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“Una crisis nos obliga a volver a plantearnos preguntas y nos exige nuevas o viejas respuestas pero,
en cualquier caso, juicios directos. Una crisis se convierte en un desastre sólo cuando respondemos a ella
con juicios preestablecidos, es decir, con prejuicios. Tal actitud agudiza la crisis y, además, nos impide
experimentar la realidad y nos quita la ocasión de reflexionar que esa realidad brinda”
A modo de introducción
Este texto tiene una pretensión más bien simple: Expreso algunas ideas que he
trabajado en el semestre anterior de mis estudios de doctorado, que considero pueden ser
importantes para dialogar en el contexto del inicio del año, con el ánimo de promover un
reflexión desde nuestro ser docente que abra expectativas a nuevas formas de resignificar
nuestra labor. Pongo a su disposición estas ideas con el interés de, si ustedes están de
acuerdo, propiciar un tiempo e el que pueda hacer la presentación de estas idea y
promover el diálogo entre docentes. Agradezco la oportunidad de leer estas líneas para
determinar si es o no pertinente.
Es importante decir que como docentes solemos ser un poco miopes al momento
de identificar nuestra responsabilidad en la crisis de la educación, somos más prestos a
señalar a otros como responsables. No quiero decir con esta afirmación que somos los
únicos o los mayores responsables, tal vez lo que sí vale la pena decir con claridad es
que tenemos una parte de la responsabilidad por lo que pasa. Quiero aclarar que no me
interesa enjuiciarnos, no tiene sentido propiciar un espacio de señalamiento, lo que sí
tiene sentido, es que asumamos lo que pasa con la idea del diagnóstico médico, sólo
reconociendo lo que sucede, podemos empezar a darle solución, pero si no nos damos la
oportunidad de entender y reconocer lo que sucede poco podremos hacer para cambiarlo.
Hannah Arendt identifica, en su texto La crisis de la Educación (1996), tres
aspectos fundamentales de esta crisis. El primero de ellos es la noción de igualdad,
una noción que va mucho más allá de ser iguales ante la ley, de eliminar las diferencias
de clase o de garantizar las mismas oportunidades. Para Arendt, la noción de igualdad.
que tiene su origen en la nación americana, “lucha por igualar o borrar, en la medida de lo
posible, las diferencias entre jóvenes y viejos, entre personas con talento y sin talento,
entre niños y adultos, y, en particular, entre alumnos y profesores” (1996, p. 192). Esta
idea, tiene grandes implicaciones. Por un lado está la pérdida de la autoridad del
adulto, quien deja de ser un referente y se vuelve un igual. Sin la autoridad de los
adultos, el joven queda a merced de otra autoridad “mucho más aterradora y
tiránica de verdad: la de la mayoría” (Arendt, 1996, p. 193). Este segundo aspecto, la
perdida de la autoridad del adulto, y el surgimiento de la autoridad de la mayoría, resulta
fundamental. Nada más evidente en nuestros días que el sometimiento de los jóvenes, y
también los adultos, a la autoridad de la mayoría, una autoridad tiránica, que mueve las
emociones, y aleja al individuo de la reflexión (Chomsky, 2010), propiciando el
conformismo, la delincuencia juvenil, o una mezcla de ambas cosas (Arendt, 1996, p.193).
Este contexto parece darle la razón a Chomsky cuando afirmaba que “La calidad
de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser lo más pobre y mediocre
posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y
las clases sociales superiores sea y permanezca imposible de alcanzar para las clases
inferiores” (2010, párr 8). Sin embargo, al compartir con los compañeros docentes, no es
común el interés por la dejación del saber, todo lo contrario, las conversaciones que se
tienen, los proyectos de aula que se ejecutan reflejan el deseo por lograr que la calidad de
la educación mejore. Así que la pregunta que surge es ¿De qué manera podemos
recuperar el lugar de la autoridad del docente?
Considero que se hace urgente resignificar el papel que como docentes tenemos,
tener la capacidad de reflexionar sobre lo que en esencia somos, no para asegurar la
calidad de la educación, como se replica en los discursos oficiales, sino para
reencontrarnos con lo que somos como formadores. Para entender que nuestro rol de
formadores está llamado a contagiar, que nuestra vida se convierte en ejemplo, y es lo
que hacemos en el día a día en el aula lo que permite que nuestros estudiantes
encuentren sentido a su proceso educativo. Para ello, les propongo que hagamos un
ejercicio de la mano de la propuesta de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, un filósofo
idealista que al describir el origen de la autoconciencia, encuentra que existe una
estructura natural que se puede aplicar a diferentes realidades, una de ellas, la educativa,
y que nos puede dar luces.
La propuesta de Hegel
En Hegel, la conciencia no puede reconocerse a sí misma sino a partir del
reconocimiento del otro, es decir, que sólo cuando se reconoce al otro se crea la
conciencia de sí. Esta idea pone de manifiesto una condición de posibilidad de la
educación: La educación es un encuentro, es un ponerse al frente del otro, como diría
Ortega y Gasset, “encontrarse de pronto unos hombres con otro y trabarse con él, chocar
con efectos positivos o negativos, pero siempre graves” (1933, p. 5). Esto es un encuentro
educativo, o tal vez de lo que debería ser: encontrarse, relacionarse y producir efectos,
fruto del encuentro de las dos subjetividades, estudiante y docente generarán un proceso
educativo en el que el protagonista será el saber.
