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LA ETICA EN LA GLOBALIZACION

LA ETICA EN LA GLOBALIZACION

Al hablar de Ética y Globalización no podemos olvidar la fuerte conexión que


existe entre la noción de desarrollo y la Globalización, lo cual es un proceso
económico, tecnológico, social y cultural a gran escala; que consiste en la creciente
comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo unificando sus
mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de transformaciones sociales,
económicas y políticas que les dan un carácter global, es decir es como la traducción
de toda la información mundial al idioma de donde nos encontremos, o por lo menos
así lo entendemos.

Ética y Globalización están ligadas y es de vital importancia su relación

El mundo tiene una relación comercial, dueño de muchas empresas salen a


competir con el mundo entero, y no solamente se puede decir que compite
comercialmente, culturalmente también, ¿Por qué? Aquí es donde entra nuestra ética.
Debido a que culturalmente se tiene normas, principios y valores distintos,

Es decir, somos éticos como personas, como profesionales, como organización,


la cual permite el fortalecimiento del capital humano, generando múltiples beneficios
en de mejoramiento en el país, obteniendo una carta de presentación positiva, que
brinda confianza para la generación de negocios más estables y confiables en
cualquier parte del mundo.

Es decir, la responsabilidad social empresarial es importante, una variable


económica que genera un entorno social favorable que genera lealtad de sus clientes y
orgullo de sus empleados y el sector empresarial es un actor social importante por lo
que si demuestran actitudes solidarias, responsables, generosas y conductas éticas, es
posible que sean reproducidas.

En conclusión, la ética debe ser un pilar central en todo el desempeño de las


actividades. Trabajar para lograr un clima ético es un camino seguro hacia
organizaciones sólidas, y de esta manera abandonar el mundo de la lentitud y del
silencio por el mundo de la velocidad y de la información.

De acuerdo a lo anterior es más evidente que las empresas que adquieren una
mayor competencia ética, se encuentran mejor preparadas para afrontar los retos que
les deparan los nuevos tiempos, por lo que la globalización es una oportunidad
mundial, con elementos positivos diferentes para

LA ÉTICA EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN

¿Es posible una gobernanza global? ¿Existe la ética de la globalización? Son


algunas de las cuestiones planteadas en el debate Responsabilidad social, bien
común y economía.
  

Artículo

Ethic
Una mayor difusión del conocimiento y la cultura. El hambre. Los acuerdos de
libre comercio. Los paraísos fiscales. La comunicación sin barreras. La
construcción de nuevas fronteras. La democratización del turismo. El drama de
los refugiados. Son algunas piezas sueltas de este rompecabezas al que
llamamos mundo globalizado. Realidades que coexisten en el tiempo y en el
espacio y que dan cuenta de las contradicciones del nuevo (des)orden mundial.
Ramón Jáuregui: «Se ha dado una ruptura del contrato social en las
sociedades occidentales»
¿Es la globalización una ideología o un proceso histórico? ¿Es posible (y
positiva) una gobernanza global?  ¿Deberíamos hablar de globalización o de
globalizaciones? Son algunas de las reflexiones que han inspirado el
debate Responsabilidad social, bien común y economía, enmarcado dentro de
las jornadas del Atrio de los gentiles organizadas por la Universidad Pontificia
Comillas. El diálogo, protagonizado por el eurodiputado socialista  Ramón
Jáuregui y el catedrático de Ética Domingo García Marzá, y moderado por el
vicepresidente de Unicef España, Juan José Almagro, ha puesto el foco en la
ética de la globalización y en el papel de la sociedad civil y de las organizaciones
para superar los desafíos globales.
Pero las soluciones no se pueden ofrecer sin antes analizar las fisuras del
sistema. García Marzá establece la premisa: «La globalización no es un hecho
natural, ni una suerte ni una desgracia, es una construcción humana». El
problema, en su opinión, es que «no hemos sido capaces de cambiar la dirección
de esa globalización».
Juan José Almagro: «La única globalización en auge es la económica»
Según Jáuregui, «la globalización ha tenido unos efectos perturbadores». «Ha
supuesto una conquista de la igualdad planetaria pero una mayor desigualdad en
el interior de los países, y eso ha provocado una ruptura del contrato social
en las sociedades occidentales y una desafección democrática importante, ya
que ha alejado los espacios de decisiones de la vida pública: léase el FMI o el
BCE, órganos de decisión económica que afectan directamente a los ciudadanos
pero que carecen de legitimación democrática para hacerlo», explica el
eurodiputado.
Juan José Almagro recuerda las palabras del nobel de Economía Angus Deaton:
«La globalización ha aumentado las desigualdades y la desigualdad corrompe
la democracia». «La única globalización en auge es la económica», señala.
La empresa no es ajena a este escenario. «Las compañías son cada vez más
poderosas por sus impactos medioambientales y sociales. Y tienen la capacidad
de superar leyes nacionales. Junto a ese poder de las compañías, hay una
oportunidad de construir un mundo mejor con ellas», considera Jáuregui. Algo
con lo que coincide García Marzá: «La empresa, lo crea o no, es un agente de
justicia». «La RSE no es más que la capacidad de la empresa de responder a
aquello que se espera de ella. No lo confundamos con la acción social: la RSE no
es lo que hago con mis beneficios sino cómo los consigo», recalca.
Domingo García Marzá: «La empresa, lo crea o no, es un agente de justicia»
El catedrático expone sus críticas: «España es uno de los países del mundo que
más pactos ha firmado y mira de qué ha servido [en referencia a la crisis].  La
RSE ha servido para maquillar la injusticia. No puede ser que una empresa
pague unos sueldos indecentes y luego haga labores de voluntariado».
Pero no todo son sombras. La RSE también ha logrado muchos avances. Entre
ellos, según García Marzá, está el de «unificar la respuesta a la pregunta: de qué
es responsable la empresa. También ha cambiado el lenguaje: hay que hablar de
RSE. Y se ha extendido a otro tipo de organizaciones: hoy también hablamos de
responsabilidad administrativa o de responsabilidad universitaria».
   
