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Antonio Muñoz Molina.

El jinete polaco
Sentado junto a la ventana, al final del aula, mirando hacia el patio donde
hacían gimnasia las chicas, el libro de literatura abierto sobre el pupitre, porque
estamos en la clase del Praxis, el deseo de salir de allí cuanto antes, el reloj
que no avanza, el olor a tiza y a sudor de la clase, qué ganas de fumar, de que
este tipo sin corbata se calle o al menos no diga praxis cada cuatro palabras y
deje de fingir que no es un profesor sino uno de más de nosotros, qué urgencia
por caminar despacio bajo los árboles que hay a la salida del instituto, con los
libros en la mano, con el cigarrillo en la boca, y encontrarme con Marina, no
para mirarla casi de soslayo, no para intercambiar unas palabras que apenas
puedo pronunciar y seguir caminando luego y estar solo y marcharme a la
huerta de mi padre, sino para esperarla, como otros esperan a sus novias,
hacia las seis, en el Martos, después de poner unos discos en la máquina y de
pedirme un café con leche, o mejor un cuba libre, escuchar Jinetes en la
tormenta entornando los ojos para no ver nada más que el humo y oír ese
rumor de lluvia y cascos de caballos, esa voz de Jim Morrison, mirar desde el
fondo de la barra hacia las cristaleras de la entrada, por donde ella pasará
camino de su casa o de quién sabe dónde, con su macuto de gimnasia y sus
zapatillas de deporte, con el pelo recogido en una coleta […].

Antonio Muñoz Molina. El invierno en Lisboa


Habían pasado casi dos años desde la última vez que vi a Santiago Biralbo,
pero cuando volví a encontrarme con él, a medianoche, en la barra del
Metropolitano, hubo en nuestro mutuo saludo la misma falta de énfasis que si
hubiéramos estado bebiendo juntos la noche anterior, no en Madrid, sino en
San Sebastián, en el bar de Floro Bloom, donde él había estado tocando
durante una larga temporada.
Ahora tocaba en el Metropolitano, junto a un bajista negro y un batería francés
muy nervioso y muy joven que parecía nórdico y al que llamaban Buby. El
grupo se llamaba Giacomo Dolphin Trio: entonces yo ignoraba que Biralbo se
había cambiado de nombre, y que Giacomo Dolphin no era un seudónimo
sonoro para su oficio de pianista, sino el nombre que ahora había en su
pasaporte. Antes de verlo, yo casi lo reconocí por su modo de tocar el piano. Lo
hacía como si pusiera en la música la menor cantidad posible de esfuerzo,
como si lo que estaba tocando no tuviera mucho que ver con él. Yo estaba
sentado en la barra, de espaldas a los músicos, y cuando oí que el piano
insinuaba muy lejanamente las notas de una canción cuyo título no supe
recordar, tuve un brusco presentimiento de algo, tal vez esa abstracta
sensación de pasado que algunas veces he percibido en la música, y cuando
me volví aún no sabía que lo que estaba reconociendo era una noche perdida
en el Lady Bird, en San Sebastián, a donde hace tanto que no vuelvo. El piano
casi dejó de oírse, retirándose tras el sonido del bajo y de la batería, y
entonces, al recorrer sin propósito las caras de los bebedores y los músicos,
tan vagas entre el humo, vi el perfil de Biralbo, que tocaba con los ojos
entornados y un cigarrillo en los labios. Lo reconocí en seguida, pero no puedo
decir que no hubiera cambiado. Tal vez lo había hecho, sólo que en una
dirección del todo previsible. Llevaba una camisa oscura y una corbata negra, y
el tiempo había añadido a su rostro una sumaria dignidad vertical.
José Ángel Mañas. Historias del Kronen
Me jode ir al Kronen los sábados por la tarde porque está siempre hasta el culo
de gente. No hay ni una puta mesa libre y hace un calor insoportable. Manolo,
que está currando en la barra, suda como un cerdo. Tiene las pupilas dilatadas
y nos da la mano, al vernos.
-Qué pasa, chavales. ¿Habéis visto el partido, troncos? -pregunta.
-Una puta mierda de equipo. Del uno al once, son todos una mierda -dice
Roberto.
-Me han jodido el baño en Cibeles, tronco. Si esto sigue así, acabaré
haciéndome del Atleti. A ver, ¿qué queréis?
Pillamos un mini y unas bravas. Roberto echa una ojeada a nuestro alrededor
para ver si Pedro ha llegado. Luego, mira su reloj y dice: joder con el Pedro,
desde que tiene novia pasa de todo el mundo.
- ¿Hemos quedado con alguien más? -pregunto.
- Sí. Con Fierro, Raúl y con Yoni.
- ¿Quién es Yoni? -Un amigo de Raúl. Un tío guay, nada que ver con el pesado
de Raúl. Allí en Marbella, en Semana Santa, nos lo pasamos de puta madre
con él.
Hay una mesa que se ha quedado libre y le digo a Roberto que la pille, rápido,
antes de que nos la quiten.

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