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Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Facultad de Filosofía y Letras


Colegio de Historia

Historiografía de México I

Fray Bernardino de Sahagún y las cosas


ajenas a Nueva España
George Díaz María Elizabeth
Sección 002 - Tercer semestre

Amado Manuel Cortés


Bernardino de Sahagún y la “Historia general de las cosas de Nueva España”

Bernardino de Sahagún fue un franciscano que fungió como misionero en el territorio


de Nueva España, al cual se le atribuye gran parte de la construcción de elementos que
nos permiten conocer en este momento al mundo prehispánico, principalmente a los
mexicas, en cuanto a costumbres, tradiciones, cosmovisión, lengua y demás elementos.
Pero es la palabra “construcción” la que es una pieza clave en este escrito, ya que dicha
construcción no puede estar realizada al pie de la letra por diversos factores y lo que se
pretende es analizar si verdaderamente encontramos en Sahagún un conocimiento puro
acerca del mundo nahua, interpretando su obra “Historia general de las cosas de Nueva
España”, siendo muy extensa, pero con el primer tomo, se nos permite entender de qué
va la concepción de lo indígena ante los ojos de un español franciscano con la orden de
evangelizar a aquellos infieles y herejes que no practicaban una fe que ni siquiera
conocían.

El título de “Historia general de las cosas de Nueva España” puede resultar un tanto
incoherente debido a que relata la historia del territorio actualmente mexicano antes de
conocerse como Nueva España, pero al tratarse de un conquistador/evangelizador, no
podía otorgar una identidad prehispánica si era aquello de lo que querían deshacerse.
Antes de leer la obra, es importante conocer el contexto en que se desenvuelve, por qué
es que realiza dicho escrito, qué influencia anterior existía y cuál fue la educación que
recibía, así podrá tenerse una mejor visión ante la obra que no puede tomarse
crédulamente como una esencia de la mexicanidad.

Bernardo de Rivera, Ribera o Ribeira, nació en España, aproximadamente en el año de


1499 y en 1520 comenzó sus estudios universitarios en Salamanca, donde aprendió
latín, historia, filosofía y por supuesto teología. Se desconoce el año en que ingresó a la
orden de los franciscanos, pero en 1529 partió a Nueva España, ahí fue nombrado Fray
Bernardino de Sahagún. Este religioso comenzó su trayectoria como misionero en una
Nueva España naciente, a unos pocos años de lo que se considera como la
consolidación de la conquista, por lo que aún existían muchos elementos desconocidos
y la creciente necesidad de evangelizar a los nativos, pero para hacerlo, era necesario
conocer, o pretender conocer, las costumbres de la gente que ya vivía en el actual
México.

La tarea de Sahagún era enseñar latín en los primeros colegios implementados para
enseñar la religión católica, como en aquel que fue fundado por Juan de Zumárraga,
llamado el imperial Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, cuya educación estaba
orientada a la nobleza nahua. Mientras el fray impartía sus cátedras de latín, comenzó a
interesarse en la investigación del mundo nahua, haciéndose de discípulos de dicha
habla que le ayudaron a acercarse tanto al idioma como a la cultura, aunque hay que
comprender que Bernardino no hablaba náhuatl, evidentemente, por lo que existieron
complicaciones al momento de intercambiar diálogos, a pesar de que trató de aprender
dicho idioma. Gracias a este inconveniente, y otros más, es que pueden existir grandes
inconsistencias en el relato de fray Bernardino de Sahagún.

Aunque el problema del idioma no fue el único impedimento para que este autor
religioso realizara una obra que permita la comprensión cercana del mundo nahua, pues
su simple origen y su labor son la principal influencia de su pensamiento, debido a que
tenía la tarea de evangelizar, eso significa que miró como incorrectas las tradiciones y
cosmovisión de los indígenas; tenía el trabajo de cambiar dicha visión que trató de
estudiar. Además, tiene un fuerte valimiento del mundo clásico, siendo de su
conocimiento la existencia de los dioses grecolatinos, así que este autor realizó grandes
comparaciones con este pasado que podrán verse más adelante en este mismo ensayo.
Lo que se rescata es que tanto dijo Bernardino de Sahagún, pero no toda esa gran
cantidad de información puede tomarse como verdadera y es necesario repensar la
credibilidad de fuentes como la protagonista del presente escrito.