El sentido de la ética en un mundo globalizado
Facilismo o mediocridad. Desarrollo moral y desarrollo tecnológico. Felicidad y
globalización. 

Los postulados  éticos mantienen su pertinencia desde la razón de ser de la


ÉTICA misma. Como reflexión filosófica sobre la mora,l se encarga de ofrecerle al ser
humano las respuestas que le permitan enfrentar todas las circunstancias  que rodean
su existir; de ahí brota la vigencia y actualización  constante, que en el devenir de los
tiempos hace de la ÉTICA el faro que ilumina el sendero  seguido por la
humanidad,  para arribar a un puerto seguro.

Situados dentro de un sistema social que se apoya en elementos  de las escuelas
pragmatista y utilitarista, se constata que la relación existente entre desarrollo
tecnológico y desarrollo moral, en muchos casos, es casi inversamente proporcional:
mientras el desarrollo tecnológico galopa sobre el lomo del corcel brioso de la ciencia;
el desarrollo moral, apenas, da pasos vacilantes en los pies de un sistema educativo
anacrónico, retrógrado e imitador de otras realidades ajenas al contexto, que requiere
una intervención urgente para responder –con asertividad- a los desafíos de las nuevas
formas de vivencia que brotan.

Deberían avanzar concatenados: el desarrollo tecnológico con sus innovaciones


científicas y el desarrollo moral con una visión renovada del ser humano, sus
dimensiones, aspiraciones y anhelos, dentro del marco de una civilización que se
educa, aprende y enseña, formando seres competentes.

Porque existen elementos comunes entre el desarrollo tecnológico y el desarrollo


moral, determinados por la visión de ser humano que tenga la sociedad y por tanto,
mediante la reflexión, el cuestionamiento y la curiosidad  -que sirven de eje a la
investigación científica y al análisis ético- se responde a las necesidades, propósitos,
objetivos y metas de ese ser humano  (sujeto y objeto)  de su propio progreso.

Bienestar, mejoramiento, calidad de vida, prosperidad, felicidad; son algunas de las


motivaciones que involucran al núcleo social, en la tarea de transitar por la historia en
busca de sentido y significado a su esencia y existencia. Aquí el desarrollo moral es
indispensable para dotar de las herramientas adecuadas a cada individuo y a cada
conglomerado social para que se mantengan en sintonía –sincronizados-  con todo
cuanto se hace, se experimenta, surge o aparece.
Entonces, el papel, la función de la ética es fundamental: el análisis, la reflexión sobre
el comportamiento humano frente a:

1. Los retos de un mundo concebido como aldea;


2. La responsabilidad con las generaciones  futuras;
3. Las nuevas formas de vivencia social, familiar y conyugal;
4. El compromiso con el medio ambiente;
5. El Deicidio o un mundo sin Dios;
6. Los fundamentalismos y fanatismo;
7. La prolongación de la vida, la clonación y la reproducción asistida;

Solicita con urgencia respuestas claras, precisas, veraces y contundentes que doten a
cada ser humano de las herramientas  idóneas para asumir con éxito su papel como
protagonista de su propia historia.

