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Al referirnos en el Capítulo IV a los requisitos de los


actos escritos de parte aludimos a las copias, conforme a lo previsto en el art. 63. Lo que allí
dijimos tiene aplicación cuando se trata de la demanda, y no hay que insistir.

Hemos enunciado hasta aquí los requisitos de


contenido de la demanda, y hay ahora que volver a resaltar que el CPCYM no dispone una
forma concreta para ese escrito, sino que ha de estarse a cumplir con los requisitos de
contenido adoptando la forma que parezca más adecuada para la obtención de los fines que se
persiguen, siendo esos fines los de reflejar con exactitud y claridad la pretensión que se
interpone.

DOCUMENTOS QUE DEBEN ACOMPAÑARSE

El escrito de demanda no debe presentarse solo. Con


ese escrito han de presentarse algunos documentos que podemos clasificar en procesales y en
materiales.

A) Procesales

Llamamos documentos procesales a aquellos que condicionan la admisibilidad de la


demanda, refiriéndose a algún presupuesto procesal. Su falta debe conducir a que el juez no
admita la demanda, a que no le de trámite. También se han llamado documentos habilitantes.
Normalmente ese presupuesto es el de la representación en sus diversas variantes.

a) Acreditación de la representación en general

Cuando una persona física actúe en juicio por medio de representante legal (menores o
incapaces) o una persona jurídica lo haga por medio del llamado representante necesario
(entidades jurídicas), el representante deberá justificar su personería, dice el art. 45, en la
primera gestión que realice, acompañando el título de su representación.

Esta es la representación general para la realización de todos los actos jurídicos y entre
ellos se incluye la gestión del proceso. Cuando el art. 45 sigue diciendo, en el párrafo 2.º, que
no se admitirá en los tribunales credencial que no esté debidamente registrada en la oficina
respectiva, habrá de estimarse que esta norma debe adecuarse a la realidad y que la misma se
refiere de modo principal a la llamada representación necesaria de las personas jurídicas y aun
sobre todo a la de las sociedades mercantiles y a la inscripción en el Registro Mercantil del
nombramiento de los administradores, si bien la inscripción se refiere también a los factores y
al otorgamiento de mandatos por cualquier comerciante (art. 338, inciso 1.º, del Código de
Comercio).
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b) Acreditación de la representación procesal

Supuesto especial de representación es el de la que podemos llamar representación


específica para los procesos, la que se confiere a los mandatarios judiciales, de conformidad
con los arts. 188 y siguientes de la LOJ. Esta representación requiere que el mandato se
confiera en escritura pública y que el testimonio se registre en el Archivo General de Protocolos
de la Presidencia del Organismo Judicial (aparte de otros registros en que proceda conforme a
la ley, pero desde luego no en el Registro Mercantil porque el mandatario no actuará en
actividades mercantiles, sino procesales).

Normalmente la falta de alguno de estos documentos llevará a que el juez o tribunal no


le de trámite a la demanda, y ello sin perjuicio de que luego el demandado oponga la excepción
previa de falta de personería (art. 116, inciso 6.º) que ha de referirse, como veremos en su
momento, no tanto a la falta del documento, como a la legalidad del documento y a las
facultades del representante,

B) Materiales

Los documentos materiales son los que se refieren a la cuestión de fondo, aquellos que
operan como prueba en el proceso, los que se han llamado también justificativos del derecho.
Su falta no afecta a la admisibilidad de la demanda, sino, y en su caso, a la estimación de la
pretensión en la sentencia.

El art. 107 del CPCYM dice que el actor deberá acompañar a su demanda los
documentos en que funde su derecho, y añade el art. 108 que si no se presentaran con la
demanda los documentos en que el actor funde su derecho, no serán admitidos
posteriormente, salvo impedimento justificado. De estas dos normas pareciera como si hubiera
de distinguirse entre:

1) Documentos que fundan el derecho de la parte demandante, que deben presentarse


con la demanda, y

2) Documentos que no fundan el derecho del actor, que pareciera que no han de
presentarse con la demanda, sino que simplemente han de ofrecerse como medios de
prueba en la demanda aunque puedan presentarse en el periodo probatorio.

