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ECLESIOLOGÍA
Introducción
La Iglesia existía antes de que hubiera eclesiología (Historia del Tratado teológico sobre la
Iglesia). Si por esta entendemos doctrina o teología sobre la Iglesia, ya en el Nuevo
Testamento hay eclesiología (Eclesiologías neotestamentarias). Asimismo hay mucha
eclesiología desde tiempos de la Didaché o las cartas de Ignacio de Antioquía. Hay una fértil
eclesiología patrística, todavía no plenamente explotada por los teólogos; en distintas voces de
esta obra pueden encontrarse indicaciones al respecto.
Los medievales tenían una rica eclesiología (Tomás de Aquino). Pero el primer tratado
específicamente sobre la Iglesia fue probablemente De regimine christiano, de Jaime de
Viterbo (ca. 1301), siendo el primero realmente completo la Summa de Ecclesia de Juan de
Torquemada (+ 1468), que proponía una eclesiología papista frente al conciliarismo. El cisma
de Aviñón dio lugar a muchos escritos sobre la Iglesia. En los siglos que siguieron a Trento el
principal interés de la eclesiología se centraba en la apologética (Notas de la Iglesia). No
obstante, hubo teólogos importantes, como J. A. Mohler y M. Scheeben, que escribieron obras
sistemáticas; otros, como J. H. Newman presentan una eclesiología profunda en distintos
lugares de sus obras.
La colocación del tratado sobre la Iglesia da ya una indicación de la eclesiología del autor.
Así, por ejemplo, M. Scheeben trata de la eucaristía, luego de la Iglesia, luego de otros
sacramentos; M. Schmaus se ocupa de la redención, luego de la Iglesia, luego de la gracia; Y.
Congar, durante una época, se inclinaba a tratar de la cristología, dedicando luego un tratado a
la antropología cristiana, dentro del cual se ocupaba también del ecumenismo eclesial y de
María; algunos autores ortodoxos colocan la Iglesia después de los sacramentos y antes de la
escatología; quizá la mayoría de los católicos colocan la Iglesia después de la redención y
antes de los sacramentos.
Una pregunta simple, pero a la que no puede darse una respuesta fácil, es «¿por qué la
Iglesia?» (Iglesia: ¿por qué?). La respuesta habrá de señalar, entre otras cosas, que la Iglesia es
sacramento de salvación y el lugar de la economía trinitaria. Al nivel experiencial de la
vivencia religiosa, habrá de apuntar al hecho de que Jesús, su Señor, es poder y sabiduría.
Llegado a cierto punto, uno puede preguntarse: «¿qué es la Iglesia?». Hay muchas respuestas
posibles, y muchas han sido las que se han dado de hecho a lo largo de la historia. Las
diferentes respuestas se presentan a distintos niveles. Podemos describir la Iglesia como «el
conjunto de las Iglesias locales a lo largo y ancho del mundo, unidas entre sí y con el sucesor
de Pedro en una vida común de fe apostólica, apoyada en el ministerio apostólico». Tal
respuesta no nos introduce en la comprensión de la Iglesia. Un paso adelante es el
acercamiento fenomenológico de A. Dulles. Este toma cinco paradigmas, o visiones esenciales
de la Iglesia, y muestra cómo pueden aglutinarse en torno a estos otras ideas. Pero al final el
método de los modelos es incapaz de ofrecer una visión global de la Iglesia, ya que cada
modelo tiene que complementarse con los demás. El mismo Dulles afirma que los cinco «son
de hecho características permanentes de la Iglesia»; «no hay ningún supermodelo que haga
plena justicia a todas las características de la Iglesia». No obstante, Dulles propondrá más
tarde otro modelo, el de la Iglesia como comunidad de discípulos; pero al final acabará
admitiendo que también este necesita complementarse con los otros. Recientemente, más allá
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del marco señalado por Dulles, se ha desarrollado también el modelo del siervo. Parece que
los modelos filosóficos no tienen más éxito a la hora de presentar una visión unificada: cada
uno se limita a hacer su propia aportación.
El ecumenismo moderno aporta concepciones sobre la Iglesia tanto del Occidente protestante
como, sobre todo, del Oriente ortodoxo. Otra cuestión relacionada es si la Iglesia es sujeto o
persona. La tendencia a hipostasiar a la Iglesia está implícita con mucha frecuencia en la
teología.
En segundo lugar, hay criterios derivados de nuestra perspectiva de finales del siglo XX e
inicios del XXI. Entre estos están: la identidad de la Iglesia en el Vaticano II como pueblo de
Dios (LG 13; NA 4), cuerpo de Cristo (LG 7, 14, 48...; AA 2; AG 6), templo del Espíritu
Santo (PO 1; LG 17; AG 7); los planteamientos de las teologías de la liberación; el papel de
los laicos; el carisma; la espiritualidad; la ecología. En décadas recientes se ha puesto un
énfasis especial en la ley de la cruz; G. OCollins escribe: «Una auténtica teología de la cruz
pondría en cuestión gran parte de lo que se dice acerca del "éxito" de la Iglesia, una diócesis
"bien gobernada", una congregación "floreciente", una parroquia "en buena forma". La
comunidad cristiana en sus distintas formas de agrupación debería tener en cuenta el principio
"el poder se hizo fuerte en la debilidad". La Iglesia en el poder del Espíritu de Moltmann
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habla con razón de "la comunidad de la cruz (Kreuzgemeinde)". En su mayor parte, sin
embargo, las eclesiologías o al menos las católicas no se ocupan prácticamente de este tema».
La búsqueda de una visión unificada puede verse facilitada por las recientes eclesiologías
eucarísticas, cuyo primer cultivador moderno ha sido Afanasiev y cuya influencia no deja de
aumentar, nos advierten de la importancia de la eclesiología eucarística las afirmaciones del
Vaticano II de que la eucaristía es la fuente y la cumbre (fons et culmen) de toda la vida
cristiana (LG 11) y una de las principales manifestaciones de la Iglesia (SG 41). La
eclesiología eucarística puede ser la más satisfactoria de las disponibles. Pero supone una
apreciación profunda de la significación de la eucaristía, para la cual mucha gente en
Occidente todavía no está capacitada. Una visión de la eucaristía como un acto puramente
cúltico, alejado de la vida cristiana real, no podría ser base suficiente para una eclesiología.
Como estrategia pastoral, podría ser mejor presentar todo lo que está implicado en una
eclesiología eucarística pero en términos diferentes, en términos que permitieran a la gente
desarrollar su visión de la eucaristía y, por consiguiente, de la Iglesia. En el Vaticano II las
palabras «para la gloria del Creador y del Redentor» (LG 31) se añadieron a petición de varios
miembros del concilio, con el fin de hacer resaltar el aspecto cultual de toda la Iglesia y de
centrar la atención en la creación y en la redención.
El tratado sobre la Iglesia aparece tardíamente en la historia del pensamiento cristiano. Tuvo sus primeras
manifestaciones al fin de la edad media y su coronamiento en el concilio Vaticano ir. En este
desenvolvimiento eclesiológico, distinguimos tres fases orgánicamente ligadas entre sí: I padres y
teólogos de la edad media, II constitución del tratado De ecclesia, III actual renovación teológica.
Ni los padres de la Iglesia ni los teólogos de la edad media construyeron un tratado de eclesiología. Ello
depende de la naturaleza de la revelación y del desenvolvimiento dogmático: antes de ser objeto de una
doctrina, la realidad de la Iglesia constituye ya un presupuesto de la proclamación del evangelio; como
fundamento de todo el edificio dogmático, la Iglesia va indisolublemente unida a él. Por esta razón, la
experiencia de la Iglesia regenerada por el Espíritu (dada como don del Padre por el Hijo resucitado)
condiciona toda la reflexión cristiana. Edificada sobre «el fundamento de los apóstoles y profetas» (con la
función especial de Pedro), la Iglesia congrega a los discípulos en Cristo; ella se entiende a la luz de la
revelación entera, especialmente a la luz de la vida y obra de Cristo, actualizadas en el Espíritu Santo, que
hace de la comunidad de los creyentes el lugar de una existencia totalmente nueva y el signo del
cumplimiento del designio de Dios sobre el mundo.
Desde los Padres apologistas, la Iglesia se presenta al mundo como anuncio y presencia de la salvación
traída por Cristo. En ella se da la participación de la vida nueva en el Espíritu, y en su tradición se hace
presente la fe apostólica. En cuanto signo eficaz de la resurrección de Cristo, la Iglesia se entiende a sí
misma como principio de salvación, en virtud de su relación a Dios a través de la misión del Hijo, y como
meta de la salvación gracias al don del Espíritu. Determina su relación a judíos y gentiles proclamando la
potestad que se le ha dado en el Espíritu de interpretar la Escritura por encargo de Cristo, y su poder de
comunicar el Espíritu a todos los hombres. Así, de la reflexión sobre la salvación eterna comunícada por
el Espíritu en la Iglesia, surge toda la dogmática católica. Para defender su propio misterio, la Iglesia
desenvuelve el contenido de la fe; y la eclesiología es así un presupuesto de la cristología explícita y de la
doctrina sobre la Trinidad. A partir de la experiencia eclesiológica la teología patrística, reflexionando
sobre la historia de salvación con ayuda del principio hermeneútico que se le ha dado en la «palabra viva
de Dios», en Cristo, llega a conocer la dinámica de dicha historia, la cual sale de Dios y a través de Cristo
llega a la Iglesia. Tomando origen en el poder fundador de la «Palabra» y alcanzando su plenitud en los
sacramentos, particularmente en la eucaristía, la Iglesia se revela como comunidad de los llamados en el
pneuma a la sabiduría, en espera de la manifestación de la gloria. La Iglesia, dentro de la línea de la
encarnación y vista desde pentecostés, es el despliegue del misterio pascual. En los sacramentos se sabe
incorporada a la muerte y resurrección de Cristo; en ellos se le transmite la fuerza del Pneuma. En su
condición humana participa dinámicamente de la unión de la humanidad de Jesús con Dios. Puesto que
representa a la humanidad, en cuanto ésta tiene en Cristo su cabeza y está vivificada por el Espíritu, la
Iglesia no es extraña a la vida del mundo y de los hombres; ella es la humanidad constituida en Cristo y
salvada en esperanza.
1. Para los padres, la Escritura entera habla de Cristo y de la Iglesia, a la que ellos ven a través de las
imágenes bíblicas (pueblo, cuerpo, templo, casa, esposa, rebaño, viña, ciudad, reino, campo, red) y de las
interpretaciones tipológicas del AT. Siendo conscientes de la eterna y escatológica realidad salvífica, que
está presente y actúa en cada una de las Iglesias parciales, los padres centraban su atención en los
siguientes temas: 1.°, Espíritu y eucaristía; 2 °, la maternidad de la Iglesia entera por la fe, el amor, la
oración, la penitencia, el testimonio; 3 °, amor y paz, la concordia entre las Iglesias locales; 4.°, la
colegialidad del episcopado; 5 °, el papa como custodio de la caridad de la Iglesia universal. En los padres
hallamos también importantes principios eclesiológicos: apostolicidad y sucesión apostólica (Ireneo);
episcopado (Cipriano); catolicidad, validez de los actos sacramentales independientemente de la santidad
personal del ministro (Agustín), etc. Además, desde los siglos III-V, los papas reivindican su papel de
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cabeza en el cuerpo de la Iglesia y sus prerrogativas en el campo del magisterio y de la jurisdicción (cf.
León Magno).
2. Los teólogos de la edad media permanecen aún fieles a esta visión patrística, centrada en la historia de
la salvación y la eucaristía. Tomás trata de la Iglesia dentro del misterio de Cristo. La Iglesia participa del
misterio de Cristo y de la Trinidad; en virtud de esa participación se realiza la imagen de Dios en
nosotros, a través de la encarnación y resurrección y en el Espíritu. Con la idea del carácter instrumental
de la humanidad de Cristo, Tomás desarrolla una teología de Cristo como cabeza de su Iglesia y de la
Iglesia como cuerpo de Cristo. La eclesiología permanece así en una perspectiva teológica,
cristológica,pascual y escatológica. Aunque los teólogos de la edad media vean en la Iglesia ante todo una
sociedad espiritual de comunión con Dios en Cristo, fecundada por el Espíritu Santo, una congregatio
fidelium, sin embargo ellos no desconocen la forma de existencia visible e institucional de esta sociedad
espiritual, su dimensón sacramental y su ministerio. Pero en diversos puntos, en la concepción del tratado
sobre los sacramentos y sobre el sacerdocio, se nota que los medios salvíficos requieren un análisis más
preciso. Esta visión patrística y teológica significa para la e. la primacía del Espíritu y de la ontología de
la gracia. La Iglesia procede del designio eterno del Padre, de la misión del Hijo y de la del Espíritu
Santo, que se dirigen a la humanidad entera.
