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Autoaprendizaje de la música popular en la parroquia Santa Ana del

cantón Cuenca

La parroquia Santa Ana del cantón Cuenca en la provincia del Azuay-Ecuador, se ubica
a unos 15 Km de la ciudad de cuenca, consta de unos 5500 a 6000 habitantes
aproximadamente y en su mayoría se considera una población mestiza.

Su población se dedica a la agricultura, ganadería y son obreros de oficios, tales como:


jardinería, construcción, empleados de fábricas. Esto lo desarrollan en la cabecera
cantonal. También existen, en menor medida, profesionales con titulaciones académicas
de tercer y cuarto nivel.

La parroquia Santa Ana tiene 96 años de haberse constituido formalmente (1907),


mantiene costumbres y tradiciones que poco a poco se han ido transformando o
perdiendo debido a factores como: la migración y la falta de oportunidades laborales que
pueden encontrar en el sector.

Una de las actividades que parece estar en estado pasivo, es la ejecución de


instrumentos y la música. Sin embargo, existen personas que, si bien no se dedican
exclusivamente a la actividad musical, mantienen la ejecución, elaboración de
instrumentos musicales, los cuales están ligados a las actividades religiosas y festivas
de la zona.

Las entrevistas realizadas a los músicos populares de la parroquia, fueron realizadas


entre julio y noviembre de 2016. Rodrigo Álvarez (Centro Parroquial), Miguel Parra
(Centro Parroquial), José Matute (Centro Parroquial), Segundo Coraizaca (Sigsigcocha),
Víctor Domínguez (Barzalitos Bajo), Alberto Domínguez. (Santanence que vive en
Cuenca), Espíritu Gañan (Santa Bárbara), William Zhumi (Santanence que vive en
Cuenca), Familia Pesantez (Barrio La Raya), Velizario Morocho (Santanence que vive
en El Valle) Víctor Astudillo (Ñariviña), son las personas que participaron, desde sus
barrios y comunidades del registro sonoro para este proyecto.

Existe una gran variedad de instrumentos ejecutados: Bandoneón (concertina),


Bandolina, rondador, acordeón, Guiro, Bombo, Pijuano (pingullo), flautas, bocina, kipa,
guitarra.

La música se entiende como un hecho cotidiano que no está aislado de otras actividades:
“se conocía la persona que estaba pasando por el frente de la casa, por la melodía que
tocaba en el pijuano” (José Naula). La ejecución del instrumento es “original”, es decir,
cada persona tiene una forma particular de ejecutarlo. Se aprendía de forma autodidacta
y en varias ocasiones construían sus propios instrumentos.

La necesidad de aprender música viene ligada a la curiosidad y la motivación o “Afición”


que los interesados ponían a dicha actividad, “Andaba con un señor que tocaba y me
aficioné” (Miguel Parra), “Desde niño cantaba en la escuela yo daba la voz para cantar”
(Rodrigo Ávarez). De esta forma los músicos buscaron la manera de aprender:
Observando, involucrándose en las actividades que se relacionaban con la música,
además de buscar la forma en cómo económicamente podían solventar la compra del
instrumento que les interesaba.

La música y la religiosidad están totalmente vinculados, los “pendoneros” contratan o


invitan a músicos para que acompañen en la procesión o en la entrega de las ofrendas.
Esta actividad ha sido una fuente de ingresos económicos para los músicos o una forma
de como relacionarse con su comunidad, además de mantenerlos activos en la ejecución
de su instrumento. La misa, procesiones, permiten espacios de difusión musical. En este
sentido, la música se preserva en la memoria, la mecánica del cuerpo no permite la
ejecución óptima del instrumento cuando no se lo practica, es decir, los rituales permiten
mantener la música que, con la modernidad, cada vez en mayor medida esta condenada
al olvido tras las migraciones y las nuevas tecnologías de comunicación.

La actividad sonoro-musical-cultural puede tener una remuneración económica: primero


porque dicha actividad se la considera esencial para realizar las actividades culturales,
segundo porque la competencia (referida a la cantidad de personas que se dedican a
dicha actividad es limitada) permite que los músicos sean considerados como parte
esencial de dicha actividad; además que los jóvenes no quieran continuar con la
ejecución de los instrumentos, reacción promovida por la influencia de los medios de
comunicación y la modernidad como ejemplo de éxito de vida. Los sonidos de la
modernidad invaden por todos los lados a la comunidad, en los actos sociales, la misa,
etc. Las personas que mantienen vivas las tradiciones son en su mayoría adultos
mayores, además de ser los únicos que participan de las antiguas tradiciones sonoras.
Las herencias musicales y sonoras no se transmiten de padre a hijo o de abuelo a nieto,
no existe el interés, por parte de los descendientes, de aprender el oficio.

El pueblo en sí mismo genera una sonoridad propia cuando se encuentra en colectivo.


La misa campal se encuentra plagadas de esta sonoridad. Los mariachis, un símbolo de
la globalización, se encuentran presentes entonando las canciones que acompañan la
celebración. La escaramuza empieza con la procesión de la virgen Santa Ana (madre
de María Virgen) y el acompañamiento de dos bandas de pueblo que entonaban la
melodía “a tu amor nos acogemos….” En forma de responsoriales, es decir toca una vez
la banda que se encuentra cerca de la imagen y otra la banda que acompaña desde el
final de los que caminan. Los caballos acompañan en gran número el final de la
procesión. La sonoridad de la plaza que se ha construyo en el sector de “El Salado” se
llena del sonido de los caballos y la banda de pueblo entona, para comenzar el acto, el
himno nacional de ahí en adelanta, más de 3 horas aprox. de música ininterrumpida,
interpretada por la banda invitada acompañan las figuras de las escaramuzas.