Esta distinción es, sin embargo, inútil, como se deduce del propio CPCYM. En éste la
vieja distinción española entre documentos que fundan el derecho y documentos que no
fundan el derecho, no tiene verdadera utilidad, porque todos los documentos han de
presentarse con la demanda. Si el art. 106 ordena que con la demanda se presentarán “las
pruebas que van a rendirse” y si antes hemos dicho que en la demanda no basta hacer una
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mención genérica de esas pruebas, sino que es necesario efectuar un detalle concreto, la
distinción carece de utilidad porque con la demanda han de presentarse todos los documentos,
salvadas únicamente dos excepciones:

1.ª) Con la demanda el actor no presentará los documentos que no tuviere a su


disposición, caso en el que los debe mencionar con la individualidad posible, expresando lo
que de ellos resulte y designando el archivo, oficina pública o lugar donde se encuentren los
originales (art. 107, final). Como veremos en el Capítulo XV, tienen regulación propia los casos
de que el documento esté en poder de un tercero (art. 181) o del adversario (art. 109)

2.ª) Con la demanda no habrán de presentarse, como es obvio, los documentos


respecto de los que exista “impedimento justificado” (art. 108), los cuales podrán presentarse y
deberán ser admitidos posteriormente.

La distinción de los documentos entre: 1) Los que “funden el derecho” alegado, y 2) Los
que no funden el derecho alegado, con relación al momento de su presentación tiene pleno
sentido cuando con la demanda han de presentarse sólo los primeros, pudiendo presentarse
los segundos en el periodo probatorio. Si todos los documentos han de presentarse con la
demanda la distinción pierde sentido.

Resulta, pues, de lo anterior que con la demanda deben presentarse todos los
documentos, y que lo que tiene verdadera importancia es la preclusión ordenada en el art. 108.
Si la parte actora no presenta con la demanda un documento, éste no será admitido
posteriormente, es decir, precluye la posibilidad de presentarlo, salvo que concurra
impedimento justificado. El artículo no dice en qué puede consistir ese “impedimento
justificado”, con lo que remite, por un lado, a los incidentes y, por otro, a la decisión del juez o
tribunal, que ha de valorar tanto cuando concurre impedimento cuanto el mismo es justificado.

LA ADMISIÓN DE LA DEMANDA

La primera actuación del juez propiamente jurisdiccional va a consistir en decidir sobre la


admisibilidad de la demanda. A la admisión se refiere el art. 109 cuando dice que los jueces
repelerán de oficio las demandas que no contengan los requisitos establecidos por la ley,
expresando los defectos que hayan encontrado, aunque esta disposición es parcial e insuficiente.

El tema de la admisibilidad de la demanda va unido al de las facultades del juez en el


proceso civil. Para comprender los supuestos de inadmisibilidad es preciso distinguir entre
razones de fondo y razones procesales (aún dentro de éstas por falta de presupuestos procesales
o de requisitos de la demanda). Por último habrá que atender en cada caso a la posibilidad de
subsanación del defecto.
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A) Inadmisión por razones de fondo

No existe, desde luego, una norma general expresa que diga cuando una demanda es
admisible y cuando no por razones relativas al fondo del asunto. Desde la misma esencia de la
libertad de acceso a los tribunales para ejercer las acciones, a la que se refiere el art. 29 de la
Constitución, y desde el derecho al debido proceso, al que atienden los arts. 12 de la Constitución
y 16 de la LOJ, hay que llegar a la conclusión de que el derecho a la jurisdicción supone, en
primer lugar, la admisión de la demanda, por ser su rechazo in limine litis (en el inicio del proceso)
la forma más clara de indefensión. Los riesgos evidentes de autorizar al juez a rechazar deman-
das por infundadas, llevan a la conclusión de que aquél debe admitirlas todas, aunque le parezca
que se trata de demandas sin posibilidades de éxito.

Lo anterior, con todo, no puede ser absoluto y existen casos de inadmisibilidad de la


demanda que se refieren a la no concesión de tutela jurídica por el ordenamiento y en general.
Naturalmente estos casos han de ser muy limitados, pues se trata nada menos de que el or-
denamiento niega el derecho de acción y por ende el derecho a la justicia.

Con norma expresa cabe así referirse al art. 80 del Código Civil, conforme al cual la
demanda en que se pida el cumplimiento de la promesa de matrimonio o esponsales no se
admitirá para su trámite, porque los esponsales no producen obligación de contraer matrimonio (ni
de cumplir lo que se hubiese estipulado para el supuesto de su no celebración), sin perjuicio de la
posibilidad de demandar la restitución de las cosas donadas y entregadas con promesa de un
matrimonio que no se efectuó.

