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Introducción

Nuestro país tiene una característica prácticamente única, de hacer que uno cuando
lee un diario de la época o libros de historia ingresa en una confusión sobre si está
repasando algún suceso histórico o bien, se trata de un tema actual. Estudiar el pasado
económico y político del país refuerza la teoría que Argentina está inmersa en un
conjunto de cuestiones que se vuelven cíclicas, de manera de repetirse a lo largo del
tiempo.

Desarrollo

Argentina paso por 10 crisis económicas que tuvieron lugar desde 1866 hasta
nuestros días (1890, 1914, 1930, 1952, 1959, 1975, 1981, 1989, 2001 y la larga
recesión de la última década). Dichas crisis se produjeron por los siguientes
problemas:

El primer problema es la dificultad para administrar el balance entre la capacidad de


generar valor y el consumo de recursos que se desea. Ya sea por deuda o por inflación,
la dirigencia y la sociedad de Argentina se encuentran con frecuencia con que el
balance entre el consumo de bienes y servicios y el nivel de vida promedio, no se
corresponden con la capacidad de crear ingresos. Eso se puso en evidencia de manera
traumática en la crisis de 1890, una de las más importantes de la Historia Argentina.
Durante la década de 1880, Argentina obtuvo muchos préstamos para financiar su
desarrollo y un crecimiento potencial que tardó más tiempo del esperado en aparecer.
Con la demora de la rentabilidad, surgieron dudas sobre si el Estado iba a poder
cumplir sus promesas. Como sabemos, impaciencia y deuda externa hacen un cóctel
peligroso en los países en vías de desarrollo. Se produjo así la primera gran crisis
financiera, que Argentina exportó a otros países.

La estrategia económica durante la última parte del siglo XIX estaba basada en el
financiamiento externo para apuntalar la expansión de la actividad. Esta circunstancia
provocaba una gran influencia de los sucesos del exterior en el ámbito doméstico. Así
fue como en 1873 una crisis mundial, desatada en Viena, hizo sentir sus efectos sobre
las cuentas del país. El flujo de empréstitos se detuvo, pero los servicios de la deuda se
debieron seguir cumpliendo, lo cual puso de manifiesto la fragilidad del ciclo de
expansión que se venía experimentado. De allí data la siguiente frase del presidente
Avellaneda sobre que “el pueblo argentino ahorraría sobre su hambre y sed para
honrar los compromisos públicos del país”.

A partir de la mitad de la década del ochenta del siglo XIX se dio un proceso de
expansión del dinero circulante, impulsado principalmente por la sanción de la Ley de
Bancos Garantidos. El presidente Juárez Celman con el objeto de garantizar la cantidad
de oro suficiente para hacer frente a los compromisos externos, permitió que cada
banco pueda emitir billetes con la condición de depositar el equivalente en oro en el
Tesoro Nacional. De esta manera el Estado les entregaría a las instituciones financieras
que adhirieran bonos públicos con los que estos respaldarían sus billetes. La mayoría
de las crisis tienen un factor especulativo que las genera o impulsa.

En este caso los bancos que no tenían oro, lo obtenían mediante la emisión de bonos
propios y los vendían en el exterior. De esta manera el metal que ingresaba a las arcas
del Estado tenía un origen “ficticio”, debido a que provenía de préstamos y su destino
sería cancelar otros préstamos. Desde 1885 a 1890 se produjo un ingreso al país de
fondos extranjeros de alrededor de 710 millones de pesos oro (equivalente a 140
millones de libras esterlinas). El premio o prima del oro, era un indicador de los
desequilibrios de la economía. Este índice marcaba la diferencia entre el precio del
metal precioso que contiene la moneda y el precio de mercado de esa moneda. Este
indicador venía en ascenso desde 1885, marcando una gran iliquidez año tras año.

A partir del considerable aumento del premio del oro, el rendimiento de los
instrumentos de deuda argentinos medido en libras esterlinas se derrumbó.

