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ANALICEMOS EL SIGUIENTE POST:

INTRODUCCIÓN.
El tema que abordaré a continuación, con el objetivo central de ilustrarnos sobre las variables a
considerar en la evaluación psicológica forense del delito de abuso sexual, específicamente en
niños, es decir, haciendo énfasis en las cualidades de credibilidad y veracidad, que se encuentran de
manera implícita o solícita en los cuestionamientos de la autoridad judicial; inmersas, aunque
muchas veces no identificadas ni consideradas en el proceso de evaluación de los testimonios
infantiles. Este trabajo constituye básicamente una recopilación de conceptos y postulados de
diferentes autores, que desde diferentes direcciones llegan al punto convergente de la evaluación del
abuso sexual infantil, enfocados unos en las consecuencias o secuelas del mismo, otros en las
responsabilidades profesionales y legales de su abordaje, otros en el peso de las declaraciones del
menor como víctima o testigo, y otros en las exigencias y objetivos de su evaluación.
La doctora Carmen Ricardo, por ejemplo, ha elaborado un documento donde amplía los orígenes de
este flagelo desde inicios de la humanidad, manifestando en el mismo que ya desde era paleolítica,
las tribus abanderaban la figura del “macho dominante”, titulo adjudicado al “más fuerte y feroz, el
mejor cazador, el mejor proveedor de alimentos y guerrero en general”; también su hegemonía se
hacía sentir en la posesión de las mujeres que deseaba, haciendo uso de hecho en la fuerza, al
actuar sin el consentimiento de las mismas y sometiéndolas con violencia (Ricardo, sf).
Estos antecedentes nos llevan a ver el abuso sexual como derivado de una herencia común de la
especie humana, que a pesar del avance de ésta a través del aporte de todas y cada una de las
generaciones que se han sucedido hasta nuestros días, si bien cambió de contexto socio cultural,
conserva su esencia original.  Han transcurrido más de veinte siglos, desde  la obtención del fuego
por medio de la fricción de la rudimentaria piedra hasta  el progreso actual en la era de la cibernética,
pero el abuso sexual como fenómeno conductual no ha desaparecido, pese a todo el arsenal
normativo legal existente, que conlleva a la tipificación del mismo como delito y a su penalización en
concordancia con las sanciones que  cada sociedad ha estipulado para tal efecto.
Y es en consideración a la diversidad en cuanto a la tipificación de este delito en las  diversas
legislaciones, que para proporcionar una definición de abuso sexual,  he optado por presentar la
proporcionada por la Asociación   Americana de Pediatría (AAP) de los Estados Unidos de América,
la cual define el abuso sexual infantil de la siguiente manera:: “Ocurre una abuso sexual cuando
un niño es comprometido en actividades sexuales que éste no puede entender y para el cual
no está preparado, ni puede dar consentimiento consciente y que viola las leyes y/o las

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prohibiciones sociales. Las actividades sexuales incluyen todas las formas de contacto
genital-bucal o anal con o hacia el niño, así como los abusos sin contacto, tales como
exhibicionismo, voyeurismo, o el utilizar al niño en la producción de material
pornográfico” (Gilberto Aldana Sierralta).
Independientemente de las variantes en mayor o menor magnitud que puedan presentarse en la
definición que cada legislación establezca para definir dicho delito, el abuso conlleva fuerza conlleva
al uso de la fuerza dado que el agresor se posesiona del cuerpo de su víctima, con la intención de
mostrar con ello a la víctima, como a sí mismo su supremacía. En palabras de la psicóloga  Patricia
Giuricich dicha fuerza  “es ejercida a través de la sumisión  y manipulación absoluta de la víctima” y
el ataque va dirigido a la “identidad del menor”, quien queda excluido de  dar su consentimiento en
el hecho y para quien el silencio es la única opción de afrontamiento cuando existe amenaza por
parte de su agresor de hacerle daño a él o a su familia si se atreve a revelar lo ocurrido (Giuricich,
sf.)
Consideramos que aunque no exista amenaza, el niño carga con la culpa de no haberlo evitado y
con la vergüenza que la ofensa involucra, como sintomatología inicial de toda una serie de
repercusiones en la esfera psíquica. Añadimos además que no solo se afecta la identidad del niño
sino también su integridad, ya que el abuso conlleva un sentimiento de pérdida con su concomitante
proceso de  duelo, factores que constituyen en muchas ocasiones los ejes de la intervención
terapéutica
ABORDAJE PSICO-LEGAL
El interés que vemos hoy en día por parte  de  los estados por evitar la impunidad de los ofensores
sexuales a través del establecimiento de leyes cada vez más severas respecto a la penalización de
éste y el interés de los profesionales de salud por proporcionar la intervención remedial para  las
secuelas que se generan en sus víctimas, no siempre fue el mismo a lo largo de la historia.
Puede decirse que se observó cierto repudio inicial hacia esta práctica ancestral, en las postrimerías
del siglo XIX, pero posteriormente dicha toma de conciencia declinó por la influencia de ciertas
corrientes teóricas de la época que matizaban la niñez con ciertos rasgos inherentes de
discapacidad cognoscitiva, patología mental asociada al niño delator, e inmoralidad del niño al
mentir, sustentada ésta última por el floreciente psicoanálisis de la época, que arrojaba desde la
perspectiva científica la concepción del niño como criatura erotizada tras la vivencia de   los
complejos de Edipo y Electra (Baartman, citado por F. Jiménez, 2001)

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Al respecto, Baartman (1992) plantea que éstos han sido los marcos conceptuales que
históricamente han retardado la atención hacia el testimonio de los niños abusados  sexualmente. 
Pero que, con el aumento de los casos de abuso en la década del 80 en los Estados Unidos,
surgieron las campañas de concientización pública, que llevaron al aumento de denuncias, ya que
las cifras conocidas de la incidencia y frecuencia del abuso no reflejaban su magnitud real.
Desde entonces, la atención hacia el problema se ha polarizado prácticamente en dos grupos, los
que en respeto fiel al interés superior del menor, o por su compromiso de ayuda y protección para
con el niño, defienden la tesis de que el niño no miente. En el otro extremo ubicándose quienes
sustentan lo contrario con justificación en la falta de algunas capacidades ausentes en la niñez (Ceci
y Bruck, 2003). Dichos argumentos, más que apuntalar sobre la supremacía científica o práctica de
alguno de los mismos, debe llevarnos a considerar la evaluación del testimonio de los niños
abusados sexualmente con mucho cuidado; criterio de objetividad compartido por la mayoría de los
autores, lo cual nos lleva a considerarlo, no sometible a discusión. Una ilustración de este mensaje la
encontramos en la siguiente cita: “aunque se valore que los niños no suelen mentir cuando
realizan una denuncia de abuso sexual, no debe descartarse la posibilidad de que esto
ocurra. (Raskin y Yuille, 1989; Thoennes y Tjaden, 1990, citados por Urra, 1995).
Y esta disyuntiva de si mienten o no mienten, si son creíbles o niño, y si son capaces de  testimoniar 
de manera válida, ha dado lugar al surgimiento de un sin número de estudios sobre el testimonio
infantil, como los de María Alonso Quecuty, Margarita Diges, Ceci y Bruck, Manzanero, Joseph
Juárez, y muchos otros, latinoamericanos, como los que citamos en este documento, cuyos aportes
conforman en gran medida el marco teórico y metodológico de lo que constituye la Psicología del
testimonio.
Pero, pese a los adelantos alcanzados en  estudios e  investigaciones orientadas a cambios de
paradigmas sociales y legales sobre el abuso sexual infantil, al perfeccionamiento de las técnicas de
evaluación existentes y al desarrollo de herramientas válidas y confiables, que nos acerquen al
sujeto testimoniante, de manera empática, no simpática ni antipática, tampoco arbitraria, pero con
toda la objetividad de la exigencia científica, aún todos estos esfuerzos  no han logrado que  los
funcionarios de justicia se percaten del arcaísmo metodológico que envuelve las entrevistas y e
interrogatorios en los casos de abuso sexual, así como de otros delitos. Agravándose la situación al
estandarizar dichos métodos para todas las personas que haya que investigar. Todavía se toman
declaraciones con un mismo formato tanto  en víctimas como agresores y en niños como en adultos;
generalmente los funcionarios judiciales encargados de dicha operación no cuentan con la formación

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necesaria para lograr las declaraciones o los testimonios con garantías de adecuación, logrando con
ello la agudización de la agonía en las víctimas reales, en especial si se trata de menores.
Lo anteriormente señalado nos obliga en primer lugar a documentarnos respecto al fundamento
teórico existente en la comunidad científica, a fin de contar con el conocimiento necesario sobre la
materia, y en segundo lugar a trabajar en la ilustración a gran escala de todos los actores en el
engranaje jurídico administrativo que intervienen en los procesos legales, a través y desde, las
instancias en que se desarrollan los trámites judiciales competentes a casos de abuso sexual.
En lo que respecta al psicólogo forense, cuando éste  se enfrenta a la evaluación de un caso de ASI,
su compromiso inicial estriba en realizar un abordaje con profesionalismo, con actitud objetiva,
neutral e imparcial, sin predisposiciones hacia hipótesis exclusivas de si el niño dice la verdad o
miente. Esto lleva al psicólogo forense a adquirir el compromiso permanente de mantenerse
informado en cuanto a estudios, avances y descubrimientos sobre la materia, a fin de desarrollar
estrategias que le permitan la autovigilancia y autocorrección de los sesgos en los que pudiera
incurrir durante el proceso de evaluación.
Si bien no es el objetivo principal de esta disertación entrar en los detalles teóricos y
metodológicos de la evaluación psicológica del abuso sexual infantil, es importante poner
enfatizar que al evaluar la credibilidad del testimonio infantil,  el profesional de la psicología que la
realice conozca a cabalidad las exigencias que su rol de psicólogo forense demanda, para no
confundirse con la labor terapéutica, que es función del psicólogo en ejercicio clínico. Este principio
enmarca el compromiso de imparcialidad con el cual debe desempeñarse el psicólogo forense   y se
constituye en una exigencia técnica que da lugar o cede su paso al compromiso ético de este
profesional.
Es claro que cuando el psicólogo forense permite que sus roles terapéuticos y de investigador
converjan en una simultaneidad de tareas, está permitiendo que dichos roles entren en conflicto y
con ello se amenace la confiabilidad de su dictamen, porque la dualidad generada de los roles clínico
y forense conlleva inevitablemente a un “conflicto en los diferentes estadios del proceso legal”
(Pedroza, 2002). Involuntaria y/o negligentemente, está desempeñando una simultaneidad de
roles, actuando clínicamente con un(a) supuesta víctima de abuso sexual, perdiendo  así su
horizonte, dado que se equivoca en cuanto al objetivo de su accionar (actúa  con y para la
justicia), en otras palabras, está actuando terapéuticamente al tiempo que, simultáneamente actúa
con el sistema criminal de justicia. (Mason, citado por Pedroza, 2002).