Puesto que la Iglesia era para los padres la salvación eterna misma y, bajo el aspecto visible, la comunión
de las diversas Iglesias locales, ellos no insistieron mucho en su estructura de cuerpo universal. Pero no la
desconocían, pues el segundo concilio de Nicea (del año 687) afirmó que un sínodo ecuménico no puede
reunirse sin consentimiento del papa, y testimonios orientales atestiguan la imposibilidad de legislar en
materia eclesiástica sin la conformidad del papa.
Mas, por una parte, la reforma gregoriana, que estuvo ligada a la crisis de las relaciones entre la Iglesia y
el Estado, y confirmó la libertad de éste y, por otra parte, la ruptura con el oriente, pusieron de manifiesto
el hecho de que Dios ha dotado a la Iglesia universal con una suprema autoridad ecuménica. La Iglesia
universal depende inmediatamente no sólo de la caridad, sino también de la autoridad y potestad de la
Iglesia de Roma. Vive y se construye partiendo de la sede del sucesor de Pedro, y tiene por regla primera
ser «unius sententiae cum Apostolico» (Juan VIII a sus legados [Mansi 17, 469]). La Iglesia de Roma
representa en cierto modo la Iglesia entera: ella es Ecclesia urciversalis, Ecclesia mater, fons, origo,
cardo, fundamentum, basis; y el papa es el Vicarius Christi. Es una doctrina dogmática el hecho de la
constitución de la Iglesia como sociedad única bajo la monarquía del poder papal del sucesor de Pedro,
fundada sobre la soliditas del princeps apostolorum. Así lo atestiguan los primeros tratados titulados: De
ecclesia Catholica Romana, De primatu Romance Ecclesiae. Gracias al derecho canónico, elaborado para
servir al poder pontificio y promover la liberación de la Iglesia de la influencia secular, así como su
independencia incluso con relación al poder imperial, se desarrolló por lo menos en germen la idea de la
Iglesia. Como societas perfecta. Al concebirse la unidad de la Iglesia a semejanza de una ciudad o de un
reino, las categorías jurídicas y sociológicas se introducen en el pensamiento eclesiológico.
El tratado sobre la Iglesia, dado en germen con la concepción de la reforma gregoriana, fue tomando
consistencia progresivamente bajo la presión de dos series de acontecimientos que se condicionan
mutuamente: 1º. los conflictos entre la Iglesia y los poderes políticos (que comienzan con Felipe el
Hermoso y llegan a su punto culminante en los siglos xix y xx) obligan a la Iglesia a definirse desde su
propia naturaleza; 2º. las críticas ponen en tela de juicio la estructura concreta de la Iglesia y su fin
sobrenatural. Las herejías espiritualistas y dualistas del siglo XII - de los valdenses, albigenses, etcétera-
fomentan la crítica a la Iglesia por su vinculación a intereses temporales y su poder político, y ponen en
duda radicalmente la función mediadora de la Iglesia (el tema del papa como anticristo está presente
desde el siglo xii; la impugnación del sacerdocio jerárquico por los valdenses, la cual llega a su punto
cumbre en la reforma protestante y luego en el racionalismo). En Adversus Catharos et Valdenses, de
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Moneta de Cremona, se trasluce la imposibilidad de determinar la naturaleza de la Iglesia prescindiendo
de las dimensiones concretas de su existencia terrestre. El estudio de la economía positiva de la gracia
divina es el comienzo de una evolución que, con Canisio y Belarmino, llevará a incluir en la definición de
la Iglesia su condición de «Iglesia romana». Ya en el siglo XII se constituyen los tratados sobre los
sacramentos y el sacerdocio; pero lo que provoca la elaboración de los primeros tratados De ecclesia es la
aparición del galicanismo regalista (conflictos entre Felipe el Hermoso y Bonifacio viii, y luego entre
Juan xxii y los secuaces de Felipe de Baviera). Esos tratados versan sobre la potestas papalis, sobre la
autoridad y el derecho de la Iglesia; así lo indican sus títulos: De regimine christiano, de Jacobo de
Viterbo (1301-02) considerado como el primer tratado sobre la Iglesia; De ecclesiastica potestate, de
Egidio Romano; De potestate regia et papali, de Juan de París; De potestate papae, de H. Nedellac.
La relatividad de la realidad eclesiástica y social del cristianismo propugnada por el espiritualismo de Hus
y de Wiclef, que se apoya en una interpretación unilateral de temas agustinianos, como el de la Ecclesia
praedestinatorum, electorum o canctorum, el de la gracia, ete., desvirtúa la pertenencia al organismo
visible e histórico de la Iglesia, pero a la vez hace posible un mejor análisis de la posición eclesiástica en
relación con la pertenencia de los miembros al cuerpo de Cristo. El desarrollo de las ideas conciliaristas,
las cuales, en dependencia de tendencias individualistas y bajo el influjo del concepto de representación,
entendieron la Iglesía como congregatio f idelium, tuvo como consecuencia las grandes obras de Juan de
Torquemada (Summa de Ecclesia, 1436) y de Juan de Ragusa, que fueron los primeros tratados
sistemáticos sobre la Iglesia; pero en ellas se acentuaron excesivamente las nociones de reino y de poder.
El Solstitium de 1440 (M. Ourliac) constituye un giro decisivo en la evolución de la eclesiología.
La reforma protestante puso en tela de juicio toda la mediación eclesiástica (primado del papa, poderes de
obispos y sacerdotes, autoridad de la tradición, del magisterio, del sacerdocio y de los sacramentos); y
ello condujo a que los teólogos en la definición de la Iglesia resaltaran ante todo la dimensión jurídica y
visible, y relegaran a segundo plano la realidad de la gracia. El poder del papa entra con Belarmino en la
definición de la Iglesia, y el magisterio pasa a ser elemento constitutivo de la tradición; pero ya no se dice
nada de la relación de la eucaristía con la Iglesia. El jansenismo tuvo como consecuencia que se
acentuaran más los poderes y derechos del romano pontífice; el febronianismo y el laicismo obligaron a
desarrollar la idea de Iglesia como sociedad perfecta, dotada de derechos y medios, de una jerarquía, de
poderes de jurisdicción, legislativos y coercitivos. E1 protestantismo liberal y el modernismo obligaron a
los teólogos a insistir en el hecho de que Cristo fundó una sociedad visible, jerárquica y dotada de una
constitución jurídica.
De la noción de cuerpo de Cristo se conserva sobre todo el aspecto exterior y propiamente social de la
Iglesia. Pero, en comparación con la tradición patrística y medieval, esa concepción de la Iglesia se
empobrece teológicamente, pues el tratado De Ecclesia queda prácticamente reducido a lo contenido en la
ST ii-II q. 1 a. 10, es decir, a la cuestión de la potestad docente del papa. Los aspectos pneumatológicos,
la vida del pueblo fiel, la eucaristía, la comunión de las iglesias locales entre sí quedan prácticamente
silenciados.
Después de las grandes crisis del siglo xviii y de la revolución francesa, al lado de una corriente de
restauración, orientada hacia la autoridad, que desemboca en el concilio Vaticano i, se desarrolla en el
siglo xix una corriente de renovación de la e. por el retorno a las fuentes patrísticas y medievales. Esa
corriente comenzó con la escuela de Tubinga (Drey, Mtihler, Hirscher, Kuhn), que, con la concepción de
una teología del reino de Dios, revalorizó la idea del cuerpo de Cristo vivificado por el Espíritu. La
Iglesia ya no aparece ahora primariamente como una sociedad visible y jerárquica, dotada de un
magisterio, sino como una comunidad de vida orgánica con Cristo. A pesar de ciertos influjos románticos
(idea de pueblo y organismo), que restaron valor a estos intentos, la Iglesia volvió a ser objeto de la
teología en la totalidad de su realidad. Gracias a Passaglia, familiarizado con estas perspectivas, y a sus
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discípulos Franzelin y Schrader, la teología del cuerpo místico recuperó su vigencia. Introducida en el
primer esquema De Ecclesia del Vaticano i, pareció romántica a la mayoría de los padres. Después de
Franzelin, M: J. Scheeben desarrolló una teología inspirada en la idea de lo sacramental, que trataba de
unir el aspecto de la autoridad con el del orgánico y de la vida. Como fruto de estos esfuerzos, la teología
del cuerpo místico fue asumida en la incíclica de León x111, Satis cognitum, que entiende la Iglesia
partiendo de la acción salvadora de Dios y de Cristo. Esta teología alcanzó su pleno desarrollo en la
renovación que siguió a la primera guerra mundial. La Iglesia fue considerada esencialmente como la
congregatio fidelium, como cuerpo místico penetrado por la vida divina que brota de la Trinidad. La
encíclica Mystici corporis, de Pío xii, que vio en la Iglesia - la cual tiene en Cristo su cabeza, su autor y
Señor, su columna angular - una realidad social, visible y orgánica, cuyo principio último de acción es el
Espíritu Santo; dio valor oficial a este nuevo descubrimiento, con tan hondo alcance, de la concepción de
la Iglesia como cuerpo de Cristo en el plan salvífico de Dios. Las investigaciones teológicas se
desarrollaron luego en líneas complementarias: la Iglesia como sacramento, la Iglesia como comunidad,
la Iglesia como misterio. Este proceso eclesiológico se desarrolló en relación con la renovación bíblica y
litúrgica, con el ecumenismo, con la acción de los laicos, con la idea de misión, con reflexión sobre la
evolución (J.H. Newman) y la historicidad de la Iglesia. Así se recuperó la idea de pueblo de Dios, el
sentido del dinamismo misionero, la tensión hacia la escatología, la comprensión de la comunidad como
comunión, la colegialidad, etc. En las obras de los teólogos modernos va apareciendo poco a poco una
síntesis eclesiológica, orientada hacia la plenitud del misterio de Cristo y abierta enteramente al mundo.
El concilio Vaticano II ha venido a coronar esta gran renovación eclesiológica y a reanudar la gran
tradición patrística y teológica, manteniendo, no obstante, todo lo adquirido en los períodos de
controversias. El tiempo está ya maduro para una síntesis eclesiológica armónicamente construida.
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La LG es el documento principal del CVII. Es el centro y la clave objetiva, pero no es toda la eclesiología
del CVII. La LG quiere proponer el marco general para comprender las realidades eclesiológicas
fundamentales para orientar la ineligencia y la acción de los fieles, para instaurar la relación con los
cristianos y con los hombres todos.
La mística y la misión, la teología y el testimonio de un siglo entero, hicieron posible y necesaria una
forma histórica propia de la misma y única Iglesia de Cristo. El retorno a las fuentes cristianas y el
encuentro con la modernidad dieron nacimiento a este texto, del cual emerge una figura de Iglesia que
quiere ser, ante todo, sacramento de salvación, reflejando desde su rostro la plenitud y la belleza de Cristo
crucificado y resucitado, Lumen Gentium.
Introducción
2) En busca de integración:
- La eclesiología apologética no consiguió presentar una doctrina integral sobre la Iglesia.
- La doctrina del Vaticano II busca la integración.
3) En busca de complementariedad:
- El Vaticano II buscó en las nuevas orientaciones la complementariedad: con las doctrinas
del pasado corrigiendo acentuaciones parciales.
1º.- El retorno a las fuentes de la Teología. (No por históricamente primero, sino por lo
original y fundante)
- La doctrina revelada sobre la Iglesia está en el centro del misterio cristiano. Philips llega a
esta conclusión sistematizando los tratados teológicos a partir de la Trinidad: creación
antropología caídad encarnación Espíritu Iglesia Gracia Sacramentos (Eucaristía)
Escatología.
Conclusión:
- Ratzinger corrige el primado de la praxis con el primado del Logos. No es lícito reducir el
alcance de la teología a la mera función de guía de la praxis; su misión consiste en transmitir la
verdad de Dios, la cual puede ser conocida sin un proceso histórico (actuar humano). La teología es
el acceso a le verdad de Dios a través de la reflexión que incluye la salvación del hombre concreto.
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Relación final, redactada por el Relator general, Emmo. Sr. cardenal Godfried Danneels, arzobispo de Malinas – Brusela,
sometida a votación de los padres y publicada con el consentimiento del Sumo Pontífice
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A) El misterio de la Iglesia
3. El misterio de la Iglesia
Toda la importancia de la Iglesia deriva de su conexión con Cristo. El Concilio describió de
diversos modos la Iglesia como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Esposa de Cristo, Templo del Espíritu
Santo, Familia de Dios. Estas descripciones de la Iglesia se completan mutuamente y deben entenderse a
la luz del misterio de Cristo o de la Iglesia en Cristo. No podemos sustituir una visión unilateral, falsa,
meramente jerárquica de la Iglesia, por una nueva concepción sociológica también unilateral de la Iglesia.
Jesucristo asiste también a su Iglesia y vive en ella como resucitado. Por la conexión de la Iglesia con
Cristo se entiende claramente la índole escatológica de la misma Iglesia (cf. Lumen gentium, cap, VII).
