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Apuntes psicoanalíticos sobre Osiris Rodríguez Castillos

en base a su poema “Canción para decir adiós”* (2000)


Hamid Nazabay

Introducción: psicoanálisis y literatura


En muchísimas oportunidades el psicoanálisis realiza su aplicación fuera del
ámbito terapéutico. En uno de los campos, que ha encontrado, de donde sacar partido
para sus teorizaciones, es el artístico, tomando como base la obra en sí misma para
expandirse hacia el sujeto creador de la misma. Y este es un punto fuertemente criticado
por distintos sectores, puesto que, en casi todos los casos, se estaría incurriendo en una
práctica psicoanalítica sin la confrontación asociativa parlante -ante las interpretaciones
analíticas-, de dicho sujeto creador. Es verdad, pero también es verdad que no se
pretende más que aventurarse en una óptica biografiante, o de confrontación y/o
convalidación conceptual de acuerdo al saber psicoanalítico. La obra habla por el sujeto
que la crea, o mejor dicho habla al sujeto, que para alteridad absoluta crea.
Ahora bien en psicoanálisis cuando hablamos de arte, ciencia, en definitiva de
producción cultural, se evoca el concepto de sublimación, esa suerte de transmutación
libidinal que coloca al sujeto en un funcionamiento productivo de adaptación socio-
cultural, moral, podríamos decir. El sujeto creador domeña así sus componentes
pulsionales, sus excitaciones internas. Por ello el arte, como producción cultural, está
ligado a otro concepto psicoanalítico, la elaboración psíquica. El artista con dicha
elaboración dominaría esas excitaciones que de otro modo provocarían otros efectos
(síntomas). Según Laplanche y Pontalis (Ver: Elaboración psíquica) este trabajo
elaborativo “…consiste en integrar las excitaciones y establecer entre ellas conexiones
asociativas…”. Freud comenta al respeto (Introducción del narcisismo, p. 82), que con
la elaboración, en esa integración y reconexión asociativa, se estaría logrando el desvío
interno de las excitaciones, que no podrían descargarse directamente en el exterior; las
excitaciones deben cernirse antes, la obra artística es (a grandes rasgos), entonces, como
producto exterior, materia cernida de lo pulsional.
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*Publicado en Letras-Uruguay (2008).
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/nazabay_hamid/apuntes_psicoanaliticos_sobre_orc.htm
Así, el creador se pone en contacto con su inconsciente, aunque dicho contacto
muchas veces sea también inconsciente. Por ello se ha evocado al arte como una
variante del autoanálisis, en la medida en que el artista elabora (o reelabora) su
acontecer inconsciente. Dicho autoanálisis es, de alguna manera, profilaxis psíquica e
higiene mental, no en vano muchas vertientes han tomado la expresión artística como
terapia psicológica.

Ahora bien, hemos tomado la figura de Osiris Rodríguez Castillos (1925-1996),


no sólo por la admiración que sentimos por él, sino porque lo consideramos uno de
nuestros mayores poetas y compositores, además de haber desplegado arte en otras
expresiones como la escultura, el dibujo, la artesanía, la guasquería, la luthería. Vivió
artísticamente, abocado al rescate de un insondable reservorio cultural, que se ha dejado
de lado; su búsqueda fue la de la identidad, su identidad… que es la nuestra.
Tomamos un significativo poema, autobiográfico, podríamos decir, pero que
evoca un itinerario común a todos, la separación del arraigo primigenio, constante
inalterable en su poesía, y en la dimensión subjetiva colectiva. Es que en esto común a
todos esta la convocancia de la poesía, la que nos muestra la inasibilidad de lo aparente
como de lo profundo, ¿será por esto que cada vez se lee menos poesía? ¿existe un miedo
a ella?, probablemente. Al inconsciente también se le teme.
La Canción para decir adiós que nos brinda Osiris se encuentra en su segundo
poemario editado en 1963, titulado Cantos del Norte y del Sur, y la reproducimos a
continuación, en su totalidad, para trabajar después sobre ella:

CANCIÓN PARA DECIR ADIÓS

Ya es la hora:
No puedo,
ni quedarme a tu lado…
ni llevarte conmigo.

Sé que más fácil, para ti, quedarte


-pañuelo en el umbral atardecido,
monograma de lágrimas apenas
donde se empañan el ángulo de tu vidrio-
Es tu oficio quedarte,
y partir…es mi oficio.

