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- EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL
1. INTRODUCCION
La teoría crítica. Junto a autores como Max Horkheimer, Adorno o Jürgen Habermars, el
grupo de Francfort pretendía ofrecer una clarificación racional(teoría) sobre la estructura
de la sociedad industrializada y las consecuencias que ha traído para la vida humana y la
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cultura, resultado todo ello del concepto de razón vigente(razón técnico-instrumental).
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acorde con la vida humana.
toda estructura teórica que no esté verificada empíricamente (ciencia) o que no sea puro
análisis lógico (filosofía, según esta paradigma). Marcuse lo critica por ser “negación de
los elementos trascendentes de la razón…”, necesarios para la teoría social, y por
representar la” réplica académica de la conducta socialmente requerida”.
Heidegger. Representa esa razón tradicional a la que se oponía la teoría crítica que
busca los primeros principios transhistóricos, y se opone a la praxis de la teoría crítica: “La
filosofía no puede aportar jamás de una manera inmediata las fuerzas o crear las formas
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de los instintos como mecanismo inevitable de psique y geanalógico de la moral y de la
religión. Sin embargo, para Marcuse la represión no es inevitable sino un elemento
histórico concreto, un instrumento de la sociedad cerrada que crea deseos no-naturales,
agresivos, que hacen perpetuar las estructuras económicas empujando al consumismo,
las estructuras jerárquicas en todo nivel, y negando la conciencia de clase y la voluntad
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de cambio.
2. EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL
LA SOCIEDAD UNIDIMENSIONAL
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Marcuse nos presenta la sociedad industrializa como una sociedad cerrada, un universo
dónde no caben alternativas de vida, donde los intereses en oposición han sido anulados.
La razón técnico-instrumental es causa y esencia de este control de las fuerzas sociales:
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el aparato tecnológico se muestra capaz de conseguir los logros del progreso y las
nuevas formas de vida que promueve se convierten en formas de adoctrinamiento. Las
condiciones adoptadas para el funcionamiento del aparato constituyen el debilitamiento de
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servirlo y extenderlo. En esta sociedad, el aparato productivo tiende a hacerse totalitario
en el grado en que determina, no sólo las ocupaciones, aptitudes y actitudes socialmente
necesarias, sino también las necesidades y aspiraciones individuales"(Marcuse, 1954:25-
26). El dispositivo de control y coordinación no puede ser separado de la forma cómo se
emplea, no existe neutralidad de la tecnología. La intromisión del recurso técnico en todos
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los aspectos sociales se justifica en vista de su instrumentalidad, en el sentido de
"productividad" y "crecimiento potencial". Se publicita una necesidad del aparato
tecnológico relacionándolo con el progreso y la libertad democrática. Esta función
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ideológica hace del accionar técnico un accionar político, en tanto se vuelve justificador de
un orden que no puede modificarse: "El impacto del progreso convierte a la Razón en
sumisión a los hechos de la vida y a la capacidad dinámica de producir más y mayores
hechos de la misma especie de vida. La eficacia del sistema impide que los individuos
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Las necesidades que el aparato satisface son artificiales, creadas por la razón técnico-
instrumental: las libertades conquistadas y las necesidades demandadas se convierten en
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emancipación. No hay dimensiones, niveles, vivimos en una Cultura de elementos
mercantilizados. Se crea una conciencia feliz falsa pero efectiva a la hora de negar el
cambio: no hay conciencia de clase, cómo la va a haber si el médico, el empresario y el
trabajador tiene las mismas aficiones, comen en el mismo autoservicio, etc…; se
transforman las actitudes alternativas, el beatnick, el bohemio, el hippie, se convierten en
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piezas de la sociedad, son alternativas de vida ya no incompatibles con el sistema ya que
se crean en él y se prepara a los individuos para pensar su presencia como dentro de la
sociedad; todo desafío, toda reacción contra la vida y el mundo, se dirigen hacia el
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progreso personal, hacia la “carrera” del individuo, el cumplimiento del “sueño americano”
se convierte en la vía, dentro del y favorable al sistema, de satisfacción diferida de las
necesidades de emancipación.
