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Adolescencia y juventud son dos términos a través de los cuales las

sociedades han intentado ordenar segmentos poblacionales partiendo de la


edad. Estas categorías no se pueden definir con base en criterios etarios.
Para facilitar la respuesta muchos estudios prefirieron no entrar en polémicas
y optaron por definir las edades con base en límites definidos por la edad. Se
trataba de estudios demográficos que trabajaban con datos censales.
Términos como adolescencia y juventud definen “grupos de edad”, no se los
puede demarcar con la exactitud que suponen los criterios de edad, puesto
que sus límites son variables, como todo límite de edad, y sus fronteras son
sociales antes que meramente etáreas, es decir que están socialmente
construidos y varían histórica, geográfica y culturalmente.
La definición de estos ha cambiado con el tiempo, pues no siempre
existieron.
Supongamos una sociedad en la que la media de vida es de 30 años, los
riesgos de enfermedad son altos y es un contexto de guerras; la población
tendría períodos de vida sumamente cortos y esto no permitiría la
diferenciación de roles por grupo de edad.
Pensemos: si la juventud es ese período a través del cual se vive un tiempo
intermedio que va desde el abandono de la infancia hasta el paso definitivo
que supone comenzar a formar parte del mundo de los adultos, entonces, no
hay juventud, o al menos no es la misma en todas las sociedades.
Como lo prueba la antropología, con un rito de pasaje, los miembros de estas
sociedades (cuales?) pasan casi sin transición de la infancia a la adultez. Es
decir que la madurez corporal es suficiente como condición para entrar en el
mundo adulto, condición legitimada por un rito.
En sociedades modernas las curvas demográficas tienden a extenderse cada
vez más, las diferenciaciones sociales se multiplican. Hay una variedad
creciente de grupos de edad, de los cuales muchos no tienen una entidad
social y otros nuevos van instituyendo agencias sociales en las que se
reconoce a sus miembros.
En este contexto, adolescencia y juventud son categorías construidas social e
históricamente y articulan un “material” escaso, la temporalidad hecha
cuerpo, su duración en términos de una cultura. Las diferencias entre
adolescencia y juventud responderán al tipo de cultura.
Una perspectiva relativamente aceptada es que adolescentes y jóvenes
serán todos aquellos que una determinada sociedad considere como tales.
Por lo tanto, la investigación consiste en definir cómo una sociedad construye
sus categorías. De este modo, para aclarar de qué se habla cuando se habla
de jóvenes, en la medida en que se trata de una transición, primero hay que
detenerse en las características que definen a un adulto normal, el final de la
transición, para ver luego qué es lo que conduce hasta él.
Un adulto se define como aquel que ha establecido su vida al margen de su
familia, que se auto sustenta, etc...
Juventud es el período de mora en el que cierto segmento de la población
llegado a la madurez sexual, a su plena capacidad biológica para
reproducirse, no termina de consumarse como adulto, y se encuentra en la
espera de adquirir los atributos que lo identifiquen como tal (moratoria social).
Si hacemos una comparación con aquello que la tradición antropológica ha
llamado “sociedades primitivas” se puede advertir que distintas clases
sociales tendrán distintos tipos de maduración social, más o menos acelerada
según las presiones materiales a que estén expuestas, y, por ende, de
extensión de ese período intermedio llamado juventud.
Esto nos lleva a un punto de suma importancia: no todos los individuos de la
edad de ser jóvenes se encuentran en la misma situación. En su desigual
distribución hace que haya clases con jóvenes y clases que no los tienen o
invisibiliza.

En los términos impuestos por nuestra cultura, la adolescencia es un período


previo a la juventud. Se manifiesta como un período de crisis en el que se
abandonan maneras habituales de situarse en el mundo de las edades y se
asumen nuevas posiciones de rol junto con una corporalidad en desarrollo.
Erikson dice que es un abandono o pérdida del cuerpo y lugar del niño, y una
búsqueda de la identidad en el mundo adulto. Al igual que en el caso de la
juventud, no todas las culturas ni las épocas históricas reconocen este
problema de la transición y de la búsqueda: hay sociedades que con ritos de
pasaje precisos definen la transformación del niño en adulto.
En sociedades como las nuestras, la crisis se manifiesta en el
cuestionamiento que el adolescente hace del sistema de referencias que
constituyen a identidad que ha heredado de la familia.
La familia funciona como la primera matriz de sentido en la que se elabora
una representación del sí mismo y del mundo social. La adolescencia
comienza en lo corporal con la madurez sexual y en lo psicosexual con el
cuestionamiento de esta herencia recibida. La adolescencia supone el primer
paso en la construcción autónoma de esa nueva historia que construirá la
nueva identidad.
El conflicto generacional puede ser entendido como la discusión de la
herencia familiar y la progresiva decisión del sujeto en la elección de sus
grupos de pertenencia. La adolescencia coincide con la salida desde la
familia hacia los grupos pares, hacia la relación autónoma con otras
instituciones, etc.
Hay quienes identifican este modelo como el púber indócil, maníaco-
depresivo, que busca diferenciarse dramáticamente en estas actitudes la
brecha generacional, conflictiva en la que se moviliza un crecimiento adulto
“normal”. Según estas descripciones, hoy las cosas habrían cambiado. El
adolescente actual no tendría a qué oponerse, en la medida en que no habría
ideologías fuertes. Esto generaría una confusión entre los mundos juvenil y
adulto; la etapa adolescente se va convirtiendo en un estado. Otro estímulo
social presente es la extensión de la estética adolescente.
La adolescencia se va convirtiendo en un modelo social a imitar, que se
extiende cada vez más por la acción del mercado, los medios masivos y la
publicidad, que difunden como generalizable las características de su
imagen. Una prueba adicional de ello podría ser que la vejez se va
convirtiendo en algo vergonzoso.
Por otro lado, el conflicto generacional, que antes se daba por el deseo que
los adolescentes expresaban de ser adultos, se invierte.
Si se reduce la adolescencia sólo a la imagen, se corre el riesgo de confundir
un modelo de adolescencia (de una clase) con toda la adolescencia, o
negárselo a amplios sectores (los populares).
Hay modelos dominantes de ser joven o adolescente, que tienen por detrás
estrategias sociales de dominación, que luchan por establecer su modelo,
que funciona como una herramienta de dominación a su vez.
No se trata de negar la importancia de la estética, se trata de recuperar esa
base “material” de la edad, pero procesándola culturalmente: tener una edad
y no otra supone pertenecer a una generación y no a otra, supone haber sido
socializado en un momento histórico determinado.
La juventud, entonces, es un posicionamiento objetivo en el conjunto de las
distintas generaciones que luego toma características de clase específicas,
pero que comparte la definición de situarse en uno y sólo en un momento de
la historia. Singular e intransferible.
Ser joven es una forma de experiencia histórica atravesada por la clase y el
género, pero que no depende exclusivamente de ellos. Es una condición que
se articula social y culturalmente en función de la edad, con la generación a
la que pertenece, con la clase social de origen y con el género.

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