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Para Mason, entre los objetivos que persigue el sistema criminal se encuentra el principio de
presunción de inocencia (Mason, cit por Pedroza,2002), que todos los conocemos  por la frase “toda
persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario”,  principio olvidado cuando en labor
forense asumimos el rol de terapeutas y que nos lleva de partida a ser negligentes.   Pedroza
considera que tal situación dista mucho de llevarnos a una actuación profesional neutral o imparcial,
dado que se actúa con la concepción apriori de que el niño realmente es víctima del hecho
denunciado.  Al respecto, reproducimos textualmente el pronunciamiento de la Asociación Americana
de Psicólogos, vinculante con la idea que aquí tratamos, y que dice de manera breve pero enfática,
que al constituirse el psicólogo en el abogado del niño, “…claramente viola el principio de
imparcialidad que se le demanda al evaluador forense…” (APA, 2000 y que también es citado
dicha autora (Pedroza, 2002).
LA EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO.
Para Sergio Blanes tradicionalmente la justicia ha estado ligada a búsqueda de la verdad,
compromiso que la lleva a buscar pruebas y a reconstruir hechos pasados, y en los casos de abuso
sexual infantil muchas veces el único testigo del es precisamente el niño sobre quien se ha operado
el supuesto delito (Blanes, 2009). Ni se hable de los casos en los cuales no se cuenta con evidencia
física del delito en el cuerpo del niño víctima, en tales casos, en mayor medida se requiere entonces
de la revelación del niño a través del relato de lo que percibió como realidad de aquel momento, en
donde se conjugaron variables externas correspondientes a su entorno y a sus capacidades
individuales.
En algunas ocasiones no se cuenta con la colaboración del menor para dar testimonio; y encontrarse
con el silencio infantil al momento de efectuar la evaluación psicológica por abuso sexual, constituye
el reto inicial del evaluador,  por el sumo cuidado que hay que tener de no caer en errores 
metodológicos y éticos en el afán de motivarle a hablar. Lo que consideremos como adultos como un
mecanismo de cooperación o facilitación del testimonio infantil,  para el niño puede significar
instigación o compromiso (Berlinerblau, cit. por Bustamante, 2004).
La doctora Berlinerblau, presenta las siguientes razones por las cuales los niños pueden negarse a
hablar de lo sucedido:
● El niño resulta ser económicamente o emocionalmente dependiente del abusador.  Agregamos
nosotros que cuando la dependencia económica es de toda la familia, la idea de revelación o
denuncia resulta aterradora para el niño.

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● Existe amenaza por parte del abusador hacia el niño de hacerle daño a él, a su madre o
hermanos.
● Existe en el niño sentimiento de culpa o vergüenza por lo sucedido.
● Existe temor en el niño a no ser creído dado el prestigio del abusador.
● Existencia de tabú para el niño en cuanto a temas sexuales.
● Carencia en el niño de habilidades de comunicación y/o dominio semántico para explicar el
evento, lo cual dificulta la interpretación por parte de los adultos.
● Por mecanismo defensivo ante el trauma psíquico, la memoria  excluye todo recuerdo del
incidente.
Vemos entonces que existen elementos a considerar para la ocurrencia o no de la acción de
testimoniar en un niño, y que no se diferencian en mayor medida de los que pueden presentarse en
un adulto, entre ellos: presiones externas al niño víctima, afectos, sentimientos, estados
emocionales, aprendizajes, creencias, procesos de memoria capacidades, capacidades y
discapacidades. Nos atrevemos a añadir a este listado los estados fisiológicos de ocurrencia variable
en el niño como síntomas aislados o estados sintomáticos debidos a enfermedades transitorias o
efecto de medicamentos, que en definitiva repercuten en sus capacidades, pero desde una
dimensión periférica.
En la evaluación del testimonio de menores víctimas de abuso sexual encontramos un “verdadero
reto a la práctica clínico- forense” (Cañas y Camargo, sf.) quedando claro que nuestra función no es
la de convertirnos en detectores de mentira ni investigar si hubo o no hubo abuso del menor. Si no
en realizar un trabajo profesional que responda a las exigencias científicas existentes al momento,
que aporte información vinculante para la causa judicial y que pueda ser sustentado teórica y
metodológicamente.
CREDIBILIDAD Y VERACIDAD
El sistema de justicia demanda de los psicólogos y de los psiquiatras forenses, que ayuden a
determinar si un niño está diciendo la vedad respecto a haber sido abusado por lo que se hace
necesario establecer una   diferenciación en cuanto a dos conceptos que se manejan respecto al
tema y que muchas veces se asumen aleatoriamente. Debemos diferenciar entre credibilidad del
testimonio y veracidad de una declaración, tema estudiado y desarrollado ampliamente por uno de
nuestros maestros latinoamericanos en el campo forense, el licenciado Sergio Blanes Cáceres, de
quien haré referencia en gran medida, dado el soporte teórico que sus aportes nos brindan para el
desarrollo de éste tópico.

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PRIMERO VEAMOS QUÉ ES UN TESTIMONIO.
Para Manzanero (2010) un testimonio es un relato de memoria que un testigo realiza sobre hechos
previamente presenciados.  Como claramente lo explica Blanes Cáceres, al ser un relato de
memoria, el testimonio se matiza de subjetividad,  y es solo a partir del momento en que el
dispositivo jurídico lo establece como hecho que motiva el proceso legal, que este testimonio se
objetiviza. Es decir, que la investigación del delito parte del relato de la víctima o de los testigos y su
contenido lo toma como hecho real. (Blanes, 2009)
En palabras textuales de dicho autor, el testimonio constituye un relato subjetivo de una realidad
perdida, (porque lo que sucedió ya pasó y de ello solo queda lo subjetivado) y su estructura,
contenido y manifestaciones externas dependen de ciertas capacidades individuales de cada
persona y del contexto en que lo realiza. (Blanes, 2009)
Esta revelación hace “que una persona resulte creíble cuando sus conductas,  afectos y cogniciones;
en este caso un menor, son comprensibles y están en consonancia con la narración expuesta”
(Echeburúa y Guerricaecheverrría, 20009 cit por Cañas y Camargo (2009). Así, las capacidades, los
estados y las manifestaciones del sujeto en el momento de dicha revelación son material de estudio,
interpretación y manejo psicológico, por lo que no hay lugar a dudas que la evaluación de esa 
cualidad de creíble de un testimonio es de incumbencia de la Psicología (Blanes, 2009).
No sucede lo mismo cuando hablamos de veracidad de una declaración, ya que en la declaración, el
contenido temático de la misma no solo versa sobre un hecho ocurrido, sino también sobre
opiniones, consideraciones y experiencias propias o en virtud de la cercanía o presencia con el
evento o sus protagonistas. También se declara en función de la experiencia o los conocimientos
profesionales que se posean. La declaración puede ser tomada por cualquier operador de justicia
que haya sido designado para ello y conlleva que se realice siguiendo con un protocolo establecido
que inicia o finaliza bajo juramento, y que luego, a través de las investigaciones judiciales, será
sometido a verificación.
Parafraseando a Blanes, para la Justicia, la verdad existe, es empírica, está allí, se puede registrar y
hasta puede ser rescatada y confrontada; la Justicia siempre anda en búsqueda de la verdad, porque
la concibe como algo real. Esta verdad conduce necesariamente a una dicotomía: de la verdad o  la
falsedad, característica del lenguaje legal, que lleva a los extremos del sí y del no todas las
alternativas posibles (Blanes, 2009). Posición que se aleja del trabajo del psicólogo, que de hecho
conoce, describe e interpreta la conducta humana dentro de un continuum de cualidades, estados y
dimensiones espacio temporales que dan lugar en ésta a su matiz de diversidad bio-psico-social y

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moral; criterios mucho más complejos que los de tipificable y antijurídico, que señala este autor, son
propios del discurso jurídico.
Definamos los conceptos de credibilidad y veracidad.
En función de la definición que proporciona la RAE, la credibilidad ha de tomarse como la  calidad de
creíble, es decir, que se asigna a una persona cierto grado de confianza. Desde una visión
psicológica quiere decir que se cree en lo dice o en lo que hace esa persona de manera a priori a ver
los resultados de dicha forma de actuar y generalmente esta concesión es asignada en función de
conductas previas que han sido percibidas como satisfactorias para el que confía. Para el tema que
nos compete, en este caso el ASI, y específicamente en cuanto a las declaraciones de los niños
supuestamente abusados, Manzanero (2009) la define como “la valoración subjetiva de la
exactitud estimada de las declaraciones de un testigo”.
De allí que un mismo relato conlleva significaciones diferentes del evento; termina siendo una
dicotomía de verdad o mentira para la justicia; y para la Psicología se convierte en una   descripción
del suceso, que puede tener cierta dosis lógica o de exactitud sobre la verdad jurídica establecida, a
raíz de las subjetividades que operan sobre quien testifica.Evaluar con total certeza la exactitud del
testimonio es imposible y es que, esta materia es estrictamente jurídica, campo en el que se
comparan el contenido de la declaración con lo que se ha fijado como verdad, así como con el resto
de las pruebas aportadas al proceso. (Blanes, 2009)
La Psicología evalúa la credibilidad del testimonio, proceso consistente en determinar
mediante procedimientos científicos, el grado en que la versión del evaluado se ajusta a las
características de otras personas que han vivido una situación real, de acuerdo a criterios pre
definidos (Manzanero, 2010).
Cuando nos llega la petición judicial de evaluación del testimonio de un menor víctima de supuesto
abuso sexual, se nos está pidiendo una“evaluación objetiva de algo subjetivo” (Blanes, 2009). Es
decir, que una solicitud, que viene redactada en términos legales, exige una evaluación de la
veracidad) de lo que el niño manifiesta con forma y contenido psicológico. Caso similar sucede
cuando se le solicita a la Psicología o a la Psiquiatría la evaluación del daño moral.  Ante esto no
queda más que aclarar que, compartimos con dicho autor que solo compete al Juez determinar  qué
es verdad o no, él es quien da valor al relato del menor, fundamentado en el conjunto de pruebas
que argumentan el proceso.
Como manifiesta Blanes, dictaminar en términos de la verdad del relato o testimonio, sería
extralimitarnos a la función de juzgadores, o de adivinos en otro caso,  porque como peritos no nos