De esta manera, la ética orienta, asesora y cimenta el actuar de cada uno para que
interiorice las normas, principios, prescripciones que puedan regir su deambular
autónomo dentro de un mundo que en una constante y dinámica acción cambiante,
crea nuevos paradigmas.

Así puede inferirse que, para el esclarecimiento y viabilidad del mundo actual, la ética
debe aportar todos los elementos que fundamenten y enriquezcan el desarrollo
moral para que vaya en consonancia con el progreso científico y las innovaciones
tecnológicas:

1. Ampliar  el panorama de las luces del conocimiento y disipar la oscuridad de la


ignorancia promovida por los medios de comunicación y amparada en un sistema
educativo perverso (que desestimula con el facilismo y la mediocridad el “alcanzar los
más altos grados de formación intelectual, profesional y humana”);

2. Dotar a la racionalidad de elementos sensitivos apropiados  para que la enriquezcan


y la hagan fecunda (inteligencia emocional);

3. Crear conciencia sobre la necesidad de preservar el planeta (conciencia ecológica);

4. Rescatar el lugar y la dignidad del ser humano por encima de la tecnología y de las
leyes del mercado (la oferta y la demanda);

5. Permitir que el poder que lleva consigo el conocimiento se extienda a todos los
conglomerados sociales y haga visibles a aquellos que “la sociedad” excluye;

6. Hacer del acto educativo una realidad pertinente, eficaz y liberadora:


7.  Promover la construcción de formas de gobierno y de relaciones
intergubernamentales apoyadas en los valores que la soberanía y la dignidad de todos
los seres humanos y todos los pueblos exigen y requieren.

Los anteriores, entre otros y muchos más aportes, comprometen a la reflexión y la


investigación  ética en el surgimiento y emergencia de nuevos comportamientos y
prácticas sociales. Porque tocan la línea medular, la razón de ser y el objetivo
fundamental de la ética como rama de la filosofía que trata de ofrecer las
respuestas ultimas.

En conclusión puede decirse que las preocupaciones y nuevas tendencias de la


ética en el mundo actual, se orientan en el empeño de tratar de brindarle al ser
humano de hoy, las respuestas que le impidan seguir ahogándose en el océano
de su ignorancia o de la incertidumbre y de las tinieblas que arroja el
postmodernismo, la globalización y la concepción mercantil del querer ver al
hombre como un cliente o un objeto  que él mismo se compra y se vende.

La ética, Arte de vivir bien, Arte de la felicidad; dota de sentido y puede revestir  de
significado la globalización, en la medida que cada uno de nosotros, asumamos
-con la seriedad que el momento nos impone- el compromiso de superar los
embates de la ideología del sistema social que nos cobija y desde la educación,
aprovechemos esta oportunidad de cambiar la historia, siendo competentes,
proactivos y dotados del sentido de pertenencia suficiente para concretizar,  en
el acto educativo, nuestra visión de generaciones gestoras y protagonistas de su
propio futuro.

Como en el mito del eterno retorno, notamos que 26 siglos después tiene
vigencia la reflexión sofista del relativismo ético: “nada es verdad, nada es
mentira; todo depende del cristal con que se mire…” y aunque aún retumba la
pregunta “¿De dónde venimos?” Hoy, sintiendo el cambio climático,
preguntamos con zozobra “¿Hacia dónde vamos?”.

El desafío de los valores éticos en un mundo globalizado

Si nos planteamos el alcance de los valores éticos en la actualidad podemos


percatarnos, sin grandes dificultades que nos estamos enfrentando a un problema de
crisis de valores y que la misma está afectando, particularmente, a los sectores más
jóvenes. Más allá del tópico, la crisis de valores atenaza a la sociedad de nuestro
tiempo y, por tanto, conviene preguntarse cuáles son las medidas que puedan aplicarse
para evitar, que de continuar esta tendencia, se produzcan daños irreparables en los
comportamientos éticos y solidarios que se reclaman de cualquier sociedad civilizada.

