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Entre preguntas y respuestas sobre la intervención social en Trabajo Social

Abraham Hernández Miranda

Introducción.

Como forma de continuar los esfuerzos por comprender los procesos y fines de la
intervención social en Trabajo Social, este ensayo es una propuesta y seguimiento
del anterior, como se recordará, el punto central del anterior y los autores
discutidos versaba en establecer si la intervención era un ejercicio de poder o una
generación de cambio; en ese sentido, se centraba más en la propia labor de la
intervención en Trabajo Social. Sin embargo, ahora se sigue el mismo camino,
comprendiendo y teniendo claro que es un proceso de generación de cambio, pero
ya no analizando y cuestionando la intervención desde la profesión misma, sino
con los sujetos de intervención.

En ese sentido, aquí se recuperan los planteamientos e ideas expresadas


por Gramsci, a través de Crehan (2016), ya que se considera de suma importancia
el ubicar ¿quiénes son los subalternos? Y en esa misma línea, ubicar ¿qué tipo de
intelectual es el profesional de Trabajo Social? Esto sin dejar a un lado la noción
de sentido común. Una vez hecho estas precisiones, se profundizarán y se
argumentará a través de los trabajos de Krmpotic, Giménez y De Iseo (2011),
donde se abordarán algunas preguntas que incomodan desde la profesión de
Trabajo Social y estas reflexiones se vincularán con el estudio de Jontos (2004),
pues con ellos se pretende llegar al objetivo de este ensayo, sin llegar a
soluciones sólidas, más bien, dejar más preguntas que respuestas.
Desarrollo.

Cuando se habla de la intervención de Trabajo Social salen un fin de ideas y


discusiones al respecto, sobre todo porque las concepciones e ideas que surgen
se dan a través de diferentes aristas, es decir, hay algunos que establecen que la
intervención empieza desde que se investiga, otros que refieren que es cuando se
atiende a un usuario dentro de una institución, otros que comentan que es
sinónimo de acción, sobre todo en comunidades o instituciones y así se podría ir
escribiendo. Pero se considera que esa falta de consolidación deviene, no
precisamente por no comprender las diferentes definiciones de intervención, sino
por no comprender las diferentes formas en que se muestra la realidad social, es
decir, las diferentes formas de subalternidad.

En el trabajo anterior se puntualizó en que el ejercicio del poder estaba muy


presente en la intervención, pues incluso la palabra por sí misma, para algunos,
resultaba ya ser un problema, ya que en la práctica y experiencia profesional se
observaba que tal parece que son prácticas mecanizadas en donde se tiene que
seguir un protocolo establecido, sin importar las características o naturaleza de los
sujetos. Ahora, se quisiera romper con eso, precisamente con la noción de
subalternidad, pues esta no se refiere solamente a la noción que se tiene de la
población como carente y llena de necesidades, sino que va más allá.

Por eso es indispensable en este punto establecer ¿quiénes son los


subalternos? Un primer acercamiento de esto lo hace Crehan (2016) “si queremos
definir la subalternidad con precisión, entonces necesitamos saber qué
subalternos particulares, en qué momento histórico particular, estamos hablando
de. ¿Qué define su forma específica de subalternidad?” (p. 40).

No se entrará en discusión por las ambigüedades que pudiera tener esta


definición, pero se poner como punto para explicar cómo se comprender la
subalternidad en este trabajo. Así, no se pretende establecer la noción de
subalternidad en sus formas más simplicistas, es decir, que el subalterno es el
necesitado, el pobre, el marginado, el vulnerable, etc., sino que hay un contexto
más complejo para que la subalternidad tome dichas formas. Es por eso que para
comprender quién es el subalterno habría que observar y poner atención en las
características sociales, económicas y políticas que rodean a esos sujetos; tanto
del presente y del pasad, pero también poner gran énfasis en la diferencia de los
contextos y características propias de cada población.

Lo anterior se ve muy relejado en los procesos de intervención que se


llevan a cabo en sus diferentes vertientes, ya sea individuales, institucionales o
comunitarias; por ejemplo, se asume que en el nivel institucional la intervención
debe ir dirigida igual para toda la población atendida, puesto que hay protocolos,
manuales de procedimientos y diferentes jerarquías; en ese sentido, la
intervención está más preocupada por los resultados que por el cambio que se
genere en la población, aquí habría que preguntarse entonces ¿cómo darle voz a
los subalternos?