De este modo, la Iglesia peregrinante en la tierra es el pueblo mesiánico (cf. Lumen gentium, 9), que ya
anticipa en sí mismo la nueva creatura. Sin embargo, la Iglesia, que abarca en su seno a los pecadores,
permanece santa y siempre necesitada de purificación, caminando hacia el reino futuro entre las
persecuciones del mundo y los consuelos de Dios (cf. Lumen gentium, 8). En este sentido, en la Iglesia
están siempre presentes, a la vez, el misterio de la cruz y el misterio de la resurrección.
5. Sugerencias
Hoy es absolutamente necesario que los Pastores de la Iglesia sobresalgan por el testimonio de
santidad. Ya en los seminarios y en las casas religiosas hay que instituir la formación de manera que los
candidatos no sólo sean educados intelectual, sino también espiritualmente; deben ser seriamente
introducidos en la vida espiritual cotidiana (oración, meditación, lectura espiritual, sacramentos de la
Penitencia y de la Eucaristía). Según la mente del Decreto "Presbyterorum ordinis", de tal manera se
preparen al ministerio sacerdotal, que en el mismo ejercicio de la caridad pastoral encuentren alimento
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para su vida espiritual (cf. Presbyterorum ordinis, 18). Así también estarán preparados para poder dar en
el ministerio a los fieles consejos acertados para la vida espiritual. Hay que fomentar absolutamente la
auténtica renovación de los institutos de vida consagrada. Pero también hay que promover la
espiritualidad propia de los laicos fundada en el bautismo. En primer lugar, hay que promover la
espiritualidad conyugal que se apoya en el sacramento del matrimonio y resulta de suma importancia en
la tarea de transmitir la fe a las futuras generaciones.
a) La Palabra de Dios
1. Escritura-Tradición-Magisterio
La Iglesia escuchando religiosamente la Palabra de Dios es enviada a proclamarla confiadamente
(cf. Dei Verbum, 1). Por tanto, la predicación del Evangelio ocupa un primer puesto entre las principales
funciones de la Iglesia y, en primer lugar de los obispos, siendo hoy de suma importancia (cf. Lumen
gentium, 25). En este contexto se ve la importancia de la Constitución Dogmática "Dei Verbum" que
quizás fue demasiado descuidada pero que fue propuesta de nuevo de manera más profunda y plenamente
actual por Pablo VI en la Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi" (1975).
También en esta Constitución es necesario evitar una lectura parcial. Principalmente la exégesis
del sentido original de la Sagrada Escritura, que fue recomendada fuertemente por el Concilio (cf. Dei
Verbum, 12), no ha de ser separada de la viva Tradición de la Iglesia (cf. Dei Verbum, 9), ni de la
interpretación auténtica del Magisterio de la Iglesia (cf. Dei Verbum, 10).
Hay que evitar y superar aquella falsa oposición entre la función doctrinal y la pastoral. Más aún,
el verdadero afán pastoral consiste en la actualización y concreción de la verdad de la salvación, que en sí
vale para todos los tiempos. Los obispos, como verdaderos Pastores deben mostrar al rebaño el camino
recto, corroborar la fe del rebaño, apartar de él los peligros.
2. La evangelización
El misterio de la vida divina, del que la Iglesia participa, ha de ser proclamado a todos los pueblos.
La Iglesia misma es, por su naturaleza, misionera (cf. Ad gentes, 2); los obispos, por tanto, no son
solamente doctores de los fieles, sino también predicadores de la fe que llevan a Cristo nuevos discípulos
(cf. Lumen gentium, 25). La evangelización es la primera función no sólo de los obispos, sino también de
los presbíteros y diáconos, más aún, de todos los fieles cristianos.
Por todas partes en el mundo, está hoy en peligro la transmisión de la fe y de los valores morales,
que proceden del Evangelio, a la nueva generación (a los jóvenes). El conocimiento de la fe y el
reconocimiento del orden moral, se reducen frecuentemente a un mínimo. Se requiere, por tanto, un
nuevo esfuerzo en la evangelización y en la catequesis integral y sistemática.
La evangelización no pertenece sólo a la misión en sentido estricto, es decir, misión a los gentiles.
La evangelización de los no creyentes presupone la autoevangelización de los bautizados y también de los
mismos diáconos, presbíteros y obispos. La evangelización se hace mediante testigos; pero el testigo no
da sólo testimonio con las palabras sino con su vida. No debemos olvidar que en griego testimonio se dice
"martirio". Desde este punto de vista, las Iglesias más antiguas pueden aprender mucho de las Iglesias
recientes, de su dinamismo vida y testimonio hasta el martirio de sangre por la fe.
4. Sugerencias
Es un deseo muy común que se elabore un catecismo o compendio de toda la doctrina católica,
tanto sobre la fe como sobre las costumbres, que sea como el punto de referencia para los catecismos y
compendios que se redacten en las diversas regiones. La presentación de la doctrina ha de ser tal que
resulte bíblica y litúrgica, presentando la doctrina sana y, a la vez, acomodada a la vida actual de los
cristianos.
Hay que cuidar mucho la formación de los candidatos al sacerdocio. Préstese en ella atención a la
instrucción filosófica y al modo de enseñar la teología que propuso el Decreto "Optatam totius", n. 16.
Se recomiendan los manuales con tal que ofrezcan la teología sana de manera científica y
pedagógica, y estén además imbuidos de verdadero sentido de Iglesia.
b) La Sagrada Liturgia
1. La renovación interna de la liturgia
La renovación litúrgica es el fruto más visible de toda la obra conciliar. Aunque han existido
algunas dificultades, generalmente ha sido aceptada por los fieles con alegría y con fruto. La innovación
litúrgica no puede reducirse a las ceremonias, ritos, textos, etc., y la participación activa, que felizmente
tanto ha crecido después del Concilio, no consiste sólo en la actividad externa, sino ante todo en la
participación interna y espiritual, en la participación viva y fructuosa del misterio pascual de Jesucristo
(cf. Sacrosanctum Concilium, 11). Precisamente la liturgia debe fomentar el sentido de lo sagrado y
hacerlo resplandecer. Debe estar imbuida del espíritu de reverencia y de glorificación de Dios.
2. Sugerencias
Que los obispos no sólo corrijan los abusos, sino que expliquen también a su pueblo claramente el
fundamento teológico de la disciplina sacramental y de la liturgia.
Las catequesis, como lo fueron ya en el comienzo de la Iglesia, deben ser de nuevo hoy el camino
que introduzca a la vida litúrgica (catequesis mistagógicas).
Los futuros sacerdotes aprendan la vida litúrgica por experiencia propia, y conozcan bien la
teología de la liturgia.
4. La colegialidad
La eclesiología de comunión ofrece el fundamento sacramental de la colegialidad. Por eso, la
teología de la colegialidad se extiende mucho más allá de lo que es mera consideración jurídica. El afecto
colegial es más amplio que la colegialidad efectiva entendida de manera meramente jurídica. El afecto
colegial es el alma de la colaboración entre los obispos, tanto en el campo regional, como en el nacional o
internacional.
La acción colegial tomada en sentido estricto implica la actividad de todo el Colegio juntamente
con su Cabeza sobre toda la Iglesia, su expresión nítida se tiene en el Concilio Ecuménico. En toda la
cuestión teológica sobre la relación entre el Primado y el Colegio de los Obispos no puede hacerse la
distinción entre el Romano Pontífice y los obispos tomados colectivamente, sino entre el Romano
Pontífice separadamente y el Romano Pontífice juntamente con los obispos (cf. Lumen gentium, nota
explicativa, 3), porque el Colegio juntamente con su Cabeza, y nunca sin esta Cabeza, es sujeto de
potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia (cf. Lumen gentium, 22).
Eclesiología ____________________________________________________________________ 23
De la colegialidad tomada así en sentido estricto se distinguen las diversas realizaciones parciales
que son verdaderamente signo e instrumento de afecto colegial: el Sínodo de los Obispos, las
Conferencias Episcopales, la Curia Romana, las visitas "ad Limina", etc... Todas estas realizaciones no
pueden deducirse directamente del principio teológico de la colegialidad; sino que se rigen por el derecho
eclesiástico. Sin embargo, ellas y también otras formas, como los viajes pastorales del Sumo Pontífice,
son un servicio de gran importancia para todo el Colegio de los Obispos juntamente con el Papa y
también para cada uno de los obispos, a los que el Espíritu Santo ha puesto para regir la Iglesia de Dios
(cf. Act 20, 28).
8. Sugerencias
a) Ya que el nuevo Código de Derecho Canónico, tan felizmente promulgado ayuda muchísimo
para aplicar el Concilio en la Iglesia latina, se expresa el deseo de que la codificación oriental se lleve a
cabo con la mayor rapidez.
b) Dado que las Conferencias Episcopales son tan útiles, más aún, necesarias en el trabajo pastoral
actual de la Iglesia, se desea un estudio de su estatuto teológico sobre todo para explicar más clara y
profundamente la cuestión de su autoridad doctrinal, teniendo en cuenta lo que se dice en el Concilio, en
el Decreto "Christus Dominus" n. 38 y en el Código de Derecho Canónico cánones 447 y 753.
c) Se recomienda un estudio en orden a considerar si el principio de subsidiaridad vigente en la
sociedad humana, se puede aplicar en la Iglesia, y en qué grado y en qué sentido se pueda o deba hacer tal
aplicación (cf. Pío XII: AAS 38, 1946, pág. 144).
2. Teología de la cruz
Nos parece que en las dificultades actuales Dios quiere enseñarnos, de manera más profunda, el
valor, la importancia y la centralidad de la cruz de Jesucristo. Por ello, hay que explicar, a la luz del
misterio pascual, la relación entre la historia humana y la historia de la salvación. Ciertamente la teología
de la cruz no excluye en modo alguno la teología de la creación y de la encarnación, sino que, como es
obvio, la presupone, Cuando los cristianos hablamos de la cruz, no merecemos el calificativo de
pesimismo, pues nos colocamos en el realismo de la esperanza cristiana.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 25
3. El "aggiornamento"
En esta perspectiva pascual, que afirma la unidad de la cruz y resurrección, se discierne el
verdadero y falso sentido del llamado "aggiornamento". Se excluye la mera fácil acomodación que
llevaría a la secularización de la Iglesia. Se excluye también el cierre inmovilista de la comunidad de los
fieles en sí misma. Pero se afirma la apertura misionera para la salvación integral del mundo. Por ella no
sólo se aceptan todos los valores verdaderamente humanos, sino que se defienden fuertemente: la
dignidad de la persona humana, los derechos fundamentales de los hombres, la paz, la liberación de las
opresiones, de la miseria y de la injusticia. Pero la salvación integral sólo se obtiene si estas realidades
humanas son purificadas y ulteriormente elevadas por la gracia a la familiaridad con Dios por Jesucristo
en el Espíritu Santo
4. La inculturación
Aquí tenemos también el principio teológico para el problema de la inculturación. Ya que la
Iglesia es una comunión, presente en todo el mundo, que une la diversidad y la unidad, asume todo lo
positivo que encuentra en todas las culturas. Sin embargo, la inculturación es diversa de la mera
adaptación externa, porque significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales
mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas
humanas.
Pablo VI llama a la ruptura entre Evangelio y cultura "el drama de nuestro tiempo, como lo fue
también en otras épocas. De ahí que se deben hacer todos los esfuerzos posibles con vistas a una generosa
evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el
encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es
proclamada" (Evangelii nuntiandi, 20).
7. Sugerencias
Ya que el mundo esta continuamente en evolución, conviene que los signo e los tiempos sean
sometidos a análisis una y otra vez, de modo que el mensaje del Evangelio resuene más claramente y la
actividad de la Iglesia por la salvación del mundo se haga más intensa y se lleve a la vida. En este
contexto hay que examinar de nuevo qué es y cómo ha de llevarse a la práctica:
a) la teología de la cruz y el misterio pascual en la predicación, en los sacramentos y en la vida de
la Iglesia de nuestro tiempo;
b) la teología y práctica de la inculturación, y el diálogo con las religiones no cristianas y con los
no creyentes;
c) qué es la opción preferencial por los pobres;
d) la doctrina social de la Iglesia con respecto a la promoción humana en circunstancias siempre
nuevas.
Al final de esta asamblea, el Sínodo agradece de todo corazón a Dios Padre por su Hijo en el
Espíritu Santo, la grandísima gracia de este siglo que ha sido el Concilio Vaticano II. Da gracias también
a Dios por la experiencia espiritual de esta celebración del XX aniversario, que ha colmado de gozo y
esperanza nuestros corazones, si bien en medio de las angustias y sufrimientos de nuestro tiempo. Como a
los Apóstoles en el Cenáculo con María, el Espíritu Santo nos ha enseñado lo que quiere decir a la Iglesia
en su peregrinación hacia el tercer milenio.
