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Módulo X: Comunicación de malas noticias Guardia Civil

PSICOLOGÍA DEL TRÁFICO

MÓDULO X: COMUNICACIÓN DE MALAS NOTICIAS

1. CONSECUENCIAS DE LAS MALAS NOTICIAS PARA EL


DOLIENTE
En el contexto laboral de un Guardia Civil no es inusual tener que comunicar a algún
familiar una noticia referida a accidentes, buena parte de ellos de circulación en carretera.
Cuando el resultado es de heridos la comunicación no presenta tanta dificultad, ya que será en
el centro médico de evacuación donde se informará a los familiares del estado del accidentado.

Así pues, en este tema nos vamos a referir especialmente a la comunicación a algún
familiar directo del fallecimiento de alguien que ha estado involucrado en un accidente de
circulación.

Estas noticias producen un impacto enorme sobre la emoción de quienes la reciben;


nuestras mentes no están preparadas para asimilar una pérdida afectiva y un cambio vital tan
desmesurado de forma repentina, produciéndose un estrés desbordante que agota
rápidamente física y mentalmente; esto se expresa mediante verbalizaciones de dolor, tristeza,
desamparo y aflicción. Las emociones son “contagiosas”; por ello, y al anticipar la reacción que
nuestra comunicación va a desencadenar, nos produce asimismo un tremendo estrés de
manera que seguramente es una de las labores más ingratas a las que podemos enfrentarnos.

Otros motivos por los que puede preocuparnos dar una mala noticia pueden ser los
siguientes:

• Por falta de formación: normalmente echamos mano de la experiencia de


quienes han hecho esto antes, algo que cuando está unido a un
sentimiento humano de calidez y de sentido común funciona, pero como
profesionales debemos estar formados para ello.

• Por las consecuencias y perspectivas: Generalmente no sabemos si lo


estamos haciendo bien, y el sólo pensar que un fallo nuestro puede
incrementar el dolor del familiar incrementa nuestra ansiedad frente a la
comunicación.

• Por temor a nuevas demandas: intervención en crisis, apoyo emocional


durante la comunicación, recepción de angustias y agresiones, etc.

Este acto, desgraciadamente, se prodiga más de lo que quisiéramos y deja una huella
imborrable de nuestro hacer profesional en el familiar que recibe la comunicación. Son
momentos donde los sentimientos están a flor de piel y cualquier gesto es muy bien o muy mal
recibido y recordado. Por esta razón no podemos improvisar a la hora de hacer estar tarea.
Hay que tener en cuenta que la comunicación de un fallecimiento a los familiares es, por este
orden, un acto:

o HUMANO
o ÉTICO
o PROFESIONAL
o LEGAL

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En un escenario ideal, este tipo de comunicación debe hacerse siempre de forma


presencial. Ello permite “hablar con el cuerpo”, y transmitir a la persona afligida una empatía y
respeto difícil de hacerle llegar por otras vías; además podemos estar pendientes de sus
reacciones y actuar si éstas se hace inadecuadas o peligrosas.

Consecuencias para el doliente

Recibir este tipo de noticias supone enfrentarse bruscamente a un cambio que puede
ser radical en la propia existencia, con un agravante añadido: todo esto escapa a la posibilidad
de control.

El impacto de estas noticias desborda la capacidad de habituación de nuestro sistema


emocional, algo que se manifiesta en la habitual negación, incredulidad, y/o sentimiento de
irrealidad durante los primeros instantes. Ante este panorama, las personas desplegamos un
amplio abanico de respuestas que van desde el estoicismo (embotamiento emocional) hasta la
histeria, dependiendo esta respuesta de variables como el carácter, la personalidad y la
mediación cultural.

En estos momentos es muy fácil que fallen los controles cognitivos y la capacidad de
razonar; el cerebro se sitúa en una especie de “set emocional”; con cierta inhibición de las
capacidades superiores, por ello aumenta la probabilidad de que se exacerben posibles
problemas psiquiátricos anteriores.

Esta falta de razonamiento y la falsa ilusión de control que tenemos sobre las cosas
posibilitan un fenómeno típico en estos momentos: el surgimiento de la culpa al creer que su
comportamiento ha propiciado la situación; son los “si yo hubiera…” o los “si yo no hubiera…”.

