado corrieron a su
encuentro. Lo que traía con él era una silla de ruedas con su abuelo
sentado en ella.
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–Creo que por Blizzard están ustedes así –respondió el oficial–, pero
igual, gracias por la bendición.
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CAPÍTULO 40. EL ESCAPE
Las horas que transcurrieron antes de la partida de aquel lugar pasaron
como si hubieran sido unos pocos minutos: ¡tanta era la tarea que
tenían que hacer los expedicionarios! Los magos le pidieron a Diótima
que por favor marcara todos los libros que pertenecían al reino de
Organdí, todos con la misma marca. La princesa tomó un lápiz y se
puso a colaborar con la mujer griega y, a medida que iban terminando
de acomodar sus equipajes, los demás fueron haciendo lo mismo.
Cuando Carolina dijo que ya era el momento de partir, los dos magos
se pusieron de pie y les pidieron a todos que se agarraran de sus manos
para darle más fuerza al conjuro que tenían preparado. Ellos alzaron sus
brazos y todos hicieron lo mismo sin soltarse.
Todos treparon ágilmente por las sogas atadas a las barandas que
protegían los agujeros del techo. La única que tuvo que ser izada fue
Tzihuí Gontzú ya que su pie vendado aún le impedía realizar esas
proezas. Luego quitaron las sogas y las enrollaron con cuidado: cada
cual llevaba la suya en uno de sus hombros. A continuación bajaron
desde el techo de la biblioteca giratoria por las escaleras plateadas y se
dirigieron hacia el tobogán mayor por el que habían llegado hasta allí.
Se ayudaron para subir y, una vez arriba, iniciaron la travesía a través
de la planicie.
–El túnel está lleno de agua que corre en dirección contraria hacia
donde tenemos que ir –informó a la jefe de la expedición.
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Todos entendieron que se enfrentaban a un gran problema: ¿podrían
salir alguna vez de aquel lugar? Y si no podían hacerlo, ¿para cuántos
días tendrían provisiones? Todos miraron a la capitán de Il Gabbiano,
esperando el milagro de que tuviera alguna respuesta, pero ella
permanecía en silencio.
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La tensión se sentía en el ambiente. Todos los expedicionarios estaban
atentos a los que le diría Carolina Marrapodi. Como jefe de la
expedición, ésta tenía un plan o, al menos, debería tenerlo. Finalmente,
habló:
–Ustedes creen que el problema para salir de aquí es el agua, que corre
con gran fuerza en el sentido contrario al que debemos ir.
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CAPÍTULO 41. ¡AHORA!
–Kusinkillay –dijo Carolina–, tú eres clave en este momento de la
operación.
Llegaron agitados hasta la primera puerta. Carolina ató una soga en una
de sus salientes y luego se la ató a su cintura. La siguiente ató su soga a
la de Carolina y luego también la ató a su cintura. Así, uno a uno,
fueron atándose a la soga del compañero y luego asegurándola a su
propio cuerpo. Parecían una ristra de chorizos, sólo que, en el lugar de
los chorizos, estaba ellos. El antepenúltimo era Flogisto, la anteúltima
la princesa china y el último Aldebarán.
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Sabían que debían desatarse y atarse en un nuevo orden. Carolina
siguió siendo la primera de la fila, pero en segundo lugar ahora se
encontraba Flogisto y tercero Aldebarán: estaba por llegar la parte más
difícil. Carolina se tomó ese tiempo para recordarles los detalles a
todos.
Flogisto, que sin dudas era el más fuerte de todos, venciendo el empuje
del agua salió por la puerta y, ya en el túnel, sacó la cabeza fuera del
agua. Luego, como le había indicado Carolina, se afirmó con sus dos
pies sobre el marco de la puerta, y tiró con todas sus fuerzas de la soga.
Allí apareció la cabeza de Aldebarán y entre los dos siguieron tirando
sin pausas y sacando uno a uno a los expedicionarios. Sintieron cómo el
agua iba perdiendo fuerza, lo significaba que, de un momento a otro, la
puerta se cerraría nuevamente. Carolina también sintió lo mismo y
desató su soga de la argolla. Justo un instante antes de que la puerta
volviera a bajar, entre su propio esfuerzo y el de todos los demás
tirando de la soga, logró salir del tanque.
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Cayó en los brazos de Aldebarán, quien la sostuvo para que no se
golpeara contra el piso ya sin agua. Si no estuvieran tan mojados, se
hubiera notado que los dos tenían los ojos llenos de lágrimas. Pero la
jefe de la expedición inmediatamente retomó el mando y, con toda su
voz, gritó:
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CAPÍTULO 42. LOS INDIOS PACARÍES
Los primeros expedicionarios en salir por la puerta del túnel quedaron
encandilados por la luz del sol que hacía tantos días no veían. Parecían
personas ciegas y, recién de apoco y haciéndose visera con las manos,
pudieron comenzar a distinguir algo.
–Gōngzhǔ nǐ hǎo.
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–¿Qué es lo que dicen? –quiso saber Carolina.
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extensa frase. La princesa miró a Tzihuí Gontzú y esta siguió haciendo
de traductora:
La princesa no entendió muy bien que era eso de “súbdito”, pero le dijo
a través de la mujer china que primero disfrutara de su presente y luego
se reunirían a conversar.