En este caso el ordenamiento dice, de modo expreso y general, que el interés del actor a
contraer matrimonio no está protegido y, por tanto, que el proceso es inútil pues nunca se podrá
llegar a una sentencia estimatoria de la pretensión. Incumplida la promesa de matrimonio podrá
demandarse la restitución de las cosas, antes aludidas, pero no podrá demandarse que se
condene a la otra parte a casarse. Si ante un juez se presenta una demanda con esta petición, el
juez no debe admitirla.

Sin norma expresa cabe también sostener que no debe admitirse la demanda cuando es
evidente que el ordenamiento no protege el interés alegado por el demandante. Sería este el caso
de ciertas demandas absurdas, que se ha presentado en otros países, en que se ha pedido que
se condene al presidente de la República a cumplir su programa electoral, o que se condene a un
particular o un concejal para que diga por quién ha votado en las elecciones municipales o en la
de alcalde, etc.

Salvo estos supuestos, que son excepcionales y que, por tanto, difícilmente se darán en la
práctica, la demanda debe ser admitida por el juez sin entrar a examinar las posibilidades de éxito
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que tenga la pretensión en ella interpuesta. El momento inicial del proceso no es adecuado para
decidir sobre si la demanda va a triunfar o no. El proceso se va a hacer precisamente para decidir
el éxito o fracaso de la pretensión.

B) Inadmisión por razones procesales

El art. 109 se refiere a la inadmisión de la demanda por


falta de algún requisito de la misma, sin aludir a la no concurrencia de los presupuestos
procesales, pero es preciso mantener esta distinción, habida cuenta de lo que dijimos en el
Capítulo VI.

a) Presupuestos procesales

El juez debe examinar, en primer lugar, la concurrencia de los presupuestos procesales


en sentido estricto esto es, lo que se refiere a la correcta constitución de la relación jurídica
procesal. Esos presupuestos son principalmente:

1.º) Subjetivos: Se refieren al juez, a las partes y a los representantes de las mismas:

Los presupuestos fundamentales referido al juez es el de la jurisdicción y la competencia,


en los términos que vimos en el Capítulo I. El examen tiene que comprender así que los tribunales
de Guatemala tienen jurisdicción para conocer del asunto, que ese asunto corresponde al ramo
civil de los tribunales nacionales, que el juzgado concreto tiene competencia objetiva y funcional.
La competencia territorial, al ser disponible y prorrogable, no es un presupuesto procesal. Debe
recordarse aquí lo dispuesto en el art. 6 del CPCYM y en los arts. 116 y 121 de la LOJ.

Los presupuestos de las partes atienden especialmente, primero, a la misma existencia de


parte demandada determinada y con legitimación, y, luego, a la acreditación de varias
representaciones, y en este sentido nos hemos referido ya varias veces a la justificación de la
personería (art. 45 del CPCYM) y al caso procesal de la acreditación del mandato judicial (arts.
188 y siguientes de la LOJ). También es presupuesto subjetivo de las partes que la demanda esté
firmada y lleve el sello de abogado colegiado (art. 50 del CPCYM y art. 197 de la LOJ); aunque
otra cosa pudiera parecer la firma y el sello no son propiamente requisitos del escrito de demanda,
sino que presupuestos que afectan al proceso entero, aunque se manifiestan en todos los escritos
de las partes (no sólo en la demanda).

2.º) Objetivos: Los presupuestos que se refieren al objeto del proceso (litispendencia, cosa
juzgada) no son apreciables de oficio por el juez en el momento de la admisión de la demanda,
entre otras cosas porque no puede en realidad tener conocimiento de los mismos.

3.º) De actividad: Se trata, principalmente, de que el juez debe dar a la demanda el trámite
previsto en la ley, y no el pedido por el actor, si en la petición de éste se ha incurrido en error.
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Conforme al CPCYM, y atendidos sobre todo sus arts. 96, 199 y 229, las distintas materias y
pretensiones tienen un cauce procedimental determinado, y ese cauce se convierte también en
presupuesto que debe controlarse de oficio.