Es en este punto que resulta pertinente poder incorporar la noción de los


intelectuales, pues la categoría del subalterno y de los intelectuales aquí se
vinculan de una manera importante. En reiteradas ocasiones se considera que el
intelectual es sinónimo de genio, de generador de conocimiento o en el mejor de
los casos, en que el no se posiciona en una condición de subalternidad; esto
comúnmente se piensa por la posición que tienen los intelectuales, pues estos
responden a las necesidades del Estado, pero también es indispensable
establecer a qué clase de intelectuales se está pensando.

Es importante recuperar en este punto lo mencionado por Crehan (2014) al


respecto de los intelectuales:

El "conocimiento" de los intelectuales está siempre, y de manera


fundamental, moldeado por las creencias, supuestos y actitudes de los
mundos más amplios en los que viven esos intelectuales. Los intelectuales
están indisolublemente ligados a las estructuras de poder existentes; en un
grado significativo, son productos de su tiempo y lugar. (p. 44).

A este respecto, se tendría que hacer la diferenciación clara que se


establece sobre el intelectual orgánico y el intelectual tradicional, que va vinculado
con la cita anterior, pues el conocimiento que emana de cada uno de ellos está
moldeado, no sólo por la posición que ocupan dentro de la sociedad, sino por su
trayectoria de vida e histórica. En ese sentido Crehan (2014) establece una clara
diferencia entre ellos; el intelectual tradicional está moldeado con base en un
entrenamiento que le incorpora ideas y conceptos con base en la naturaleza y de
los intereses de las estructuras de las que es parte; mientras que los intelectuales
orgánicos emergen de las clases sociales subalternas y principalmente cuando
estas se contraponen con los otros intelectuales, con el único fin de darle un orden
al caos.

La cuestión aquí es observar en qué clase de intelectuales se encuentra el


profesional de Trabajo Social; porque se considera que parte de esta revisión y
tratar de situar a la profesión, va a dar una claridad de la intervención social.
Resulta complicado llegar a un análisis sólido al respecto, sin embargo, aquí se
considera que el Trabajo Social, se posiciona en un tipo de intelectual orgánico, no
por el simple hecho de decir que su objetivo de estudio es atender las
necesidades y carencias, sino porque su surgimiento se da a través de una clase
subalterna donde habría la necesidad de que surgiera un intelectual que, dada su
condición de subalternidad, fuera capaz de lograr un cambio social.

Una vez abordado lo anterior, ya es pertinente ir consolidando estas ideas


con la categoría que ofrece Gramsci a través de Crehan (2014) sobre el sentido
común, puesto que también esto dirige el análisis que en el párrafo anterior se
sostiene, sobre todo con el término y su relación con el subalterno. Solo para
recortar el término, el sentido común se puede entender como “las creencias y
opiniones compartidas, o consideradas en común, por la masa de la población;
todas esas narrativas heterogéneas y “hechos” aceptados que estructuran gran
parte de lo que consideramos que no es más que una simple realidad” (Crehan,
2014, p. 79).

La intención aquí no es entrar en discusión respecto al concepto,


asumiendo que hubo una gran discusión previamente y que el entrar discutir aquí
este concepto desviaría un poco en análisis, mas bien con la incorporación de la
cita anterior da pauta poder relacionar las categorías de la subalternidad, los
intelectuales y el sentido común de estos con aquellos.

En términos más simples y prácticos, y regresando al análisis de la


profesión; resulta pertinente mencionar que en la medida que se comprenda la
subalternidad, que se comprenda la posición del tipo de intelectual donde se sitúa
el profesional en Trabajo Social y el sentido común que de este emane hacia los
subalternos, se podrá llegar a un consenso más sólido respecto a la intervención
misma, claro está, desde sus diferentes áreas y campos.