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corresponde certificar realidades De ser así nuestras conclusiones perderían la calidad vinculante y
pasarían a ser determinantes sobre un tema que queda fuera de nuestras competencias y de nuestro
rol (Blanes, 2009).   Esta es una realidad, que como tal, debe hacerse del conocimiento de los
administradores de justicia, en este caso no para la búsqueda de la verdad en términos del sí o del
no, sino para que la convergencia  entre Psicología de Derecho permita que la interdisciplinar fluya
por los canales correctos.
ELEMENTOS QUE INTERVIENEN EN LA CREDIBILIDAD DEL TESTIMONIO DE LOS NIÑOS.
Señalamos al inicio de nuestra presentación que tradicionalmente no se consideraba a los niños
como sujetos testificantes y que ha sido a partir de las décadas finales del siglo XX cuando comenzó
a tomarse importancia a sus relatos de abuso sexual, pero este nuevo enfoque no deja de lado el
cuestionamiento sobre  las capacidades  que requiere poseer un niño para aportar un testimonio, 
interrogante  que lleva ligada los factores que pueden afectar la credibilidad del mismo.
De acuerdo con Juárez las capacidades son determinantes en la condición del menor para decirnos
lo que realmente él vivió como real, considerándose aquí la capacidades cognitivas  para recordar
los detalles con precisión y corrección (expresión, riqueza verbal, inteligencia) y su resistencia a las
influencias exteriores que hayan podido contaminar su recuerdo (sugestibilidad) (Juárez López,
2005).
Juárez sostiene que se debe considerar la voluntad del sujeto en cuanto a querer expresar lo que
realmente él experimentó (aspecto motivacional), es decir, para que no mienta motivado por
personas que involuntaria o deliberadamente pueden orientar sus relaciones hacia una dirección
específica. Manzanero por su parte afirma que también deben considerarse “el desarrollo del sistema
neurológico, la capacidad de comunicación e información para poder interpretar, el concepto de
tiempo y las habilidades sociales como la empatía, las emociones y el juicio moral” (Manzanero,
2010)
Cantón y Cortés  (citados por Margarita Diges, 1997) agregan dentro de las competencias del niño
como testigo, que el grado de exactitud con que los niños informan sobre lo ocurrido (experimentado)
varía sustancialmente dependiendo de:
–        Las demandas cognitivas de la situación incluidas las características del proceso en cuestión
(tiempo ocurrido desde que se produjo).
–        Y las circunstancias en que deben recordarlo (tipo de preguntas formuladas).
–        Factores emocionales y sociales como motivación para decir la verdad y deseos de agradar al
entrevistador.

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Para Margarita Diges (1997) hay capacidades cognoscitivas básicas como la de memoria y
metamemoria (ser consciente de que hay que recordar algo, evaluación de la dificultad de una tarea
y monitorización del aprendizaje).
En este punto coincide con Manzanero (2010) en cuanto a la utilidad de la metamemoria,
considerando éste que la misma permite al niño proteger su memoria de sugerencias intrusivas. Este
autor plantea que la credibilidad del testimonio también depende del tipo de suceso que relata el
menor, del tipo de contradicciones, de la historia sexual del niño.
Al respecto Cañas y Camargo aportan lo siguiente: “la  relación con la memoria, la diferencia entre
los menores y los adultos indica que ésta es más cuantitativa que cualitativa y el recuerdo de los
menores de corta edad (3 años) es bastante exacto, aunque menos detallado que el de los niños
mayores 8 años A partir de los 10 años no existen diferencias entre el relato de los menores y el de
los adultos”. (Cañas y Camargo, 2009).
Con respecto a los factores que pueden alterar la credibilidad del testimonio, además de la memoria,
son numerosos los aportes de los estudiosos del tema, por lo que,  presentando los mismos de
manera resumida. Tenemos:
1. La edad.
Manifiestan Cañas y Camargo que “entre los niños menores y mayores se presentan claras
diferencias en lo concerniente a procesos de memoria en función de la maduración cerebral, la
historia de aprendizajes que lleve lenguaje, juicio para diferenciar la fantasía de la realidad y
persistencia para mantenerse relatando (Cañas y Camargo, 2009).
La capacidad de fabulación.
Señalan estos autores que “la incapacidad para distinguir entre los sucesos percibidos (vividos) y
los inventados (imaginados), es menos habitual de lo que se cree. Los niños no suelen fantasear
sobre lo que no han experimentado, cuando un niño describe en forma detallada y vívida una
actividad sexual, no es posible atribuirla a su imaginación” (Arruabarrena, 1995 citado por Cañas,
2009).
Aquí es muy válida la hipótesis de Undeutsch que afirma “los relatos de víctimas de agresión o
abuso sexual difieren de los relatos imaginados o creados”. Estas diferencias se centran en el
carácter específico de los detalles que se expresan (Jiménez, 2001)
1. 2. La mentira.
Cuando hablamos de mentira hacemos referencia a las conductas a las que recurren los niños
cuando no dicen la verdad, pero es bueno diferenciarla de la fabulación, en la cual tampoco están

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haciendo alusión a algo que se considere verdadero o que esté haciendo alusión a la verdad real u
objetiva. El niño fabula porque dicha experiencia es parte de la etapa que atraviesa en su evolución,  
porque la misma viene a satisfacer necesidades intrínsecas en el niño.  Recordemos que par lo que
nosotros es una fantasía, para el niño puede resultar una vivencia real.
En cambio, la mentira se desarrolla cuando el niño, consciente de que la realidad es otra, dice lo que
ocurrió de una manera distorsionada, o niega un hecho o crea otro, pero ya con una intención
específica, por ejemplo de ocultar una falta para evitar un castigo o para complacer a alguien, o para
obtener algún beneficio.  Las mentiras en los niños evolucionan a medida que sus capacidades
cognitivas también lo hacen.
1. 3. Con respecto a la posible sugestionabilidad del niño, cita  Juárez a Ceci y Bruck, explicando
que estos autores amplían la definición de Guadjonnson  y plantean que ésta es “la capacidad
por la cual los individuos vienen a aceptar la información directamente relacionada con los
mecanismos de la memoria”, referida  “al grado por el cual la codificación, almacenamiento,
recuperación y relato de los eventos puede ser influenciado por factores internos (cognitivos) y
externos (sociales)” (Juárez, 2008)
Los citados autores, encontraron en gran medida la sugestionabilidad generada por la subjetividad
del entrevistador,  lo que se conoce como en sesgo del entrevistador o sesgo confirmatorio, dado
que el entrevistador  al conocer anticipadamente la ocurrencia de los eventos y teniendo información
del niño, manipula la entrevista. Y en base a sus investigaciones plantean que:
Un niño puede ser más sensible a la sugestión cuando:
1. Está bajo estrés de una situación sobre la cual declara
2. Su condición es simplemente de espectador de la acción.
3. Es preguntado sobre detalles periféricos.
4. Hablan de hechos más relacionados con el suceso.
En cuanto a las circunstancias que llevarían al menor a resistir la posible influencia  sugestiva
indican. (Ceci y Bruck, información recopilada por María Alonso Quecuty en Juárez, 2008)
1. Que el episodio sea muy estresante.
2. Cuando es participante en la acción.
3. Cuando es interrogado sobre detalles centrales.
4. Al hablar de lo sucedido.
Margarita Diges agrega a esta lista¨
1. Cuando la memoria original para los detalles engañosos del sujeto es pobre.

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2. Cuando la fuente de información engañosa es una apersona creíble.
Respecto a la vulnerabilidad a la sugestión, los niños de 3 a 5 años son más sugestionables que los
mayores, pero más en relación con sucesos que no han vivido y menos respecto a hechos que han
presenciado o en los que han participado (Diges y Alonso-Quecuty, 1993, citadas por Cantón y
Corté, 2003). La sugestionabilidad individual es la condición psicológica de mayor interés en la
evaluación de una declaración. Se ha demostrado que pueden producir declaraciones dudosas o
falsas como consecuencia de la interacción entre la susceptibilidad del menor a dejarse influenciar y
las influencias sugestivas provenientes de allegados o investigadores.
Los investigadores revisados coinciden en que fácilmente pueden implantarse en los niños ideas y
recuerdos falsos de eventos que nunca pasaron. Y que a menor edad éstos son más propensos al
trasplante de recuerdos falsos. Concuerdan también en que los niños muy raramente mienten
cuando ellos cuentan el abuso espontáneamente a alguien de su confianza. Pero ante la presión de
los interrogatorios recurrentes, los niños pueden terminar produciendo historias que nunca pasaron a
fin de satisfacer a los adultos entrevistadores o percibidos como figuras de autoridad.
El entrevistador, inconsciente o ingenuamente puede llegar a inducir o a reforzar respuestas en los
niños, que éstos pueden menores pueden considerar adecuadas tanto para ellos ya que suponen es
lo que se espera de ellos, como para los adultos, porque suponen es lo que éstas personas están
deseando escuchar y en mayor medida si los interrogatorios se hacen en presencia de la madre,
como aún se acostumbra en algunos lugres, en función de que la legislación establece que debe
haber una persona presente que garantice no sean violados los derechos del menor durante el
interrogatorio.
Por todo lo anterior reiteramos y evidenciamos la necesidad apremiante del psicólogo forense por el
esclarecimiento de su rol como tal en primera instancia, seguidamente por definir sus objetivos de
actuación en función de su rol y concomitante a ello, lograr mediar de su subjetividad. Mediatización
que para algunos puede concebirse como proceso de esfuerzo, por tratarse la psicología forense de
una sub especialización de una ciencia (la Psicología) que tradicionalmente ha ganado la
representación social de una ciencia de “ayuda”.
Contrario a este paradigma, en lugar de alejarnos de la humanización,  la objetivación de este
quehacer nos lleva a darle sentido a la dignidad humana apoyándonos en un andamiaje científico
que ha sido desarrollado para servicio del bienestar y desarrollo humano, con respeto a los derechos
innatos e inherentes a su cualidad humana, meta final de la justicia social y moral.