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La conciencia de los individuos de la sociedad del bienestar es feliz, satisfecha, cree que
todo está bien y le agrada ver que el Estado satisface sus necesidades. Vive en
conformismo, sin remordimientos. Hay guerras en la periferia, donde se mata y se tortura,
pero en la metrópoli todo es felicidad. Las sociedades opulentas absorben toda
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Marcuse acude a la conciencia heredada de los pensadores clásicos, vistos según Hegel,
para caracterizar el pensamiento negativo, de la protesta y la revolución. Los clásicos
vivían en un mundo “bidimensional”, donde con los ideales podían oponerse a la realidad,
y no considerarla sin más racional. Frente a “lo que es”, ya dado, surgía un deber, que
empeñaba en una contradicción: “tú debes llegar a ser lo que eres, y para eso debes
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destruir lo que ahora eres”. Esta fuerza de la negación contradictoria, con verdadero
espíritu revolucionario, se ha perdido totalmente en la sociedad del bienestar. Por eso en
ella domina la lógica abstracta, formal, cuando en realidad hay que acudir a una lógica
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dialéctica, capaz de cambiar lo establecido. La lógica de la protesta ha sido derrotada por
los factores dominadores de la sociedad cerrada unidimensional. La lógica formal, sin
contenido, es la que reina. El pensamiento positivo es la expresión de esta sociedad y del
dominio tecnológico. El dominio de este pensamiento es la expresión académica y
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reino del a priori tecnológico. Es falso pensar que la técnica es “neutral”. La tecnificación a
ultranza ha acabado por reducir todo a algo neutral, y así a “neutralizar” los valores, y eso
es ideológico, aunque se mantiene escondido. El pensamiento científico es necesario
para el desarrollo tecnológico y la filosofía que demarque a la ciencia como único
conocimiento se convierte el pensamiento establecido por los valores que porta. El
ausentar a los valores del pensamiento filosófico-científico esconde los valores que
sostiene la sociedad unidimensional. Una aliada de la filosofía cientificista y tecnologista
fue la filosofía analítica anglosajona, heredera del positivismo lógico. El análisis
lingüístico, destinado a “curar de las confusiones filosóficas”, debidas a la lengua, así
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ellos estudian son absolutamente banales. Los grandes conceptos universales, como yo,
conciencia, libertad, espíritu, se reducen a operaciones técnicas. Los viejos mitos
(ejemplo: magias, brujerías) hoy se usan banalizados, como medio de publicidad, de
propaganda. La sociedad del bienestar usa la estadística siempre manipulada. Las
encuestas, las entrevistas, etc. banalizan lo profundo, para adaptarlos a los clichés de la
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TV, la prensa, etc. Hoy hablamos del amor, por ejemplo, utilizando fraseologías hechas,
propias de películas de gángsteres y de la publicidad. Los filósofos analíticos, en vez de
hacer un análisis a fondo de este lenguaje estereotipado y falso, se contentan con
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estudiar frases como “me rasco”, etc., pero ante la proposición “esto es injusto”, dirán que
el concepto de justicia es poco claro. Estamos, en definitiva, ante un lenguaje establecido
propio de un universo totalitario, y los analíticos del lenguaje no sólo no ayudaron a
desentrañarlo, para que se descubriera su intrínseca hipocresía, sino que han adormecido
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a las conciencias con sus análisis triviales, puramente técnicos. Los filósofos analíticos
estudian realidades mutiladas y caen en controversias meramente académicas. Han
anestesiado el valor del lenguaje ordinario. Una verdadera filosofía debería ser negativa
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criticarlo (por ej., viajo en un espléndido coche, pero dependo de una empresa que me lo
ha elegido). Hoy, más que nunca, tenemos que fomentar las contradicciones.
Necesitamos una nueva tecnología, que no será un refinamiento de la actual, sino que
surgirá tras la catástrofe de la actual tecnología establecida. La nueva tecnología debería
equilibrar más las necesidades con la libertad humana. Habría que conseguir poner
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causas finales al trabajo, trabajar sólo en función de las reales necesidades, y que esta
tecnología sirviera a todos y no sólo a algunos. El hombre en el futuro debería reducir su
poder de control, por ejemplo dominando a la naturaleza no de un modo represivo.
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Necesitamos una “razón no tecnológica”, que sería el “órgano del buen vivir”. Habría que
adoptar ante la naturaleza una actitud más estética y menos utilitaria. Las nuevas
tecnologías deberían dar libre juego a las facultades humanas. Se trataría de “redefinir”
las necesidades (por ejemplo, si cesara la publicidad, la gente pensaría más por su
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cuenta). Además cree que hace falta reducir drásticamente la población futura, pues no se
puede vivir bien en una sociedad de masa, en la que no hay espacio para meditar y
aislarse. que la imaginación humana hoy está esclavizada por la técnica y la propaganda,
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y así está como mutilada por nuestra actual “sociedad de imágenes”. En una especie de
llamada genérica a la revolución, pide que la gente se rebele, que niegue, que critique, sin
importar que no se sepa hacia dónde vamos. Hoy nos dominan los administradores, y la
única solución es el rechazo total. Los canales democráticos no sirven, porque no son
auténticos. Los desgraciados, los pobres, los marginados, los parias, los desocupados,
los excluidos, deberían unirse en una crítica total y radical. Obviamente hay una dificultad
que se desprende del análisis de la sociedad unidimensional y que apunta hacia los
agentes del cambio cualitativo. El proletariado ya no es el agente de cambio, no tiene la
conciencia de clase que Marx le otorgaba y que le daba el carácter de clase. La
posibilidad estaría en los jóvenes, en los cuales se reduciría la represión por su status de
“recién llegados”. En ellos se daría la revolución tanto política como instintivamente. En su
protesta radical estaría la base para la construcción de un movimiento internacional y
CRÍTICA.