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1. El reino de Organdí y la tribu de los pacarí se prometen buena
vecindad y colaboración mutua, como debe ser entre dos países
vecinos.
2. El reino de Organdí se compromete a hacer dos entregas
anuales de chocolate a la tribu pacarí y, si no lo cumpliera, deja
de tener efecto el presente tratado.
3. El pueblo pacarí reconoce a la princesa de Organdí como su
soberana, por lo que ésta pasa a ser, desde ahora, la princesa de
Organdí y Pacarí.
4. El jefe pacarí se compromete a devolver el caballo que ha
encontrado a su legítimo dueño.
5. La princesa de Organdí, en nombre de las mujeres del Mundo,
obsequia al jefe pacarí el bote encontrado en la playa.
6. Se firman dos copias del presente tratado, uno en el idioma de
Organdí y el otro en idioma Pacarí, y se archivan entre los
documentos históricos de ambos reinos.
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CAPÍTULO 43. EL CRUCE DEL DESIERTO
Los expedicionarios disfrutaron del sol del atardecer que hacía tantos
días que no veían. Pusieron toda su ropa a secar después de la mojadura
que tuvieron que soportar para poder salir de los túneles. Luego
recargaron sus cantimploras con agua del manantial que surgía oculto
entre las primeras montañas y, entre risas y bromas, se les hizo la hora
de cenar.
Dialéctico sospechó que la cosa venía más de burlas que de veras, así
que por las dudas cambió de tema.
–Así que desde ahora sigo siendo tu caballo, pero mi libertad se la debo
a la princesa de Organdí, para que lo sepas y no lo olvides.
Hechas las paces entre mago y caballo, fueron a buscar a Carolina. Los
indios Pacarí los habían invitado a cenar a su campamento que no
estaba lejos de allí. Aldebarán le dio su brazo y ella, con un ágil salto,
montó en la grupa de Dialéctico y ambos tres encabezaron la comitiva.
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llevaba un vestido largo hasta los pies, como si no fuera la ropa más
incómoda para cruzar un desierto. Sí, que no se sabía si era un grupo de
expedicionarios o el desfile de un circo.
Ninguno de los niños pacarí quiso dejar de dar una vuelta en Dialéctico,
así que, si el caballo esa noche recibió muchas caricias, bien ganadas se
las tuvo. Finalmente, volviendo a donde habían dejado las cosas,
durmieron sin preocupaciones y sin centinelas por primera vez en
muchas noches.
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CAPÍTULO 44. UN RESCATE FRUSTRADO
Mientras los expedicionarios marchaban por el desierto en busca de Il
Gabbiano, en el mar de Warcraft una nueva hazaña esperaba al
Princesa. El barco se fue acercando de a poco a la costa donde debía
realizar el último rescate. Al encontrarse a una distancia que el capitán
Erasmus consideró prudente mandó a hacer la señal con la linterna de
comunicaciones. Instantes después, una hoguera se encendió en la
playa. Quedaron esperando la segunda y la tercera, pero éstas nunca
aparecieron.
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–Todos han visto lo que lamentablemente ha sucedido.
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El capitán quedó pensativo y preguntó a la representante de los orcos:
Erasmus miró a su primer oficial, pero éste no dijo nada, así que el
capitán continuó:
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actual en caso de una emergencia; seis botes o cinco botes no nos hace
la diferencia.
–Bien, pero tenemos que hacer un plan –afirmó el capitán, y los cuatro
se pusieron a trabajar sobre un mapa de la costa de Warcraft. En esa
tarea los encontró el amanecer. Esa noche ya estaba perdida, así que
deberían esperar a que pase el día para hacer un nuevo intento de
rescate.
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CAPÍTULO 45. NUEVO INTENTO
Apenas cayó la noche, el Princesa comenzó a acercarse nuevamente a
la costa de Warcraft, pero a una playa que quedaba un poco más al
norte. Cuando el capitán ordenó echar el ancla, se bajó un bote con diez
humanos y diez orcos, de los más fuertes y decididos, que se ofrecieron
voluntariamente para ir a ver qué les ocurría a sus compañeros.
De los diez humanos, ocho escalaron por las piedras para poder ver qué
es lo que pasaba en la playa donde debería haber ocurrido el rescate.
Los otros dos se dirigieron al pueblo pensando en que, si habían sido
apresados, podrían estar encerrados en la cárcel. Mientras tanto, los
orcos quedaron a cargo del bote y vigilando que no aparecieran intrusos
por allí.
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tienda de campaña, probablemente dormía un caballero, ya que se veía
un caballo atado al árbol que estaba a su lado.
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En pocas palabras, los rescatados humanos dieron noticia de lo que
había sucedido: cuando ya se encaminaban con sus familias hacia la
playa para hacer contacto con el Princesa, fueron sorprendidos por
tropas de la guarnición del pueblo humano. Posiblemente algún espía
los había seguido y dado aviso al comandante de esa región.
–Es probable, pero no todos –respondió uno que había sido guardia en
esa cárcel.
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–Eso lo podemos lograr –afirmó el que había hecho de falso caballero
en la playa–. Puedo presentarme con una columna y afirmar que somos
el relevo para que ellos puedan perseguir a los atacantes.
–De eso nos encargamos nosotros –dijo la orca–. Iremos sólo tres, nos
será fácil escabullirnos entre las sombras de la noche.