Entonces el país se veía afectado por el cierre de los mercados de créditos


internacionales y por el propio aumento del premio del oro. Este combo generó un
déficit en las cuentas públicas debido a la caída del ingreso y el aumento del gasto. El
gobierno se vio obligado a incrementar el gasto en papel moneda para comprar en el
mercado el oro necesario para intentar cumplir sus compromisos.

El segundo problema: la deuda. El trauma de 1890, reapareció en las grandes


deudas que se fueron acumulando desde mediados de 1970 y que nos van a llevar al
default en 1982 y 2001. El crédito, técnicamente, es una máquina del tiempo, en el
sentido que permite consumir hoy recursos que se van a producir en el futuro. Tomar
deuda conlleva implícitamente una promesa de futuro, una certeza sobre el
incremento de la riqueza y el flujo de ingresos, que va a permitir el repago de dicha
deuda con creces.

Por ejemplo, hacia 1975, la crisis política se agudizó y aumentó la intransigencia de los
diversos sectores de la sociedad argentina. Las fuerzas mayoritarias fueron incapaces
de utilizar los instrumentos de la ley para resolver la crisis. Además, el terrorismo, en
un contexto internacional propicio a tales aventuras, desató una gran ofensiva contra
la seguridad del Estado, la vida y la propiedad de las personas, en todas las áreas de la
vida nacional. El retorno de los militares al poder en marzo de 1976 no fue, esta vez,
un episodio más dentro de la historia iniciada el 6 de septiembre de1930. El nuevo
régimen se sustentó en tres apoyaturas principales. Primero, los herederos del país
preindustrial y la ideología librecambista. Segundo, los intermediarios financieros,
ligados, principalmente, a la banca internacional. Tercero, la burocracia, vinculada al
poder militar. De este modo, el régimen se lanzó a una política de retorno a la
Argentina preindustrial, de destrucción de la industria argentina y del movimiento
obrero, de especulación financiera y de manejo incontrolado de los resortes del
Estado. Es decir, el Gobierno militar de 1976 se empeñó en una transformación
profunda de las estructuras económicas y sociales que la Argentina, con éxitos y
fracasos, había gestado desde la gran crisis mundial de los años treinta. Hasta 1975, el
producto por habitante crecía al 3% anual. En 1982 fue un 20% inferior al de 1975. La
industria crecía al 7% anual. En 1982 produce menos que hace 15 años. Los salarios rea
les cayeron el 30% desde 1975. La inflación en el período 1976-1982 fue del 200%
anual, contra el 25% entre 1945 y 1975. La deuda externa se multiplicó por cinco entre
1975 y 1982, y asciende actual mente a 40.000 millones de dólares. Del incremento de
la deuda, dos tercios financió la fuga de capitales y las compras de armamentos, y un
tercio, importaciones superfluas, turismo, utilidades y regalías. La crisis desencadenada
bajo el actual régimen militar no se agota en el plano económico. El país fue llevado a
la guerra y a la derrota en el frustrado intento de recuperar los derechos soberanos de
la Argentina en el archipiélago austral.
En el plano laboral Martínez de Hoz decretó el congelamiento de salarios
provocando una caída del nivel de vida de la población sin precedentes, así mismo
prohibió el derecho a huelga, e intervino todos los sindicatos. El salario real, sobre una
base 100 en 1970, había subido a 124 en 1975, pero en 1976, en un solo año, cae a 79,
el nivel más bajo desde los años ’30 (OIT 1988). La participación del salario en el PBI
entre 1975 y 1977, se redujo del 43 al 25 %

En 1978, el plan neoliberal del ministro Martínez de Hoz dio indicios de ser un
fracaso total: la inflación anual llegó al 160 por ciento, y el PBI descendió durante ese
año cerca de un 3,2 %. En 1979 la inflación llegó al 139,7 %, con una economía
estancada. Además, se generó una fuga de capitales del 25 % de los depósitos
bancarios; los cuatro bancos más importantes del sistema fueron liquidados. Durante
su gestión la deuda externa creció de 7.000 millones de dólares a más de 40.000
millones de dólares, es decir, que en siete años se multiplicó casi seis veces.

