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EL EJEMPLO DE DANIEL, COMO ATALAYA DE DIOS

(Daniel 9: 1-19) “En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey
sobre el reino de los caldeos, 2 en el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el
número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de
Jerusalén en setenta años.3 Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio
y ceniza.4 Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido,
que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; 5 hemos pecado,
hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus
mandamientos y de tus ordenanzas. 6 No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre
hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.7 Tuya es,
Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los
moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado
a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti.8 Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de
nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos. 9 De Jehová nuestro
Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado,10 y no obedecimos a la voz
de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos
los profetas.  11 Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre
nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él
pecamos. 12 Y él ha cumplido la palabra que habló contra nosotros y contra nuestros jefes que nos
gobernaron, trayendo sobre nosotros tan grande mal; pues nunca fue hecho debajo del cielo nada semejante
a lo que se ha hecho contra Jerusalén. 13 Conforme está escrito en la ley de Moisés, todo este mal vino sobre
nosotros; y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y
entender tu verdad.  14 Por tanto, Jehová veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros; porque justo es Jehová
nuestro Dios en todas sus obras que ha hecho, porque no obedecimos a su voz. 15 Ahora pues, Señor Dios
nuestro, que sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, y te hiciste renombre cual lo tienes
hoy; hemos pecado, hemos hecho impíamente. 16 Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese
ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados, y
por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro.17 Ahora
pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu
santuario asolado, por amor del Señor. 18 Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras
desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti
confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. 19 Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta
oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu
ciudad y sobre tu pueblo”

Antecedentes históricos

El profeta Jeremías, antes de la deportación, profetizó que por setenta años Judá iba a ser cautivo de los
caldeos:

“Toda esta tierra (Judá) será puesta en ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia
setenta años”(Jeremías 25: 11)

Pero después de ese tiempo, iban a ser restaurados y devueltos a su lugar:

“Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre
vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar” (Jeremías 29: 10)

La palabra del Señor se cumplió al detalle, como nos lo dice Esdras:

(Esdras 1: 1-4)“En el primer año de Ciro rey de Persia, para que se cumpliese la palabra de Jehová por
boca de Jeremías,  despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y
también por escrito por todo su reino, diciendo: 2 Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová el Dios de los cielos
me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en
Judá. 3 Quien haya entre vosotros de su pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén que está en Judá,
y edifique la casa a Jehová Dios de Israel (él es el Dios), la cual está en Jerusalén.4 Y a todo el que haya
quedado, en cualquier lugar donde more, ayúdenle los hombres de su lugar con plata, oro, bienes y ganados,
además de ofrendas voluntarias para la casa de Dios, la cual está en Jerusalén”
El rey Ciro de Persia conquistó Babilonia, y en su primer año de mandato dio la orden de reconstruir el templo
de Jerusalén (véase también 2 Crónicas 36: 22, 23)

El tiempo de la cautividad en Babilonia de Judá había terminado al conquistar los medo-persas el reino
caldeo, por tanto, la vuelta a Jerusalén era un hecho (año 538 a. C.)

Pero algo muy importante ocurrió justo antes de esto.

Introducción

Esto importante que ocurrió fue la intercesión de un atalaya de Dios, que se puso de acuerdo con la voluntad
de su Dios: Daniel.

Daniel fue consecuente con su responsabilidad de ser atalaya de Dios, y en ese mismo contexto él recibió de
parte del arcángel Gabriel la revelación de las setenta semanas para Israel y Jerusalén (ver Daniel 9: 20ss)

Justamente el inicio de esas setenta semanas de años anunciado por el arcángel, tuvo lugar pocos años más
tarde por orden de Artajerjes en el 445 a. C.:

“Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén…” (Daniel
9: 25a)

Daniel oró al Señor en el sentido de que volviera a ocuparse de Jerusalén, no porque fuera su simple deseo
(de Daniel), sino por dos razones básicas:

1. Supo que esa era Su voluntad (por Jeremías)


2. Supo entender que si Dios iba a restaurar a Jerusalén era por Su sola misericordia.

Eso es ser un atalaya de de Dios, y cada cristiano es llamado a serlo también.

Lamentablemente, hoy en día, muchos creyentes se dirigen a Dios pidiendo que Dios les conceda esto o
aquello, y ni siquiera se paran a pensar si realmente es esa la voluntad de Dios. Sencillamente, están
demasiado enfrascados en sus deseos y “sueños”, como para buscar a Dios respecto a Su voluntad.

