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CUENTOS DE HUMOR
De Hugo Daniel Marcos
En aquellos alejados pisos superiores, la Reina estaba muy bien protegida por
unos quince sirvientes bengalíes. Negros enormes, de casi dos metros de altura, con
brazos más gruesos que el tronco de un álamo y que velaban por ella a cada instante.
Con velas y con lo que tenían a mano.
El Rey no temía en absoluto por su seguridad, ni siquiera por la posible
infidelidad de su cónyuge, ya que ellos no lo permitirían y por otra parte, a éstos
mismos, los había mandado convertir en eunucos, para no correr riesgos.
Nunca pudo comprobar si su orden fue llevada a cabo, porque la enfermedad lo
atacó de repente y no pudo subir más a los pisos superiores para cerciorarse por sí
mismo, pero confiaba ciegamente en lo que el Duque de Alcachofa le decía.
Sin duda el Rey añoraba aquellas noches de placer y frenesí en las alcobas
reales con su bellísima y ardiente esposa, a la que hubo de resignar, (a su esposa, no a
aquellas noches) por culpa de su enfermedad y de los asuntos de estado que lo habían
obligado a permanecer en el piso inferior.
Sabía que ella también sufría, cuando escuchaba por las noches los gritos de su
amada en su alcoba, seguramente por las pesadillas que le provocaba no poder estar
con su marido.
Por las mañanas ya todo era distinto. El alegre canturreo y la exuberante
sonrisa que la reina exhibía mientras bailoteaba feliz por los balcones, demostraban
que tales pesadillas ya habían acabado... y varias veces.
Generalmente los castillos medievales requerían mucho mantenimiento. Varios
chambelanes estaban a cargo de los cuartos donde vivía el Rey y otras tantas
mucamas hacían la limpieza. El maestro cervecero, hacía la cerveza. Las nodrizas
lactaban a los bebés de las señoras en residencia. Los acomodadores anunciaban y
acomodaban a los invitados. El castellano gobernaba el castillo, un secretario
escribía cartas y mantenía los archivos, los abaceros hacían velas, los giradores
giraban la lana, los sirvientes servían, los limpiadores limpiaban, los cocineros
cocinaban, las doncellas doncellaban, y los pajes... bueno, ellos también hacían lo
suyo.
La Princesa admiraba a su madre, y en cierta forma, también envidiaba un poco
aquella felicidad que emanaba de su constante sonrisa. Cuando supo por ella misma
el motivo de aquella radiante alegría, intentó encontrar de inmediato a su padre, para
exponerle la imperiosa necesidad que le había surgido de conseguir al príncipe de su
vida y casarse.
No era una tarea fácil (la de encontrar a su padre), ya que por aquellas tardes el
Rey solía frecuentar a las nodrizas que lactaban a los bebés, con la excusa que los
niños lo habían invitado a almorzar.
Entre provechito y provechito, el rey escuchó atentamente el angustiante
pedido de su hija y trató de consolarla, contándole que él se casó con la Reina siendo
un hombre ya mayor, porque anduvo muchos años solo entre hombres de guerra,
batallando durante el día y soñando por las noches con bellas mujeres. Fue
justamente debido a ello que ya tenía callos en las manos... de tanto empuñar la
espada.
Pero la Princesa no cejó en su intento. Estaba convencida que debía casarse,
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discusión se tornó realmente acalorada, recién cuando los sirvientes bengalíes dejaron
de abanicar.
Al principio el debate se alimentó de violencia y ésta a su vez se transformó en
disputa. Bien sabido es que la violencia es la gran hija de la disputa. Se culpaban
unos a otros de la escasez de ideas y de la poca creatividad reunida en ese recinto.
-No puede ser que no salga nada!- Gritó un Conde constipado, desde un rincón.
-Tranquilos. No se desanimen.- Le contestaba el Vizconde Tutilmeo, enfermo
de próstata -Tarde o temprano, algo saldrá!-
-En lugar de contribuir con nuevas ideas, sólo las critican. Nadie da un poco de
aliento- Decía un Barón que sufría de asma
-Tienen que hacer algo urgentemente y con vuestras propias manos- Les
recomendaba un paje mientras le miraba los tobillos a la Condesa Prensión.
-Casi lo tengo! Casi lo tengo!!- Se esforzaba en aclarar un Infante con sus
manos en los bolsillos, mientras guardaban silencio y brindaban el Conde de Borbón,
el Vizconde de Cabernet Sauvignón, y Barón de Torrontés-
-Esto es un insulto a la inteligencia- Protestó amaneradamente Ortiberio III
mientras golpeaba con su tacón el piso
-No puede ser que nadie sepa aportarme una sola idea digna de nuestro rey.
Sencillamente no puede ser!! Nadie me da ni siquiera una!!!! Necesito al menos una
que me sirva!!!!!-
Al escuchar esto, uno de los negros bengalíes se le acercó por detrás,
acostumbrado ya a aquellos ataques de histeria del Duque. Lo alzó entre sus brazos
casi sin esfuerzo, como quien levanta un vestido de seda, y lo llevó hasta una
habitación contigua, cerrando la puerta tras de sí, mientras el Duque seguía
lloriqueando y protestando como una niña caprichosa.
-Necesito que me den al menos una!!!-
Desde adentro de la habitación tan solo se escuchó un suspiro ahogado y luego
el silencio se apoderó de todos. Desde ese día, los hidalgos comenzaron a sospechar
que no todas las órdenes del Rey eran cumplidas.
A todo esto, en palacio continuaban los preparativos para la gran boda entre la
Princesa y Al-ladino, cuando varias nodrizas se apersonaron ante el Rey, pidiendo ser
las encargadas de los preparativos del ajuar de los novios para su noche de bodas,
bajo la excusa de la escasez de ropa interior de la niña (quedaban solo cenizas) y de
paso intentar nuevamente frotarle la lámpara a Al-ladino.
Pero el Rey no accedió al pedido. Conocedor del tema y sobre todo de las
nodrizas, temía que tanto frote previo, hiciese decaer el entusiasmo en la noche de
bodas. Y fue precisamente por eso, que al no lograr su objetivo, ellas no tuvieron más
remedio que recurrir a la vieja estratagema.
En una recámara casi escondida del piso más alto del castillo, habitaba la más
anciana de las nodrizas, que se llamaba justamente Estratagema.
Su nombre provenía precisamente de ello mismo, ya que fue lo que utilizó un
guerrero para embarazar a su madre y luego escapar.
Ella misma colaboró mucho en acuñar ese sobrenombre que la hizo conocida,
con sus amaños y triquiñuelas para obtener mayores beneficios durante sus años
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La Princesa quedó triste. Muy triste y sobre todo sin consuelo. No sólo porque
la boda nunca se llegó a celebrar, sino porque fue la primera vez que alguien quedó
viuda sin llegar a casarse.
Dicha situación no alteró demasiado a Su Majestad, ya que por aquel entonces
había comenzado a preocuparse por lo que ocurría en los pisos superiores. No tanto
por los constantes bailes y felices canturreos matinales de su amada esposa, sino
porque últimamente, también había visto hacer lo mismo al Duque de Alcachofa.
Muchas nodrizas y algunas mozuelas del poblado que tuvieron la oportunidad
de conocer a Al-ladino y sobre todo de frotarle la lámpara, tampoco encontraron
consuelo ni siquiera en sus maridos, después de aquel desafortunado incidente.
A partir de ese día y con el transcurrir de los años, la leyenda del genio de la
lámpara se fue agigantando y convirtiendo de a poco en una increíble fábula, que ya
nadie, nunca más, podrá llegar a certificar.
Lo que sí todos recuerdan de aquella cálida noche de primavera, fue el ver
correr por las calles del condado al joven y esbelto marroquí de tez oscura, haciendo
honor a su cambio de nombre de Al-ladino, por el de Al-larido.
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Lo cierto fue que después de aquel viaje, se podría asegurar que comenzaron
algunos romances.
Según la foto que estaba impresa en el catálogo de la empresa, el vehículo que
nos transportaría a la inolvidable experiencia del safari, contaba con todos los
adelantos tecnológicos y de comodidad, clasificado como de última generación.
Evidentemente, el que nos llevó, se había degenerado bastante, ya que el techo
de lona exhibía enormes agujeros, los soportes de hierro estaban absolutamente
oxidados, y los almohadones de los asientos brillaban por su ausencia. Entonces
entendí el porqué de que en cada mesita de luz del hotel, había una pinza de depilar,
que según me contaron, generalmente era utilizada para quitarse las astillas de los
asientos de madera, luego del paseo.
Comprendí y bendije mi suerte, ya que yo no tendría que utilizarla, porque me
tocó viajar sentado encima de un petiso, que si bien no era enano, tampoco llegaba a
una altura mínima, y tenía la ventaja que yo podía mirar el paisaje por encima de su
cabeza.
Al cabo de cierto trayecto, le propuse cambiar de posición por si le resultaba
pesado, pero se negó mientras me guiñaba un ojo. De cualquier forma, puedo llegar a
afirmar que todo lo que se dice en la jerga popular sobre los petisos es
absolutamente… verdadero.
El camino extremadamente sinuoso que se adentraba en la zona selvática, se
asociaba con la excelente puntería del chofer que no le erraba a ningún pozo y uno
por uno los iba pisando, para zamarrearnos como si estuviésemos en un jeep enfermo
de Parkinson.
Era tanta la incomodidad y el deseo de terminar con semejante apretujamiento
y ajetreo, que cuando alguien caía del jeep en medio de la ruta, todos miraban para
otro lado y nadie decía una palabra, para que no lo rescaten y así viajar más cómodos.
A toda ésta molestia e irritación, había que agregarle el aroma de hacinamiento
que se producía, ya que si bien el jeep no contaba con puertas y se encontraba
totalmente abierto, la aglomeración de aquella gente apretada, provocaba
inevitablemente percibir muy de cerca los respectivos efluvios corporales, incluyendo
las de aquellos que no guardaban una dieta sana y exenta de picantes.
Semejante traqueteo facilitaba y hasta forzaba la exhalación y/o expulsión de
aquellas consecuencias intestinales, hecho que empeoraba a su vez, si tomamos en
cuenta que en aquella zona la dieta se rige a base de legumbres.
Ni cuando practicaba buceo, logré aguantar la respiración durante tanto tiempo.
Allí comencé a perder el olfato.
Ya en medio de la zona selvática, cuando los árboles gigantes apenas si
permitían el paso de la luz solar y nos rodeaban los arbustos y las plantas, que a su
vez nos duplicaban en altura, el chofer del jeep gritó algo en varios idiomas, pero
claro está, no en español.
Todos se sujetaron de los caños que rodeaban al vehículo y cuando al verlos,
intenté hacer lo mismo, un gran montículo de troncos en el sendero, provocó que el
jeep pegara un sorpresivo brinco que me hizo volar por los aires.
Cuando caí, el transporte había seguido su camino, por lo que ya no estaba ahí.
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Grité y hasta les tiré cuanta cosa encontré en el suelo, pero todos miraban para
otro lado, como admirando las belleza de las plantas, con cara de “no escucho nada”
como perro que se lo están... en fin... Quedé ahí, en medio de la selva.
Creo que tan sólo el petiso me extrañó un poco.
Me insulté tres mil veces en diez segundos, por haber subido a aquel jeep, y
otras diez mil veces al chofer y a los ocupantes del mismo, pero al ver que ello no
solucionaba nada y que obviamente un taxi no pasaría jamás por allí, decidí
emprender el regreso a pie.
Toda persona que se precie de ser mínimamente inteligente, conoce varios
métodos y formas para desandar un camino recorrido, aún sin conocerlo.
No era mi caso. Estuve varias horas dando vueltas por el mismo lugar, cosa que
advertí recién cuando vi la mancha de orina, con la que hacía una hora había regado
un árbol.
Al principio el verdor del paisaje, el fresco aroma de la mañana que emanaban
aquellas plantas y el alegre canturreo de los pájaros, hacían de aquello una
experiencia fascinante, pero cuando me encontré de frente con un cachorro de hiena,
que babeante me mostraba su dentadura, todo cambió.
El animal, por ser cachorro, era bastante pequeño y por más que me mostraba
amenazante sus colmillos, no aparentaba ser una verdadera amenaza, por lo que lo
tomé del cuero de su lomo y lo arrojé sobre unos arbustos, para que su caída estuviese
amortiguada.
Lo que no alcancé a advertir, fue a toda su familia y al parecer también, a todos
los vecinos del pequeño, que detrás mío, a tan sólo unos metros, me miraban
fijamente mientras comenzaban a gruñirme.
Lamenté mucho no haber tenido testigos que lo certifiquen, pero puedo
asegurar que he batido el récord de los doscientos metros en menos de seis segundos,
incluyendo una trepada al árbol más alto.
La hiena, al ser por excelencia un animal carroñero, está provista naturalmente
de una paciencia extrema. Pero no tanto como la mía que era provocada por el
pánico.
Allí estuve trepado a una alta rama de aquel árbol, durante muchas horas,
mientras las hienas me esperaban abajo con su vista clavada en mí.
Ni siquiera una lluvia dorada las espantaba. Incluso parecían disfrutar de aquel
baño de orina.
En definitiva estuve varios días allí colgado, comiendo los frutos de aquel
árbol, que si bien obviamente no eran venenosos, eran al menos muy eficaces como
laxantes. Creo que en aquellas ramas, nunca más se meció ningún chimpancé.
Al cuarto día, por fin las hienas se fueron corriendo, tal vez por designio de
Dios, por casualidad, o quizás por la presencia de una leona hambrienta, lo cierto es
que ya no significaban más aquel peligro.
Ahora el peligro era la leona, que al olfatear la orina, miró hacia arriba y al
verme comenzó a relamerse. Creo que hasta me imaginaba con una guinda en la
cabeza. Pero por suerte, las leonas no tienen tanta paciencia como las hienas y al
anochecer también se fue a buscar una presa más cercana.
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Por la debilidad que tenía, logré bajar a duras penas de aquel árbol, al que ya
había empezado a encariñarme.
Después de cuatro días comiendo solo laxantes, mi natural delgadez se había
acentuado bastante. Allí perdí muchos kilos.
Comencé a caminar de regreso, sorteando ramas, arbustos, y alguna que otra
alimaña, cuando al cabo de tres horas, el nervioso aletear de unos pájaros que
levantaron vuelo repentinamente me hizo estar en alerta.
Allí estaba otra vez la leona, a escasos cincuenta metros, mirándome fijo como
tratando de adivinar mis movimientos.
No lo pensé dos veces (Según mi tío el embajador, nunca pensé, así que no iba
a empezar justamente ahora) e intenté trepar nuevamente a otro árbol, pero mis
flácidos músculos ya no respondían ni con el aliciente del miedo.
Conocedora de la naturaleza, la leona comenzó a acercarse lentamente, como
intuyendo un almuerzo ya casi servido. Pero el instinto de supervivencia siempre es
más fuerte. Empecé a trepar hasta con los dientes, justo cuando el animal ya se
abalanzaba sobre mí. Tan sólo logró darme un zarpazo a la altura de las nalgas,
desgarrándome el pantalón, mientras yo terminaba de subir hasta la rama más alta
que podía.
Allí perdí mis pantalones.
Otra vez me encontraba sentado sobre una rama, en la copa de un árbol de
frutos distintos pero con idénticos resultados.
Luego de unas horas la leona nuevamente emprendió su retirada y yo decidí
quedarme un día más allí, por previsión y porque ya no tenía fuerzas para subir de
nuevo a un árbol si llegaba a haber otro bicho en las cercanías.
Estaba flaco. Muy flaco (Yo, no el árbol). Tanto que bien podía acostarme en
una aguja y taparme con el hilo.
Mientras comenzaba a caminar, intentando regresar al campamento, descubrí
que debido a tanta delgadez, tenía que pasar dos veces por el mismo lugar para hacer
sombra. (A todas aquellas mujeres que se quejan por no poder bajar de peso, les
recomiendo unos días en la selva.)
Luego de otro par de días deambulando sin rumbo fijo por la selva, todo se me
iba tornando familiar y conocido. Por una lado por el lento acostumbramiento al
medio ambiente y por otro lado porque evidentemente estaba caminando en círculos.
Me tiré a descansar exhausto sobre unas hojas caídas, que me sirvieron de
mullido colchón y lentamente me fui dormitando.
Durante esos segundos previos al sueño profundo, pasaron fugaces por mi
mente, las imágenes de la mirada de la leona, las hienas, los frutos laxantes, el petiso,
el chofer y su puntería, y la leche en el fuego que dejé antes de salir en la cocina de la
embajada. Imaginé también el rostro de decepción de la leona y de las hienas, la
tristeza del petiso, el raro idioma del chofer y los insultos que me estaría lanzando el
embajador mientras observa el incendio en la embajada.
Me quedé profundamente dormido boca abajo, sin pantalones con mis efluvios
corporales al descubierto, sin pensar siquiera que, debido al gran olfato de los
animales, eso podría atraer a alguno en época de celo.
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Tan sólo desperté cuando sentí su respiración en mi oreja y sus manos peludas
se apoyaban en mis hombros.
Por el hediondo aroma que emanaba de su excitada respiración en mi mejilla, y
por su cara, reconocí de inmediato que se trataba de un enorme gorila, que mientras
me miraba dulcemente, se había acostado encima de mí.
Con los dedos de sus pies sujetó mis tobillos, mientras que con sus fuertes y
enormes manos apretaba las mías para que no pudiese moverme. Y no pude. No sé si
se debió a un producto de la imaginación o si realmente fue así, pero me pareció que
hasta me tiraba un besito.
Lo cierto fue que mi grito, lo escucharon hasta en la gran capital.
Allí perdí mi virginidad.
Bueno, me despido de ustedes con ésta última carta, mandándoles muchos
besos a todos y quiero decirles que los extraño mucho. Ahora tengo que dejarlos
porque mi gorilita ya está volviendo del trabajo y tengo que prepararle la comidita.
Besitos, besitos, besitos.
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“EL MALAPATA”
habían sido capturadas para luego pedir recompensa, se asomó por la ventanilla de su
celda, que permitía observar a ras de la cubierta del barco, y a causa del reflejo de luz
que emanaba la luna, tan sólo vio desde su ángulo del piso, el contorno del capitán,
que a pocos metros de ahí observaba de espaldas el mar.
A partir de aquella fantasmagórica visión de ese contorno en la oscuridad de la
noche, y con la imponente luna llena como fondo de pantalla, fue que le quedó como
apodo la exclamación con sorpresa de la doncella
-Parece un acento entre paréntesis!-
La segunda gran pérdida que sufrió el capitán, fue la de su mano izquierda.
Una tarde, en una herrería donde probaban la guillotina del pueblo con la que solían
ajusticiar a los delincuentes, del otro lado de la guillotina, por el orificio donde se
coloca la cabeza del condenado, “Acento entre paréntesis” vio a una doncella que se
agachaba para recoger una manzana del piso y su instinto seductor lo llevó a querer
pellizcarla, sin advertir que la cuchilla ya estaba descendiendo en su prueba.
