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EL MOVIMIENTO SOCIAL
El movimiento por la justicia ambiental y climática comparte el ethos de los
movimientos alterglobalización, de los cuales forma parte. La acción directa y lo
público, la vocación nómade por el cruce social y la multipertenencia, las redes de
solidaridad y los grupos de afinidad aparecen como piedra de toque en el proceso
siempre fluido y constante de construcción de la identidad. En tanto movimiento de
movimientos, sus formas son plurales y adoptan diferentes niveles de involucramiento y
acción, que van desde grandes y pequeñas organizaciones que desarrollan una
persistente tarea militante y registran continuidad en el tiempo, hasta otras más fluidas y
transitorias como redes o alianzas surgidas con el objetivo de realizar una determinada
acción y que lego se disuelven o quedan en estado de latencia. Así, el movimiento para
la justicia ambiental y climática incluye desde organizaciones de base (colectivos
ecologistas y feministas, movimientos socioambientales locales y culturales, ONG
ambientalistas, organizaciones de pueblos originarios); redes de organizaciones y
movimientos sociales nacidos como instancias de coordinación para realizar acciones de
protesta puntuales, específicas y simultáneas en diferentes partes del mundo (ya sea ante
la OMC, la COP o el Foro de Davos) y protestas de jóvenes en forma de "huelgas
climáticas" como las que promueven Fridays for Future y Jóvenes por el Clima, hasta
movilizaciones espontáneas, algunas de carácter masivo y transversal, que denuncian la
inacción de los gobiernos ante los crímenes ambientales (como sucedió en Brasil y otras
partes del mundo en relación con los múltiples incendios de la Amazonía e incluso en
Australia, done miles de manifestantes, sobre todos jóvenes, marcharon en enero de
2020).
Puede suceder que algunas de estas acciones, pese a su masividad, se agoten en la
dimensión cultural-expresiva y no alcancen dimensión política. Pero ante la
envergadura de la crisis climática, las movilizaciones adquieren contornos sociales y
participativos cada vez más amplios y transversales e incluyen a amplios sectors de la
ciudadanía que toman conciencia de la gravedad de la crisis y la necesidad de exigir
políticas activas urgentes y transformadoras. Estamos ante la emergencia de un a nuevo
activismo climático, muy vinculado a la juventud, que desborda cualquier organización
de base y apunta a conformar, antes que un movimiento social, una sociedad en
movimiento.
En 1988, la tapa de la revista Times mostraba un globo terráqueo atado con varias
vueltas de soga y un colorido atardecer como fondo bajo el sugestivo título "Planeta del
año: la Tierra en peligro de extinción" Treinta y un años después, en diciembre de 2019,
la portada de la revista publicaba el rostro de la joven sueca elegida como "la persona
del año" con el subtítulo "Greta Thunberg, el poder de la juventud". Greta fue la persona
más joven en aparecer en la portada de la conocida revista. O, en palabras de los
editores: "Si bien la revista tiene un largo historial en el reconocimiento del poder de la
juventud, nunca antes había elegido a una adolescente”.
•En términos de activismo climático, muchas cosas cambiaron desde el Acuerdo de
París hasta la cumbre de Madrid, muchas de ellas vinculadas con la irrupción de los
jóvenes que asumieron el protagonismo del movimiento por la justicia climática. Ya
dijimos que en 2015 la gran estrella de la contracumbre parisina fue la escritora
canadiense Naomi Klein, que acababa de publicar Esto lo cambia todo. El capitalismo
contra el clima. En diciembre de 2019, en Madrid, la figura insoslayable fue Greta
Thunberg, la adolescente sueca que dos años atrás había iniciado una cruzada contra el
cambio climático. En agosto de 2018, lego de varias olas de calor e incendios forestales
que convirtieron el apacible verano sueco en un inferno, una jovencita de aspecto frágil
lanzó la primera "huelga estudiantil por el clima". Con apenas 14 años y afectada por el
sindrome de Asperger, Greta Thunberg dejó de asistir a clase para plantarse todos los
días frente al Parlamento y denunciar los riesgos de la inacción de las élites políticas y
económicas ante el acelerado cambio climático. Su perseverancia, su obstinación y la
impactante crudeza de sus declaraciones la hicieron célebre de la noche a la mañana. Su
llamado dio la vuelta el mundo y encontró eco en miles de adolescentes y jóvenes que -
unidos en el movimiento Fridays for Future- se pusieron a la cabeza del movimiento
global por la justicia climática.
Las palabras de Greta poseen una fuerza dramática inusual, en sintonía con la gravedad
de la hora. "No quiero que tengan esperanza, quiero que entren en pánico. Quiero que
sientan el miedo que yo siento todos los días y luego quiero que actúen", les dijo a los
líderes del Foro Económico Mundial reunidos en Davos en enero de 2019. "Todo esto
está mal. Yo no debería estar aquí. Debería estar de vuelta en la escuela, al otro lado del
océano. ¿Sin embargo, ustedes vienen a nosotros, los jóvenes, en busca de esperanza?