Otros, todavía van más lejos. Estos se atreven a “conquistar sus sueños”, a través de la llamada
“visualización” y “confesión positiva”, etc. pretendiendo hacer lo que supuestamente sólo Dios debería hacer
en sus vanos y mágicos esfuerzos.

Todo es parte de este desaforado proceso de apostasía generalizada en el que estamos, y que tan
terriblemente está azotando por todas partes (2 Ts. 2: 3)

Muchos, está tan enfrascados en su propio deseo, anhelo, “sueño” de esto o aquello, que piden y piden a
Dios, pero no buscan a Dios para saber si en verdad deberían pedir eso.

Ese deseo llega a ser un ídolo en sus vidas.

No obstante, en la persona de Daniel y en su proceder, veremos que la Biblia nos da ejemplo.

1. Daniel, atalaya de Dios, conocedor de la voluntad de Dios

“En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los
caldeos, 2 en el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los
años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de
Jerusalén en setenta años” (Daniel 9: 1, 2)
Daniel, atalaya del Señor, estaba pendiente de la voluntad de Dios expresada a través de Sus profetas, en
este caso de Jeremías. Sabía por la Palabra profética, que Dios después de un tiempo concreto, iba a liberar
a Su pueblo de la esclavitud de los caldeos.

Consecuentemente, lo que hizo Daniel fue orar a Dios:

“3 Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza” (Daniel 9:
3)

Escribe John McArthur:

“La oración verdadera es en respuesta a la Palabra de Dios”

La importancia de ponerse de acuerdo con el Señor

Cuando entendemos que Dios va a hacer algo, es preciso orar poniéndose de acuerdo con Él. La oración
deberá acompañar a la voluntad del Señor.

La oración de Daniel, dado el sentido de lo ocurrido – que el pueblo de Dios estaba deportado a tierra extraña
a causa de sus pecados e iniquidades – fue hecha en ese mismo contexto.

Daniel se humilló delante de Dios, en nombre de Su pueblo.

Aquí podemos entrever algunas características comunes entre el tiempo de Daniel y nuestro tiempo, en
relación a la Iglesia. Veamos, pues.

2. Daniel, como atalaya de Dios, se dirigió a Dios en humillación

“3 Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza” (Daniel


9: 3)

Daniel se dirigió al Señor en oración, con ruego, y mostrando y reconociendo su debilidad humana y su dolor.

La oración verdadera se caracteriza por el fervor piadoso, la abnegación, la humillación ante Dios, la
honestidad e integridad, la verdad, la búsqueda de la exaltación de Dios por encima de nuestros deseos e
incluso necesidades.

El se dirigió a Dios desde su debilidad humana, sin fingimiento, por lo tanto, no oró con exigencia. No “pactó”
con Dios. No impuso condiciones. No exhibió ningún presunto mérito personal. Sólo se humilló ante Dios.

La oración depende por completo del carácter de Dios

(Daniel 9: 4, 9) “Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser
temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos… De Jehová
nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado”: 

La oración del justo reconoce los atributos de Dios, y su carácter, conforme a Su esencia, que es amor.

Nótese también que esa misericordia es con los que le aman y consecuentemente, hacen Su voluntad.

(V. 18) “Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la
cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras
justicias, sino en tus muchas misericordias”:

Daniel al orar, sólo se basó en la verdad de Dios, que es inamovible, y en Su misericordia.


La oración reconoce y confiesa el pecado propio y del pueblo de Dios

(Daniel 9: 15) “Ahora pues, Señor Dios nuestro, que sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto con mano
poderosa, y te hiciste renombre cual lo tienes hoy; hemos pecado, hemos hecho impíamente”:

No se inventa los pecados (si no los hay), pero si los ha habido, los reconoce, los confiesa, y pide perdón por
ellos, en este caso como cristianos, por los méritos de Jesús:

(1 Juan 1: 9) “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos
de toda maldad”

Resumiendo estos últimos puntos

1. La oración verdadera es en respuesta la Palabra de Dios (v. 2)

2. Se caracteriza por el fervor piadoso y la abnegación (v. 3)

3. Se identifica sin egoísmo con el pueblo de Dios (v. 5)

4. Es fortalecida y respaldada por la confesión (v. 5; v. 15)

5. Depende por completo del carácter de Dios (vrs. 4, 7, 9, 15)

6. Tiene como meta última la gloria de Dios (vrs. 16-19)

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