No hicieron falta más pruebas, porque comprobaron que la cuchilla estaba
realmente muy filosa. La mano del pirata casi salió disparada en dirección a la
muchacha, a la que aún se la suele ver saltando y canturreando feliz por las calles del
condado.
Para reemplazarla (a la mano, no a la muchacha), se colocó un gancho, pero de
madera, no de metal, porque tenía una gran rivalidad con el capitán Garfio y no
quería parecerse a él.
En un elevado y secreto rincón de uno de los estantes superiores de su
camarote, el capitán guardaba celosamente el botín logrado en su último atraco. Lo
miraba y lo admiraba cada vez que se quedaba a solas en su catre, demostrando un
gran orgullo por lo obtenido.
Sin embargo sabía que debía encontrar rápidamente otro botín más, para lograr
sus dos más preciados objetivos: hacerse rico y lograr el par para calzarse como
corresponde.
Fue así entonces que levó sus anclas, se levantó de su jergón, (un colchón
relleno de pura paja, que el mismo capitán con su mano buena, se encargaba de seguir
rellenando cada noche) y se fue al barco en busca de nuevas aventuras.
Otra pérdida importante del capitán, se refiere la de su pierna derecha, que dio
origen a su apodo posterior de Malapata, y el cual reemplazó finalmente al de
“Acento entre paréntesis”, ya que además de perder la pierna, éste último apodo
también había perdido significación.
En aquella época, los piratas usaban muy poco los cañones, puesto que la
precisión de las armas de fuego era muy escasa, y por otra parte, lo que más les
importaba era el cargamento de aquellos barcos y en lo posible hasta el barco mismo,
por lo que no estaban interesados en dañar su estructura.
De todas formas, fue tan sólo después de aquel infortunado y casual hecho que
significó la pérdida de su pierna, que Malapata prohibió por completo su uso. (De los
cañones, no de las piernas)
Los piratas se acercaban peligrosamente en sus rápidos y veloces barques (no
es un error de tipeo, sino que así se llamaban esas embarcaciones), hacia el enorme y
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pesado galeón francés, que a su vez exhibía sus peligrosos cañones de gran porte a
ambos costados de cubierta.
Estaban decididos al abordaje, pero para ello primero debían amedrentarlos y
luego acercarse lo suficiente para lograrlo, así que el capitán decidió comenzar a
intimidar a los tripulantes del barco mercantil con una salva de sus tres cañones sobre
la cubierta enemiga, con muy poca fortuna, ya que cuando el galeón comenzaba a
responder el fuego, a uno de los cañones de los piratas se le trabó la bala adentro del
mismo.
Comenzaron a hacer denodados esfuerzos por desbloquearlo, pero sin éxito.
Esto exasperó a Malapata, quien llegó hasta el marinero que casi metido adentro,
intentaba destrabarla llenándola de más pólvora, y de un costado con un tremendo
puntapié lo quitó del medio, justo cuando éste terminaba de desbloquear el cañón.
Por la excesiva carga de pólvora utilizada, el estruendo fue el doble de lo
normal justo cuando su pierna terminaba de expulsar al marinero. Eso salvó que el
cañón explotase, salvó de matar a todos los marineros por semejante explosión, se
salvó el marinero que salió volando y hasta se podría decir que salvó también la
situación, salvo su pierna.
Tiempo después encontraron los restos de su bota en una isla cercana y
dedujeron que se trataba de una isla sin piratas ni truhanes, porque el botín aún seguía
ahí.
Desde ese día, sin saber cómo resolver su problema de cojera, encontró una
provisoria solución en una sopapa (el desastascador utilizado para desobstruir
cañerías) e invirtiendo su posición, ató la parte con la goma sobre su rodilla, y ya no
le interesó ir en búsqueda de su segundo botín.
Tenía ya tantas partes de madera en su cuerpo y era tan poco hábil para las
labores manuales, que muchos no sabían decir si era medio hombre o medio de
madera.
Pero además Malapata hacía honor a su nombre.
Por tantos disparos que cayeron sobre la cubierta del barque, éste solía estar
sembrado de agujeros en los cuales muy a menudo su pata de palo quedaba trabada y
debían ayudarlo entre cuatro para quitarlo de allí.
Su cuerpo había sufrido incluso otra pérdida, aunque pequeña, que también fue
reemplazada por un diminuto trocito de madera, pero los historiadores que analizaron
el tema, aún no se han puesto de acuerdo si aquella pérdida se debió a una cuestión de
higiene o de religión.
Lo cierto es que la vida en los barcos piratas no era fácil en absoluto y la
captura de barcos, muy peligrosa, ya que se jugaban la vida constantemente. Pocas
cosas eran placenteras, además de las incomodidades del lugar que se hacían notar
cotidianamente.
La higiene personal era un tema absolutamente desconocido. No existían los
baños por ejemplo, ni el papel higiénico y mucho menos bidé ni desodorantes
ambientales.
Cierto día, mientras con sus dedos Malapata saboreaba un dulce, muy parecido
al de leche en su color y consistencia, (ya que los cubiertos como tales, no eran
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LA MALA SUERTE
I
Como casi la gran mayoría de los días de mi poca fortuna, se podría decir que
todo empezó por la mañana muy temprano.
Sin embargo y haciendo honor a la verdad, habría que mencionar -algo sobre lo
que estoy firmemente convencido- que todo comenzó el día de mi nacimiento o tal
vez sería más acertado indicar el mismo momento de mi concepción (o la noche, para
ser más precisos).
Quizás sería aún más apropiado y certero, comenzar echándoles la culpa a mis
progenitores, antepasados o a sus ancestros, que desde un tiempo inmemorial
estuvieron signados por la mala fortuna y cuya consecuencia hereditaria a través de
los años, se ha volcado íntegra e inexorablemente en mi persona.
He escuchado infinidad de veces que la mala suerte no existe. Que no es más
que un fútil intento de justificar nuestros errores o la propia incapacidad que
poseemos para llevar algo a buen término.
Muchos aseguran que existen dos clases de personas (Teoría que no comparto,
ya que conocí a muchas de las más distintas clases y raleas): los que creen que para
todo hay una explicación científica y en consecuencia una respuesta lógica y
coherente, y los otros que cuando se topan con algo que no ha sido explicado por la
ciencia, lo endilgan a la suerte (Tanto buena como mala), penetrando en el mundo de
la superstición y las cábalas, y culpando a la mala suerte si algo no ha salido bien.
Es así que desde las épocas más remotas, hubo gente que se aprovechó de los
ingenuos y desprevenidos, y comenzó a comercializar todo tipo de talismanes y
amuletos que supuestamente ayudan a la buena suerte. Circunstancia esta que se
debe generalmente, más a un hecho fortuito y luego comercializable, que a la
verdadera cualidad mágica que supuestamente posee para provocar buena fortuna.
Basta con que alguien recoja del suelo, en medio del bosque, una piedra con
forma romboidal y a los pocos minutos, esa misma piedra le baste para ahuyentar a
un lobo hambriento (Pegándole previamente en un ojo), para que luego se le
atribuyan poderes sobrenaturales a todas las piedras que contengan esa forma.
En todo caso, el fortuito hallazgo de aquella piedra fue la que lo salvó de ser
atacado por el lobo hambriento y no la piedra en sí, y de todas formas, si hubiese sido
la piedra, sería solo esa piedra específica y no todas las que tengan aquel formato, la
que le sirvió para salvarlo del lobo, y en la última de las hipótesis, si no hubiese
encontrado esa piedra, el hombre se hubiese defendido hasta con el cinturón que le
sujetaba los pantalones, por lo que luego comenzarían a venderse los cinturones de la
suerte contra los lobos hambrientos.
En definitiva se concluye que los amuletos, talismanes o como quieran
denominarse, no son más que la proyección de la propia fe, depositada en un objeto
que a su vez nos la devolverá en el momento que la invoquemos. Pero los objetos en
sí, por sí solos, no dan suerte, no poseen ninguna mágica característica que nos pueda
ayudar, ni mucho menos.
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descanso, el que lucha día a día hasta largas horas de la noche en su trabajo, no
dispone de más tiempo como para dedicarse a hacer plata.
Porque queda claro que los que han hecho mucho dinero, evidentemente no lo
han hecho trabajando.
No caben dudas que esos adinerados, recibieron una herencia o tuvieron una
idea brillante que solo a ellos se les ocurrió o ganaron la lotería. Tres situaciones que
para el caso son lo mismo, porque pertenecen a las excepciones de la regla.
Y declaro solemnemente que sobre eso, nadie me va a convencer. No existe
quien se haga millonario trabajando. Si se encuentra por casualidad con uno de esos
señores muy adinerados, pregúntele si ha ganado la lotería, si ha inventado algo
revolucionario o si ha recibido una herencia. Si la respuesta es negativa, pues está
usted frente a un gánster, un político corrupto o un empresario sin escrúpulos, que
otra vez, para el caso, son lo mismo.
Sin embargo sobre ese tema y después de tantos años de casados, ya he dejado
de discutir con mi mujer, porque conozco el resultado desde el comienzo de la
misma: Yo soy el culpable.
“¿Por qué no me dediqué a la política o a ser jugador de fútbol que eso sí deja
mucho dinero, en lugar de haber elegido ser un simple oficinista?”. Lo peor de este
asunto es que mi mujer me lo pregunta como si yo hubiese elegido ser oficinista.
Como si de chico me hubiesen preguntado ¿Qué querés ser cuando seas grande? Y yo
hubiese contestado con una amplia sonrisa de entusiasmo y levantando los brazos
como festejando una victoria: ¡Oficinista!
Aunque en realidad no es solo respecto de ese tema que dejé de discutir con mi
mujer, porque no importa en qué discusión nos encontremos, yo siempre soy el
culpable. Si el dinero no alcanza, la culpa es mía. Si alguno de los chicos no quiso ir
al colegio, fue por mi mal ejemplo. Si la leche se derramó en la heladera, fue porque
no la acomodé bien. Si no fui yo el último que la puso allí, no tuve al menos la
prevención de revisarla. Si el lavarropas se descompuso, seguramente fue porque
algo habré hecho. Si el gobierno no funciona, es porque yo lo voté y si la gata quedó
preñada, seguramente ha de ser porque no me cuidé.
Sin embargo, sería injusto culparla por dichos razonamientos. No hay que
olvidar que todo tiene su origen en algún lado y estas conclusiones a las que ella
suele llegar, provienen sin lugar a dudas de su madre. Mi querida y nunca bien
considerada suegra, ha sabido e intentado por todos los medios a su alcance, a lo
largo de todos estos años desde que la conocí, a socavar de forma perseverante y
consecuente nuestra relación.
Si bien es cierto que en un principio, la que entonces era mi novia, estaba muy
enamorada de mí y no prestaba ninguna atención a los reclamos y advertencias de su
progenitora, de un tiempo a esta parte, cuando el pasional amor de la juventud se fue
transformando paulatinamente en una tediosa y a duras penas soportable convivencia,
mi mujer había comenzado no solo a considerar aquellos reclamos, sino también a
hacerlos suyos.
Cuando estaban juntas y me recriminaban por algo, que a su entender no estaba
total y absolutamente hecho como a ellas les gustaba o parecía, me daba la vaga
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sensación de estar casado con ambas al mismo tiempo y no podía evitar que se me
pasase por la mente, el deseo de contarles lo de la oferta.
La ecuación era muy sencilla: si por un asesinato, la pena que le cabe al
culpable es de veinticinco años de cárcel, tal vez si cometía dos, me podían hacer un
descuento especial por ser considerado cliente. Pero finalmente la humorada quedaba
retumbando en el cerebro y con la mejor de mis estúpidas sonrisas, les daba la razón
y lo volvía a hacer como a ellas les parecía, a la espera que algún día apareciese en la
puerta del juzgado un cartelito que rezase “Oferta del día”.
II
No recuerdo con exactitud como ocurrió, porque muchas veces nos envuelve
una densa nebulosa, cuando nos despertamos sobresaltados en medio de uno de los
últimos y más profundos sueños del amanecer.
Lo concreto fue que no escuché el timbre del reloj despertador. Generalmente,
cuando suena tan temprano, nunca sé si para acallarlo, hay que correr la perilla de su
dorsal hacia la derecha o hacia la izquierda. Simplemente la muevo y se calla. Por la
noche, cuando me dispongo a dormir, me ocurre otra vez lo mismo. La vuelvo a
mover y mágicamente al otro día vuelve a sonar. Sería perfectamente estable e
inmodificable si nadie lo tocase. Y no habría que preocuparse en absoluto, ni
importaría saber si moviendo la perilla a la izquierda se acalla o suena, porque no
habría necesidad. Todo estaría perfectamente sincronizado. Pero en mi casa hay
cuatro chicos.
Sí. Tengo cuatro hijos. El primero, como para toda pareja que al año y medio
de casados, aún están sumergidos en el amor recíproco, no fue más que el fruto de ese
mismo sentimiento. El segundo se debió más a la usual búsqueda consensuada de
intentar lograr la parejita y el tercero llegó de forma inesperada, concebido casi con
seguridad, más por una extensa y alcoholizada pequeña celebración, que por decisión
paterna, pero igualmente bienvenido.
Con el cuarto la historia ya cambió por completo, porque a partir de aquel
preciso momento, empecé a tener la culpa de todo.
Lo cierto es que cada compra en el supermercado, ocupaban más espacio en los
carritos los pañales, el aceitito, el talquito, el perfumito, las toallitas húmedas,
chupetes, biberones y todo cuanto relucía un poco en las estanterías de productos para
bebés, que los comestibles, cuya prioridad hasta no hace mucho, había pasado ahora
al decimoquinto o decimosexto lugar.
Ya ni me acuerdo la última vez que compré algo que me gustaba comer.
Tampoco importa mucho, porque ya ni me acuerdo qué me gustaba. Ni con los tres
chicos anteriores recuerdo haber comprado tantos productos (Absolutamente
necesarios e imprescindibles, según el criterio de mi mujer y estupideces inservibles
según el mío).
Con la llegada del primer hijo, generalmente las prioridades se inclinan hacia el
vestuario. Si los escarpines tienen que ser tejidos o los primeros zapatitos de cuerina,
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si las batitas a utilizar deben estar estampadas con la infinidad de dibujos de moda
que existen, cosa que en realidad al bebé no le interesa en lo más mínimo, puesto que
no los conoce ni lo hará por un tiempo prudencial, pero para las madres y sobre todo
para las tías y abuelas, revisten una importancia extrema, y que sumado a todos los
regalos que amigas y conocidas de la madre le envían, el bebé llega a poseer tal
enorme cantidad de batitas y remeras que no logrará nunca usarlas, porque además su
cuerpecito irá creciendo y ya habrá que comprarle talles más grandes.
Con el segundo la historia cambia radicalmente.
–Que vaya usando lo que dejó el más grande- empiezan a dictaminar la
economía familiar por un lado y mi suegra por el otro lado, pero del teléfono, habida
cuenta de tanta ropa sin uso, que quedó arrumbada de recuerdo en alguna caja de
cartón y que comienza a ser desempolvada.
Ahora se va poniendo mayor énfasis en los juguetes y entretenimientos, tanto
del mayor como de éste y el presupuesto debe agigantarse ya que los pañales,
talquito, perfumito y tantos etcéteras, siguen plenamente vigentes en la lista de
compras, pero ahora sumando también los juguetes.
Cuando llegó el tercero, si bien no fue producto de un plan familiar, tampoco
nos desconcertó, porque a decir verdad, tuvimos ocho meses para adaptarnos a la
idea, y al no ser demasiada la diferencia de edad con los restantes, las prendas de
vestir que no habían sido arruinadas, seguían pasando de uno a otro, al igual que los
juguetes. Lo que no variaba era la compra de pañales, talquito, perfumito y millones
de nuevos etcéteras más, que día a día aparecían promocionados por televisión.
Tanto es el entrenamiento y la capacidad de absorción que todo padre va
teniendo con sus hijos, que por ejemplo cuando al primero, un día se le ocurrió comer
tierra, se lo lleva a tres pediatras por lo menos, no se duerme por dos noches
esperando las posibles reacciones y hasta se le intenta hacer un lavado de estómago.
Si con segundo pasa lo mismo, ya curados de espanto, lo miramos y
simplemente esperamos que no vomite.
Y con el tercero no sólo no le damos importancia, sino que en cierta forma le
miramos el lado positivo, porque es uno menos para cenar.
Hasta que de improviso y cuando parecía que la vida familiar se había
encaminado en su cauce. Llegó el cuarto.
Recuerdo esa tarde como si fuese hoy, cuando volví de trabajar.
Mis dos hijos más pequeños jugando en medio del living con siete y u ocho
juegos distintos esparcidos por el piso. Allí estaban casi tirados con displicencia, un
rompecabezas, varios coches de distintos tamaños, un metegol de plástico, pelotas, un
juego de bowling, y un maletín abierto con distintas herramientas y distintas piezas
de vaya a saber qué juguete que fue literalmente destrozado. En el otro costado, junto
al televisor, mi hijo mayor ensordeciendo a todos con la Play Station y mi mujer
parada sobre el primer escalón que separaba el living de los dormitorios, con un papel
en la mano y cara de muy pocos amigos.
A mi cotidiano y sonriente –hola- los chicos me contestaron con prontitud para
poder seguir jugando en lo suyo, mientras que la respuesta de mi mujer fue un tanto
más rotunda y directa:
26
III
Yo estaba casi seguro que la noche anterior había corrido la pequeña perilla
hacia un costado, pero como de costumbre, tanta información almacenada en la
memoria, no me permitía retener con exactitud si era hacia la izquierda o hacia la
derecha que debía hacerse.
Lo único cierto es que el despertador no sonó y que la desesperación que me
invadió al ver la luz solar reflejada a través de la ventana, fue tal que saltar de la cama
y entrar al baño lo hice en dos décimas de segundo. Al abrir los grifos de la ducha,
noté que tardaba mucho en salir el agua, así que apenas me mojé un poco y tomando
mi traje, el portafolios y mis zapatos en la mano, me fui vistiendo por el pasillo y
adentro del ascensor para no perder tiempo y rezando que la hermosa rubia del
octavo, no saque justo en ese momento a pasear a su caniche, para que no me vea en
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mañana.
Durante el trayecto que me quedaba hasta llegar a casa, que no era mucho,
comencé a pensar cuál sería la mejor excusa para las inexorables y consabidas
preguntas que mi mujer me haría apenas me viese, en todas sus formas interrogativas:
¿Cómo, cuándo, con quién, dónde y por qué? Y tratando por todos los medios de no
dejar en evidencia mi absoluta idiotez por haber olvidado que era domingo, comencé
a pergeñar las respuestas.
