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LA ETICA EN LA GLOBALIZACION
De acuerdo a lo anterior es más evidente que las empresas que adquieren una
mayor competencia ética, se encuentran mejor preparadas para afrontar los retos que
les deparan los nuevos tiempos, por lo que la globalización es una oportunidad
mundial, con elementos positivos diferentes para
Artículo
Ethic
Una mayor difusión del conocimiento y la cultura. El hambre. Los acuerdos de
libre comercio. Los paraísos fiscales. La comunicación sin barreras. La
construcción de nuevas fronteras. La democratización del turismo. El drama de
los refugiados. Son algunas piezas sueltas de este rompecabezas al que
llamamos mundo globalizado. Realidades que coexisten en el tiempo y en el
espacio y que dan cuenta de las contradicciones del nuevo (des)orden mundial.
Ramón Jáuregui: «Se ha dado una ruptura del contrato social en las
sociedades occidentales»
¿Es la globalización una ideología o un proceso histórico? ¿Es posible (y
positiva) una gobernanza global? ¿Deberíamos hablar de globalización o de
globalizaciones? Son algunas de las reflexiones que han inspirado el
debate Responsabilidad social, bien común y economía, enmarcado dentro de
las jornadas del Atrio de los gentiles organizadas por la Universidad Pontificia
Comillas. El diálogo, protagonizado por el eurodiputado socialista Ramón
Jáuregui y el catedrático de Ética Domingo García Marzá, y moderado por el
vicepresidente de Unicef España, Juan José Almagro, ha puesto el foco en la
ética de la globalización y en el papel de la sociedad civil y de las organizaciones
para superar los desafíos globales.
Pero las soluciones no se pueden ofrecer sin antes analizar las fisuras del
sistema. García Marzá establece la premisa: «La globalización no es un hecho
natural, ni una suerte ni una desgracia, es una construcción humana». El
problema, en su opinión, es que «no hemos sido capaces de cambiar la dirección
de esa globalización».
Juan José Almagro: «La única globalización en auge es la económica»
Según Jáuregui, «la globalización ha tenido unos efectos perturbadores». «Ha
supuesto una conquista de la igualdad planetaria pero una mayor desigualdad en
el interior de los países, y eso ha provocado una ruptura del contrato social
en las sociedades occidentales y una desafección democrática importante, ya
que ha alejado los espacios de decisiones de la vida pública: léase el FMI o el
BCE, órganos de decisión económica que afectan directamente a los ciudadanos
pero que carecen de legitimación democrática para hacerlo», explica el
eurodiputado.
Juan José Almagro recuerda las palabras del nobel de Economía Angus Deaton:
«La globalización ha aumentado las desigualdades y la desigualdad corrompe
la democracia». «La única globalización en auge es la económica», señala.
La empresa no es ajena a este escenario. «Las compañías son cada vez más
poderosas por sus impactos medioambientales y sociales. Y tienen la capacidad
de superar leyes nacionales. Junto a ese poder de las compañías, hay una
oportunidad de construir un mundo mejor con ellas», considera Jáuregui. Algo
con lo que coincide García Marzá: «La empresa, lo crea o no, es un agente de
justicia». «La RSE no es más que la capacidad de la empresa de responder a
aquello que se espera de ella. No lo confundamos con la acción social: la RSE no
es lo que hago con mis beneficios sino cómo los consigo», recalca.
Domingo García Marzá: «La empresa, lo crea o no, es un agente de justicia»
El catedrático expone sus críticas: «España es uno de los países del mundo que
más pactos ha firmado y mira de qué ha servido [en referencia a la crisis]. La
RSE ha servido para maquillar la injusticia. No puede ser que una empresa
pague unos sueldos indecentes y luego haga labores de voluntariado».
Pero no todo son sombras. La RSE también ha logrado muchos avances. Entre
ellos, según García Marzá, está el de «unificar la respuesta a la pregunta: de qué
es responsable la empresa. También ha cambiado el lenguaje: hay que hablar de
RSE. Y se ha extendido a otro tipo de organizaciones: hoy también hablamos de
responsabilidad administrativa o de responsabilidad universitaria».