***
Todos nosotros obispos, con Pedro y bajo Pedro, nos comprometemos a comprender más
profundamente el Concilio Vaticano II y a aplicarlo en la Iglesia, como nos lo hemos propuesto en esta
Asamblea del Sínodo. Hemos celebrado y verificado el Concilio para promoverlo, porque el mensaje del
Concilio Vaticano II, acogido con gran consentimiento de ánimos por toda la Iglesia, es la Carta Magna, y
seguirá siéndolo para el tiempo futuro.
Llegue finalmente en nuestros días aquel "nuevo Pentecostés", del que ya habló el Papa Juan
XXIII y que nosotros, con todos los fieles cristianos, esperamos del Espíritu Santo. Que el Espíritu, por la
intercesión de María Madre de la Iglesia, haga que al final de este siglo "la Iglesia, a la luz de la Palabra
de Dios, celebre los misterios de Cristo para la salvación del mundo".
NOTA DOCTRINAL
Diciembre de 2007
I. Introducción
1. Enviado por el Padre para anunciar el Evangelio, Jesucristo invita a todos los hombres a la conversión
y a la fe (cf. Mc 1, 14-15), encomendando a los Apóstoles, después de su resurrección, continuar su
misión evangelizadora (cf. Mt 28, 19-20; Mc 16, 15; Lc 24, 4-7; Hch 1, 3): «como el Padre me envió,
también yo os envío» (Jn 20, 21; cf. 17, 18). Mediante la Iglesia, quiere llegar a cada época de la historia,
a cada lugar de la tierra y a cada ámbito de la sociedad, quiere llegar hasta cada persona, para que todos
sean un solo rebaño con un solo pastor (cf. Jn 10, 16): «Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a
toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16, 15-16).
Los Apóstoles, entonces, «movidos por el Espíritu Santo, invitaban a todos a cambiar de vida, a
convertirse y a recibir el bautismo»[1], porque la «Iglesia peregrina es necesaria para la Salvación»[2]. Es
el mismo Señor Jesucristo que, presente en su Iglesia, precede la obra de los evangelizadores, la
acompaña y sigue, haciendo fructificar el trabajo: lo que acaeció al principio continúa durante todo el
curso de la historia.
Al comienzo del tercer milenio, resuena en el mundo la invitación que Pedro, junto con su hermano
Andrés y con los primeros discípulos, escuchó de Jesús mismo: «rema mar adentro, y echad vuestras
redes para pescar» (Lc 5, 4)[3]. Y después de la pesca milagrosa, el Señor anunció a Pedro que se
convertiría en «pescador de hombres» (Lc 5, 10).
2. El término evangelización tiene un significado muy rico[4]. En sentido amplio, resume toda la misión
de la Iglesia: toda su vida, en efecto, consiste en realizar la traditio Evangelii, el anuncio y transmisión
del Evangelio, que es «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm 1, 16) y que en última
instancia se identifica con el mismo Cristo (1 Co 1, 24). Por eso, la evangelización así entendida tiene
como destinataria toda la humanidad. En cualquier caso evangelización no significa solamente enseñar
una doctrina sino anunciar a Jesucristo con palabras y acciones, o sea, hacerse instrumento de su
presencia y actuación en el mundo.
«Toda persona tiene derecho a escuchar la "Buena Nueva" de Dios que se revela y se da en Cristo, para
realizar en plenitud la propia vocación»[5]. Es un derecho conferido por el mismo Señor a toda persona
humana, por lo cual todos los hombres y mujeres pueden decir junto con San Pablo: Jesucristo «me amó y
se entregó por mí» (Gal 2, 20). A este derecho le corresponde el deber de evangelizar: «no es para mí
ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el
Evangelio!» (1 Co 9, 16; cf. Rm 10, 14). Así se entiende porqué toda actividad de la Iglesia tenga una
dimensión esencial evangelizadora y jamás debe ser separada del compromiso de ayudar a todos a
encontrar a Cristo en la fe, que es el objetivo primario de la evangelización: «La cuestión social y el
Evangelio son realmente inseparables. Si damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades,
capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco»[6].
Eclesiología ____________________________________________________________________ 28
3. Hoy en día, sin embargo, hay una confusión creciente que induce a muchos a desatender y dejar
inoperante el mandato misionero del Señor (cf. Mt 28, 19). A menudo se piensa que todo intento de
convencer a otros en cuestiones religiosas es limitar la libertad. Sería lícito solamente exponer las propias
ideas e invitar a las personas a actuar según la conciencia, sin favorecer su conversión a Cristo y a la fe
católica: se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a su propia religión, que
basta con construir comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad.
Además, algunos sostienen que no debería anunciar a Cristo a quienes no lo conocen, ni favorecer la
adhesión a la Iglesia, pues sería posible salvarse también sin un conocimiento explícito de Cristo y sin
una incorporación formal a la Iglesia.
Para salir al paso de esta problemática, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha estimado necesario
publicar la presente Nota, la cual, presuponiendo toda la doctrina católica sobre la evangelización,
ampliamente tratada en el Magisterio de Pablo VI y de Juan Pablo II, tiene como finalidad aclarar algunos
aspectos de la relación entre el mandato misionero del Señor y el respeto a la conciencia y a la libertad
religiosa de todos. Son aspectos con implicaciones antropológicas, eclesiológicas y ecuménicas.
4. «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado,
Jesucristo» (Jn 17, 3): Dios concedió a los hombres inteligencia y voluntad para que lo pudieran buscar,
conocer y amar libremente. Por eso la libertad humana es un recurso y, a la vez, un reto para el hombre
que le presenta Aquel que lo ha creado. Un ofrecimiento a su capacidad de conocer y amar lo que es
bueno y verdadero. Nada como la búsqueda del bien y la verdad pone en juego la libertad humana,
reclamándole una adhesión tal que implica los aspectos fundamentales de la vida. Este es,
particularmente, el caso de la verdad salvífica, que no es solamente objeto del pensamiento sino también
acontecimiento que afecta a toda la persona - inteligencia, voluntad, sentimientos, actividades y proyectos
- cuando ésta se adhiere a Cristo. En esta búsqueda del bien y la verdad actúa ya el Espíritu Santo, que
abre y dispone los corazones para acoger la verdad evangélica, según la conocida afirmación de Santo
Tomás de Aquino: «omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est»[7]. Por eso es importante
valorar esta acción del Espíritu Santo, que produce afinidad y acerca los corazones a la verdad, ayudando
al conocimiento humano a madurar en la sabiduría y en el abandono confiado en lo verdadero[8].
Sin embargo, hoy en día, cada vez más frecuentemente, se pregunta acerca de la legitimidad de proponer
a los demás lo que se considera verdadero en sí, para que puedan adherirse a ello. Esto a menudo se
considera como un atentado a la libertad del prójimo. Tal visión de la libertad humana, desvinculada de su
inseparable referencia a la verdad, es una de las expresiones «del relativismo que, al no reconocer nada
como definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la
libertad, se transforma para cada uno en una prisión»[9]. En las diferentes formas de agnosticismo y
relativismo presentes en el pensamiento contemporáneo, «la legítima pluralidad de posiciones ha dado
paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son
igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad que es
posible encontrar en el contexto actual. No se sustraen a esta prevención ni siquiera algunas concepciones
de vida provenientes de Oriente; en ellas, en efecto, se niega a la verdad su carácter exclusivo, partiendo
del presupuesto de que se manifiesta de igual manera en diversas doctrinas, incluso contradictorias entre
sí»[10]. Si el hombre niega su capacidad fundamental de conocer la verdad, si se hace escéptico sobre su
facultad de conocer realmente lo que es verdadero, termina por perder lo único que puede atraer su
inteligencia y fascinar su corazón.
5. En este sentido, en la búsqueda de la verdad, se engaña quien sólo confía en sus propias fuerzas, sin
reconocer la necesidad que cada uno tiene del auxilio de los demás. El hombre «desde el nacimiento,
pues, está inmerso en varias tradiciones, de las cuales recibe no sólo el lenguaje y la formación cultural,
sino también muchas verdades en las que, casi instintivamente, cree. De todos modos el crecimiento y la
Eclesiología ____________________________________________________________________ 29
maduración personal implican que estas mismas verdades puedan ser puestas en duda y discutidas por
medio de la peculiar actividad crítica del pensamiento. Esto no quita que, tras este paso, las mismas
verdades sean "recuperadas" sobre la base de la experiencia llevada que se ha tenido o en virtud de un
razonamiento sucesivo. A pesar de ello, en la vida de un hombre las verdades simplemente creídas son
mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación personal»[11]. La necesidad de
confiar en los conocimientos transmitidos por la propia cultura, o adquiridos por otros, enriquece al
hombre ya sea con verdades que no podía conseguir por sí solo, ya sea con las relaciones interpersonales
y sociales que desarrolla. El individualismo espiritual, por el contrario, aísla a la persona impidiéndole
abrirse con confianza a los demás - y, por lo tanto, recibir y dar en abundancia los bienes que sostienen su
libertad - poniendo en peligro incluso el derecho de manifestar socialmente sus propias convicciones y
opiniones[12].
En particular, la verdad que es capaz de iluminar el sentido de la propia vida y de guiarla se alcanza
también mediante el abandono confiado en aquellos que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de
la verdad misma: «La capacidad y la opción de confiarse uno mismo y la propia vida a otra persona
constituyen ciertamente uno de los actos antropológicamente más significativos y expresivos»[13]. La
aceptación de la Revelación que se realiza en la fe, aunque suceda en un nivel más profundo, entra en la
dinámica de la búsqueda de la verdad: «Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por
la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando "a Dios revelador el homenaje del
entendimiento y de la voluntad", y asistiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él»[14]. El
Concilio Vaticano II, después de haber afirmado el deber y el derecho de todo hombre a buscar la verdad
en materia religiosa, añade: «la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona
humana y a su naturaleza social, es decir, mediante una libre investigación, sirviéndose del magisterio o
de la educación, de la comunicación y del diálogo, por medio de los cuales unos exponen a otros la
verdad que han encontrado o creen haber encontrado»[15]. En cualquier caso, la verdad «no se impone de
otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad»[16]. Por lo tanto, estimular honestamente la
inteligencia y la libertad de una persona hacia el encuentro con Cristo y su Evangelio no es una
intromisión indebida, sino un ofrecimiento legítimo y un servicio que puede hacer más fecunda la
relación entre los hombres.
6. La evangelización es, además, una posibilidad de enriquecimiento no sólo para sus destinatarios sino
también para quien la realiza y para toda la Iglesia. Por ejemplo, en el proceso de inculturación, «la
misma Iglesia universal se enriquece con expresiones y valores en los diferentes sectores de la vida
cristiana, [...] conoce y expresa aún mejor el misterio de Cristo, a la vez que es alentada a una continua
renovación»[17]. La Iglesia, en efecto, que desde el día de Pentecostés ha manifestado la universalidad de
su misión, asume en Cristo las riquezas innumerables de los hombres de todos los tiempos y lugares de la
historia humana[18]. Además de su valor antropológico implícito, todo encuentro con una persona o con
una cultura concreta puede desvelar potencialidades del Evangelio poco explicitadas precedentemente,
que enriquecerán la vida concreta de los cristianos y de la Iglesia. Gracias, también, a este dinamismo, la
«Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo»[19].
En efecto, el Espíritu que, después de haber obrado la encarnación de Jesucristo en el vientre virginal de
María, vivifica la acción materna de la Iglesia en la evangelización de las culturas. Si bien el Evangelio es
independiente de todas las culturas, es capaz de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna[20]. En este
sentido, el Espíritu Santo es también el protagonista de la inculturación del Evangelio, es el que precede,
en modo fecundo, al diálogo entre la Palabra de Dios, revelada en Jesucristo, y las inquietudes más
profundas que brotan de la multiplicidad de los hombres y de las culturas. Así continúa en la historia, en
la unidad de una misma y única fe, el acontecimiento de Pentecostés, que se enriquece a través de la
diversidad de lenguas y culturas.
7. La actividad por medio de la cual el hombre comunica a otros eventos y verdades significativas desde
el punto de vista religioso, favoreciendo su recepción, no solamente está en profunda sintonía con la
Eclesiología ____________________________________________________________________ 30
naturaleza del proceso humano de diálogo, de anuncio y aprendizaje, sino que también responde a otra
importante realidad antropológica: es propio del hombre el deseo de hacer que los demás participen de los
propios bienes. Acoger la Buena Nueva en la fe empuja de por sí a esa comunicación. La Verdad que
salva la vida enciende el corazón de quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad a
comunicar lo que se ha recibido gratuitamente.
Si bien los no cristianos puedan salvarse mediante la gracia que Dios da a través de "caminos que Él
sabe"[21], la Iglesia no puede dejar de tener en cuenta que les falta un bien grandísimo en este mundo:
conocer el verdadero rostro de Dios y la amistad con Jesucristo, el Dios-con-nosotros. En efecto, «nada
hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello
que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él»[22]. Para todo hombre es un bien la revelación
de las verdades fundamentales[23] sobre Dios, sobre sí mismo y sobre el mundo; mientras que vivir en la
oscuridad, sin la verdad acerca de las últimas cosas, es un mal, que frecuentemente está en el origen de
sufrimientos y esclavitudes a veces dramáticas. Esta es la razón por la que San Pablo no vacila en
describir la conversión a la fe cristiana como una liberación «del poder de las tinieblas» y como la entrada
«en el Reino del Hijo predilecto, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados» (Col 1, 13-14).
