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Formas de gobierno, el poder y la ética

¿Cuál será la mejor forma de organización social? ¿Será necesaria una forma de gobierno explícita? Si
es así ¿por qué es necesaria? Argumentarán algunos que lo es por miedo a la anarquía, al descontrol,
a la violencia sin contención, a la delincuencia, a la corrupción, etc.
¿Nos hemos preguntado alguna vez si, por ejemplo, la causa de todos los males que vemos en la
sociedad no sería la misma democracia que dice combatirla; o el mercado, la tecnociencia, la
medicina, etc.?
¿Es necesario que venga un poder externo a imponernos un orden o reglas de juego? Si lo es,
posiblemente se deba a la ausencia de bondad en nosotros. Pero ¿Alguno será tan valiente de
reconocer que no es bueno? Lo que solemos ver es que todos están contentos con su bondad; y si
algún mal reconocen en sí mismos enseguida encuentran el modo de justificar su necesidad o
practicidad poniéndoles el nombre de justicia o eficacia.
Formas de gobierno
¿A dónde nos conduce toda aquella introducción?
Nos conduce a considerar, en primer lugar, que existen diversas formas de gobierno, a pesar de que
ya estamos domesticados para considerar deseable solo una de ellas, la democracia.
¿Cómo nos domestican? Contándonos desde pequeños (en la familia, en la escuela, en la universidad,
en el trabajo), y repitiéndonos una y otra vez que la democracia es buena, es sagrada; y la monarquía,
la aristocracia, la dictadura son malas. Sin embargo, no hay que desconocer que todas las formas,
incluida la democracia, engendran males terribles, y es peor aun cuando el gobierno se alía con la
tecnociencia y el mercado.
En segundo lugar, existe otra cuestión que está íntimamente ligada a la anterior. Las formas de
gobierno surgen, en mayor o menor medida luego de una constatación terrible: el hombre no posee,
de nacimiento, esa cualidad que llamamos bondad; no al menos de modo puro.
En este punto, espero que el lector no se sienta tentado en dar algún que otro ejemplo particular
pretendiendo hacerlo pasar por general. Antes bien, podemos quedarnos con una apreciación
general de los hombres que Nicolás Maquiavelo, a mi entender, ha expuesto acertadamente: “de la
generalidad de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes
ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras se les prodigan beneficios son completamente leales:
ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos siempre que la necesidad no haya advenido aún;
pero cuando aquella se presenta, se rebelan […] los hombres olvidan antes la muerte del padre que la
pérdida del patrimonio”1
De todo esto, podemos sacar como enseñanza principal, que según la idea de hombre que nos
hagamos (cómo pensemos que los hombres son en general) será la forma de gobierno que elijamos.
Sin embargo, también depende de nuestra concepción antropológica la manera de ejercer o dejar
que ejerzan ese gobierno.
Podremos recordar en este punto frases que se parecen a “la democracia es buena, pero los
gobernantes son corruptos, o despóticos, o ladrones”. Sin embargo, pensando en una monarquía,
podemos concebir que, si el rey y su clase noble fueran honestos, solidarios, misericordiosos, etc.
bien podría ser ese un gobierno bueno. Esto quiere decir que el sistema de gobierno por sí solo no
garantiza lo que todos podamos entender, siempre muy difusamente, por un gobierno bueno o malo.
Debemos entender que cualquiera sea el tipo de gobierno que se tenga, siempre este puede ser
nefasto.
En este punto, tomo como orientación el pensamiento del liberal Spencer (sin ser yo liberal) que
sostiene que “cualquiera sea la estructura social, la naturaleza defectuosa de los ciudadanos ha de
manifestarse necesariamente en actos perniciosos. No hay alquimia política bastante poderosa para
transformar instintos de plomo en conducta de oro”2
Comenzamos hablando de las formas de gobierno, pero se habrá advertido rápidamente que no nos
interesa elaborar una descripción técnica sobre el funcionamiento de tal o cual sistema sino
enunciar que no importa cuál se elija ya, que todo depende de la naturaleza humana, defectuosa
según Spencer.
¿Se tratará por eso, de menoscabar un sistema en pos de otro? ¿Se tratará entonces de concretar
una revolución con características francesas, o rusas, o cubanas?
Pienso que no. Se trata de reconocer los males en los que vivimos; se trata de cambiar el foco de la
mirada. La cuestión no es elegir tal o cual sistema y perfeccionarlo. Es en el cambio del corazón
humano, sus motivaciones, sus deseos o ambiciones donde está la cuestión, y a donde se debieran
orientar nuestras acciones.
Dado que el hombre tiende fácilmente al mal, habrá que entrenarse en el bien. Sonará demasiado
básico, pero no lo es, porque no es cuestión de decirlo sino de hacerlo 3. En este sentido es necesario
encontrar guías pertinentes, influencias virtuosas, que claramente no las encontraremos en
celebridades, empresarios, científicos; todos ellos acostumbrados a aparentar, a hacer negocios o
buscar prestigio.
