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Así pues, en este tema nos vamos a referir especialmente a la comunicación a algún
familiar directo del fallecimiento de alguien que ha estado involucrado en un accidente de
circulación.
Otros motivos por los que puede preocuparnos dar una mala noticia pueden ser los
siguientes:
Este acto, desgraciadamente, se prodiga más de lo que quisiéramos y deja una huella
imborrable de nuestro hacer profesional en el familiar que recibe la comunicación. Son
momentos donde los sentimientos están a flor de piel y cualquier gesto es muy bien o muy mal
recibido y recordado. Por esta razón no podemos improvisar a la hora de hacer estar tarea.
Hay que tener en cuenta que la comunicación de un fallecimiento a los familiares es, por este
orden, un acto:
o HUMANO
o ÉTICO
o PROFESIONAL
o LEGAL
Recibir este tipo de noticias supone enfrentarse bruscamente a un cambio que puede
ser radical en la propia existencia, con un agravante añadido: todo esto escapa a la posibilidad
de control.
En estos momentos es muy fácil que fallen los controles cognitivos y la capacidad de
razonar; el cerebro se sitúa en una especie de “set emocional”; con cierta inhibición de las
capacidades superiores, por ello aumenta la probabilidad de que se exacerben posibles
problemas psiquiátricos anteriores.
Esta falta de razonamiento y la falsa ilusión de control que tenemos sobre las cosas
posibilitan un fenómeno típico en estos momentos: el surgimiento de la culpa al creer que su
comportamiento ha propiciado la situación; son los “si yo hubiera…” o los “si yo no hubiera…”.
Poco podemos hacer desde nuestra posición para evitar este proceso, pero con unas
ligeras estrategias podemos hacer que nuestra comunicación, sea lo menos impactante
posible.
Orientaciones generales
Debemos reservar un tiempo que poder dedicar en exclusiva a este importante servicio
(lamentablemente poco reconocido en muchas ocasiones); es importante no tener prisa, o al
menos no manifestarla, aguantando con tranquilidad y sin apremiar los silencios y sollozos que
se produzcan hasta que la comunicación esté resuelta.
habilidades como informador está la obtención previa de toda la información necesaria que
deba conocer en ese momento, dejando al margen, por supuesto, datos de tipo médico, legal
(culpas, etc.), o escabrosos; este tipo de información tiene otro momento y normalmente no nos
corresponderá a nosotros proporcionarla.
Debemos informar de forma sosegada, serena y con frases cortas, entendibles, sin
jergas; no debemos presuponer que el interlocutor nos vaya a entender mejor por que sea una
persona más o menos culta.
Esta palabra define la “solidaridad” emocional; es una habilidad que muchos poseen y
que otros deberían adquirir, pues supone una estrategia de comunicación esencial tanto para
estos casos como para otros de la vida. Supone un conocimiento del estado emocional del otro
y de nuestra capacidad para hacérselo entender y para modular nuestro comportamiento en
consecuencia. No podemos dar el mismo trato verbal a una persona a la que estamos
deteniendo que a la que estamos denunciando, y mucho menos que a la que estamos
comunicando la muerte de un ser querido.
No son convenientes frases hechas del tipo: “comprendo lo que está pasando”, ya que
sólo sería efectiva si nosotros mismos hubiéramos pasado por esa experiencia y nuestro
interlocutor lo supiera; ayuda más a alcanzar la empatía necesaria otras del tipo: “comprendo
que es difícil ponerse en su lugar ahora mismo y entender sus sentimientos…” .
3.- Asertividad
El proceso de la comunicación
Si bien una comunicación de este tipo puede durar unos escasos minutos, la misma se
puede dividir claramente en tres momentos bien diferenciados:
o Aclimatación
o Notificación o
Acomodación
Aclimatación
Otro punto importante es valorar, cuando sea posible, otras circunstancias que
pudieran implicar una mayor vulnerabilidad (enfermedad psiquiátrica, embarazos, etc…); es
conveniente en estos casos pasar aviso a los servicios de emergencias sanitaria de los que
pueda disponer la zona, dado que se aumenta la probabilidad de que sea necesaria una
intervención médica.
Se debe averiguar qué sabe el interlocutor acerca de la persona fallecida (si ha cogido
el coche, si se encuentra viajando, dónde está), por el momento se usará el presente de los
tiempos verbales.