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Por tanto:
¿En qué consiste la evaluación y análisis del testimonio?
La psicología tiene un gran protagonismo en el ámbito judicial por muchos motivos, pero uno
de los más relevantes es encargarse de la evaluación y análisis del testimonio, una tarea
fundamental en multitud de casuísticas en las que el propio relato del testigo o víctima de un delito es
la única prueba, o una de las pocas que hay, para poder llegar a la verdad del suceso, por lo que
sería clave a la hora de tomar una decisión y dictar sentencia.
Dentro de la psicología forense, sería la psicología del testimonio la rama de esta ciencia que
realizaría las investigaciones y desarrollaría las metodologías necesarias para llevar a cabo un
análisis del relato que sea lo más riguroso y fiable, dentro de las posibilidades que nos ofrezca la
situación.
La psicología del testimonio, por lo tanto, pretende verificar el grado de veracidad de una
declaración sobre un determinado asunto. Y en muchas ocasiones no es nada fácil llegar a una
conclusión. Vamos a detenernos para ver en profundidad dos cuestiones que son fundamentales en
la evaluación y análisis del testimonio: la exactitud y la credibilidad.
Exactitud del testimonio
El primer problema al que nos enfrentamos es el de evaluar la exactitud del testimonio, y es que la
memoria humana no es todo lo fiable que nos gustaría, y además pueden existir diferencias muy
significativas entre la capacidad de memoria de una persona y de otra. Nuestra memoria no
funciona como una cámara de vídeo en la que pulsamos el botón de grabar o el de reproducir,
guardando y recuperando las imágenes tal y como han ocurrido, ¡ni mucho menos!
Los problemas comienzan en el mismo momento de vivir el hecho que nos ocupa, puesto que
dependiendo de las capacidades de la persona, de la atención que esté poniendo, del estrés que
esté experimentando, y muchas otras variables, el sujeto va a codificar la información en su cerebro
de una manera más o menos fiable y duradera.
Posteriormente llega la problemática de la recuperación del recuerdo. Igualmente, las características
de la propia persona y de su memoria harán que sea más o menos fácil recuperar los datos, pero
además entran en juego otros factores como son el tiempo transcurrido entre el evento y la
recuperación, y otro que es fundamental en esta disciplina: la sugestionabilidad.
Por eso es tremendamente importante que la entrevista la lleve a cabo un psicólogo experto
en testimonio, para guiar y obtener la información siempre mediante preguntas neutras, que no
contaminen el relato o lo hagan lo mínimo posible.

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Credibilidad del testimonio
Pero existe otra cuestión que es igual de importante que la exactitud, y se trata de la credibilidad.
Porque, ¿qué ocurre si lo que el sujeto nos está contando, no es que no sea exacto, sino que ni
siquiera es cierto? Existen varias situaciones por las que una persona puede emitir un testimonio
falso.
En primer lugar, puede estar mintiendo, simple y llanamente, porque con ello saca un beneficio,
ya sea exculparse él mismo de algún delito o lograr que incrimine a otra persona (o haciendo que no
la incriminen) logra un rédito, o lo hace una persona de su entorno.
En segundo lugar, puede ser que la persona haya hecho unas interpretaciones de lo sucedido que
no se corresponden con la realidad, y por lo tanto esté relatando hechos que realmente no
sucedieron, o al menos no de la manera en la que los está contando, por lo que su testimonio
carecería de credibilidad.
Por último, se puede dar la situación de que el sujeto haya sido sugestionado, especialmente si
sus capacidades cognitivas no están plenamente desarrolladas, ya sea por edad o por tener alguna
discapacidad. En estos casos, dichos individuos estarían elaborando un relato más o menos
inverosímil sobre unos hechos que en realidad no ocurrieron.
Precisamente los niños y las personas con discapacidad intelectual son dos de los colectivos sobre
los que más se estudia la evaluación y análisis del testimonio, pues cuentan con herramientas
mucho más limitadas a la hora de exponer su relato y además, como ya hemos mencionado, son
especialmente susceptibles a la sugestionabilidad
Esto es especialmente relevante en los casos de abuso sexual, pues hay que medir con absoluta
rigurosidad cada palabra durante la entrevista para obtener un testimonio de calidad que nos permita
extraer conclusiones fundamentadas. Más adelante veremos la técnica utilizada para ello.
Herramientas para evaluar el testimonio
Ya hemos visto la relevancia que tiene el estudio del testimonio y la necesidad de hacerlo de una
forma rigurosa y fiable, pues lo que está en juego muchas veces es una sentencia con
implicaciones legales de tremenda importancia. Por lo tanto, se necesita poder contar con unas
herramientas que garanticen que el proceso sea lo más objetivo y estandarizado posible.
A continuación compararemos diferentes técnicas y herramientas que se pueden utilizar e incluso
combinar, llegado el caso, para poder lograr el mejor resultado posible y así ofrecerle al juez la
información más fiable para que pueda dictar sentencia en una dirección u otra, teniendo todos los
datos sobre la mesa.

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1. Técnicas psicofisiológicas
Por un lado se encuentran las técnicas de medición psicofisiológicas, el famoso polígrafo. Existe una
gran leyenda popular en torno a esta técnica, tanto que popularmente se le llama “detector de
mentiras”, pero hay que ser muy cautos en su utilización. El principio en el que se fundamenta
es que una persona, al mentir, tiende a mostrar una serie de señales fisiológicas que, si bien son
imperceptibles a la vista, se pueden medir y comprobar con el instrumental adecuado.
De esta manera, el polígrafo detectaría los cambios en la frecuencia cardíaca, sudoración,
respiración o la presión arterial de una persona mientras expone su testimonio, para que el
investigador pueda comprobar estos patrones fisiológicos y estimar en qué medida podrían ser
compatibles con una declaración verdadera o una falsa.
Este instrumento tiene muchas limitaciones, por lo que ha recibido multitud de críticas en la
comunidad científica. Los patrones de respuesta fisiológica pueden variar mucho entre personas, y
podemos obtener falsos negativos, porque el individuo sea capaz de controlar sus respuestas
corporales mientras expone una mentira, pero también falsos positivos, por otros sujetos que, aún
diciendo la verdad están demasiado nerviosos al sentirse intimidados por estar siendo evaluados con
este artilugio.
2. Indicadores conductuales
Por otro lado, tan importante es prestar atención a lo que una persona dice, como al cómo lo
dice, y es que los indicadores conductuales pueden ser clave a la hora de estimar la calidad y
veracidad de un testimonio. Esto incluye tanto el lenguaje verbal como el no verbal.
El psicólogo ha de prestar atención a la gestualidad del sujeto, su postura, a dónde dirige la
mirada, si se muestra dubitativo en los momentos clave, si da rodeos para expresar una idea…
El problema de esta técnica fundamentalmente es que requiere de mucha práctica y experiencia por
parte del investigador para saber interpretar los patrones de respuesta del sujeto. Además, aunque
existen comportamientos que se repiten en determinadas situaciones y por lo tanto se pueden
extrapolar, puede haber grandes diferencias entre diferentes individuos, y por lo tanto es importante
ser cautos y tomar dichas conductas como indicadores que aumentan o disminuyen la probabilidad
de veracidad, nunca como un absoluto de verdad o mentira.
3. SVA, evaluación de la validez de la declaración
La herramienta por excelencia en psicología del testimonio es el SVA, o evaluación de la validez de
la declaración (Statement Validity Assesment). Se trata de un método de evaluación creado para
evaluar la credibilidad del testimonio en casos de presunto abuso sexual sobre menores.

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La clave sobre la que se fundamenta el SVA es la hipótesis de Undeutsch, que mantiene que un
testimonio basado en un hecho ocurrido de verdad tiene unos criterios de riqueza en su contenido
diferentes de los que proceden de un hecho inventado.
El sistema del SVA está dividido en tres partes.
● Realización de entrevista de tipo semiestructurado para posterior transcripción.
● Análisis de la entrevista según los criterios del CBCA (análisis de contenido basado en criterios).
● Análisis de los criterios de validez.
El CBCA es un listado con 19 criterios que se deben evaluar a través del contenido obtenido en
la transcripción de la entrevista, comprobando si se dan y en qué medida. Los tres primeros
son los fundamentales, y han de darse para poder continuar realizando el análisis, o bien se da el
testimonio por increíble. Son estos:
● Contar con una estructura lógica.
● Haberse elaborado de forma inestructurada.
● Tener una cantidad suficiente de detalles.
El resto de criterios se agrupan por categorías, haciendo referencia a los contenidos específicos del
relato, sus peculiaridades, las motivaciones de los hechos y por último, los elementos clave del acto
delictivo.
Por lo tanto, a día de hoy, la herramienta que más garantías ofrece en la evaluación y análisis
del testimonio es el CBCA, dentro del sistema SVA, aunque ya hemos visto que se utiliza para una
casuística muy concreta.
¿Cuáles son los pasos que se siguen para realizar el análisis de la credibilidad del testimonio?
Esta técnica se compone de tres elementos principales: una entrevista al menor dirigida a obtener
un testimonio lo más extenso y preciso posible; análisis del relato del niño bajo los criterios de
realidad (CBCA); y aplicación de la Lista de Validez que pondera factores externos al relato.
Sabiendo que un niño es maltratado, en la justicia puede existir justificante del relato por lo que se
basan en distintas investigaciones por ejemplo:
La historia de maltrato infantil es una constante en millones de familias en el mundo, no sólo de los
países en vía de desarrollo, sino también de países desarrollados de Europa o América; y es una de
las problemáticas que más consecuencias negativas conllevan para la sociedad. Muchas
investigaciones han concluido hasta ahora, que las dificultades emocionales y sociales eran de
origen psicológico. Sin embargo, recientemente el Dr. Martin Teicher* y sus colegas del Hospital
McLean de Belmont, Massachusetts y de la Facultad de Medicina de Harvard, concluyen con sus
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investigaciones, que el maltrato contra el niño durante el crítico tiempo de formación en que su
cerebro se está esculpiendo, puede producir una cascada de efectos moleculares y neurobiológicos
que alteran de forma irreversible el desarrollo neural.
La hipótesis plantea obviamente, que el maltrato infantil generaría una serie de problemas en el
desarrollo del sistema límbico, sobre todo en lo que toca a dos importantísimas regiones, como lo
son el hipocampo y la amígdala, implicados en la memoria verbal y emocional, respectivamente.
Teicher piensa, que el maltrato provocaría un desorden molecular que haría que zonas límbicas
presentaran estados de excesiva irritabilidad eléctrica, que permitirían entender por qué muchas de
los adultos que han sido maltratados, tienden a una excesiva respuesta emocional y agresiva para
resolver diversas situaciones de la vida diaria.
Los estudios de numerosos grupos de investigación han demostrado, que parece existir una
correlación entre la historia de maltrato infantil y la disminución del volumen de las regiones límbicas
ya nombradas; pero lo más interesante es, que en varios estudios se demuestra una asimetría en la
disminución de volumen, siendo vista esencialmente en el hemisferio izquierdo y no en el derecho.
Pacientes con personalidad múltiple -mujeres que habían vivido historias de abuso sexual-
mostraban también disminución en el volumen de su hipocampo izquierdo, más no en el derecho, y
un porcentaje menor de reducción en la amígdala izquierda de pacientes con trastorno de
personalidad esquizoide (perturbación psiquiátrica muy asociada al maltrato infantil).
Experimentos con ratas han demostrado, que el estrés a corta edad reconfigura la organización
molecular de esas regiones. Una de las consecuencias más graves es la alteración en la amígdala
de la estructura proteínica de las subunidades de los receptores GABA, o ácido gammaminobutírico,
el neurotransmisor inhibidor primario del cerebro que atenúa la excitabilidad eléctrica de las
neuronas. Su mal funcionamiento produce una actividad eléctrica excesiva y puede desencadenar
ataques epilépticos, lo cual correlaciona con la irritabilidad límbica de los pacientes maltratados.
Como vemos, existen diversas investigaciones que arrojan evidencia explicativa de las
consecuencias moleculares que el maltrato infantil acarrea para el cerebro. Sin embargo, un
interesante descubrimiento tiene que ver con el efecto asimétrico sobre el desarrollo del tamaño de
las estructuras límbicas.
Los resultados apuntan a implicar un problema de integración interhemisférica de la información en
personas con clara historia de maltrato infantil. Cuando un sujeto rememora un recuerdo neutro y
otro de maltrato de la infancia, los sujetos maltratados suelen activar su hemisferio izquierdo cuando
evocan recuerdos neutros y el hemisferio derecho cuando evocan recuerdos dolorosos de la niñez.