Durante 1980 las exportaciones cayeron un 20% respecto del año anterior, las
importaciones subieron un 30 %. En ese contexto se produjo el “crack bancario” de
1980, que puso fin a la etapa de la denominada “plata dulce”. La quiebra del Banco de
Intercambio Regional junto con el cierre de otras 37 entidades financieras, que a su vez
repercutió en sectores industriales, originó una fuerte corrida bancaria y fuga de
divisas

En medio de una profunda crisis económica y una corrida bancaria, renunciaron el


presidente de facto Jorge Rafael Videla y su ministro José Alfredo Martínez de Hoz,
asumiendo Roberto Viola. El 29 de marzo de 1981 asumió como ministro de Economía
Lorenzo Sigaut, que dispuso una nueva devaluación que provocó que el peso perdiera
un 35 % de su valor respecto al dólar, mientras el PBI caía un 6 % interanual. Tras estas
medidas iniciales, desdobló el mercado cambiario dividiendo las operaciones con tipo
de cambio financiero o libre de aquellas con otro comercial, mientras los precios
aumentaban un 155 %. El resultado de estas medidas fue profundizar la recesión con
alta inflación.

En 1988 estalla una severa crisis energética que paralizó la industria, se declaró
asuetos administrativos. La escasez de electricidad había comenzado en abril de 1988
por lo que se realizaron cortes de luz rotativos de 5 horas por turno en ese mes. Sin
embargo, con esas interrupciones no se logró solucionar el faltante energético, en
diciembre se restringió a los espectáculos deportivos, la prohibición de la iluminación
con fines ornamentales y la supresión de los trabajos nocturnos. La falta de energía
eléctrica afectó también el abastecimiento del agua.

A partir del 6 de febrero de 1989, el Banco Central de la República Argentina (BCRA)


se quedó sin reservas de moneda extranjera para subastar y satisfacer la demanda de
moneda extranjera -dólares principalmente- y se retiró del mercado cambiario. Esto
dio inicio a una espiral de fuertes depreciaciones del austral (como se denominaba la
moneda argentina en ese momento), acompañadas de permanentes subas de las tasas
de interés y consecuente ahondamiento del déficit fiscal. Las corridas cambiarias y
bancarias se sucedieron al día siguiente de que el BCRA se quedara sin reservas para
intervenir en el mercado cambiario.

En 1989 asume Carlos Menem a la presidencia. El principal problema que debió


enfrentar al asumir la presidencia fue el de una economía en crisis con hiperinflación y
en una profunda recesión. El gobierno adoptó parcialmente los principios del Consenso
de Washington, para esto introdujo una serie de reformas liberales: se desreguló la
economía, reduciendo cupos, aranceles y prohibiciones de importaciones, se
estableció la libertad de precios y se produjo la privatización de numerosas empresas
estatales.

Los ingresos generados por las privatizaciones, la situación económica se mantenía


convulsionada y a fines de 1989, se produjo una segunda hiperinflación. Ministro de
Economía Erman González, quien impulsó el Plan Bonex, que consistió en la
confiscación de los depósitos a plazo fijo y un cambio de los mismos por bonos de
largo plazo en dólares. Así mismo, restringió fuertemente la emisión monetaria y
redujo el gasto social. Este plan agravó la recesión económica, pero sirvió para reducir
la inflación. Se produjo el cierre de unidades productivas que, en algunas ramas de la
actividad, como la textil, fueron masivas, con la subsecuente pérdida de puestos de
trabajo. Logró reducir la inflación.
A poco de asumir el Presidente Fernando De la Rúa en 1999, tomó severas medidas de
ajuste con el propósito de sanear las finanzas: dispuso un recorte de sueldo de entre el
8 y el 20 % a los empleados públicos, docentes, fuerzas de seguridad y empleados
judiciales que afectaron a más de 140.000 personas, recortes en el presupuesto de las
Universidades Nacionales y el despido de 10.000 empleados, como parte de un
paquete de ajuste exigido por el FMI.