El sentido de la ética en un mundo globalizado
Facilismo o mediocridad. Desarrollo moral y desarrollo tecnológico. Felicidad y
globalización.
Situados dentro de un sistema social que se apoya en elementos de las escuelas
pragmatista y utilitarista, se constata que la relación existente entre desarrollo
tecnológico y desarrollo moral, en muchos casos, es casi inversamente proporcional:
mientras el desarrollo tecnológico galopa sobre el lomo del corcel brioso de la ciencia;
el desarrollo moral, apenas, da pasos vacilantes en los pies de un sistema educativo
anacrónico, retrógrado e imitador de otras realidades ajenas al contexto, que requiere
una intervención urgente para responder –con asertividad- a los desafíos de las nuevas
formas de vivencia que brotan.
Solicita con urgencia respuestas claras, precisas, veraces y contundentes que doten a
cada ser humano de las herramientas idóneas para asumir con éxito su papel como
protagonista de su propia historia.
De esta manera, la ética orienta, asesora y cimenta el actuar de cada uno para que
interiorice las normas, principios, prescripciones que puedan regir su deambular
autónomo dentro de un mundo que en una constante y dinámica acción cambiante,
crea nuevos paradigmas.
Así puede inferirse que, para el esclarecimiento y viabilidad del mundo actual, la ética
debe aportar todos los elementos que fundamenten y enriquezcan el desarrollo
moral para que vaya en consonancia con el progreso científico y las innovaciones
tecnológicas:
4. Rescatar el lugar y la dignidad del ser humano por encima de la tecnología y de las
leyes del mercado (la oferta y la demanda);
5. Permitir que el poder que lleva consigo el conocimiento se extienda a todos los
conglomerados sociales y haga visibles a aquellos que “la sociedad” excluye;
La ética, Arte de vivir bien, Arte de la felicidad; dota de sentido y puede revestir de
significado la globalización, en la medida que cada uno de nosotros, asumamos
-con la seriedad que el momento nos impone- el compromiso de superar los
embates de la ideología del sistema social que nos cobija y desde la educación,
aprovechemos esta oportunidad de cambiar la historia, siendo competentes,
proactivos y dotados del sentido de pertenencia suficiente para concretizar, en
el acto educativo, nuestra visión de generaciones gestoras y protagonistas de su
propio futuro.
Como en el mito del eterno retorno, notamos que 26 siglos después tiene
vigencia la reflexión sofista del relativismo ético: “nada es verdad, nada es
mentira; todo depende del cristal con que se mire…” y aunque aún retumba la
pregunta “¿De dónde venimos?” Hoy, sintiendo el cambio climático,
preguntamos con zozobra “¿Hacia dónde vamos?”.
Parece evidente que si los avatares de la historia van haciendo de las costumbres
figuras de comportamiento que varían según los lugares y los tiempos irán surgiendo
criterios morales y éticos que también pueden resultar variables según las
circunstancias geográficas o temporales; así lo que pudiese resultar inmoral en el siglo
diecinueve no lo es en el siglo veintiuno.
Esta diferenciación nos permitiría especular sobre la idea de que la voz moral estaría
condicionada conceptualmente a lo permutable mientras que la voz ética podría
conceptualizarse como más afín a aquello que permanece inmutable, a aquello que
como diría Pico de la Mirándola se relacionara con la “dignidad del hombre” (Pico de la
Mirándola, Discurso sobre la dignidad del hombre).
El siglo veintiuno, todavía deudor del siglo pasado no ha encontrado, aún, como es
lógico en la dinámica de la historia, sus propios condicionantes y bebe y depende de
las costumbres elaboradas en el siglo veinte. Sin embargo, el siglo pasado no es un
momento de la historia que pueda enorgullecer a la estirpe humana dado que en él se
han conjugado los crímenes más atroces contra la humanidad por razón de raza, credo
o color.