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CAPÍTULO 46. PERSECUCIÓN
Partieron todos y se separaron a la entrada de pueblo. Los humanos,
con el caballo capturado en su poder, esperaron escondidos detrás de un
muro. Los orcos se dirigieron hacia la cárcel para simular un intento de
rescate.
En ese mismo momento, los humanos que simulaban ser una compañía
de soldados con un caballero al frente, salieron de su escondite y
enderezaron hacia la cárcel.
–No parece posible que nos salvemos los tres, así que harán lo que yo
les digo.
–Escuchen –les dijo Igrim en voz baja–: esta es la calle que baja del
pueblo en dirección a la costa. Yo saldré corriendo y ellos vendrán
detrás de mí. Cuando ya no quede nadie en la esquina corran sin
detenerse hasta reunirse con el resto.
Como tantas otras veces, aunque ahora con el corazón partido porque
habían conocido otra vida, confiaron ciegamente en su comandante.
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Ésta cerró su puño en señal de saludo y los dos orcos hicieron lo
mismo. Sin perder más tiempo, salió a donde la vieran y comenzó una
carrera en dirección contraria a la costa. Corría en zigzag para evitar
que los arqueros acertaran con facilidad, aunque su gran altura no
ayudaba y su espalda parecía un blanco fácil.
Al ver llegar a los dos solos todos temieron lo peor. Orcos y humanos
los rodearon y los interrogaron con los ojos. Ellos les respondieron con
las lágrimas de los suyos.
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Agra, Dragga y Grima, sus tres hermanas a las que Igrim había ido a
buscar a Warcraft, se abrazaron fuertemente, pero no lloraron.
Finalmente, Grima dijo a todos:
¿Qué había ocurrido? ¿Cómo pudieron llegar tan rápido? Ocurrió que,
apenas el primer bote con los diez orcos y los diez humanos se alejó de
la nave, Erasmus llamo a su primer oficial.
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–Haga descender a los restantes cinco botes, designe dos remeros en
cada uno, y estaciónese en una posición intermedia entre nuestro barco
y la costa.
–Si hacen una señal positiva, hasta que los botes lleguen desde el
Princesa hasta la costa pueden descubrirlos y apresarlos. Así que,
estando a mitad de camino, las posibilidades serán mejores para ellos.
Si no hay señal, usted y los botes regresarán protegidos por la
oscuridad.
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–La misión de rescate está concluida. Igrim cayó cumpliendo con la
misión.
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CAPÍTULO 47. IL GABBIANO
El rescate de los humanos atados y custodiados en la playa, y la
liberación de los prisioneros de la cárcel, movilizó inmediatamente a
todas las fuerzas militares de la región. Cuando creían que podrían
descubrir el misterio de las desapariciones de los combatientes heridos,
estos reaparecidos logran escapar, aunque ya no tan mágicamente sino
con la ayuda de sus compañeros.
Quedaba claro que para que esa evasión fuera posible debían estar
apoyados por un barco que navegaría mar adentro, así que los magos se
dirigieron rápidamente hacia unas salientes rocosas que daban sobre el
mar y, desde allí, generaron la tempestad más terrible que se haya
conocido en esas costas.
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Los orcos, también informados por sus espías de la presencia de los
humanos y orcos que misteriosamente habían desaparecido en combate,
también seguían a distancia los acontecimientos y veían los esfuerzos
de los magos humanos para detener a la supuesta nave en que se
alejaban.
Pero, sin preverlo, algo buenos resultó de todo ello. Apenas se dio la
alarma por el rescate de los prisioneros, distintos barcos de guerras
salieron a la mar a tratar de interceptar los botes en los que huían.
Quizás hubieran logrado sorprender al Princesa, pero no pudieron
resistir la tempestad generada por sus propios magos. La mayoría se fue
a pique y los que quedaron a flote no servían ya para navegar: sus
mástiles se habían quebrado, los timones sufrieron serias averías y la
tripulación estaba ocupada en sacar el agua que entraba al barco por
distintas brechas que la descomunal tormenta había producido en sus
648
cascos. Muchos tripulantes de esas naves de guerra apenas pudieron
salvar la vida aferrándose a alguna de las tablas desprendidas de sus
propios navíos y nadando hasta la costa.
–Sin novedad.
En tanto, los guías pacaríes sabían que faltaba poco para llegar al mar.
Allí comprobarían definitivamente si habían entendido bien la
descripción hecha por la mujer china o si, equivocadamente, los habían
llevado a otro lugar de la costa. El aire ya traía el aroma de la sal y,
aguzando el oído, algunos creían sentir el rumor de las olas.
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Carolina miraba el sol acercándose al horizonte y sabía que no quedaba
mucho tiempo para llegar con luz hasta la costa. Los expedicionarios se
veían cansados y, si bien no les había faltado el agua, la comida ya se
había acabado a la hora del almuerzo, excesivamente frugal, que
hicieron deteniéndose unos pocos minutos.
–¡Ánimo! –dijo en voz alta para que la escucharan todos–. Falta poco,
ya se siente la proximidad del mar –agregó, poniéndose al final de la
columna para que nadie se retrasara.