Si nos preguntamos qué queremos decir con la búsqueda y la vivencia de valores de


carácter ético habrá que tener en cuenta que la ética estudia a la moral, partiendo de la
base de que etimológicamente lo ético se relaciona con la moral y con lo relativo al
carácter (Corominas, Diccionario Etimológico) y, a su vez, moral se relaciona con
costumbre o manera de vivir. Estas raíces etimológicas nos están dando la pauta de
que los valores éticos generan costumbres y comportamientos acordes con la virtud.
En definitiva, alcanzar, como decían los griegos clásicos, lo que es bueno, lo que es
justo y hasta lo que es bello, ya que lo que es bueno y justo debería ser por naturaleza
bello.

Parece evidente que si los avatares de la historia van haciendo de las costumbres
figuras de comportamiento que varían según los lugares y los tiempos irán surgiendo
criterios morales y éticos que también pueden resultar variables según las
circunstancias geográficas o temporales; así lo que pudiese resultar inmoral en el siglo
diecinueve no lo es en el siglo veintiuno.

Sin embargo, la humanidad reclama normas éticas que no se encuentren sometidas a


los vaivenes de las costumbres. Esto nos sugiere la idea de que puedan catalogarse
ciertos comportamientos humanos que no deberían estar sujetos a las modas o
tendencias de cada época y, de este modo, podríamos hablar de una moral temporal,
más vinculada a las costumbres y de una moral atemporal más vinculada a las
esencias de la naturaleza humana en el marco de una ética atemporal y de carácter
universal.

Esta diferenciación nos permitiría especular sobre la idea de que la voz moral estaría
condicionada conceptualmente a lo permutable mientras que la voz ética podría
conceptualizarse como más afín a aquello que permanece inmutable, a aquello que
como diría Pico de la Mirándola se relacionara con la “dignidad del hombre” (Pico de la
Mirándola, Discurso sobre la dignidad del hombre).

De tal modo, podríamos avanzar en nuestra reflexión apuntando la necesidad de


diferenciar entre las costumbres sujetas a lo transitorio y mudable, más acorde con los
llamados criterios morales, y los comportamientos basados en la ética que no deberían
estar sujetos a las modalidades de espacio y tiempo, sino que deberían permanecer
inalterables como custodios de la naturaleza humana.

El siglo veintiuno, todavía deudor del siglo pasado no ha encontrado, aún, como es
lógico en la dinámica de la historia, sus propios condicionantes y bebe y depende de
las costumbres elaboradas en el siglo veinte. Sin embargo, el siglo pasado no es un
momento de la historia que pueda enorgullecer a la estirpe humana dado que en él se
han conjugado los crímenes más atroces contra la humanidad por razón de raza, credo
o color.

Los avances tecnológicos experimentados durante el siglo veinte no han sabido


encontrar un punto de referencia que dignifique a los seres humanos, sino que, por el
contrario, ha resultado altamente desmoralizador ya que ha arrancado de cuajo los
valores esenciales de la condición humana arrastrando a la sociedad contemporánea a
una carrera desaforada por el consumismo material y a una lucha de todos contra
todos. A diferencia de lo que proponía el estoico Séneca de que homo sacra res homini
(el hombre es cosa sagrada para el hombre) se ha impuesto la máxima hobbesiana de
homo homini lupus est (el hombre es un lobo para el hombre) pues como ha apuntado
Plauto, lupus es homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (lobo es el hombre
para el hombre y, por tanto, no es hombre cuando desconoce quien es el otro).

El modelo tecnotrónico de la modernidad ha socavado los cimientos de la conciencia


humana a tal punto que el desarrollo tecnológico ha hundido a la humanidad en el
desconcierto y la incertidumbre de no saber cuál es el derrotero que debe tomar ya que
ha apoyado sus valores en lo efímero. La sociedad consumista de nuestros días se
afirma en el desarrollo de la ciencia y la tecnología para someter a los ciudadanos al
cambio de instrumentos y aparatos que constantemente van innovando pequeñas
mejoras por lo cual, por señalar algunos ejemplos al uso, un teléfono móvil no debe
durar más de seis meses, un televisor más de dos años o un automóvil más de tres.