Pero toda esa tribulación en mis pensamientos, se desvaneció repentinamente
cuando apareció en la puerta del edificio la rubia del octavo piso. Tan tensamente
abocado estaba, en arreglar cuanto pudiese lo más rápido posible mi deplorable
estado, que no advertí que ella venía sumamente alterada.
Apenas me vio, se acercó casi corriendo hacia mí y me contó con angustiosa
voz, que mientras intentaba salir a pasear llevando con la correa a su perrita, el
tormentoso viento que sopló repentinamente, había cerrado de golpe la puerta de su
departamento y la correa que sujetaba a su pequeña perrita, había quedado atrapada
en la puerta sujetando aún al animalito y con las llaves puestas, ambas del lado de
adentro.
No se trataba de un caso extremo, porque la perrita no se estaba ahorcando ni
mucho menos, simplemente había quedado su correa sujetada por la puerta y de allí
no podía moverse, pero yo tampoco podía dejarla gimiendo de esa manera... A la
rubia me refiero.
Así que gentilmente, como era mi costumbre con ella, me ofrecí a ayudarla en
el rescate. Subimos hasta su departamento e intentamos por todos los medios,
incluyendo hebillas para el pelo mediante, abrir la puerta.
La sujeté con fuerza (a la puerta) y la corrí a un costado (a la rubia). La
penetré (a la cerradura, por supuesto) con la pequeña hebilla, y agarrándolo
fuertemente empecé a sacudirlo (al picaporte) pero no hubo caso. Nunca entendí
cómo hacen en las películas para abrir tan rápido una cerradura con una simple
hebillita.
Así que renuncié en mi intento y me di por vencido, sabiendo que nunca
tendría éxito (con la puerta, la cerradura, la hebilla y la rubia inclusive).
Me ofrecí a romper la puerta con algún martillo, pero advertí en su mirada un
claro interrogante sobre mi salud mental, por lo que me vi obligado a esbozar una
falsa sonrisa, para que piense que se trató de una simple broma para aflojar la tensión.
Ante la imposibilidad de abrir la puerta, comenzamos a sopesar otras
alternativas. En realidad lo hizo ella, porque yo a lo único que atiné fue a dejarme
llevar por el encanto de su boca y de aquellos carnosos labios, enmarcados por un
sedoso cabello que le llovía grácil y perfumado, y que parecían querer dinamitarme el
cerebro con cada movimiento.
Se quedó callada durante unos segundos y mirándome como esperando una
respuesta, pero a decir verdad, no escuché una palabra de todo cuanto había dicho.
Tan abstraído estaba observándola que sólo atiné a darle la razón y me encomendé a
todos los santos, porque no tenía la menor idea a lo que accedí.
Me llevó por el pasillo de los departamentos hasta la ventana que se encontraba
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al final del mismo. Y ahí comprendí todo. Ella pretendía que yo saliese por esa
ventana, caminase por la cornisa del octavo piso, entrase a la casa por su ventana y
liberase a su perrita. Es decir, estaba en pedose.
Pero como bien dijo Julio César: ”Alea jacta est” (La suerte está echada).
Sencillamente no podía negarme, porque no hacía más de un minuto acababa de darle
mi consentimiento. ¿Qué iba a pensar de mí? ¿Qué era un pusilánime sin palabra?
¿Qué me iba a amedrentar por semejante pavada? Pues sí. Soy un pusilánime sin
palabra y estaba absolutamente amedrentado. Pero no hubo forma de echarme atrás.
Ella ya la había abierto completamente y se disponía a ayudarme para que me suba
encima (A la ventana, me refiero).
Se me cruzó por la mente, repentinamente preguntarle por qué no hacía ella
todo eso ya que se trataba de “su” departamento, de “su” puerta y “su” perrita. Pero
la vaga idea de que a partir de ese momento yo podía pasar a ser “su” héroe, no solo
me subyugó por completo, sino que estaba dispuesto a enfrentarme también al
Pingüino y al Guasón.
Me encomendé nuevamente a todos los santos, esperando que en lugar de venir
marchando, por lo acuciante de la situación, esta vez se tomen un taxi y vengan más
rápido a ayudarme.
Recordé de pronto a todos y cada uno de los amuletos que mi mujer tiene sobre
aquellas repisas y por primera vez en mi vida les imploré a todos por su amparo,
socorro y protección, aún a riesgo de combinar sus mágicas cualidades y terminar en
un baño con la rubia y con una incontenible diarrea.
Cuando salí y me paré en la cornisa, comencé a tener una visión mucho más
clara y concisa de la ciudad que se encontraba debajo de mí, y de la estupidez que
estaba haciendo. Si bien dicha cornisa tenía un buen espesor, igualmente imponía
mucho respeto la considerable altura en la que me encontraba. Pero ese intrínseco,
característico y tan peculiar orgullo de macho, no me permitían dar marcha atrás. De
esa historia, o salía victorioso o no salía.
Comencé a recorrer cada centímetro de la cornisa tratando de no mirar, no solo
hacia abajo, sino tampoco para ningún lado más que hacia la pared, la cual debía
permanecer totalmente pegada a mi espalda. Cada vez que me separaba apenas un
centímetro de la misma, un espasmódico sudor frío me surcaba la espalda y una
repentina paralización se adueñaba de mí.
A mitad de camino entre la ventana por la que salí hasta la del departamento de
la rubia, decidí tomarme un pequeño descanso para respirar profundamente y de
pronto me invadió un mareo. Toda la ciudad giraba en torno de mí. Fue una de las
tantas veces que ese día me pregunté, cómo había llegado hasta allí. Me sostuve
pegándome contra la pared, con los brazos abiertos y mientras el viento me golpeaba
en la cara, comencé a tararear la música de “Titanic”, con la sutil diferencia que
delante no tenía ninguna baranda de contención ni nadie me sostenía por detrás.
De pronto me pareció ver la salvación. A pocos metros de allí se encontraba
otra ventana semiabierta, lista a prestarme sus servicios. Pero como siempre suele
pasarme en la vida, cuando aparece algo que parece facilitarme llegar al trono de la
felicidad, enseguida la mala suerte se encarga de enviar otro elemento para
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esas alturas, era que se trataba de un intento de suicidio. No faltaban los que, como
buenos samaritanos intentaban convencerme de lo bello que es la vida, sino que
estaban también los que sedientos de sangre, pedían a gritos que me arroje de una
vez, porque tenían que seguir con su vida y no querían perder más tiempo.
Mi mujer, abrazada por mis hijos me pedía casi en un ruego que abandone esa
estúpida idea (nunca me quedó muy en claro si se refería al suicidio o a la rubia) y
por supuesto no faltó la chillona, aguda e insoportable voz de mi suegra que como
hacía todos los domingos, había venido de visita muy temprano por la mañana, para
quedarse hasta exterminar mi paciencia. Desde lo alto, aún sin verla supe que era
ella, cuando dulcemente se refirió a mí diciendo:
-¿Qué hace el idiota ese, allá arriba?-
Ya no sabía qué hacer. La rubia había desaparecido porque según se
comentaba, no le interesaba en absoluto la publicidad, ya que era frecuentada muy
seguido por altos funcionarios públicos que exigían la mayor de las reservas. Y así
estaba yo preguntándome por enésima vez, cómo había llegado hasta allí.
La multitud intentaba vanamente ser dispersada por algunos policías que se
habían apersonado al lugar.
El griterío de la gente fue aumentando y las hipótesis sobre un intento de
suicidio por causa de una infidelidad, se había transformado en vox pópuli, cuando la
claridad de la voz de mi mujer llegó nítida hasta mí, en el momento que gritó casi en
un último intento desesperado por convencerme de no arrojarme al vacío:
-¡No le creas a Pablo! ¡Es mentira lo que te dijo que tus hijos no son tuyos!
¡Los tres primeros, sí lo son!-
Lo único que recuerdo durante la caída, fue que ya no escuchaba ninguna voz,
ni grito, ni sonido alguno. Tan solo el resoplar del viento en mis oídos mientras las
ventanas del edificio pasaban veloces ante mis ojos.
Algunos aseguraban que fue producto de la buena suerte, mientras que otros lo
asignaban que se debió a la mala fortuna, ya que, por cuanto había tenido que pasar,
lo mejor era morir. Lo cierto es que un enorme y frondoso árbol de tiernas y tupidas
hojas, amortiguó mi caída hasta depositarme casi lentamente sobre el toldo de lona
de una panadería.
Tan solo algunos huesos y costillas rotas, infinidad de contusiones y la pérdida
de un par de dientes fue el saldo final.
Pero mi mala suerte nunca me abandona. En el hospital donde supuestamente
atienden y cuidan de mis lesiones, la jefa de las enfermeras es mi suegra.
32
LAS BEATAS
entre sus congéneres del poblado. Tan odiado era, que en infinidad de ocasiones se
escuchaban gritos de la turba, desde varios rincones, a los costados de las calles
mientras él las transitaba, como “so-malvado”, “so-tramposo”, “so-penco”, “so-
rrino”, “so-rete” “so-Crates”
Vale la pena aclarar que su apellido Crates, deriva del francés: Cretin, que
proviene a su vez de lenguas semíticas, mucho más antiguas como el arameo, donde
se mencionaba el “Cretisnis” y que significa Cretino. En los anales de la historia (y
en la parte delantera también) Cretino significaba “imbécil”, pero con la lógica
deformación a través del tiempo, finalmente adaptó su concepto al de cruel, nefasto,
sin escrúpulos, pérfido, perverso, ruin, vil, malicioso, maligno, malo, bellaco,
depravado, indigno, infame, execrable y un verdadero hijo de re mil... apelativos.
Tanto le gritaban aquellos epítetos, -y sobre todo ése último de So-Crates, por su
significado-, que comenzó a hacerse conocido de esa manera. Y quién sino, con
semejante apellido (Por lo de Crates), fué el fundador del prostíbulo, que muchos
años después se convertiría en el Convento de Clausura de las Beatas de los
Prostíbulus Promiscus di Gambis Aperturis, que diera origen a su afamado
vademécum y que en un principio intentó ser un opúsculo. No le resultó el “opús”,
pero sí, todo le salió como el resto.
Dicho libro de Socrates, luego de ser publicado, no solo no le interesó a nadie,
sino que además fue prohibido por el entonces Papa Pío II (Pío dos) que por ser Dos,
fue popularmente conocido por Pío-Pío.
Desde niño, su familia lo llamaba por su sobrenombre “Chichi”, por esta
razón, cuando fue designado Sumo Pontífice, le decían “el Chichi-Pío”.
Popularmente se cree que Papa, es un acrónimo del latín “Petri Apostoli Potestatem
Accipiens”: “el que sucede al apóstol Pedro”. Sin embargo, en el latín clásico
significaba tutor o padre. Dicho término proviene a su vez del griego (pappas), que
significa padre o papá, término usado desde el siglo III para referirse a los obispos en
el Asia Menor, y desde el siglo XI, exclusivo del Romano Pontífice.
Pío II hizo honor a su nombre y tuvo dos hijos antes de ser el sucesor de los
dos Pedros. El primer Pedro, era el anterior marido de su mujer, y el segundo Pedro
se refiere al sucesor de Cristo.
Tuvo un breve papado de 6 años hasta su deceso, donde según cuentan, murió
como un pajarito. A partir de su muerte, por la que obviamente dejó de ser Papa, fue
que se instituyó el conocido modismo de “Ex-pió”.
Tal vez por ello, posiblemente también por la mala fortuna de Socrates o
quizás porque el libro era una verdadera porquería, lo cierto es que de aquel texto
nadie se acordó por mucho tiempo, y quedó abandonado en un rincón del Convento
de Clausura de las Beatas Descal... buéh, ya saben, ese. Hasta que un día, a un
turista, que a principios de siglo visitaba sus instalaciones en grupo durante una visita
guiada, le llamó la atención en un oscuro rincón, una pequeña portezuela de hierro
fundido, la cual notoriamente, no había sido abierta por siglos. Se propuso abrirla, y
con gran esfuerzo, cuando lo logró, encontró el mentado libro, que hoy se guarda
como una de las más importantes reliquias, en la bóveda central del Conv... buéh, en
el lugar en cuestión.
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Primera Oda:
las borlas, con respeto, admiración y hasta con una irrefrenable pasión proveniente de
un deseo casi incontrolable por tocarlas.
El cura sabía de la debilidad que Dera tenía por acariciar sus borlas y como
buen cura, compasivo y comprensivo, no la reprimía, sino todo lo contrario. Ella
entonces se acercaba para saludarlo, con su vista clavada en las borlas colgantes
diciendo: “Padre Franciscano” y él le respondía que una frase, cuya metafórica y sutil
poética llegó a atravesar los límites del tiempo: “Agarrámelas con la mano”.
Segunda Oda:
A raíz de su notoria dificultad auditiva, Sor Dera tenía una forma muy
particular de hablar. Narra Socrates en su obra, que no era agradable su timbre de
voz -chillón, desafinado y sin armonía alguna-. Y algo similar ocurría también con la
Sor Dera. Los decibeles sonoros que ella emitía, solían ir de un extremo del
pentagrama musical al otro, de forma repentina, desagradando sin excepción a quien
la escuchase. Para colmo de males, la Sor Dera estaba harta del silencio,
transformándose en una apasionada de las charlas, y más aún de los monólogos, ya
que por su condición, le costaba mucho responder a lo que no escuchaba, lo que
lograba destrozar por completo la paciencia hasta de las más beatas.
Tan sólo se podía disfrutar de su silencio en dos precisos momentos: mientras
dormía -siempre y cuando no sufriese de pesadillas- y cuando se ensimismaba con
inusitada pasión, en chupar naranjas. Tal era la devoción que demostraba al sorber
aquellas jugosas frutas hasta la última gota, que cuando intentaba una pausa en su
cometido como para comentar algo, todas las beatas le gritaban una de las frases más
conocidas de nuestra época: “Callate y seguí chupando!”
Decimotercera Oda:
Vigésimasexta Oda:
porongos, para suavizar sus gargantas. Aparentemente, había algunas que sufrían de
laringitis crónica, porque se pasaban la tarde completa con el porongo en las mano.
Todo resultaba suave y armonioso y eran un verdadero goce de placer esas
tardes rodeadas de porongos y salmos, hasta que ingresó al Conv... allí, una nueva
beata llamada Tea, (cuya etimología proviene de “Teo” que se emparenta con Dios.
De allí las palabras “Teo-logía”, “Teo-crático”, Teo-sofía”, “Teo-rdena”,”Teo-
caciona”, “Teo-rina”, etc.) y apellidada Lapepa. Ya desde el primer dia sufrió fuertes
encontronazos con algunas de las beatas, debido a su carácter extremadamente
antojadizo, autoritario e inconstante. Socrates la menciona en reiteradas
oportunidades, como Sor Tea Lapepa, y relata que cuando intentaron acoplarla al
grupo de los salmos, comenzaron los problemas.
El primer día, Sor Tea Lapepa protestó porque al ser muy grande el porongo, -
tenía que compartirlo con otras beatas, lo que le imposibilitaba disfrutar hasta el final
de la sorbida. Al otro día, también elevó su voz de reclamo, porque le habían dado
uno demasiado pequeño y apenas si podía disfrutar del blanquecino líquido. Al tercer
día, se quejó de que su leche tibia ya estaba fria, al cuarto que estaba muy caliente y
así sucesivamente.
Lo cierto es que según el autor, allí nació la vieja frase que resume la
inconformidad de las mujeres: “No hay porongo que le venga bien”
Trigésimoctava Oda:
comprare camone per la nena”. De allí, que a las palabras que resultan de la mezcla
del castellano y el italiano, Socrates las denominó “Cocoliche”.
Describe él (Socrates, no el tano) al respecto, que desde el Convento de Clau...
ese, a lo lejos, apenas si se divisaba una extensa loma, con una gran huerta en su parte
más elevada, colmada de hortalizas, a las cuales evidentemente, se les prodigaba un
cuidado muy especial. Era una huerta increíble, que a pesar del paso de los años, se
mantuvo intacta hasta nuestros días.
A fines del siglo pasado, llegó alguien al gobierno que quiso expropiar aquellos
preciados terrenos de la loma, pero el clamor popular logró que se firmase un
acuerdo, en el que constaba que en ese predio, nunca se abandonarían las plantas. El
político firmó el acuerdo y pocos meses después, instaló allí una planta industrial y
dos plantas automotrices, más gran cantidad de viviendas de tres plantas. Allí se
acuñó la famosa frase española, que el político le dijo luego a los ciudadanos: “A
tomar por culo”, mientras les hacía el famoso gesto del “corte de mangas”
En la época medieval, eran muy comunes las competencias entre los granjeros,
auspiciadas y promovidas por los señores feudales, y que consistían, una vez al año,
en reunirse para ver quién había sido capaz de cosechar las hortalizas más grandes.
Las huertas entonces, veían acrecentadas sus febriles actividades sin pausa,
durante casi todo el día, en pos de conseguir el reconocimiento y la admiración
general, más el premio principal.
Los competidores, se afanaban en mejorar sus abonos para la tierra y
conseguir así mejores resultados, además de, por las noches, afanarse también los
abonos.
Así pues, cuando llegaba el momento de los concursos, solían verse como
moneda corriente que no llamaba demasiado la atención, ramilletes de perejil del
tamaño de un arbusto silvestre, tomates con las dimensiones de un zapallo, duraznos
casi tan grandes como las asentaderas de la gorda de la posada, berenjenas que
parecían un gato negro dormido, etc, etc. y los ganadores, recibirían el peso de su
mejor hortaliza en monedas de oro, entregado en persona por el Duque en una
emotiva ceremonia.
El tano Coco-Liche, no sabía mucho del idioma, pero era un gran conocedor
de las técnicas para cosechar las hortalizas más grandes, además de ser, por las
noches, unos de los que más se afanaba.
Entre las tantas palabas que el Coco-Liche mezclaba en su particular idioma
cotidiano, la que más gracia causaba a sus interlocutores, era cuando se refería a su
huerto. La palabra “hortaliza” pertenece en su raíz a “huerto” y ésta a su vez, en
italiano se dice “orto”. Contaban las malas lenguas, que el tano Coco-Liche, fue el
indiscutible triunfador de aquella competencia, porque para no ser espiado y
mantener en secreto sus técnicas de cultivo, rodeó su huerta con largas franjas de
telas que impedían la visión. Así entonces, nadie pudo ver, ni espiar, ni copiar nada
de lo que él hacía en su terreno, ni cuales eran sus secretos.
Decían que ganó, porque supo “cerrar el orto”.
Trigésimanovena Oda:
40
Cuatrigésimasegunda Oda:
La parte final del extenso relato de cuatro hojas casi completas de Socrates,
finaliza con uno de las historias más jugosas -por graficarla de alguna manera-, ya
que sin duda marcó un camino literario, (aunque literalmente también lo hizo, sobre
todo el último por el que ella transitó. Huellas que aún pueden verse casi talladas en
las piedras que conforman el piso).