Poco podemos hacer desde nuestra posición para evitar este proceso, pero con unas
ligeras estrategias podemos hacer que nuestra comunicación, sea lo menos impactante
posible.

Orientaciones generales

Cuando nos disponemos a realizar esta comunicación no debemos improvisar;


debemos concienciarnos sobre la naturaleza de nuestra llamada y estar mentalizados de lo que
esto supone para quien la va a recibir.

Debemos reservar un tiempo que poder dedicar en exclusiva a este importante servicio
(lamentablemente poco reconocido en muchas ocasiones); es importante no tener prisa, o al
menos no manifestarla, aguantando con tranquilidad y sin apremiar los silencios y sollozos que
se produzcan hasta que la comunicación esté resuelta.

2. HABILIDADES COMO INFORMADOR


Habilidades como informador

Antes de disponernos a efectuar la comunicación de un fallecimiento pensemos en que


dentro de las respuestas posibles del familiar está la de intentar saber el más mínimo detalle de
lo ocurrido y de la situación; esto normalmente se enmarca dentro de un proceso de
habituación emocional y busca un reforzamiento de la realidad ante lo que “no puede ser”. No
debemos por tanto contemplar a este interlocutor como obstinado y obsesivo, sino como
alguien que responde de forma normal ante una situación anormal. Por ello, dentro de las

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habilidades como informador está la obtención previa de toda la información necesaria que
deba conocer en ese momento, dejando al margen, por supuesto, datos de tipo médico, legal
(culpas, etc.), o escabrosos; este tipo de información tiene otro momento y normalmente no nos
corresponderá a nosotros proporcionarla.

Debemos informar de forma sosegada, serena y con frases cortas, entendibles, sin
jergas; no debemos presuponer que el interlocutor nos vaya a entender mejor por que sea una
persona más o menos culta.

1.- Capacidad de empatía

Esta palabra define la “solidaridad” emocional; es una habilidad que muchos poseen y
que otros deberían adquirir, pues supone una estrategia de comunicación esencial tanto para
estos casos como para otros de la vida. Supone un conocimiento del estado emocional del otro
y de nuestra capacidad para hacérselo entender y para modular nuestro comportamiento en
consecuencia. No podemos dar el mismo trato verbal a una persona a la que estamos
deteniendo que a la que estamos denunciando, y mucho menos que a la que estamos
comunicando la muerte de un ser querido.

No son convenientes frases hechas del tipo: “comprendo lo que está pasando”, ya que
sólo sería efectiva si nosotros mismos hubiéramos pasado por esa experiencia y nuestro
interlocutor lo supiera; ayuda más a alcanzar la empatía necesaria otras del tipo: “comprendo
que es difícil ponerse en su lugar ahora mismo y entender sus sentimientos…” .

2.- Habilidades de escucha

Las más importantes de estas habilidades son no mostrar prisa, no cortar la


conversación del informado, dejar que termine sus frases para que note que nos interesamos
por lo que nos quiere decir; ayuda mucho lanzar señales que indican que estamos siguiendo su
discurso mientras habla: “ajá…”, “sí…”, “ya veo…”, etc.

3.- Asertividad

Esta habilidad supone un perfecto equilibrio entre la manifestación de mis deseos y el


respeto al otro incluso cuando mi mensaje puede ir en contra de sus intereses inmediatos. En
este contexto se refiere al desempeño de nuestro papel con seguridad, respeto y delicadeza.
En la comunicación asertiva se usan expresiones cálidas pero no por ello han de dejar de ser
firmes y veraces. Nuevamente, una de sus características principales es la expresión de
conductas concretas que no enjuician a quien las lleva a cabo.

El proceso de la comunicación

Si bien una comunicación de este tipo puede durar unos escasos minutos, la misma se
puede dividir claramente en tres momentos bien diferenciados:

o Aclimatación

o Notificación o

Acomodación

Aunque el comunicador no sea consciente de este proceso, y no tenga que tenerlo,


necesariamente en mente a la hora de comunicar, si debe conocerlo ya que es clave en el
resultado de la comunicación y guía cuál será la intervención en cada uno de estos momentos.

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No obstante, no se debe olvidar que la comunicación se produce de una vez, sin


solución de continuidad.