Notificación
Independientemente del nivel cultural de quien reciba la comunicación siempre hay que
hablar con un lenguaje llano, que se entienda (en momentos tan estresantes como éstos se
produce una “visión en túnel” y puede dejar de recogerse información relevante); por ello no se
deben dar explicaciones utilizando un lenguaje técnico del tipo “colisión fronto-lateral con
vuelco posterior y…”, sino un lenguaje coloquial del tipo: “varios coches chocaron y se salieron
de la carretera…”.
Utilizaremos palabras neutras evitando las de fuerte contenido emocional como “se ha
matado”, “destrozado”, “arrollado”, etc. Estas palabras tienen una alta probabilidad de producir
un bloqueo mientras se asimilan y se toma conciencia de ellas, pudiendo perder u olvidar más
del 40% de la información que se transmite.
Acomodación
En este momento entramos en la fase más compleja de este tipo de servicios. Se trata
de ayudar a manejar en lo posible el impacto que la trágica noticia ha causado. Puede ser
peligroso finalizar la comunicación dejando a la persona en pleno shock emocional. Es en este
momento cuando debemos demostrar nuestra profesionalidad y valía humana.
Es normal que las personas muestren una reacción emocional intensa que se puede
manifestar en forma de llanto, gritos, y/o maledicencias. Este tipo de expresión alivia las fuertes
tensiones a las que su sistema emocional está sometido en ese momento. Debemos estar
preparados para estas reacciones y no debemos perder la serenidad ya que con ello
contagiaríamos nuestra ansiedad o aflicción.
El duelo
El luto, del latín lugere (llorar), es el duelo por la muerte de una persona querida. Se
manifiesta con signos visibles externos, comportamientos sociales y ritos religiosos.
El duelo es un proceso normal, una experiencia humana por la que pasa toda persona
que sufre la pérdida de un ser querido. No se trata de ningún proceso patológico.
Se trata de un “largo viaje”, con evolución fluctuante, que requiere muchos reajustes
vitales. Durante el proceso se puede volver a entrar en crisis en numerosas ocasiones.
• La edad del doliente: En general parece que las personas mayores están
más preparadas para afrontar un duelo que los jóvenes.
Esta fase es un mecanismo de defensa que nos protege ante la amenaza de un dolor
psíquico muy intenso. Como tal hay que aceptarla y respetarla. El shock es un mecanismo
protector que da a la persona tiempo y oportunidad de absorber la noticia. Durante este periodo
la realidad de la muerte no ha penetrado totalmente en la conciencia de la persona.
Es relativamente frecuente que el deudo tenga ilusiones en las que le parezca haber
oído o visto al fallecido. Son experiencias que pueden asustar mucho por el temor de “volverse
loco”. No hay nada que temer, este tipo de experiencias es común.
Cuando una persona que vive un duelo recorre una y otra vez estas fases,
progresivamente van perdiendo intensidad los sentimientos de dolor, miedo o cólera y se va
desarrollando una creciente aceptación interna de la pérdida.
No existe un punto final del duelo, podemos deducir que se ha concluido cuando ese
dolor intenso se ve sustituido por un recuerdo afectuoso y tranquilo del pasado. Cuando el
pesar se transforma en un recuerdo entrañable.
- Boca seca.
- Dolor de cabeza.
- Insomnio.
- Pérdida de apetito.
- Cansancio.
- Tristeza.
- Ansiedad.
- Miedo.
- Rabia.
- Soledad.
- Abatimiento.
- Sentimientos de culpa.
- Aislamiento social.
- Aislamiento social.
- Hiperactividad.
En nuestro medio social los niños no suelen participar del acompañamiento a sus seres
queridos, y, por supuesto, se les evita estar presentes en el momento de la muerte. Muchas
veces, tal vez demasiado frecuentemente, los adultos tendemos a retirar a los niños para
protegerlos, como si la muerte fuera solamente apta para mayores.
Este tipo de eufemismos puede crear bastante confusión en la mente infantil, que no es
capaz aún de abstraer y conceptualizar aspectos metafísicos, ni conoce el significado de las
metáforas, con lo que puede llegar a interpretaciones erróneas, por ejemplo, ante un “se ha
dormido” creer que el acto de dormir es algo peligroso.
Es preferible dejar que los niños vean los sentimientos de los adultos. Si se siente triste
y necesita llorar hágalo, deje que le vean, no intente reprimir el llanto, no se oculte en su
dormitorio o en el cuarto de baño en un vano intento de fingir que no ha pasado nada. Si los
niños le ven llorar lo más probable es que lloren también pero eso no les va a perjudicar.