El control de oficio por el juez de la concurrencia de los presupuestos procesales, en el


momento de la admisión de la demanda, responde a la distribución de las facultades procesales
entre el juez y las partes, conforme a cada sistema procesal. De un juez meramente espectador,
que se limitaba a dar solución al debate entre las partes, se está pasando progresivamente a un
juez director del proceso.

b) Requisitos de la demanda

El art. 109 del CPCYM atiende al control de oficio por el juez de los requisitos de la
demanda. Estos requisitos se refieren, no tanto a la forma de la demanda, cuanto al contenido
de la misma, al contenido que se desprende de los arts. 61 y 106. Debe, con todo, distinguirse
entre:

1.º) El juez debe de controlar y, en su caso, no admitir para su trámite, la demanda cuando
falte uno de los requisitos (por ejemplo, cuando la demanda no contenga la petición, cuando el
actor finalice su escrito sin pedir algo), pero no puede controlar el sentido del cumplimiento del
requisito (por ejemplo, no podrá atender si la petición es o no estimable, pues esto se deberá
hacer en la sentencia). Por seguir con otro ejemplo, el juez debe percatarse de que en la demanda
se contiene un relato de hechos (la fijación precisa y clara de los hechos en que se funde), pero
no podrá atender al relato mismo para examinar si el mismo es o no suficiente para que la
pretensión llegue a ser estimada en la sentencia.

2.º) El control de los requisitos es, por tanto, formal, y


no realmente de verdadero contenido. Si con la demanda deben presentarse los documentos
que la parte quiere utilizar como medios de prueba, el juez no podrá inadmitir esa demanda
porque con ella no se presenten documentos materiales, pues la sanción legal a ese
incumplimiento es que los documentos no podrán ser presentados después.

El CPCYM no contiene norma alguna relativa a la


subsanación de los defectos. El art. 109 dice simplemente que el juez, al no admitir la
demanda, expresará los defectos que haya encontrado, pero no dice más y, especialmente, no
dice si la parte podrá subsanar esos defectos, en una plazo fijado por el juez, el cual entonces
ya deberá admitir la demanda.

Otra coa ocurre en los juicios orales sobre alimentos, en


los cuales el juzgador, previamente a darle trámite a la demanda, puede pedir a la parte actora
que cumpla con algún requisito omitido, o la aclaración o ampliación de algún hecho (Decreto
Ley número 206, Ley de Tribunales de Familia).
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C) Admisión y emplazamiento

Si concurren los presupuestos procesales y si se han cumplido los requisitos de la


demanda el juez dictará resolución admitiendo la demanda y ordenando que se produzca el
emplazamiento del demandado, concediéndole audiencia por nueve días; si son varios los
demandados ese plazo de nueve días es común (art. 111 del CPCYM). Este es el mejor
ejemplo de notificación general que se resuelve en un acto especial de emplazamiento, en el
que se concede un plazo al demandado que realice su actividad procesal; no hay, por tanto,
“término del emplazamiento”, sino plazo.

Debe recordarse aquí lo que dijimos en el Capítulo VI respecto de las notificaciones y,


especialmente, que esa ha de ser una notificación personal (art. 67, inciso 1.º), entregando
copia de la demanda y de los documentos acompañados (art. 70).

LA DEMANDA NECESARIA

Como ilustración para el lector conviene recordar que


en el viejo Derecho castellano, ya en el siglo XIII, se partía del siguiente principio: “Ningun ome
no debe ser constreñido que faga su demanda si no quiere” (Partida III, II, 46.ª), al cual se
establecían dos excepciones:

1) La llamada acción de jactancia, que tiene su origen en los glosadores italianos del siglo
XII (no en el Derecho romano), y

2) La del mercader que iba a emprender viaje, el cual podía pedir al juez que apremiara a
aquellos que alegaran algún derecho contra él para que presentarán sus demandas, y
no haciéndolo ya no podían demandar hasta su vuelta del viaje.

Estas dos excepciones han desaparecido en la mayoría de los códigos modernos,


atendida la existencia de la pretensión declarativa pura, que puede ser positiva y negativa. En
efecto, si una persona puede formular una pretensión para que el juez declare que no existe
una relación o situación jurídica, la necesidad de la acción de jactancia desaparece. No ocurre
así en nuestro Ordenamiento, en el que el art. 52 regula la provocación de la demanda con dos
supuestos:

1) El de la típica acción de jactancia, que se regula luego procedimentalmente en los


arts. 225 a 228.

2) Cuando se tenga acción o excepción que dependa del ejercicio de la acción de otra
persona, caso para el que, previa audiencia por dos días a la otra parte, el juez fijará
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un término (plazo) no mayor de sesenta días para que se interponga la demanda por
quien corresponde, bajo apercibimiento de tenerse por caducado su derecho.

La acción de jactancia puede llevar a que el juez dicte sentencia señalando al


jactancioso un plazo de quince días para que interponga su demanda, bajo apercibimiento de
tener por caducado su derecho (art. 228, párrafo 1.º), con la consecuencia de que si no lo hace
así, el juez, a solicitud de parte, declarará caducado el derecho y mandará expedir certificación
al actor (art. 228, párrafo 3.º). En el mismo sentido, tratándose del segundo supuesto, el juez
fija un plazo para que en el mismo la demanda sea presentada y, en caso contrario, se
declarará caducado el derecho.