Esto es indispensable de resaltar debido a que en reiteradas ocasiones el


profesional cae en el error de asumir que la intervención se dirige de la misma
forma para toda la población. Pero la cuestión aquí es que, si se antepone la
subalternidad antes que los ejercicios de poder, se llegaría a una intervención que
realmente genere el cambio esperado. La noción de sentido común cobra gran
relevancia en este punto, porque esto da paso a preguntas indispensables como
¿de qué manera posiciona a los sujetos sociales? ¿cómo objetos de estudio o
como sujetos sociales? ¿son diferentes? Y, sobre todo, ¿qué reto hay para los
intelectuales en Trabajo Social en la intervención? Como se dijo en un principio,
habrá más preguntas que respuestas.

No obstante, se quisiera ofrecer un acercamiento ante dichas interrogantes,


con las ideas y reflexiones que se hacen respecto a Krmpotic, Giménez y De Ieso
(2011); la primera reflexión que nos ofrecen es el cómo las prácticas o
intervenciones se ven limitadas por cuestiones institucionales y en el peor de los
casos, preguntarnos ¿cómo romper o saber trabajar con dichos límites? Esta
primera reflexión resulta importante resaltarla ya que parte de las características
propias de la intervención, pues estar autoras ponen de manifiesto lo siguiente:

La intervención refiere a un problema de dominio: dominio sobre las


condiciones sociales que producen la situación, dominio sobre las
condiciones de existencia y de los mecanismos sociales cuyos efectos se
ejercen sobre la categoría social de la que forman parte nuestros asistidos,
y dominio sobre los condicionamientos inseparablemente psíquicos y
sociales vinculados a su posición y su trayectoria particular en el espacio
social. (Krmpotic, Giménez y De Ieso, 2011, p. 381)

Como se advirtió en un principio, el ejercicio de poder en la intervención


sigue presente y esto en parte es por los límites que se encuentran en los
diferentes campos y áreas del profesional en Trabajo Social; pero también esta
noción nos ofrece una reflexión para poder ubicar en dónde se está situando;
¿Cómo dominante o como dominador?, pero también preguntarse si ¿es posible
establecer límites en la profesión? Estás precisamente son preguntas que
incomodan porque poden en cuestión lo epistemológico, ontológico y
metodológico de la profesión.

Solo entonces después de haberse cuestionado y ubicado, se podrían


romper con dichos límites, lo cual se traduce en intersticios, es decir, llegar a un
punto de ruptura (entre lo institucional y profesional) que permitirá acceder a una
problemática. Esto también llega a generar preguntas incómodas ante
intervenciones cómodas; es decir, hasta qué punto se es capaz de salirse de la
comodidad para generar una intervención, ya no como ejercicio de poder, sino
como generación de cambios. Y con esto se podría establecer que la intervención
ya no se vea como una acción que se da de manera vertical (de arriba hacia
abajo), sino en colectividad donde se vuelva a preguntar: ¿quién es el subalterno?
y más bien dar voz al subalterno. Con esta revisión también se pude llegar a un
verdadero compromiso con el que se interviene, a este respecto cabe darles lugar
a las palabras de Bourdieu (1999) citadas por Krmpotic, Giménez y De Ieso
(2011):

A veces nos cuesta arrancarnos del adormecimiento de la atención que


favorece la ilusión de lo ya visto y ya escuchado, para entrar en la
singularidad de la historia de una vida e intentar comprender, a la vez en su
unicidad y su generalidad, los dramas de una existencia… (p. 373)

Con base en lo anterior, se pude llegar al punto final de este análisis, con
nociones que van situando más lo relacionado con la subalternidad y la
intervención; esto recuperando el trabajo de Jontos (2004) pero sobre todo
centrado en la noción de la personalidad encarnada, esto es:

Se refiere a la compleja interrelación entre las características primordiales y


sociales del cuerpo, todas las cuales residen por debajo del umbral de la
cognición, se basan en el nivel prerreflexivo de la experiencia y se
manifiestan principalmente de forma corpórea. (p. 837).

Con esta cita y con los planteamientos analizados previamente de Jontos,


se quiere llegar a la reflexión de que la intervención, debe ser un trabajo corporal.
Es una apuesta compleja pero que cobra sentido solo si se ve desde un
posicionamiento subalterno. Hasta este momento se ha comentado que habría
que desvincularse de los límites institucionales y buscar los puntos de ruptura y
uno de esos puntos podría radicar precisamente en ver a la intervención como un
trabajo corporal.