Aclimatación

La finalidad es procurar el favorecimiento; para hacerlo bien, antes de iniciar la


comunicación debemos tener claro una serie de cuestiones como:

• En primer lugar, y premisa importante, no mentir acerca del desenlace del


accidente cuando éste se sabe con certeza. No es ni ético, ni profesional,
ni legal ofrecer falsas esperanzas.

• Obtener la mayor información del suceso posible; esto no quiere decir


que debamos conocer e informar sobre aspectos médicos, legales,
etc.…, pero sí es necesario saber cuestiones sobre el cuándo, el
cómo, dónde sucedió, dónde se encuentra el accidentado…, ya que
es información que nos será demandada en la mayoría de las
ocasiones.

• Nos aseguraremos de que la víctima está identificada con certeza.

Indagaremos sobre a quién efectuar la comunicación. De conocer familiares que


puedan reaccionar con mayor entereza, aunque tengan un parentesco más lejano que la
persona diana de la comunicación, es conveniente ponerse en contacto con ellos y siempre
que se vea capaz, y con su consentimiento, puede ser el receptor de la noticia y ayudar a
hacerla llegar al familiar más próximo; esta modalidad asegura la presencia de alguien cercano,
menos frío emocionalmente.

Una vez resueltas estas cuestiones, y ya durante la comunicación, comenzaremos


identificándonos con precisión. Aunque en nuestro ámbito laboral no es habitual dar nuestros
nombres a los ciudadanos, en estos casos presentarnos por nuestro nombre ayuda mucho ya
que favorece el dar una sensación de cercanía al interlocutor. Por esta razón es muy
recomendable presentarnos con nuestro nombre, de igual forma que damos nuestro nombre
deberemos utilizar también el nombre propio de la otra persona. Todo esto hace el comunicado
más particular y personal, y ayuda a la comunicación empática y asertiva. Si hemos ido a una
casa particular es útil intentar no quedarnos en la puerta, sino pedir permiso para entrar y
buscar un lugar donde poder tomar asiento.

Otro punto importante es valorar, cuando sea posible, otras circunstancias que
pudieran implicar una mayor vulnerabilidad (enfermedad psiquiátrica, embarazos, etc…); es
conveniente en estos casos pasar aviso a los servicios de emergencias sanitaria de los que
pueda disponer la zona, dado que se aumenta la probabilidad de que sea necesaria una
intervención médica.

Se debe averiguar qué sabe el interlocutor acerca de la persona fallecida (si ha cogido
el coche, si se encuentra viajando, dónde está), por el momento se usará el presente de los
tiempos verbales.

Mientras se produce esta rápida conversación la persona se va haciendo conjeturas


sobre el fondo la misma, lo que favorece la aclimatación ya que va produciéndose así una
preparación para la siguiente fase.

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Notificación

Es el momento en que se expresa el comunicado. Es importante usar un vocabulario lo


más neutro posible, hablando de forma tranquila y sin dar la impresión de querer acabar cuanto
antes.

Es importante usar la técnica narrativa (introducción-nudo-desenlace), es decir, contar


el hecho describiendo los acontecimientos en su secuencia temporal. Esta información se irá
dando de forma gradual, clara, sin jergas ni palabras técnicas del tipo: “heridas incompatibles
con la vida”.

Independientemente del nivel cultural de quien reciba la comunicación siempre hay que
hablar con un lenguaje llano, que se entienda (en momentos tan estresantes como éstos se
produce una “visión en túnel” y puede dejar de recogerse información relevante); por ello no se
deben dar explicaciones utilizando un lenguaje técnico del tipo “colisión fronto-lateral con
vuelco posterior y…”, sino un lenguaje coloquial del tipo: “varios coches chocaron y se salieron
de la carretera…”.

Utilizaremos palabras neutras evitando las de fuerte contenido emocional como “se ha
matado”, “destrozado”, “arrollado”, etc. Estas palabras tienen una alta probabilidad de producir
un bloqueo mientras se asimilan y se toma conciencia de ellas, pudiendo perder u olvidar más
del 40% de la información que se transmite.

Se facilitará a la persona únicamente la información que necesita conocer. Sin dar


detalles innecesarios, sin aventurar posibles causas ni mantener hipótesis sobre el accidente,
que por otra parte seguramente estarán aún bajo investigación. Tampoco se darán datos
escabrosos que no son necesarios ni aportan nada al objetivo de la comunicación.