Por eso, la plena adhesión a Cristo, que es la Verdad, y la incorporación a su Iglesia, no disminuyen la
libertad humana, sino que la enaltecen y perfeccionan, en un amor gratuito y enteramente solícito por el
bien de todos los hombres. Es un don inestimable vivir en el abrazo universal de los amigos de Dios que
brota de la comunión con la carne vivificante de su Hijo, recibir de Él la certeza del perdón de los pecados
y vivir en la caridad que nace de la fe. La Iglesia quiere hacer partícipes a todos de estos bienes, para que
tengan la plenitud de la verdad y de los medios de salvación, «para participar en la gloriosa libertad de los
hijos de Dios» (Rm 8, 21).
8. La evangelización implica también el diálogo sincero que busca comprender las razones y los
sentimientos de los otros. Al corazón del hombre, en efecto, no se accede sin gratuidad, caridad y diálogo,
de modo que la palabra anunciada no sea solamente proferida sino adecuadamente testimoniada en el
corazón de sus destinatarios. Eso exige tener en cuenta las esperanzas y los sufrimientos, las situaciones
concretas de los destinatarios. Además, precisamente a través del diálogo, los hombres de buena voluntad
abren más libremente el corazón y comparten sinceramente sus experiencias espirituales y religiosas. Ese
compartir, característico de la verdadera amistad, es una ocasión valiosa para el testimonio y el anuncio
cristiano.
Como en todo campo de la actividad humana, también en el diálogo en materia religiosa puede
introducirse el pecado. A veces puede suceder que ese diálogo no sea guiado por su finalidad natural, sino
que ceda al engaño, a intereses egoístas o a la arrogancia, sin respetar la dignidad y la libertad religiosa de
los interlocutores. Por eso «la Iglesia prohíbe severamente que a nadie se obligue, o se induzca o se
atraiga por medios indiscretos a abrazar la fe, lo mismo que vindica enérgicamente el derecho a que nadie
sea apartado de ella con vejaciones inicuas»[24].
El motivo originario de la evangelización es el amor de Cristo para la salvación eterna de los hombres.
Los auténticos evangelizadores desean solamente dar gratuitamente lo que gratuitamente han recibido:
«Desde los primeros días de la Iglesia los discípulos de Cristo se esforzaron en inducir a los hombres a
confesar Cristo Señor, no por acción coercitiva ni por artificios indignos del Evangelio, sino ante todo por
la virtud de la palabra de Dios»[25]. La misión de los Apóstoles - y su continuación en la misión de la
Iglesia antigua - sigue siendo el modelo fundamental de evangelización para todos los tiempos: una
misión a menudo marcada por el martirio, como lo demuestra la historia del siglo pasado. Precisamente el
martirio da credibilidad a los testigos, que no buscan poder o ganancia sino que entregan la propia vida
por Cristo. Manifiestan al mundo la fuerza inerme y llena de amor por los hombres concedida a los que
siguen a Cristo hasta la donación total de su existencia. Así, los cristianos, desde los albores del
cristianismo hasta nuestros días, han sufrido persecuciones por el Evangelio, como Jesús mismo había
anunciado: «a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15, 20).
Eclesiología ____________________________________________________________________ 31
III. Algunas implicaciones eclesiológicas
El espíritu cristiano ha estado siempre animado por la pasión de llevar a toda la humanidad a Cristo en la
Iglesia. En efecto, la incorporación de nuevos miembros a la Iglesia no es la extensión de un grupo de
poder, sino la entrada en la amistad de Cristo, que une el cielo y la tierra, continentes y épocas diferentes.
Es la entrada en el don de la comunión con Cristo, que es «vida nueva» animada por la caridad y el
compromiso con la justicia. La Iglesia es instrumento - «el germen y el principio»[27] - del Reino de
Dios, no es una utopía política. Es ya presencia de Dios en la historia y lleva en sí también el verdadero
futuro, el definitivo, en el que Él será «todo en todos» (1 Co 15, 28); una presencia necesaria, pues sólo
Dios puede dar al mundo auténtica paz y justicia. El Reino de Dios no es - como algunos sostienen hoy -
una realidad genérica que supera todas las experiencias y tradiciones religiosas, a la cual estas deberían
tender como hacia una comunión universal e indiferenciada de todos los que buscan a Dios, sino que es,
ante todo, una persona, que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible[28].
Por eso, cualquier movimiento libre del corazón humano hacia Dios y hacia su Reino conduce, por su
propia naturaleza, a Cristo y se orienta a la incorporación en su Iglesia, que es signo eficaz de ese Reino.
La Iglesia es, por lo tanto, medio de la presencia de Dios y por eso, instrumento de una verdadera
humanización del hombre y del mundo. La extensión de la Iglesia a lo largo de la historia, que constituye
la finalidad de la misión, es un servicio a la presencia de Dios mediante su Reino: en efecto, «el Reino no
puede ser separado de la Iglesia»[29]
10. Hoy, sin embargo, «el perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de
tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de iure (o de
principio)»[30]. Desde hace mucho tiempo se ha ido creando una situación en la cual, para muchos fieles,
no está clara la razón de ser de la evangelización[31]. Hasta se llega a afirmar que la pretensión de haber
recibido como don la plenitud de la Revelación de Dios, esconde una actitud de intolerancia y un peligro
para la paz.
Quién así razona, ignora que la plenitud del don de la verdad que Dios hace al hombre al revelarse a él,
respeta la libertad que Él mismo ha creado como rasgo indeleble de la naturaleza humana: una libertad
que no es indiferencia, sino tendencia al bien. Ese respeto es una exigencia de la misma fe católica y de la
caridad de Cristo, un elemento constitutivo de la evangelización y, por lo tanto, un bien que hay que
promover sin separarlo del compromiso de hacer que sea conocida y aceptada libremente la plenitud de la
salvación que Dios ofrece al hombre en la Iglesia.
El respeto a la libertad religiosa[32] y su promoción «en modo alguno deben convertirse en indiferencia
ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad que
salva»[33]. Ese amor es el sello precioso del Espíritu Santo que, como protagonista de la
evangelización[34], no cesa de mover los corazones al anuncio del Evangelio, abriéndolos para que lo
reciban. Un amor que vive en el corazón de la Iglesia y que de allí se irradia hasta los confines de la
Eclesiología ____________________________________________________________________ 32
tierra, hasta el corazón de cada hombre. Todo el corazón del hombre, en efecto, espera encontrar a
Jesucristo.
Se entiende, así, la urgencia de la invitación de Cristo a evangelizar y porqué la misión, confiada por el
Señor a los Apóstoles, concierne a todos los bautizados. Las palabras de Jesús, «Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20), interpelan a todos en la Iglesia, a
cada uno según su propia vocación. Y, en el momento presente, ante tantas personas que viven en
diferentes formas de desierto, sobre todo en el «desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas
que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre»[35], el Papa Benedicto XVI ha
recordado al mundo que «la Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino
como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad
con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[36]. Este compromiso
apostólico es un deber y también un derecho irrenunciable, expresión propia de la libertad religiosa, que
tiene sus correspondientes dimensiones ético-sociales y ético-políticas[37]. Un derecho que,
lamentablemente, en algunas partes del mundo aún no se reconoce legalmente y en otras, de hecho, no se
respeta[38].
11. El que anuncia el Evangelio participa de la caridad de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros
(cf. Ef 5, 2), es su emisario y suplica en nombre de Cristo: ¡reconciliaos con Dios! (2 Co 5, 20). Una
caridad que es expresión de la gratitud que se difunde desde el corazón humano cuando se abre al amor
entregado por Jesucristo, aquel Amor «que en el mundo se expande»[39]. Esto explica el ardor, confianza
y libertad de palabra (parrhesia) que se manifestaba en la predicación de los Apóstoles (cf. Hch 4, 31; 9,
27-28; 26, 26, etc.) y que el rey Agripa experimentó escuchando a Pablo: «Por poco, con tus argumentos,
haces de mí un cristiano» (Hch 26, 28).
En cualquier caso, hay que recordar que en la transmisión del Evangelio la palabra y el testimonio de vida
van unidos[41]; para que la luz de la verdad llegue a todos los hombres, se necesita, ante todo, el
testimonio de la santidad. Si la palabra es desmentida por la conducta, difícilmente será acogida. Pero
tampoco basta solamente el testimonio, porque «incluso el testimonio más hermoso se revelará a la larga
impotente si no es esclarecido, justificado -lo que Pedro llamaba dar "razón de vuestra esperanza" (1 Pe.
3, 15)-, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús»[42].
12. Desde sus inicios, el movimiento ecuménico ha estado íntimamente vinculado con la evangelización.
La unidad es, en efecto, el sello de la credibilidad de la misión y el Concilio Vaticano II ha relevado con
pesar que el escándalo de la división «es obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el
mundo»[43]. Jesús mismo, en la víspera de su Pasión oró: «para que todos sean uno... para que el mundo
crea» (Jn 17, 21).
Eclesiología ____________________________________________________________________ 33
La misión de la Iglesia es universal y no se limita a determinadas regiones de la tierra. La evangelización,
sin embargo, se realiza en forma diversa, de acuerdo a las diferentes situaciones en las cuales tiene lugar.
En sentido estricto se habla de «missio ad gentes» dirigida a los que no conocen a Cristo. En sentido
amplio se habla de «evangelización», para referirse al aspecto ordinario de la pastoral, y de «nueva
evangelización» en relación a los que han abandonado la vida cristiana[44]. Además, se evangeliza en
países donde viven cristianos no católicos, sobre todo en países de tradición y cultura cristiana antiguas.
Aquí se requiere un verdadero respeto por sus tradiciones y riquezas espirituales, al igual que un sincero
espíritu de cooperación. «Excluido todo indiferentismo y confusionismo así como la emulación insensata,
los católicos colaboren fraternalmente con los hermanos separados, según las normas del Decreto sobre el
Ecumenismo, en la común profesión de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las naciones - en cuanto
sea posible - mediante la cooperación en asuntos sociales y técnicos, culturales y religiosos»[45].
En el compromiso ecuménico se pueden distinguir varias dimensiones: ante todo la escucha, como
condición fundamental para todo diálogo; después, la discusión teológica, en la cual, tratando de entender
las confesiones, tradiciones y convicciones de los demás, se puede encontrar la concordia, escondida a
veces en la discordia. Inseparable de todo esto, no puede faltar otra dimensión esencial del compromiso
ecuménico: el testimonio y el anuncio de los elementos que no son tradiciones particulares o matices
teológicos sino que pertenecen a la Tradición de la fe misma.
Pero el ecumenismo no tiene solamente una dimensión institucional que apunta a «hacer crecer la
comunión parcial existente entre los cristianos hacia la comunión plena en la verdad y en la caridad»[46]:
es tarea de cada fiel, ante todo, mediante la oración, la penitencia, el estudio y la colaboración.
Dondequiera y siempre, todo fiel católico tiene el derecho y el deber de testimoniar y anunciar
plenamente su propia fe. Con los cristianos no católicos, el católico debe establecer un diálogo que
respete la caridad y la verdad: un diálogo que no es solamente un intercambio de ideas sino también de
dones[47], para poderles ofrecer la plenitud de los medios de salvación[48]. Así somos conducidos a una
conversión a Cristo cada vez más profunda.
En este sentido se recuerda que si un cristiano no católico, por razones de conciencia y convencido de la
verdad católica, pide entrar en la plena comunión con la Iglesia Católica, esto ha de ser respetado como
obra del Espíritu Santo y como expresión de la libertad de conciencia y religión. En tal caso no se trata de
proselitismo, en el sentido negativo atribuido a este término[49]. Como ha reconocido explícitamente el
Decreto sobre el Ecumenismo de Concilio Vaticano II, «es manifiesto, sin embargo, que la obra de
preparación y reconciliación individuales de los que desean la plena comunión católica se diferencia, por
su naturaleza, de la empresa ecuménica, pero no encierra oposición alguna, ya que ambos proceden del
admirable designio de Dios»[50]. Por lo tanto, esa iniciativa no priva del derecho ni exime de la
responsabilidad de anunciar en plenitud la fe católica a los demás cristianos, que libremente acepten
acogerla.
Esta perspectiva requiere naturalmente evitar cualquier presión indebida: «en la difusión de la fe religiosa,
y en la introducción de costumbres hay que abstenerse siempre de cualquier clase de actos que puedan
tener sabor a coacción o a persuasión inhonesta o menos recta, sobre todo cuando se trata de personas
rudas o necesitadas»[51]. El testimonio de la verdad no puede tener la intención de imponer nada por la
fuerza, ni por medio de acciones coercitivas, ni con artificios contrarios al Evangelio. El mismo ejercicio
de la caridad es gratuito[52]. El amor y el testimonio de la verdad se ordenan a convencer, ante todo, con
la fuerza de la Palabra de Dios (cf. 1 Co 2, 3-5; 1 Ts 2, 3-5)[53]. La misión cristiana está radicada en la
potencia del Espíritu Santo y de la misma verdad proclamada.