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Los sujetos del grupo control activan ambos hemisferios en cualquiera de las dos tareas,
presentando una mayor integración interhemisférica.
Por otro lado, en el estudio del trastorno de personalidad esquizoide (que como ya dijimos
correlaciona con el maltrato infantil) se ha encontrado una reducida integración entre los hemisferios
derecho e izquierdo y un menor tamaño en el cuerpo calloso (estructura que une a los dos
hemisferios), que pueden explicar por qué estos pacientes pasan bruscamente de un estado
dominado por un hemisferio, a otro dominado por el otro (el derecho almacena lo emocional y el
izquierdo percibe y expresa el lenguaje), con percepciones emocionales y recuerdos muy diferentes,
explicando sus cambios emocionales, a lo que debe sumarse la mayor irritabilidad eléctrica del
sistema límbico que subyace a la agresividad, exasperación y ansiedad en que viven.
Por lo tanto, el cerebro del niño maltratado no es un cerebro desadaptado, por el contrario, es un
cerebro perfectamente adaptado a la excesiva y temprana imposición de estrés que le permite estar
alerta emocionalmente para huir o atacar, de forma que quede preparado para sobrevivir y
reproducirse en un mundo lleno de riesgos.
La sociedad cosecha lo que siembra en la crianza de sus hijos. El estrés esculpe el cerebro de
manera que exhiba una diversidad de comportamientos antisociales, aunque adaptativos. Por medio,
de esa cadena de eventos, la violencia y el maltrato van pasando de generación en generación, así
como, de una sociedad a la siguiente. La responsabilidad es muy grande y, está en nuestras manos,
que la sociedad deje de manifestar en su núcleo: la familia, la constante formativa del maltrato; de lo
contrario, podremos producir secuelas en el cerebro que alteren tan gravemente la vida de ese ser
humano, que quizá ya no haya marcha atrás.
Los niños y niñas son seres muy vulnerables y, por lo tanto, pueden ser víctimas de distintas formas
de maltrato infantil. La violencia contra los niños y niñas no solo se produce en sus casas sino
también en la escuela. ¿Te imaginas tener siempre miedo? Eso es lo que viven muchas personas
durante su infancia.
 
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) una cuarta parte de todos los adultos
manifiestan que han sufrido maltrato físico de niños. El maltrato infantil tiene causas muy graves y
secuelas en la salud física y mental que afectan durante toda la vida.
¿Qué es el maltrato infantil y qué tipos existen?
El maltrato infantil se define como el abuso o la desatención de los menores de 18 años. Puede
adoptar diversas formas que, en ocasiones, se dan de manera simultánea y son las siguientes:

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● Maltrato físico. Supone una agresión física que pone en riesgo la integridad física del niño o
niña.
● Abuso sexual. El abuso sexual comprende cualquier actividad sexual con un niño o niña
(exposición a material pornográfico, relaciones sexuales, tocamientos etc.).
● Maltrato psicológico. Se produce cuando se dan ataques verbales contra el niño o la niña, por
ejemplo, reprendiéndoles continuamente, ignorándolos o aislándolos. Según datos de la
Universidad de MacGill en Montreal (Canadá), 1 de cada 3 niños en el mundo sufre alguna
experiencia de abuso emocional.
● Maltrato médico. Es el caso de que una persona aporta información falsa sobre la enfermedad
de un niño que requiere atención médica, de forma que se le pone en peligro de sufrir
lesiones.
● Abandono. Un niño o niña sufre abandono cuando no se le aporta comida, refugio, afecto,
educación, o atención médica.
Consecuencias del maltrato infantil
Un niño o niña que está siendo maltratado se sentirá culpable y confundido, porque no entenderá lo
que le está pasando. Además, suelen tener dificultades para hablar de lo que ocurre puesto que los
maltratadores pueden ser los propios padres, un familiar o un amigo.
 
Algunas de las señales consecuencias que puede tener el maltrato infantil, son las siguientes:
● Aislamiento. No querrá salir de casa, ni relacionarse con nadie y dejará de lado las actividades
de su rutina diaria.
● Cambios en la forma de actuar. Puede que el niño o niña demuestre enfado o se ponga
agresivo.
● Reducción en el rendimiento escolar. Los estudios también se pueden ver afectados por el
maltrato infantil. El niño o niña no querrá ir a clase (sobre todo si el foco del maltrato está en la
escuela) y sus calificaciones académicas se verán afectadas.
● Falta de confianza en sí mismo. El maltrato infantil puede minar la confianza en uno mismo y
suponer que se produzcan casos de depresión, ansiedad o estrés.
● Robar dinero o alimentos. Son signos de que un niño o niña puede estar desatendido.
● Intentos de huir de casa. Otra de las consecuencias importantes es la necesidad de huir de
casa, sobre todo si es el lugar donde se produce el maltrato.

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● Intentos de suicidio. En ocasiones extremas el niño o niña puede intentar atentar contra su
propia vida.
Además de lo anterior, existen algunos síntomas o consecuencias físicas que pueden ser los
siguientes:
● Moretones, fracturas o quemaduras.
● Embarazo o enfermedad de transmisión sexual.
● Sangre en la ropa.

¿Cómo prevenir el maltrato infantil y fomentar la protección?


 Además de la normativa legal que elaboren los gobiernos, como padres y madres debemos tomar
medidas para que nuestros hijos e hijas se sientas seguros y se desarrollen de forma normal.
Algunas de las acciones más básicas que se pueden hacer son:
● Demuestra el amor que sientes hacia tu hijo e hija. Abraza, besa y demuestra amor hacia tu
hijo o hija cada día. Genera confianza para que te cuente siempre lo que le ocurre y fomenta
su autoestima.
● No respondas enfadado. Tendemos a descargar nuestro enfado en personas que no tienen
nada que ver, y pueden ser nuestros hijos e hijas. Cuando algo te enfade o te preocupe,
relájate y piensa antes de actuar.
● Cuida de tus hijos e hijas. No les dejes solos en casa, enséñales a actuar frente a extraños y a
que se relación con otros niños y niñas.
● Enseña a tu hijo o hija a decir que no. Es importante que desde pequeños aprendan a decir
que no cuando algo les incomoda o les da miedo. Enséñale a que te hable cuando se sienta
mal.
● Toma precauciones en internet y en las redes sociales. Actualmente, el uso de internet y de
las redes sociales por parte de los niños y niñas sin una supervisión, puede suponer un
peligro para ellos y ellas, por lo que es necesario enseñarles a tomar medidas y a actuar con
seguridad.
PSICOTERAPIA:
CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS DEL ABUSO SEXUAL
En la mayoría de los casos el abuso sexual provoca en las víctimas numerosas secuelas negativas a
nivel físico, psicológico o comportamental.
Podemos distinguir consecuencias a corto y a largo plazo.