Desde siempre fue así.


Tú esperas algo
que alguna vez te entregará el camino.
Yo…peregrino coronando lamas
-para ver qué hay detrás-
y, el peregrino
jamás ha de quedarse porque quiera.

Algo tiene que atarlo hasta el olvido


del sueño imponderable que lo lleva
para saber al fin, que su destino
era hallar…ese nombre; esa sonrisa;
ese pequeño gesto; ese suspiro!

Si fueras tú, yo sé que si tú fueras,


sobre tu seno tibio
reclinada la sien, me quedaría
fatigado y tranquilo,
consolado y seguro
…como cuando de chico.

A un solo gesto tuyo, olvidaría


que es hora de partir…y yo no olvido.
Sé muy bien que es la hora, y que no puedo
ni quedarme a tu lado
…ni llevarte conmigo.

Podrías detenerme si se que fueras


y aquí, por fin, mi asilo,
asomado a tus ojos quedaría
como un sauce a un remanso pensativo…

Pero no puedes, lumbre.


Pero no puedes sitio.
Pero no puedes, techo,
lecho, aguja, dedal, lámpara, vino,
mujer!
Tu no consigues
detenerme…y prosigo.

De nuevo me reclaman
lejanos horizontes desvalidos…

Porque aprendí del agua


mi canto y mi destino,
he de ser como el agua;
y he de andar mal herido,
desflechando en zarzales,
despeñado en abismos,
dudando entre ser nube,
lluvia, lágrima, río…
u hombre; tan desolado!
hombre; tan dolorido!

Hombre. Tan sin respuesta


para el Fin y el Principio!

Podrías detenerme si es que fueras…


Y aquí, por fin, mi asilo,
asomado a tus ojos quedaría
como un sauce a un remanso pensativo.

Pero sé que no puedes…


-Aunque a veces me digo
que ese pequeño gesto de ternura
pudiera ser el sueño que persigo…-

Mujer…
Si yo pudiera
ser como era al principio…

Entonces,
demoraba los pasos, sorprendido
por la curva de un vuelo,
por el canto de un nido,
por la estrella de un charco,
por el pulso de un grillo…
Si hasta una flor, entonces,
me cerraba el camino!

Pero ahora….
No puedo.
Me alejo de tus labios, como un grito.
Me arranco de tu tierra, como un árbol
y me voy de tus ojos, y te digo:
-mi juventud perdóname, no puedo…
ni quedarme a tu lado, no llevarte conmigo.-