V. Conclusión
13. La acción evangelizadora de la Iglesia nunca desfallecerá, porque nunca le faltará la presencia del
Señor Jesús con la fuerza del Espíritu Santo, según su misma promesa: «yo estoy con vosotros todos los
Eclesiología ____________________________________________________________________ 34
días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Los relativismos de hoy en día y los irenismos en ámbito
religioso no son un motivo válido para desatender este compromiso arduo y, al mismo tiempo, fascinante,
que pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia y es «su tarea principal»[54]. «Caritas Christi urget
nos» (2 Co 5, 14): lo testimonia la vida de un gran número de fieles que, movidos por el amor de Cristo
han emprendido, a lo largo de la historia, iniciativas y obras de todo tipo para anunciar el Evangelio a
todo el mundo y en todos los ámbitos de la sociedad, como advertencia e invitación perenne a cada
generación cristiana para que cumpla con generosidad el mandato del Señor. Por eso, como recuerda el
Papa Benedicto XVI, «el anuncio y el testimonio del Evangelio son el primer servicio que los cristianos
pueden dar a cada persona y a todo el género humano, por estar llamados a comunicar a todos el amor de
Dios, que se manifestó plenamente en el único Redentor del mundo, Jesucristo»[55]. El amor que viene
de Dios nos une a Él y «nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en
una sola cosa, hasta que al final Dios sea "todo en todos" (cf. 1 Co 15, 28)»[56].
El Sumo Pontífice Benedicto XVI, en la Audiencia del día 6 de octubre de 2007, concedida al Cardenal
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha aprobado la presente Nota, decidida en la
Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado su publicación.
[1] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de1990), n. 47: AAS 83 (1991),
293.
[2] Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 14; cf. Decreto Ad gentes, n. 7;
Decreto Unitatis redintegratio, n. 3. Esta doctrina no se contrapone a la voluntad salvífica de Dios, que
«quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2, 4); por
eso «es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en
Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación» (Juan Pablo
II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 9: AAS 83 [1991], 258).
[3] Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001, n. 1: AAS 93 (2001), 266.
[4] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de1975), n. 24: AAS 69
(1976), 22.
[5] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 46: AAS 83 (1991), 293; cf. Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, nn. 53 y 80: AAS 69 (1976), 41-42, 73-74.
[6] Benedicto XVI, Homilía durante la Santa Misa en la explanada de la Nueva Feria de Munich (10 de
septiembre de 2006): AAS 98 (2006), 710.
[7] «Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo» (Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologiæ, I-II, q. 109, a. 1, ad 1).
[8] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), n. 44: AAS 91 (1999), 40.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 35
[9] Benedicto XVI, Discurso en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la Diócesis de
Roma (6 de junio de 2005): AAS 97 (2005), 816.
[10] Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio, n. 5: AAS 91 (1999), 9-10.
[11] Ibidem, n. 31: AAS91 (1999), 29; cf. Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n.
12.
[12] Este derecho ha sido reconocido y afirmado también en la Declaración Universal de los Derechos
del Hombre del 1948 (aa. 18-19).
[13] Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio, n.33: AAS 91 (1999), 31.
[16] Ibidem, n. 1.
[17] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Missio, n.52: AAS 83 (1991), 3000.
[18] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Slavorum Apostoli (2 de junio de 1985), n.18: AAS 77 (1985), 800.
[20] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 19-20: AAS 69 (1976), 18-19.
[21] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 7; cf. Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 16;
Constitución Pastoral Gaudium et spes, n. 22.
[22] Benedicto XVI, Homilía durante la Santa Misa del solemne inicio del ministerio del Pontificado (24
abril de 2005): AAS 97 (2005), 711.
[23] Cf. Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Dei Filius, n. 2: «Es, ciertamente, gracias a esta
revelación divina que aquello que en lo divino no está por sí mismo más allá del alcance de la razón
humana, puede ser conocido por todos, incluso en el estado actual del género humano, sin dificultad, con
firme certeza y sin mezcla de error alguno (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, 1, 1)» (DH
3005).
[26] Cf. por ejemplo, Clemente de Alejandría, Protreptico IX, 87, 3-4 (Sources chrétiennes, 2, 154);
Aurelio Agustín, Sermo 14, D [=352 A], 3 (Nuova Biblioteca Agostiniana XXXV/1, 269-271).
[28] Cf. Sobre este tema ver también Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 18: AAS 83
(1991), 265-266: «Si se separa el Reino de la persona de Jesús, no existe ya el reino de Dios revelado por
él, y se termina por distorsionar tanto el significado del Reino -que corre el riesgo de transformarse en un
Eclesiología ____________________________________________________________________ 36
objetivo puramente humano o ideológico- como la identidad de Cristo, que no aparece ya como el Señor,
al cual debe someterse todo (cf. 1 Co l5, 27)»
[29] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 18: AAS 83 (1991), 265-266. Acerca de la
relación entre la Iglesia y el Reino, cf. también Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración
Dominus Iesus, nn. 18-19: AAS 92 (2000), 759-761.
[30] Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, n. 4: AAS 92 (2000), 744.
[31] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 80: AAS 69 (1976) 73: «... ¿para qué
anunciar el Evangelio, ya que todo hombre se salva por la rectitud del corazón? Por otra parte, es bien
sabido que el mundo y la historia están llenos de "semillas del Verbo". ¿No es, pues, una ilusión pretender
llevar el Evangelio donde ya está presente a través de esas semillas que el mismo Señor ha esparcido?».
[32] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana (22 de diciembre de 2005): AAS 98 (2006), 50: «... si la
libertad de religión se considera como expresión de la incapacidad del hombre de encontrar la verdad y,
por consiguiente, se transforma en canonización del relativismo, entonces pasa impropiamente de
necesidad social e histórica al nivel metafísico, y así se la priva de su verdadero sentido, con la
consecuencia de que no la puede aceptar quien cree que el hombre es capaz de conocer la verdad de Dios
y está vinculado a ese conocimiento basándose en la dignidad interior de la verdad. Por el contrario, algo
totalmente diferente es considerar la libertad de religión como una necesidad que deriva de la convivencia
humana, más aún, como una consecuencia intrínseca de la verdad que no se puede imponer desde fuera,
sino que el hombre la debe hacer suya sólo mediante un proceso de convicción».
[33] Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n. 28; cf. Pablo VI, Exhortación
Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 24: AAS 69 (1976), 21-22.
[34] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 21-30: AAS 83 (1091), 268-276.
[35] Benedicto XVI, Homilía durante la Santa Misa del solemne inicio del Pontificado (24 abril de
2005): AAS 97 (2005), 710.
[36] Ibidem.
[38] En efecto, allí donde se reconoce el derecho a la libertad religiosa, por lo general también se
reconoce el derecho que tiene todo hombre de participar a los demás sus propias convicciones, en pleno
respeto de la conciencia, para favorecer el ingreso de los demás en la propia comunidad religiosa de
pertenencia, como es sancionado por numerosas ordenanzas jurídicas actuales y por una difusa
jurisprudencia.
[39] «che per l'universo si squaderna» (Dante Alighieri, La Divina Comedia, Paraíso, XXXIII, 87).
[40] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 46: AAS 69 (1976), 36.
[41] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 35.
[42] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 22: AAS 69 (1976), 20.
[43] Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, n. 1; cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica
Redemptoris missio, nn. 1, 50; AAS83 (1991), 249, 297.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 37
[44] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 30s.
[46] Juan Pablo II, Carta Encíclica Ut unum sint ( 25 de mayo de 1995), n. 14: AAS 87 (1995), 929.
[49] Originalmente el término «proselitismo» nace en ámbito hebreo, donde «prosélito» indicaba aquella
persona que, proviniendo de las «gentes», había pasado a formar parte del «pueblo elegido». Así también,
en ámbito cristiano, el término proselitismo se ha usado frecuentemente como sinónimo de actividad
misionera. Recientemente el término ha adquirido una connotación negativa, como publicidad a favor de
la propia religión con medios y motivos contrarios al espíritu del Evangelio y que no salvaguardan la
libertad y dignidad de la persona. En ese sentido, se entiende el término «proselitismo», en el contexto del
movimiento ecuménico: cf. The joint Working Group between the Catholic Church and the World
Council of Churches, "The Challenge of Proselytism and the Calling to Common Witness" (1995).
[52] Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), n. 31 c: AAS 98
(2996), 245.
[54] Benedicto XVI, Homilía durante la visita a la Basílica de San Pablo extramuros (25 de abril de
2005): AAS 97 (2005), 745.
[55] Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso organizado por la Congregación para
la Evangelización de los Pueblos con motivo del 40° aniversario del Decreto conciliar «Ad Gentes» , (11
de marzo de 2006): AAS 98 (2006), 334. .
[56] Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, n. 18: AAS 98 (2996), 232.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 38
Son las realizaciones que en el AT preparaban la Iglesia del Nuevo y que en cierto modo la
prefiguraban.
a) Pueblo de Dios. Aunque sea la indicación más genérica, sin embargo, no está privada de
especificidad y es la preferida por la LG para indicar la Iglesia tanto del AT como del NT. El
hebreo `am, "pueblo", a diferencia del griego laós, designa un "conjunto", una "comunión". De
aquí se pasa fácilmente a la idea de parentesco, de hermandad tribal o familiar. "Pueblo de
Dios" señala que todos, como hermanos, reconocen al único Dios, el cual a su vez, honrado
como padre, establece un mismo grado de parentesco con sus adoradores. / "Pueblo de Dios"
supone como una gran familia, de la que Dios es el gó'el, el "redentor" (especialmente en P y
en Déutero-Isaías). Esta concepción se remonta a los orígenes: cf, por ejemplo, Ex 3,7.10;
8,16-19; 9,1.13; 10,3; etc.
Bajo el aspecto físico, este pueblo se encuentra en diáspora desde siempre, "disperso" como
está entre las naciones y mezclado con ellas, pero especialmente en las sucesivas
deportaciones de su historia multisecular. Mediante la diáspora el pueblo vive su realidad
como una continuación de su período nómada, "peregrino" y "extranjero"; lo mismo que sus
padres (cf Gén 17,8; 28,4; 47,9), será siempre extranjero en la tierra, incluso en su propia
tierra, puesto que ésta es "de Dios" (cf Lev 25,23). De este modo la diáspora es ocasión de
anuncio (Tob 13,3-6) y de proselitismo (Is 56,3), así como de respuesta de la vocación de
Eclesiología ____________________________________________________________________ 39
Israel entre los paganos (Sab 18,4). Y en la oración del desterrado suena con frecuencia el
anhelo por una reunión final, vista como cumplimiento de la salvación (cf Sal 106,47).
Esta reunión final se concibe como fruto de una nueva opción, de una elección siempre nueva.
Es "el resto". Su fisonomía de escapados del peligro y de salvados pone de relieve, por una
parte, el amor fiel de Dios y, por otra, la respuesta fiel del pueblo, de aquella parte del pueblo
que creyó en su Dios, que se puso en sus manos y se adhirió a él (cf Is 10,20s). Con "el resto",
el juicio de elección no se desarrolla ya solamente entre el pueblo y las naciones, sino dentro
mismo de Israel. La misma calamidad se ha convertido entonces en ocasión/medio de
salvación. Además, según la teología del "resto", para aquel momento histórico concreto es él
el pueblo de Dios, el que se ha salvado del juicio (y mediante el juicio mismo: cf Is 10,20-23 =
Rom 9,27s; Jer 31,2.7). La noción de "resto" corresponde así a la de "pueblo"; éste queda
ahora redimensionado en cuanto al número y en cuanto al tiempo, pero se convierte también
en una realidad de futuro (Is 4,3s; 28,5s; cf Dan 12,1). El "resto" será como una especie de
"tronco", de "semilla santa" (Is 6,13), que "se salvará" de todas formas; una semilla que dará
origen a todo el futuro pueblo de los salvados (cf Is 65,8-12; Hab 17; J13,5) y comprenderá
también a los paganos (Is 66,19; Zac 9,7).
En los LXX, debajo de ekklésía (unas 100 veces) está siempre qahal (que, sin embargo, se
traduce también 21 veces por synagóghe). Synagóghe (225 veces), con muy pocas
excepciones, es, por el contrario, la única voz para traducir `edah.