El sol teñía de rojo la espuma de las olas. En poco más de una hora
caería la noche y ni noticias de los expedicionarios. El primer oficial de
Il Gabbiano ya tenía una decisión tomada, aunque aún no la había
comunicado a la tripulación: a la mañana siguiente, si no había
novedades, partirían de regreso a Organdí. Él cumpliría las órdenes
recibidas de su capitán.
En tanto, los guías pacaríes, que conocían ese desierto como la palma
de su mano, sabían que detrás del médano que estaban subiendo se
encontraba el mar. Allí se develaría el misterio de si los habían llevado
hasta el lugar correcto. La ansiedad los hizo adelantar al resto de la
expedición y, corriendo, aparecieron en el borde del médano. Desde allí
se veía la ría y, en medio de ella, majestuoso, se balanceaba
suavemente el barco.
–¡¡Gente a la vista!!
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–¿Son los nuestros? –pregunto también gritando el primer oficial, para
hacerse escuchar sobre el ruido del mar.
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La capitán le estrechó la mano y lo mismo hizo con los marineros que
bogaban al remo. Los saludos de bienvenida se repitieron con cada uno
de los expedicionarios. La princesa presentó a los dos guías pacaríes
quienes, a través de Tzihuí Gonzú, que seguía oficiando de traductora,
dijeron que, cumplida sumisión, se volvían con los suyos.
–Y pensar que en Warcraft te tuve que rogar para que vengas conmigo.
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–¿Y te parece justo –siguió argumentando Dialectico– que luego de
semanas de travesía tú estuvieras allí, dale arrumacos con la Marrapodi,
mientras yo estaba atado a un árbol sin ni siquiera una potranquita con
la que conversar?
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nuevamente el desierto. Un bote los llevó hasta la playa y allí
emprendieron su camino en medio de la noche.
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CAPÍTULO 48. DE DESPEDIDAS Y EXTRAÑAMIENTOS
Con la primera claridad del alba todos se levantaron en Il Gabbiano. Lo
primero que vieron los dejó sorprendidos: el barco estaba rodeado de
canoas manejadas hábilmente por indios pacaríes vestidos de gala.
Cuando el primer oficial y otros tripulantes se acercaron a la borda, los
indios estallaron en un grito:
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Al fin y al cabo, no sólo era su soberana sino también su futura
proveedora de chocolate.
Los niños también la extrañaban. Hacían las tareas que antes de irse les
había encomendado: Grommash atendiendo la biblioteca y Azucena
cuidando de la huerta y los árboles frutales. Para eso contaban con la
colaboración de los humanos y los orcos que habían permanecido en
Organdí. Pero, mientras que para todos los niños eran sólo eso, niños,
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para la princesa su opinión valía tanto como la de cualquier otro y
siempre estaba atenta a escucharlos. Eso lo hacía sólo la princesa, así
que esperaban su pronto regreso para volver a sentirse iguales a los
demás.
Pero el que más triste estaba por su ausencia era Felipillo. Las horas del
día le parecían interminables y no era porque no tuviera nada que hacer,
al contrario. Pasaba yendo de las plantaciones de algodón a la
hilandería, de la hilandería a donde estaban los telares, de allí a la
tintorería donde las telas se teñían siguiendo las precisas recetas
anotadas por Flogisto y la princesa.
Pero una cosa era hacer todo eso solo y otra muy distinta hacerlo en
compañía de la princesa. Con ella todo era divertido, aprendía muchas
cosas y le enseñaba otras y, cuando aparecían dificultades, que también
las había, ella sabía disolverlas con su sonrisa o inventando una
canción, y él la acompañaba con su música. Todo eso le contaba
Felipillo a su primo Gustav Tercero, quien estaba sinceramente
preocupado por la salud del Protector del reino los gusanos de seda.
–No creo que en un desierto las provisiones abunden –le decía su primo
para levantarle el ánimo.
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–Pero tú sabes, primo, cómo son los hombres de mar: siempre tienen el
recurso de la pesca para sobrevivir –respondía Felipillo al borde de las
lágrimas–, así que es imposible saber cuándo regresará.
–Te entiendo –le dijo Gustav Tercero–, yo también sufrí mucho cuando
Anadaida tardaba en regresar.
El rey sabía que nada sería suficiente para consolar a su primo, pero
hacía lo que estaba a su alcance. ¿O podría hacer algo más?
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CAPÍTULO 49. DE REGRESO A CASA
El buen tiempo acompañó la navegación de regreso a Organdí. Ya
había pasado una semana desde la partida de las costas de Pacarí, así
que, en no más de tres o cuatro días tendrían a la vista el hermoso
puerto construido en aquel reino bajo la dirección de Carolina y
Aldebarán, con el entusiasta apoyo de los recuperados en el hospital.
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–¡Anadaida! ¡Marcelino! ¡Qué bueno verlos nuevamente!
–Rey Gustav Tercero, es un honor que nos haya llamado. ¿En qué
podemos servirle?
Las llamitas que aún quedaban en el corazón del rey debido a aquel
amor frustrado por Anadaida volvieron a estallar como una hoguera y,
tanto fue así, que su cara se puso colorada como un tomate. Respiró
hondo, mordió una hoja tierna para humedecer su boca, seca de
repente, y continuó:
661
–Estoy preocupado por la salud de mi primo, Felipillo. Extraña tanto a
la princesa que temo terminará enfermándose si pronto no tiene noticias
de ella.
–Claro que puedo hacer eso, y con mucho gusto –afirmó la golondrina.