Acomodación

Obviamente, con dar la información sobre el fallecimiento no se acaba el acto de


comunicación. Los familiares de una persona fallecida quedan consternados y a partir de aquí
despliegan un amplio abanico de comportamientos.

En este momento entramos en la fase más compleja de este tipo de servicios. Se trata
de ayudar a manejar en lo posible el impacto que la trágica noticia ha causado. Puede ser
peligroso finalizar la comunicación dejando a la persona en pleno shock emocional. Es en este
momento cuando debemos demostrar nuestra profesionalidad y valía humana.

Es normal que las personas muestren una reacción emocional intensa que se puede
manifestar en forma de llanto, gritos, y/o maledicencias. Este tipo de expresión alivia las fuertes
tensiones a las que su sistema emocional está sometido en ese momento. Debemos estar
preparados para estas reacciones y no debemos perder la serenidad ya que con ello
contagiaríamos nuestra ansiedad o aflicción.

La expresión de dolor nos provocará ansiedad e incomodidad y es probable que


sintamos la necesidad de decir algo por no aguantar algún silencio que se pueda producir. Es
preferible no caer en esta tentación, es mejor no hablar más de la cuenta, ya que se corre el
riesgo de caer en conversaciones banales o, incluso peor, en un loable intento de aliviar al
doliente, caer en la tentación de minimizar la situación con frases del tipo “no se preocupe…” o
“verá como con el tiempo se sentirá mejor…”. Este tipo de frases, lejos de reconfortar, hacen
que la persona se sienta más sola en su dolor. En estos momentos los silencios son necesarios
y deben ser respetados.

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Estaremos atentos a sus preguntas acerca de:

• La causa: la inquietud por conocer la causa del fallecimiento es una


respuesta normal, cumple el propósito de reforzar la realidad ante una
noticia no asumible fácilmente. La persona necesita comprender por qué
ha pasado lo que ha pasado. No debemos aventurar causas, en la medida
de lo posible nos limitaremos a informar que el accidente está aún sujeto a
investigación y que se hará todo lo posible por esclarecerlo.

• El dolor: esta también es una preocupación común a toda muerte. No


somos los más adecuados para ofrecer esta información debiendo derivar
estas preguntas a los servicios médicos.

• La evitabilidad: además de la búsqueda de las causas, otra tendencia


natural del doliente se relaciona con la ilusión de control. Muy relacionada
con la generación de sentimientos de culpa, el doliente tiende a revisar su
conducta buscando algo que debería haber hecho para poder evitar el
accidente.

Siempre finalizaremos la intervención verificando que no sufre ninguna indisposición


física y que queda en compañía de otra u otras personas que le puedan ayudar y acompañar.
Nos deberemos ofrecer para ayudar a solucionar posibles problemas de orden práctico como
traslados, búsquedas de alojamientos, etc.

3. EL PROCESO DEL DUELO

El duelo

Ya en el momento de la acomodación comienza un complicado proceso emocional que


se denomina “duelo”. Es la manifestación externa de un estado de ánimo marcado por un
estrés desmesurado que lleva rápidamente al agotamiento físico y emocional. Varios factores
que inciden en la intensidad de este estrés son la edad, la personalidad, la intensidad de la
relación afectiva, la diferencia entre la expectativa de futuro común y la nueva realidad que se
impone, y otros. Este estado mental se manifiesta en comportamientos ya conocidos y que se
suelen aceptar socialmente por el derecho de los dolientes a suspender algunas de las
constricciones sociales.

El duelo, del latín dolus (dolor), es la respuesta emotiva a la pérdida de alguien o de


algo. Cada pérdida significativa que sufrimos provoca una serie de reacciones o sentimientos
que nos hacen pasar por un periodo de dolor que llamamos duelo.

El luto, del latín lugere (llorar), es el duelo por la muerte de una persona querida. Se
manifiesta con signos visibles externos, comportamientos sociales y ritos religiosos.

La biografía de toda persona está sembrada de una sucesión de pérdidas y


separaciones que le recuerdan, consciente o inconscientemente, la precariedad y
provisionalidad de nuestra vida. Las pequeñas o grandes separaciones que vamos viviendo a
lo largo de la vida nos van preparando para el gran y definitivo adiós. Esta constatación nos
puede angustiar o deprimir pero no se puede eludir. La muerte es el único hecho del cual
estamos seguros que deberemos responder en algún momento.

