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Habilidad para coordinar los movimientos de la boca, labios, lengua y paladar blando,
indispensables para articular el lenguaje.
Léxico
Fonológico
Morfosintáctico
Pragmático
Capítulo 2
COMUNICACIÓN Y EL LENGUAJE
1. INTRODUCCIÓN
Comunicar es el acto simple de transmitir una idea, sentimiento o necesidad a otra persona.
Resulta sencilla la definición, pero no son tan simples los mecanismos necesarios para alcanzar
esta meta.
Según Moreno Ríos (2009), comunicar es un acto de relación social en el que un individuo intenta
transmitir información a otro individuo. El término intención es crítico para este intercambio.
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El desarrollo comunicativo se compone de dos etapas: una pre lingüística o preverbal, en la que el
niño aprende a comunicarse sin contar con lenguaje, y luego la etapa verbal, cuando desarrolla el
aprendizaje de las primeras palabras, seguidamente pequeñas frases, más adelante frases
elaboradas, hasta finalizar el proceso con la posibilidad de narrar y mantener una conversación
fluida alrededor de los 5 años.
El desarrollo de la comunicación ocurre, entonces, desde etapas muy tempranas y tiene una
íntima vinculación con el desarrollo de aspectos emocionales. Un niño de 3 meses de vida es capaz
de mirar y sonreír al adulto que le sonríe: esto, que históricamente se ha reconocido como sonrisa
social, es uno de los primeros mecanismos implicados en la comunicación y puede resultar un
predictor fundamental en el logro de la atención conjunta, la posibilidad de compartir la atención
con otros.
De manera tal que el proceso de decodificación de la información general del mundo se encuentra
asociado de manera simultánea con la identificación de emociones básicas. Para poder desarrollar
este proceso, es preciso mirar y ser mirado por un adulto, quien es el indicado para atribuir
significación al intercambio. El aportar significado a las situaciones es tarea del adulto que
acompaña al niño.
Existen dos perspectivas para analizar las habilidades pre lingüísticas: por un lado, el análisis
propuesto por las teorías cognitivas que tienen su representación en autores como Piaget (1952)
o Bloom (1993), o las teorías interaccionistas representadas por Bruner (1983) o Tomasello (1992).
En el primero de los casos, se pone el foco en los procesos cognitivos requeridos para poner en
marcha la comunicación, y en el segundo, se fija el interés en analizar los contextos y la interacción
comunicativa, así como las conductas que llevan a cabo padres e hijos durante el intercambio.
Desde este último enfoque, la comunicación tiene como herramienta más evolucionada y
exquisita el lenguaje oral, pero antes del logro de esta habilidad existen numerosos procesos que
son obligatorios para el acceso a esta función. El lenguaje expresivo comienza a manifestarse (en
niños de desarrollo típico) alrededor de los 12-18 meses. Antes de esta etapa debieron haber
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3. PREDICTORES DE LA COMUNICACIÓN
Un niño de desarrollo típico puede comenzar a decir las primeras palabras alrededor de los 12 o 18
meses; sin embargo, sus habilidades de comunicación seguramente han estado activas
mucho antes del momento de empezar a hablar. Comunicar implica transmitir intenciones a otra
persona; es buscar llegar a otro para conseguir algo deseado o simplemente para compartir el
momento. Ese don de la comunicación está presente desde estadios muy tempranos del
desarrollo y depende de la emergencia y combinación de distintas habilidades para poder
desplegarse de modo apropiado. A continuación se describen dichos predictores.
Grañana, Nora, Comp. (2014) menciona que al final del primer mes de vida se observa cómo el
niño logra mantener contacto visual y a los 3 meses hace un seguimiento horizontal. Es en esta
edad cuando muchos niños inician movimientos verticales (hacia arriba) y de convergencia (meten
los ojos hacia adentro cuando toman su mamadera) que hacen pensar a muchos padres que los
pequeños presentan estrabismo. A los 6 meses los niños distinguen los colores vivos, rojo y verde
especialmente, y pueden diferenciar una cara de un dibujo. De los televisores, les llaman mucho la
atención las imágenes, por ser de alto contraste, y pueden pasar mucho tiempo mirándolos
fijamente. A los 4 meses los ojos del niño deben mantenerse alineados, dar una idea de
profundidad o visión binocular y realizar movimientos de seguimiento en todas las direcciones. A
los 6 meses, la agudeza visual del bebé se calcula entre 20/25 y 20/100 lo que representa
distinguir un limón o una manzana a 6 metros de distancia, y alcanzan la agudeza visual del adulto
entre el año y los 2 años de edad. Igualmente, a los 6 meses el color de los ojos está bien definido
y sus movimientos oculares totalmente desarrollados, lo que les permite disfrutar más aún de os
móviles o figuras en movimiento. La Academia Americana de Pediatría reporta algunos signos,
antes de los 6 meses de edad, que deben ser de alarma para padres y pediatras, entre ellos, que el
niño al tercer mes no mantenga un contacto visual o que después de los 6 meses desvíe los ojos
hacia adentro o afuera (Maurice, 1996).