***

Decir adiós
Esta Canción relata poéticamente la separación que hace Osiris del lecho
materno, algo que marcó su vida tempranamente, ya que se ausentó de su hogar con
solo 14 años. En ningún momento se alude en el poema que este esté dirigido a su
madre, no la nombra como tal, elemento que es significativo, pero refiere con
significantes como lumbre, sitio, techo, lecho, aguja, dedal, mujer, etc. que aluden a
elementos maternos.
A través del poema elabora esa situación (pasada) que resulta signante en el
sujeto, la fase edípica. La separación del lecho materno es necesaria, y el destino se lo
exige (…Porque aprendí del agua / mi canto y mi destino…). Del Río Yí al que amaba
aprendió todo -según él- y ello queda patente en casi toda su poesía, pero ese destino
está ligado a la signación paterna, como abordaremos después. Con esta canción elabora
la dolorosa (para él y para su madre) separación, el poema cumple la eficacia simbólica
(Levi-Strauss) y es funcional para tramitar la conflictiva. En lo simbólico del poema
está la eficacia que posibilita la elaboración. Comentaba Levi-Strauss, para referirse a la
eficacia simbólica, como en organizaciones tribales, ante la enfermedad de alguno de
sus miembros, el resto de la tribu dramatizaba la enfermedad y la curación, y ello hacía
eco en el organismo del afectado y este sanaba. El poema cumple la misma
funcionalidad.
Dicho texto se conecta con los tópicos más relevantes de la obra de Osiris: las
partidas, las despedidas, las llegadas, los encuentros y desencuentros, las ausencias; en
definitiva, el desarraigo y la ominosa necesidad de este, y el deseo de arraigo: necesidad
de desarraigo para volver a arraigarse. Ante la necesidad de desprendimiento y la
dificultad del mismo, Osiris da cuenta de una exigencia interior que le exige, valga la
redundancia, la partida (“Ya es la hora: No puedo, / ni quedarme a tu lado… ni llevarte
conmigo”), y lo resuelve evocando la tradición, el mandato social (“Es tu oficio
quedarte, / y partir… es mi oficio. / Desde siempre fue así”). Vemos aquí esa exigencia,
que es la del Super-yó, este, como “abogado” del Ello, puesto que este último lo
impulsa a quedarse (“Podrías detenerme si es que fueras / y aquí, por fin, mi asilo, /
asomado a tus ojos quedaría…). Este deseo de quedarse no surge sólo del sujeto de
enunciación, si no también del deseo materno como una proyección del deseo del otro,
es el deseo de la madre proyectado en el sujeto que lo enuncia como su propio deseo.
Dicha exigencia superyoica no es azarosa, sino que esta determinada, como
Freud ha sentenciado, puesto que el Super-yó es el heredero del Complejo de Edipo. El
Super-yó se con-forma, entre otras cosas, de la exigencia paterna que es introyectada en
el yo. En Osiris se marca superyoicamente el deber de partir como un oficio al que no se
puede no cumplir, por ser el deber del hijo. Y ante el deber de la partida encontramos
una madre que llora (“…monograma de lágrimas…”) por la retroacción de la falta que
acaecerá en ella, resignificándose. Esta falta fenomenológica es, en su correspondiente
simbólico, la falta fálica (Lacan) como significante. Algo que Osiris, como hijo,
decodifica en la demanda materna cuando le dice que su oficio es quedarse, pero que
ella espera algo que alguna ver le entregará el camino, ese “algo” es el significante falo.
Osiris manifiesta que si ella fuera lo que él busca se quedaría como cuando de
niño, pero la “abogacía” del Super-yó le indica la partida (y la retroactivada amenaza de
castración). Enuncia saber que quedarse no es su destino (“Se muy bien que es la
hora…”). Este saber está apoyado en el Super-yó y en el Ideal del yo (“… el peregrino
jamás ha de quedarse porque quiera…”). Esta partida dolorosa pero tentadora a la vez
promete obtener lo mismo que su padre y reencontrar al objeto amoroso, reencontrar el
arraigo. Por eso habla de que lo llama un “sueño antiguo”, enunciando su deseo.
Si bien Osiris a lo largo de el poema enuncia su partir y el quedar de la madre, la
parte final del texto es de las más intensas y ya se vivencia el duelo por la pérdida (“Me
arranco de tu tierra, como un árbol / y me voy de tus ojos…), y el sentimiento de culpa
(“… mi juventud perdóname, no puedo… / ni quedarme a tu lado, ni llevarte
conmigo.”).

