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Freud, Winnicott y Lacan: reflexiones sobre el problema de la angustia1

1. Introducción
El presente trabajo propondrá una reflexión sobre la función de la angustia y su
fundamento, tomando como referencia el concepto freudiano de angustia señal. Se
abordarán los aportes de Winnicott consignados en su reflexión acerca del miedo al
derrumbe y algunas consideraciones ofrecidas por Lacan sobre el problema de la
angustia. Los tres autores mostrarán una aproximación novedosa respecto de las
tradicionales conceptualizaciones de la angustia ofrecidas por el campo
psicopatológico.
Resulta posible sostener que los conceptos de angustia señal (Freud, 1926),
miedo al derrumbe (Winnicott,1963) y afecto inconsciente (Lacan, 1962), definirán a la
angustia como un dispositivo defensivo frente al peligro, incorporando la necesaria
participación de la alteridad en sus condiciones de producción. De este modo, las
clásicas referencias psicopatológicas (Jaspers, 1913), que diferencian el miedo de la
angustia a partir de la presencia o la ausencia de objeto y que acentúan la participación
del correlato neurofisiológico, se verán subvertidas.

2. Freud: las relaciones entre la angustia y el peligro


El concepto de angustia señal (Freud, 1926) promoverá una teorización que
mostrará un particular interés por momentos tempranos de estructuración psíquica.
Pese a los esfuerzos freudianos por conservar la unidad de sus elaboraciones la
innovación trascenderá la mera inversión de las relaciones entre represión y angustia,.
Al considerar los vínculos que se establecen entre el bebé, su madre y la
realidad, Freud (1926) dirá que el hombre, a diferencia de la mayoría de los animales,
“es dado a luz más inacabado que estos (…) Así, este factor biológico produce las
primeras situaciones de peligro y crea la necesidad de ser amado, de que el hombre no
se librará más” (p. 145).
El análisis de las relaciones que sostienen los sujetos frente al peligro ya lo
habían llevado a sugerir que “el hombre se protege del horror mediante la angustia”

1
Dr. Francisco Pizarro Obaid, Docente Universidad Andrés Bello.
2

(Freud, 1917/1998, p. 360). Pese a su proximidad con las distinciones psicopatológicas


entre miedo y angustia, referidas a la presencia y la ausencia de objeto, afirmará más
tarde que “La angustia tiene un inequívoco vínculo con la expectativa; es angustia ante
algo” (Freud, 1926, p. 154). Se trata de un peligro referido al orden pulsional, para luego
ser definida, en términos dinámicos, como la señal que denunciaría la ausencia del
objeto de amor. Advertirá que “El objeto-madre psíquico sustituye para el niño la
situación fetal biológica. Mas no por ello tenemos derecho a olvidar que en la vida
intrauterina la madre no era objeto alguno, y que en esa época no existía ningún objeto”
(Freud, 1926, p. 131). El orden de la necesidad es resignificado por la intervención de
procesos psíquicos inconscientes que resultan imprescindibles en la conformación de la
individualidad.

La figura de la vacuna, ilustrará para Freud, la dependencia de los sujetos a


figuras significativas y las estrategias frente al peligro. El yo, como “almácigo de la
angustia” (Freud, 1923), puede, mediante una acción defensiva, producir según las
circunstancias el afecto angustioso. Se somete a la angustia como a una vacuna, con el
fin de sustraerse “mediante un estallido morigerado de la enfermedad, de un ataque no
morigerado. El yo se representa por así decir vívidamente la situación de peligro, con la
inequívoca tendencia de limitar ese vivenciar penoso a una indicación, una señal”
(Freud, 1926, p. 152). A partir de ello, es posible calificar de traumática a una situación
vivida en desamparo2, diferenciándola de aquello que puede ser definido como
peligroso. La situación relativa al peligro es una espera que anticipa la situación del
desamparo y en la cual puede intervenir la angustia como señal, al evocar, por ejemplo
una vivencia traumática precedente. La analogía a la vacuna sugiere que la angustia
refiere a lo traumático mediante su figuración atenuada, por lo que es posible sostener
que la situación de peligro “es la situación de desvalimiento discernida, recordada,
esperada. La angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, que

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Freud consignará el término Hilflosigkeit, expresión que en la versión española de sus Obras Completas
tendrá dos acepciones. López Ballestero optará por la palabra desamparo, mientras que Etcheverry
(1978) establecerá el vocablo desvalimiento. Nos parece que la expresión desamparo resulta más acorde
al problema conceptual que busca abordar Freud: el bebé expuesto a una situación radical y excesiva,
que no se reduce al registro de la necesidad, hace de la intervención de otro, una acción imprescindible.
Desde otro campo disciplinar, los conceptos jurídicos de recurso de amparo o recurso de protección
resultan solidarios con dicha problemática.
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más tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de peligro” (Freud,


1926, p. 156).