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El duelo es un proceso normal, una experiencia humana por la que pasa toda persona
que sufre la pérdida de un ser querido. No se trata de ningún proceso patológico.

El proceso del duelo

Durante un proceso de duelo el doliente debe enfrentarse a la crisis de la pérdida y a la


nueva estructuración de su vida, estructuración en la que el ser querido ya nunca más estará
de una forma física.

Se trata de un “largo viaje”, con evolución fluctuante, que requiere muchos reajustes
vitales. Durante el proceso se puede volver a entrar en crisis en numerosas ocasiones.

En la mayoría de las culturas la expresión de dolor individual tiene un sitio en el marco


del ritual de duelo público, pero fuera de este marco, al menos en el denominado “mundo
occidental”, la expresión de dolor suele estar excesivamente controlada. En nuestra cultura
actual no está bien visto manifestar el dolor de una manera pública, de hecho en la práctica ya
no se suele hacer. Hay diversas etapas por la que una persona puede tener que atravesar al
enfrentarse al duelo. Estas etapas no son fijas. Las personas pueden saltarse etapas o volver a
una anterior y así sucesivamente. En el fondo el duelo es un proceso individual, hay un duelo
distinto para cada persona y está mediatizado por muchos factores:

• La relación con la persona fallecida: Cuanto mayor y más intensa sea la


relación con la persona fallecida mayor será la respuesta emocional a la
pérdida.

• La forma de morir: En general una muerte brusca, inesperada, supondrá


una elaboración más difícil. Esto también sucede cuando se trata de
pérdidas múltiples. Todos estos son condicionantes que van a influir en la
intensidad y duración del duelo.

• Personalidad: En general las personas independientes, autónomas y con


buena salud mental elaboran mejor los duelos.

• Factores sociales: Tanto las relaciones sociales y familiares de apoyo


como las mismas relaciones de carácter laboral o económico pueden
influir. Aquellas familias que utilizan sistemas de comunicación abiertos,
que facilitan la comunicación de sentimientos, tienen mayor probabilidad
de llegar a una mayor adaptación respecto de las familias que tienden a
aplicar estrategias de negación o de supresión de sentimientos.

• La edad del doliente: En general parece que las personas mayores están
más preparadas para afrontar un duelo que los jóvenes.

Sin ignorar estos determinantes, y teniendo en cuenta la importancia de las diferencias


individuales, se pueden distinguir una serie de etapas que no necesariamente serán
consecutivas. Lo habitual es que sea un continuo ir y venir de una a otra hasta que la persona
va consiguiendo un nuevo equilibrio y una aceptación de su nueva realidad:

1.- Etapa de shock. Conmoción.

Es como un sentimiento de incredulidad (se suele reflejar en expresiones como “esto


no es verdad”, “no me lo creo”). Hay un gran desconcierto, parece que lo que sucede no es
real. La persona puede funcionar como si nada hubiese sucedido. En ocasiones aparece ante
los demás como si aceptase plenamente la situación. Continúa con su trabajo y sus
ocupaciones domésticas como si el acontecimiento no hubiese ocurrido. Otras personas se
paralizan, permanecen inmóviles e inaccesibles.

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Esta fase es un mecanismo de defensa que nos protege ante la amenaza de un dolor
psíquico muy intenso. Como tal hay que aceptarla y respetarla. El shock es un mecanismo
protector que da a la persona tiempo y oportunidad de absorber la noticia. Durante este periodo
la realidad de la muerte no ha penetrado totalmente en la conciencia de la persona.

2.- Etapa de rabia. Agresividad.

Es frecuente la aparición de una etapa caracterizada por la rabia, muchas veces


dirigida hacia aquellos a quienes se considera responsables de la pérdida. En ocasiones esta
agresividad se puede volver hacia uno mismo en forma de autorreproches, pérdida de la
seguridad y la autoestima.

Es relativamente frecuente que el deudo tenga ilusiones en las que le parezca haber
oído o visto al fallecido. Son experiencias que pueden asustar mucho por el temor de “volverse
loco”. No hay nada que temer, este tipo de experiencias es común.

Esta etapa puede implicar un periodo de cierta desorganización. La persona angustiada


puede sentirse muy aislada y desconectada de un mundo en donde otras personas siguen
actuando como si nada hubiese sucedido.

3.- Etapa de desesperanza. Depresión.