Una de las que más tardó en incorporarse al Convento de Clausura de las
Beatas Descalzas de los Prostíbulus Promiscus di Gambis Aperturis, fué Ethel.
Sobre ella se podría decir que era una mujer sin suerte, si las hay. Desde muy
pequeña sufrió de problemas intestinales e incontinencia rectal (en realidad la
denominación exacta es “incontinencia fecal”, pero Socrates decía que no le gustaba
usar esa palabra, porque sonaba para la mierda) por lo que su vida fue un verdadero
martirio. Nunca pudo mantener una relación amorosa más de cuatro días por sus
constantes diarreas en los momentos más románticos.
Socrates decía que su vida era una verdadera cagada, y con sobrada razón. Ese
fue el gran motivo que finalmente la decidió a ingresar al Conv... lugar, para de una
vez por todas, purgar sus culpas. Y un día, las purgó por completo.
En realidad fue una noche. La beata María Prendida viuda de Evaristo Ponce
de León, conde de las comarcas de Hermosilla y Madrugada, más conocida por la
Sor Prendida de Madrugada, equivocó la receta del guiso y en lugar de agregar los
condimentos adecuados, volcó el contenido de un muy potente laxante a base de
hierbas silvestres, que se encontraba en el mismo estante.
A raíz de su constante padecimiento, Sor Ethel tenía casi por obligación
consumir muchos alimentos, ya que la gran mayoría de ellos, no serían asimilados a
su cuerpo. Por otra parte también, amaba los guisos y justamente esa noche, a
diferencia de las demás beatas que apenas lo probaron, se comió dos platos.
Sor Ethel nunca hizo tanto honor a su nombre como aquella vez. Esa noche
fue la última vez que la vieron, cuando pasó a una velocidad de ciento veinte
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kilómetros por hora, para no volver jamás, lo que la catapultó al podio de la fama, por
aquel comentario expresado por las beatas:
-“Se fue cagando”.-
Epílogo:
ROMERO Y JULIANA
(La sangrienta tragedia de los amantes de verano)
Hubo dos familias muy notorias en el renacimiento, que con sus altanerías,
soberbia, peleas, enfrentamientos y tragedias, marcaron para siempre la historia de la
comarca: los Copuletti y los Montados.
-Los Copuletti son ricos, muy ricos- dijo un jíbaro luego de fagocitarse a uno
de ellos que se había perdido en el bosque. Pero además eran poseedores de una
inmensa fortuna (los Copuletti, no los jíbaros) que los convertían prácticamente en
dueños de todo cuanto allí había.
Casi tanta como su riqueza, era también la soberbia que ostentaban por tal
situación, por lo que generalmente menospreciaban al resto de los pobladores,
generándose así un recelo difícil de disimular.
Los Montados por su parte, eran una familia humilde, que siempre supo
ganarse el pan con el sudor de su frente, y de otras partes también. Pero por ser
modestos trabajadores, jamás tuvieron posesiones ni riquezas de ningún tipo.
Ninguna persona de esa familia nunca fue rica. Tanto así, que ni siquiera las comidas
que preparaban obtenían ese calificativo.
Durante décadas, los Montados fueron vituperados, avasallados, reprendidos,
execrados, aborrecidos, abominados, y hasta violados sistemáticamente por la familia
de los Copuletti, sus archienemigos más feroces del condado. Es decir, los Montados
eran ídem por los Copuletti.
Cuando algunos años después, los primeros (Los ídem) lograron tener una
mejor posición (y se irguieron un poco, ya que los dolores de espalda los estaban
matando), comenzaron a enfrentarlos sin amilanarse por la historia que los signaba
como sumisos perdedores, y los combatieron de igual a igual en cada pelea callejera
que se producía, dando origen así por primera vez al conocido “Interruptus-
Copuletti”, hecho determinante, inequívoco y absolutamente preciso, que suele
denotar un momento y una situación concreta, y que se ha trasladado hasta nuestros
días, bajo el nombre de “Quién es el imbécil que toca el timbre justo ahora????”
El joven más joven de los jóvenes de los Montados, era conocido por su gran
cantidad de cualidades y talentos congénitos, los que obviamente había perdido al
momento de nacer.
Era más conocido por su seudónimo de “Romero infectado” que por su propio
nombre, ya que según decían las malas lenguas (las que lo habían probado y ponían
cara de asco), no servía ni para condimento.
Por su parte en la familia de los Copuletti, la adolescencia se expresaba ya en la
vida de Juliana, la hija menor del padre de todas las hermanas y sobrina de todas las
hermanas del padre de todas las hermanas de Juliana, que a su vez era las sobrinas de
todas las hijas de... Buéh, en fin... pertenecían a varios árboles genealógicos, llenos de
mujeres que ya habían sido desflorados (los árboles).
43
Pero no se lanzó tan bien como debía, ya que comprendió un poco tarde que no
era beneficioso para aventuras como esas, usar armaduras tan engorrosas para
moverse, y por otra parte, el techo de la casa contigua donde habitaba Juliana, tenía
un metro más de distancia del que había calculado para saltar hasta su alcoba.
Cuando llegó abajo, sintió la decepción del fallo, la angustia del revés, la
frustración del fracaso y el tremendo golpe contra el piso. De su plateada y reluciente
armadura no quedó mucho. Apenas si la parte que le cubría los codos, las rodillas y
la pelvis, diseño que mucho tiempo después sería copiado por los amantes del skate,
salvo la parte que le cubría la pelvis. Ese fue el comienzo del conocido calzoncillo de
lata.
Según dice la sabiduría popular, siempre hay algo que tira más que un carro de
bueyes, así que maltrecho (y mal hecho) como estaba, se volvió a levantar e intentó
trepar por las paredes de la casa.
Cuando estaba casi alcanzando su objetivo, un ladrillo flojo en una de las
cornisas, fue arrancado sin querer con su bota, y así perdió el pie, el equilibrio, el
soporte y casi hasta la vida por el nuevo golpe contra el piso.
En el momento que Juliana escuchó este segundo golpe reaccionó
inmediatamente, ya que no lo había hecho en el primero de los estruendos, porque se
había mezclado con el ruido de las cacerolas que siempre se le caían al ama de llaves
en la cocina. Se asomó entonces al famoso balcón que luego la historia se encargaría
de bautizar como “17 de octubre”, y desde allí se dirigió dulcemente a su amado que
yacía algo sangrante en el piso
-¿Sos estúpido o te hacés? Mi papá salió y la puerta está abierta! ¡¿Porqué no
subís por la escalera, imbécil?!
El joven Romero, aún con una leve hemorragia y cojo, se levantó presuroso,
detuvo la primera y se fue en busca de la segunda.
El entorno estaba servido como en bandeja de plata. El Padre como quedaba
claro no se encontraba en la casa. Había ido a visitar a las monjas de clausura del
convento, las cuales agradecían más que gustosas tal cortesía, agasajando al invitado
con todo tipo de dulces y néctares que solían producir con sus propias manos. Y
Copuletti amaba todo lo que ellas hacían con sus manos.
Por su parte, en la casa, el ama de llaves estaba muy ocupada con los ruidos de
sus cacharros recogiéndolos agachada, y los jóvenes amantes de verano algo
parecido, por los ruidos que hacían el cinturón de ella y el canzolcillo de él...
incluyendo la misma posición del ama de llaves. Se podría decir que todo estaba
servido a pedir de boca... Sobre todo por la incomodidad de tanta chatarra en los
lugares claves.
Pero todo cuento rosado, se puede transformar en tragedia de rojo intenso,
color sangre.
El Padre de los Copuletti, luego de haber saboreado los néctares de las monjas,
y recién después de haber acabado su visita al convento, volvió raudamente a su casa.
Cuando llegó, le llamaron la atención las dos huellas de sangre encontradas en el piso
que lo conducían hasta la alcoba de su hija, la del muchacho por sus heridas y la de
ella con su período.
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Temió lo peor (que su hija hubiese perdido la virginidad con un amante furtivo
y plebeyo), pero lo desesperó aún más el ama de llaves, que llorando en la puerta de
la alcoba le confesó que quién se encontraba adentro con la niña, era uno de los
Montados.
Copulleti se llenó de cólera, tifus, fiebre amarilla, roja y hasta la intestinal. La
hipertermia aumentó en forma desproporcionada y tal calentura, lo llevó a buscar un
lugar más fresco, es decir, tal enfado lo sacó fuera de sí y lo entró a la habitación.
El panorama que descubrió al abrir la puerta de aquella habitación, fue tan
indescriptible como absolutamente desolador... ya que allí no había nadie.
Se dirigió entonces a la alcoba interna, donde se encontraba la cama de su hija
y los supuestos amantes, y cuando ingresó en ella, la tragedia se descubrió ante sus
ojos brutal y cruel, mientras su alma se desgarraba en pedazos.
Allí se encontraban retorcidos entre las sábanas, empapados en sangre, los
jóvenes amantes de verano. Ella con una tenue sonrisa dibujada en su rostro, casi
ahorcada con el canzolcillo de lata en su cuello, y él, decapitado a medias, o
convertido a otra religión.
El padre no supo ni pudo aguantar tanta angustia y dolor, y salió corriendo
nuevamente hacia el convento en busca del consuelo de las monjas.
Los amantes de verano, al escuchar los gritos desconsolados del padre que se alejaba,
abrieron sus ojos aún extenuados. No habían muerto. Tan solo estaban ya exhaustos
de tanta pasión. Se sonrieron mutuamente y sin importarles las manchas de sangre
que aún los cubrían, volvieron a prodigarse caricias con la misma vehemencia.
Todos recuerdan aún hasta hoy, las románticas palabras de Romero, en medio
de aquella inolvidable pasión que los envolvía, vertidas sobre ese mismo lecho
empapado de sudor y sangre: “Tan solo tres cosas se necesitan en la vida: Fe,
esperanza y amor... Si no tienes Fe, yo te la doy. Si no tienes esperanza, yo te la
entrego. Y si no tienes amor... yo te lo hago!!!”
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A través de lo largo de la historia y sobre todo desde que han comenzado los
experimentos espaciales, ha formado parte de uno de los anhelos más ambiciosos de
los científicos, el construir una gran nave espacial, despegar con todas las ilusiones y
conquistar el espacio.
Recién en el año 2069 se logró finalmente el cometido... de construir la nave y
despegar con todas las ilusiones. Lo de la conquista, calculan que llevará un poco
más de tiempo, así que por ahora empezaban solo con la Vía Láctea.
Como de costumbre, en éstos hechos que se antojan históricos, atraídos por esa
misma Vía Láctea, fueron muchos los que se postularon para ponerse al frente de la
aventura, y otros prefirieron hacerlo por detrás.
Finalmente fue designado a cargo de la expedición el comandante Kirsch, más
conocido por “aguardiente de cerezas silvestres”.
Kirsch antes de dedicarse a la astronomía, era un hombre entregado por
completo a la vida libertina y desprejuiciada, en la que cada día frecuentaba bares de
mala fama, y mujeres con aún peores. Desde la mañana hasta la noche, vivía tan sólo
rodeado de alcohol, humo y mujeres.
Un día decidió abandonar todo aquello y casarse. Fue recién entonces cuando
su vida cambió de forma radical y se volvió absolutamente aburrida.
Unos cuantos años de casados después, cuando descubrió el verdadero sentido
del matrimonio (que era en sentido contrario al que había imaginado) se alistó como
astronauta voluntario, y así tener la excusa del trabajo para alejarse de su mujer por
un tiempo.
Pero ella, fiel a su juramento de casada (“Te seguiré hasta el fin del universo”)
y un poco además por celos, en secreto también se anotó para el mismo viaje como
voluntaria. No se imaginan la cara de felicidad del capitán cuando escuchó la noticia
de la propia boca de su esposa. Dos años en el espacio, con su mujer al lado las 24
horas del día.
Su lugarteniente era el señor Spot, llamado así por haber protagonizado
distintos comerciales sobre quita-ceras de oídos. El resto de la tripulación estaba
compuesta por el médico de a bordo Elton Tito, Elvis Nieto como el supervisor de
botones y sistemas, Cindy Entes como la asistente técnica, Nicolás Keroso como el
encargado del servicio higiénico, Francisco Milón (un sicólogo travesti llevado para
ayudar de los dos lados de las controversias), la ex-modelo gallega Lucila Tanga, la
esposa del capitán Kirsch, Olga Seosa, Rubén Fermizo (que nadie sabía qué hacía,
pero allí estaba), Elmer Kado como el encargado del puente de mando, para subirlo y
bajarlo y así pasar hacia los comedores, otros diez colaboradores más y unos ochenta
extras que hacían de soldados.
Para la noche del cinco de enero del sesenta y nueve, había sido dispuesta la
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partida de la nave hacia el universo. Desde la base de las plataformas comenzó a salir
un espeso humo negro, por lo que los científicos le solicitaron a Olga Seosa que se
quite semejantes zapatones, moda que hasta ese entonces aún estaba vigente, gracias
a las mujeres de baja estatura.
Los tripulantes entonces, se despidieron de sus familiares y amigos, vistieron
sus mejores trajes espaciales, se colocaron sus escafandras y se dispusieron a partir,
pero todos sin excepción dejaron sus zapatos afuera de la nave al lado de baldes con
agua y pasto, por si llegaban los reyes magos.
Se sentaron en los controles de mando, miraron los tableros llenos de botones y luces
de colores, y de pronto sintieron que aquella ansiedad se agigantaba aún más.
No sabían a lo que se estaban enfrentando ya que ninguno había hecho el curso
y no tenían idea qué hacer con tantos botones. Habían sido elegidos entre muchos
delincuentes que debían sacarse de encima y según el sorteo les tocó a ellos. Pero el
piloto automático todo lo puede. Cada uno se puso el suyo por si se largaba el
chaparrón, y se prepararon para lanzarse a la aventura.
Los asientos de la nave eran anatómicos y adaptables a los cuerpos de sus
ocupantes, por eso era tan importante quitarse primero el traje especial. No todos
entendieron la orden como tal y fue así que Lucila Tanga se quitó casi todo, quedando
tan solo con una diminuta bikini blanca de encaje y sin corpiño. Elvis Nieto recibió
un sopapo de su parte, luego de escuchar la orden del capitán de comenzar a apretar
los botones.
Cuando llegó el momento del despegue sufrieron instantes de mucha angustia
ya que por culpa de ella, casi nadie podía mirar el tablero de mando y presionar los
interruptores adecuados, pero por fortuna para la expedición, estaba allí Francisco
Milón a quien dicha situación no lo conmovió en absoluto debido a su condición
de… sicólogo.
También tuvo su inconveniente el médico de a bordo, ya que si bien se quitó su
traje espacial para sentarse, Elton Tito olvidó hacer lo mismo con su escafandra, por
lo que tuvo que viajar varias horas con ella puesta. No hubiese resultado un
inconveniente de no haber sido por el resfrío que lo aquejaba y esa molesta comezón
en la nariz. Nadie podía sostener una conversación seria con Elton Tito sin tentarse
de la risa ante las monigoteadas que hacía por aquella intensa picazón.
Cuatro son las grandes zonas que abarca la atmósfera terrestre. La Troposfera
alcanza desde la superficie de la tierra hasta 20 kilómetros de altura. A partir de allí
se encuentra la Estratosfera -que llega luego a su vez hasta los 50 kilómetros-, y
hasta allí el viaje no presentó mayores inconvenientes.
Desde la zona de la Mesosfera que se extiende entre los 50 y 80 km de altura,
la cosa cambió un poco ya que al escuchar que la temperatura en el exterior era de -
80 grados bajo cero, Elmer Kado tuvo un enfrentamiento con el supervisor de
escotillas que casi llegó a las manos. Elmer quería sacar una botellitas de champán
unos segundos para que se enfríen, pero el supervisor se lo prohibió.
En la cuarta sección de la atmósfera, la Termosfera (que es la zona de tránsito
entre la atmósfera y el espacio interplanetario) comenzaron los verdaderos problemas,
cuando el capitán Kirsch tuvo necesidad de ir al baño.
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-¡¡¡¡Go home!!!!!-
-¿Y usted, capitán?- preguntó inocentemente Elton Tito
-Yo me quedaré aquí para hacerme cargo de la Vía Láctea.-
-¡¡¡Pero va a ser el único hombre!!! ¡¡¡Lo van a consumir!!!-
El capitán pensó un instante en su esposa, miró a las muchachas en un costado,
y con una cómplice sonrisa les volvió a señalar el punto en el cielo diciendo.
-¡¡Go home!!- y se fué otra vez a besar a la muchacha.
A aquellos viajantes del espacio no les quedó ninguna duda que para el capitán,
aquel 69 sería absolutamente inolvidable.
Finalmente los tripulantes volvieron a la nave y despegaron rumbo a la tierra
sin el capitán. Lo que no se habían dado cuenta, es que Olga Seosa la esposa de
Kirsch, justo había ido a hacer pis entre unos arbustos cuando la nave despegó, por lo
que también se quedó allí en Y/O GUR, cumpliendo su promesa matrimonial:
“siguiendo a su esposo hasta el fin del universo”.
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miraba expectante.
Sin embargo no fue lo peor. Cuando pudo observar de reojo a su izquierda, vio
a otra leona en igual posición. Y eso tampoco fue lo peor... Sobre sus pies, una a cada
costado, otras dos leonas más con babeante agitación, que también acechaban
amenazantes.
De todas formas y pese a la peligrosidad del momento, lo que más llamó la
atención al Marqués, fue que sin conocer las verdaderas intenciones de los felinos,
logró conjeturarlas, al divisar a una de ellas con guantes de cocina y un gorro de chef.
Se dio cuenta que al mínimo movimiento que hiciese ante aquellos colmillos,
sería despedazado sin piedad, como churrasco de vagabundo, así que prefirió la
inmovilidad y rezar en silencio.
Pero lo peor aún estaba por llegar. Y venía llegando.
El Gran León Rosado se acercaba muy cansinamente, enorme, feroz e
intimidante, de frente a él. Se detuvo justo en medio de sus piernas abiertas y
comenzó a olfatearle la viscosidad. El Marqués se encomendó una vez más al Señor,
pidiéndole dos milagros: si el león lo mordía, al menos no perdiese la vida y luego
poder llamarse “María”, y por las dudas, si el mordisco del animal no resultase muy
grande, también se encomendó al rabino por una posible conversión.
Lo cierto es que el animal lo olfateaba sosegada y parsimoniosamente, y
cuando abrió sus fauces y pareció que ya se lo iba a deglutir, comenzó a lamerlo lenta
y pausadamente, una y otra vez sin interrupción, pero con una satisfacción poca veces
vista... La del Marqués.