Por otro lado, la percepción de cómo debería ser la ejecución de los instrumentos y la
música, está ligada a la de los músicos clásicos de tradición europea, pese a esto
siempre se recalca que tocan los instrumentos de oído sin saber absolutamente nada
notación o lectura musical. Al preguntar cómo aprendieron la ejecución de su
instrumento, las respuestas más comunes son: Solo, por interés propio, viendo como
tocan otras personas. La presencia de lo que se aprende y aprehende esta de primera
mano, el sentido de apropiación de la sonoridad y la capacidad de ejecución de un
instrumento, pensando que no se es “músico” sino un “aficionado”, teniendo la certeza
de que se puede realizar esta actividad sin prejuicio de lo anteriormente dicho, devela
una forma cultural de entender el fenómeno sonoro-musical, es decir, toco lo que es
culturalmente correcto. La curiosidad mueve al individuo que, motivado por la necesidad
creativa, encuentra la forma de aprender, nadie me enseña, yo compro el instrumento
que quiero aprender y lo aprendo por mis propios medios. La música y su aprendizaje
son entendidos como un juego, algo que pertenece al individuo y a la comunidad, un
hecho vinculado completamente a la celebración, religiosidad y a la convivencia diaria,
además de ser un acto de entretenimiento y de relación social especialmente en las
relaciones de juventud de los adultos mayores.

La autoeducación es una constante en el aspecto musical de la comunidad, ya sea por


herencia cultural o por necesidad económica, se busca el ideal del músico instruido y se
compara directamente con el mismo. Se quiere interpretar los ritmos más complejos o
las melodías más conocidas para cada instrumento, para demostrar la capacidad de
ejecución que se posee. En este sentido, es una herencia colonial, la modernidad nos ha
enseñado la especialización de las habilidades, necesito estudiar para poder
considerarme un músico. Ejecuto, toco un instrumento que posee una complejidad, sin
embargo, no soy músico porque no he estudiado y no sé cómo se forman las escalas.
Herencia de la superposición de culturas.

La creatividad y la necesidad de crear cosas se mantiene como un hecho identificable


en los constructores de instrumentos. La confección de un instrumento sin previa
educación en el oficio es un reto de escalas monumentales, no radica en la copia, se
proyecta desde la curiosidad, la habilidad y la resolución de problemas técnicos. El
acordeón en la comunidad, símbolo de ecuatorianidad, de apropiación de sonoridades,
de dominio de habilidades superiores, posee un constructor (David Matute). Mismo que
por iniciativa propia se dedico a la fabricación de dicho instrumento, además de elaborar
bandoneones (concertinas). David Matute menciona que, realizo su primer acordeón
basado en uno que había comprado, lo desarmó y pudo replicar sus piezas. En particular,
esto es una forma, en conjunto con la autoeducación musical, de apropiarse tanto de la
sonoridad como de los instrumentos/objetos que las producen. Materias primas y
herramientas fueron desarrolladas por el constructor. Dato curioso es como se
interpretan los ritmos ecuatorianos en este instrumento, complejo de ejecutar, por
personas que no recibieron educación musical formal y que poseen un criterio propio de
cómo debe sonar un ritmo o una canción en específico. Ellos lo mencionan como “estilo
propio”. Otra forma de adquirir los instrumentos fue en la plaza de San Francisco en la
ciudad de Cuenca. Pijuanos, rondadores entre otros se vendían en este sector.

Por otro lado, existen instrumentos e instrumentistas que se dedican a tocar instrumentos
de soplo (flautas, pijuanos, pingullos, rondadores). Estos aparecen en momentos
específicos del año, por ejemplo, los pijuanos o pingullos son ejecutados desde el 25 de
diciembre hasta el carnaval y los mismos deben tener ciertas características físicas, por
ejemplo: La DUDA (tipo de caña con la que se elaboran estos instrumentos), al momento
de su ejecución no tiene que estar seca. Se moja al instrumento, por lo general con
aguardiente, para que adquiera una mejor sonoridad y se acople mejor a la “dentadura”
del instrumentista. Cada instrumento tiene su función y sus melodías propias, hay cosas
que se ejecutan en el pijuano que no se las puede ejecutar en la flauta, esto más allá de
la capacidad técnica de cada instrumento, cada uno de estos tiene una función. La flauta
en la contradanza y el pijuano en el carnaval. La quipa para el llamado a la comunidad
para congregarse.

Por lo anteriormente dicho sostenemos que el oído prevalece en el tiempo. Las melodías
prevalecen a la distancia temporal y reflejan una identidad de la que se formaba parte.
La herencia sonora es algo que no se pierde con el tiempo, siempre quedan restos de
como sonaba o como suena o como debería sonar tal o cual momento o canción, la
memoria nos remonta a imágenes sonoras primigenias.

Por otro lado, es difícil encontrar interesados en continuar con las tradiciones, nos
preguntamos ¿el sonido se extingue con los últimos ejecutantes de los instrumentos
tradicionales? ¿es posible generar procesos de autoaprendizaje para promover la
ejecución de instrumentos tradicionales? Los valores culturales se modifican a través del
tiempo, sin embargo, la memoria histórica, relacionada con las actividades culturales más
comunes de la sociedad, perdura. Esta memoria cultural es una de las formas en que
podemos mantener o traer a la luz lo más profundo de los valores sociales y culturales
de una sociedad. Creemos pertinente hacer este ejercicio de memoria cultural a través
de políticas públicas, en donde la institución y la comunidad trabajan de forma coordinada
para el registro, la creación y difusión de las prácticas culturales.

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