No debemos caer en el error inocente de que todo esto se logra con más educación, no al menos con
la educación que se viene dando desde la constitución de los estados modernos hasta la fecha. Cada
uno debe apuntar al propio corazón y luego al de los demás. Insisto en que no sea tomado lo que
aquí se escribe como algo naif, tonto, ingenuo. Busquen en grandes maestros y verán lo difícil del
desafío. Busquen en Jesús, en Sócrates, Maoma o Buda. Lean Séneca, Borges, Kafka, Nietzsche. Vivan
como Gandhi, L. King o Favaloro y verán que el buen hombre no es así in nato, sino que es así por
virtud de moldearse a sí mismo, con mucho trabajo, con estudio, con cultura, con sabiduría y
poniendo todo eso al servicio del bien, ese bien que está dispuesto a perder ventaja si la obtención
de la misma implica una desventaja para los otros.
El poder y la ética
Aquí vuelve a ser clave Maquiavelo (inspiración fundamental de los que buscan el poder). Sostiene
que “hay tanta diferencia entre como se vive y como se debería vivir, que aquel que deja lo que se
hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, porque un hombre que en
todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son” 4.
En “El príncipe”, obra que Maquiavelo publica en 1532, deja bien en claro que no debe abocarse a la
política quien no esté dispuesto a dejar de lado las cuestiones de la moral corriente.
Esto también lo sostiene un filósofo argentino llamado José Pablo Feinmann al decir que “La ética
tiene poco que ver con la política, porque la política tiene demasiado que ver con la pragmática, y la
pragmática en política supone la ocupación de los espacios de poder” 5
A lo largo de la historia, una y otra vez, se corrobora esta verdad fáctica en casi la mayoría de los
gobiernos. Particularmente, en Argentina, esto es así y no hay miras de alguna vez ver algo diferente
si seguimos obrando de la misma manera, es decir: intentando perfeccionar el sistema, esperar algún
político honesto y capaz, restringirnos a votar las opciones que nos ponen cada tanto en el estante,
protestar en las calles, militar, cacerolear, pagar los impuestos.
Debe quedar claro: nada bueno debe esperarse de la política (tampoco del mercado) tal y como hoy
se configura. Nada bueno debe esperarse de las motivaciones últimas de los agentes políticos y
empresarios. Los unos, mediante leyes o decretos pretenden guiar a una masa de gente por demás
heterogénea usando la fuerza de ley o la violencia física del Estado; los otros pretenden organizar una
sociedad promoviendo y apelando al deseo de consumo, estímulo a placeres, competencia, conquista
de mercados, acumulación de bienes materiales, y demás inclinaciones humanas de las más básicas y
superficiales.
En síntesis: no debemos esperar nada bueno de la clase política, no importa de qué partido sea,
siempre serán procaces6, dejarán de lado la ética y la moral con tal de ocupar los espacios de poder, y
se irán turnando. Unas veces serán Nac & Pop, haciendo cómoda la pobreza para muchos, sin buscar
promoverlos sino conseguir sus votos, despilfarrando los fondos del Estado, tejiendo redes de
corrupción con sus funcionarios jamán imaginadas; y otras veces serán neoliberales y vendrán a
hacer caja con ajustes tarifarios despiadados, desregulando las condiciones laborales en favor de
inversiones extranjeras, discurseando sobre la cultura del trabajo (querrá decir cultura esclavista,
como si se trabajara poco en Argentina), atacando la estructura gremial a base de decretos
inconstitucionales.
Debemos hacer nosotros los cambios, cambios personales tendientes a otros intereses, a otras
formas de consumir que nos lleven a hacerlo mucho menos, tender menos a lo que nos entretiene o
da curiosidad, y más a lo que nos instruye, a lo que dice verdades amargas o disipa esperanzas mal
fundadas (Spencer – El hombre contra el Estado). Hay que tomar conciencia de la estafa en la que la
política y el mercado nos meten todo el tiempo. Debemos juntarnos con otros: con vecinos, amigos,
conocidos que tengan intenciones de mejorarse a sí mismo y a ayudar a otros a hacer lo mismo.
Debemos juntarnos a leer libros y debatir, escuchar programas de radio y debatir, mirar películas o
videos y debatir; luego, ver qué se puede hacer con eso, de qué manera podemos ofrecer ayuda a
otros, de qué manera cambiar nuestra vida cotidiana y la de nuestro barrio, o familia, o grupo de
trabajo.
1
Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, Quadrata, Buenos Aires, 2005, p 88.
2
Spencer, Herbert, El Hombre Contra el Estado, Goncourt, Buenos Aires, 1980.
3
En otra oportunidad, en otro artículo, hablaremos sobre el bien y sobre el mal.
4
Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, Quadrata, Buenos Aires, 2005, p 82.
5
Feinmann, J.P., ¿Qué es la filosofía?, Prometeo, 2008.
6
Que se comporta o habla de manera desvergonzada, descarada o atrevida.

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