Divinidades mexicas

Lo que fray Bernardino de Sahagún trata en esta primera parte, es lo referente a los
“dioses” que veneraban los naturales. Hay que analizar este primer concepto de dioses,
puesto que esa visión se realiza desde su comprensión teológica, donde un “culto” tiene
que ser precisamente a un dios, como los cristianos lo tienen con un Dios único. Y
entrecomillo culto porque también es una concepción occidental que no puede llevarse
al mundo nahua, es difícil encontrar palabras del castellano que puedan emplearse en
una cosmovisión tan compleja. Posteriormente, Sahagún hace una revisión de los
llamados dioses, donde los compara habitualmente con deidades grecolatinas, pero
también desde el capítulo I surgen otros términos interesantes: “capítulo I que habla del
principal Dios que adoraban y a quien sacrificaban los mexicanos llamado
Huitzilopochtli” (Sahagún, pág. 29).

Lo primero que hay que resaltar de esta frase es que refiere a un dios principal, tal como
los cristianos tienen un dios único, interpretan la necesidad de que exista una jerarquía
entre las divinidades, pues no pueden ser todos por igual, a pesar de que las
representaciones naturales que se les han atribuido demuestran que estos rangos son un
tanto innecesarios. El otro punto se encuentra en la palabra “sacrificio”, tema tan
complejo que ha generado gran polémica, sin embargo, el culto prehispánico suele
asociarse continuamente con los sacrificios, interpretados como el ejecutar a un
individuo para mantener el orden natural del universo. Es difícil corroborar la veracidad
de los sacrificios, pero es cierto que son señalados como una aberración y salvajismo
que cometían, al menos ante los ojos de los occidentales que se apoderaron de América
y de ser verdad, no deberían de ser juzgados en nuestra visión posmoderna influida por
la ideología cristiana que se inculcó.

Uno de los recursos más empleados en este libro primero es la comparación de


divinidades prehispánicas con las grecolatinas, pues señalaba a Huitzilopochtli como un
Hércules, a Tezcatlipoca como Júpiter, Chicomecóatl como Ceres, Chalchiuhtlicue se
comparó con Juno y Tlazoltéotl representando a Venus. Con esta paridad se puede
apreciar la influencia clásica en las ideologías del fray y puede resultar una herramienta
útil, pero también dificulta la comprensión de estas divinidades naturales y se les puede
confundir con las intrincadas historias con las que las deidades grecolatinas se
desenvolvían, así que lejos de facilitar la interpretación de los “dioses” prehispánicos,
genera cierta confusión, principalmente para los contemporáneos de Bernardino de
Sahagún, y no solo eso, sino que también pone el mundo occidental por encima de la
cosmovisión de los indígenas, modelo que ha trascendido hasta la actualidad
sosteniendo el eurocentrismo.

Calendarización y sacrificios

En estos capítulos, Sahagún hace una revisión de las fiestas, realizando una propuesta
de un calendario que unifique las celebraciones cristianas con las mexicas, valiéndose
de lo anteriormente visto para comparar divinidades y santos, con una fuerte orientación
a las fechas que correspondían a los sacrificios. Persiste la idea de Bernardino de
Sahagún sobre los sacrificios, juzgándolos como un acto violento y despreciable, como
lo señala en el primer capítulo:

En este mes mataban muchos niños: sacrificábanlos en muchos lugares y en las


cumbres de las montes, sacándoles los corazones a honrar de los dioses del agua
para que les diesen aguas o lluvias. A los niños que mataban componíanlos con
ricos atavíos para llevarlos a matar. […] (P. 75)
El religioso juzgó a los nativos por sus costumbres, señalando que hacían grandes
matanzas a niños, pero pareciera más una justificación de por qué se vieron en la
“necesidad” de evangelizar a los indígenas, pues en todo el capítulo maneja las
costumbres como algo malo y lejos de buscar un calendario que uniera ambos mundos,
opaca a las divinidades prehispánicas con los santos católicos e impone un tipo de
festividad ajeno a los nahuas. Además, esta “propuesta” fue impuesta por
evangelizadores, en ningún momento se consultó a los indígenas si estaban de acuerdo
o si podían realizar alguna aportación, a pesar de que el fray tenía discípulos nativos, no
fueron requeridos para la realización del nuevo calendario. También hay una
discrepancia entre las fechas de las 18 veintenas mexicas, pues Diego Durán propone
unas fechas y Sahagún propone otras con casi un mes de desfaso.