Son cuatro los elementos que hacen de Israel una comunidad cultual: 1) La llamada por parte
de Dios: de qól, "voz", a qahal, "llamada, convocatoria", de donde quizá también, por
asonancia, ekklesía, "convocación" (de ek-kaleo). Israel ha sido convocado por Yhwh; es la
comunidad de Dios, Iglesia del Señor. 2) Esta comunidad se alinea por completo en torno a
Dios, como en el desierto (según P), donde el centro del campamento estaba ocupado por la
tienda de la reunión; de esta manera todo lo que afecta a la comunidad y todo lo que ella
realiza guarda relación con lo sagrado, es religioso. 3) La manifestación de Dios y de su
voluntad en medio de la comunidad y para ella; de este modo pasa a ser la comunidad que
escucha, la de la palabra de Dios. 4) Las alabanzas del Señor, que celebra la comunidad
recogida y reunida precisamente para eso; es precisamente esta actividad de alabanza la que,
en definitiva, cualifica a la comunidad en cuanto cultual, la renueva y la santifica.
Son diversas las imágenes para expresar esta misma pertenencia: Israel es la vida de su Dios
(Sal 80,9-16; etc.; cf Jn 15,1-8), su viña (Is 5,1-7; Jer 2,21; 5,10), "las primicias de su cosecha"
(Jer 2,3), su rebaño (Sal 25,7; etc.), su siervo (Lev 25,42.55; Is 41,8; 44,1.21), su hijo (Ex
4,22; Sab 18,13; Os 11,1), su esposa (Is 50,1; 54,4-8; 61,10; Jer 2,2; Ez 16; Os 1-3; "Dios
celoso" en Ex 20,5).
b) El contrayente de la alianza. Puesto que es de Dios y mantiene con él tales relaciones que
es exclusivamente suyo, Israel es el pueblo de la alianza de Dios. Es muy frecuente en el AT
el recuerdo de este "compromiso" o "disposición": "Yo seré tu Dios, tú serás mi pueblo".
Estamos así en el corazón de todo el entramado entre Dios y el pueblo que forma el AT: Dios
no sólo está con el pueblo, sino que es su Dios exclusivo, y sólo a él le pertenece el pueblo. De
aquí una constante y articulada reciprocidad, que se expresa globalmente en una comunión de
vida y de destino entre los dos contrayentes.
c) Israel, morada de Dios. "Habitaré en medio de los israelitas y seré su Dios...; los saqué de
Egipto para habitar en medio de ellos"(Ex 29,45s; cf Lev 26,11s). Israel es el lugar de la
presencia de Dios en el mundo. Dios está en medio de su pueblo, con él y "para" él (Ex 33,16;
34,9; Núm 35,34; Dt 2,7; 31,6). A ese pueblo se le ha confiado manifestar la acción de Dios,
es decir, que Dios está presente y vela por los suyos, los guarda, los protege, los salva (cf Dt
Eclesiología ____________________________________________________________________ 41
32,6b-14). Por su parte, en cuanto contrayente de esa alianza y con ese pueblo, Dios se confía
a la historia de aquel pueblo, y la historia de Israel se convierte así en la historia de Dios.
b) Israel al servicio de los pueblos. Elegido ("separado", "santificado"), Israel tiene que
manifestarse digno de la misión que Dios le ha confiado. Elección que es también juicio
permanente de responsabilidad: "Sólo a vosotros escogí entre todas las familias de la tierra;
por eso os pediré cuentas de todas vuestras iniquidades" (Am 3,2). La misión y la
responsabilidad conducen a Israel a atestiguar y a propagar la salvación. Es misionero por el
mero hecho de habitar entre los pueblos, pero lo es más aún en cuanto constituido en fuente de
bendición para todos ellos (cf Gén 12,Iss).
Instrumento de servicio a Dios para la mediación salvífica, Israel ha recibido las dotes típicas
para ello: mediador real (Dan 7,13; Is 55,3ss), sacerdotal (Ex 19,5s) y profético (Sab 18,4; Is
42,6.19; 49,8). Esta mediación, además, se ejerce en provecho de todos los pueblos, y
específicamente en la intercesión, como Abrahán (Gén 20,7.17; cf 18,23-32), o Moisés (Ex
8,4.8s.24-27), o el "siervo de Dios", que "intercedió por los pecadores" (Is 53,12). Del mismo
modo, Israel "reza" por el país de su destierro (Jer 29,7; cf Bar 1,11) y alaba a Dios delante de
todas las gentes (Is 12,4s; cf Tob 13,3s; Sal 96,3; 105,1; Is 43,21; 48,20). De este modo se
convierte en portador de la voluntad de Dios y todos los pueblos se ven implicados en la
salvación (Salmos; Jer 1,10; 16,21; Déutero-Isaías). Todas las naciones tendrán así la
experiencia del Dios de Israel y le honrarán (1 Re 8,43; Sal 87,4; etc.).
Pueblo de Dios (o "mío"). Más bien raro: gracias a la referencia constante a citas del AT, esta
denominación identifica a los creyentes en Jesús con los datos atribuidos al "pueblo de Dios"
del AT, haciéndolos así herederos y continuadores suyos.
Los creyentes, los fieles. Estos dos términos son bastante frecuentes y equivalentes: son las
diversas formas del verbo pistéuo, que se usa con diversos matices. Se pone de relieve la
confianza que el hombre tiene en Jesús o en "el Señor", haberlo acogido en la propia vida
como orientación y elemento vital de la propia existencia. Creer o hacerse fiel es un don del
Espíritu Santo (Gál 5,22), que sigue a la conversión y al bautismo (He 2,38) y que lleva
consigo la salvación.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 42
Los discípulos. Este término pone de manifiesto que la vida del cristiano recoge las
características del propio maestro, Jesús Señor, copiando su existencia (cf Mc 8,34s
10,21.43ss; Lc 22,26ss; Jn 12,26). Al mismo tiempo se insinúa la mera funcionalidad del /
apóstol y del didáskalos, se confirma la presencia constante y activa en la tierra del Señor en
quien se cree, y que no sólo se celebra en la eucaristía, sino que se guarda siempre como
presente en uno mismo durante toda la vida, al cual se pertenece y del cual se recibe la
salvación.
Los hermanos. Es el apelativo quizá más frecuente entre los cristianos (unas 100 veces).
Ciertamente se observa en él la influencia hebrea. "Hermanos" de Jesús son los creyentes que
le acogen y que cumplen la voluntad del Padre (Mt 12,46-50; Mc 3,31-35; Lc 8,19-21),
nacidos también de Dios (Jn 1,13) e hijos del Padre (Jn 1,12), de manera que toda la
comunidad cristiana resulta ser una verdadera "comunidad de hermanos" (IPe 5,9), de los que
Jesús es el "primogénito" gracias a la resurrección (Rom 8,29).
Los salvados. Más que el término (sólo He 2,47), es la idea de salvación la que está difundida
en todas partes. Se comprende a la luz del AT y de las esperanzas escatológicas ligadas al
mesianismo, configuradas, por tanto, en Jesús mesías y constituido Señor en la resurrección;
los que lo aceptan y se hacen suyos, recibiendo el bautismo en su nombre (He 2,38) pueden
llamarse "los salvados";-sin embargo, sólo están salvados "en esperanza" (Rom 8,24).
"El camino": El uso absoluto del "camino" para indicar la comunidad de los creyentes es una
característica de los Hechos (9,2.5.14.21; 19,9.23; etc.). Al designar a la Iglesia como "el
camino" y al definirse como "los del camino", los cristianos intentan representar gracias a su
fe ese modo de ser y de obrar que asegura la salvación. "El camino de Dios" es el que se
identifica con el cristiano.
"Santo"; "los santos". Teológicamente esta denominación se relaciona con todo lo que el AT
decía del "pueblo santo", de la "asamblea santa", de los "santos" en relación con el culto, etc.
Es lógica la conexión de esta denominación con Dios el santificador, con Cristo santificador y,
especialmente, con el Espíritu Santo, al que se atribuye la santificación en particular.
"Los elegidos". Término relacionado con la santidad; sirve para subrayar hasta qué punto la
Iglesia y sus miembros son el fruto de la libre voluntad divina que actúa en ellos / Elección].
"Los llamados". Toda la vida del cristiano está bajo el signo de la vocación; la misma raíz
verbal vincula la "llamada" con la "Iglesia" o convocación, asamblea reunida para el culto de
Dios. Este nombre subraya particularmente el origen de esta "convocación": la voluntad de
Dios y su obra.
"Los que invocan el nombre del Señor". De JI 3,5 (LXX) = He 2,21 (cf 2,39s). Expresa la
"salvación" mediante Jesús Señor. El acento recae bien en la unidad de fe y la identidad de
"credo", bien en la adhesión del hombre —de cualquier hombre— al plan salvífico de Dios.
"Los cristianos" Derivado del nombre Christós, "ungido" o mesías, describe a los "cristianos"
como los que acogen al mesías, es decir, los indica como "mesianistas". La comunidad (de
ámbito helenista) manifiesta también así su propio convencimiento escatológico respecto al
mundo.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 43
2. LAS IMÁGENES FIGURATIVAS DE LA IGLESIA. El lenguaje figurado, tan
característico del mundo semita, nos revela no poco sobre el misterio de la Iglesia.
a) Presente en el mundo. "Ustedes son la luz del mundo" (Mt 5,14-16). Mediante los
cristianos, la Iglesia está puesta en el mundo y para el mundo, cumpliendo lo que estaba
previsto para el futuro Israel. Por otra parte, Jesús es "la luz del mundo" (Jn 1,5-9; 8,12;
12,35s.46; cf Mt 4,16 = Is 9,1). El compromiso de la Iglesia en las vicisitudes del mundo
aparece ya en los relatos sinópticos de la vocación de los primeros discípulos (Mt 4,19; Mc
1,17). Lo mismo se deduce del discurso de misión que ve a los discípulos enviados como
"ovejas entre lobos" (Mt 10,6; Lc 9,2), proclamadores del reino (Mt 10,7; Lc 9,2) como lo fue
Jesús (Mc 1,15 y Mt 4,17) y continuadores de su obra (Mt 10,17-22; Mc 13,9-13; Lc 21,12-8;
He 7,59s), presencia en la tierra del Padre celestial (Mt 5,16), ejecutores de la misión recibida
del Señor (cf Mt 10,7; 28,18-20). La Iglesia tiene su sede en el mundo, está presente en él
como una realidad concreta y visible; pertenece al tiempo, interesa a los hombres y a su
existencia actual terrena. Pero, lógicamente, con vistas al reino de Dios, del que vive de alguna
manera, pero del cual está también a la espera, cuando se constata que su misma oración lo
invoca todos los días con el "venga a nosotros tu reino" (Mt 6,9; Lc 11,2).
Es análoga la enseñanza sobre el crecimiento de la Iglesia que nos ofrece la parábola del
sembrador, con los diversos rendimientos de la semilla caída en tierra buena (Mt 13,1-9 y su
relectura en 13,18-23). Los terrenos diferentes son un mundo humano, visible y sumamente
concreto, pero también heterogéneamente dispuesto para con "la palabra del reino" (Mt
13,19); en él, tan sólo una parte, quizá la menor, presta verdaderamente atención y
comprensión a la palabra (v. 23a), y también en ésta "el fruto" que se produce no es más que el
"ciento, sesenta y treinta por uno" (v. 23b). En esta misma dirección va igualmente la breve
alusión o ejemplo parabólico de la levadura (Mt 13,33), figura de aquella virtualidad inicial
escondida en lo íntimo del corazón humano y destinada a crecer y a manifestarse como reino
de Cristo en la tierra, como Iglesia en crecimiento gracias a la acción escondida e interior de
Dios y de su Hijo que derraman sobre la humanidad el don escatológico del Espíritu.
c) Los diversos llamados. Muy instructiva es la parábola de los invitados a las bodas: Mt 22,1-
14 y Lc 14,15-24. En las tres etapas a través de las cuales fue pasando —en labios de Jesús, en
la tradición de la comunidad, en el evangelista—, la enseñanza es siempre la misma: Dios
llama gratuitamente a la salvación mediante Jesús. La respuesta es negativa por parte de los
privilegiados del reino, mientras que-los excluidos, los que carecen de derechos (los pobres,
los pecadores, las meretrices; luego los paganos, en la segunda etapa: vv. 6-7 de Mt), dan una
respuesta positiva; ni los que se resisten ni los que no se convierten pero no obran en
consecuencia (el traje nupcial de la tercera etapa) se salvarán de hecho; por su parte, la Iglesia
recoge en su seno a todos los llamados para presentarlos ante el rey para el examen
escatológico (tercera etapa) antes del banquete eterno (que tiene su anticipación sacramental
en el banquete eucarístico). De este modo los marginados serán —y lo son de hecho—los
privilegiados del Dios de la misericordia. Bastante. parecida a la anterior es la parábola de los
viñadores infieles: Mt 21,33-44 (Mc 12,1-11; Lc 20,9-18). La parábola de Mt 20,1-16 —los
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obreros de la viña— se fija en aquel (Dios) que los llamó y en su índole inconcebible e
inexplicable de bondad generosa.
b) La novia, esposa virgen, madre. Las tres imágenes tienen matices propios, pero todas ellas
se derivan de la misma representación veterotestamentaria de la nación o del pueblo como una
mujer de la que son hijos los creyentes —el pueblo—(cf 2Sam 20,19; Sal 87,5; Is 54,1) o de la
que Dios mismo es novio y esposo.
