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La rica y próspera ciudad griega de Mileto, en la costa de la actual

Turquía, fue la cuna del pensamiento occidental; en ella se desarrolló, a lo


largo del siglo VI antes de Cristo, la actividad de los filósofos milesios, es
decir, originarios de Mileto: Tales, Anaximandro y Anaxímenes. El paso del
mito al logos, a la razón, señala el comienzo de los filosofía. Y los filósofos
milesios fueron, en efecto, los primeros en prescindir de las explicaciones
mitológicas y religiosas de los fenómenos (los rayos son producto de la
cólera de Zeus, la peste es un castigo de los dioses) y en dar respuestas
racionales a las cuestiones. No por ello debemos percibir a los milesios
como filósofos en el sentido moderno del término, sino más bien como
sabios interdisciplinares, interesados en lo que actualmente serían campos
diversos de la filosofía, la ciencia o la técnica, como la astronomía, las
matemáticas o la ingeniería.

La cuestión filosófica que más ocupó a los pensadores de Mileto fue la


del arjé (o arché), palabra que puede traducirse como «principio» en su
doble sentido: como principio constitutivo (aquello de que están hechas
las cosas) y como principio originario (aquello de lo que proceden todas
las cosas). Es obvio que la fisis, la naturaleza o universo físico, es un
conjunto de seres de muy diversa índole; pese a ello, Tales y los filósofos
milesios supusieron que existía un principio constitutivo único, una
sustancia común a toda esta multiplicidad de seres. Pero a la hora de
determinar cuál podía ser este primer principio, cada uno de los
pensadores de la escuela milesia dio una respuesta distinta: para Tales de
Mileto el arjé es el agua; para Anaximandro, el ápeiron, lo indefinido;
para Anaxímenes, el aire.

La disparidad y lo que hoy nos parece escasa fundamentación de las


respuestas no puede socavar la trascendencia de estas aportaciones en la
medida en que suponen el inicio de una actitud racional, es decir,
filosófica. En este sentido, Tales representa el primer intento de dar una
explicación razonada del universo, introduciendo una hipótesis que
permitía explicar su origen y su composición y dar cuenta de la múltiple
variedad de seres y fenómenos. Es imposible reconstruir su pensamiento
con precisión, porque, aunque se le atribuyen algunas obras, no nos han
llegado ni siquiera fragmentos de ellas, ni tampoco es seguro que
escribiera alguna; sólo disponemos de los breves resúmenes y
comentarios a su filosofía trazados por autores posteriores.

El genio griego se inclinaba a la observación y a la especulación (no así a


la experimentación, base de la ciencia moderna que se inicia en Galileo),
por lo que cabe la posibilidad de que Tales partiera de la observación de
las transformaciones que la materia puede experimentar: el tronco arde y
se convierte en cenizas, el mosto de uva fermenta y deviene vino, de
ciertas rocas extraemos metales, los seres vivos se descomponen al
morir. Tal observación pudo conducirle a suponer que cualquier sustancia
puede transformarse en otra, y que ello era posible porque todas las
sustancias eran simplemente aspectos diversos de una misma materia; es
decir, todas procedían y estaban formadas por un principio común, el arjé.

Quedaba entonces determinar cuál era entonces ese principio constitutivo.


Para Tales de Mileto, el arjé es el agua: todo nace del agua, la cual es el
elemento básico del que están hechas todas las cosas. Aunque tampoco
conocemos con certeza las razones que le llevaron a establecer el agua
como arjé, sus comentaristas coinciden en aventurar algunas. El agua es
la materia que se encuentra en mayor cantidad, rodea la tierra y corre a
través de los continentes; impregna la atmósfera en forma de vapor, que
es aire, nubes y éter, y del agua se forman los cuerpos sólidos al
condensarse; por carecer de determinaciones (estado, forma, color, olor),
es apta para determinarse. El agua, por otra parte, es condición necesaria
de lo vivo: hace germinar las semillas y es imprescindible para las plantas
y los animales, hasta el punto de que la vida no es posible sin ella. La
Tierra, para Tales, era un disco plano que flota en un océano infinito,
cubierto por la semiesfera celeste.