Para el año 2000 la situación financiera y los problemas del endeudamiento externo,
del Gobierno se fueron haciendo cada vez más críticos, De la Rúa decide realizar dos
operaciones de endeudamiento y refinanciación, bajo la supervisión del Fondo
Monetario Internacional, que el propio gobierno publicitó con los nombres de El
blindaje y El Megacanje.

El desencadenante inicial de la crisis fue la imposición del «Corralito», el 2 de


diciembre de 2001, una disposición del gobierno que restringía la extracción de dinero
en efectivo de los bancos. Esto impactó sobre todo en la clase baja, mayormente no
bancarizada, y la clase media que se vio fuertemente restringida para sus movimientos
económicos. El 13 de diciembre las centrales obreras declararon una huelga general, y
simultáneamente comenzaron a producirse estallidos violentos en algunas ciudades
del interior del país y del Gran Buenos Aires, mayormente saqueos por parte de
sectores más perjudicados de la población, cortes de rutas y de calles en las ciudades.
La revuelta derivó en un estallido social generalizado la noche del 19 de diciembre de
2001, inmediatamente después de que el presidente radical Fernando de la Rúa
anunciara el establecimiento del Estado de sitio, provocando la salida a la calle de
decenas de miles de personas en todo el país para manifestar su descontento con el
gobierno y los representantes políticos. El 20 de diciembre a las 19:37 De la Rúa
renunció y dejó la Casa Rosada en helicóptero.

Durante los siguientes doce días se produjo una alta inestabilidad institucional que
llevó también a la renuncia del presidente sucesor Adolfo Rodríguez Saa. El clima de
inestabilidad social y económica, así como el desconocimiento generalizado de
legitimidad a los representantes políticos, se extendería en los años siguientes.
Las manifestaciones en la calle continuaron durante varios meses y se organizaron
mediante asambleas populares en las cuales los manifestantes debatían y tomaban
decisiones con la pretensión de que se realizara una refundación política que
permitiera una mayor participación de la ciudadanía y control de los representantes.

El Tercer ´problema, al no contar con una moneda sólida que inspire confianza, no
hay volumen de ahorro en moneda propia que le permita al Estado financiarse más
fácilmente. De aquí los recurrentes encuentros con la deuda externa y la necesidad de
divisas para repago de créditos.

Supongamos que estamos a mediados del Siglo XIX, luego de la derrota de Juan
Manuel de Rosas en Caseros, y nos proponen un negocio: criar ovejas. En esa época, el
mercado lanar parecía destinado al éxito. El contexto internacional, en un principio,
nos acompaña. Gracias a la guerra de secesión en Estados Unidos exportamos y
crecemos. Pero, el final de la guerra cambia el panorama y tras el triunfo del norte,
nuestro principal cliente, Gran Bretaña, que ha estado invirtiendo y evaluando otras
opciones, diversifica su cartera de proveedores. Con la consecuente caída del precio
internacional de la lana, entramos en 1866 en la primera crisis económica de una
Argentina unificada. Ni la recién fundada Sociedad Rural logra que el Gobierno nos
ayude, y terminamos teniendo que liquidar nuestro stock ovino. La entrada en el
mercado mundial nos mostraba tanto sus bondades como sus problemas.

Crisis 1914

El conflicto balcánico, que anticipó el estallido de la Primera Guerra Mundial, desató


en Europa una crisis política y económica que clausuró el período de expansión
iniciado a finales del siglo xix.

La decisión del Banco de Inglaterra de incrementar la tasa de interés provocó la


reversión del flujo de capitales extranjeros hacia la Argentina y le impidió financiar el
déficit en su balanza de pagos. El desequilibrio de la balanza de pagos se profundizó
como resultado de la magra cosecha de 1913-1914. A partir de entonces, la economía
argentina se deslizó hacia una profunda recesión. Los mecanismos de transmisión de la
crisis fueron dos: la salida de oro hacia el extranjero y la caída de las exportaciones
primarias. En el marco del patrón oro, dicha fuga provocó una severa reducción del
circulante, un incremento de la tasa de interés y una sucesión de quiebras de
empresas y negocios.