Lo que coincide es que la cempohuallapohualli trataba sacrificios en cada veintena,


dedicadas a una divinidad diferente que normalmente representaba algún elemento de la
naturaleza, pero lo que Sahagún señala es una brutal matanza cada veinte días, de niños,
adultos, enemigos, con el fin de mantener el orden natural del universo, pero salta la
cuestión de si verdaderamente sucedían estos ataques a la población de manera tan
habitual como si los habitantes nahuas no fuesen a extinguirse con tales atrocidades,
porque de alguna manera el sacrificio se ha implementado tan cotidianamente en los
relatos sobre Mesoamérica, pero saber con exactitud cómo se dieron o cuáles eran sus
estadísticas, es mucho más complejo. Para mí, resulta inverosímil estos asaltos a su
misma gente, en las masivas cantidades que maneja Bernardino de Sahagún, sin que la
población se redujera considerablemente, más aún con la esperanza de vida de aquellos
tiempos.

Y no todo queda en “arrancar corazones”, sino que también Sahagún señala en el


capítulo XX que en la veintena Atlcahualo se realizaba una fiesta en honor a los
Tlaloques, divinidades de la lluvia, en la cual elegían a niños, prácticamente bebés, para
sacrificarlos Primero arrancándoles el cabello para al día siguiente matarlos, desollarlos
y cocinarlos para comérselos. El fray califica esta acción como “una crueldad
inhumana, bestial y endiablada, […] es cosa lamentable y horrible ver que nuestra
humana naturaleza haya venido con tanta bajeza […] por sugestión del demonio”. (p.
97) El mencionar al demonio como el que puso en tentación a los mexicas para realizar
dichas acciones vuelve a sonar como la justificación más pertinente para evangelizar a
estas personas, además de que emite un juicio desde su óptica de religioso católico. La
cuestión no es la certeza de los llamados sacrificios, sino la manera en que son
juzgados.

Mitología

A partir del libro tercero, Bernardino de Sahagún pretendía hacer una obra similar a la
de San Agustín, o al menos es lo que menciona el prólogo a este libro escrito por Ángel
María Garibay, donde busca explicar los mitos que giraban en torno a algunas
divinidades, principalmente Huitzilopochtli y Quetzalcóatl quienes eran los más
destacables a su consideración. Desarrolló algunos relatos en torno a estos personajes,
pero todo llevaba a la misma justificación. Abre este título destacando la frase de
“dioses fingidos”, ¿no fueron acaso ellos los que les dieron el valor de dioses?, además,
presenta un desprestigio hacia las representaciones dándoles sin juicio alguno el valor
de fingidos, de inexistentes, pero por supuesto que darían esta visión si los nativos eran
considerados seres inferiores.

Sahagún narra primero la historia de Huitzilopochtli, pero no emite una narrativa


orientada a la historia que pudo ser creada por los mexicas, sino que inserta su visión e
inicia señalando que Huitzilopochtli era el diablo empleando un pseudónimo. Dentro de
esta misma historia, parece tratarse de uno de los grandes mitos trágicos de la cultura
grecolatina, donde Huitzilopochtli y su hermana Coyolxauhqui orillaron a su madre a
que se quitara la vida. No se discute la veracidad o calidad moral del mito, sino de
cómo es señalado por el autor, si por un lado daban cierto enaltecimiento a la literatura
griega y romana, por esta parte emitían un dictamen de repudio y horror ante esta
historia.

Asimismo, señala que veneraban a Huitzilopochtli como a Dios, no uno cualquiera, sino
el “principal”, tratando de buscar en ellos una figura máxima tal como lo sostiene el
cristianismo. Su necesidad de atribuir a los mexicas los únicos elementos que conocían
pudo crear algunas confusiones, pero también teorizo que esta idea de hablar de un Dios
principal, surge de la necesidad de justificar las razones de la conquista espiritual, pues
Sahagún señala que este Dios era realmente el diablo haciéndose pasar por
Huitzilopochtli para gustar a los indígenas, de ahí nace la urgencia de eliminar esta
terrible equiparación de el verdadero Dios, el Dios cristiano, con una deidad
endemoniada de los mexicas. Sahagún demuestra en su escrito lo preocupado que
estaba por esta situación, tachándolo como una herejía, tal como lo hace a lo largo de
toda su obra.

En cuanto a Quetzalcóatl no hay mucho que reprochar, pues el fray lo señala como un
dios un tanto menos relevante que Huitzilopochtli, pero que era rico y tenía una gran
fortuna de oro y plata, cuando estos materiales no eran los más preciados por los
mexicas y no tenían el mismo aprecio por estos metales tal como los europeos.
Conjuntamente, entra al juego el mito de la bebida prehispánica por excelencia: el
pulque. El mito de Quetzalcóatl señala que éste bebió demasiado y terminó siendo
humillado por embriagarse con “el vino blanco de tierra”. (p. 191) Esto refleja y busca
demostrar que los mexicas eran aficionados a las bebidas embrutecedoras de los
sentidos y que, por consiguiente, también era otro pecado del cual tenían que salvar a
los infieles mexicanos, por ser considerada una generalidad de esta sociedad, a pesar de
que usualmente en Europa el vino era un elemento esencial de la alimentación cotidiana
de estos individuos, sin embargo, no era tan mal visto como el pulque.