Si a ello unimos la dinámica social de la red Internet podemos agregar un factor más de
transitoriedad pues si bien las comunicaciones se han visto favorecidas por la red hay
que reconocer, también, que se trata de un factor de alteración social que puede llegar
a perturbar los comportamientos humanos generando, por ejemplo, redes de pedofilia,
de comunicaciones terroristas, de venta de productos falsos, de redes de delincuencia,
o agresiones personales a la imagen de personas o instituciones con la mayor
impunidad y bajo el sacrosanto reclamo de “es que lo dice google”, esa nueva Biblia de
nuestro tiempo.
Como señala Carl Mitcham (Carl Mitcham, Technology and Ethics, New York, 2005), estudios posteriores
han revelado experimentos médicos inmorales no sólo llevados a cabo por los enemigos de la
democracia, como los realizado por el Tercer Reich, sino dentro de los propios regímenes democráticos,
como el caso de tratamientos médicos reservados sólo para las minorías o los experimentos de
Tuskegee con afroamericanos afectados de sífilis, o el uso excesivo de pesticidas en los cultivos, o los
casos de soldados y ciudadanos expuestos a dosis masivas de radiación tal como ha ocurrido en las
pruebas nucleares de Nevada y en el Pacífico Sur, y todo ello en nombre del conocimiento
tecnocientífico.
Estos breves ejemplos nos están dando la pauta del deterioro ético que no sólo afecta a los seres
humanos corrientes sino que también, y esto resulta alarmante, se encarama a los ámbitos del poder
político y utiliza a la comunidad a su beneplácito ante el silencio cómplice de aquellos que lo han
detectado, pero como en el cuento de Andersen no se atreven a decir “que el Rey va desnudo”.
En este proceso de claroscuros nos encontramos con que en el mismo confluyen una serie de factores
que se interrelacionan entre sí en donde lo privado y lo público se entremezclan sin tener en cuenta el
ámbito de lo estrictamente personal e individual que es donde se fraguan los valores éticos. En esta
dinámica evanescente en la que se encuentra sumida la sociedad de nuestro tiempo, como decíamos
líquida, frágil, altamente proteica y por ende poco sujeta a la reflexión, resulta preocupante que los
poderes públicos no tienen en cuenta los valores trascendentes de los seres humanos más que en
rituales “brindis al sol” cargados de parafernalia, pero sin contenido y, por otro lado, el plano de lo
privado y familiar se encuentra cuestionado por rupturas generacionales. En este panorama, cabe que
nos preguntemos ¿hacia dónde vamos?
En el marco de esta reflexión resultan interesantes los argumentos de Hannah Arendt (Hannah Arendt,
La condición humana, Barcelona, 1993) cuando plantea tres niveles básicos de la acción humana. A
saber: la interioridad de cada ser humano, su ámbito doméstico y el ámbito colectivo.
En el primero de estos ámbitos, en el que cada ser humano experimenta su propia subjetividad, es decir,
a partir de su yo interior, es desde donde se construyen los otros dos ámbitos de la existencia, ya que
cualquier acción compromete al actor en su totalidad. El segundo de los ámbitos, surge cuando la acción
humana trasciende al entorno inmediato, es decir, a su hábitat doméstico y familiar y a las pequeñas
comunidades a las que pertenece. Un ámbito que, en cierta medida, está protegido de lo público, donde
se escuda del mundo. Finalmente, el tercer ámbito, lo público, donde el individuo participa con el
conjunto del interés general. Si bien, en las sociedades totalitarias, lo público invade el sector de lo
privado y lacera las libertades individuales.
De esta manera, podemos colegir que si bien todos estos ámbitos confluyen y se interrelacionan entre
sí, el primero de ellos, el de las concepciones internas, es el más importante pues su influencia sobre los
demás es edificante, siempre que parta de bases justas y sabias. La influencia de lo individual en lo
doméstico y del pequeño entorno en lo general determina que el desarrollo de los valores
fundamentales en los individuos es un punto de partida que no debe despreciarse.