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ADIMA (1993) indica que, a largo plazo, los abusos determinan una presencia significativa de los
trastornos disociativos de la personalidad como son alcoholismo, toxicomanías y conductas
delictivas, aparte de graves problemas en el ajuste sexual.
Las consecuencias son diferentes si el abusador es un familiar, un extraño u otro niño (aunque se
habla de abuso cuando el agresor es significativamente mayor que la víctima o cuando está en una
posición de poder o control sobre ella); también es diferente si la relación sexual ha sido violenta o
no. Los abusos en familia suelen ser más traumáticos, ya que para el niño suponen además
sentimientos contradictorios en cuanto a la confianza, la protección, y el apego que esperamos y
sentimos con relación a nuestros propios familiares.
El mismo grado de afectación, para algunos, el abuso, puede significar un trauma y para otros las
consecuencias pueden ser diferentes. En algunas ocasiones, puede suceder que el grado de
sufrimiento no esté relacionado o en proporción con el suceso en el que el niño ha estado
involucrado.
El trauma es el resultado de un acontecimiento al que la persona no encuentra significado, y que
experimenta como algo insuperable e insufrible. Finkelhor y Browne (1985) definen la dinámica
traumagénica como aquella que altera el desarrollo cognitivo y emocional de la víctima,
distorsionando su autoconcepto, la vista del mundo y las habilidades afectivas.
El trastorno de estrés postraumático se manifiesta en las personas después de un acontecimiento
catastrófico e inhabitual. Ullmann y Werner (2000) exponen en su obra los distintos tipos de traumas
que pueden sufrir los niños por causas muy diferentes como pueden ser la separación de los padres,
la muerte de estos, la vivencia de una guerra o el abuso sexual.
Los síntomas más frecuentes del trauma son, vueltas al pasado y sueños con representación del
suceso ocurrido, insomnio y depresión. Síntomas que suelen persistir durante mucho tiempo, años, y
a veces, durante toda la vida.
Sobre el tratamiento del trauma, Malacrea (2000) hace una amplia disertación acerca de niños que
han sido víctimas de abuso y expone su larga experiencia en este tipo de tratamiento. Topper (1988),
indica que Félix López, catedrático de Sexología de la Universidad de Salamanca en sus
investigaciones, ha llegado a la conclusión de que no todas las víctimas necesitan terapia, pero
todas necesitan ayuda.
La víctima puede necesitar una terapia, el agresor la necesita siempre. Nuestro trabajo, repetimos,
va dirigido a la víctima (niño/a), aunque otras personas relacionadas con el abuso sufrido necesiten
también algún tipo de tratamiento. Arruabarrena (1996) y Cantón y Cortés (2000) expresan que las

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manifestaciones negativas de los menores suelen ser: confusión, tristeza, irritabilidad, ansiedad,
miedo, impotencia, culpa y autorreproche,
Tratamiento psicológico de niños víctimas de abuso se proyecta como : vergüenza, estigmatización,
dificultad tanto en las relaciones de apego como déficit en las habilidades sociales, aislamiento
social, desconfianza hacia todos, o a veces, hacia personas del sexo del agresor, baja autoestima,
impulsividad, trastornos del sueño o de la alimentación, miedo, problemas escolares, fugas del
domicilio, depresión, labilidad, conductas autodestructivas y/o suicidas, etc.
Según Arruabarrena (1996) los menores víctimas de abuso pueden convertirse en potenciales
agresores; suelen manifestar además, conductas hipersexualizadas como la masturbación
compulsiva, conductas seductoras, o un exceso de curiosidad por los temas sexuales. Un estudio
detallado y con abundante bibliografía sobre la sintomatología de las víctimas y la relación con el tipo
de abuso, la edad y el género, lo encontramos en Cantón y Cortés (2000). López (1995) indica que
existen diferencias en cuanto a edad y género.
Si las víctimas son niñas suelen manifestar depresión y ansiedad. En el caso de los niños puede
ocurrir, que se manifiesten más agresivos o que se conviertan en abusadores de otros niños.
Aunque, de Paúl (2000), Profesor Titular de la Facultad de Psicología de la Universidad del País
Vasco, en una conferencia pronunciada en la Universidad de Málaga, indicó que es frecuente decir
que los abusadores han tenido en su infancia una historia de abuso sexual o al menos así lo relatan.
Pero no es posible decir que haya una transmisión intergeneracional porque no cuadran las cifras; la
mayoría del abuso se produce de varón a mujer y la mayoría de las mujeres no son abusadoras
sexuales. Sí, se puede decir que puede pesar la historia de abuso sexual en cuanto a varones que
han sido víctimas de abuso sexual por parte de otro varón, y que van a abusar sexualmente de otros
varones, o también haber sido víctimas de abuso sexual por parte de un varón y abusar de mujeres.
Recientemente Finkelhor (2000), afirma que existe una mayoría de abusadores menores, un tercio
del 90% masculinos; estos menores a los que nos referimos suelen imitar el abuso que ya han
sufrido. Es posible que tengan una historia de rechazo social y de estigmatización sin que ellos
mismos sepan el motivo o la causa inicial de estos problemas. Martínez y de Paúl (1993), distinguen
efectos que ocurren asociados a la edad del niño: Preescolar, Infancia y Adolescencia. Según el
tiempo: se distinguen síntomas que van a aparecer a corto y a largo plazo.
Estos autores indican además, otras variables que afectan a la gravedad de las consecuencias, tales
como la frecuencia y la duración.

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Todos los datos anteriores respecto al tipo de abuso se obtienen durante la evaluación y son previos
a la intervención terapéutica. En nuestro trabajo partimos de que esta evaluación ya ha sido
realizada y además se han conseguido establecer lazos de empatía con el niño. Gallardo, Trianes y
Jiménez (1998) expresan que esta evaluación previa en la que el niño manifiesta sus problemas
supone un desahogo no traumático que deja al niño relajado y satisfecho de la atención recibida. Es
cierto que la misma evaluación debe tener desde su inicio intención terapéutica.
TRATAMIENTO
El abuso sexual presenta diferentes formas y por tanto también el tratamiento ha de ser diferente: no
es lo mismo si ha existido o no contacto físico íntimo, vaginal o anal; si ha consistido en
exhibicionismo o inducción al menor a realizar actividades sexuales. Arruabarrena (1996) distingue el
tipo de intervención según su grado de urgencia.
No es igual una intervención en el momento de la crisis que una intervención a medio o largo plazo.
El tipo de intervención depende también de las necesidades específicas del menor y de la severidad
de sus problemas (Arruabarrena y de Paúl, 1994). Según Peterson y Urquiza (1993) deben tenerse
en cuenta además, las características del niño: edad, capacidad verbal, madurez emocional, etc.
En cuanto a la duración del tratamiento, Gallardo (1997b) distingue los que pueden ser desarrollados
a corto, medio y largo plazo. Nuestro trabajo está pensado para una temporalización de medio plazo
y en cuanto al lugar (familia o centro) optamos por un centro específico tipo ambulatorio, gabinete o
centro escolar.
El trabajo tendrá además como edad de referencia a los niños en la etapa escolar de Primaria (6-12
años). Aunque el tratamiento en estos casos de abuso puede ir dirigido a la familia, o a la pareja, y
llevado tanto a nivel individual como grupal, nosotros nos centraremos en la terapia individual, puesto
que el trabajo está pensado para niños que han sufrido abuso extrafamiliar.
Esto no quiere decir que no se incluya a la familia en el tratamiento. Según Jiménez (1997) la familia,
debe incluirse en la medida en que tenga un papel directo en la etiología y mantenimiento del
problema. Tratamiento psicológico de niños víctimas de abuso.
Hacemos en nuestro trabajo, referencia a las diferentes escuelas: psicoanalítica, conductual,
cognitiva y humanística y técnicas terapéuticas comunes utilizadas con niños y optamos por un
modelo ecléctico
OBJETIVOS DEL TRATAMIENTO
Se centran en ayudar al menor a entender, integrar y resolver aquellas experiencias que afectan a su
desarrollo, a sus pautas de interacción con el entorno y, a su seguridad.

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En el contexto de la psicoterapia individual, el terapeuta ejerce hacia el niño el rol de un adulto con el
que se puede relacionar de manera sana y segura. De esta manera se pretende que el niño recupere
la confianza básica en sí mismo y aprenda a relacionarse de manera adaptativa con otros adultos y
con sus iguales (Urquiza y Winn, 1994). Gallardo (1997b) indica además que el tratamiento debe ir
encaminado a optimizar aquellas potencialidades que han quedado
Tratamiento psicológico de niños víctimas de abuso afectado y a eliminar aquellas que favorecen
el descontrol. Distingue tres niveles de intervención: a nivel físico, emocional y comportamental.
Nosotros nos limitaremos al tratamiento de estos dos últimos.
Para el nivel físico, aunque puede tratarse desde el punto de vista psicológico, prefiero el diseño y la
intervención médica. Esta intervención puede ser de forma individual o en equipo, además de
interdisciplinar; en esta forma (en equipo e interdisciplinar), actuarían de modo conjunto: trabajador
social, médico y psicólogo. Echeburúa y Guerricaechevarría (2000) proponen como objetivos de las
intervenciones, los siguientes: a) Como objetivo de la terapia psicoanalítica sería la “catarsis
emocional” que consiste en favorecer la comunicación del paciente de las experiencias vividas. b)
Objetivos de la psicoterapia cognitiva serían: la reestructuración cognitiva y el entrenamiento en
habilidades específicas de afrontamiento de estrés. c) Objetivos del tratamiento conductual serían
aumento o implantación de conductas deseables y reducción o eliminación de las indeseables. Una
exposición más detallada de los objetivos del tratamiento la encontramos en Arruabarrena (1996).
REFLEXIONES SOBRE EL TRATAMIENTO CON NIÑOS VÍCTIMAS DEL ABUSO
La terapia individual es el recurso de intervención más utilizado con menores. El tratamiento de la
víctima, debe, en nuestra opinión, ser diseñado “a medida” teniendo en cuenta la evaluación inicial y
los problemas que manifiesta esa persona en concreto. Ahora bien, existen unas normas generales
en estos tratamientos a las que haremos referencia, como son: En cualquier tipo de tratamiento
infantil debemos mostrar empatía, hacer saber al niño que conocemos sus sentimientos y expresarle
nuestro afecto. Ayudar al niño a reconocer sus sentimientos.
El terapeuta debe inspirar confianza pues en ella se basa parte de su tarea. Cornejo (1996) indica
que a veces el terapeuta pone todo su empeño en diseñar y planificar actividades para el
tratamiento, y aunque esto es necesario, es más importante aún, que el niño sienta que estamos
dispuesto a ayudarle, que puede contar con nosotros y que tendrá una ayuda sistemática en la que
puede confiar. Los tratamientos terapéuticos utilizados con niños son muy similares a los utilizados
con adultos.