La ausencia de la madre3 será considerada como el primer gran peligro ante el


cual la angustia se despliega, incluso antes que la situación económica temida se haya
producido, lo que “simultáneamente encierra el pasaje de la neoproducción involuntaria
y automática de la angustia a su reproducción deliberada como señal del peligro”
(Freud, 1926, p. 130). Al examinar con mayor detención esta oposición es posible
indicar que “en ambos aspectos, como fenómeno automático y como señal de socorro,
la angustia demuestra ser producto del desvalimiento psíquico del lactante, que es el
obvio correspondiente de su desvalimiento biológico (Freud, 1926, p. 130).

La angustia señal, anuncia, marca, indica momentos claves de estructuración


psíquica, buscando prevenir al sujeto del encuentro con el exceso y lo absoluto. Es una
función de alerta ante la inminencia del deseo inconsciente, lo incestuoso y la intrusión
del orden pulsional (Freud, 1932).

3. Winnicott y el miedo al derrumbe: de la angustia a las agonías.

Si bien Winnicott será crítico con el privilegio concedido a los conceptos de


angustia de castración y complejo de Edipo en la comprensión freudiana de la angustia,
las consideraciones sobre su función defensiva frente al peligro y el sentido otorgado la
producción patológica, encontrarán eco en sus formulaciones acerca del miedo al
derrumbe.

El desarrollo del concepto será progresivo. Al abordar el amplio espectro del


fenómeno angustioso, Winnicott (1959) advertía sobre la imposibilidad de
conceptualizar la psicosis mediante la angustia edípica, la regresión a un punto de
fijación o su referencia a una posición específica del desarrollo psicosexual. La
tendencia regresiva será reinterpretada en el marco de la comunicación analítica como

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Al respecto, Winnicott (1949) dirá: “Se entiende, pues así lo hizo notar Freud, que la experiencia del
nacimiento no tiene nada que ver con ninguna clase de conciencia de una separación de la madre, de su
cuerpo” (p. 247), para luego proponer la distinción entre “experiencia del nacimiento” y “trauma del
nacimiento”.
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una esperanza del individuo psicótico de poder revivir “ciertos aspectos del ambiente
que originariamente fallaron” (Winnicott, 1959, p, 166), ahora, de una manera exitosa.
Esbozará que en algunos casos de psicosis lo representado es un colapso de las
defensas, un derrumbe de las defensas o, lo que habitualmente es denominado, un
colapso mental (Winnicott, 1959). Estas primeras impresiones participarán de la
elaboración de su nueva aproximación al problema de la angustia.
A través del concepto de miedo al derrumbe, Winnicott (1963) intentará describir
“un estado de cosas impensable que está por debajo de la organización de las
defensas” (p. 113), problemática que se observará en casos relativos a la psicosis o en
los así llamados casos límites. No se trata de la amenaza de la angustia de castración,
sino de un “derrumbe del establecimiento del self unitario. El yo organiza defensas
contra el derrumbe de la organización yoica, que es la amenazada, pero nada puede
organizar contra la falla ambiental” (p. 113). Su causa se sitúa en la infancia o en la
niñez muy precoz, donde tuvo lugar el derrumbe original, “en una etapa de dependencia
del individuo respecto del yo auxiliar materno o parental” (Winnicott, 1959 [1964], p.
181).
De este modo, se propondrá redefinir la función de la patología (Winnicott, 1964),
el estatuto de la angustia y sus fundamentos. Aquello que tradicionalmente es descrito
como enfermedad (psicosis) es, desde esta perspectiva explicativa, un intento defensivo
por hacer frente a la inminencia de la catástrofe4. Se trata del “miedo a la agonía
original que dio lugar a la organización defensiva desplegada por el paciente como
síndrome mórbido” (Winnicott, 1963, p. 115). Los fenómenos que toman la forma del
retorno a un estado de no integración; el caer para siempre; la pérdida de la relación
psicosomática; la pérdida del sentido de lo real; la pérdida de la capacidad para
relacionarse con los objetos, etc., serán denominadas agonías primitivas, ya que el
término angustia no logra abarcar la intensidad involucrada en el derrumbe.