Con frecuencia se tiende a idealizar la escuela como un lugar de acogida, como un
lugar en el que todo esfuerzo se orienta al proceso educativo de los estudiantes y este
proceso avanza sin dificultad. Para Hegel el reconocimiento de las autoconciencias lleva a
que se dé un enfrentarse entre éstas, sus apetencias, sus deseos. Es importante entender
que cada estudiante llega a la educación con sus propios deseos, que no son
necesariamente el estudiar o aprender a comportarse bien, sino elementos más básicos,
deseos de los deseos de los otros, los mismos juguetes, cuadernos, colores, lápices,
amigos, novias, novios, etc., o incluso deseos de los otros. De hecho, para Hegel, cuando
únicamente se encuentran las dos subjetividades, se crea un estado de guerra, de
conflicto, de enemistad, comparable con los conflictos que nos aparecen en el aula,
cuando los intereses de los estudiantes y los docentes son diferentes. ¿Es posible evitar
esta situación?
Sólo si el docente logra identificarse con su deseo de saber, y “se le nota el gusto
por lo que hace”, y se hace diferente del estudiante por lo que sabe, por su relación con el
saber disciplinar, sólo si logra ofrecer el saber de una manera que provoque el deseo en
el estudiante, que permita que éste se contagie de ese deseo de saber, sólo ahí se dará
la identificación del docente como referente para el estudiante, un referente distinto,
novedoso, que sobrepasa el mundo de lo imaginario, el mundo del conflicto e instala el
deseo en el plano de lo simbólico, lo invita al saber, como una de las condiciones de
posibilidad para que la formación se dé (Bustamante, 2019).
Como sostiene el epígrafe de este texto, no podemos ver la crisis que sucede
desde los mismo juicios preestablecidos que nos acompañan desde siempre, se hace
necesario analizarla desde nuevos lugares, así que es muy importante hacer una lectura
que permita describir la base sobre la cual se da el acto educativo, y otorgue elementos
que permitan resignificar la labor docente.
Un elemento adicional para recuperar la autoridad del maestro tiene que ver con
cómo reconoce su actividad educativa. Una de las ideas que parece estar de moda,
sostiene que “sólo se puede saber y comprender lo que uno mismo haya hecho, y su
aplicación al campo educativo es tan primaria como obvia: en la medida de lo posible, hay
que sustituir el aprender por el hacer” (Arendt, 1996, p. 194). Esta idea, de activismo
pedagógico, del hacer por encima del aprender, es una forma de legitimar la supremacía
de la práctica sobre la teoría. En el siguiente apartado, se mostrará de qué manera es
fundamental que los procesos educativos se construyan desde el reconocimiento sensible
y práctico, así como desde la abstracción teórica. En recurrente que aquellos maestros
que desarrollan sus clases desde la teoría reciban cuestionamientos porque “no son
didácticos”, porque los estudiantes se aburren en sus clases. Este no puede ser el
termómetro. Es claro que hay una tendencia a “borrar en la mayor medida posible la
distinción entre juego y trabajo, en favor del primero. (Arendt, 1996. p.195), no obstante,
como se ha dicho, no puede ser el juego el determinante del aprendizaje, sino el saber.
A modo de conclusión
Los invito para que construyamos juntos las conclusiones de este ejercicio
Referencias
Arendt, H. (1996) Entre el pasado y el futuro: Ocho ejercicios sobre la reflexión política.
Barcelona: Ediciones Península.
Banco Interamericano de Desarrollo [BID], 2002. ¿Cómo reconstruir la educación
postpandemia?: soluciones para cumplir con la promesa de un mejor futuro para la
juventud. Disponible en: https://publications.iadb.org/es/como-reconstruir-la-
educacion-postpandemia-soluciones-para-cumplir-con-la-promesa-de-un-mejor.
Consultado 22 de noviembre de 2022.
Bustamante, G. (2019) La formación como efecto. Bogotá: Editorial Aula de humanidades.
Chomsky, N. (2010) Diez estrategias de Manipulación mediática. Texto aparecido en los
medios de comunicación. Dsiponible en:
https://revistas.unam.mx/index.php/archipielago/article/download/55996/49683/159
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Enkvist, I. (2006) Repensar la Educación. Madrid: Ediciones Internacionales
Universitarias.
Hegel, G. W. F. (1966) [1807]. Fenomenología del espíritu. Bogotá: Fondo de Cultura
Económica.
Montero, M. y Moreno, O (2011) "Pedagogía científica y normalidad en Montessori,"
Logos: No. 20 , Article 4.Disponible en:
https://ciencia.lasalle.edu.co/lo/vol1/iss20/4/
Ortega y Gasset, J. (1933) Meditación de la técnica. Madrid: Revista de Occidente.
Rubio-Gaviria, D. (2020). Crisis de la educación: el constructivismo neoliberal. Notas en
contextos de pandemia. Praxis Educativa, 15, 1-18.