Si a ello unimos la dinámica social de la red Internet podemos agregar un factor más de
transitoriedad pues si bien las comunicaciones se han visto favorecidas por la red hay
que reconocer, también, que se trata de un factor de alteración social que puede llegar
a perturbar los comportamientos humanos generando, por ejemplo, redes de pedofilia,
de comunicaciones terroristas, de venta de productos falsos, de redes de delincuencia,
o agresiones personales a la imagen de personas o instituciones con la mayor
impunidad y bajo el sacrosanto reclamo de “es que lo dice google”, esa nueva Biblia de
nuestro tiempo.

Se ha dicho que el siglo veintiuno se enmarca en la era de la globalización. En efecto,


este fenómeno de carácter universal ha trastocado por completo los esquemas de
comportamiento de la sociedad de nuestro tiempo. Se trata de un fenómeno complejo
de difícil definición que abarca un proceso poliédrico de comportamientos sociales,
económicos, culturales y ecológicos y que se apoya en los avances tecnológicos,
fundamentalmente a través de las redes digitales.

El fenómeno de la globalización ha trastocado la noción clásica de espacio-tiempo en el


que se apoyaban tradicionalmente las relaciones humanas. En este sentido como
apunta Zaki Laïdi (Zaki Laïdi, Un mundo sin sentido. México, 2000) "podríamos definir
la globalización como un movimiento planetario en el que las sociedades renegocian su
relación con el espacio y el tiempo por medio de concatenaciones que ponen en acción
una proximidad planetaria bajo su forma territorial, simbólica (la pertenencia a un
mismo mundo) y temporal (la simultaneidad)", en definitiva, lo que él ha llamado el "fin
de la geografía".

De este modo, las llamadas “lógicas espaciales-temporales” se han visto alteradas


como consecuencia de la globalización y han galvanizado los límites espaciales, es
decir el espacio y el tiempo, como coordenada necesaria para recorrer ese espacio.
(Faramiñán Gilbert, Globalización, Sociedad Civil y Derecho Internacional, Madrid,
2005), pues como ha apuntado Ian Scholte, (Ian Scholte, The Globalization and World
Politics. An introduction to International Relations. Oxford, 1997) todo este proceso ha
llevado a lo que podríamos calificar como “la superación de las fronteras”, es decir, la
superación de los criterios espacio-temporales sobre los que se han apoyado los
Estados en sus relaciones internacionales e incluso internas.

Todo ello nos lleva a meditar sobre la influencia de la tecnología en la sociedad


moderna y, en particular, en lo que se ha dado en llamar la postmodernidad. Para
Zygmunt Bauman (Zygmunt Bauman, Ética postmoderna, Madrid, 2004) el contexto
global de la vida contemporánea presenta riesgos de una magnitud insospechada,
incluso, apunta, catastrófica, como los genocidios, las invasiones, las guerras, el
fundamentalismo de mercado, el terror de Estado o de credo. Sin embargo, para este
autor una esperanza recorre la ética posmoderna en la medida en que se haga visible
la fuerza moral oculta en la filosofía ética con el fin de que se genere una moralización
de la vida social. Bauman, caracteriza a nuestro tiempo como lo que él ha llamado un
“tiempo líquido”, es decir, un modelo que hace a la sociedad flexible y voluble ya que
sus valores no perduran el tiempo necesario para solidificarse y, por tanto, no sirven de
marco de referencia para generar valores permanentes lo que crea en los ciudadanos
una gran inseguridad e incertidumbre. Este modelo postmoderno se diferencia con la
modernidad, según Bauman, ya que el modelo anterior era “sólido”, es decir, estable y
repetitivo.

Todos estos cambios están evidenciando un sistema que genera incertidumbres e


inseguridades en los diferentes planos de la existencia. Bauman llama a las ciudades
modernas “las metrópolis del miedo” y nos habla de “la fragilidad humana”. De tal
manera que se debilitan los sistemas de seguridad y de protección de los individuos,
pues se trata de un tiempo sin certezas, los esquemas de vida se fragmentan, no sirve
planificar a largo plazo ya que los tiempos son cambiantes y flexibles, en definitiva
líquidos.