4
Hipótesis concordante con lo sostenido por Freud, quien afirmará que: “Lo que nosotros consideramos la
producción patológica, la formación delirante, es, en realidad, el intento de restablecimiento, la
reconstrucción” (Freud, 1911, p. 65). En el mismo sentido, el delirio será calificado como “el proceso de
curación que se nos aparece como enfermedad” (Freud, 1914, p. 83) o “un parche colocado en el lugar
donde originariamente se produjo una desgarradura en el vínculo del yo con el mundo exterior” (Freud,
1924, p. 157).
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En la fundamentación de su hallazgo clínico, Winnicott (1963) subvertirá las


dimensiones de la experiencia y la temporalidad. El paciente teme un derrumbe que ya
ha tenido lugar, por lo que “la agonía primitiva no puede convertirse en tiempo pasado a
menos que el yo sea capaz primero de recogerla dentro de su experiencia presente y
su control omnipotente actual (p. 115). El paciente es perseguido por el pasado que
todavía no fue experienciado, el cual “adquiere la forma de una búsqueda de ese
detalle en el futuro” (p. 116).
Esa “extraña especie de verdad”, que apela a lo ya acontecido, aunque no haya
sido aún vivenciado, situará al sujeto en una expectativa permanente, en una
tormentosa espera de la catástrofe que se proyecta al avenir. Así, lo inefable sitúa al
sujeto ante una amenaza indescifrable. Al precisar su tesis, puntualizará que dichas
experiencias “no pueden rememorarse como recuerdos; deben ser vividas en la relación
transferencial, y clínicamente se presentan como locuras localizadas” (Winnicott, 1965,
p. 159).
Las consideraciones teóricas tendrán incidencia en la técnica y el marco
psicoanalítico. Winnicott (1969) reconocerá la necesidad de esperar y tolerar la
evolución de la transferencia y la consolidación de la confianza del paciente con el fin
de “evitar la ruptura de ese proceso natural con interpretaciones” (p. 117). Interpretar,
confesará, tiene el objetivo “que el paciente conozca los límites de mi comprensión. El
principio es el de que él y solo él conoce las respuestas” (p. 118). En el caso de las
estructuras fronterizas, por tanto, se deberá evitar “que el psicoanalista colabore
durante años con la necesidad del paciente de ser psiconeurótico” (p. 118).

4. Lacan: la angustia como afecto inconsciente


Al igual que en el caso de Winnicott, Lacan (1962) problematizará la relación con
el discurso freudiano. De manera provocativa sostendrá: “En el discurso de Inhibición,
síntoma y angustia, se habla, gracias a Dios, de todo menos de angustia (…) Me limito
a tomar a modo de cuerda el título” (p. 18).
Enfocará su interés en dos referencias: el concepto de angustia señal, término
que será reconducido a su “definición a minima, como señal” (Lacan 1962, p. 57) y el
problema del unheimlich, expresión a partir de la cual se enfatizará que “hay angustia,
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cuando surge en este marco lo que ya estaba ahí, mucho más cerca, en la casa: Heim”
(Lacan, 1962, p. 86). Asimismo, y con la intención de especificar la singularidad de la
angustia, se propondrá diferenciarla de todos aquellos términos con los que
tradicionalmente se le asocia o se le confunde (turbación, impedimento, embarazo,
emoción), concluyendo que se trataría de un afecto inconsciente o, como insistirá en
una de sus tesis centrales, de “Lo que no engaña” (Lacan, 1962, p. 87).
Mediante una alegoría a la mantis religiosa, Lacan graficará los elementos que
intervienen en su producción: “Supónganme en un lugar cerrado − dirá −, sólo con una
mantis religiosa de tres metros de alto − es la proporción justa para que yo tenga la
altura del macho y estoy vestido con una piel del tamaño de dicho macho que mide 1,75
m., aproximadamente mi altura. Me observo, observo mi ridícula imagen en el ojo
facetado de la mantis religiosa” (Lacan,1962, Inédito). La clave está en que la imagen
no otorga ninguna referencia al sujeto, quien, en definitiva no sabe que objeto
representa para el Otro5, “Se trata, hablando con propiedad, de la aprehensión pura del
deseo del Otro como tal” (Lacan, 1962, Inédito).
En este sentido, la angustia debe ser considera como un afecto inconsciente
cuya función es la del señalamiento, “la defensa no es contra la angustia, sino contra
aquello cuya señal es la angustia” (Lacan, 1963, p. 152). Lo indicado referiría a la
inminencia del deseo del Otro, cuya inquietante presencia confronta a los sujetos con la
pregunta Che vuoi ?, ¿Qué quieres? La presencia del Otro se vuelve una incógnita, que
deja en suspenso al sujeto y amenaza con disolver su individualidad. De este modo, la
aparición de la angustia escenifica el carácter ilusorio de la instancia yoica y pone de
manifiesto su dependencia al orden simbólico ; aquello que ha quedado excluido, como
efecto de la constitución subjetiva, amenaza con retornar.
En sus reflexiones sobre la formación del yo, Lacan advertía sobre los procesos
identificatorios que culminaban con la asunción de una imagen por parte del sujeto6. La