Los dos supuestos suponen el mantenimiento de una institución del pasado que hoy
puede entenderse suplida con la pretensión declarativa pura negativa. Veamos el caso de la
prescripción extintiva que es el más fácil y conocido.

Es posible que una persona, titular de una obligación a favor de un acreedor, entienda
que la obligación ha prescrito por el transcurso de alguno de los plazos de los arts. 1508, 1513,
1514 y 1515 del Código Civil, y en este caso el Ordenamiento le ofrece dos posibilidades de
actuación procesal:

a) Puede formular una demanda en juicio ordinario para que el juez declare la producción
de la prescripción (del derecho y no de la acción), por cuanto el art. 1501 del Código
Civil dice que la prescripción extintiva puede ejercitarse también como acción (mejor,
pretensión), es decir, sin necesidad de esperar a que el acreedor demande para
oponerle la prescripción como excepción. En este caso el deudor ejercitará una
pretensión declarativa pura negativa, pidiéndole al juez que declare en la sentencia que
la obligación se ha extinguido por prescripción.

b) Puede intentar la provocación de la demanda del acreedor, con base en el art. 52 del
CPCYM, y aduciendo que la oposición de su excepción de prescripción precisa del
ejercicio de la acción (mejor, pretensión) por parte del acreedor.

Como puede verse los casos de demanda necesaria han perdido en la actualidad la
mayor parte de su antiguo sentido, aunque no puede negarse que se trata de instrumentos que
pueden tener alguna utilidad, sobre todo habida cuenta de que para una persona puede ser
más sencillo procesalmente acudir a la jactancia o provocación de demanda que a la
pretensión declarativa pura negativa.

LA LITISPENDENCIA
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La existencia de la demanda supone una ruptura; se pasa de una relación jurídico material
privada en conflicto, mantenida sólo entre particulares, al planteamiento de un litigio ante un
órgano jurisdiccional. Esa ruptura se define hoy con la palabra litispendencia.

En la antigüedad ese paso no comportaba salir del Derecho privado, pues el planteamiento
del litigio se basaba en el contrato o cuasicontrato de litiscontestatio. Hoy el paso es más
trascendente, porque se sale del Derecho privado y se entra en el Derecho público. Si antes la
litiscontestatio marcaba la frontera entre dos territorios privados, y los efectos del planteamiento
del proceso se derivaban de la voluntad de las dos partes (contrato) o de una de ellas
(cuasicontrato), hoy la litispendencia marca el muro divisorio entre los Derechos privado y el
público y los efectos se derivan de la ley.

Con la palabra litispendencia se está haciendo referencia a la pendencia de un litigio, pero


lo que importa son sus efectos. Por ello Chiovenda la definía como la “existencia de una litis en la
plenitud de sus efectos”. Naturalmente esos efectos son procesales y se derivan de la constitución
de un proceso. En la terminología hoy usual se habla de la constitución de la relación jurídico
procesal.

La litispendencia, pues, marca el hito del inicio del proceso, y el derecho aspira a que la
situación subjetiva y objetiva con que se inició el mismo se mantenga a lo largo de él. Los efectos
se refieren, en parte, a un intento jurídico de que durante la pendencia del proceso no se altere la
situación. No existe una norma expresa que responda al brocardo lite pendente nihil innovetur
(pendiente el proceso nada puede innovarse), pero sí existe toda una serie de normas que van a
pretender aplicar ese principio a los casos particulares. Los efectos que vamos a examinar
responden en buena medida a esa aspiración, pero antes hay que precisar los momentos inicial y
final de la litispendencia.

A) Momento de producción

La determinación del momento final, del dies ad quem, no es problemática en sí misma,


sino que está referido a la terminación del proceso, a los diferentes modos que se estudian en los
Capítulos XVII y XVIII. Lo problemático es el momento inicial, el dies a quo, pues el mismo ha
suscitado un amplio debate doctrinal que ha llevado a los códigos de los distintos países lleguen a
soluciones diferentes.

