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Autonomía de la voluntad en el sistema publicista del CPC

Resumen:

En el presente artículo se describirá el modelo procesal publicista consagrado


en el Código Procesal Civil peruano de 1993, para contraponerlo al paradigma
privatista, del cual precisamente se originó la noción de convenciones
procesales. Nuestro afán en las siguientes páginas no será ahondar en las
incansables discusiones sobre las teorías publicistas y privatistas del proceso,
sino explicar que, a pesar de la ideología instaurada en nuestra normativa
procesal civil, es posible reparar en la existencia de cierta autonomía de la
voluntad en la configuración de determinadas reglas procesales. Con esa
finalidad no podremos soslayar las novedades que trae el Proyecto de Reforma
del Código Procesal Civil.

Introducción

La idea del proceso surgió como la negación de la autotutela. De allí que en


Roma por ejemplo se establecieran como instrumentos de resolución de
conflictos a las legis actiones y posteriormente al proceso formulario. Notas
características de estos procesos era el amplio margen de libertad de las
partes en contienda, pues a través de la litis contestatio acordaban los términos
de la controversia, asimismo elegían al juez a quien le conferían el poder de
decisión.

Posteriormente en el siglo XVII, con la influencia del Liberalismo, que


entronizaba el dogma de la voluntad, los franceses se vieron constreñidos a
concebir el proceso como un contrato, institución que por excelencia explicaba
la autonomía de la voluntad. Dicha concepción encajaba perfectamente con las
ideas de los romanos. Sin embargo, a la misma se le cuestionó que una
categoría de derecho material explicara la naturaleza del proceso, por lo que se
optó por considerar al proceso más bien como un cuasicontrato.

Como respuesta, la pandectística alemana concibió al proceso como relación


jurídica, debido a que la interacción de las partes con un funcionario estatal
llamado juez no podía originar una relación de derecho privado. En líneas
generales esa es la concepción estándar del proceso. Eso explica la definición
del proceso como la sucesión de actos procesales ya del juez ya de las partes
con la finalidad de aplicar el derecho material en la controversia de que se
trate.

Nuestro Código Procesal Civil vigente no escapó de las influencias del


paradigma cientificista del proceso iniciado en Italia de la mano de Piero
Calamandrei, Chiovenda y Carnelutti, los que sistematizaron las nociones de
acción, proceso y jurisdicción, para finalmente concluir que el proceso es un
instrumento del Estado para hacer efectivos a los derechos materiales. Sobre
esta forma de estudiar al proceso el autor Priori indica: “estos estudios estaban
dirigidos a buscar la autonomía y abstracción de las categorías del derecho
procesal, antes que a preocuparse por hacer que el proceso cumpla su
finalidad última: dar satisfacción real, adecuada y oportuna a los derechos
materiales”

No obstante, las marcadas notas publicistas del CPC vigente, en el mismo se


disciplinaron supuestos en que cabría apelar a la autonomía de voluntad de las
partes, a los que podríamos llamar supuestos típicos de convenciones
procesales. Es de ellas de las que nos ocuparemos en las siguientes páginas.
En ese mismo sentido revisaremos interesantes propuestas de autores
nacionales, como la que propone la profesora Ariano, consistente en eliminar el
rechazo liminar de la demanda. Asimismo, con el apoyo en las ideas de los
autores Renzo Cavani y Giovanni Priori, se comentarán algunas innovaciones
que trae el Proyecto de Reforma del CPC, claro está en torno a las
convenciones procesales.

Las convenciones procesales en el Código Procesal Civil peruano.

No es necesario ser un lector acucioso para entender que las convenciones


implican un acuerdo entre las partes en el proceso, sobre ciertas reglas que
orientarán la forma en que se solucione la controversia, y que por supuesto
tendrán que ser vinculantes para el juez. Sobre qué se podría convenir y en
qué medida el juez estaría vinculado de la misma manera que a las reglas
impuestas por el legislador es una cuestión en la que nos detendremos más
tarde. Por ahora nos es muy sugerente en primer lugar aclarar si es posible
encontrar una puerta de acceso para las mentadas convenciones procesales
en nuestra normativa procesal.
Para nadie es sorpresa que los cuerpos normativos se estructuran bajo un
determinado techo ideológico, imperante y variable dependiendo del momento
histórico en que son expedidos, y que reciben gran influencia de variables
económicas, históricas y políticas. En ese orden de ideas es que el Código
Procesal vigente, en su título preliminar contiene un abanico de principios cuya
aplicación se proyecta a sus demás normas. No cuesta mucho advertir que, en
virtud de los artículos II, II y VI del T.P del CPC, el juez es el director del
proceso y que debe maximizar el principio de socialización a efectos de otorgar
una solución en armonía con la paz y justicia sociales. Esos rasgos
eminentemente publicistas son más intensos en el artículo IX del citado cuerpo
de leyes, pues allí se estatuye:

Las normas procesales contenidas en este Código son de carácter imperativo,


salvo regulación permisiva en contrario.

Las formalidades previstas en este Código son imperativas.

Sin embargo, el Juez adecuará su exigencia al logro de los fines del proceso.
Cuando no se señale una formalidad específica para la realización de un acto
procesal, éste se reputará válido cualquiera sea la empleada.