–Y yo iré con ella –agregó Marcelino–. Recuerde, rey, que toda nuestra
familia le juró fidelidad.
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–Nos ha enviado el rey Gustav Tercero a avistar la nave para saber
cando estará de regreso en Organdí.
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–En el bosque de los gusanos está todo bien princesa –dijo la
golondrina mensajera–. El rey nos ha mandado a buscarlos porque está
preocupado por la salud de Felipillo.
–No –dijo Anadaida–, Felipillo está bien de salud, pero su primo teme
que se enferme de tanto que la extraña a usted.
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CAPÍTULO 50. EL PRINCESA
Cuando Gustav Tercero escuchó las noticias que le trajeron Anadaida y
Marcelino, creyó sinceramente que era el rey más inteligente del
mundo. Cuando parecía imposible obtener noticias de la princesa, a él
se le ocurrió cómo hacerlo y no tenía dudas de que las buenas nuevas
revivirían a su primo.
–Hola primo –le respondió éste con la voz desmayada que tenía desde
hacía varios días.
–¿Qué necesitabas, primo, que me has hecho venir con tanta urgencia?
–¿Cómo? –preguntó.
Felipillo se puso de pie, apoyado con sus dos manos sobre la mesa,
quizás para no caerse por la sorpresa. Sus ojos se habían llenado de luz,
pero no podía terminar de creer lo que escuchaba.
El ruido de los cascos del caballo y el polvo que quedó en el aire fue la
despedida.
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Los que se habían recuperado en el hospital estaba deseosos de llegar
para retomar las tareas que habían comenzado en el reino. Sus familias
estaban expectantes por conocer esa nueva vida donde no tendrían que
ocultarse durante el día ni estar vigilantes durante la noche. En el
hospital de Organdí, una de las cosas que más ayudó en la recuperación
de los heridos fue, justamente, la posibilidad de dormir sin sobresaltos.
El descanso, sumado a las medicinas de Flogisto y a los cuidados de
Ana Milena, habían hecho maravillas para su pronto restablecimiento.
No se podían imaginar que, para salvar sus vidas, ella iba a terminar
perdiendo la suya.
–Tú eres valiente como ella –le dijo Agra al capitán–, desde hoy serás
nuestro cuarto hermano –y los cuatro se tomaron de las manos.
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CAPÍTULO 51. HACIA EL PUERTO
En la mañana de aquel día todo el palacio se revolucionó. Al llegar
Ulrico el Cocinero, que era el primero en entrar para preparar el
desayuno, Felipillo le dijo:
Sin hacer nada de lo que tenía previsto, Ulrico regresó corriendo hasta
su casa. Encontró a Azucena y a Grommash desayunando.
–En cuatro días llega la princesa –respondió aquel, sin poder quedarse
quieto ni un instante.
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Cuando llegaron encontraron a Ana Milena bailando sola en un pasillo.
Con seguridad, Felipillo había pasado por allí. Grommash se puso a
bailar con ella mientras cantaba:
Estaba claro que todos irían al puerto a recibir a la princesa. Hasta los
internados del hospital dijeron que ellos no se lo iban a perder por nada
del mundo y, algunos en silla de ruedas y otros con muletas, quien con
una venda en la cabeza o con un brazo en cabestrillo, ayudándose unos
a otros, todos se subieron al carro destinado para llevarlos.
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instalado a vivir en la orilla del mar, para que también pudieran
sumarse al festejo.
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La tripulación de ambos barcos esperaba el momento de llegar a lo que
todos consideraban su casa, aun los que nunca habían estado en
Organdí. Los que quedaron en el reino trabajaron duro para seguir
construyendo las casas que serían necesarias una vez que llegaran los
que fueron a Warcraft a buscar sus familias y, aunque no todas, la
mayoría ya estaba terminada. Para los que aún no tuvieran lista su
vivienda se tenía previsto alojarlos por unos días en el hospital y, de ser
necesario, en el palacio también se haría lugar para ellos.
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CAPÍTULO 52. EL REENCUENTRO
Un inmenso campamento se había instalado en la playa de Organdí.
Felipillo tuvo que pasar por el Bosque de los Gusanos a buscar a su
primo, ya que el rey Gustav Tercero de ninguna manera se quería
perder ese gran día. Además, lo alentaban a ir dos cosas: la primera,
que en el puerto no había gallinas y, la segunda, que él sería el gran
personaje que anticipaba las noticias con sus golondrinas mensajeras.
–¿Se ve algo?
–Sin novedad.
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Fueron los primeros en ver las velas en el horizonte, pero, claro, a pesar
de sus gritos nadie los escuchaba porque se encontraban algo retirados.
No dudaron en bajar del árbol y emprender una veloz carrera hacia la
playa, pero no llegaron a tiempo para dar la noticia. Cuando se estaban
acercando, escucharon a los vigías gritar con toda su voz:
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Lo primero que pensó fue: “Este año se adelantaron los hombres del
mar”, pero enseguida comprendió que eso no era posible. Por un lado,
porque aún no era la época del año donde las telas estaban terminadas,
pero, por el otro, era un barco solo y a buscar las telas siempre venía
una flota completa.
Todos sabían en el reino que nadie tenía mejor vista que el hijo de
Flogisto. Sin hacerse esperar, el niño orco subió corriendo las escaleras.