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Más que en aspectos conceptuales, las diferencias radican en la adaptación del procedimiento a la
edad y a las características del menor, así como en el papel más directivo del terapeuta y/o del
coterapeuta (Bragado, 1993). Tuma (1993), hace un estudio sobre las terapias clásicas aplicas a
niños y distingue entre terapia psicoanalítica, de orientación psicoanalítica, de relación, estructurada
y de terapia centrada en el cliente. En la terapia psicoanalítica se pretende que el niño entienda sus
sentimientos problemáticos y sus defensas, de modo que pueda tratarlos directamente (lo que es
conocido como insight).
El insight se consigue mediante la técnica de interpretación. En el proceso de logro del insight, lo
inconsciente se convierte en consciente. En resumen, se trata de que la persona conozca y resuelva
sus conflictos inconscientes. Este autor afirma que en la psicoterapia de orientación psicoanalítica se
trata en primer lugar de aliviar los síntomas que producen problema. El tratamiento consiste en
interpretar la conducta como una defensa contra la ansiedad, en orden a poner fin a esa conducta.
En la terapia de relación se intenta ayudar al niño a conseguir un sentimiento de valor personal,
liberarlo de los efectos dañinos de su hostilidad y ansiedad.
Esta terapia se centra en la situación actual y en la relación de paciente con el terapeuta. La terapia
mediante el juego estructurado, parte de la terapia psicoanalítica, pero sustituye el lenguaje por el
juego.
La psicoterapia centrada en el cliente intenta corregir un aprendizaje defectuoso, proporcionando al
individuo la oportunidad de desarrollar una autoconciencia y una visión positiva de sí mismo. Estos
enfoques se distinguen a lo largo de dos dimensiones principales: la postura activa o pasiva del
terapeuta y el énfasis en la relación o en la técnica como factor que produce el cambio. Del Barrio
(1997) hace referencia a los técnicas terapéuticas más usuales basadas en las distintas escuelas.
Las técnicas de Modificación de Conducta parten de las conductas inadecuadas o los síntomas son
conductas aprendidas y por tanto, el tratamiento debe ir dirigido a aprender a modificar estos
patrones. En cualquier perturbación, siguiendo esta técnica se eligen la conductas con las que se va
a trabajar en función de su relevancia, frecuencia y facilidad para modificarla; planificando además la
correcta aplicación de premios y castigos.
Por su parte las Teorías
Cognitivas parten de que en las conductas inadecuadas o en los síntomas existen atribuciones
causales y pensamientos distorsionados que los generan. Se trata de reestructurar los patrones de
ideas negativas. Habría que entrenar al niño en técnicas de autocontrol tanto del pensamiento como
del propio cuerpo y control de las preocupaciones, estrategias de resolución de problemas y en

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habilidades sociales. El entrenamiento en asertividad, dentro del campo de las habilidades sociales,
significaría enseñar al niño a defender o establecer los propios derechos sin agredir ni ser agredido
(López y del Campo, 1999). Aunque habría que tener también en cuenta que tampoco sería
conveniente en estrategias de prevención “volcar toda la carga de la misma en el niño”, pues los
resultados indican claramente que ningún agresor hubiese dejado de abusar sexualmente del menor
si éste se hubiese resistido más, (López, 1998). Siguiendo a Echeburúa y Guerricaechevarría, (2000)
la actuación iría encaminada a los siguientes logros: a) Reestructuración cognitiva, ya que las
preocupaciones del niño pueden distorsionar la percepción de la realidad y la creencia en sus
propios recursos para afrontarla. Esta técnica iría pues, enfocada a detectar y a modificar los
pensamientos distorsionados en relación con la situación de maltrato y abuso. b) Entrenamiento en
habilidades específicas de afrontamiento dirigidas en primer lugar a reducir los niveles de ansiedad
por medio de la técnica de relajación muscular progresiva; en segundo lugar, a controlar las
preocupaciones mediante las técnicas de detención del pensamiento y de distracción cognitiva y la
programación de actividades incompatibles; y en tercer lugar dar pautas de actuación.
En concreto las técnicas cognitivas más usuales serían: a) Técnicas de habilidades específicas de
control por una parte del pensamiento en cuanto a preocupaciones, atribuciones causales negativas
y pensamientos distorsionados y por otra parte de control del cuerpo, mediante la relajación
muscular . b) Estrategias de entrenamiento en asertividad, que podría resumirse en que la persona
tiene derecho a expresar y pedir lo que desea, a pedir que se respeten sus derechos, a negarse a
complacer a los demás; todo esto teniendo en cuenta que también tiene que respetar los derechos
de los otros (Caballo, 1993). Para Nyman (1998) una persona cuyos territorios espaciales, corporales
y emocionales han sido violados necesita ayuda para establecer y restablecer los límites de dicho
territorio. Necesita ayuda para identificar y expresar sentimientos de deseo y no deseo, sentimientos
positivos y negativos, sus zonas privadas, buenos y malos secretos. Los límites o fronteras son un
área de tratamiento importante. c) Entrenamiento en habilidades de resolución de problemas que se
define según Rodríguez Naranjo y Gavino (1997) como un proceso cognitivo comportamental que
ayuda al sujeto a hacer disponibles una variedad de alternativas de respuesta para enfrentarse con
soluciones problemáticas y a incrementar las respuestas más eficaces de entre esas alternativas.
Por último, la Terapia Humanística apela a los aspectos más sanos de la personalidad y a los valores
humanos comunes entre el terapeuta y el paciente. Intentan ver a la persona desde el punto de vista
global, integrando el cuerpo la mente y las emociones en un mismo marco de acción; dentro de ella
se incluye la terapia Gestalt. Un programa completo siguiendo este modelo

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TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN ACTIVIDADES ESPECÍFICAS: 1.- CONVERSACIONES CON EL
NIÑO A) EN CUANTO AL ABUSO SUFRIDO B) EN CUANDO A CONDUCTAS SEXUALES 2.-
JUEGO LIBRE Y DIRIGIDO 3.- PSICODRAMA 4.- ROLE-PLAYING 5.- DIBUJOS LIBRES 6.-
REDACCIONES 7.- RELAJACIÓN 8.- MUSICOTERAPIA
Técnicas de intervención
Dar respuesta a todos los problemas que hemos abordado desde una sola escuela de psicoterapia
sería prácticamente imposible.
Frecuentemente se suele optar por una intervención ecléctica a la hora de elegir un tratamiento.
Nuestro modelo de intervención tendrá esta línea.
Existen técnicas que sin cumplir unos requisitos estrictos de pertenencia a una escuela de
psicoterapia determinada o sin cumplir ciertos criterios, son usuales y de eficacia en los tratamientos
con niños: por ej. el reforzamiento positivo, que suele utilizarse en cualquier intervención terapéutica,
o la relajación.
Más que técnicas pueden considerarse como un complemento de todas ellas.
Exponemos a continuación algunas técnicas usuales en psicoterapia infantil
CONVERSACIONES Y ACTITUDES CON EL NIÑO
Asumimos que el tratamiento debería incluir una serie de conversaciones y actitudes con el niño en
las que conviene tener en cuenta lo siguiente (Escuela Española, 1998). a) En cuanto al abuso
sufrido - Explicar que ellos no son culpables del abuso, aunque así lo crean. Para Nogueiras y otros
(1994), el adulto aprovecha la ventaja que le da su posición de poder o autoridad para envolver a la
menor en la actividad sexual. Ésta carece de capacidad para negarse, o incluso, criterios para saber
si este tipo de conductas son las que hay que esperar de las personas adultas. Su desarrollo
emocional y cognitivo, todavía no se lo permite, y en, otros, son las mismas estrategias utilizadas por
el adulto las que minan su capacidad de decisión. En estos casos, “el consentimiento” es una falacia.
- Es preciso asegurar al niño que el abuso no se repetirá, puesto que se han tomado las medidas
oportunas. Significa además dotar al niño de estrategias para la prevención y para afrontar el abuso
si volviese a ocurrir.
- Decirle que saldrá adelante, asegurando también nuestra ayuda. Explicarle que el abuso podrá
superarse y que no determinará toda su vida. Nyman (1998) insiste en que debemos a ayudar al niño
a aceptar. La vida debe continuar y normalizarse todo lo posible en el caso de los niños víctimas de
abusos sexuales. El terapeuta debe ocuparse de que el niño no quede atascado en su identidad de
víctima. Las experiencias difíciles no pueden ser totalmente olvidadas y quizás no deberían olvidarse

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completamente, pero sí deben ser asimiladas, integradas y transformadas, pasando de ser algo
insoportablemente vergonzoso a un triste recuerdo que no tiene por qué suponer una memoria
constante y un tormento sin fin.
- Motivarle para que hable del suceso y/o los sucesos de abuso que el niño ha sufrido, diciéndole
que es conveniente para él, aunque sin obligarle a que lo haga. No juzgar cuando el niño relate los
hechos e insistir en que ellos no son culpables. En cuanto a conductas sexuales, según
Arruabarrena (1996), hay que tener en cuenta que, cuando los niños han sido víctimas de abuso es
posible que se den en ellos conductas de precocidad sexual o que se conviertan a su vez en
abusadores, e incluso, lo que es más grave, que continúen manteniendo una relación con el
abusador/a. Por esto, además, de una adecuada educación sexual ajustada a su edad y nivel
cognitivo, es necesario hablar con el niño de los temas que siguen.
- La Sexualidad en relación con otros Indicarle que las conductas sexuales pueden ser adecuadas si
cumplen las siguientes condiciones:
Las relaciones sexuales pueden darse entre personas adultas, no entre niños. . Es conveniente que
sean entre personas de aproximadamente la misma edad; López (1995) habla de la asimetría de
edad entre el abusador y el abusado. . Deben ser con consentimiento mutuo. .
Fuera del ámbito de la familia. En una relación de pareja estable.
- La conducta sexual de la masturbación:
Esta puede ser una de las conductas hipersexualizadas de las que hemos hecho referencia.
Es conveniente explicar al niño que estas conductas son íntimas y no deben manifestarse en público.
.En nuestra opinión es una opción que no ayuda a la persona en su autocontrol y en su desarrollo
socioafectivo. Arruabarrena (1996) expresa que la intervención terapéutica en este tipo de problemas
se centra en corregir las distorsiones cognitivas del niño respecto a la conducta sexual, reforzar las
inhibiciones internas y los controles externos en relación a las conductas sexuales inaceptables, y
asegurar que el niño adquiera las habilidades necesarias para controlar su conducta y satisfacer sus
necesidades sexuales de una manera culturalmente aceptable.
Algunos niños, que han sido abusados por varones, tienen miedo a sentirse homosexuales (Glaser y
Frosh,1997); habría que mitigar la ansiedad sexual de estos niños insistiendo en la no culpabilidad
del menor, aunque haya habido consentimiento por su parte.
Insistir en que su consentimiento no es válido ya que aunque a él le parezca no tiene la madurez
suficiente para decidir ya que ésta se alcanza con la edad adulta.