La globalización y su instrumento que es la Internet, han socavado la solidez de la


sociedad precedente en la que los individuos se sentían incrustados en sólidas
estructuras sociales como el régimen de producción industrial o las instituciones
democráticas que tenían una fuerte raigambre territorial y, como ya he señalado, los
nuevos tiempos han fracturado el binomio espacio-tiempo en eso que hemos dado en
llamar la “superación de las fronteras”.
Jacques Ellul, (Jacques Ellul, Technique ou l’ enjeu du siècle, Paris, 1954) lo había
pronosticado en la década de los años cincuenta cuando anunció que la tecnología era
un nuevo tipo de coacción sobre la condición humana ya que entendía que el cambio
tecnológico fomentaba una deshumanización pues separaba a los seres humanos de la naturaleza y la
tradición, subordinando la rica variedad de la experiencia humana a los cálculos del racionalismo
instrumental. Recordemos que durante la Segunda Guerra Mundial se realizaron experimentos
inhumanos con prisioneros por las potencias del Eje en materia de medicina y los Aliados tiraron la
bomba atómica sin el menor reparo humanitario. Después de Hiroshima y Nagasaki, Albert Eistein dijo
“la bomba atómica nos sitúa ante un problema de ética y no de física”.

Como señala Carl Mitcham (Carl Mitcham, Technology and Ethics, New York, 2005), estudios posteriores
han revelado experimentos médicos inmorales no sólo llevados a cabo por los enemigos de la
democracia, como los realizado por el Tercer Reich, sino dentro de los propios regímenes democráticos,
como el caso de tratamientos médicos reservados sólo para las minorías o los experimentos de
Tuskegee con afroamericanos afectados de sífilis, o el uso excesivo de pesticidas en los cultivos, o los
casos de soldados y ciudadanos expuestos a dosis masivas de radiación tal como ha ocurrido en las
pruebas nucleares de Nevada y en el Pacífico Sur, y todo ello en nombre del conocimiento
tecnocientífico.

La dinámica de la globalización nos ha llevado a enfrascarnos en la “sociedad de la información” con


claro deterioro de lo que podríamos llamar la “sociedad de la formación” en donde se ha masificado la
información dando lugar a lo que en palabras de Bilbeny (N. Bilbeny, La revolución de la ética. Hábitos y
creencias en la sociedad digital, Barcelona, 1997) la explosión cognitiva ha traído como consecuencia
una primacía de la cultura informativa sobre la valorativa.

Estos breves ejemplos nos están dando la pauta del deterioro ético que no sólo afecta a los seres
humanos corrientes sino que también, y esto resulta alarmante, se encarama a los ámbitos del poder
político y utiliza a la comunidad a su beneplácito ante el silencio cómplice de aquellos que lo han
detectado, pero como en el cuento de Andersen no se atreven a decir “que el Rey va desnudo”.

En este proceso de claroscuros nos encontramos con que en el mismo confluyen una serie de factores
que se interrelacionan entre sí en donde lo privado y lo público se entremezclan sin tener en cuenta el
ámbito de lo estrictamente personal e individual que es donde se fraguan los valores éticos. En esta
dinámica evanescente en la que se encuentra sumida la sociedad de nuestro tiempo, como decíamos
líquida, frágil, altamente proteica y por ende poco sujeta a la reflexión, resulta preocupante que los
poderes públicos no tienen en cuenta los valores trascendentes de los seres humanos más que en
rituales “brindis al sol” cargados de parafernalia, pero sin contenido y, por otro lado, el plano de lo
privado y familiar se encuentra cuestionado por rupturas generacionales. En este panorama, cabe que
nos preguntemos ¿hacia dónde vamos?

En el marco de esta reflexión resultan interesantes los argumentos de Hannah Arendt (Hannah Arendt,
La condición humana, Barcelona, 1993) cuando plantea tres niveles básicos de la acción humana. A
saber: la interioridad de cada ser humano, su ámbito doméstico y el ámbito colectivo.

En el primero de estos ámbitos, en el que cada ser humano experimenta su propia subjetividad, es decir,
a partir de su yo interior, es desde donde se construyen los otros dos ámbitos de la existencia, ya que
cualquier acción compromete al actor en su totalidad. El segundo de los ámbitos, surge cuando la acción
humana trasciende al entorno inmediato, es decir, a su hábitat doméstico y familiar y a las pequeñas
comunidades a las que pertenece. Un ámbito que, en cierta medida, está protegido de lo público, donde
se escuda del mundo. Finalmente, el tercer ámbito, lo público, donde el individuo participa con el
conjunto del interés general. Si bien, en las sociedades totalitarias, lo público invade el sector de lo
privado y lacera las libertades individuales.