La persona va tomando conciencia de que el ser querido no volverá. Se experimenta


una tristeza profunda, que puede ir acompañada de accesos de llanto incontrolado. Quien vive
un duelo experimenta un vacío y desamparo interno ilimitado. El sentimiento predominante es
el de soledad. Muchas personas se aíslan socialmente. Un momento clave es aquel en el que
tanto la familia como los amigos tienden a disminuir su apoyo para evitar atosigar.

La persona va entendiendo la permanencia de la ausencia y esto le hace reconocer la


necesidad de adaptarse y modificar sus patrones de conducta.

4.- Etapa de reorganización.

Se van adoptando nuevos patrones de vida sin el fallecido y se van poniendo en


funcionamiento todos los recursos de la persona. El doliente empieza a sentirse algo aligerado,
se intenta reanudar la vida social. Va siendo capaz de recordar al difunto sin la tristeza de
antes. Los aniversarios son cada vez menos dolorosos.

Cuando una persona que vive un duelo recorre una y otra vez estas fases,
progresivamente van perdiendo intensidad los sentimientos de dolor, miedo o cólera y se va
desarrollando una creciente aceptación interna de la pérdida.

No existe un punto final del duelo, podemos deducir que se ha concluido cuando ese
dolor intenso se ve sustituido por un recuerdo afectuoso y tranquilo del pasado. Cuando el
pesar se transforma en un recuerdo entrañable.

Reacciones más habituales en el duelo.

El duelo es una experiencia global, ejerce su influencia en todos los niveles de la


persona. Por tanto habrá reacciones a nivel físico, a nivel emocional, cognitivo o mental, social
y espiritual:

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o Reacciones a nivel físico. Las más frecuentes son:

- Opresión gástrica, torácica y de garganta.

- Sensación de falta de aire.

- Boca seca.

- Dolor de cabeza.

- Insomnio.

- Pérdida de apetito.

- Cansancio.

o Reacciones a nivel emocional. Según las circunstancias y el momento,


los estados de ánimo pueden variar y manifestarse unos más intensos
y otros más latentes. Los más comunes son:

- Tristeza.

- Ansiedad.

- Miedo.

- Rabia.

- Soledad.

- Abatimiento.

- Sentimientos de culpa.

o Reacciones a nivel cognitivo. Las más frecuentes son las siguientes:

- Dificultad para concentrarse.

- Falta de interés por las cosas.

- Ideas repetitivas, generalmente tienen que ver con la persona


fallecida.

o Reacciones a nivel social:

- Resentimientos hacia los demás.

- Aislamiento social.

o Reacciones a nivel conductual:

- Trastornos del sueño y del apetito.

- Aislamiento social.

- Hiperactividad.

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El duelo en los niños.

En nuestro medio social los niños no suelen participar del acompañamiento a sus seres
queridos, y, por supuesto, se les evita estar presentes en el momento de la muerte. Muchas
veces, tal vez demasiado frecuentemente, los adultos tendemos a retirar a los niños para
protegerlos, como si la muerte fuera solamente apta para mayores.

Muchas personas se preguntan si no serán muy pequeños o si no será una experiencia


demasiado traumática. Asimismo es habitual la utilización de eufemismos como “se ha
dormido”, “está en el cielo” o “se ha ido de viaje”, para intentar explicar a los niños pequeños la
muerte de un ser querido.

Este tipo de eufemismos puede crear bastante confusión en la mente infantil, que no es
capaz aún de abstraer y conceptualizar aspectos metafísicos, ni conoce el significado de las
metáforas, con lo que puede llegar a interpretaciones erróneas, por ejemplo, ante un “se ha
dormido” creer que el acto de dormir es algo peligroso.

Probablemente es mejor decir que alguien murió que demorar la explicación,


haciéndola confusa y poco clara. El niño debería conocer la verdad de forma sencilla,
deberíamos responder a sus preguntas de manera franca y delicada, tal vez haciéndoles ver
que tampoco los adultos tenemos siempre respuestas definitivas sobre la muerte.

También existe el riesgo de que el adulto, que se encuentra en un estado emocional de


aflicción, se ausente y oculte su pesar al niño, en un intento de protegerle del dolor.