A primera vista parecería que no habría lugar para las convenciones


procesales, ya que se desprende de la primera parte del artículo citado, que las
normas procesales, por pertenecer al derecho público, son de carácter
imperativo; aunque no debemos sobredimensionar su importancia pues
seguidamente se precisa que ello es así con la excepción de normas
permisivas. No obstante resta aún preguntarnos por el fundamento o
justificación de las convenciones procesales, para ello no es muy ilustrativa la
argumentación del profesor Cavani. Este autor sostiene que la respuesta se
encuentra en el artículo 62° de la Constitución Política, relativa a la libertad
para contratar. Delimita su razonamiento a partir de comparar dicho artículo
con el artículo IX, en específico con la frase concerniente a “salvo regulación en
contrario”. Así, explica que, si las normas procesales imperativas y las
formalidades específicas no pueden ser desconocidas por la voluntad de las
partes, entonces si aquellas no se presentan pueden las partes efectuar
convenciones no obstante la no existencia de normas de permisión. Acota
además que en el artículo 24 inciso 2° de la norma fundamental se erige el
principio de que “todo lo que no está prohibido está permitido” (pp. 27-28)

Ahora bien, si las partes, en principio, tienen amparo ya por la Constitución ya


en el mismo CPC no habría mayor inconveniente para que las partes
libremente convengan sobre reglas procesales; sin embargo, no debe perderse
de vista que el Código admite las convenciones en sus formulaciones típicas,
en donde además hay participación del juez lo que significaría que si bien hay
voluntad de las partes esta no es amplia, sino que se sujeta al control del
primero.

Veamos a continuación algunos supuestos de convenciones procesales


consagrados en el CPC. Uno de ellos sería que las partes pueden prorrogar la
competencia territorial, consagrada en el artículo 26° de dicho cuerpo
normativo. Otro que podríamos citar el artículo 343° referido a que el
desistimiento, después de notificada la demanda, amerita del asentimiento del
demandado. Igualmente, las partes pueden renunciar a plantear medios
impugnatorios, de acuerdo con el artículo 361°.

No obstante, el margen de libertad a las partes se ve drásticamente reducido


en los siguientes casos: por ejemplo, el demandante no puede ya modificar ya
ampliar su demanda si se ha notificado al demandado. En ese mismo sentido,
solo en la demanda se pueden presentar los medios de prueba, salvo el
supuesto de prueba nueva (p. 31 Cavani).

Lo nuevo del Proyecto de Reforma del CPC

Salta a la vista que en tal proyecto se haya modificado el artículo IX, pues se
declara abiertamente lo contrario al CPC vigente. Así menciona en cambio que
las formalidades no son imperativas precisándose que ello es así en la medida
que se logre la finalidad concreta del proceso. Contrario sensu, si el camino
alterno a la formalidad no alcance tal finalidad, las normas serían imperativas.
Aquí cabe preguntarnos por la finalidad del proceso civil. En realidad, ha habido
otra variación legal, pues se sustituye el articulo III vigente, que apela a la paz
social y justicia, por una finalidad concreta más atenta a las necesidades e
intereses de las partes, optimizándose la eficacia de la tutela prestada, bajo la
lógica del Estado Constitucional.
Volviendo al artículo IX, en el inciso 3 del mismo se señala taxativamente que
las partes pueden realizar convenciones procesales, incluso antes del proceso.
Con lo cual tenemos que la modificación es una muestra francamente opuesta
al paradigma formalista del proceso. Cabe anotar que en todos esos casos
será el juez quien apruebe los acuerdos, procurando que ninguna de las partes
se vea vulnerable frente a la otra, como lo que podría ocurrir en los contratos
de adhesión. Como es obvio los derechos tienen que ser de libre disposición
siempre que no se afecte el orden público, las buenas costumbres y las normas
imperativas. Sobre el particular el autor Cavani opina:

Es verdad que no llegó a consagrar expresamente una cláusula similar a la


del art. 190 del CPC brasileño, pero estamos frente a un intento que busca
colocarse en un punto intermedio entre el publicismo original del CPC-93 y
un proceso en que la función del juez como dueño de la conducción del
proceso se ve notoriamente reducida (p. 32)

Otra novedad que no puede pasar inadvertida es la existencia de una audiencia


preliminar, la única vía en la que podría declararse improcedente a una
demanda. Este es un cambio notorio al rechazo por improcedencia en el CPC
vigente que puede realizar el juez incluso sin correr el traslado de la demanda,
además de por sí la imperatividad de la audiencia deja entrever la importancia
o el realce que se le concede al contradictorio. Ahora con relación a las
causales para declarar la improcedencia hay una novedad y consiste en que no
se contempla el supuesto de falta de conexión lógica entre los hechos y el
petitorio. Con mayor razón, en el caso del incumplimiento de requisitos de
admisibilidad de la demanda, su inobservancia no importa la suspensión del
proceso, sino que a la par que se produce el emplazamiento le concede al
demandante 10 días para subsanar el defecto. Así se señala que solo cuando
la inobservancia del presupuesto sea grave para que el emplazado ejerza su
derecho de defensa, se dispone la inadmisibilidad

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