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Esta idea ya había sido esbozada bajo la siguiente imagen: “Te acercas a un niño con la cara cubierta
por una máscara, se ríe de una forma tensa, con inquietud. Te acercas un poco más y empieza algo que
una manifestación de angustia. Te quitas la máscara, el niño se ríe. Pero si debajo de esta máscara
llevas otra máscara, no se ríe en absoluto” (Lacan, 1957, p. 135).
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“El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser sumido todavía en la
impotencia motriz y la dependencia de la lactancia que es el hombrecito en ese estadio infans, nos
parecerá por lo tanto que manifiesta, en una situación ejemplar, la matriz simbólica en la que el yo [je] se
precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y
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instancia yoica se sitúa “aún desde antes de su determinación social, en una línea de
ficción, irreductible para siempre por el individuo solo” (Lacan, 1949, p. 100). Al
considerar este supuesto, la amenaza no refiere a la realidad o a un peligro vital, por lo
que la emergencia de la angustia no puede ser definida como estrategia adaptativa o
instintiva. El afecto angustioso conjuga el deseo del sujeto y el deseo del Otro,
intensificando la relación a ese orden simbólico que preexiste a los sujetos y, en
relación al cuál, se producen las operación que hacen del cuerpo anatómico, un cuerpo
pulsional, al anudar los registros de la ley, el lenguaje y lo inconsciente.

Discusión
A partir de los elementos expuestos, es posible sostener que la angustia será
para Freud un concepto clave en la explicación de momentos fundamentales de
estructuración psíquica y una pieza maestra en la comprensión del conflicto psíquico.
Más allá de las pretensiones de reducir la novedad conceptual a la mera inversión de
las relaciones entre angustia y represión, es posible destacar, por un lado, su función de
señal y, por el otro, su vinculación con el peligro.
La amenaza figurada por la angustia no refiere a un problema de orden
adaptativo, instintivo o natural, lo que conduciría a su homologación con el concepto de
miedo o temor. La peligrosidad anunciada en su irrupción confronta a los sujetos con el
deseo inconsciente, el orden pulsional y las marcas simbólicas forjadas por las
relaciones fundamentales que sostienen la individualidad.
El afecto angustioso manifiesta una íntima extranjería bajo las ideas relativas a la
locura, la muerte, la enfermedad y una transformación de la dimensión temporal, dando
lugar a las figuras del infinito, lo obsoluto y lo eterno, que no hacen sino subvertir la idea
de límite o frontera. En otras palabras, hay una amenaza de disolución subjetiva, peligro
que incluye necesariamente la dimensión de la alteridad, pese a la sensación de vivir
una experiencia individual, íntima y privada.
Si bien las discrepancias con el fundamento freudiano de la angustia -la
castración- son reconocidas y explicitadas por Winnicott, el concepto de miedo al

antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto”. Lacan, J. (1949). El estadio del
espejo p. 100.
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derrumbe retendrá los aspectos asociados a su función: su propiedad de señalar y su


carácter defensivo. Subvertirá las dimensiones de lo interno y lo externo, evidenciado
que aquella intimidad tormentosa e insoportable se liga a una exterioridad que
trasciende la individualidad asociada a la instancia yoica. Su alcance confronta a los
sujetos con aquello ya ocurrido, pero no experienciado, que se proyecta al futuro bajo el
signo de la catástrofe inminente. Winnicott abrirá el camino para pensar, de manera
diferencial, las particularidades de la angustia en las distintas estructuras.
Lacan, por su parte, destacará el carácter de señal, la función defensiva y
emprenderá una profundización del problema de la castración. Lo simbólico no recubre
plenamente la subjetividad. Recalcará la necesaria participación de una falta que
permite, por una parte, el despliegue de los proceso metafóricos y metonímicos que
hacen del lenguaje, no sólo un registro comunicativo, sino que también, y en su
anudamiento al inconsciente, un registro que determina la constitución del yo y la
individualidad. Por otro parte, ofrecerá elementos para pensar la función de la pérdida
como un requisito para la instauración de un sujeto. Es justamente en la emergencia de
la angustia donde, lo real, aquello imposible de especularizar y simbolizar plenamente,
amenaza con retornar. El yo es afectado por el deseo inconsciente y esto pone limite,
como advertía Freud, al horror, al invocar a la represión como mecanismo de anclaje.
De este modo, y pese a sus diferencias y particularidades, los tres autores
coinciden en sostener que las defensas no se despliega en contra de la angustia, sino
frente a aquello que la angustia señala en su irrupción.
Las consideraciones acerca de la angustia llevarán a reflexionar sobre los
desafíos que su emergencia supone en el marco de la situación analítica. La amenaza
de disolución subjetiva, requeriría de una función de soporte, en el amplio sentido que
este término convoca. Se trata de tolerar transferencialmente la intensidad de esa
locura parcial y, al mismo tiempo, evitar la tentación interpretativa con el fin de permitir
al paciente aproximarse, progresivamente, a esos elementos que forman parte de su
individualidad y que, por ahora, le resultan extranjeros.
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