Para el proceso de maduración de los pequeños es bueno aprender que las emociones
existen y que hay que asumirlas. Es bueno y saludable compartir con los niños las emociones y
expresar juntos sus sentimientos. Es importante hablarles de la pérdida común y del dolor que
sienten todos, para que el niño sepa que no está solo en su dolor y que se le comprende. Se
debe permitir que el niño o la niña recorran todas las fases del duelo. Es decir, que
experimente sentimientos de pena, resentimiento, miedo, soledad, rencor o remordimientos,
sabiendo siempre que no está solo.
Se debe hablar del fallecido con la mayor naturalidad posible, de una manera sencilla
estamos manifestando que sigue viva en nuestro corazón. Aunque no se debe caer en la
tentación de convertir la vivienda en un santuario de reliquias del difunto, tampoco es bueno
hacer que el tema de la muerte se convierta en un tabú.
Aquellos que evitan toda pena consciente, más pronto o más tarde, suelen entrar en
crisis, generalmente con alguna forma de depresión. Facilitar al doliente la expresión del dolor
ayuda a evitar que lleve dicho dolor a lo largo de su vida.
Superar sanamente un duelo implica dar un espacio y un tiempo a los sentimientos que
se desencadenan. El duelo es un proceso necesario. Es la reacción natural del ser humano
tras la muerte de una persona querida. Se trata de una reacción que nos ayuda a soportar
anímicamente la pérdida y a proseguir nuestra vida. El objetivo del proceso de duelo es la
despedida interior del difunto, la aceptación de la pérdida y la disposición a incorporarse de
nuevo a la vida. Sólo con la aceptación del carácter definitivo de la pérdida la persona podrá
volver a enfocar sus energías y su amor a otras personas.
Si la relación con la persona fallecida no era muy intensa el duelo será más ligero. Sin
embargo, si la tristeza es muy honda, es necesario expresarla para no sufrir más tarde. El
doliente debe aceptar su duelo, su dolor, darle cauce de la manera que sienta que es más
apropiada para él. Sin olvidar que el duelo es un proceso natural y saludable, es la manera en
que curamos la herida que deja la pérdida de un ser amado.
Debe llorar o gritar si siente que lo necesita. Tanto el dolor como el llanto suelen ser
mal tolerados por la persona que sufre un duelo, y por los que le rodean. Tendemos a realizar
grandes esfuerzos para frustrar y controlar este proceso. Si no nos permitimos sentir el dolor de
la pérdida, ese dolor se puede instalar en nosotros con alguna forma de comportamiento poco
saludable, o aparecer más tarde de manera irracional y descontrolada.
A veces los deudos temen olvidar al fallecido. Tampoco se permiten tener momentos
de alegría, consideran que esto sería una traición a la memoria del fallecido.
Dentro de lo poco que nos corresponderá hacer en este sentido, sí podemos seguir
unas simples estrategias para tratar de aliviar, aunque sólo sea mínimamente, el dolor ajeno:
Debemos tener en cuenta que las dos primeras etapas del proceso de duelo, la etapa
de shock, y la etapa de rabia, se van a iniciar en el preciso momento de la comunicación.
Por su parte, la etapa de rabia provocará un estado de irritación, enojo e ira. En esta
segunda etapa, que aparece inmediatamente después del shock, surgen intensos sentimientos
de ira que, si bien a veces tienen un objeto definido, en la mayoría de los casos se pueden
desplazar tanto hacia cualquier figura periférica como hacia sí mismo incluso, o hacia el propio
mensajero. Es decir, no sería extraño que en alguna ocasión seamos nosotros los que nos
veamos maltratados o insultados.
ponga en marcha los mecanismos para estabilizar sus emociones sin olvidar que precisamente
en eso consiste la profesionalidad. Seguro que sus compañeros son una buena ayuda en estos
momentos, hable con ellos.
Recuerde que usted no está obligado a tener soluciones mágicas para todo.
GLOSARIO
Maledicencia: acción o hábito de maldecir; maldición, insulto, agresión verbal.
BIBLIOGRAFÍA
• Cabodevilla, I. (1999). Vivir y morir conscientemente. Bilbao: Desclée de Brouwer.
• Gómez Sancho, M. (2004). La pérdida de un ser querido: el duelo y el luto. Madrid: Arán.