Nigromancia y adivinaciones

En esta etapa, fray Bernardino de Sahagún comienza hablando de la “astrología” de los


mexicas, donde señala que estas adivinaciones que servían para saber momentos más y
menos afortunados, eran realmente nigromancia, es decir, invocando a los espíritus de
los muertos. Sahagún indica que había dos tipos de adivinos, los que fundaban su
adivinanza en la influencia planetaria y de constelaciones, llamados genethliaci, y los
que realmente les preocupaban por herejía: los tonalpouhque. Estos últimos, señala el
misionero, no fundamentaban sus revelaciones en el influjo estelar, sino en instrucción
dadas por Quetzalcóatl que consistía en una cuenta compleja de veinte caracteres
multiplicados por trece.

Por este simple hecho de tratarse de una “operación matemática” es que le pareció un
método creado por obra del demonio, de carácter nigromántico que debía de
exterminarse como todos los elementos que les desagradaban y les parecían herejía. Lo
anterior demuestra que todo lo que no conocían o que no cumplía con lo que
acostumbraban, parecía considerarse como una herejía; lo desconocido les generaba
repulsión y no trataban de hondar más en ello, sino simplemente lo despreciaban y
repetían la idea de que debía desarraigarse. Tampoco se desperdicia la oportunidad de
recordar los sacrificios, pues al hablar de los “signos”, menciona al dios que era de
aquel distintivo y la gran cantidad de sacrificios que se realizaban en honor de cada uno.

Lo que le sigue es considerado como mero acto de nigromancia ya que se trata de los
agüeros y pronósticos, donde Sahagún alega que se empleaban animales diversos para
conocer algunas situaciones futuras. Con este uso de animales, se refiere a aullidos de
lobos, canto de aves, mirar a un animal específico, un conejo entrando en su casa, entre
otras manifestaciones. El juicio que emite el autor ante estos augurios es reprobatorio,
pues dice que ven en las criaturas elementos que no tienen o que no hay en ellas,
aunque es bien sabido que en el catolicismo también había elementos similares, su
problema es más orientado a la crítica de cualquier cultura o creencia prehispánica,
además de que también encuentra la herejía en estos agüeros, calificándolos de
nigromancia, al igual que las adivinaciones anteriormente mencionadas, aunque se
puede decir que el fray lo consideraba una herejía menor, el problema residía
principalmente en que no le hacía sentido y le resultaba absurdo que un animal indicara
una predicción.

Lo que es realmente absurdo es que él como un franciscano, tomaba elementos muy


claros de la tradición católica, la cual también contaba con sus supersticiones, pero
tachaba de incoherentes elementos culturales de la mexicanidad. Se sabe que
posteriormente se implantó el catolicismo en las mentes de los indígenas, cambiando lo
que ellos conocían y consideraban por elementos religiosos que podrían parecer muy
lejanos a la cultura mexica, pero que realmente podrían tener un parecido, solo que los
evangelizadores no podían permitirse esta similitud al tratarse de aspectos culturales
que consideraban inferiores por ver las personas de las cuales provenían.

También se reprocha el empleo de plantas medicinales puesto que se le consideró como


una superstición más y parecía inverosímil en un principio, no obstante, muchos de los
componentes de estas plantas para manufacturar medicamentos posteriores e incluso
aquellos que pertenecen a la medicina actual y fueron desarrollados por europeos, por
supuesto, tomando los créditos de dichas creaciones. Es la sección que menos se
considera como herejía, pero Sahagún señalaba con cierto tono burlón que carecía de
sentido el empleo de estas medicinas y la superstición.