Se considera que para llegar a lo anterior es indispensable saber cómo


piensa y actúa el subalterno, no se trata solamente de ser un mediador entre una
institución y un bien o servicio que busca el usuario, sino que se rompa esa
dinámica tan tradicional y que ha imperado por mucho tiempo en la profesión. Al
mencionar que la corporeidad juega un papel indispensable, se está dando a
entender que los significados, el lenguaje, los sentimientos también son relevantes
para la intervención; pues estas características también ofrecen oportunidades,
ofrecen información y ofrecen herramientas para la acción.

Pero la cuestión aquí es ¿cómo es posible esto? Una de las respuestas


radica en; analizar los estilos de vida (habitus) del subalterno. Y entonces en este
punto podríamos regresar a las reflexiones del principio; en la medida en que el
profesional en Trabajo Social observe a los subalternos, no como objetos, sino
como sujetos, que el subalterno tiene diferentes características y posiciones
dentro de la sociedad, que el subalterno es capaz de participar en su proceso de
intervención, y sobre todo que este, a través de su voz (corporal), ofrece las
herramientas necesarias para llegar a una intervención que genere un cambio en
la subalternidad.

Conclusión.

Durante el curso de Intervención en Trabajo Social nos hemos cuestionado


inconmensurablemente la noción de intervención, pero sé que es importante
seguirnos cuestionando porque solo así podremos articular lo teórico con la
práctico, en nuestros diferentes campos y procesos de intervención. Esto también
me ha posicionado en una constante reflexión acerca de mi trabajo de
investigación (tesis), precisamente en preguntarme ¿cómo concibo a los sujetos
sociales? ¿qué significado les estoy dando a ellos? ¿qué significa para mí las
personas indígenas? ¿por qué trabajar con ellos y no con otra población? ¿será
por su condición de subalternidad?

Con esas preguntas trato de dirigir mi investigación para poder


desvincularme de ciertos límites, de constantes sesgos y vicios que surgen
precisamente desde la misma profesión y formación; prueba de ello ha sido que
tuve que modificar mi investigación, porque en un principio asumía que los sujetos
sociales eran carentes de algo, algo que para mí era una carencia, pero ¿cómo
adelantarme a hacer una afirmación de ese tipo, sin darme oportunidad de que
ellos den cuenta de eso? Aquí me gustaría volver a recuperar el planteamiento
que ofrece Rufer (2012) sobre el “escuchar al otro no es una facultad, una
intención, ni una capacidad orgánica, tampoco es una práctica ajustada a la teoría
de las voces o a las etnografías del habla: debe ser una decisión política” (p. 75).

Esto me da paso a poder incorporar a la intervención como parte de mi


proceso de investigación, es decir; si bien ahora me encuentro investigando a la
población indígena, la cual está encaminada a conocer en voz de ellos, con su
participación, lo que ellos viven, perciben y significa estar en un lugar diferente al
de su origen, conocer sus estilos de vida y su cotidianidad, para ir construyendo
un camino posible para la intervención; una intervención que ellos mismos también
fueron cimentando durante el proceso de investigación.

Bibliografía.

Crehan, Kate (2016). Gramsci’s common sense. Ineguality and its narratives. USA:
Duke University Press.

Jontos, Pia C. (2004). Ethnographic reflections on selfhood, embodiment and


Alzheimer’s disease. Ageing and Society, Vol. 24, No. 6, pp. 829 – 849.

Krmpotic, Claudia S., Alejandra Giménez y Lía De Ieso (2011). “Preguntas que
incomodan y narraciones que inspiran. Sobre vacíos e intersticios en la
intervención desde los Servicios Sociales”. En Transformaciones del Estado
Social. Perspectivas sobre la intervención social en Iberoamérica. Buenos Aires:
Miño y Dávila, pp. 365 – 380.

Rufer, Mario. (2012). “El habla, la escucha y la escritura. Subalternidad y


horizontalidad desde la crítica poscolonial”. En: Corona Berkin, Sarah y Olaf
Kaltmeier. En diálogo. Metodologías horizontales en Ciencias Sociales y
Culturales. España: Editorial Gedisa, pp. 55 – 84.

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