De esta manera, podemos colegir que si bien todos estos ámbitos confluyen y se interrelacionan entre
sí, el primero de ellos, el de las concepciones internas, es el más importante pues su influencia sobre los
demás es edificante, siempre que parta de bases justas y sabias. La influencia de lo individual en lo
doméstico y del pequeño entorno en lo general determina que el desarrollo de los valores
fundamentales en los individuos es un punto de partida que no debe despreciarse.

¿En qué medida un ser humano honesto, influye en su familia, y si llega a ejercer responsabilidades
superiores podrá incidir en la moral y la ética colectiva?

Sin duda, se trata de una pregunta axial, en la posibilidad de que sean seres humanos sabiamente
filósofos los que logren llegar a gobernar, pero esto ya está en Platón, en su República y en sus Leyes. En
la medida en la que sean los hombres justos los que gobiernen todo será mejor para el Estado y para los
ciudadanos. Sin embargo, esto no ocurre en nuestros días.

Un mundo globalizado como el nuestro debería alcanzar también una ética universal que estuviera más
allá de las trochas angostas de cada momento histórico o cada región particular, unos modelos de
comportamiento generalizado que buscaran alcanzar el respeto de los derechos fundamentales de la
especie humana que con tanto sacrificio se han podido hacer encarnar en textos ejemplares como la
Declaración Universal de los Derechos Humanos y que con sano ejemplo se han proyectado en textos
regionales europeos y americanos, con el fin de llegar más cerca a cada una de las necesidades
existenciales y que protegen con sus garantías la dignidad humana.

Como bien nos señala Aristóteles, en Ética a Nicómaco los seres humanos buscan la felicidad, pero cabe
preguntarse, entonces, cómo alcanzarla. El maestro del Liceo nos ilustra con acertado engarce los pasos
necesarios para alcanzar su encastre. Si todo arte busca el bien, así la medicina busca la salud, la
construcción naval el navío, la estrategia la victoria y así, de entre todos los bienes perseguidos el más
buscado por el hombre, y sobre el que reina acuerdo casi unánime, es aquel al que los espíritus selectos
llaman la felicidad e identifican el vivir bien y obrar bien con el ser feliz, aunque mucho se discute sobre
la esencia de la misma.

En este sentido el filósofo agrega que la verdadera esencia de la felicidad es la posesión de la sabiduría,
si bien para otros el bien supremo es el placer, para otros los honores, para otros la posesión de riquezas
o para otros la posesión del poder. Aunque, estos argumentos no son suficientemente sólidos pues se
encuentran sometidos a los vaivenes de la vida. Por tanto, la felicidad debe se algo autosuficiente
porque el bien final deberá bastarse a sí mismo.

De tal modo, la felicidad debería ser la actividad de la parte mejor del hombre, es decir la que utiliza la
razón, por lo cual el acto de todo ser humano de bien “es hacer todo ello bien y bellamente y según la
perfección que le es propia, a partir de una actividad del alma en consorcio con el principio racional”.
Por tanto, la felicidad deberá ser una actividad virtuosa y habitual, ya que de los actos virtuosos los más
valiosos son los duraderos y aquellos que lleven al ser humano hacia una vida dichosa y de conducta
recta.

En su Libro X de la ética nicomaquea, Aristóteles nos indica que “si la felicidad es la actividad conforme a
la virtud, es razonable pensar que ha de serlo conforme a la virtud más alta, la cual será la virtud de la
parte mejor del hombre”, es decir aquella que se deriva de la actividad contemplativa de la inteligencia.
En conclusión, la felicidad consiste en la actividad de la inteligencia según la virtud que le es propia.

Con todo ello, quiero señalar que en estos tiempos convulsos en los cuales nos ha tocado vivir, el
acercamiento a la práctica de valores éticos permanentes no sólo nos acerca hacia la felicidad sino que
también sirve de ejemplo y acicate a la sociedad de nuestro entorno.
A esto me refería con el título de esta disertación en la que hablamos del desafío de los valores éticos en
un mundo globalizado y cambiante en donde a partir de nuestro esfuerzo personal por alcanzar el
ejercicio de estos valores inmutables de la condición humana podemos abrazar al resto de nuestros
congéneres con un sentido fraternal, en el que como nos apunta Emmanuel Levinas, “yo no soy el otro,
pero no puedo ser sin el otro”.

Juan Manuel de Faramiñán Gilbert

Catedrático de la Universidad de Jaén

Director del Observatorio de  la Globalización

Lo que busca la ética Global es que todos tengan un mismo tipo de moral, y así tener un mejor plantea
con paz y una mejor convivencia

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