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Resumimos, a partir de los escritos de Camp (1985) y de López (1995), una serie de temas que
conviene trabajar con los niños:
- Tu cuerpo es bueno y te pertenece.- La sexualidad también lo es
.- Ningún niño está obligado a besar a nadie ni a dejarse tocar, abrazar o besar. Y esto no es sólo
para los extraños, también para los familiares
.- Tienes derecho a decir no. Si alguien trata de tocarte de forma que te haga sentir “raro”, di “no” y
cuéntamelo de momento.
En resumen para López (1998), lo anterior significa que tendríamos que hablar de forma positiva de
la sexualidad, advirtiendo al niño que algunas personas pueden utilizar la sexualidad de forma
equivocada. Sería también imprudente inculcar excesivo miedo o sospechas inadecuadas cuando
establezcan lazos emocionales o afectivos “normales” con sus amigos o adultos.
Es muy importante que los niños vivan la sexualidad sin relacionarla con el abuso sexual. Enseñar a
los niños que el respeto a los mayores no quiere decir que tengan que obedecer ciegamente a los
adultos. Hablar a los niños de lo que significa la “obediencia responsable”. Para Juvonen (1999) los
niños esperan que los agresores tengan un aspecto determinado, no piensan que éstos puedan
parecerse a su padre o amigos de familia.
Es bueno que los niños sepan que los pedófilos suelen darse consejos como “No intentes forzar al
niño. Coge sus cosas y te seguirá”. Se pretende también enseñar a los niños que ellos son más
valiosos que cualquier bien o propiedad. Una vez que el niño ha dicho “no”, puede aparecer un tema
más sutil y que quizás pueda ser entendido por niños mayores. Se trata del tema del acoso sexual.
En el acoso, el abusador intenta conseguir los favores sexuales de la víctima, quizás de forma
abierta o tal vez de forma solapada. Cuando recibe el rechazo suele pasar a otra forma de acoso,
que podría ser el acoso moral. Puede que se dedique a desprestigiar, a minusvalorar a esa persona
o a descalificar e infravalorar sus trabajos. Defenderse de esta situación es más difícil pero no
imposible (Hirigoyen,1999).
Actitudes y temas de conversación: en cuanto... al abuso sufrido . No culpabilizar al menor .
Asegurar que el abuso no se repetirá . Ofrecer nuestra ayuda para superar el abuso . Motivarle para
que hable del suceso conductas sexuales . Deben ser social y éticamente aceptables . Qué son las
conductas hipersexualizadas . Problemas de identidad sexual asertividad . Aprender a decir “no” .
Obediencia “responsable” a los adultos . No todas las relaciones que se establecen son peligrosas
otras . Actitudes positivas hacia la sexualidad . El acoso moral
Entrevistas con el niño: temas a tratar y actitudes del adulto

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JUEGO LIBRE Y DIRIGIDO Puede recibir el nombre de ludoterapia. Existen dos modalidades de
esta técnica, la no directiva y la planificada. La forma de trabajo, en la primera, sería decir al niño que
puede trabajar o jugar como él quiera, y también que puede explicar todo lo que se le ocurra durante
el tiempo en que lo está haciendo, tanto del dibujo como de lo que él quiera hablar. En la forma
planificada el terapeuta interviene indicando al niño el contexto en el que debe jugar o la forma en
que debe hacerlo. Tanto en una como otra, el terapeuta, puede intervenir en el juego
reconduciéndolo hacia lo que considere necesario
Para las distintas actividades debe diseñarse un programa de actuación que incluya: preparación del
lugar de trabajo con distintas clases de objetos lúdicos tales como títeres, juguetes tanto de figuras
humanas como de objetos; y objetos que no siendo juguetes puedan despertar la creatividad del niño
o el deseo de jugar como lápices y hojas para dibujar, o escribir, etc. En el caso del abuso, que
estamos tratando, los juguetes pueden ser muñecos con atributos sexuales bien definidos (Del
Barrio, 1997), si se pretende que el niño se exprese y libere su angustia mediante la manifestación
de sus sentimientos en el juego.
PSICODRAMA Moreno (1979), define el psicodrama como un método de investigación de la verdad
a través de métodos dramáticos. Se pretende, la expresión y verbalización de los sentimientos. La
técnica consiste en montar secuencias teatrales donde se expresan libremente los sentimientos que
se desean, esta técnica es difícil en tratamiento individual, siendo más fácil en tratamiento grupal, no
obstante puede emplearse una variante de la misma: la silla vacía. En la silla, se supone que se
encuentra la persona a la que tenemos que dirigirnos, naturalmente con nuestros conflictos. Después
se invierten los papeles y el niño pasa a ocupar la silla que estaba vacía y se dirige al que se supone
está en el lugar que él ha abandonado. A los niños parece no gustarles esta técnica, por lo que
puede ser más recomendable utilizar el teatro de guiñol.
ROLE-PLAYING Esta técnica que es una variedad del Psicodrama, aunque aquí los participantes
desempeñan papeles o roles diferentes a los que tienen asignados en la vida real. Consiste en que
una persona actúe de forma y manera como lo haría otra. Gallardo (1997b) propone su utilización en
el apartado que corresponde al tratamiento emocional en el abuso, puesto que hay niños incapaces
de expresar sus sentimientos y emociones después del mismo; con el role-playing se pretende que
aprendan a expresarse. Esta expresión, repetimos, debe ser para ellos una liberación.
DIBUJOS LIBRES El dibujo, a la vez que nos ayuda a evaluar el maltrato que el niño ha sufrido (Test
del Dibujo de la Figura Humana – Goodenouhg y Machover, Test de la Familia, Test del Árbol, Test
del Dibujo Casa-Árbol-Persona, etc.), puede servirle también para que exprese y se libere de sus

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conflictos emocionales. En este aspecto, Furth (1998), afirma que los dibujos pueden ser
expresiones del inconsciente y a la vez base para la terapia. Pueden servir pues, tanto de
mecanismos auxiliares de terapia como de instrumentos de diagnóstico.
REDACCIONES Cornejo (1996) trabaja con las redacciones, iniciando cada día una página en la que
coloca una frase como enunciado. Por ejemplo: “Me pone triste que”. Es conveniente obligar a
algunos niños a que escriban esta especie de diario y motivar con formatos divertidos si el niño se
resiste.
RELAJACIÓN Martorell (1996), dice que el interés principal de la relajación, estriba en que los
estados alcanzados por medio de ella son incompatibles con la ansiedad y sus estados asociados.
Existen numerosos juegos de relajación para niños, en los que a veces el terapeuta sirve de modelo.
Algunos pueden ser como los que se exponen a continuación. Decir a los niños que son muñecos de
trapo, o un sauce, o globos que se van desinflando. Otros juegos de relajación pueden ser los que
tomamos de Olba (2000), como “la ola del mar”o “pintar una estrella antes de dormir”.
El movimiento de las olas se representa con el movimiento de los brazos, estirándolos hacia el frente
y arriba para representar la llegada y hacia atrás para representar el reflujo, aunque existen muchos
juegos para niños con el fin de conseguir la relajación. También se puede emplear alguna grabación
musical o la propia voz del terapeuta dando las pautas para relajarse. Cautela y Groden (1989),
integran los trabajos de relajación tanto de Schultz como de Jacobson (clásicos y pioneros de esta
técnica) e indican que mediante la relajación el paciente va tomando conciencia, sintiendo y
destensando cada una de las partes de su cuerpo. Existen otras muchas adaptaciones y técnicas o
modos de relajación para niños, que se comercializan en forma de grabaciones, como el curso de
relajación de Ramírez (1990).
MUSICOTERAPIA Según Alonso (1994), consiste en utilizar audiciones musicales, actividad rítmica
simple, exploración de diferentes sonidos con el fin de relajar o evitar ciertas dolencias. La
psicoterapia actual considera la música como una técnica capaz de influir sobre las emociones, para
conseguir un determinado estado de ánimo o incluso parar curar. Lo importante no es la calidad de la
música, sino que ésta determine la relajación de la persona. Algunos expertos abogan por
determinadas composiciones clásicas de Mozart, Strauss, Vivaldi, Bach, etc. Pensamos que es difícil
que los niños atiendan en una composición musical, tal como hace un adulto, pero sí puede utilizarse
como música de fondo en combinación con algún otro trabajo que estemos realizando.
MODELOS TÍPICOS DE TRATAMIENTO Pipher (1998) en su texto describe numerosos casos de
tratamientos aplicados a adolescentes. En el texto nos sugiere lo que realmente se hace en

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intervención en casos individuales. Se trata de una chica que ha sufrido una violación por parte de
unos extraños. En un primer lugar la intervención va dirigida a toda la familia. Después el tratamiento
es fundamentalmente individual, de dos sesiones por semana. Al principio, la terapeuta incita a que
la niña exprese el abuso sufrido. Una vez roto, de forma costosa, el primer bloqueo, la paciente
libremente narra una y otra vez el suceso, parece que hacerlo le hace sentir menos angustia. Esta
autora, invita a la chica a escribir unas cartas a los agresores, no para que se las envíe sino para que
exprese en ellas todos sus sentimientos. También la orienta a que descargue toda su rabia contra un
saco de boxeo. La familia, continúa interviniendo en el tratamiento asistiendo a una sesión mensual.
Finalmente se unen al grupo de tratamiento las hermanas de la chica. Este es un modelo clásico de
tratamiento, que parece usual, aunque es difícil que en un resumen quede reflejada toda la riqueza
que la autora invierte en sus terapias o el esfuerzo que muchos terapeutas ponen en su trabajo. La
descripción de un tratamiento que sigue en parte la misma forma de intervención la encontramos en
el texto de Forward y Buck (1990). Estos autores reflejan en sus escritos sus trabajos con adultos
víctimas de maltrato familiar. En el capítulo dedicado al incesto, se insiste en la gran necesidad de
tratamiento para estas personas y se opta por el nivel grupal. Se asegura que casi todos ellos
mejoran cuando asisten a tratamiento en grupo, aunque en algunos casos pueda aconsejarse el
tratamiento individual. El modelo de tratamiento propuesto por estos autores se lleva a cabo a través
de tres etapas básicas: el ultraje, el duelo y la liberación.
Las técnicas fundamentales con las que trabajan son “las cartas” y el “role playing”. El que la
persona pueda expresar en un grupo todo aquello que siente y el compartir con otras personas que
sufren un problema similar, supone sin duda una buena liberación. Tanto el modelo de tratamiento
anterior como este, son más acertados para adultos que para niños. Sin duda pueden aprovecharse
de ambos algunas técnicas después que hayan sido adaptadas a las características y edad de los
usuarios.teórico de terapia dirigido a niños, se encuentra en el trabajo de Cornejo (1996).

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