El art. 112 del CPCYM opta por la solución de que la litispendencia se produce con el
emplazamiento del o de los demandados, aunándose al mismo la producción de los efectos. Esta
solución ha sido criticada con buenas razones, pero es la legal. Las razones de la crítica son
teóricas y prácticas.
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Teóricamente no se comprende como un proceso, que empieza por la demanda, tenga que
esperar a producir sus efectos al emplazamiento del demandado, y prácticamente porque ello
puede originar graves consecuencias perjudiciales para el actor, como sería retrasar por causas
ajenas a su actividad, la interrupción de la prescripción; en efecto si el actor presenta su demanda
unos días antes de que venza el plazo de la prescripción extintiva, puede decirse que ha actuado
con la diligencia que podría exigírsele y que luego, el que el emplazamiento se produzca antes o
después del vencimiento del plazo de la prescripción, ya no es algo que dependa de él, pues
dependerá de la rapidez del órgano jurisdiccional y, con mayor razón, si se tiene en cuenta que
hoy en la capital las demandas ya no se presentan directamente en el Juzgado o Tribunal sino en
el Centro de Servicios Auxiliares de la Administración de Justicia.

Por esto en los últimos tiempos doctrinalmente se defienden dos variantes que no
conducen a efectos prácticos distintos. Unas veces se dice que la litispendencia se produce en el
momento de presentación de la demanda, pero siempre que ésta sea después admitida, y otra se
refiere al momento de admisión de la demanda, pero con efectos retroactivos al de la
presentación. A pesar de todo, debe tenerse en cuenta que en nuestro Ordenamiento la
litispendencia se sigue produciendo en el momento del emplazamiento, a diferencia de otros
Ordenamientos, como en el español, en que se produce en el momento de la presentación de la
demanda, si ésta luego es admitida a trámite.

B) Los efectos procesales

Los efectos que se derivan propiamente de la litispendencia son exclusivamente los


procesales, los enumerados en el art. 112, inciso 2.º, si bien en esta norma no están todos los
efectos que tienen esta naturaleza de procesales::

a) Dar prevención al juez que emplaza

Si e juez ante el que se ha presentado la demanda, y que ha realizado el emplazamiento,


es competente para conocer del asunto, el mismo ha asumido la competencia para conocer de
ese asunto sin que pueda el demandado ser emplazado ante juez distinto para conocer del mismo
asunto.

b) Sujetar a las partes a seguir el proceso ante el juez emplazante, si el demandado no


objeta la competencia

Ahora se parte de que el juez ante el que se ha presentado la demanda, y que ha


realizado el emplazamiento no es competente territorialmente, lo que permite al demandado
oponer la excepción de incompetencia territorial o someterse tácitamente, y en esta situación el
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juez asumirá la competencia y las partes quedarán sujetas a realizar el proceso ante él si el
demandado se somete tácitamente, es decir, si no objeta la competencia.

Nos estamos refiriendo sólo a la competencia territorial porque es la única que queda
dependiendo de la voluntad del demandado. Las competencias objetiva y funcional no son ni
disponibles ni prorrogables, por lo que no dependen de la voluntad del demandado. Estas clases
de competencia deben controlarse por el juez de oficio y en todo momento, debiendo recordarse
lo dicho en el Capítulo I y lo dispuesto en los arts. 6 del CPCYM y 121 de la LOJ.

c) Obligar a las partes a constituirse en el lugar del proceso

Advirtiendo que no estamos ante una verdadera obligación, sino ante una carga procesal,
este efecto ha de ponerse en relación con el art. 79 del mismo CPCYM, en el que se dispone que
las partes o litigantes han de señalar casa o lugar, para recibir las notificaciones, que estén
situados dentro del perímetro de la población en que está ubicado el tribunal. Las partes pueden
cambiar, a lo largo del proceso, la casa o lugar, pero mientras no lo hagan las notificaciones se le
harán siempre en el designado inicialmente.

d) Deber del juez de realizar el proceso

Desde el momento de la presentación de la demanda, con su admisión, surge para el


órgano jurisdiccional el deber de continuar el proceso hasta el final y de dictar la sentencia de
fondo (esto último condicionado a la concurrencia de los presupuestos procesales). El derecho de
acción no se refiere sólo a la incoación de la actividad jurisdiccional, sino a la realización completa
de la misma, con todas sus garantías, y a la decisión de fondo, pero es a partir de la litispendencia
cuando un órgano jurisdiccional concreto asume con plenitud el deber. Este efecto es una clara
manifestación de que la litispendencia no se debe entender producida con el emplazamiento, sino
que debió estarse a la admisión de la demanda con efecto retroactivo al de la presentación.