Todo tiene una explicación (decía una vieja que tomaba mate en un plato). Las
leonas sabían por propio instinto, que aquella viscosidad, cuando se mezclaba con
ciertos efluvios sexuales masculinos de los humanos, producían una sustancia que a
su vez a los leones les resultaba altamente afrodisíaca, por lo que quedaba
demostrado que las leonas no eran ningunas estúpidas, ya que después de un buen
rato de las mencionadas lamidas, quedaba tan excitado (El león… Y el Marqués
también) que luego las servía a todas y varias veces al día. (El león... Y el Marqués
también)
Sin duda alguna que aquella fue toda una revelación de la divina naturaleza. El
Marqués quedó maravillado por tantos secretos que guardaba (la naturaleza) y que de
a poco fue descubriendo en el interior del Amazonas junto a los Comechipotes. El
fruto secreto, su extraña viscosidad, la aspereza de la lengua del Gran León Rosado,
el verdadero origen de “La lambada”, etc. etc.
Pero más maravilladas estaban las leonas con é, quienes últimamente lo
recibían con una verdadera fiesta y moviendo la cola, ya que al menos una vez a la
semana, el Marqués se embadurnaba con la viscosidad y se iba a la montaña para
ayudar a excitar al Gran León Rosado.
Luego de muchos años, el Marqués volvió a su tierra natal y se hizo millonario
comercializando el chipote en todas sus formas, mermeladas, aceites, al natural,
enlatado, en fruterías, mercados, centros comerciales... y algunos sex shops.
Después de muerto, su ex mujer (que fue quién finalmente heredó su fortuna ya
que nunca se habían divorciado), le dedicó en la misma entrada de su fábrica, una
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A pesar de todo, ella logró fama y fortuna en muy poco tiempo. Y no fue
precisamente por dedicarse a Lope y Ulises.
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Corrían los años 20 y con desesperación para todos lados, porque la ley seca
los tenía secos a todos.
La prohibición de vender, comprar, importar, exportar, embotellar y fabricar
alcohol era tan exigente que lo único que se podía hacer era beberlo, pero se hacía
difícil porque no había quien lo produzca, lo importe, lo venda o lo esconda
siquiera... y ahí fue donde apareció el famoso mercado negro, llamado así porque era
tan oscuro que nadie veía lo que compraba.
Allí mismo en ese mercado negro, tuvo su origen el famoso “estudio de
mercado” que en esa época se hacía al tanteo. Los puestos de aquel lúgubre lugar,
estaban exclusivamente atendido por oriundos del Bronx, en la absoluta oscuridad de
la noche, y fue precisamente allí en donde a alguien se le encendió la lamparita y
comenzó a fabricar y vender alcohol de contrabando.
Luego otro, al ver las ganancias que esto reportaba, lo imitó y luego otro y otro,
hasta que apareció El Capote, más conocido como “El ahijado”, ya que su padrino era
amigo de una familia con gran influencia en el mercado negro, y eran precisamente
los que vendían las linternas.
La suya era una historia verdaderamente triste. Apenas recién nacido, fue
abandonado sin reparos ni miramientos, sin escrúpulos ni vergüenza, y sin bolsa de
residuos en un contenedor de basura. Un ebrio vagabundo lo encontró apenas
envuelto en un papel de diarios, lo desenvolvió y luego de tirarlo a la basura, se lo
puso bajo el brazo y se fue con el diario a seguir su recorrido.
El llanto del bebé nuevamente en el contenedor llamó la atención de una gata
que husmeaba por los alrededores y sus maullidos despertaron la curiosidad de otros
gatos que también maullaron, y éstos sobre todo, despertaron a varios vecinos que
estaban durmiendo y que se acercaron también al contenedor.
Todos miraban intrigados y se preguntaban indignados quien podría haber
hecho semejante acto deshumanizado, vergonzante y despiadado, pero hasta que llegó
el juez de turno, nadie lo sacaba de allí porque les daba asco ese bebé tan maloliente,
sucio y manchado de sangre como estaba. Y quizás aquel hecho con el vagabundo,
sería el estigma que marcaría su vida como criminal: siempre le gustaba aparecer en
el diario.
Se podría decir que El Ahijado comenzó su carrera delictiva a los cinco años,
cuando un tío borracho de su familia adoptiva, le quiso demostrar lo que era una
familia de acogida. En aquel preciso instante, le robó el biberón con leche a su
hermano menor y se lo partió en la cabeza al tío, salpicándose también él con la leche
caliente. Mientras el tío todavía estaba inconsciente, el pequeño Ahijado dibujó una
vaca en un papel y se lo pegó en la frente al yacente borracho. Luego tomó el
revólver de su padre y lo mató de un certero balazo.
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aseguró que podría afeitarse con su navaja andando a caballo. Afortunadamente dos
días después lograron detenerle la hemorragia.
Sin embargo, y a pesar del peligro que corrió su vida, aquel desdichado hecho
no lo detuvo ni lo inquietó en lo más mínimo, por lo que continuó afeitándose sobre
el caballo.
Su primo, obviamente también perteneciente a la familia, lo acompañaba en
sus fechorías y apuestas pero a diferencia del Caratajeada, como buen amante de las
apuestas y el juego, era también amante de todos los placeres terrenales, y en especial
de las mujeres. Tanto que su fama corrió como reguero de pólvora y fue apodado “El
Sastre” ya que era conocida su preferencia de estar con muchas mujeres a la vez, pero
al igual que con sus caros trajes y camisas importadas de Italia, prefería que tuviesen
siempre un fino acabado a mano.
-Sobre gustos no hay nada escrito- repetían siempre él, y un Gran León Rosado
de otro cuento.
Sin embargo y pese a todos ellos, El Ahijado sentía que la banda aún no estaba
completa, así que no tuvo más remedio que contratar también un bajista y un teclado.
Por aquellos sangrientos y crueles años, en Chicago, Baltimore y Utah la
guerra entre las bandas mafiosas se había declarado implacable y feroz.
Las batallas se sucedían en Detroit, Memphis y Seatle, los asesinatos estaban a
la orden del día en Wichita y New Orleans, mientras que la Paz como siempre, seguía
en Bolivia.
El Sastre era oriundo de Chicago, Caratajeada había nacido en Baltimore y El
Ahijado era un hijo de Utah.
Juntos un día decidieron entonces robar un banco ya que se dieron cuenta que tan
sólo así lograrían entrar al imperio del hampa y llevarse el mundo por delante.
Descubrieron que entrando en ese submundo, sus vidas cambiarían radicalmente y
que tan sólo con entrar, lograrían tener la vida que se merecían.
Una tarde, luego de ser descubiertos robando ese banco -ya que cometieron el
error de poner como “campana” al mudo de la familia-, finalmente y tanto como lo
habían deseado, lograron entrar... pero a la cárcel.
Tiempo atrás El Ahijado supo enamorarse de Helen Chufe, sobre la que si bien
se quejaba, a pesar de todo él siempre le llevaba la corriente, pero finalmente ella
terminaba poniéndole los pelos de punta. Sin embargo se trataba de una preciosa y
delicada joven, cuyo padre también era de Utah, pero cuya madre era originaria de
Connecticut, por lo que ella no era tan hija de Utah como El Ahijado.
Su amiga Ana Tomía, una profesora de educación física en la universidad de
Atlanta, en Villa Crespo, era quien servía de contacto entre ellos en la cárcel y Helen
que había quedado como encargada de manejar los hilos... en la fábrica textil, donde
en sus fondos, funcionaba la guarida de los hampones.
Durante ocho meses planearon meticulosamente el escape de la cárcel hasta el
más mínimo detalle, diagramando minuciosa y escrupulosamente con la mayor
prolijidad posible, casi rondando la perfección, cada uno de los pormenores y
movimientos a llevar a cabo durante la aventura, para no encontrarse con ningún
imprevisto, sobre el que no hayan sido previamente alertados .
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Tan sólo no pudieron prever que finalmente el abogado que llevaba la causa,
logró dejarlos en libertad bajo fianza, ya que no había testigos que los inculpen.
Nadie sabe qué paso, pero misteriosamente los setenta y dos testigos de aquel
robo, habían muerto en accidentes de motos, incluyendo una viejita de noventa y
cinco años, y salvo el último, que murió de un balazo en la nuca... por no querer
subir a la moto.
En la cárcel estaban bajo presión. Luego salieron bajo fianza, durante un
tiempo se mantuvieron bajo libertad condicional y más tarde contrataron a tres
enanos como guardaespaldas, por lo que quedaba claro que siempre prefirieron
mantener un perfil bajo.
Una vez afuera, en el patio de su guarida, llegaron a la conclusión que para ser
reconocidos en el submundo, primero debían pasar los molinetes del metro y luego
realizar algún atraco que los haga famosos y respetados entre los mismos mafiosos.
Analizaron planos, mapas y todo tipo de documentación al respecto y decidieron
entonces llevar a cabo el Gran Golpe del Siglo: robarían todas las obras de arte del
Vaticano.
Cuando alguien les aclaró que la Santa Sede se encontraba en Italia, desistieron
de su intento y pensaron en algo más cercano, para no tener problemas con los
mafiosos italianos, que según habían escuchado, eran unos camorreros.
El Ahijado, colmado de entusiasmo, tomó la decisión entonces que robarían la
Reserva Federal. Todos quedaron atónitos. No sólo era el un golpe magistral del que
el mundo entero hablaría, sino que además se harían tan ricos que dominarían el país.
Los hampones estupefactos y boquiabiertos no podían creer lo que estaban
escuchando. Los gases intestinales habían vuelto a afectar a El Ahijado y todos
intentaban respirar por la boca.
El Ahijado, ajeno a todo ello y orgulloso por su idea, se recostó en su cómodo
sillón, colocó sus pies sobre el escritorio y sonrió satisfecho mientras bebía su
enésima gaseosa del día, cruel causante de sus flatulentos males.
-No va a salir nada bueno de todo ésto- recriminaba Caratajeada.
-¿Tienes miedo a un simple robo?- le contestó arrogante El Ahijado.
-Me refería a la bebida. Te produce gases- rectificó su lugarteniente.
-No hay problemas- Dijo displicente el jefe -Ultimamente no tienen olor-
La disconformidad con la opinión del jefe era notoria y absoluta. No tuvieron
más remedio que levantar el teléfono que se había caído al piso, y llamaron al médico
para que venga a curarle la sinusitis
Mientras éste llegaba, resolvieron la situación utilizando broches y comenzaron
a recabar datos y estadísticas sobre todo lo referente al robo, cuantos lingotes de oro
se encontraban en la Reserva Federal, las medidas de seguridad, cantidad de guardias
y horarios de relevos, las cajas fuertes, las bóvedas, nichos y tumbas de los que lo
habían intentado antes, etc., etc.
Mientras El Ahijado no cejaba en sus cometidos -de llevar a cabo el gran robo y de
beber gaseosas-, luego de varios días y noches de sostenido esfuerzo por no respirar
hondo, lograron planear todo cuanto debían hacer para lograr sus propósitos.
Primero, la entrada al edificio, en segundo lugar los camiones para transportar el oro,
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luego reducir a los guardias de seguridad al diez por ciento y por último pero no
menos importante, obligar al jefe a dejar aquella peligrosa bebida.
Sin duda lo más difícil fue convencerlo de esto último por el bien de la
empresa, por la supervivencia de los hombres y por el medio ambiente del que, por su
culpa, ya sólo quedaba un cuarto.
El jefe finalmente aceptó la sugerencia y dejó las botellas, pero en el asiento de
atrás del auto, y se pusieron en marcha hacia su objetivo.
Volvieron a repasar una vez más todos los elementos que necesitaban para su
cometido: ametralladoras, cargadores, revólveres, dinamita, taladros, sogas y un
corcho de champagne por si hacía falta llevar a cabo el plan “C” .
Cuanto más se acercaba El Ahijado a su objetivo, más se excitaba y cuando
más se excitaba más gaseosas tomaba. Y cuando más gaseosas tomaba, más se
excitaba y así sucesivamente.
En el momento en que detuvieron su marcha en una estación de servicio para
cargar nafta, Caratajeada y El Sastre se miraron cómplices y tomando el corcho, se
dispusieron a llevar a cabo el plan “C”.
Como no tenía cambio chico para pagar la nafta, El Ahijado prefirió matar al
empleado y subiéndose a la parte trasera del auto, ordenó ponerse en marcha.
Caratajeada y El Sastre también se sentaron en los asientos traseros, uno a cada
costado del jefe.
Viajar en esos asientos no era cómodo en absoluto, ya que los amortiguadores
de aquellos vehículos dejaban bastante que desear y con cada bache que la rueda
golpeaba el brinco era superior. Pero de todas formas el jefe lo prefería, porque allí
estaban sus amadas bebidas.
Al ver que El Ahijado bebía cada vez más, fue cuando llevaron a cabo el Plan
“C” (“C” de corcho). En uno de los saltos producido por aquellos baches, El Sastre
le golpeó la nuca al jefe con la culata de su revólver y éste se desmayó. De inmediato
Caratajeada le bajó un poco los pantalones y mientras el Sastre le sujetaba las piernas,
entró en acción el corcho, y hasta el fondo. Le volvieron a subir los pantalones y
cuando El Ahijado reaccionó, le explicaron que por el bache se había golpeado la
cabeza con el techo, por lo que el jefe nada sospechó.
De todas formas decidió cambiarse al asiento delantero, porque argumentaba
que aquellos incómodos traseros le hacían doler el ídem.
Al cabo de unos veinte minutos llegaron a destino. Sigilosamente, en la
oscuridad de la noche, bajaron de los autos, entraron al edificio contiguo y subieron
hasta la azotea. Desde allí observaron a los guardias que custodiaban ese sector.
Sabían que a cada hora se producía un cambio de guardias y ese era el preciso
instante para llegar al lugar. Esperaron pacientemente ese momento y luego desde
allí, arrojaron sogas hasta la terraza del edificio de la Reserva Federal, a modo de
lazo. Una vez sujetos a unos soportes de hierro empotrados, los tensaron y
comenzaron a pasar de un techo al otro, colgados de uno en uno.
Todos lo hacían con una gran destreza, salvo El Ahijado que notaba una cierta
pesadez estomacal por tanta gaseosa bebida que fermentaba lentamente en su interior,
y el plan “C” que también tenía en el mismo lugar.
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LA CASA EMBRUJADA
(Cuando no hay exorcismo que valga)
los pisos superiores comenzaba a hacerse notorio. Como si fuese una suave y
desafinada melodía infantil. Ni siquiera atinaba a girar su cabeza, cuando de pronto
llegó aleteando por el aire y se posó sobre su hombro la lora de su suegra. Elpidio
pegó un respingo y la arrojó de un manotazo a un costado, tirándola a la colcha de la
lora.
Se incorporó en la oscuridad de la noche, más asustado todavía. Retrocedió
unos pasos, con tan mala fortuna que sin querer le pisó la cola al gato. En el
sepulcral silencio de la noche, el estruendoso aullido del gato y el grito aterrado de
Elpidio se confundieron en uno sólo. Su corazón parecía a punto de estallar. La
presión sanguínea le había aumentado y sus manos transpiraban copiosamente.
No sabía hacia dónde mirar y ni siquiera si podía mirar, ante tanta oscuridad.
Luego de lo del gato, temía moverse para no causar más inconvenientes.
Intentaba tranquilizarse diciéndose que tan sólo se trataba de su imaginación,
pero escuchar el agua que caía copiosamente sobre el jardín le demostraban que no
era así. Algo muy extraño estaba pasando en esa casa. Indudablemente estaba
embrujada, tal cual le habían dicho sus compañeros de trabajo y cuyo comentario en
su momento no tomó en serio. Hoy ya casi a punto de llorar, se arrepentía de tal
necedad.
No sabía qué hacer. Se dijo a sí mismo que si había llegado su hora y debía
morir, lo haría luchando hasta el fin. No se entregaría con facilidad.
Comenzó a tomar tanto coraje que ya nada temía. Ni aunque el propio Lúcifer
se presentase ante él, pues sabría darle batalla. Dicho esto con bastante resquemor,
pues si había algo sobrenatural a lo que temía por encima de todas las cosas, era
justamente al Diablo, sobre todo desde que conoció a su suegra.
Cuando retrocedió bastante y tuvo a su costado la chimenea, al tanteo logró asir
un largo atizador de hierro y lo enarboló esperando el ataque del Demonio. Sabía que
el zarpazo de Satanás llegaría en cualquier momento y por cualquier lado, por lo que
debía estar muy atento.
La transpiración empapaba su cara y la desesperación y el miedo se
agigantaban. La oscuridad jugaba en su contra y repentinamente se había hecho
cómplice de Mefistófeles. Presentía que no saldría vivo de aquella batalla, pero se
juró luchar hasta el fin.
De pronto le pareció advertir a través del espejo, el refulgir de la tenue luz de
una vela que se le aproximaba muy lentamente por detrás. Evidentemente el
traicionero Belcebú planeaba atacar por la espalda. Lo dejó hacer. Que se acercase
lo más posible para luego asestarle el golpe definitivo con el atizador. El hierro casi
se le deslizaba de la mano de tanta transpiración que brotaba de ella. Lo aferraba
cada vez más firmemente mientras la luz de la vela continuaba acercándose.
Comenzó a escuchar los pasos de Satán, como si arrastrara pesadamente los
talones.
Ya desde muy pequeño, a causa de su educación y de los cuentos y leyendas
que solían contarle, había intentado descubrir las mil y una formas que podía llegar a
tener el maléfico rostro de Luzbel, pero nunca imaginó que podría llegar a ser así.
Cuando Elpidio sintió que la luz de la vela ya se había aproximado lo
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suficiente, enarbolando con toda su furia el atizador de hierro, se dio vuelta e intentó
defenderse, pero la imagen fue demasiado aterrorizadora. El contorno de pelo
renegrido sobre un rostro abominable, en cuyos ojos se reflejaba el rojizo color de la
luz de la vela, lo atemorizaron de tal forma que tan sólo atinó a salir corriendo
absolutamente desquiciado y sin rumbo fijo.
Su suegra no entendió esa reacción. Tan sólo quería preguntarle qué había
pasado con la luz de la casa, pero como siempre repetía “no había con quien hablar”.
Al otro día tuvieron que llamar a los plomeros para que arreglen el tanque de
agua del techo que se había averiado y vaciado sobre el techo de la casa provocando
una verdadera catarata sobre el jardín y la piscina.
El perro volvió a la mañana feliz y contento, y cuando pasó al lado del gato y
del almohadón tan sólo los miró con indiferencia y altanería.
El que nunca más volvió fue Elpidio Paz, porque sabía que mientras su suegra
estuviese allí, la casa seguiría embrujada.
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salir de incógnito por las noches, oculta tras una máscara de terciopelo o un antifaz de
satén, a frecuentar tabernas de mala fama, para resarcirse buscando algo más que
simples galanterías.
Aquellas reseñas periodísticas, salpicaban a casi toda la corona francesa, salvo
cuando las vasijas o recipientes anteriormente mencionados eran pateados
accidentalmente. Era entonces cuando ya salpicaban a todos.
Por aquellos días, en el pueblo no sólo no le tenían el menor aprecio a María
Antonieta, sino que además nadie la apoyaba. En cambio en palacio, era sabido y
muy comentado, que solían ser muchos los que la apoyaban.