Cuando estuvo arriba todos le preguntaron:
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Todo capitán sabe que, cuando no se encuentra bien, no debe poner en
peligro ni al barco ni a su tripulación, así que llamó a su primer oficial
y le dijo:
–No me siento bien. Por favor, dirija usted las maniobras para atracar el
barco.
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Agra no se convencía de lo que veía. Tomando a Erasmus por el brazo
le dijo:
El Princesa tiró las sogas y los cables para que los ayudantes del puerto
los amarraran en los noray que estaba fijos en el muelle. Aún antes de
que pusieran el planchón para descender, las personas se acercaron a la
vera del navío.
Agra agitaba las manos sin poder decir palabra. Dragga quería subirse a
la baranda para saltar. Grima lloraba a más no poder y el capitán
Erasmus… el capitán Erasmus se desmayó. Sus oficiales corrieron
enseguida para levantarlo y, haciéndole viento con sus gorras, lograron
que poco a poco vaya volviendo en sí.
¿Qué había pasado en todos aquellos días? Cuando los soldados y los
arqueros perseguían a los tres orcos que simularon el ataque a la prisión
para que pudieran liberar a sus compañeros, Warcraft continuaba
inundado de la magia que Flogisto y Aldebarán habían creado, y que la
bandada de Anadaida había distribuido por todo aquel país.
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El caso es que, cuando Igrim fue alcanzada por la flecha que atravesó
su espalda y comenzó a caer, nunca llegó a tocar el piso: antes de
hacerlo ¡desapareció! Gran conmoción hubo en el hospital de Organdí
cuando la líder de los orcos, que había partido con el Princesa, apareció
en una de sus camas con una flecha clavada en su torso.
Cuando estuvo un poco más repuesta les contó lo que había ocurrido.
Luego del ataque simulado a la prisión para alejar a los guardias y
liberar a sus compañeros, recordaba que estaban huyendo y ordenó a
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sus dos lugartenientes que se alejaran rumbo a la costa. Ella corrió en
dirección contraria para que la siguieran, hasta que sintió la flecha
clavarse en su espalda y, luego, ya no recordaba nada más.
Por eso, cuando Igrim escuchó que todos se dirigían al puerto a esperar
a los exploradores que habían partido hacia el desierto de Pacarí, fue la
primera de las convalecientes que insistió en querer ir. Tenía un pálpito,
una corazonada: si el Princesa había logrado escapar, un día u otro
llegaría al puerto y en él sus hermanas.
Y ese día había llegado antes de lo esperado. Allí estaban las cuatro
abrazadas, y Erasmus a su lado.
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CAPÍTULO 53. LA LLEGADA
Las familias bajaron finalmente del Princesa. La historia de Ulrico era
conocida por todos, por algo era el primer habitante de Warcraft que
había llegado hasta ese reino cumpliendo la hazaña de cruzar a pie la
cordillera. Los detalles de su aventura se habían relatado muchas veces,
hasta los niños la conocían. Por eso no extrañó que, una vez
desembarcados y al llegar a la playa, lo primero que hicieran orcos y
humanos fuera arrodillarse y besar el suelo de Organdí, imitando lo que
él había hecho cuando llegó con su familia.
Los abrazos y los relatos entre los recién llegados y los que esperaban
en la costa fueron interminables. Tanto fue así que nadie advirtió la
llegada de dos golondrinas que se dirigieron directamente hacia el faro
y se posaron en la baranda buscando con sus ojos a Felipillo. Se vieron
casi a la vez y éste se acercó a su lado.
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–Por favor –dijo Anadaida–, dile al rey Gustav Tercero que Il Gabbiano
se acerca a las playas de Organdí.
–¡Barco a la vista!
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Cuando las velas se hicieron inconfundibles la multitud estalló en una
ovación. Ya todos se habían enterado de que la espera se debía a la
llegada de la princesa de Organdí. Si conocer a Ulrico el Cocinero
había causado tal conmoción, imagínense la expectativa por conocer a
la princesa, y más que se había corrido la noticia de que venía
acompañada por dos magos y por las mujeres del Mundo.
Felipillo bajó las escaleras del faro a los tropezones: sólo de milagro no
terminó de trompa en el piso. Una vez abajo reunió a los que integraban
el no designado “comité de bienvenida”. Estaba formado por Ulrico el
Cocinero, Ana Milena, Azucena, Grommash, el rey Gustav Tercero y
él. Eran los más antiguos en Organdí y a ellos correspondía recibir a la
princesa cuando pisara nuevamente en su reino.
Así le indicaban con sus señales los encargados del puerto. Carolina
volvió a mirar y a pasarle nuevamente el catalejo a la princesa:
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A la princesa le latió muy rápido el corazón cuando vio a Felipillo y el
resto de sus amigos parados en el muelle. Al único que no podía ver,
por su tamaño, era al rey Gustav Tercero, aunque éste estuviera
asomado al bolsillo de su primo mirando también hacia Il Gabbiano.
–¡¡Viva!! –retumbó en toda la playa, con tal fuerza que hasta las velas
de Il Gabbiano y del Princesa se estremecieron.
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–Gracias por venir a recibirme, rey, y gracias por enviarme a su
mensajera.