Herencia
Es interesante ver el buen reracionamiento que Osiris tenía con ambas figuras
parentales. Con su padre, por ejemplo, estaba identificado por las condiciones
intelectuales y musicales de éste. Osiris comenta en algunas entrevistas la cultura de su
padre, la sabiduría, cosa que el hereda, y reproduce en su obra, mostrando ser un
virtuoso y erudito en diversas facetas, como músico, compositor y poeta. Siempre fue
apoyado por ellos, al vez que exigido, sobre todo por su padre y en cuanto a los estudios
musicales, lo que habría constituido en el una referencia, a través de la figura paterna, y
la consiguiente exigencia, por introyección, de una parte importante y nuclear de su
Ideal de yo.
A pesar de este buen reracionamiento, este padre impuso discursivamente el
deber de partida en Osiris. Al decir “...partir es mi oficio…” esta enmarcando el
discurso paterno que sin duda le aconsejaría: “partir es tu oficio”, para su desarrollo
personal y cultural. Antes de la partida descrita en el poema, Osiris ya había tenido
algunos ensayos, por ejemplo, realizó el servicio militar de forma voluntaria con sólo 14
años, y tiempo después marchó hacia la frontera norte a trabajar y recorrer toda esa
zona, también estuvo en Argentina. Comentaba que aunque lo apoyaban en sus partidas,
lo quisieron retener. Es aquí donde está la retención materna que queda explícita en el
poema, y la confianza paterna sobre su partida, confianza como legado y como ley. La
impartición de esta confianza-autoridad no estuvo explícitamente conciente, pero si la
encontramos a nivel simbólico.
Ahondando más en las actitudes de los padres hacia los hijos, como venimos
viendo para el caso concreto, Freud señala en “Introducción al Narcisismo”, que el
cariño y el amor dispensado por los padres es una reviviscencia de su propio narcisismo
originario, ya perdido y ahora proyectado en el hijo, pero esto será un punto importante
en el Ideal del yo, puesto que ese amor, como proyección del narcisismo originario,
también marca un deber de ser. En Osiris esto reviste particular importancia, en relación
con el Ideal del yo, y lo que esto tiene vinculado con su obra. Osiris se sentía exigido a
la perfección y comentó alguna vez que esta se debía buscar aún sabiendo que no se
encontraría. Pero no siempre el artista logra complacer su Ideal del yo, esto lleva a una
reelaboración constante, a la búsqueda de que el Yo coincida en algo con el Ideal del yo.
Tal como Freud comenta en “Psicología de las masas…” (p.124): “… se produce una
sensación de triunfo cuando en el yo algo coincide con el ideal del yo”. Pero también,
como este mismo comenta “…se ama a lo que posee el mérito que falta al yo para
alcanzar el ideal…” (Introducción al Narcisismo, p. 97), y en este sentido Osiris lo deja
testimoniado en otro de sus poemas (“Elogio de la soledad”) cuando dice “…Cuando
hallaré el consuelo / de un puñadito de soledad, / que sumada a la mía / se vuelva dicha,
copla… y cantar…”. Busca alguien (un puñadito de soledad) como él que sume su
soledad para conformar la dicha. Un elemento interesante es que su última compañera,
en su exilio español, se llamaba, justamente -como menciona el poema-, Consuelo.
Finalmente halló ese consuelo, que se transformó en dicha, pero esta persona falleció
tiempo después, algo que sumió a Osiris en depresión, y lo alejó de sus actividades
culturales.

El nombre
Un elemento significativo, y evidentemente signante en la lógica del
significante, es el nombramiento con que los padres nominan a un hijo. En el caso de
Osiris comprobamos a simple vista que este tiene nombre de dios, el dios egipcio de
mayor importancia en aquella mitología. Evidentemente el padre de Osiris (Genuino
Rodríguez), había tenido contacto teórico con dicha cultura, puesto que otros de sus
hijos llevaban el nombre de Horus y de Isis. Resulta por demás llamativo que el primer
hijo se llamase Horus, que en la mitología es el hijo de Osiris, y su segundo hijo varón
lo llamó Osiris. Podría pensarse que si el primer hijo fue llamado como el hijo del dios
Osiris, quien se identificaba con este era Genuino Rodríguez. Pero resulta aún más
significativo que a su segundo hijo lo llamase con el nombre del padre de su primer
descendiente (Horus Rodríguez). Si Genuino se identificó con el dios Osiris (padre de
Horus), existe un traspaso del nombre del padre hacia otro de sus hijos, otorgándole, por
proyección, el significante del nombre del padre. Esto, como hemos venido diciendo, es
un punto más de conexión en el Ideal del yo y el Narcisismo en Osiris (Rodríguez
Castillos), por portar el nombre de uno de los dioses más importantes de la historia
universal.
Sabido es que Osiris era famoso por su difícil personalidad y por la superior
valoración de su obra, además de la subestimación de sus supuestos colegas,
demostrando así sus rasgos narcisistas, lo que no desmerece su obra, puesto que
objetivamente, esta es de elevada estatura.

Asesino de luciérnagas y ladrón de luz

“Y a veces, en gurí, maté luciérnagas


Por saber si es mi luz esa que ocultan…
…tengo ahora las manos luminosas
de asesinar la candidez sin culpa…”
O.R.C. “Pena del vidalitero”

Es interesante, en esta última parte de estos apuntes, recordar una anécdota de la


