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ANEXO 4 - LECTURA

LA NORMA Y EL FUNDAMENTO DE LA MORAL36

1. IMPERATIVOS MORALES E IMPERATIVOS SOCIALES

Cuando éramos niños(as) nos decían: “Es muy feo mentir”; y con el mismo tono y la misma autoridad nos repetían: “Es
muy feo poner los codos sobre la mesa” …

Hoy ya “creciditos(as)”, sabemos que la primera acción es mala, moralmente mala; en cambio, la segunda, el poner los
codos sobre la mesa, se opone sencillamente a las costumbres sociales: es indecente, pero nada más. Es decir, los
adultos ya distinguimos entre los imperativos morales y los imperativos sociales.

Hay muchos actos libres de la persona que todo el mundo considera moralmente malos: matar, robar, engañar …
Otros comportamientos son objeto de acalorada discusión entre la gente.

Hay quienes piensan que ciertas acciones son malas porque están prohibidas: así de sencillo. ¿Será verdad?

Por eso pienso que antes de aventurarnos a dar orientaciones en el campo moral es necesario contestar a esta
pregunta: ¿Ciertos actos humanos son malos porque están prohibidos o están prohibidos porque son malos?

Y aun antes habría que plantear una cuestión previa: ¿Qué significa decir que una acción es buena o mala? ¿Por qué,
en último término, un acto es bueno o malo?

2. LA PERSONA, NORMA DE LA MORALIDAD

Formular esta pregunta es lo mismo que investigar cuál es la norma, el criterio, el metro para medir si algo es bueno o
malo.

✓ ¿Será cada uno de nosotros, que en forma espontánea decide lo que es correcto o incorrecto?
Parece que no, porque el bien y el mal no pueden ser decididos por la conveniencia de cada cual.
✓ ¿Será lo que piensa la sociedad? Tampoco, porque hay sociedades donde se cometen
atrocidades, creyendo que se hace algo bueno.
✓ ¿Serán las leyes la clave que nos permite distinguir lo bueno de lo malo? Menos aún, porque hubo
en todas las épocas leyes inicuas, y hay países donde se permite lo que en otro país se prohíbe.
✓ ¿Será la voluntad de Dios? No. Dios no es un ser caprichoso que hace bueno o malo lo que a El
se le ocurre. Al crear los diversos seres dejó “escrita” en su naturaleza la finalidad a que los
destina.

Todo esto equivale a decir que la moral no funciona por imposiciones que vienen de fuera, por “tabúes amenazantes”,
por presiones autoritarias ajenas a la persona.

Hemos pronunciado la palabra: PERSONA. Justamente en ella está la clave para saber si algo es bueno o malo.

La persona consciente y libre, por estar presente a sí misma por la conciencia y disponer de sí misma por la libertad
por gozar de lo que los filósofos llaman autoposesión, por eso mismo tiene valor absoluto, una dignidad inviolable. La
persona nació para sí: tiene un fin suyo propio, personal, que es su felicidad, su realización. Por eso nunca puede ser
usada como medio, como cosa; podemos usar una vaca o un pollo para alimentarnos, un caballo para arrastrar un
carro; pero no podemos, por ejemplo, usar a un hombre como quien usa un engranaje, una palanca, para hacer triunfar
una empresa o hacer rendir a una fábrica; no podemos usarlo como instrumento de matanza que obedece ciegamente
las órdenes de un capitán en una batalla; no podemos usar una mujer semidesnuda para vender un perfume, un
cigarrillo, o un jabón…

Los obispos latinoamericanos, reunidos en Puebla (México), declararon:

“Profesamos que todo hombre y toda mujer, por más insignificantes que aparezcan, tienen en
sí una nobleza inviolable, que ellos mismos y los demás deben respetar y hacer respetar sin
condiciones; que toda vida humana merece por sí misma, en cualquier circunstancia, su
dignificación… Hemos de reconocer en la propia persona y en los demás… un valor
irrenunciable, una tarea trascendente” (D. P. N° 317 y 319).

Allí radica la clave del bien y del mal: en la persona. Ya en la antigüedad el filósofo Protágoras decía que “el hombre
es la medida de todas las cosas”. La persona es el centro de los valores morales; dicho en otras palabras:

Es moralmente bueno lo que contribuye a la realización de la persona y es malo lo que la deteriora, lo que la disminuye
como persona.

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Gastaldi, F. G. y Perelló, J. (1989). Sexualidad, una educación sico-sexual centrada en la persona. (pp. 73-80). Quito,
Ecuador: EDIPUCE.
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Si un comportamiento resulta malo, no lo es por estar prohibido, sino que está prohibido por su carácter destructor del
hombre. Es decir, la norma, el criterio para medir si un acto libre es bueno o malo es la persona, con tal de que se la
considere íntegramente.

Se trata de la persona total, es decir:

✓ Considerada en sí misma, como ser racional, libre y corpóreo;


✓ Considerada en relación con el mundo, con los demás y con Dios;
✓ y teniendo en cuenta que está sometida al cambio a lo largo de la historia.

Si alguien quiere saber si es bueno o malo lo que hace libremente le respondemos que:

✓ ES BUENO, moralmente, si lo que hace encaja en su estructura y en su finalidad como persona.


En este sentido el buscar la verdad, el conservar la propia vida, el realizar el amor humano, etc.
Son actos buenos.
✓ En cambio, ES MORALMENTE MALO el homicidio (porque va contra el derecho del otro a la vida),
la borrachera (porque contradice su ser racional quitándole la conciencia y la libertad, y arruina su
ser corpóreo destruyendo lentamente el hígado), la mentira (porque va contra su dimensión social),
la destrucción de los bosques o la contaminación ambiental (porque el hombre es un ser cósmico,
que necesita del mundo para realizarse), etc., etc.