¿En qué medida un ser humano honesto, influye en su familia, y si llega a ejercer responsabilidades
superiores podrá incidir en la moral y la ética colectiva?
Sin duda, se trata de una pregunta axial, en la posibilidad de que sean seres humanos sabiamente
filósofos los que logren llegar a gobernar, pero esto ya está en Platón, en su República y en sus Leyes. En
la medida en la que sean los hombres justos los que gobiernen todo será mejor para el Estado y para los
ciudadanos. Sin embargo, esto no ocurre en nuestros días.
Un mundo globalizado como el nuestro debería alcanzar también una ética universal que estuviera más
allá de las trochas angostas de cada momento histórico o cada región particular, unos modelos de
comportamiento generalizado que buscaran alcanzar el respeto de los derechos fundamentales de la
especie humana que con tanto sacrificio se han podido hacer encarnar en textos ejemplares como la
Declaración Universal de los Derechos Humanos y que con sano ejemplo se han proyectado en textos
regionales europeos y americanos, con el fin de llegar más cerca a cada una de las necesidades
existenciales y que protegen con sus garantías la dignidad humana.
Como bien nos señala Aristóteles, en Ética a Nicómaco los seres humanos buscan la felicidad, pero cabe
preguntarse, entonces, cómo alcanzarla. El maestro del Liceo nos ilustra con acertado engarce los pasos
necesarios para alcanzar su encastre. Si todo arte busca el bien, así la medicina busca la salud, la
construcción naval el navío, la estrategia la victoria y así, de entre todos los bienes perseguidos el más
buscado por el hombre, y sobre el que reina acuerdo casi unánime, es aquel al que los espíritus selectos
llaman la felicidad e identifican el vivir bien y obrar bien con el ser feliz, aunque mucho se discute sobre
la esencia de la misma.
En este sentido el filósofo agrega que la verdadera esencia de la felicidad es la posesión de la sabiduría,
si bien para otros el bien supremo es el placer, para otros los honores, para otros la posesión de riquezas
o para otros la posesión del poder. Aunque, estos argumentos no son suficientemente sólidos pues se
encuentran sometidos a los vaivenes de la vida. Por tanto, la felicidad debe se algo autosuficiente
porque el bien final deberá bastarse a sí mismo.
De tal modo, la felicidad debería ser la actividad de la parte mejor del hombre, es decir la que utiliza la
razón, por lo cual el acto de todo ser humano de bien “es hacer todo ello bien y bellamente y según la
perfección que le es propia, a partir de una actividad del alma en consorcio con el principio racional”.
Por tanto, la felicidad deberá ser una actividad virtuosa y habitual, ya que de los actos virtuosos los más
valiosos son los duraderos y aquellos que lleven al ser humano hacia una vida dichosa y de conducta
recta.
En su Libro X de la ética nicomaquea, Aristóteles nos indica que “si la felicidad es la actividad conforme a
la virtud, es razonable pensar que ha de serlo conforme a la virtud más alta, la cual será la virtud de la
parte mejor del hombre”, es decir aquella que se deriva de la actividad contemplativa de la inteligencia.
En conclusión, la felicidad consiste en la actividad de la inteligencia según la virtud que le es propia.
Con todo ello, quiero señalar que en estos tiempos convulsos en los cuales nos ha tocado vivir, el
acercamiento a la práctica de valores éticos permanentes no sólo nos acerca hacia la felicidad sino que
también sirve de ejemplo y acicate a la sociedad de nuestro entorno.
A esto me refería con el título de esta disertación en la que hablamos del desafío de los valores éticos en
un mundo globalizado y cambiante en donde a partir de nuestro esfuerzo personal por alcanzar el
ejercicio de estos valores inmutables de la condición humana podemos abrazar al resto de nuestros
congéneres con un sentido fraternal, en el que como nos apunta Emmanuel Levinas, “yo no soy el otro,
pero no puedo ser sin el otro”.
Lo que busca la ética Global es que todos tengan un mismo tipo de moral, y así tener un mejor plantea
con paz y una mejor convivencia