Esta situación obligó al presidente Victorino de la Plaza a promover un conjunto de


leyes de emergencia. Entre ellas se destacó el cierre de la Caja de Conversión y la
suspensión de la convertibilidad de la moneda. A partir de entonces y hasta 1927, el
valor de la moneda argentina varió de acuerdo con la evolución de la balanza de pagos.
A partir de 1915, la balanza comercial arrojó superávit por la caída de las
importaciones. Además, la cuenta capital mostró también un balance positivo debido
al el ingreso de capitales que llegaban a la Argentina en busca de refugio. La guerra
submarina, la falta de bodegas y el encarecimiento de los transportes afectaron el
comercio. Los productos de gran volumen y bajo precio unitario, como los granos,
fueron los principales perjudicados y cobró mayor importancia la exportación de carne,
ya que este tenía un mayor valor por unidad de volumen. Más dramática fue la caída
de las importaciones, al punto que en 1915, estas fueron la mitad respecto de las
exportaciones. Mientras tanto hacia 1914 llegó a su máxima extensión la frontera
agraria pampeana, pues se había puesto en explotación la máxima superficie posible
de tierra apta.

El impacto sobre la industria distó de ser homogéneo. En 1914 la Argentina poseía la


economía y la industria más grande de América Latina. Se trataba de una industria
vinculada con el procesamiento de materias primas: el 57% de su producción consistía
en alimentos y bebidas. Diversos factores condicionaron el desempeño manufacturero
en los años de la guerra, el descenso del comercio internacional afectó los rubros que
competían con la producción nacional y promovió así la sustitución de importaciones,
fue un estímulo breve, ya que desapareció en 1918, cuando se reanudaron las
importaciones. Por otro lado, la industria sufrió las consecuencias de la caída de los
salarios reales por efectos de la inflación y del incremento del desempleo, que
deprimió la demanda agregada.

La guerra afectó de manera dispar a las diversas ramas industriales. Las actividades
que necesitaban de materias primas locales se vieron beneficiadas por la ausencia de
productos importados; en esta situación estaban la producción de papel, zapatos,
muebles y principalmente industrias textiles. En cambio, las industrias que necesitaban
de insumos importados como las metalúrgicas, de cerveza y galletitas, entraron en
crisis. La disminución más severa la sufrió el sector de la construcción, que se
encontró con la paralización de obras de infraestructura (ferrocarriles, por ejemplo)
que significó una caída en su producción del 82 %.

Cuarto lugar, tenemos la inflación. En este caso, la semilla de la crisis se planta


durante épocas de crecimiento económico, cuando la política económica en vez de ser
contracíclica, como recomiendan todos los manuales (esto sería gastar menos en las
expansiones, para tener la posibilidad de hacerlo cuando la cosa se pone difícil), se
vuelve procíclica y los gobiernos gastan más. Cuando cambia el ciclo, y comienza la
siguiente caída en la actividad, el gobierno que venía creciendo en gasto se queda sin
nafta, caen los ingresos y para sostener el gasto (que es rígido a la baja) tiene dos
caminos: recurrir a endeudarse o a expandir la base monetaria. Miremos a Juan D.
Perón en su primera y segunda presidencia: a partir de 1949, luego del ciclo virtuoso
de tres años que implicó una expansión del gasto, aparecieron las señales del
agotamiento económico. Con la caída en los términos de intercambio y el aumento de
la inflación apareció la primera crisis de los que se denominó los ciclos de “stop and
go”. A diferencia de crisis anteriores, que se dieron en un contexto de economía
abierta y freno del flujo de capitales extranjeros, esta crisis ya es de una economía
semicerrada.