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CAPÍTULO 54. YA EN CASA
La princesa cumplió con su deseo: saludó a cada una de las personas
que se encontraban en el puerto que, justamente, eran todos los que
vivían en Organdí. Luego se organizó el traslado hasta el palacio para
el día siguiente: ya estaba cayendo el sol y no se podría hacer casi nada
de camino con lo que quedaba de luz.
–Y lo bien que hice –sonrió la princesa-. Mira, nos has llevado y nos
has traído nuevamente hasta nuestra casa.
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–No, Princesa. Lo desconozco –completó Carolina–. ¿Alguien lo sabe?
–preguntó la capitán al grupo de expedicionarios.
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–El secreto estaba en la biblioteca giratoria –comenzó a explicar la
princesa–. ¿Recuerdan qué tenían en común los libros que hablaban de
Warcraft?
–Sí, es cierto –dijo Diótima–. Todos tenían algo escrito allí, con letra
pequeña.
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–Evidentemente –confirmó Aldebarán–, pero no nos dimos cuenta de
fijarnos qué tenían escritos los libros de Organdí.
Todos se devanaban los sesos tratando de recordar cuál era ese nombre.
–Y las dos letras del medio eran vocales, lo recuerdo bien –agregó
Aldebarán–. Como si fuera una “a” y una “i”, o una “e” y una “o”.
–¡Si! ¡Es Gael! –afirmaron todos al recordar la inscripción una vez que
la princesa la dijo.
689
Todos se tomaron de las manos y, repitiendo lo que decía la princesa,
por primera vez oraron al dios de Organdí:
–Querido Gael:
Te agradecemos por habernos creado
Y por poner en nuestro corazón la semilla de la paz.
Te prometemos ayudar siempre
A todos aquellos a los que la guerra les haya causado algún daño.
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CAPÍTULO 55. EL DIOS DE ORGANDÍ
–A lavarse las manos –dijo en voz alta la mamá, que era la señal para
que su esposo y su hijo supieran que había que sentarse a comer.
El papá se miró con la mamá y les pareció que sería más rápido si iba a
ver lo que su hijo quería.
–Te conté, uno para curar a los heridos de los juegos de guerra.
691
–Desde hace unos días no le puedo modificar nada al juego; agregarle
sí, pero modificarle, no.
–Bueno, hijo. Revisar eso lleva tiempo. Mamá nos espera en la mesa.
–Y otra cosa más, papi. El otro día, cuando estaba jugando, me pareció
que uno de los personajes me espiaba desde ese rincón de abajo de la
pantalla.
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ÍNDICE
Parte I. El reino de Organdí...............................................................3
Capítulo 1. El país..........................................................................4
Capítulo 2. Las fiestas de Organdí..................................................8
Capítulo 3. Los hombres del mar..................................................12
Capítulo 4. La biblioteca...............................................................17
Capítulo 5. La invasión de los gusanos.........................................20
Capítulo 6. Negociación...............................................................26
Capítulo 7. El tratado de paz........................................................31
Capítulo 8. Resplandor en la montaña.........................................34
Capítulo 9. El tirapiedras..............................................................38
Capítulo 10. El arquero................................................................42
Capítulo 11. El sueño de la princesa............................................46
Capítulo 12. De regreso...............................................................51
Capítulo 13. La guardia del palacio..............................................55
Capítulo 14. El país de Warcraft...................................................60
Capítulo 15. Ulrico el Cocinero.....................................................66
Capítulo 16. Los orcos..................................................................71
Capítulo 17. Cruzando la cordillera..............................................76
Capítulo 18. La enfermera............................................................80
Capítulo 19. De vuelta en casa....................................................84
Capítulo 20. El encargo de los caballeros.....................................88
Capítulo 21. Azucena...................................................................93
Capítulo 22. Padre e hija..............................................................97
693
Capítulo 23. Grommash.............................................................102
Capítulo 24. Anadaida, la mensajera..........................................106
Capítulo 25. El mago Flogisto.....................................................112
Capítulo 26. El heredero al trono de los gusanos de seda..........115
Capítulo 27. Ulrico y su familia llegan al palacio........................121
Capítulo 28. El Bosque de los Gusanos......................................127
Capítulo 29. La catapulta memoriosa.........................................133
Capítulo 30. Visita......................................................................138
Capítulo 31. La mano verde.......................................................145
Capítulo 32. La piedra de la amistad..........................................149
Capítulo 33. Felipillo Gusanillo...................................................154
Capítulo 34. Buscando al mago..................................................157
Capítulo 35. Debajo del árbol.....................................................161
Capítulo 36. Despertando en el palacio......................................164
Capítulo 37. La espera...............................................................168
Capítulo 38. El reencuentro........................................................172
Capítulo 39. El dios Blizzard.......................................................176
Capítulo 40. Los viejos amigos...................................................182
Capítulo 41. El Bosque de los Cedros.........................................186
Capítulo 42. La Laguna del Cañaveral........................................190
Capítulo 43. Los arquitectos del reino........................................195
Capítulo 44. Terror en el Bosque de los Gusanos.......................199
Capítulo 45. Los copistas de Organdí.........................................204
Capítulo 46. El hospital..............................................................209
Parte II. El sueño de la princesa....................................................213
694
Capítulo 1. El conjuro.................................................................214
Capítulo 2. Se busca un mensajero............................................219
Capítulo 3. La reunión en el bosque...........................................225
Capítulo 4. Cambia, todo cambia...............................................228
Capítulo 5. El rey Gustav Tercero...............................................232
Capítulo 6. La carroza del rey....................................................235
Capítulo 7. Transformaciones.....................................................239
Capítulo 8. Preparando el viaje..................................................246
Capítulo 9. La mariposa golondrina............................................249
Capítulo 10. Marcelino...............................................................254
Capítulo 11. Las telas de colores................................................258