e) Asunción de las expectativas, cargas y obligaciones de las partes

Desde la litispendencia las partes quedan legalmente vinculadas a la existencia del


proceso. Todos los actos del procedimiento son consecuencia de la litispendencia y, realizados
los subsiguientes, irán apareciendo las expectativas y cargas; especialmente para el
demandado, efectuado el emplazamiento, surge la carga de comparecer (no la obligación) o
será declarado en rebeldía, etc.

f) Exclusión de otro proceso

La existencia de un proceso con la plenitud de sus efectos impide la existencia de otro


en el que se den las identidades propias de la cosa juzgada, esto es, subjetivas y objetivas.
Para que este efecto se produzca se concede a las partes la excepción previa de litispendencia
(art. 116, inciso 2.º).
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g) La perpetuatio iurisdictionis

La litispendencia produce la denominada perpetuatio iurisdictionis (a la que se refiere el art.


5 del CPCYM que, curiosamente, la sitúa en el momento de la presentación de la demanda, no en
el del emplazamiento), esto es, el juez competente en el momento de producirse la misma lo sigue
siendo a pesar de los cambios que a lo largo del proceso puedan producirse, y además conocerá
del asunto por el tipo procedimental establecido en aquel momento. Los cambios a que hacemos
referencia pueden ser de dos tipos:

1) Cambios en los hechos: A lo largo del proceso puede modificarse el hecho


determinante de la competencia territorial (el domicilio del demandado) o el hecho base
de la competencia objetiva por la cuantía (las acciones reclamadas bajan en la bolsa y
pierden la mayor parte de su valor), pero ello no va a alterar la competencia del órgano
que conocía del proceso en el momento de la litispendencia.

2) Cambios en la norma: Puede producirse también un cambio en la norma determinante


de la competencia y del procedimiento correspondiente (la cuantía mínima del juicio
ordinario se eleva) y ello tampoco debe suponer que lo que se inició como juicio
ordinario pase a tramitarse como un juicio oral. Con todo, en estos casos debe estarse
a lo dispuesto en la nueva ley, en sus normas transitorias .

h) La perpetuatio legitimationis

También se produce la perpetuatio legitimationis, en virtud de la cual quienes estaban


legitimados en el momento de la litispendencia mantienen esa legitimación, sin perjuicio de los
cambios que puedan producirse en el tiempo de duración del proceso. Con todo ya vimos en el
Capítulo II, al estudiar la sucesión procesal, que ello no puede llevarse a sus últimas
consecuencias en contra de la misma realidad, y que no sólo se admiten cambios de parte
derivados de hechos naturales (como la muerte de uno de los litigantes, art. 59), sino también de
actos jurídicos (la transmisión inter vivos de la cosa litigiosa, art. 60), aunque en este segundo
caso con requisitos distintos a los del primero.

i) La prohibición del cambio o ampliación de la demanda

El art. 110 dispone que podrá ampliarse o modificarse


la demanda antes de que haya sido contestada, lo que supone, en sentido contrario, que la
demanda no puede modificarse ni ampliarse desde que ha sido contestada. Este efecto, pues,
no se produce con el emplazamiento, sino con la contestación, y supone que:

1) Después de la contestación de la demanda no puede ampliarse objetivamente la


demanda, en el sentido de producir una acumulación objetiva de pretensiones contra
el mismo demandado.
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2) Igualmente después de la contestación de la demanda no cabe una ampliación


subjetiva, es decir, no puede producirse una acumulación objetivo-subjetiva, dirigiendo
la demanda también contra nuevos demandados

Esta prohibición debe estudiarse en el Capítulo de la pluralidad de objetos procesales o


acumulación, al que nos remitimos.

LOS LLAMADOS EFECTOS MATERIALES

Es tradicional en la doctrina procesal sostener que la


litispendencia produce también efectos materiales, esto es, los que se dice recaen en la
relación jurídica material deducida en el proceso, y en este sentido el art. 112 del CPCYM
distingue entre efectos materiales del emplazamiento y efectos procesales del mismo.

Esta concepción no parece ya correcta a la doctrina


más moderna, la cual está poniendo de manifiesto que los efectos de la litispendencia son sólo
y exclusivamente procesales. Los llamados efectos materiales no se derivan todos de la mera
litispendencia sino que debe distinguirse:

a) Efectos de la litispendencia:

1) La interrupción de la prescripción extintiva

El art. 1506 del Código Civil dice que la prescripción se interrumpe por demanda judicial
debidamente notificada (o por cualquier providencia precautoria), salvo si el acreedor desistiere de
la acción intentada o el demandado fuere absuelto de la demanda, o el acto judicial se declare
nulo.