Se la vinculaba con su cuñado (el hermano de su marido Luis) el conde de
Artois, y hasta con el conde austríaco Axel de Fersen, pero luego la historia demostró
que no fueron más que calumniosas mentiras que intentaban denigrarla, porque no
fue con él, sino con todo el resto.
Según su libro "Porquerías, báh", Iván describió en forma detallada, el
escándalo de una tarde de lujuria en el palacio de Versalles, protagonizada por María
Antonieta y el conde de Artois, con varios coprotagonistas y unos cuantos extras, que
según cuenta Iván, pudo haber sido el comienzo de la famosa revolución francesa,
con su célebre frase "Iván... a perder la cabeza"
Famosos son los perfumes franceses, cuyo origen se debió en gran medida a
que por aquella época la gente no solía bañarse más que una vez por semana o cada
quince días (en el caso de los muy pulcros y púdicos), por lo que los perfumes
resultaban absolutamente imprescindibles, para lograr subir las enormes escalinatas
de palacio por el medio de ellas, ya que intentar hacerlo detrás de alguien, resultaba
imposible por la baranda.
Esa tarde, el Conde de Artois quiso sorprender a María Antonieta con un nuevo
perfume, cuando ésta se estaba preparando para tomar su baño de inmersión, a pesar
que los médicos le habían recomendado no tomar tanto.
El conde entonces, se escondió detrás de unos largos y pesados cortinados que
colgaban desde el techo hasta el piso, como para darle la sorpresa, sin advertir que
justo en ese momento María entró a la alcoba real, intentado dar caza a una avispa
que la incomodaba en la habitación, utilizando para tal fin un gran atizador de
chimeneas, con tan mala fortuna (para el conde) que la avispa se posó justo en la
parte del cortinado que tapaba su cara.
El golpe fue seco y pesado. María Antonieta, con una sonrisa por su victoria
contra la avispa, se desvistió y tomó su baño y la sorpresa del conde quedó detrás del
pesado cortinado, postergada por un par de horas al menos.
En ese momento entró en escena (a pesar que el asistente no le hizo la seña),
uno de los sirvientes que la atendían cotidianamente, y en algunas oportunidades, más
de una vez al día, portando dos canastas, una con infinidad de pétalos de rosas y otra
con las frutas que ella prefería, como bananas, uvas, frutillas y melones.
El sirviente echó los pétalos en la enorme tina y luego le sostenía los melones
con sus manos, pero ella prefirió aceptarle sólo la banana.
Cuando la reina, de puro glotona que era, casi se estaba atragantando, ingresó
al salón el conde Axel de Austria, cuya visible indignación se tradujo casi en gritos
76
hacia el sirviente, por el mal estado de su vestuario, el cual -según sus propias
palabras- era impropio para atender a la realeza, por lo que le exigió de inmediato que
se la quitase y se vistiese con la pulcritud que correspondía.
Como el sirviente no lograba entenderlo, el mismo conde ya exasperado, se
encargó de la faena él mismo y con sus propias manos intentó desvestirlo. El
sirviente que no entendía el francés ni el austriaco, pensó que querían abusar de él y
opuso una fuerte resistencia. Comenzó casi una lucha cuerpo a cuerpo, hasta que
ambos cayeron sin querer, dentro de la enorme tina donde se encontraba María
Antonieta.
Uno de los pajes, que siempre observaba y disfrutaba a su manera de todo
cuanto ocurría en la alcoba de la emperatriz, y justo cuando estaba a punto de dar una
mano en el asunto, no tuvo más remedio que anunciar la llegada del rey, pues ya eran
más de las dieciséis.
Temiendo las posibles represalias del celoso Luis y poseídos por el pánico,
María Antonieta les indicó a Axel y al sirviente que se escondan debajo de la cama
para no ser vistos.
Cuando el rey ingresó a la alcoba, notó en el ambiente algo extraño. Una leve
agitación en la respiración de su desnuda esposa, sus melones flotando en la tina,
pétalos de rosas dispersos por la habitación en dirección a la cama y sobresaliendo
por debajo de ésta, una banana. El rey intentó tomarla, pero el grito de la emperatriz
lo detuvo.
Agotado como estaba por tanto trabajo, no tuvo ganas ni fuerzas como para
preguntar, así que se tiró en la cama, suspirando profundamente.
-Qué día difícil el de hoy- Dijo el rey en tono de angustiosa protesta -Vinieron
los caballeros pretendiendo un aumento. Luego los de la guardia real ¿Y qué me
pidieron? Un aumento. Y también los cocineros del palacio de Versalles, los
cuidadores de los carruajes reales, los pajes... Todos querían aumento. Así que como
yo siempre cumplo con los reclamos populares, no tuve más remedio que aumentarles
a todos... los impuestos!-
Así como la gran mayoría de los parisinos cobijaban en sus casas distintos tipo
de mascotas como perros, gatos, loros, etc., María Antonieta siempre tuvo una
exquisita preferencia hacia los gansos. Muchos de ellos paseaban libremente por los
jardines del palacio de Versalles, bajo la protección de la reina y alguno que otro de
vez en cuando, se infiltraba en la casa. En muchas ocasiones María Antonieta, en
lugar de pernoctar con su marido en la alcoba real, prefería esconderse en otras
habitaciones con su mascota y pasarse la noche acariciando el ganso.
De pronto se escuchó un tenue gemido.
-¿Qué fue eso?- Preguntó el rey un tanto desconfiado.
-Creo que es uno de los gansos- contestó la reina, justo cuando se volvió a
escuchar otro sospechoso sonido
-¿Y eso?-
y por debajo de la cama se escuchó la respuesta del conde
-¡Otro ganso!-
Ya no quedaban dudas. Las pruebas eras irrefutables, incontrastables,
77
EL PITHUCANTHROPUS
(El primer Homo Erectus)
Según los más afamados antropólogos que tratan los aspectos biológicos del
hombre y de su comportamiento como miembro de una sociedad, se denomina
Pithecanthropus (Del griego: hombre mono) Erectus al Homo Erectus, es decir a los
primeros hombres que ya se erguían sobre sus piernas, descendiente directo del
Homo Hábilis, a su vez llamado así por su habilidad para producir herramientas de
piedra con direrentes tipo de rocas y piedras de muchas especies, en especial el canto
rodado.
Del Erectus descendió luego el Homo Sapiens. En Kenia también se hallaron
restos del Homo Ergaster, que era el Erectus Africano, en el Cáucaso del Homo
Georgicus y hasta en Ingeniero White llegaron a encontrar a dos modistos en apuros...
En fin, aún no se entiende porqué hoy en día hay gente que le molesta tanto el tema,
cuando ya desde la prehistoria todos eran Homo.
Según los últimos hallazgos, se supone que tanto los Erectus como los Hábilis
cohabitaron en la misma región durante 500.000 años y aparentemente, la extinción
de los Hábilis se debió a los Erectus por una cuestión de obtención de recursos para la
supervivencia (“nada nuevo bajo el destellar de los astros” diría Vittorio de Lotería)
La gran antropodóloga (una antropóloga dedicada a la pedicuría) Flor D. Turra,
planteó la teoría que los Erectus podían ser descendientes de los Hábilis, como
también podían haber convivido ambas especies sin tener relación alguna entre ellos,
y hasta se podrían haber relacionado luego, teniendo relaciones de todo tipo. Es
decir, la Flor D. Turra no tenía ni la más remota idea de lo que pasó.
Sin embargo, en su afamado libro “Que se vengan los Erectus de todas partes”
ella desarrolla la teoría que el primer descendiente de la mezcla de los Erectus con los
Hábilis fue un muchacho denominado el “Pithucanthropus Erectus al Mangus” a raíz
del cual también disiente con otros científicos en la materia, ya que asegura que el
nombre se debió a la dieta que utilizaba a base de apio, trufas, maníes, nueces y
mangos que recogía a diario. Aquellos eran sus únicos alimentos por lo que se la
pasaba todo el día recogiendo en el bosque.
Entre los científicos que concordaban con Flor, se encontraba Omar Icon,
ferviente y entusiasta investigador de todo lo referente a los Homo, quien fue mucho
más profundo con el tema y con Flor, llegando incluso a escribir un libro juntos y así
relatar la vida del mencionado Pithucanthropus Erectus al Mangus, que llevó como
título “El Pithus”, denominando con ese nombre al personaje en cuestión.
Tiempo después intentaron también vender los derechos del libro en
Hollywood para la realización de una película, pero sus intentos fueron casi vanos ya
que solamente estuvo interesado un productor de cine porno, siempre y cuando
encontrasen actores dispuestos a hacer semejante porquería.
Omar y Flor no se dieron por vencidos y filmaron la película porno con ellos
mismos como protagonistas. No ganaron dinero, pero la pasaron muy bien.
80
Johnny estaba cansado de tanto cabalgar hacia el lejano oeste. Partió del este
con toda su ilusión, pero no pensó que el oeste estuviese tan lejano, así que aquella
ilusión de a poco se le fue cayendo del caballo.
En esa calurosa tarde en medio del desierto de Arizona, cuando el sol
desplomaba su sofocante furia desde lo alto, comenzó a comprender que ya no había
marcha atrás. Como si la palanca de cambios del caballo se hubiese atorado.
Aquella extensa e interminable cabalgata sería el inicio de una nueva vida,
sería el principio de nuevas experiencias y sería el comienzo de sus dolorosas
hemorroides.
Mucho recuerdan que generalmente esa enfermedad es producida por el
estreñimiento, pero para Johnny, que estuvo nueve días al galope sentado en aquella
montura de cuero prensado -tan prensado que parecía una baldosa-, nadie lo podía
contradecir.
Sin embargo no era el único inconveniente en aquella cabalgata. En la parte
delantera de la montura también se encontraba esa protuberancia llamada “el cuerno”
que muchos vaqueros usaban para atar las cuerdas y sujetar el ganado desde el
caballo. Claro está, siempre y cuando el caballo no se detuviese de golpe y lo único
que impide no caerse sea sólo ese cuerno, colocado estratégicamente... en el lugar
menos indicado. Es sin duda, uno de los mejores elementos para mantenerse en
forma. Seguramente gracias a eso uno no se cae del caballo, pero se la pasa haciendo
flexiones tres días.
Johnny Boy, más conocido por “Johnny el muchacho” o “el chico que nunca
llega”, estaba harto de su vida en el cercano este. Su relación con las chicas no
funcionaba, porque según decían, como era amante de la no violencia, no usaba la
pistola, y en aquella época eso se solía pagar caro.
También las deudas lo agobiaban. Así que tomó las pocas pertenencias que
tenía, subió a su caballo y se marchó.
Estuvo veintinueve largos y tediosos días, subido a su caballo “Manchado”,
llamado así justamente por haber estado tantos días sin bajarse de él.
Hasta que llegó a “Diver City” un pueblo perdido en el medio de Arizona -que
fue encontrado un poco antes, gracias a la gente que iba aplaudiendo por la arena del
desierto-.
Diver City debió su nombre a la variada cantidad de habitantes de todas las
etnias, que supieron llegar hasta él y poblarlo.
El alguacil del pueblo, era el pelirrojo Jack Isieran, a su vez el sherif del
distrito y el marshall del condado y Johnny comprendió tiempo después porque había
obtenido tantos cargos, cuando lo vio duchándose en el estanque del pueblo. Nadie
podía ser tan temido y respetado, porque fue justamente él, Jack Isieran el que
84
Cuando al otro día le llevó a Johnny agua para beber, quiso averiguar si el
aroma de aquel vaquero pertenecía al vaquero o a la inversa.
Se le acercó para olfatearle también su taparrabito y así quitarse la duda, pero él
temió lo peor. A medida que la Comanche Kehaymucho (no era éste el caso) se le
acercaba, el pánico se apoderaba del pobre Johnny, porque en su pueblo había
escuchado infinidad de temibles historias sobre los indios reducidores de cabezas.
Pero no podía escapar ya que estaba atado, por lo que a Kehaymucho no le costó
demasiado llegar hasta el taparrabito y comenzar a olerlo.
Se extasió por completo (la india... y también él) cuando advirtió que aquel
aroma que la trastornaba, pertenecía al vaquero (Johnny) y no al vaquero (pantalón),
y por un buen rato no pudo dejar de frotar su nariz sobre el taparrabito de Johnny,
embelesada de placer.
El muchacho no la pasaba mal tampoco, pero estas historias nunca acaban bien.
Justo en ese momento entró a la tienda, el más díscolo de la tribu, Arco Vencido
trayendo a otro prisionero recién capturado en el valle. Al descubrir a la india en esa
posición con el vaquero, la acusó de traidora, de desvelar sus secretos al enemigo y
de ingrata por no haberlo invitado a la fiesta.
La maniataron también junto a Johnny y al nuevo prisionero, a la espera de lo
que decidiese el Gran jefe. Kehaymucho comenzó a desesperarse, tironeando de un
lado a otro y tratando de inclinarse hacia un costado. Johnny pensó que estaba
intentando desatar sus ligaduras, pero en realidad lo que la comanche quería, era
acercarse al nuevo prisionero para olerlo.
Recién allí, a Johnny le pareció ver en el nuevo prisionero, una cara conocida.
Era raro porque Johnny no conocía a nadie del lejano oeste, hasta que descubrió que
se trataba ni más ni menos, aunque sí por regla de tres simple, de Peter Mita el
temible bandolero que abandonó a su mujer con la tapa del inodoro levantada.
-Mmmmgghhh Mguummmm Aghhhmmmm- Exclamó Peter como intentando
decirles algo, pero tan sólo lograba emitir ininteligibles sonidos guturales, que
ninguno lograba comprender.
Johnny entonces le hizo señas a la Comanche para que le quite la mordaza.
Kehaymucho se le acercó a Johnny y con su boca, le quitó la mordaza a él. Johnny le
explicó entonces que al que le tenían que sacar la mordaza, era a Peter, porque les
quería decir algo, pero la Comanche no hablaba su idioma, así que no lo entendió.
Johnny a punto de perder la paciencia y aún maniatado, se acercó hasta Peter que
seguía tratando de comunicar algo, y con su boca intentó correrle la mordaza del
bandolero para quitársela de la boca. Peter le guiñó un ojo, pero Johnny aún con
recelo, le quitó la mordaza y le dijo
-Ahora sí... ¿Que intentabas decirnos antes...?-
-Mmmmgghhh Mguummmm Aghhhmmmm- volvió a repetir Peter con los
mismos ininteligibles sonidos guturales
-¿¿Qué??- Insistió Johnny
-Mmmmgghhh Mguummmm Aghhhmmmm- repitió nuevamente Peter
-¡Podés hablar normalmente. Ya te saqué la mordaza!- Exclamó Johhny
comenzando a perder la paciencia
87
EL SOBRINO DE NERON
(Un romano hecho a mano o cuando vivir en Roma era un quemo)
Tomando en cuenta que era tan inútil como codicioso, Popea le sugirió
finalmente que lo único que podría hacer era regentear un lupanar (así llamaban por
entonces a los burdeles o casas de citas).
Seguidamente Popea, después de tocarle un poco la lira a Nerón, le pidió
dinero y le suministró los fondos necesarios a Marco, quien se dispuso de inmediato a
seleccionar al personal.
Durante dos semanas de arduo trabajo, tomó exámenes y pruebas a una gran
cantidad de personas que se habían presentado para el trabajo. Finalmente seleccionó
y contrató a quince de ellas: ocho mucamas encargadas de arreglar las recámaras,
cinco cocineras y dos meseras.
Fue en ese preciso momento cuando se dio cuenta que se había olvidado de las
prostitutas.
Ante la urgencia de la apertura del lupanar, Marco salió presuroso a pedirle a
los senadores sugerencias sobre algunos nombres de chicas, para convocarlas a
trabajar de inmediato. Pero fue demasiado. Cada senador le entregó una lista tan
larga, que con la décima parte de cada uno, podría abrirse otro lupanar (Cualquier
similitud con la actualidad, es absolutamente debida a la mala intención de gente sin
escrúpulos, ruines y envidiosos, que creen que nuestros honorables y reputados
senadores, -sobre todo esto último- serían capaces de estar relacionados con hechos
de semejante bajeza moral).
Marco seleccionó entonces algunas al azar y por fin abrió las puertas del lugar.
Aparentemente y según los resultados obtenidos, la selección realizada no fue lo
suficientemente profunda y aclaratoria sobre los requisitos a cumplir ya que el mismo
día de la apertura, uno de los clientes solicitó servicio completo y las chicas le
hicieron las manos, los pies, rulos, permanente, coloración, reflejos, limpieza facial y
hasta cavado profundo, pero de lo que vino a buscar, ni noticias.
El pobre cliente salió más excitado de lo que entró, pero hecho una pinturita.
Nada sorprendía en la época del imperio romano. Si bien el emperador Augusto
-quien fue el primer emperador romano y no su antecesor Julio César, como muchos
creen-, implementó leyes muy duras con respecto al adulterio y al estupro, sus
sucesores se encargaron de echar por tierra, por polvo y por todas partes donde
pudieron, todo lo logrado por el gran Augusto (a quien se debe el agregado del mes
de agosto, envidioso que Julio César había creado el mes de Julio en su honor).
Ya desde la época de Calígula, según cuenta gente entendida (y alguna que otra
confundida, también), éste mantenía relaciones incestuosas con sus hermanas
Agripina la Menor (futura madre de Nerón), Drusilla y Julia, además de acostarse con
su caballo Incitato, al que nombró Cónsul y Sacerdote. Aquella misma gente
entendida sobre el tema, fueron los mismos que aseguran que a Calígula, se le había
corrido una teja en la cabeza y por eso le llovía adentro, lo que le originaba ciertos
cortocircuitos.
El mismo Nerón, luego de haber matado a Popea (según dicen, sin intención),
llegó a sentirse atraído por el esclavo Esporo, cuyo físico era muy parecido al de la
difunta Popea.
91
Nerón, que lo llamaba “mi Popeíta”, quiso casarse con él, pero como los
matrimonios entre hombres estaban prohibidos en Roma, ordenó que castraran al
esclavo y le obligó a vestirse como su mujer.
Pero las excentricidades del emperador no terminaron allí, ya que Dióforo era
un esclavo liberto que le tocó -al contrario que Esporo-, ejercer el papel de hombre en
su relación con Nerón. Se escenificó la boda, en la que el emperador era el que iba
vestido con ropas de mujer, y por la noche representó la consumación del matrimonio
imitando los gemidos de cualquier esposa virgen en la noche de bodas. Sin lugar a
dudas, éste también tenía varias tejas corridas, porque además suponía que existían
esposas vírgenes, y más aún en aquella época, en donde no se podía usar la excusa
que fue andando en bicicleta.