3.2. Protoconversaciones
y los 9 meses. Los datos sobre imitación neonatal (Meltzoff y Moore, 1992), las
protoconversaciones y la sincronía interactiva observada suelen citarse como indicadores o
manifestaciones de la intersubjetividad primaria. El término intersubjetividad secundaria fue
elegido para describir aquellas situaciones en las que el bebé es capaz de combinar en la
interacción con su mamá dos tipos de actos, los práxicos (señalar con el dedo; mostrar, dar,
ofrecer, tomar objetos; manipulación consecutiva, imitación práxica, regular la acción sobre el
objeto, resistirse, tocar con un objeto, extender la mano) y los interpersonales (sonreír, vocalizar,
mirar a la cara del otro, extender los brazos hacia el adulto). Este tipo de intercambio o contacto
psicológico emerge entre los 9 y los 12 meses. En definitiva, la concepción de Trevarthen sobre la
intersubjetividad se presenta como una teoría sobre cómo las mentes, en los cuerpos humanos,
pueden reconocer los impulsos del otro de forma intuitiva, con o sin elaboraciones cognitivas o
simbólicas.
Para Carpenter y Tomasello (1998), la atención conjunta es el proceso que permite compartir la
atención con otra persona sobre un determinado objeto o evento, utilizando el contacto visual.
Por ejemplo, una persona puede mirar a otro, a continuación seleccionar un objeto y a
continuación volver la mirada atrás al primero. En este caso, la persona que señala inicia la
atención conjunta al tratar de conseguir la atención del otro sobre el objeto. La persona que mira
hacia el objeto de referencia es quien da la respuesta a la atención conjunta. La atención conjunta
es una habilidad triádica: se trata de dos personas y un objeto o evento fuera de la
pareja. Ciertamente, este es un predictor indispensable en el desarrollo posterior de la teoría de la
mente.
3.4. Gestos
Luego, con la protodeclaración se advierten los primeros intentos de compartir con otros el interés
por un objeto o una situación y, progresivamente, aparecen gestos asociados a acciones
específicas, como saludar, llamar, festejar, etc. En cualquiera de los dos casos, los gestos sirven
para transmitir intenciones.
En el caso de los protoimperativos, la meta es simplemente pedir, mientras que en la protodeclar
ación, el fin es compartir con otros la atención.
Según Camaioni (1993), el acceso a los gestos protoimperativos y protodeclarativos se realiza con
una diferencia temporal de dos meses aproximadamente. Y, para Barón Cohen (1989), los niños
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que se encuentran dentro del Espectro Autista, pueden acceder con bastante facilidad, por
condicionamiento, al uso de gestos protoeimperativos, pero muestran dificultades importantes en
el uso de gestos protodeclarativos. Esto parece deberse a que, para comprender los primeros, solo
es necesario interpretar las relaciones de medios y fines (es decir, para conseguir algo se debe
realizar la acción de señalar), pero para desarrollar una conducta protodeclarativa, el niño debe
ponerse en el lugar del otro para determinar si eso que le va a mostrar puede interesarle a esa
persona.
(…)
Durante el primer año, el niño aprende a identificar los sonidos del idioma en el que está inmerso.
El modo en que las madres se dirigen a sus hijos en esta etapa puede tener mucho que ver con ese
proceso. El uso del “habla maternal” o motherese comentado en el capítulo 1, implica utilizar
frases cortas, bien articuladas y simples, tanto en la sintaxis como en el contenido. Las frases son
gramaticalmente correctas y contienen gran cantidad de oraciones interrogativas e imperativas. Se
usan algunas palabras especiales, como “guau guau”, en lugar de “perro” porque la reduplicación
de sílabas hace que el bebé sea capaz de copiar más fácilmente las producciones. Otra
característica particular del habla maternal es que el adulto va adaptando las producciones a
medida que el niño evoluciona. Estos cambios parecen ser inconscientes y, según Gleitman,
Landau y Wanner (1988), se los denomina “coadaptación natural”. Niños de 4-5 años adaptan su
lenguaje cuando se dirigen a los bebés. Para Bornstein, Tal, Rahn y otros (1992), las madres suelen
simplificar las frases cuando el niño demuestra no haber entendido, y Moerk (1992) expresa que,
cuando un niño emite una frase incorrecta, la madre se la reitera de modo correcto y ampliado: a
eso se lo llama “reformulación”.