niñez de Osiris la que tiene particular importancia con la búsqueda de su conocimiento,
el que para el psicoanálisis esta en estricta consonancia con el conocimiento de lo
sexual, por ello se habla de una pulsión epistemofílica.
Osiris relata esta vivencia para la Revista Tres. Dice Osiris: “…Resulta que en
un tiempo yo tuve pesadillas, allá por los 8 años saltaba de la cama y salía corriendo por
toda la casa. Por eso papá y mamá me llevaron al cuarto de ellos. Yo siempre tenía algo
para leer, y ellos me pedían que apagara la luz. Entonces agarraba un tubo de alguna
vacuna, o de aspirinas, y lo llenaba de luciérnagas. Lo llevaba a la cama y lo escondía.
De noche haciendo rodar el tubo sobre las páginas del libro, leía debajo de la frazada”.
Sabemos por Freud que un poco antes de la etapa evolutiva en que sucede esta
vivencia, tiene su génesis la pulsión de saber, vinculada a la vida sexual, puesto que los
primeros intereses del niño se centran en temas de este tipo y es ello lo que lo impulsa a
investigar, así, el niño forma sus primeras teorías sexuales infantiles. Posteriormente
estos intereses, censura mediante, se subliman y se trocan en intereses de tipo
intelectual. Es decir, a la edad que comenta Osiris, ocho años, encontramos lo que el
psicoanálisis da en llamar el período de latencia, donde dichos intereses sexuales,
sucumben a la represión, erigiendo como mecanismos de defensa la formación reactiva
y la sublimación; estos alinean al niño en intereses intelectuales. Además, como en el
caso que traemos, la fantasía de los padres juntos en la cama es para el saber
psicoanalítico lo que se denomina la escena primaria. Es a partir de la fantasía que de
esta se tiene, o de la visión fáctica de la misma, o como ocurre muchas veces, a través
del canal auditivo, lo que lleva a que ciertos sonidos sean asociados a esta fantasía, lo
que sirve de material para la construcción de determinadas hipótesis. Es a partir de esta
escena que el niño comienza a “teorizar” sobre lo sexual, sobre la concepción de los
niños, puesto que en definitiva esta fantasía alude a la concepción y el origen del sujeto
mismo como subjetividad.
Osiris se las ingenió para ir a dormir al cuarto de sus padres, a través de
síntomas: pesadillas, saltar de la cama, etc. Podemos aventurar así, la hipótesis de que,
síntomas mediante, Osiris lograba estar en el cuarto de sus padres para “investigar”
sobre esta escena primaria. Si bien leía e investigaba a través de la luz de las
luciérnagas, inconscientemente, investigaba sobre lo sexual, por encontrarse junto al
lecho de sus padres.

Epílogo
Estos apuntes, tal como su título lo indica, son, sólo y justamente, apuntes.
Apuntes apoyados en el marco teórico psicoanalítico, sobre algunos puntos de la obra de
un poeta. No pretenden nada más que señalar, elucidar determinados aspectos en base a
un texto (poema) que tiene estrecha conexión con quien lo ha escrito y con su obra, pero
que se contacta con tópicos del acontecer subjetivo de todos los sujetos. Como se vio no
hay nada acabado y cerrado, sino, por el contrario, quisimos abrir espacios de análisis
para ser continuados. Lejos estamos, y no lo pretendemos, de un psicoanálisis del artista
en cuestión, y menos aún de un análisis literario. Estos apuntes están basados,
sencillamente, en la reflexión de la lectura del poeta, como también en la reflexión de la
lectura psicoanalítica.

Bibliografía consultada
- Carbajal, E., D’Angelo, R., y Marchilla, A. Una introducción a la Lacan. Ed.
Lugar. 1984. Buenos Aires.
- Freud, S. Tres ensayos de teoría sexual. Amorrortu (Tomo VII), 1996. Buenos
Aires
----------- Introducción del Narcisismo. (T. XIV).
----------- Psicología de las masas y análisis del yo. (T. XVIII).
----------- El yo y el ello. (T. XIX).
----------- El sepultamiento del complejo de Edipo. (T. XIX).
- Laplanche, J. y Pontalis, J. B. Diccionario de Psicoanálisis. Ed. Labor. 1979.
Barcelona
- Levi-Strauss, C. Antropología Estructural. EUDEBA. 1968. Buenos Aires.
- Pellegrino, G. Osiris Rodríguez Castillos. Un pionero en al Guitarra. El País
Cultural, Nº 495 (30/04/99). Montevideo.
- Rodríguez Castillos, O. Canto y Poesía. Ed. Arca. 1974. Montevideo.
---------------------- Cantos del Norte y del Sur. (5ª edición). Ed. Acali. 1980.
Montevideo.
- Tutté, A. Donde mueren las palabras queda la música, reportaje a Osiris
Rodríguez Castillos, Revista 3, 18/10/1996.
- Vasella , S. El hombre no termina en su piel, entrevista Osiris Rodríguez
Castillos, en: Americando II, Mera Editor, Montevideo, 1997.

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