Es preferible dejar que los niños vean los sentimientos de los adultos. Si se siente triste
y necesita llorar hágalo, deje que le vean, no intente reprimir el llanto, no se oculte en su
dormitorio o en el cuarto de baño en un vano intento de fingir que no ha pasado nada. Si los
niños le ven llorar lo más probable es que lloren también pero eso no les va a perjudicar.

Para el proceso de maduración de los pequeños es bueno aprender que las emociones
existen y que hay que asumirlas. Es bueno y saludable compartir con los niños las emociones y
expresar juntos sus sentimientos. Es importante hablarles de la pérdida común y del dolor que
sienten todos, para que el niño sepa que no está solo en su dolor y que se le comprende. Se
debe permitir que el niño o la niña recorran todas las fases del duelo. Es decir, que
experimente sentimientos de pena, resentimiento, miedo, soledad, rencor o remordimientos,
sabiendo siempre que no está solo.

Se debe hablar del fallecido con la mayor naturalidad posible, de una manera sencilla
estamos manifestando que sigue viva en nuestro corazón. Aunque no se debe caer en la
tentación de convertir la vivienda en un santuario de reliquias del difunto, tampoco es bueno
hacer que el tema de la muerte se convierta en un tabú.

Todas estas sugerencias no solamente pueden ayudar al niño a vivir sanamente la


pérdida y acompañarle en su desarrollo del duelo, sino que también conforman un proceso
educativo que les puede ayudar a tener una actitud más abierta e integradora de la muerte.

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4. SUPERACIÓN DEL PROCESO DEL DUELO Y ESTRATEGIAS


A SEGUIR

Superación del proceso de duelo

Aquellos que evitan toda pena consciente, más pronto o más tarde, suelen entrar en
crisis, generalmente con alguna forma de depresión. Facilitar al doliente la expresión del dolor
ayuda a evitar que lleve dicho dolor a lo largo de su vida.

Superar sanamente un duelo implica dar un espacio y un tiempo a los sentimientos que
se desencadenan. El duelo es un proceso necesario. Es la reacción natural del ser humano
tras la muerte de una persona querida. Se trata de una reacción que nos ayuda a soportar
anímicamente la pérdida y a proseguir nuestra vida. El objetivo del proceso de duelo es la
despedida interior del difunto, la aceptación de la pérdida y la disposición a incorporarse de
nuevo a la vida. Sólo con la aceptación del carácter definitivo de la pérdida la persona podrá
volver a enfocar sus energías y su amor a otras personas.

El duelo representa la reacción normal a la pérdida de una persona querida, y aunque


vaya asociado con múltiples sentimientos dolorosos, angustiosos y, a menudo,
desconcertantes, ayuda a reincorporarse de nuevo a la vida, por esto, el proceso luctuoso es
necesario y el entorno social debería estimularlo y sostenerlo.

Si la relación con la persona fallecida no era muy intensa el duelo será más ligero. Sin
embargo, si la tristeza es muy honda, es necesario expresarla para no sufrir más tarde. El
doliente debe aceptar su duelo, su dolor, darle cauce de la manera que sienta que es más
apropiada para él. Sin olvidar que el duelo es un proceso natural y saludable, es la manera en
que curamos la herida que deja la pérdida de un ser amado.

Debe llorar o gritar si siente que lo necesita. Tanto el dolor como el llanto suelen ser
mal tolerados por la persona que sufre un duelo, y por los que le rodean. Tendemos a realizar
grandes esfuerzos para frustrar y controlar este proceso. Si no nos permitimos sentir el dolor de
la pérdida, ese dolor se puede instalar en nosotros con alguna forma de comportamiento poco
saludable, o aparecer más tarde de manera irracional y descontrolada.

Durante el duelo, poco a poco, tarde o temprano, el vacío se va adueñando de la


persona. Es una sensación dura, difícil, donde nadie puede entrar más que uno mismo. Es un
diálogo con nuestra propia verdad, donde empezamos a ver, a distinguir partes de nosotros
mismos que nunca habíamos observado. Se trata de aceptar lo que vaya apareciendo, sin
hacer juicios. Permanecer en silencio es algo más que no hablar. Aunque es cierto que la
compañía hace que el vacío sea menos doloroso, lo que uno ha de hacer en el lugar del duelo
lo ha de hacer solo.

A veces los deudos temen olvidar al fallecido. Tampoco se permiten tener momentos
de alegría, consideran que esto sería una traición a la memoria del fallecido.

