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LA VEJEZ EN LA HISTORIA
Como se expuso anteriormente, el proceso de envejecimiento no es igual
para todos los seres humanos, ni tampoco lo es en todas las épocas históricas.
Si se revisan las alusiones a la vejez a través de la historia de la
humanidad, se hallan por doquier concepciones antagónicas. La balanza
positiva parece inclinarse en algunos contextos y períodos históricos, y la
negativa en otros. (Parales, Dulcey‐Ruiz, 2002)
En las sociedades primitivas, el anciano ocupaba un lugar primordial, ya
que se lo vinculaba a la sabiduría, eran el archivo histórico de la comunidad. Su
longevidad era motivo de orgullo para el clan, eran ellos los depositarios del
saber, la memoria que los contactaba con los antepasados. En aquellas épocas,
alcanzar edades avanzadas significaba un privilegio, un hecho que no podía
lograrse sin la ayuda de los dioses, por tanto, la longevidad equivalía a una
recompensa divina dispensada a los justos.
En la Antigua Grecia, la percepción fue distinta, puesto que la vejez fue
vista como algo indeseable. La mitología griega versaba sobre la belleza, la
fuerza y la juventud; para ellos la vejez y la muerte eran los “males de la vida”.
Cuna de la civilización occidental, nos dio en herencia nuestra concepción del
mundo.
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En el mundo de los hebreos, los ancianos ocuparon un lugar bastante
importante. Estaban investidos de una misión sagrada, portadores de un
espíritu divino. Asimismo se les asignaban poderes políticos significativos.
Durante el Imperio Romano a la vejez se le dedicó mucha atención y se
plantearon sus problemas desde casi todos los aspectos: políticos, sociales,
demográficos y médicos.
El anciano era el jefe absoluto, ejercía derechos sobre todos los miembros
de la familia, con una autoridad sin límites. Se confiaba en él para dirigir los
aspectos políticos. Pero ésta concentración del poder no tardó en establecer una
relación intergeneracional tan asimétrica que generó conflictos y concluyó en
verdadero odio a los viejos. Al perder el poder familiar y político y luego de
haber concentrado la riqueza y la autoridad, los ancianos cayeron en el
desprecio.
En la Edad Media, en el cristianismo, la representación de la vejez toma
otro sentido. La madurez y la vejez se representaban en la comprensión, así
como en los actos amorosos a partir de la doctrina cristiana. El cristianismo
planteaba que en la medida que las personas crecían bajo los principios y actos
de Cristo se volvían adultos, lograban la madurez y la dignidad. (Ramos y
Cols., 2008)
En el Renacimiento, la sofocante presencia de la religión durante la edad
media hace crisis. Así, descubrieron el mundo de los griegos antiguos,
cultivadores de la belleza, juventud y perfección.
Luego, el pensamiento científico que caracterizó a los siglos XVI y XVII
introdujo una nueva forma de razonamiento. A través de la investigación y
estudio en los campos de la fisiología, la anatomía, la patología, etc. Se
descubrieron las causas de la vejez.
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Llegada la modernidad, la vejez será vista como una amenaza al orden
racional y no como una recuperación de la existencia y el conocimiento.
Así, en este periodo, la vejez prácticamente desaparece y la sociedad
comienza a organizarse alrededor de los jóvenes, con el auge del capitalismo. El
papel de los viejos queda relegado al confinamiento en el hogar o la familia. En
Occidente, principalmente, los viejos quedan relegados al hospicio o depender
de alguno de los hijos, con muy pocas oportunidades de desarrollo personal.
(Ramos y Cols., 2009)
Ya en el siglo XX los estudios sobre la vejez tomaron un mayor interés,
sobre todo con la aparición de la Gerontología y con el interés de la Psicología
del Desarrollo en el estudio del ciclo vital. Los primeros trabajos conceptuales
muestran un interés importante por conceptualizar a la vejez desde una visión
de la ciencia con un claro enfoque positivista y enfatizando los aspectos
biológicos del envejecimiento. (Ramos y Cols., 2009)
A fines del siglo XX, se produjo un proceso de estratificación social la
edad pasó a ser un mecanismo para determinar el acceso a ciertas posiciones.
“Los siglos XX y XXI han heredado algunos estereotipos de los siglos
anteriores; la sociedad no ha cambiado substancialmente su visión del
anciano, quien aun sigue siendo tratado como “sujeto de cuidados” y
marginado aunque de un modo más sutil.” (Amico, 2009)
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LA VEJEZ EN LA POSTMODERNIDAD
La cultura posmodernista impone la lógica de consumo, que apunta a los
jóvenes dinámicos triunfadores, al éxito económico, a la perfección de acuerdo a
modelos de salud y belleza dominantes, a la urgencia de vivir rápido como si
no hubiera futuro y exaltando los sentidos como única posibilidad de placer.
Hay un desprecio por la experiencia pasada y un desinterés transformado en
exclusión hacia las minorías de poder.
En nuestra sociedad, donde se valora a los seres humanos por su
vinculación con la capacidad de producir o de acumular riqueza material, el
paradigma vigente resulta ser el de la juventud, sana, fuerte y productiva. En
sentido inverso, se ha cargado de signos negativos a la ancianidad,
asociándola a la enfermedad, la incapacidad y la improductividad. (Amico,
2009)
Al movernos con un paradigma social y estético corporal de la juventud,
toda marca corporal producto del paso del tiempo es valorada negativamente.
Así, el mercado es el encargado de explotar estos estereotipos, ya que hay que
esconder las arrugas, tapar las canas, hacerse liftings para alcanzar la “eterna
juventud”, ya que, sin la cual, las personas tienden a ser relegadas. El cuerpo
del sujeto se convierte en mercancía y queda sometido así a la lógica del
mercado. (De los Reyes, 2002; Amico, 2009; Ruiz y Cols., 2008)
En cuanto a la infraestructura urbana, las viviendas son cada vez más
reducidas, admiten solo a la familia nuclear y no hay cabida para los abuelos.
Además, la dinámica laboral en la que se ven inmersas las personas es tan
absorbente que no hay tiempo para cuidar a los hijos, y mucho menos, a los
padres.