Capítulo 12. Volando sobre la cordillera.....................................263
Capítulo 13. Prueba de teñido....................................................269
Capítulo 14. Un mal sueño.........................................................273
Capítulo 15. Golondrinas en camino...........................................276
Capítulo 16. El color de la tela...................................................280
Capítulo 17. En la casa del mago humano.................................283
Capítulo 18. Entregando el mensaje..........................................286
Capítulo 19. El nido....................................................................289
Capítulo 20. Dialéctico...............................................................294
Capítulo 21. El barco..................................................................301
Capítulo 22. A bordo..................................................................308
Capítulo 23. El manto de invisibilidad........................................312
Capítulo 24. Las islas de Abadí Bahar........................................318
Capítulo 25. El puerto................................................................322
695
Capítulo 26. La capitán Marrapodi..............................................327
Capítulo 27. Nacimiento.............................................................332
Capítulo 28. Reverencias...........................................................338
Capítulo 29. La cena..................................................................343
Capítulo 30. Hacia el Colmillo del Elefante.................................346
Capítulo 31. La orquesta de Organdí..........................................350
Capítulo 32. El golfo de Öböls....................................................354
Capítulo 33. En vuelo.................................................................361
Capítulo 34. Los vigías en el árbol..............................................365
Capítulo 35. Transportando telas...............................................372
Capítulo 36. La última cena........................................................377
Capítulo 37. La playa de Organdí...............................................380
Capítulo 38. Invitación...............................................................385
Capítulo 39. La princesa y la capitán.........................................389
Capítulo 40. El desembarco de Carolina.....................................395
Capítulo 41. De nuevo frente al rey...........................................400
Capítulo 42. Los dos primos.......................................................404
Capítulo 43. Los dos magos.......................................................408
Capítulo 44. El conjuro de la paz................................................415
Parte III. Organdí lucha por su libertad..........................................421
Capítulo 1. El conjuro funciona...................................................422
Capítulo 2. El algodonal.............................................................428
Capítulo 3. Apariciones..............................................................434
Capítulo 4. Las mujeres del Mundo............................................441
Capítulo 5. Esperando a la princesa...........................................448
696
Capítulo 6. El salón del trono.....................................................452
Capítulo 7. La puerta misteriosa................................................461
Capítulo 8. La casa en la playa...................................................464
Capítulo 9. Los misterios de Organdí..........................................470
Capítulo 10. EL Bosque de los Navíos.........................................473
Capítulo 11. El consejo de sabios...............................................477
Capítulo 12. El plan de Carolina.................................................484
Capítulo 13. La expedición.........................................................488
Capítulo 14. La nave de Organdí................................................493
Capítulo 15. El capitán Erasmus.................................................498
Capítulo 16. El capitán del Azulgrana.........................................505
Capítulo 17. Preparativos...........................................................509
Capítulo 18. El caballo del mago................................................514
Capítulo 19. Rumbo al desierto de Pacarí...................................519
Capítulo 20. El desembarco.......................................................523
Capítulo 21. Los secretos de la puerta misteriosa......................528
Capítulo 22. Ábrete Sésamo.......................................................533
Capítulo 23. En las costas de Warcraft.......................................539
Capítulo 24. Explorando.............................................................542
Capítulo 25. Con el agua al cuello..............................................546
Capítulo 26. La planicie de los caminos de plata........................550
Capítulo 27. Estudiando el mapa................................................555
Capítulo 28. La energía de los túneles.......................................559
Capítulo 29. Los toboganes........................................................563
Capítulo 30. Las expedicionarias perdidas.................................571
697
Capítulo 31. Las ochenta y cinco cuerdas..................................579
Capítulo 32. La biblioteca giratoria............................................583
Capítulo 33. Los libros perdidos.................................................587
Capítulo 34. Las observadoras...................................................591
Capítulo 35. Veo veo..................................................................594
Capítulo 36. Los libros vivos.......................................................599
Capítulo 37. La ventana mágica.................................................603
Capítulo 38. Siguiendo una pista................................................607
Capítulo 39. El primer rescate....................................................612
Capítulo 40. El escape................................................................617
Capítulo 41. ¡Ahora!...................................................................621
Capítulo 42. Los indios pacaríes.................................................625
Capítulo 43. El cruce del desierto...............................................629
Capítulo 44. Un rescate frustrado..............................................633
Capítulo 45. Nuevo intento........................................................637
Capítulo 46. Persecución............................................................641
Capítulo 47. Il Gabbiano.............................................................647
Capítulo 48. De despedidas y extrañamientos...........................656
Capítulo 49. De regreso a casa..................................................660
Capítulo 50. El Princesa..............................................................665
Capítulo 51. Hacia el puerto.......................................................669
Capítulo 52. El reencuentro........................................................673
Capítulo 53. La llegada..............................................................681
Capítulo 54. Ya en casa..............................................................686
Capítulo 55. El dios de Organdí..................................................691
698