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Los ocho vías para que un sistema jurídico fracase

1. La ausencia de normas o leyes, lo que conduce a la adjudicación Ad hoc e


inconsistente.
2. Las leyes secretas o no publicadas: el no dar a conocer o dar a conocer las
normas de la ley.
3. La falta de claridad de la legislación, de modo que es imposible de entender.
4. La legislación retroactiva.
5. Las leyes contradictorias entre sí.
6. Las leyes que exigen conductas imposibles o acciones que están más allá del
poder de los sujetos y los gobernados.
7. La legislación inestable (por ejemplo, las revisiones diarias de las leyes).
8. La divergencia entre lo establecido legalmente y la práctica de las autoridades.

Rex subió al trono lleno del celo de un reformador. Consideraba que la falta más
grande de sus predecesores se había manifestado en el campo del derecho. Durante
generaciones, el sistema legal no había sabido lo que era una reforma básica. Los
procedimientos judiciales eran engorrosos, las normas legales estaban escritas en la
lengua arcaica de otra época, la justicia era costosa, los jueces eran negligentes y
algunas veces corrompidos.

Rex estaba genuinamente preocupado por llevar justicia a su pueblo, y su primer acto,
cuenta Fuller, fue dramático y oportuno: asumió en su persona todos los poderes
legislativos y judiciales del reino.

Al principio, en los dictums de Rex no había ningún patrón discernible: les faltaba
generalidad. Se guiaba por su intuición de justicia, y quizá a veces acertaba, pero todas
sus decisiones eran dadas con relación a cada uno de los casos que trataba en ese
momento.

Rex entendió pronto que la tarea no podía ejecutarse de ese modo. Por eso tomó cursos
de técnica legislativa e hizo un código legal, pero -algo inseguro de su incipiente
sabiduría- decretó que el código sería un secreto de Estado. No tardaron en rebelarse sus
súbditos, frustrados por la perspectiva de que se les exija el cumplimiento de leyes que
no tenían manera de conocer, es decir, de un derecho carente de publicidad.

Rex quiso disolver el problema anunciando que todos los años publicaría un digesto con
las decisiones tomadas en los casos del año precedente, incluyendo sus motivaciones.
Con eso esperaba tener la ventaja de la visión retrospectiva que permite contar con una
base mayor de supuestos particulares. Por la misma razón, dijo que sus decisiones no
debían considerarse como necesariamente aplicables a casos futuros. Nuevamente sus
habitantes se quejaron, y con razón, pues con mucho respeto le explicaron a Rex que el
derecho no podía aplicarse con un criterio de retroactividad.
Desalentado, a Rex no le quedó más alternativa que publicar el Código, que a esa altura
ya tenía un sistema de reglas muy complejo. Así fue que cuando lo hizo, se vio que era
muy difícil de entenderlo, tanto para los abogados como para los profanos, y los así
súbditos no podían tomar noticia de cuál era la conducta que supuestamente se suponía
debían seguir. El derecho de Rex, carente en la práctica de comprensibilidad, era
ineficaz y no podía ser observado por la población.

Lo que hizo Rex entonces fue comisionar a un grupo de expertos para que hicieran una
revisión completa al Código y eliminaran sus ambigüedades y oscuridades. Pero el
resultado fue también lamentable, pues a poco que se empezó a aplicar se advirtió que
estaba lleno de contradicciones, que las conductas eran simultáneamente fomentadas y
reprimidas, que no había ninguna regla que no quedase anulada por alguna otra. Carecía
pues, de una pauta básica para todo derecho que quiere estructurarse lógicamente, cual
es la de atenerse al principio de no contradictoriedad.

Rex se preocupó por el caos y la anomia y quiso ser riguroso. En la próxima versión de
su magno código eliminó todas las contradicciones y se empeñó en reforzar al extremo
las exigencias impuestas en orden a la observancia de las leyes. Pero fue demasiado
lejos en ese afán, pues sus leyes demandaban obligaciones incumplibles y penas
desproporcionadas (por toser, desmayarse o caerse en presencia del rey se imponían
diez años de prisión). Los intentos de implementar este sistema draconiano derivaron en
una serie de revueltas y protestas que llevaron a Rex a desistir de su aplicación. En voz
baja, entonces, comprendió una nueva verdad: el derecho no puede exigir lo imposible,
y por eso tiene que caracterizarse por su acatabilidad.

Al cabo, y luego de pasar un largo tiempo trabajando en una última reforma, Rex llegó a
contar con un código técnicamente irreprochable. Era consistente, claro, se distribuía
gratuitamente, no exigía nada que razonablemente no pudiera cumplir. Sin embargo,
cuando entró en vigor, el sistema y los conceptos del código habían sido superados por
los sucesos y por la vida real. Esto obligó a una interminable sucesión de enmiendas y
declaraciones rectificativas de Rex, hasta que finalmente nadie pudo confiar en la
vigencia de una norma si no consultaba el boletín oficial del día de la fecha. A esta
versión del derecho imperial de Rex le faltaba estabilidad, y se trata de un ideal
demasiado fuerte como para prescindir de él en cualquier sistema juridizado.

Desconcertado, Rex declaró que debía reasumir en su persona la tarea de juzgar y


dirimir todos los casos de su reino. Se entregó por completo a la tarea y sus juicios no
tardaron en revelar notable perspicacia y enjundia argumentativa. Sus fallos llenaban
prestamente las lagunas y evitaban los resultados injustos de las leyes existentes, al
tiempo que encauzó su interpretación con criterios de versatilidad que le permitían dar
pronta respuesta a los problemas puntuales sin modificar el Código. Sin embargo, a
medida que pasaba el tiempo, a medida que se iban publicando los tomos de las
decisiones de Rex, los ciudadanos advirtieron que la relación entre sus fallos y lo
estipulado en el Código iba menguando hasta perderse por completo. No obstante ello,
Rex siempre sostenía que estaba sujeto al Código y que este era la única ley (suprema)
que estaba aplicando. A esta última versión del derecho de Rex le faltaba, pues,
coherencia institucional.

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