Filosofía que atenta contra la moral

En este apartado, fray Bernardino de Sahagún reconoce que todos los pueblos, sin
importar su grado de barbarismo, tienen a hombres sabios que empleaban para las
estrategias militares o los consejos, considerando a este don como filosofía, pero
nuevamente se tacha a los indígenas de mentirosos y reniega de sus costumbres, como
en el caso de las adivinaciones. Sin embargo, ahora también señala que la sabiduría de
los grandes indígenas atenta contra la moral, una moral cristiana que evidentemente
ellos traían consigo y tachaba de ilícitos varios elementos ajenos a la tradición europea,
como el decir que los nativos pedían a Tezcatlipoca y a Yoalli Ehécatl la salvación de la
pobreza, cosa que para los religiosos españoles es terrible, más aún para los
franciscanos que predicaban la humildad, austeridad y sencillez. Es por eso que
mostraban desprecio a Quetzalcóatl por la riqueza que ostentaban sus elementos, así
como a los pipiltin, que representaban una especie de nobleza mexica, aunque era a
ellos a los que Sahagún impartía cátedras de latín y probablemente su fuente principal
de todo lo que citó en su libro.

Lo que también señalaban estos católicos como erróneo y peligroso era el pedir a los
dioses triunfos en la guerra, pues decían que algo tan vil y cruel no debía ser pedido a
una deidad, aunque a éstas las consideraran como el demonio. También resulta un tanto
incoherente si se compara con su pasado, ya que son bien sabidos los sucesos de las
cruzadas por su emblema y su objetivo, prácticamente se encomendaban a Dios.
Aunque por supuesto, no por ser Bernardino de Sahagún un religioso tendría que estar
de acuerdo con todo el pasado que esconde tras de sí el cristianismo, visión que, al
menos en esta obra de Sahagún, no se puede comprender ya que no es su principal tema
de estudio de la “Historia general de las cosas de Nueva España”.

Conclusiones

En fin, fueron pocos los símbolos de la cultura mexica que los europeos no
consideraron incorrectos, inmorales o herejía, por varias razones, englobo a las dos
principales como un desprecio de la otredad en una civilización completamente ajena a
su entorno cotidiano y la justificación de la conquista, la evangelización e incluso el
obtener algún puesto o asegurar un legado. Esto último fue muy eficaz en fray
Bernardino de Sahagún porque hasta el momento sigue siendo reconocido y varios
autores posteriores han tomado sus fuentes como las más cercanas a la cosmovisión
mexica. Si bien no pueden tomarse como información pura por el simple hecho de que
la historia no puede ser enteramente objetiva y siempre será narrada desde la
perspectiva del autor, ha sido de gran ayuda para forjar una identidad nacional para
aquellos que pretenden recuperar el pasado prehispánico y hacerlo trascender hasta la
posmodernidad, prácticamente el que Sahagún describiera lo que querían erradicar,
permitió su rescate, irónicamente.

Tampoco podemos juzgar y señalar a fray Bernardino de Sahagún, si bien existe cierto
“resentimiento” ante la conquista por el rescate del pasado para una identidad que
comenzó a fomentarse desde la Independencia de México, se aprecia la labor que
realizó este franciscano al recopilar en una gran cantidad de tomos la complejísima
visión de los mexicas y que gracias a esta información, es posible generar debates en
torno a ella durante la actualidad y presenciar no solo la historiografía mexicana, antes
de fundarse como ciencia, sino también una pequeña proporción de la historia de las
mentalidades como se estudió en cursos anteriores de Historiografía, así como seguir
sustentando que la narrativa histórica no puede ser objetiva, así como no lo es el
presente ensayo debido a que se puede apreciar cierto rechazo al mismo desprecio de
Sahagún a la cultura mexica.

Después de todo, es muy importante el debate en torno a la historia, principalmente con


aquellas fuentes que ya se han fundamentado como las bases y se han construido
nuevos relatos en estos cimientos, sin cuestionar si la resistencia de dicha edificación es
lo suficientemente fuerte para sostener la demás información que se ha encontrado, es
por eso que es imprescindible debatir y cuestionarse antes de seguir aportando más y
más documentos o fuentes a la inmensa historia de México, de América y del mundo,
porque son ámbitos unidos que no pueden separarse entre sí. Para cerrar, entendemos a
las crónicas escritas por los primeros europeos que pisaron el territorio que actualmente
es México como las bases de una futura ciencia histórica que se desarrollará en el país
posteriormente, entrando los historiadores a realizar lo que se creó en el presente
escrito: debatir.
Referencias

Ballán, Romeo (1991). «Bernardino de Sahagún: precursor de la etnografía».


Misioneros de la primera hora. Grandes evangelizadores del Nuevo Mundo. Lima.

Barbero, Manuel (1997). Códices Etnográficos: El Códice Florentino. EHSEA. N.14.


pp.349-379.

De Sahagún, B. (1956). Historia General de las cosas de Nueva España. Editorial


Porrúa. México.

Iraburu, José María (2003). Hechos de los apóstoles de América (3ª edición).
Pamplona: Fundación Gratis.

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