Para los autores Narbona y Le Normand (1997), entre los 0 y 2 meses el bebé logra realizar
vocalizaciones reflejas o casi reflejas en las que se incluyen ruidos y sonidos vegetativos (bostezos,
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arrullos, suspiros). Entre 1 y 4 meses, puede producir vocalizaciones arcaicas constituidas por
secuencias fónicas conformadas por sílabas primitivas claramente perceptibles para el entorno,
formadas por sonidos casi vocálicos y sonidos casi consonánticos articulados en la parte posterior
de la garganta. Estos sonidos suelen tener sonoridad nasal. Los padres estimulan la imitación vocal
y, cuando se consigue, la refuerzan. Este refuerzo social hace que
au- mente el número de vocalizaciones. Más adelante se inicia el balbuceo rudimentario, entre los
3 y 8 meses; esta etapa comienza con la presencia de sonidos resonantes, con una frecuencia más
elevada que los anteriores. Aparecen sonidos muy graves (gruñidos) y muy agudos (chillidos).
Pueden decir sonidos consonantes prolongados. Hacia los 6 meses aparecen las primeras
combinaciones de sonidos de la clase consonante-vocal, con cierre del tracto vocal.
4. LA COMUNICACIÓN VERBAL
El desarrollo del lenguaje se inicia en la etapa pre lingüística, pero luego evoluciona hacia la etapa
lingüística a partir de los 12 o 18 meses. La construcción del lenguaje es un proceso que empieza
en el mismo momento en el que el niño nace y se completa alrededor de los 5 años.
Las primeras palabras que produce un niño tienen la función de designar, expresarse y ordenar. En
muchos casos es necesario conocer el contexto para interpretarlas. Usualmente, las
primeras palabras se componen de sílabas reduplicadas. En esta primera etapa, una misma
palabra puede ser utilizada para distintas situaciones, por ejemplo, llamar “guau guau” a todos los
animales. Es decir que, al inicio, una misma palabra sirve para diferentes significados. Aprender
nuevas palabras supone el conocimiento de los objetos y de los acontecimientos del medio; en la
medida en que este conocimiento aumenta, es posible incorporar mayor cantidad de vocabulario.
Antes de que sea capaz de asociar una secuencia sonora a un objeto, es necesario:
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2) saber que una palabra designa a un objeto aunque cambie de lugar, de posición;
3) reconocer que los atributos son independientes del contexto (por ejemplo, mamá sigue siendo
mamá aunque se cambie el peinado o el vestido);
4) organizar la coordinación del espacio y del objeto, valorando la información proveniente de los
cinco sentidos.
Es decir que, para aprender una palabra nueva, por ejemplo, “auto”, el niño no solo debe ser
capaz de pronunciarla: también debe reconocer su significado, identificar la forma, la
funcionalidad, la utilidad, aunque no conozca el nombre de cada uno de sus componentes. Como
se explicó en el capítulo 1, esta información se acopia en un diccionario mental o lexicón, donde
pueden almacenarse estos datos.
Las primeras palabras incorporadas suelen estar fuertemente ligadas al contexto. Barret (1995)
analiza las rutinas sociales en las que está presente el uso de las primeras palabras y describe la
secuencia en la que se logra la adquisición mediante la progresiva descontextualización en el uso
de la palabra. Por ejemplo, en un primer momento la palabra “auto” está asociada a un referente
(el automóvil familiar), pero, con el uso repetido de esa palabra por parte del entorno, el niño
aprende a reconocer que el mismo término se puede usar para denominar a su auto de juguete, al
que aparece en la TV y al que ve en su libro de cuentos.
A partir de los 12-18 meses, entonces, se inicia el proceso de incorporación de las primeras
palabras, y este proceso continuará a lo largo de toda la vida. Los adultos poseen un lexicón o
almacén de palabras de entre 60.000 y 100.000 palabras, dependiendo del nivel de instrucción
(Kan del, 1995). Los niños de 2 años tienen variaciones muy significativas en la cantidad de
palabras que utilizan, pero se considera que, en promedio, a esa altura deben manejar cincuenta
palabras, para llegar a los 6 años a un promedio de 16.000.
sociales y culturales del entorno. El volumen de entrada lingüística es tres veces más amplio en
familias más educadas que en las menos educadas (Hart y Risley, 1995). Así, los niños de condición
socioeconómica más humilde tendrían intercambios menos frecuentes y, por ello, un vocabulario
más acotado.
Las primeras palabras que adquiere un niño tienen que ver con sus centros de interés, y suelen
relacionarse con palabras funcionales, tales como “más”, “menos”, “sí”, “no”, “acá”; y en una
segunda etapa adquiere los nombres de los objetos simples del entorno relacionados con su
interés (Bloom, Tinker y Margulis, 1993). En esta primera etapa, el niño aprende palabras no
relacionadas semánticamente, como palabras sociales, de localización, de movimiento, nombres
de animales, las onomatopeyas que estos provocan; pero una vez que se inicia el proceso de
explosión léxica, el pequeño es capaz de aprender palabras de una misma categoría semántica,
por ejemplo, animales.