¿Cómo se atreven?". "Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único
que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno.
¿Cómo se atreven?". "Me han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías.
Y, sin embargo, soy de los afortunados", dijo en septiembre de ese año en Nueva York,
en la cumbre de Jóvenes por el Clima de la ONU.
En su paso por la COP 25 en Madrid, Greta se rodeó de activistas, sobre todo indígenas,
y de científicos estudiosos del cambio climático. A la hora de hablar ante los políticos y
observadores tradicionales, evitó la emoción y las frases contundentes para apelar a los
datos científicos sobre la situación del clima. Su lema fue, más que nunca: "Escuchen a
los científicos" El "efecto Greta Thunberg" se tradujo en el lanzamiento de las huelgas
globales contra el cambio climático, cuyo impacto y masividad sorprendieron a propios
y extraños. Durante la segunda huelga global, el 15 de marzo de 2019, más de 1,4
millones de jóvenes se manifestaron en 125 países y 2083 ciudades. En la tercera, el 20
de septiembre de ese mismo año, fueron 4 millones en 163 países, entre ciudades del
Norte y del Sur. La convocatoria de Greta y, por extensión, la acción de los nuevos
movimientos por la justicia climática, pusieron en evidencia el fracaso de los grandes
objetivos que se había trazado la humanidad casi medio siglo atrás, al inaugurar la era
de las cumbres climáticas globales. En primer lugar, el fracaso del llamado "desarrollo
sustentable o sostenible" como nuevo paradigma, vaciado de todo contenido
transformador y sacrificado en los altares del capitalismo y del libre mercado. En
segundo lugar, el quiebre del pacto intergeneracional que, desde la época de las
primeras cumbres, buscaba garantizar el derecho de las futuras generaciones a una
herencia adecuada que les permitiera un nivel de vida no inferior al de la generación
actual.
¿Pueden tener vuelta atrás estos quiebres? Todo depende de las decisiones políticas que
las élites políticas y económicas adopten a nivel global en el corto plazo. No más de una
década, esta que acaba de comenzar. Como expresa una carta firmada por más de once
mil científicos de todo el mundo: "La crisis climática ha llegado y va mucho más rápido
de lo que la mayoría de los científicos esperaba. Es más severa que lo previsto, amenaza
los ecosistemas naturales y el destino de la humanidad". El tiempo es poco y los
desafíos requieren audacia y rigor, pues "las reacciones en cadena climática pueden
causar alteraciones significativas en los ecosistemas, las sociedades y las economías,
que podrían hacer que grandes áreas de la Tierra se vuelvan inhabitables" Una solución
urgente requeriría no solo una reducción drástica de la emisión de gases de efecto
invernadero, sino también una disminución en el metabolismo social, lo cual implicaría
menos consumo de materia y energía. Sobre la participación cada vez más amplia de la
sociedad civil y las características del movimiento de justicia climática, cabe
preguntarse: ¿se trata de un movimiento de movimientos o estamos ante la emergencia
de la sociedad en movimiento, comparable a la potencia femenina que vislumbramos
cada vez que se movilizan los poderosos colectivos de mujeres contra el patriarcado y la
violencia de género?
En suma, el movimiento por la justicia climática es hijo de los movimientos pacifistas y
ecologistas de los años ochenta, pero sobre todo de los más recientes y más
comprometidos en la lucha contra todo tipo de desigualdad y contra las diversas formas
de dominación neocolonial, racista y patriarcal. Es hijo de las luchas del Sur contra el
neoextractivismo y de las masivas movilizaciones feministas que recorren el mundo.
Los tempos se han acortado de modo indefectible. Pese a las continuas manifestaciones
en todo el mundo y al creciente protagonismo de los jóvenes, la brevedad es tanta que
podríamos medirla con un reloj de arena. La radicalidad requerida en las posiciones y
demandas es tanta que no basta con organizar movilizaciones que vehiculicen desde
abajo las dimensiones expresivas de la lucha o se autolimiten al legitimar las tibias
reformas que priorizan las leyes del mercado (bonos de carbono, entre otras).
El mensaje es cada vez más rotundo, como manifiestan los jóvenes, que son los
verdaderos protagonistas de esta hora crucial: para generar cambios reales no solo es
necesario desarrollar la dimensión expresiva, sino también avanzar desde abajo en la
confrontación colectiva con el poder global y sus manifestaciones locales y territoriales,
de modo que las decisiones sobre el futuro del planeta y de la humanidad no continúen
secuestradas por una reducida élite política y económica que atenta contra el tejido de la
vida. Para avanzar en una dirección transformadora, hacia una sociedad posfósil que
plantee una transición justa y sustentable, la dimensión emancipatoria desde abajo debe
activar la dimensión reguladora de los Estados en todos sus niveles.