Marco -que a su vez también sufría de algunas filtraciones- siempre se
mantuvo al margen de las tentaciones carnales de aquella casa de servicios sexuales,
por dos razones fundamentales: por un lado, para él era solo un negocio, el cual podía
saciar su sed de codicia, y por otra parte, no lo satisfacían los servicios de esos
locales, porque siempre le había gustado más el autoservicio.
De acuerdo con algunos investigadores, ello se debía más a la obsesión que
tenía con su propia concepción, ya que según cuentan, sus padres nunca tuvieron
relaciones y el embarazo se debió a un accidente fortuito con una toalla portadora del
semen que ambos usaron (la toalla... y el semen también). Por aquella razón, se lo
empezó a identificar como el primer romano hecho a mano.
En latín, lupa significaba tanto loba como ramera, por lo que el lupanar era el
lugar donde estaban las lupas.
Al carecer en aquel entonces de cuidados específicos para no concebir, algunas
de las profesionales del sexo llegaban a quedar embarazadas, por lo que luego
pasaban a ser acusadas frente a los hijos, como “la lupa que los parió”
Algunos estudiosos aseguran, que el nombre de “lupa” se debió en realidad a la
falta de autoestima de algunos clientes, que necesitaban de ese vidrio de aumento
para convencer a las doncellas de sus dotes amatorias, pero como la lupa en sí data
recién del siglo X, es obvio que esos estudiosos, reprobaron.
Otros de los inconvenientes del momento, eran las túnicas y togas que solían
vestir los clientes que frecuentaban el lugar. Algunos en el apuro por saciar sus
deseos, ni se las quitaban, por lo que en el medio del fragor del éxtasis y de los
pasionales momentos, se confundían y enredaban con las sábanas de los catres. No
era tan problemático porque los incidentes no pasaban de algún que otro muerto por
asfixia, pero sonrientes.
Hebe Vidotodo, la más alta de las lupas que allí trabajaban, poseía una altura de
dos metros con quince centímetros. Era exuberante por donde se la mire y a decir
verdad, había mucho por donde mirar, pero tenía la ventaja que mientras estaba
trabajando, con sus piernas podía hacerle masajes en la espalda al cliente de la cama
de al lado.
En el antiguo imperio, los principales estratos sociales estaban ocupados por
los Senadores, Patricios y ciudadanos.
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Cierto día llegó al lupanar un Patricio de apellido Cioso, famoso por no hacer
nada más que visitar lupanares. Su único inconveniente residía en que su altura no
pasaba de los noventa centímetros. No hubiese habido ningún inconveniente con ello
de no ser por su obsesiva inclinación al sexo oral, al cual solía entregarse en cuerpo y
alma.
Tanto se entregó con Hebe, que sin querer la mordió en sus partes íntimas, y
ésta por un acto reflejo, cerró sus piernas de golpe. Durante un tiempo nadie supo
nada del Patricio Cioso, al tiempo que llamaba la atención el repentino embarazo de
Hebe. A los pocos días, Roma se conmocionó con la noticia del parto violento de
Hebe, quién según los testigos del hecho, una vez que tropezó y cayó boca abajo,
despidió a su hijo a una velocidad de cincuenta kilómetro por hora.
Sin embargo el problema principal en el lupanar, ocurrió la noche del 19 de
julio del año 64 con una de las doncellas, Livia Nita viuda de Atriki que se había
acoplado al staff recientemente.
Un senador tartamudo no lograba expresar con claridad lo que deseaba. Otra de
las chicas, Paula Rasposa que escuchaba la conversación, le aclaró que lo que el
senador buscaba era algo que lo excite y sobre todo, que le haga algo que lo encienda.
Tanto insistió aquel senador con dicho encendido, que Livia Nita de Atriki le prendió
fuego a su túnica. Las llamas se extendieron rápidamente sobre los enormes
cortinados, porque los extinguidores de incendios no estaban cargados (es decir, los
baldes de agua estaban vacíos) y de allí a las casas vecinas y así sucesivamente por
casi toda Roma.
Tan solo se escucharon los alaridos de las chicas y los clientes que huían
desnudos y despavoridos, y al pobre tartamudo que corría con su túnica ardiendo,
mientras gritaba
-Se me quema el cu...Se me quema el cu... Se me quema el cu...!!-
Al escuchar esto Livia le dio un sopapo y el tartamudo prosiguió
-Se me quema el cu.. erpo!!!!!!- y corriendo saltó y se zambulló en un bebedero
de caballos. No llegó a quemarse seriamente, pero la depilación lograda alcanzó el
grado de cavado profundo.
Por aquella época los incendios en Roma eran muy frecuentes, pero el relatado
fue de una envergadura inusitada.
La historia se encargó de echarle la culpa a Nerón, quien según cuentan los
cronistas de la época, incendió Roma, para volver a construirla como a él le apetecía,
mientras Popea seguía tocándole la lira. Pero la verdadera culpable fue Livia, quien
por éste incidente fue rebautizada como Livia Nitadeseso.
A raíz del siniestro, las chicas se dispersaron tomando cada una su rumbo.
Algunas pocas volvieron a Alejandría, otras a Antioquía, a Cesárea, a parto natural,
una cuantas más a Herculano y Pompeya y la gran mayoría prefirieron el retorno a
San Juan y Boedo.
Según los historiadores del Papa Francisco, las que regresaron a Herculano y
Pompeya no tuvieron tanta fortuna, porque al poco tiempo el Vesubio comenzó con
sus primeros provechitos y las últimas fueron las más exitosas porque hasta ganaron
la Libertadores.
93
MISSION POSSIBLE
(Un 000 a la izquierda)
A pesar de lo que muchos creen, aún se mantiene en secreto que existen dos
clases de servicios secretos en algunos países del mundo.
Por un lado están las agencias de inteligencia del estado, que se encargan de los
trabajos de seguridad y espionaje, y por el otro los verdaderos servicios secretos a los
que la palabra resume: baños no declarados y escondidos.
Con respecto a éstos últimos, desde que fueron creados los primeros, allá por el
fondo a la izquierda hasta la actualidad, también estuvieron llenos de espías, agentes
encubiertos, espiones, voyeuristas, etc. que luego informaban o pasaban la
información a sus superiores. Es decir, alcahuetes a sueldo, siempre dispuestos a
contar su punto de vista, y -según rezaba el manual del perfecto espía de los servicios
secretos en aquellos baños escondidos- “a luchar sin descanso, para salvar al mundo
de las maldades de los malos”.
Dicho manual era seguido al pie de la letra por el agente Kevin Hoacer,
conocido como el cero, cero, cero a la izquierda, correspondiendo aquel número en
código, a la cantidad de éxitos obtenidos en su lucha contra el mal. A causa de ello,
alguien había propuesto que el código numeral también podría aplicarse en base a los
fracasos, pero el jefe se opuso terminantemente ya que a raíz del caso de Kevin, no se
aceptaban cifras mayores a seis dígitos.
Algunos de sus colegas sostenían que lo mejor que podía hacer un espía, era
espiar el manual del contraespía, para así prevenir los hechos y no verse sorprendido
por éste, pero tomando en cuenta que el propio contraespía podía estar espiando del
mismo modo el manual del recontracontraespía, esto resultaba intrascendente por lo
que había que espiar a su vez el manual de requeterecontracontraespía, y así
sucesivamente hasta lograr una biblioteca exclusivamente de espionaje, por lo que
000 finalmente no leyó nada.
Sus éxitos se los debió pura y exclusivamente a su experiencia, que como no la
tenía, tampoco triunfó en nada.
La agencia de espionaje era el servicio secreto de inteligencia del estado, pero
como 000 carecía de inteligencia, no podía pertenecer allí. Tampoco a los baños
escondidos, ya que allí también se necesitaban espías con un mínimo atisbo de
astucia para fisgonear en la vida de otros, por lo que finalmente lo asignaron al
servicio secreto público, es decir a los baños escondidos muy pocos aseados, donde
todos dejaban sus recuerdos.
Harto ya de tantas desventuras, su jefe Greoffrey Taba, lo mandó llamar. Una
vez adentro de la oficina, el jefe lo miró severamente y le dijo poniendo un
expediente sobre el escritorio
-Esta va a ser tu última oportunidad...-
Luego de una muy breve pausa, sacó un paquete de cigarrillos y lo abrió. Lo
95
miró profundamente, encendió uno y le dijo con severo tono, mientras exhalaba el
humo muy placenteramente.
-¿Sabes lo que es esto?-
-Ahá- contestó 000 seguro de sí mismo -Un cigarrillo-
-Me refiero al expediente... ¿Sabes qué contiene?-
-¿Las enfermedades que trae el tabaco?- preguntó 000, un tanto ingenuamente
-¡No!- Comenzó a ofuscarse el jefe -¡Es una foto! De la persona que va a ser tu
pesadilla durante los próximos meses...!-
-¿Va a cambiar la foto del perfil del facebook?-
Geoffrey apenas si podía contener su furia. Acercó su cara ardiente y
transpirada por la cólera, al rostro impasible de Kevin y le dijo muy severamente, con
los dientes apretados a modo de amenaza
-Dime la verdad... ¿Tengo cara de idiota?-
000 no contestó de inmediato. Se tomó unos cuantos segundos para mirarlo
profundamente de frente y de perfil, hasta que por fin respondió
-¿Tengo que contestarle la verdad, o que no?-
La paciencia del jefe llegó a su límite. Comenzó a salirle humo a través del
cuero cabelludo, los ojos totalmente enrojecidos se agrandaban y los músculos de sus
brazos empezaban a desgarrar las mangas de la camisa. 000 entendió de inmediato,
porque el médico ya le había advertido a Geoffrey, que si no controlaba su presión
arterial, se autodestruiría en cinco segundos. Y así fue. Del jefe no quedó más que el
recuerdo y unas cenizas humeantes en el piso.
La secretaria tuvo que aclararle a 000 cuál sería su misión.
Era tan peligrosa como difícil (la secretaria), aunque sumamente rápida (la
misión... y también la secretaria) y ésta justamente (la misión) consistía en eliminar a
todos los contactos del jefe de la mafia de la droga en la ciudad.
000 se puso de inmediato a trabajar y le bloqueó el Facebook. Pero le dijeron
que no había servido de nada, porque aquellos contactos aún seguían en contacto.
Quiso cortarles la luz, pero le explicaron que no se trataba de ese contacto. Llamó a
varios ginecólogos, y nuevamente debieron aclararle que no se trataba de ese “con
tacto”.
Ya estaba casi desesperado buscando una solución cuando el agente 666, más
conocido por “el diabólico” -por sus formas poco convencionales de resolver
entuertos (les quitaba el otro ojo)- le sugirió una forma de acabar con todos.
En la agencia manejaban la información que todos aquellos contactos de las
tres bandas que se habían asociado, se reunían una vez a la semana en un depósito
abandonado al lado del puerto, para organizar la distribución de la droga.
000 preguntó porque él no manejaba esa información, y le explicaron que
porque seguramente la chocaría
666 le propuso entonces tenderles una trampa para atraparlos a todos juntos.
000 quiso salir presuroso a conseguir una red de semejantes dimensiones, pero 666 le
tuvo que explicar que así no se los atrapaba.
El agente Polyana, a quien le asignaron el código 555, en ese momento se
estaba perfumando en otra oficina de la agencia, y comenzó a discutir con el 777
96
porque a éste no le gustaba que le toquen el código y mucho menos, tres veces
seguidas. En medio de la controversia entre 666 y 000, el primero marcó 999 y llamó
a 555 y 777 para que junto a 111 (más conocido por “violado once veces”) se
apersonaran (o numeraran) en la oficina del jefe, pero ya que éste no estaba porque se
había autodestruido, la silla la ocupó provisoriamente, su secretaria la agente 444,
más conocida por Forest.
Allí comenzaron la reunión de agentes (aunque más que eso, parecía una sala
de Bingo).
-¿Cuál es el problema?- preguntó la 444
-El 000 no entiende al 666- respondió el 555
-¿Qué tiene de raro?- interrumpió el 777 -El 000 nunca entiende nada-
-¡Mentira!- exclamó indignado el 000 -¡Lo único que no entendí fue cuando se
casó mi primo y en su noche de bodas le escribieron en el coche “Negocio (léase al
revés)”!-
-¿Y porqué mató después a su esposa?- preguntó el 666
-¡Yo no la maté! ¡Lo juro!- Dijo asustado el 000
-¡No! ¡Tu primo!- Le dijo el 555,
-¿Él mató a mi esposa?-
-¡No! A la suya!- le espetaron el 666 y el 777
-Ahhh... Aparentemente fue por dinero- volvió a responder seguro el 000
-¿Por dinero?- inquirio intrigada la 444
-Sí. Yo deduje que ella tenía mucha plata, porque escuché que hacía negocios
con un montón de gente!-
Tres largas horas estuvieron allí reunidos, discutiendo fervorosamente, hasta
que por fin dejaron ese tema y acordaron abocarse al asunto de inteligencia que los
había convocado.
000 Se levantó como para irse, pero le dijeron que a pesar de ser una reunión
de inteligencia, iban a hacer una excepción y él podría participar.
-Esto no va a ser nada sencillo. Ellos son muchos y están muy bien armados-
se lamentó el 555
-No podemos hacer nada sin un plan minuciosamente establecido- sugirió el
777
-¡Yo tengo uno!- Exclamó contento el 000
Todos se miraron incrédulos y alguno hizo un leve amague de irse, cuando la
444 los detuvo mientras les decía
-Un momento... No saquemos conclusiones apresuradas... Tal vez, realmente
tenga un plan... Escuchémoslo....- luego giró hacia 000 y lo miró con toda atención
-Veamos... ¿Cuál es tu plan?-
000 se incorporó y comenzó a caminar en círculo alrededor de ellos como un
catedrático en medio de una conferencia ante sus alumnos
-Sabemos el lugar exacto y además el día y la hora en que todos los traficantes
de las tres bandas, se van a reunir para repartir el botín, ¿No es cierto? Nuestros
informantes nos han informado al detalle, toda la información que nos hacía falta
saber.-
97
-No tiene balas- dijo 000 un tanto sorprendido -¿Sin balas cómo voy a
defenderme? Me van a matar-
-Creo que esa es la idea- sentenció tristemente el ingeniero mientras se iba a
fumar un cigarrillo.
Al principio 000 no entendió muy bien lo que habían intentado decirle. Pensó
que tal vez se trataba de algún código secreto, o simplemente que esperaban que haga
un trabajo silencioso, sin balaceras.
Así que no lo pensó más y se puso en marcha hacia su objetivo. Apenas salió a
la calle, subió rápidamente a un auto y gritó
-¡¡Siga a ese taxi!!-
Cuando se dio cuenta que en el auto no había nadie, que era el suyo y que no
había taxi al que seguir, lo puso en marcha y se dirigió al puerto.
Llegó hasta lo que aparentaba ser un viejo depósito abandonado. No era en
realidad tan viejo ya que había sido construido no hace mucho, tampoco era de-pósito
sino de-la mafia y no fue abandonado, sino que allí se reunían todos los domingos los
integrantes de la banda (para ensayar sus canciones) y los martes los mafiosos de la
droga.
Aquella banda (la de rock) solía dejar allí sus instrumentos, y la banda (de
mafiosos) nunca lo objetaron ya que les servían de cortina a sus intereses, incluyendo
un par de canciones que también le sirvieron, pero de cortina musical para sus
reuniones.
Si había un hobby que al 000 le apasionaba era tocar la batería. Ya de muy
pequeño, solía destrozar cuanta cacerola nueva compraba su madre, intentando
armarse una batería de percusión con la batería de cocina, incluyendo alguna que otra
escupidera, aunque finalmente el que terminaba batido era él, pero a palos.
Muy placentera fue su sorpresa, cuando al entrar sigilosamente en el depósito
abandonado, descubrió la impresionante, moderna y espectacular batería que la banda
de rock había dejado armada en el piso superior.
Embelesado comenzó a mirarla y admirarla con tenues y dulces caricias, tan
suaves que hasta temía dañarla, mientras sus ojos se maravillaban de éxtasis.
Tan ensimismado estaba en su goce, que no advirtió que en el piso inferior
estaban ingresando los mafiosos de las tres bandas, que si bien no confiaban unos en
otros, se habían asociado para hacer éste gran negocio, al tiempo que se acomodaban
en círculo en medio del enorme salón, para su reunión semanal.
Con movimientos tenues y lentos, 000 se sentó al frente de la batería, encendió
el control del impresionante equipo de música que se encontraba a su lado, y en
cuyos amplificadores estaban conectados los micrófonos que apuntaban en dirección
a cada tambor. Se colocó unos grandes auriculares para disfrutar a pleno del sonido
de la percusión y accionó una enorme palanca que había sobre la pared, para
encender más luces, sin saber que en realidad se trataba de un dispositivo secreto que
trababa herméticamente todos los portones del depósito.
Ante la ansiedad de escuchar el instrumento, desistió de una mayor
luminosidad y girando la perilla del sonido hasta su máxima potencia, comenzó un
estrepitoso e interminable redoble, el cual amplificado en su colosal capacidad, sonó
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como una verdadera orquesta de ametralladoras que disparaban desde todos lados,
debido al retumbe natural del lugar cerrado.
Con el lugar casi a oscuras, fue imposible describir el pánico que de pronto
invadió a los mafiosos, sin saber de dónde provenían los disparos y comenzando a
responder enloquecidamente hacia todos lados, creyendo que se trataba de una
trampa de sus ocasionales socios, en medio de la penumbra del lugar que se
iluminaba solamente con las luces de los continuos disparos, produciéndose una
interminable balacera, cuyo fin llegó solamente cuando estaban casi todos muertos
por sus propias balas.
El jefe de los mafiosos y su segundo, ante tal sanguinario espectáculo y
temerosos de perder la vida también ellos, arrojaron sus armas y se entregaron sin
saber a quién, pidiendo clemencia.
000 intentó nuevamente encender las luces con la misma palanca de antes, pero
lo único que logró fue desactivar el bloqueo a las puertas, por lo que fueron abiertas
por los policías que esperaban afuera, quienes ante el ruido, entraron de inmediato y
capturaron a los jefes de la droga.
Extenuado pero sumamente satisfecho de su redoble, 000 se quitó los
auriculares y se dispuso a bajar por las escaleras, cuando uno de los policías encendió
las luces y lo vieron. Todos estallaron en aplausos hacia el 000 y éste, un tanto
sonrojado, agradeció con una leve inclinación de cabeza.
Por haber acabado él solo con la organización mafiosa más importante de la
zona, fue condecorado con la cruz de plata del valor, el cáliz de oro de la honra y la
ostia que le dio la 444.
Desde aquel momento al cero, cero, cero, nadie más se animó a romperle los
códigos.
Hoy en día, ya retirado, goza de su pensión... ya que no le alcanza para pagar
una casa decente, y de vez en cuando se hace una recorrida por los baños públicos,
para no olvidar aquellos aromas que lo transportan a los mejores recuerdos de su
servicio, en los servicios secretos.