En octubre de 1929 se produjo un derrumbe de la Bolsa de Valores de Nueva York que


llevaría a la gran depresión de los años treinta. La caída de demanda del comercio
exterior se vio potenciada pues los países que tenían relaciones comerciales con la
Argentina, especialmente los Estados Unidos y Gran Bretaña, impusieron barreras
proteccionistas afectando la economía argentina, que por entonces era una de las más
abiertas al comercio internacional. El valor de las exportaciones pasó de 1000 millones
de dólares en 1928 a 335 millones en 1932. Se produjo una salida de capitales de tal
forma que el nuevo gobierno de Yrigoyen abandonó la convertibilidad en 1929 y tuvo
que emitir dinero sin respaldo para no agravar la situación de dificultad de algunos
bancos, lo que provocó una pérdida de valor del peso con respecto al dólar. Los
ingresos de la aduana disminuyeron debido a la contracción del comercio
internacional, el peso nacional perdía valor, disminuyeron las importaciones y
exportaciones, y esto fue acompañado por una disminución de los salarios y por una
elevada desocupación. Finalmente, la crisis impulsó la caída del gobierno de Hipólito
Yrigoyen. A finales del año 1935 recién el Producto Bruto Interno superó el valor del
año 1929.

Ese mismo año, se desató la crisis financiera mundial iniciada en Estados Unidos. Esta
afectó a la Argentina por la disminución de los ingresos de la Aduana debido a la
reducción del comercio internacional, la inflación, la caída del salario y la
desocupación. Además, los productos primarios (principal rubro de exportación del
país) perdieron importancia en el mercado mundial. En ese contexto económico los
capitales norteamericanos retornaron a su lugar de origen debido a la alta rentabilidad
de la especulación financiera.

En los años 1930, la economía argentina se deterioró notablemente, producto de la


inestabilidad política cuando una junta militar tomó el poder, 1930, Gran Depresión:
afectó especialmente a Argentina por el repentino descenso de la demanda europea y
estadounidense de sus productos ganaderos. Como los ingresos aduaneros se
desplomaron, el gobierno tuvo problemas para pagar a los trabajadores públicos,
causando un creciente malestar. Hartos de la crisis, los militares dieron un golpe de
Estado en 1930. se convirtió en uno de los países más inestables. En el caso argentino,
entre 1930 y 1932 el régimen corporativista de José Félix Uriburu creó drásticas
medidas represivas para sofocar los intentos de protesta por parte de los trabajadores,
ante el profundo deterioro de los salarios y las diferentes condiciones de vida. Al
mismo tiempo, los niveles de desempleo aumentaron de manera alarmante y fueron
medidos por primera vez en el Censo Nacional de 1932, que registró 87.223
desocupados en la ciudad de Buenos Aires sobre un total de 333.997 personas sin
empleo en todo el país.

A finales de 1951, la inminencia de una crisis de balanza de pagos obligó a las


autoridades a replantearse su estrategia económica. Un conjunto de factores explica la
gravedad de la situación. En primer lugar, el sector externo mostraba nuevamente una
evolución desfavorable. Las exportaciones de granos y de carnes descendieron debido
tanto al ciclo de sequías como al incremento del consumo interno. Para agravar la
situación, los precios internacionales de los productos primarios volvieron a caer,
revelando una tendencia que continuaría durante toda la década de 1950. Esta
declinación se originaba en el incremento de la producción agraria de los principales
competidores de la Argentina en el mercado mundial (Estados Unidos, Canadá y
Australia) y en la reconstrucción de la economía europea, gracias al Plan Marshall.
Como resultado de la caída del valor y monto de sus exportaciones, la capacidad para
importar de la Argentina se redujo un 50% entre 1948 y 1952.3 Esta violenta
contracción de la disponibilidad de divisas sometía al conjunto de la economía del país
a fuertes constricciones en un momento en que la demanda de importaciones se veía
incrementada como resultado de la industrialización. En este plano, la administración
del comercio exterior y el cambio en la composición de las importaciones a favor de
materias primas y bienes de capital esenciales para mantener o incrementar la
capacidad de producción, había alcanzado un límite y no podía esperarse de ese
instrumento una solución para la compleja situación externa.

La crisis no se limitaba al desequilibrio de la cuenta corriente del balance de pagos.