Hasta los 3 años, aproximadamente, los niños cometerán errores de simplificación que, en
general, no alteran la inteligibilidad del lenguaje. Dicho de otro modo, a pesar de pronunciar mal
algunos sonidos, la producción es comprensible para el entorno.
No existe un patrón lineal que vaya acercando la ejecución hacia la forma adulta. Tampoco existe
un patrón común a todos los niños en el desarrollo fonológico. Según Ingram (1999),
existen tendencias comunes, pero no patrones de desarrollo comunes. Para este mismo autor, los
fonemas más presentes en una lengua se aprenden más fácilmente.
En un estudio realizado por Vivar y León (2009), se analizó el desarrollo fonológico en niños de 3 a
5 años y 11 meses. Se concluyó que a los 3 años los niños de la muestra tenían un 80% de
articulación normal en las consonantes, y que las mayores dificultades de adquisición se
manifestaban en las consonantes fricativas /s/ y /x/, y sobre todo en la consonante /r/. A la
inversa, las consonantes que menos dificultades de adquisición presentaron fueron las nasales
/m/, /n/, /r/ y las oclusivas /p/, /t/ y /k/.
Entre los 2 y los 3 años, los niños aprenden a combinar dos o más palabras. Aún no está claro
cómo adquieren esta habilidad, pero todo indica que copian estructuras simples del entorno y las
utilizan de modo fijo completándolas con las palabras elegidas. Es posible que durante la
adquisición del lenguaje los niños analicen desmenuzando progresivamente las propias
estructuras de las construcciones holísticas que poseen. Un momento importante en la adquisición
del lenguaje es la aparición de la frase gramatical, cuyos elementos esenciales son
laentonación, la sobregeneralización, las flexiones y el orden de las palabras.
Respecto de la sobregeneralización, entre los 2 y los 3 años los niños tienden a sobregeneralizar
las reglas gramaticales. Aplican una regla a los elementos lingüísticos equivocados. Se trata de ex-
traer, mediante la inducción, propiedades o reglas muy frecuentes compartidas por casos
lingüísticos y de aplicarlos a casos nuevos, aun cuando esto lleve a incurrir en errores. Este proceso
de sobregeneralización o sobrerregularización va a estar presente en muchos ámbitos del
desarrollo gramatical.
El desarrollo morfosintáctico ocurre en etapas. Según Vázquez Fernández (2013), el primer escalón
en este proceso es la construcción de la holofrase, es decir, una estructura única con clara
intencionalidad; es una palabra aislada que, en relación con el entorno, se interpreta como una
expresión completa. Hacia los 18-24 meses, esas expresiones aisladas comienzan a secuenciarse.
Por ejemplo: “nene ota” por “nene pelota”. En esta etapa suelen usarse artículos determinados
(el, la) e indeterminados (un, una); los verbos se utilizan en infinitivo o en formas
pseudoimperativas.
A los 30-36 meses, las frases comienzan a estructurarse con cuatro elementos o más, aumenta el
uso de preposiciones, de artículos determinados y de adverbios (de lugar, de tiempo y de modo),
empiezan a utilizarse los pronombres personales y es más frecuente el uso de marcadores de
género y número. En esta etapa los niños pueden empezar a realizar preguntas sobre lugar y
tiempo, utilizando “dónde” y “cuándo”.
Entre los 36 y 42 meses, las oraciones cada vez son más extensas. Aquí se observa el fenómeno de
la recursividad, que significa utilizar de manera excesiva nexos como “y”, “que”, “o”.
El plano pragmático o uso social del lenguaje presenta múltiples aristas. Se trata del nivel del
lenguaje que guarda mayor relación con aspectos externos al código lingüístico. Probablemente,
el pragmático sea el plano lingüístico con menor grado de encapsulamiento. Para abordarlo, no
solo es necesario referirse al lenguaje verbal sino también al no verbal. Son elementales
cuestiones tales como el desarrollo de la empatía y de la Teoría de la Mente (TM), mecanismo
fundamental en la comprensión de las intenciones ajenas. Básicamente, las personas transmitimos
intenciones, y el lenguaje es la principal herramienta en esa transmisión. Pero no es la única.
Hablamos con palabras acompañadas de gestos, de expresiones faciales, de entonaciones
adaptadas a cada situación o estado de ánimo. La comunicación está compuesta por mucho más
que palabras.
Según Mendoza Lara (2016), la pragmática puede ser analizada a partir de tres contextos: a) el
lingüístico, b) el paralingüístico y c) el extralingüístico.
Considerando estos tres polos, Adams (2002) ha desarrollado una cronología aproximada para la
emergencia de habilidades pragmáticas.