En efecto, muchas personas en duelo aguardan su finalización con la angustia de que,


una vez acabado el proceso, ya no les quedará nada en la vida que merezca la pena de ser
vivido, ni siquiera el recuerdo de la persona fallecida. Pero esto no es así, al contrario, la
despedida del difunto simplemente elimina el tormento y el dolor paralizante de la tristeza,
mientras que el recuerdo siempre permanece y es ahora cuando realmente tiene un cauce
libre.

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Estrategias de afrontamiento del duelo en el momento de la notificación del


óbito

Dentro de lo poco que nos corresponderá hacer en este sentido, sí podemos seguir
unas simples estrategias para tratar de aliviar, aunque sólo sea mínimamente, el dolor ajeno:

• Permitir y animar la expresión de sentimientos: “siento mucho haber tenido


que darle esta noticia, debe usted estar pasándolo mal…”

• Respetar los silencios y no conversar sobre banalidades. Huir de las


frases hechas. Un silencio, a veces, dice y se agradece infinitamente más
que muchas palabras que no aportan nada.

• Respetar las diferencias individuales en la expresión del dolor, sin juzgar ni


criticar.

Debemos tener en cuenta que las dos primeras etapas del proceso de duelo, la etapa
de shock, y la etapa de rabia, se van a iniciar en el preciso momento de la comunicación.

En la etapa de shock se va a producir una respuesta de incredulidad y/o negación. Es


una consecuencia de la esperanza en que sea un error. Surge la confusión, inquietud y oleadas
de angustia aguda con manifestación de ansiedad. Se rechaza la comunicación, no se atiende
a lo que se dice. Surgen pensamientos obsesivos a modo de repeticiones mentales de lo que
se acaba de escuchar y de los eventos que condujeron a la pérdida, pudiendo presentarse un
intenso sentimiento de culpa. Este proceso consume recursos mentales y dificulta que la
persona pueda atender al resto de información que le estamos comunicando.

Por su parte, la etapa de rabia provocará un estado de irritación, enojo e ira. En esta
segunda etapa, que aparece inmediatamente después del shock, surgen intensos sentimientos
de ira que, si bien a veces tienen un objeto definido, en la mayoría de los casos se pueden
desplazar tanto hacia cualquier figura periférica como hacia sí mismo incluso, o hacia el propio
mensajero. Es decir, no sería extraño que en alguna ocasión seamos nosotros los que nos
veamos maltratados o insultados.

Si nos vemos en esta situación no debemos entrar en una escalada de conflicto. En


estos momentos es necesario ser capaz de aguantar la situación con asertividad y calma.
Debemos tener claro que el enfado lo causa la situación, no nosotros. Debemos demostrar
nuestra profesionalidad.

Nuestros mejores recursos serán las habilidades de comunicación. Aquí deberemos


poner en marcha habilidades como la capacidad de escucha (favoreciendo el desahogo) y la
comunicación asertiva, utilizando “mensajes yo”, atención selectiva o “bancos de niebla” (para
hacer frente a las críticas o los reproches).

Después de comunicar malas noticias

Comunicar a una persona que un ser querido ha fallecido de forma repentina e


inesperada puede producir a quien la comunica un fuerte estrés al verse inundado por las
emociones del otro. Por ello debemos estar preparados para estos cometidos a los que de
común no se les presta la importancia que realmente tienen.

Una vez terminada la comunicación obsérvese a sí mismo y hable de los sentimientos


que le ha despertado. Tómese un momento de descanso si lo necesita y si se ve afectado

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ponga en marcha los mecanismos para estabilizar sus emociones sin olvidar que precisamente
en eso consiste la profesionalidad. Seguro que sus compañeros son una buena ayuda en estos
momentos, hable con ellos.

Recuerde que usted no está obligado a tener soluciones mágicas para todo.

GLOSARIO
Maledicencia: acción o hábito de maldecir; maldición, insulto, agresión verbal.

Óbito: fallecimiento de una persona.

Deudos: parientes (ascendientes, descendientes o colaterales de la familia).

BIBLIOGRAFÍA
• Cabodevilla, I. (1999). Vivir y morir conscientemente. Bilbao: Desclée de Brouwer.

• Gómez Sancho, M. (2004). La pérdida de un ser querido: el duelo y el luto. Madrid: Arán.

Psicología del tráfico 13

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