Entre los factores internos que agravaban la coyuntura, la inflación ocupaba el
primerísimo lugar. A partir de 1949 el ritmo de la inflación local se había distanciado de
la inflación internacional. Y si bien el equipo de Gómez Morales, que había
reemplazado a Miguel Miranda en la conducción económica a principios de 1949,
había identificado con bastante precisión los problemas que afrontaba la economía
local, las medidas tomadas para contener el crecimiento de los precios no habían dado
resultados apreciables. La reanudación de políticas monetarias y crediticias expansivas,
en el marco de una economía con plena ocupación, alentó la inflación. El costo de vida
ascendió al 37% en 1951, revirtiendo la tendencia del año previo, y la inflación
mayorista trepó al 49%. El conflicto por la distribución del ingreso se acentuó
mostrando los límites de una estrategia económica que se había basado en la
transferencia de una parte de la renta agraria hacia el sector urbano.

El equipo económico tomó debida nota de los riesgos que se enfrentaban y se dispuso
a aplicar un programa de ajuste. El contexto político no era menos complejo ya que se
estaba en las postrimerías de una nueva elección presidencial que se preveía para
febrero de 1952. La economía se impuso sobre la política, y Perón adelantó las
elecciones para noviembre de 1951, logrando la ansiada reelección.
A comienzos de 1959, mientras Fidel Castro y el Che Guevara entraban triunfantes en
La Habana, Frondizi iniciaba un viaje a los Estados Unidos donde expuso sus ideas
desarrollistas. Frondizi planteaba que no podía retornarse al país de los granos y las
vacas. La salida estaba en el desarrollo de las industrias básicas: petróleo, siderurgia,
maquinarias. Esto permitiría abastecer a la industria liviana y liberaría recursos que
antes se destinaban a importar. Además, la producción agropecuaria también se
beneficiaría, con la abundancia de energía, maquinaria, combustibles y productos
químicos que posibilitarían su tecnificación y modernización. En realidad, el
desarrollismo encajaba en los planes de expansión e inversión de las grandes
compañías extranjeras ya que éstas, a partir de la Segunda Guerra Mundial, notaron
que una gran cantidad de países subdesarrollados tenían incipientes industrias con
sistemas aduaneros que las protegían. La manera más inteligente de aprovechar esos
mercados era controlarlos desde adentro. De esta forma, la inversión en industrias
manufactureras radicadas en estos países creció notablemente a partir de mediados
de la década del ’50. Las casas matrices de estas empresas se beneficiaron además de
las utilidades con el pago de regalías y las exenciones impositivas que acompañaban
las radicaciones.

El modelo desarrollista comenzó a aplicarse pero a poco menos de un año, las


presiones de los factores de poder que lo veían demasiado populista, condujeron a un
cambio radical en la política económica, que se materializó a mediados de 1959 con el
reemplazo de Rogelio Frigerio en el Ministerio de Economía por Álvaro Alsogaray,
economista de confianza de los grupos de poder económico, avalado por los militares,
que con su famosa frase «hay que pasar el invierno» orientó la política económica a
promover las exportaciones, limitar el proceso de industrialización y liberalizar las
restricciones impuestas a las importaciones disminuyendo considerablemente la
capacidad expansiva de la industria nacional. A la vez que se recomponía el sector
agropecuario, se devaluaba el peso argentino y se limitaban los aumentos salariales.
Estas medidas provocaron efectos negativos sobre los salarios reales y la disminución
de la demanda global. El cambio radical de orientación económica del gobierno tuvo su
respuesta en las urnas. En las elecciones legislativas del 27 de marzo de 1960, el «voto
en blanco» peronista representó el 25% de los sufragios mientras que la UCRI, el
partido de Frondizi, alcanzó solo el 20%.

Conclusión

Cada crisis, así como tiene un problema clave, ya sea por la falta de gobernabilidad o
por la inflación, todas están sujetas a presentar varios problemas, ya sea en el inicio o
desenlace de la crisis.

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