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El hombre unidimensional es un análisis grandioso de la sociedad industrial, por lo menos
de sus áreas más industrializadas. Quizá un análisis más actual en vez de corregir sus
tesis debería graduarlas para poder describir zonas y subculturas parcialmente
industrializadas y parcialmente subdesarrolladas. Su canto al cambio cualitativo es
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coherente con el análisis de la sociedad aunque entre en conflicto con él (de esto
hablaremos en le siguiente apartado). De todas formas, es en el contexto de de su
revisión de Freud donde vamos a centrar la crítica. No sabemos de dónde deduce
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Marcuse que existe/existió/existirá una sociedad sin represión. Quizá tampoco esté
fundamentada la visión freudiana, pero el caso es que Freud no postula una utopía donde
las necesidades naturales de armonía y belleza se satisfagan y la vida sea igual a su
propio fin. Quizá la teoría social necesite un finalismo de este tipo pero no creo que sea
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bueno siquiera colocarlo en una realidad psicológica. Freud podía observar esa realidad
psicológica en la realidad que observaba (aunque estuviese mediada por la teoría) sin
embargo Marcuse promete un paraíso en la tierra con base en una realidad humana no
observable. Quizá la teoría crítica no necesite ese optimismo, los castillos grandes caen
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con más estrépito y cuanto más bellos son más horrible es contemplar sus escombros. De
hecho, su descripción de la conciencia unidimensional pierde su carácter esquemático y
separa la sociedad en los rebeldes y en los imbuidos, en una suerte de maniqueísmo que
Por otro lado, la vía de la alternativa, el paso de una crítica radical a la construcción de
una nueva sociedad, no está muy claro. Quizá por miedo a pertenecer al “crimen contra la
humanidad” Marcuse no ha querido entrar al debate de la acción liberadora y el recurso a
la violencia. Quizá por eso la intelectualidad no puede cambiar el mundo, hablamos otro
idioma…
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fracaso del Mayo del 68, toda teoría emancipatoria en un halo de sentimentalidad y mal-
llamado idealismo. El mundo ya no se toma en serio la revolución, en tal caso sólo para
temerla. Sin embargo, ¿cómo incide este hecho en la validez cognoscitiva de la filosofía?
A mi modo de ver sólo la mantiene en su carácter filético. La distancia entre teoría y praxis
tiene ahora un carácter definitorio de la filosofía práctica: la distancia es la que marca la
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dirección de la filosofía, es más, es la que la sostiene, la que la convierte en lo que es.
Toda filosofía no puede ser más que una reformulación de la anterior basada en los
nuevos problemas. Los problemas, en este caso, no son sólo los sociales concretos, sino
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los que ya abrieron los románticos, los ilustrados y Marx sobre la acción práctica, la
libertad y el significado de la historia. Toda filosofía debe tener una forma que determine
sus posibilidades y se le otorga por la aplicación de formas anteriores adaptadas a
problemas actuales y por la actualización de problemas anteriores a través de
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cualitativo.
¿Por qué formas de posibilidad? ¿Es un modo de curarse en salud ante el inminente
fracaso? ¿Es que la teoría no toma responsabilidades? Se trata del a priori porque es lo
Tenemos un carácter filético sin el cual no podemos hablar de filosofía. Éste ya existe en
Marcuse y es el tema principal de El hombre unidimensional. La necesidad del cambio
trae implícita la necesidad del análisis de la sociedad industrializada, pero ese análisis,
reducido a sus elementos más estereotipados y esquemáticos, no deja abierta la vía del
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cambio: los únicos agentes de cambio no lo son, por falta de poder material pero el caso
es que no lo son, se les atribuye un nombre que no merecen. No hay agentes de cambio.
Sin embargo se afirman. Esta afirmación es una opción pero entra dentro del marco
filosófico: utilizando nuestro lenguaje para responder a problemas insolubles se llega a un
discurso inconsistente pero necesario por su fin irrenunciable. Esta relectura de la filosofía
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que debemos a Heidegger es un componente que ahora debe de estar implícito y que
debe guiar la reflexión filosófica. Marcuse lo explicita de algún modo y es una
circunstancia necesaria no sólo por la inevitabilidad del fracaso sino por el desafío que se
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lanza: la utopía está aún más lejos y, por tanto, la acción es más necesaria.