De modo que MORALMENTE BUENO es lo que funciona humanamente, lo que fomenta y enriquece la vida humana,
en su dimensión individual y social, es decir, lo que intensifica la libertad y el amor.

Para descubrir lo que debe ser el ser humano, no hay más que fijarse en lo que es, en su naturaleza, en su estructura,
en su finalidad personal. Hacer el bien es vivir auténticamente como hombre o como mujer, es “ser fiel a sí mismo”, a
las llamadas más profundas del propio ser.

Se trata de abrir la persona a los valores que contribuyen a su realización y hacia los cuales es impulsada por sus
deseos profundos y escondidos. Las normas son una defensa de los valores inscritos en el obrar humano (defensa de
la verdad, de la justicia, etc.).

3. PERO SURGE UNA PREGUNTA: SI EL SER HUMANO ES SIEMPRE EL MISMO, ¿POR QUÉ CAMBIAN
CIERTAS NORMAS MORALES?

Nadie duda de que ciertas costumbres, leyes y preceptos ya no se adaptan al mundo de hoy.

Para responder partamos de un hecho: el ser humano es un misterio; vamos descubriendo lo que somos muy
lentamente a lo largo de la historia. Las diversas ciencias del hombre hacen que nos vayamos comprendiendo siempre
mejor, estimulados por nuevas situaciones socio-económicas, culturales, políticas, etc.

Hemos necesitado, por ejemplo, llegar hasta el año 1948 para que más de 50 países firmaran la Declaración de los
Derechos Humanos. A medida que el ser humano en sociedad profundiza la imagen que tiene de sí mismo (su
autocomprensión), va sacando consecuencias más refinadas y sutiles. Esto explica la variación de las normas
morales.

A veces pasan años o siglos antes de que se tome conciencia del carácter antihumano de ciertas situaciones. Han
pasado siglos antes de que se viese que la esclavitud es indigna de la persona, que la mujer no debe vivir en
condiciones de inferioridad, que el colonialismo no es aceptable, que el problema del Tercer Mundo no es una cuestión
de caridad, sino de justicia.

En la actualidad sabemos que los recursos alimenticios son limitados; esto nos hace pensar que se impone cierto
“control de la natalidad”. Desde hace algunos años nos vamos preocupando de la contaminación ambiental, que
amenaza hacer imposible la vida de nuestros descendientes. Hoy los jóvenes tienen las antenas mucho más sensibles
que ayer a las injusticias sociales, porque han descubierto el valor absoluto de la persona. De este modo avanzamos
en muchos aspectos de la moral.

4. ¿POR QUÉ YO DEBO ABSOLUTA E INCONDICIONALMENTE OBRAR DE ACUERDO CON LAS EXIGENCIAS
DE MI PERSONA?

Mientras no admitamos la existencia de Dios no llegaremos al fundamento último de la moral, a los cimientos del “Tú
debes”.

Si no existiera Dios, si el hombre fuera totalmente autónomo, autolegislador de sí mismo, si fuera el hombre el que
caprichosamente determinara lo que es bueno y lo que es malo…, en ese caso cualquier cosa sería lícita, elija lo que
elija, se oriente hacia donde se oriente, ya que en este caso todo sería subjetivo, no habría flechas que indiquen
dirección alguna, ni existirían fines fuera de los que se propone el hombre. Decir que el hombre responde ante la ley
que él mismo se ha dictado, equivale a lanzar una soga al aire y pretender trepar por ella, sin punto de apoyo que le
venga de otra parte.

“Si Dios no existe todo está permitido”, decía Jean Paul Sartre desde el fondo de su ateísmo: “da lo mismo gobernar los
pueblos que emborracharse en la soledad”.

Se necesitan las leyes, sí, pero no observamos “la ley porque es la ley”. También el andinista, en ciertas situaciones
necesita echar mano de las sogas. Pero para aferrarse a ellas sensatamente debe poder entrever de dónde vienen: si
están sujetas en la cumbre o flotan en el vacío.
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No hay que reducir la moral a las sogas, a los preceptos y prohibiciones. Para no caer en un moralismo vacío
insoportable, hay que mantener la mirada fija en la Cumbre.

Si hoy la gente no se aferra más a las sogas, ¿no será porque ha perdido de vista de dónde bajan esas sogas?

Todo esto se resume diciendo que


DIOS ES LA RAÍZ Y LA FUENTE DE LA MORALIDAD.

5. LA CONCIENCIA

Todo lo que hemos dicho hasta ahora, pasa por el tamiz de la conciencia, ese juicio práctico personal, que formulamos
con nuestra inteligencia, sobre la bondad o malicia de los actos que vamos a realizar o que hemos realizado.

Para emitir ese juicio comparamos nuestro obrar con los principios morales que hemos interiorizado. Pero no basta
que una persona actúe según el dictamen de su conciencia, para que eso sea bueno. Hay conciencias erróneas.

Hay mucha gente sincera, pero


sinceramente equivocada.

Hay gente que se guía por lo que hace la mayoría, por lo que aprende en las telenovelas y en las revistas, o se rigen
por el temor al qué dirán.

Los criterios subjetivos o los que flotan en el ambiente, no siempre coinciden con los valores objetivos. De ahí la
necesidad de educar la propia conciencia, a la luz de los valores.

La conciencia recta es fuente de honda y pura alegría: la alegría de estar de acuerdo con nuestro fin y nuestro destino.

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