La interrupción de la prescripción no guarda relación directa con el éxito final de la


demanda, a pesar del tenor literal del artículo. Es perfectamente posible que el juez dicte una
sentencia meramente procesal, sin entrar en el fondo, con lo que no ha estimado la pretensión y
sin embargo la prescripción se ha interrumpido. En los casos en que la pretensión es
desestimada, es decir, cuando el demandado ha sido absuelto, lo que ocurre es que el juez
determina que no existía el derecho base de la “acción” y, por lo tanto, ésta no podía interrumpirse
en su prescripción (lo que no existe no puede extinguirse por prescripción).

2.º) La interrupción de la prescripción adquisitiva o usucapión

El art. 653 del Código Civil viene a reiterar lo dicho antes para la prescripción extintiva.

3.º) La deuda solidaria sólo puede pagarse al acreedor demandante

Según el art. 1355 del Código Civil si el deudor ha sido demandado por uno de los
acreedores solidarios, el pago de la deuda sólo puede hacerse a éste (aunque con notificación a
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los demás interesados), de modo que la deuda ya no puede pagarse a cualquiera de los
acreedores. Este efecto se produce simplemente con el emplazamiento y sin atender a nada más.

b) Efectos de la estimación de la pretensión

Existe otros efectos que se derivan, no tanto de la litispendencia, cuanto de la estimación


de la pretensión, aunque con retroacción a aquélla; dicho de otra manera, desde el punto de vista
de la sentencia los efectos se producen ex tunc (desde antes). Estos son:

1.º) La constitución en mora del deudor

Según el art. 1430 del Código Civil la notificación de la demanda equivale al requerimiento,
en virtud del cual se constituye en mora al deudor, aunque puede advertirse fácilmente que este
efecto se producirá realmente si llega a dictarse sentencia que condene al deudor, pues si éste es
absuelto no hay tal constitución de mora.

2.º) La obligación de pagar intereses legales aun cuando no se hubiesen pactado

El art. 1435 del Código Civil dispone que si la obligación consiste en el pago de una suma
de dinero y el deudor incurre en mora, la indemnización de los daños y perjuicios, no habiendo
pacto en contrario, consistirá en el pago de los intereses convenidos y, a falta de convenio, en el
interés legal hasta el efectivo pago, y lo que el art. 112, inciso 1.º, d) añade es que la notificación
de la demanda hace nacer la obligación del pago de esos intereses legales, pero, adviértase bien,
sólo en el caso de que la sentencia que se dicte en el proceso sea condenatoria para el
demandado, pues si al demandado se le absuelve, al no existir la obligación principal, tampoco
existirá la de los intereses legales. Los intereses no cacen, por tanto, de la notificación de la
demanda, sino de la sentencia de condena, aunque con efecto desde la dicha notificación.

3.º) La restitución de frutos por el poseedor de mala fe

Según el art. 624 del Código Civil el poseedor de buena fe de una cosa hace suyos los
frutos percibidos, mientras su buena fe no sea interrumpida, y esa interrupción se produce
precisamente, añade al art. 112, inciso 1.º, b) con la notificación de la demanda. Naturalmente en
este caso ocurre también que la pérdida de los frutos se producirá sólo si la demanda es
estimada, condenándose al demandado, pues si la demanda es desestimada, absolviéndose al
demandado, no se producirá la pérdida de los frutos.

4.º) Hace anulable la disposición de la cosa objeto del proceso

El inciso 1.º, e) del art. 112 del CPCYM dice que la notificación de la demanda hace
anulables la enajenación y gravámenes constituidos sobre la cosa objeto del proceso, aunque
tratándose de bienes inmuebles ese efecto se producirá si se hubiese anotado la demanda en el
Registro de la Propiedad. Para este efecto debe tenerse en cuenta:
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1) El mismo no se deriva de la notificación de la demanda, sino de la anotación de la


misma en el Registro de la Propiedad, como se desprende claramente de los arts. 526
del CPCYM y 1149 del Código Civil.

2) Puede comprender también a los bienes muebles cuando existan organizados los
registros respectivos, con lo que el art. 526 del CPCYM se remite a lo dispuesto en el
art. 1214 del Código Civil.

También en este caso está claro que el efecto de la anulabilidad viene unido a la
estimación de la demanda en la sentencia, con la condena del demandado, pues si el demando
es absuelto, es decir, si se declara que el bien es de su propiedad, no puede producirse la
anulabilidad de los actos de disposición que ha ya realizado.

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