Lo que nunca pudo abandonar, fue el viejo vicio de tocar la batería... sobre
todo en invierno, cuando el coche no le arranca.
100
UN PAIS IMAGINARIO
(Los políticos que los partidió)
trabajar como médico forense, para ahorrarse un paso (según dijeron sus superiores).
Sus amigos más íntimos le decían “aguarrás” porque de lejos parecía solvente.
Su único inconveniente (según sus correligionarios) se encontraba en el
momento de los discursos. Por su monocorde cadencia sonora, cuando hablaba el
Doctor Mata Lozano, era tan aburrido que muchos de sus seguidores preferían
escuchar un partido de ajedrez por radio.
A raíz de la gran ambición de poder que reinaba entre los restantes integrantes
del grupo, comenzó una dura y cruel lucha de poderes por la repartición de los
ministerios más importantes.
-¡Yo quiero el ministerio de economía!- Gritó autoritariamente Angélica
Galindo, conocida con el apodo de “la maga” porque era especialista en hacer
desaparecer dinero de las arcas públicas, al tiempo que proponía a Isidro Gando para
el ministerio del interior.
Al mismo tiempo, el Doctor Mata Lozano, que necesitaba alguien de suma
confianza para que sea su vicepresidente, le ofrecía por debajo de la mesa un sobre a
Alejandro Kroll Huete, más conocido por Al K. Huete, para que lo secunde en sus
patrióticos objetivos.
Lentamente, entre discusiones, peleas y disputas (más que nada, entre ellas) se
fue conformado el gabinete de gobierno quedando Zoila Serda y Elsa Poediondo al
frente del ministerio de obras públicas.
En el de cultura, el ingeniero en Explotación de Minas Alberto Carlos Cantos y
la doctorada en Artes Kamasútricas, Sevelinda Parada.
Relaciones exteriores fue para la enóloga Encarna Vales. Justicia quedó para
la licenciada y licenciosa Déborah Cabezas y el famoso filósofo Francisco Lorín
Colorado.
El erudito en ciencias ocultas Rodrigo Norrea y el biólogo Alex Kremento en
salubridad, mientras que las tituladas de doble grado en Marketing e investigación de
mercados, almacenes y kiosquitos, Evelin Munda, Irma Tando, Marité Nebrosa,
Mercedes Karada, Penélope Luda y Ramona Ponte Alegre quedaron a cargo de las
distintas secretarías de estado y todas sin excepción, sentadas sobre las rodillas de sus
jefes.
Satisfechos y con una alegría indescriptible, estaban a punto de levantar la
sesión cuando Alberto Carlos Cantos preguntó:
-¿Y el programa?-
-¿Dan algo interesante?- preguntó Evelin Munda señalando el aparato de
televisión.
-Se refiere a nuestro plan de gobierno- aclaró Encarna Vales
-¿Plan de gobierno? Muy sencillo... - replicó Angélica Galindo -Pedimos
muchos créditos, recibimos una gran cantidad de sobornos y antes que termine
nuestro mandato, nos llevamos cuanto podamos-
-El programa de gobierno para presentarle al pueblo- aclaró Rodrigo Norrea
-Ahhh... Lo de siempre- se interpuso el Al K. Huete -Tenemos que decir que
vamos a acabar con la corrupción, que necesitamos la colaboración de todos y que va
a ser necesario mucho sacrificio para levantar al país, como para que quede claro que
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darse cuenta que a ellos no les iba a corresponder absolutamente nada de la gran
repartija que se avecinaba.
Los banqueros y empresarios de las grandes empresas multinacionales también
se reunieron, pero para cenar y diagramar los próximos negociados bajo la tutela del
nuevo gobierno electo, y el vaciamiento de varias entidades bancarias, previo pago de
multimillonarias indemnizaciones a los directivos, que luego tendrían que ser
salvadas con fondos del estado, “para no desestabilizar el sistema financiero”.
Mariano Biolado, también ganó en su pueblo y fue el nuevo intendente. Se
propuso reducir los impuestos locales, lograr una mayor y más justa repartición
fiscal, apoyar la cultura local en todas sus disciplinas, abrir nuevas escuelas y otorgar
créditos a muy bajo costo a los nuevos emprendedores, aunque todo esto no fuese
visto con buenos ojos por el comité central de la A. P. Estado
A pesar de todas aquellas buenas intenciones, lamentablemente lo único que
consiguió, es que sus mismos correligionarios lo denuncien por una infracción de
tránsito impaga de su juventud, y su imagen de corrupto y posterior enjuiciamiento
fue la noticia que recorrió todas las revistas e informativos televisivos, demostrando
así, que éste nuevo gobierno luchaba contra la corrupción.
Inmediatamente fue destituido de su cargo, enjuiciado y al ser declarado
culpable, le dictaron una sentencia de quince años de prisión en una cárcel de máxima
seguridad.
Su cargo fue prontamente ocupado por el primer concejal, en el que la A. P.
Estado tenía absoluta confianza, llamado Mario Netta.
A los pocos años, el país se fue a la quiebra y todos sus habitantes debieron
emigrar hacia nuevos horizontes, incluyendo los gobernantes, pero éstos se radicaron
en los paraísos fiscales donde habían sabido guardar sus ahorros.
Lamentablemente, a nadie le importó cuanto ocurrió en el pueblo del “Por
siempre nunca jamás de los jamases”, porque en definitiva, toda esta historia es
absolutamente imaginaria y producto de la fantasía irreal.
Sin embargo, si hay algo que causa intranquilidad, por no decir un gran temor...
es la latente posibilidad, que la realidad supere a la ficción.
104
Hacía tiempo ya que me encontraba sin trabajo, ya sea porque las ofertas
laborales no se adecuaban verdaderamente a mis pretensiones, o porque las
retribuciones no eran suficientemente atractivas como para aceptarlas. Lo cierto es
que dicha circunstancia no me intranquilizaba, sino que ya me estaba empezando a
desesperar.
Pensando en lo delicado de mi situación económica y cuando ya el agua me
estaba llegando al cuello (estaba meditando adentro de la bañera), decidí mandar mi
currículum a cuanto aviso había aparecido en el diario ofreciendo empleos, sin
importarme si el trabajo ofrecido era de noche o de día, en el sur o en el norte, para
profesionales o neófitos, o para nacionales o extranjeros. Lo único que me interesaba
era encontrar trabajo. Así que estaba tan dispuesto a hacerme pasar por erudito como
por estúpido, con acento francés, eslavo o ruso. La desesperación tiene cara de hereje
(dijo un tipo de nombre Hereje cuando conoció a su hijo)
Tanto era mi apuro en anotar direcciones y enviarlas por correo electrónico,
que no le presté atención a la mayoría de ellos. Tan sólo ofrecí mi pellejo para el
puesto ofrecido. Y nunca más literalmente expresado, ya que los únicos que me
contestaron -para mi asombro- fueron unos científicos colaboradores de la NASA,
que requerían mi presencia a la brevedad posible en su centro de investigaciones.
-Okay- les contesté en un perfecto inglés escrito, y sin pensarlo dos veces (por
miedo a que se arrepientan) hice uso del boleto de avión que me enviaron.
Cuando llegué al centro de investigaciones Dr Thomas Porditras, de Honolulu
(Ciudad que fue bautizada así -según me contaron- debido a que el primer
colonizador americano se casó con una nativa llamada Lulu, y en la noche de bodas
descubrió que en realidad se trataba de un travesti), me hicieron pasar de inmediato y
comenzaron a interrogarme con miles de preguntas. Luego y sin mediar palabras, me
dejaron en la habitación y se reunieron durante unos interminables cinco minutos,
hasta que finalmente volvieron a entrar y el jefe me dio la mano en señal de
aprobación.
Yo le devolví la mano al manco y enseguida me condujeron a otro inmenso
salón, lleno de computadoras a cada costado, con otros tantos técnicos que las
controlaban y vigilaban celosamente.
-Para que no se escapen- supuse yo.
En el centro y a lo largo del salón, un extenso y oscuro pasadizo se exhibía
frente a mí, cuyo extremo final era imposible de ver, por su total oscuridad.
Todos los que me rodeaban, científicos, profesores, técnicos, jugadores y hasta
el aguatero me miraban como esperando que haga algo, pero yo no tenía la menor
idea de qué era lo que tenía que hacer.
105
-¿La Santa Inquisición?- Pregunté más intrigado aún. Allí comprendí que
había llegado a España a fines del 1400 casi esquina 1500.
De pronto la cerbatana llegó a mi lado y sentí algo que me estaba toqueteando
por debajo. Al no poder zambullirme para espiar, volví a preguntar
-Esa cerbatana y algo que me está toqueteando, me hacen sospechar que hay
alguien aquí abajo, no?-
-Debe ser el enano que tiene sed- dijo nuevamente el muchacho.
-Pobre- Exclamé. -Al menos nosotros que tenemos la cabeza afuera, no nos
podemos quejar tanto, no? -
No terminé de decirlo que unos monjes abrieron una escotilla que había arriba
en la pared, y sonando un fuerte silbato, anunciaron:
-¡¡¡Terminó el recreo!!!¡¡¡A sentarse!!!!
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Con el tiempo logré entender que aquellos viajes inesperados y repentinos a los
que me encontraba inexorablemente subordinado, tenían una razón firme y concreta
de ser, en cuanto a la duración de cada uno y a los acontecimientos que se sucedían.
Me estaba absolutamente prohibido cambiar o alterar en modo alguno, los
hechos por los que me tocaba transcurrir, porque de lo contrario estaría produciendo
una paradoja del destino, es decir, alterando los acontecimientos de la historia.
Estaba a obligado a hacer todo exactamente como ocurrió, en los casos del
pasado y a arriesgarme en los pertenecientes al futuro.
Utilizando la lógica natural y el conocimiento de la historia, no era un objetivo
tan difícil de cumplir. Pero todo tiene un pero.
Nunca hubiese podido imaginar, ni en lo más recóndito de mis sueños que,
habiendo tantos lugares en el mundo, tantos personajes en la historia, y tantos
acontecimientos que ocurrirán en el futuro, justamente yo tuve que llegar a aquel
momento en particular.
Luego del torbellino ventoso al que ya me estaba acostumbrando y que me
trasladaba de un tiempo a otro, mientras estallaban refulgentes a mi alrededor los
chispeantes y destellantes fogonazos de todos colores, abrí los ojos recién cuando
aterricé, como de costumbre con un gran golpe contra el piso.
-¿Te golpeaste?- Preguntó mi madre desde el baño.
-No es nada- contesté casi automáticamente.
Recién allí tomé conciencia de lo que acababa de pasar y un frío sudor corrió
por mi espalda. Lo que había escuchado era sin duda alguna la voz de mi madre.
Comencé a mirar el entorno de la habitación y no podía identificar nada
conocido. Ni las paredes ni los adornos que allí había, pertenecían mínimamente al
arcón de mis recuerdos más lejanos.
Sobre una de las mesitas de luz, un menú de bebidas y comidas, me descubría
el nombre de un hotel, que si bien me resultaba un tanto conocido como si lo hubiese
escuchado antes, estaba seguro de no haber sido su huésped en ningún momento.
-Ya salgo, gordi. No tardo nada... Eso sí, no empieces sin mi.- volvió a decir
mi madre detrás de la puerta del baño y una nueva extrañeza volvió a invadirme.
Si bien esas eran frases absolutamente reconocibles de mi madre, ya que se las
escuché en millones de oportunidades, no era menos cierto que al único al que se las
decía siempre, era a mi padre.
Corrí presuroso hasta el placar, y abriendo una de sus puertas que contenía el
espejo, me miré. Quedé absolutamente paralizado. No podía creer lo que estaba
viendo. Me había incorporado a mi propio padre.
112
Eso sí era mala suerte. Entre tantos miles de millones de seres a lo largo de la
historia, tuve que reencarnarme en mi propio padre.
Sin dejar de mirarme en el espejo, advertí la juventud que poseía. Me pasé la
mano por la cabeza y disfruté de ver toda la cabellera completa, sin necesidad de
anteojos, también la fortaleza de los músculos y tanteándome casi todo el cuerpo
llegué hasta los genitales. Un nuevo pensamiento me dejó más paralizado todavía:
Yo ahora era mi padre, y “allí” adentro, seguramente estaba yo, nadando de un
costado al otro. La sensación que invadió mi cuerpo, fue una rara mezcla de
confusión-asco-repugnancia-sorpresa-pánico e incertidumbre.
No lograba salir de mi sorpresa inicial, cuando se abrió la puerta del baño y
apareció mi madre en baby doll y portaligas diciendo
-¡Acá estoy!-
Tratando de no mirarla y al mismo tiempo tapándome como podía con mis
manos porque estaba totalmente desnudo, intenté aclarar la situación en mi mente,
mientras le preguntaba balbuceando
-Q... qu... que... qué... ¿Qué es esto?-
-¿Ya te olvidaste? ¡Te dije que me había comprado un baby doll para nuestra
noche de bodas!- me contestó mientras se metía en la cama y abría los acolchados del
otro lado en una clara invitación a compartirla.
-¿¿Noch... baby... bod...nues...comp...? !Ay!- mascullé presa del pánico y la
desesperación, al tiempo que me arrancaba algunos mechones de pelo
-¿Qué te pasa?- volvió a decirme -¿Te golpeaste la cabeza?-
-¡No! Es que la... Se me... Yo no... Porque... ¡Tengo que ir al baño!-
Declaro solemnemente que no se me ocurrió otra cosa para escaparme de
aquella situación, aunque no haya sido la más inteligente, fue lo único que me vino a
la mente.
Miré por la ventanita del baño para ver si me podía escabullir por allí, pero
estábamos en el décimo piso, mientras mi madre desde la cama seguía diciéndome
-¡Dale, gordi! ¿Qué te pasa? ¡Acordate que me prometiste una noche
inolvidable!-
-Y así va a ser- contesté angustiosamente -¡Inolvidable! ¡Me va a resultar
imposible borrar esta noche de mi mente!-
-¿Y entonces qué esperás?- volvió a reprocharme -¿No querés estar dentro
mío?-
-¡No te preocupes, que voy a estar ahí por un buen tiempo!- respondía mientras
mi mente recorría raudamente las pocas posibilidades de escape que allí tenía.
Repasaba la escasa lista e intentaba encontrar nuevas, pero sentía que me ahogaba la
desesperación y casi no podía respirar.
A raíz de mi tardanza, ella comenzó a impacientarse, hasta que en un
determinado momento en que mi prolongado silencio se había vuelto sospechoso, se
levantó de la cama y fue hasta la puerta del baño. Desde allí dijo muy sensualmente
-Dale, gordi... que me estoy enfriando. ¿Porqué tardás tanto?-
Apoyó su oído sobre la puerta y al no escuchar respuesta intentó abrir el
picaporte, pero este estaba trabado desde adentro. Forcejeó unos instantes y luego
113
LA GATA PELUDA
(En Caras y en Pelotas)
Muchos actores, autores, directores, pintores, artistas de todas las ramas y gente
dedicada a los acondicionadores de aire (es decir, todos lo que aman “helarte”) y que
a pesar de los distintos devenires que la vida artística les ha impuesto, suelen tener
una extensa carrera, llena de vicisitudes, fracasos, contratiempos, logros y éxitos
varios.
Muchos le han dedicado casi toda su vida, y aunque a otros los han corrido, se
puede afirmar que todos sin excepción, eligieron aquella misma carrera.
Si bien la mía no era tan extensa, bien se podría decir que no era corta
tampoco.
Rebatiendo aquel viejo paradigma que asegura que hay dos clases de actores:
los talentosos y los “caras bonitas”, puedo afirmar sin temor a equivocarme, que
existe una tercera categoría, tal vez mucho más vapuleada pero tanto o más
significativa e influyente y que tiene que ver con aquella misma carrera en el medio:
Los que la tienen larga y muy rica en experiencias.
Una hermosa y muy seductora periodista, a cuyos oídos había llegado un
comentario halagüeño sobre el largo de la mía y lo rica que había resultado, me invitó
a su casa para hacerme un reportaje en una cálida tarde primaveral.
No existía ningún artista del medio que no supiese de ella o que no haya
admirado su belleza, tanto que, desde que corté la conversación telefónica hasta que
llegue a su casa, tardé tan sólo ocho minutos (y eso porque los semáforos no estaban
sincronizados).
Ella colaboraba con la revista Caras de Buenos Aires, Argentina (uno de cuyos
gerentes era su marido) y con otra revista brasilera, que llevaba el mismo nombre de
la ciudad donde se editaba: Pelotas (y cuyo dueño era justamente su tío materno).
Tras aquella breve llamada telefónica, gentil y desinteresadamente me invitó a
acercarme hasta su casa, con el objeto de hacerme un reportaje para publicarlas en las
revistas anteriormente mencionadas.
Todo duró dos horas. Justo en el preciso momento en que estábamos
entregándonos a desentrañar una infinidad de interrogantes, para conocer a fondo lo
concerniente a la otra persona y sacar afuera lo mejor de cada uno, ella me indujo a
dedicarnos a nuestro cometido y comenzó a preguntar y a ahondar en el mencionado
reportaje.
Al principio todo era muy cordial y hasta un tanto monótono. Hecho éste que
no dejaba de resultar normal y hasta previsible, tomando en cuenta que era la primera
vez que nos veíamos y que tan solo sabíamos uno del otro por referencias.
Pero de a poco nos fuimos relajando y logramos romper ese hielo inicial,
despojándonos de preconceptos que nos ataban a los formalismos, abandonando los
iniciales pudores que las palabras imponían y entregándonos por completo a la
absoluta, placentera y muy profunda investigación del otro.
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Se podría decir que fue un verdadero ida y vuelta sin pausas, casi frenético de
preguntas y respuestas que de a poco fueron desnudando innumerables aptitudes,
virtudes y defectos de ambos, en un charla pletórica de gratas sorpresas, para
dedicarnos finalmente a acabar el reportaje extenuados, pero con la satisfacción del
deber cumplido, cuando de pronto, y ante el lógico estupor del momento, escuchamos
el auto de su marido, al que estaba estacionando en el garaje del costado de la casa.
Aquello no tendría nada de raro, sino fuese por el hecho que ella hacía estos
reportajes a escondidas de su marido, ya que a raíz de que gozaban de una excelente
posición económica, él odiaba verla trabajar, por un lado y por otro prefería tenerla
siempre en casa ya que para colmo de males sufría de terribles celos. Ella, tratando de
lograr su natural avidez por el conocimiento y siempre a hurtadillas, luego editaba sus
entrevistas en ambas revistas, bajo el seudónimo de “La gata peluda”.
En fin, en aquel terrible, tenso e inesperado momento, ella trató de explicarme
toda aquella situación, pero la sorpresiva velocidad de su marido para abrir la puerta
fue superior y nos descubrió allí.
Por eso nunca apareció mi reportaje, ni mi foto salió jamás en la revista Caras.
Tan solo salí en Pelotas.
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