La existencia de un primer principio fue asumida por los filósofos


posteriores, a pesar de que, como ya se ha indicado, no aceptasen que el
agua fuera tal elemento. Lo importante de la tesis de Tales es la
consideración de que todos los seres se constituyen a partir de un
principio, sea el agua, sea cualquier otro. Y el hecho de buscarlo de una
forma racional, de extraerlo de una serie de observaciones y deducciones,
es lo que ha valido a Tales el título de «padre de la filosofía». La cuestión
del arjé, en efecto, seguiría siendo tratada no sólo por sus discípulos de la
escuela de Mileto (Anaximandro y Anaxímenes), sino también por otros
destacados pensadores de la floreciente filosofía griega,
como Pitágoras, Jenófanes de
Colofón, Parménides, Heráclito, Empédocles, Anaxágoras, Leucipo o Demó
crito, hasta convertirse en uno de los motivos centrales de la filosofía
presocrática, es decir, de la anterior a Sócrates.

Para calibrar la importancia de la aportación de Tales debe tenerse en


cuenta, además, que la noción misma de arjé envuelve una serie de
consecuencias que irían explicitándose a lo largo del periodo presocrático
y en las que reconocemos temas fundamentales de la filosofía occidental.
Así, por un lado, la existencia de un principio constitutivo común implica
que la multiplicidad de seres que observamos en la naturaleza es sólo
aparente; en consecuencia, el testimonio de los sentidos no es fiable. Por
otra parte, tal principio constitutivo es una esencia inmutable y eterna,
propiedades que no se manifiestan en la continua transformación de los
seres individuales y que sólo pueden ser aprehendidas por la razón, único
instrumento que permite discernir lo verdadero de lo aparente.

Un sabio legendario

De la vida de Tales de Mileto nos han llegado datos y anécdotas dispersas


de imposible verificación. Al parecer, en su juventud viajó a Egipto, donde
aprendió geometría de los sacerdotes de Menfis, y calculó la altura de la
pirámides por la longitud de sus sombras. También estudió astronomía,
que posteriormente enseñaría con el nombre de astrosofía; el
historiador Herodoto afirma que predijo un eclipse acaecido en el año 585
a.C. De vuelta a Mileto dirigió una escuela de náutica, construyó un canal
para desviar las aguas del Halis y dio acertados consejos políticos a los
gobernantes.

En geometría, y en base a los conocimientos adquiridos en Egipto, Tales


de Mileto elaboró un conjunto de teoremas generales y de razonamientos
deductivos a partir de los primeros. Todo ello fue recopilado
posteriormente por Euclides en su obra Elementos, pero se debe a Tales el
mérito de haber introducido en Grecia el interés por los estudios
geométricos. Son muy numerosas (seguramente demasiadas) las
aportaciones que se le atribuyen, probablemente por el inmenso prestigio
de que gozó ya en la Antigüedad: junto con el legislador Solón y otros
nombres menos conocidos, figuró siempre como el primero de los «siete
sabios de Grecia».

En líneas generales, sin embargo, no cabe confiar demasiado en las


informaciones de que disponemos; de hecho, las distintas fuentes no
coinciden ni siquiera en su personalidad. Cuenta Platón que, andando
absorto en la contemplación del firmamento, Tales cayó en un pozo y fue
por ello blanco de las burlas de una criada; pero esta tópica e improbable
imagen de sabio distraído contrasta con las anécdotas que lo caracterizan
como un hombre práctico y realista. Aristóteles refiere que, gracias a sus
conocimientos astronómicos, Tales supo que habría una buena cosecha de
aceitunas; por poco dinero alquiló en invierno cuantos molinos pudo, y
llegado el momento de la cosecha, ante la fuerte demanda, realquiló los
molinos al precio que quiso, obteniendo grandes beneficios. Con ello
habría querido probar que el saber es útil, y que si los filósofos no son
ricos es porque se interesan más por el saber que por el dinero.

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