En las grandes cartas paulinas, la Iglesia como novia está presente sólo en 2Cor 11,2s: "Os he
desposado con un solo marido, os he presentado a Cristo como una virgen pura". Más
conocido es Ef 5,24-32, donde la relación de la mujer con el marido se equipara a la de Cristo
con la Iglesia bajo diferentes aspectos, aunque su verdadera realidad sigue siendo todavía un
"misterio" calificado como "grande" (Ef 5,32). En el Apocalipsis la Jerusalén escatológica, la
"nueva", "bajada del cielo del lado de Dios" y "dispuesta como una esposa ataviada para su
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esposo" (Ap 21,2), se representa como desposada no de Dios, sino del Cordero (19,7s; 21,9; cf
22,17). En Gál 4,26, en el conjunto de la alegoría de 4,21-5,1, Pablo ve en Sara el símbolo del
testamento nuevo, de la comunidad de los creyentes o Iglesia: identificándola con la
"Jerusalén celestial", la llama "nuestra madre": la ciudad celestial es aquella que engendra a
los creyentes, que son sus hijos y sus testigos en la tierra (cf Ap 12,2.17).
c) El rebaño. "No tengáis miedo, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha decidido daros el
reino" (Lc 12,32): el reino de los santos, el escatológico (cf Dan 7,27). "Como corderos en
medio de lobos" (Mt 10,16; Lc 10,3), ese rebaño es enviado en medio de asaltantes que
intentarán dispersarlo, como dirá más tarde Pablo en Mileto (He 20,17.28s). Otros enemigos,
otros lobos se vestirán incluso de ovejas para dañar al rebaño desde dentro (Mt 7,15). El
mismo Jesús se considera el enviado a las ovejas perdidas de Israel (Mt 15,24; cf 10,6), pastor
que acude en ayuda de las ovejas perdidas (Mt 9,36; Mc 6,34; cf Ez 34,5) y que tendrá que ser
herido, según la profecía de Zac 13,7, citada en Mt 26,31. Un pastor que tendrá también la
función de juez, puesto que al final de los tiempos se colocará entre las ovejas y las cabras
para pronunciar la sentencia eterna (Mt 25,32s).
Esta imagen es bastante elocuente: los creyentes en Jesús son ahora objeto de las atenciones
que el AT describía en relación con el rebaño-Israel. En el AT era Dios el que guiaba el
rebaño de su pueblo, unas veces de forma directa (Sal 74,1; 79,13; 100,3; Miq 7,14) e incluso
asumiendo el título de "pastor" (Sal 23,1; 90,2; cf Gén 48,15; 49,24), y otras veces guiándola
"por mano de Moisés" (Sal 77,21) o de otros (Josué, David...). Ahora, en cumplimiento de Ez
34,23s (cf Jer 2,8), Jesús es el nuevo pastor, y los suyos en tanto se llamarán y serán pastores
en cuanto que reciban de él la misión, anunciando como él la venida del reino (Mt 10,7; Lc
9,2; cf Mt 4,17; Mc 1,15).
Jn 10 destaca sobre los demás textos en cuanto a la imagen del rebaño. En realidad, más que el
rebaño, es el pastor el que se encuentra en el centro de la atención; sin embargo, de rechazo, se
dice mucho sobre el rebaño, y la parábola-alegoría pasa de ser cristológica a ser igualmente
eclesiológica. El rebaño recuerda al de Ez 34,3, oprimido e instrumentalizado por los intereses
de personas indignas, a las que se opone y sustituye Jesús, mediante el cual el rebaño "tendrá
la vida" y la tendrá "en abundancia" (Jn 10,10). Efectivamente, él, y no los otros, es el "buen
pastor" (Jn 10,11), tan amante de su rebaño (que es también "rebaño del Padre": v. 29) que "da
su vida por las ovejas" (vv. 11.15), lo cual se transforma para ellas en "vida eterna", de manera
que "no perecerán jamás" (v. 28). Todo esto garantiza al rebaño la continua presencia del
Padre y del Hijo, la seguridad de permanecer en Dios, y se refiere además a las ovejas "que no
son de este redil", es decir, a las que provienen del mundo pagano (v. 16): todas ellas formarán
"un solo rebaño" bajo "un solo pastor".
La alegoría de la viña, o mejor de la vid, alcanza su forma más expresiva en Jn 15,1-6 con el
apéndice eventual de los versículos que siguen y que en cierto modo le hacen eco. "Yo soy la
vid verdadera y mi Padre el viñador" (v. 1). La alegoría carece de ambigüedad; es aclarada por
el que la propone: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (v. 5); y se completa en los
personajes que la animan. La Iglesia está unida a Cristo, lo mismo que el sarmiento a la vid;
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por la Iglesia corre la savia vital de Cristo, vive la misma vida de Cristo. El estar separado de
Cristo-vid es la muerte, la perdición, "el fuego" (v. 6); unidos a él, damos "mucho fruto" (v.
5); más aún, la relación con Cristo, a diferencia de lo que sucede entre el sarmiento y la vid, es
recíproca: "Seguid unidos a mí, que yo lo seguiré estando en vosotros" (v. 4), como para
indicar que la figura de la vid no es más que una imagen, y que la realidad que intenta
tansmitir es mucho más profunda. Se trata realmente del amor eficaz de Cristo a su Iglesia (vv.
9-17), según la voluntad y la obra salvífica querida por el Padre ("el viñador", al que se
refieren, de forma propia, tanto la vid como los sarmientos). Un amor que garantiza la escucha
de toda plegaria (v. 7) que se exprese en nombre del Hijo (v. 16); un amor que pasa primero
por entre el Padre y el Hijo, luego une al Hijo con los suyos y, finalmente, los califica a éstos
por el intercambio mutuo del mismo amor (vv. 10.12s.15.17).
Hay que recordar además la larga serie de los 144.000 sellados, los "servidores de nuestro
Dios" (7,3s), los preservados (y por tanto salvados) de los azotes simbolizados en los siete
sellos; y sobre todo, la alegoría de la "mujer vestida de sol" (12,1), en lucha, ella y su hijo,
contra el "dragón color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos" (12,3), junto con toda la
compleja simbología sobre la Iglesia, los creyentes, el desierto, etc.
b) Plantación y campo de Dios. 1Cor 3,6-8 ofrece una brevísima parábola-alegoría: Pablo ha
plantado, es decir, fundado, la comunidad de Corinto, Apolo regó el terreno, "pero quien hizo
creer fue Dios"; los cristianos, en cuanto comunidad, son el jardín, el huerto, "el campo de
Dios", en el que se trabaja constantemente (griego, gheórghion, v. 9, ya raro en los LXX y
sólo aquí en el NT). Más que a la metáfora veterotestamentaria de la plantación-viña, 1 Cor
3,6-8 parece referirse a la del "plantar y edificar" (cf Jer 1,9s; 18,7-9; 24,6; 38 [TM 31],45;
etc.), como se afirma expresamente en el versículo 9b: "Vosotros, labrantío de Dios, edificio
de Dios"; y como los versículos 6-8 introducen la metáfora del cultivo, así los versículos 10-
15 desarrollan la de la construcción. Dios mismo es el que comienza y prosigue la obra y el
que trabaja continuamente en ella; cualquier otro, incluso Pablo, no es más que colaborador.
La intervención directa de Dios se contrapone a la actual situación de abandono y de opresión,
y acentúa de este modo la gracia y la bondad del salvador.
La imagen de Cristo como piedra de construcción aparece varias veces. Ella es la que afianza
el edificio levantado por encima, la que le da solidez y santidad. En esta imagen concurren tres
textos del AT interpretados en clave cristológica (eclesiológica). El Sal 117,22 (LXX): Israel
es la piedra descartada y sin valor alguno, pero que ha quedado altamente valorada y honrada
por la salvación experimentada que ha recibido de Dios. Mt 21,42 (Mc 12,10; Lc 20,17s) y He
4,11: Jesús es piedra angular y fundamental gracias a su resurrección y exaltación, después de
haber sido "descartado" y "reducido a la nada" en su pasión y muerte. Para IPe 2,4-8 tenemos
un acento cristológico diferente (cf Mt 21,44). El segundo texto es el de Is 28,16: es Dios el
que salva al pueblo; él es el que ha construido a Sión, poniendo de cimiento "una piedra
probada, una piedra angular, preciosa, bien asentada. El que crea, no vacilará". lPe 2,4-7
asocia a los cristianos a Cristo, "piedra escogida angular". También Is 8,14 se le aplica a Cristo
en lPe 2,8: en-el AT la "piedra de tropiezo" era Dios: contra él iban a chocar todos los que no
creían; aquí, por el contrario, y en Rom 9,32s el que se convierte en tropiezo es Jesús,
escándalo para los que "no quieren creer en el evangelio".
Gracias a esta imagen de Cristo, piedra puesta como fundamento, también la predicación
misionera de Pablo es un edificio sagrado que es construido (Rom 15,20), mientras que la
relación de mutua caridad de los cristianos es definida como un "edificar" (Rom 15,2). Al
mismo tiempo, los cristianos, como "piedras vivas" adheridas ala "piedra viva" (lPe 2,4s),
forman todos juntos una Iglesia que puede compararse con un edificio sagrado, con el templo.
En esta edificación concurrirán no sólo el Cristo fundamento, sino también la obra de Dios y
la del Espíritu (cf también Ef 2,19-22).
Animados por el mismo Espíritu que está también en Jesús y alimentados del mismo pan que
es el cuerpo real, aunque espiritual, de Cristo, los cristianos forman juntos un solo cuerpo, que
es el cuerpo del Señor. Ciertamente Pablo utiliza el conocido apólogo helenista del cuerpo y
de los miembros, recogido de Esopo y aplicado al orden social por Menenio Agripa. Podemos
volver a escucharlo de forma transparente, pero totalmente centrado en el "solo cuerpo de
Cristo", en Rom 12,3-6. Análogamente, y quizá todavía más específicamente, se había
expresado en 1Cor 12,11s. El cuerpo humano reduce a la unidad la pluralidad de miembros de
que está compuesto el cuerpo. La frase "así también Cristo" del versículo 12c tiene que
completarse de este modo: así también Cristo tiene muchos miembros y reduce a la unidad en
su cuerpo a todos los cristianos (como en Rom 12,5). El desarrollo de los versículos 13-14
confirma esta interpretación: Cristo es el principio de unidad de su cuerpo. Si luego, en el
versículo 13b, se lee una referencia a la eucaristía ("todos hemos bebido..."), entonces estos
dos sacramentos de la unidad —bautismo y eucaristía— se mencionan aquí para afirmar la
evidencia de nuestra unión espiritual y real con Cristo (como ya en 10,17; cf 10,4). El largo
desarrollo figurado de los versículos 15-26 y la conclusión en el versículo 27 lo vuelven a
remachar: "Ahora... vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno por su parte es miembro de
ese cuerpo".
En las cartas de la cautividad resulta todavía más importante y variado el uso de la fórmula
"cuerpo de Cristo". Por una parte, se conserva el tema precedente (cf Col 3,12-16; Ef 4,1-7;
5,30). Pero se ensancha la perspectiva, poniendo de relieve al Cristo resucitado y glorioso,
acentuando sus funciones como "cabeza" del cuerpo (y por tanto de la Iglesia) en su función
cósmica como creador y como ser superior a los ángeles. Véanse especialmente Col 1,24 y Ef
1,22s, donde la Iglesia universal se identifica con el cuerpo resucitado del Señor. Otro tanto
puede decirse de Col 1,18("cabeza del cuerpo de la Iglesia") y de Ef 5,23 ("cabeza de la
Iglesia" y "salvador del cuerpo"). Cristo es kephalé, "cabeza", respecto al cuerpo, que es la
Iglesia. Este término es propio de las cartas de la cautividad. Probablemente hay que
entenderlo en el sentido de "cabeza jefe", leyendo por tanto en él una especie de primacía o de
dominio o de causalidad de Cristo respecto a la Iglesia.
La Iglesia es "la plenitud" de Cristo (griego, pléróma) (Ef 1,23), una plenitud dinámica que
tiende a la santificación de los cristianos mediante el mismo Cristo, ya que en él "habita
corporalmente toda la plenitud de la divinidad" (Col 2,9). Por consiguiente, la Iglesia, cuerpo
suyo, no podrá menos de estar repleta y perfeccionada en la santidad de Cristo y mediante él
(Ef 4,16).
"Jesús es el Cristo" es la fórmula más primitiva de fe, reconocida antes de la resurrección: por
ejemplo, Mc 8,29 (y variantes en par); Mt 16,20; 16,16; frecuentísima en el relato de la pasión,
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no menos que en los escritos de Juan, aunque con diferentes versiones, en las cartas pastorales
y en los demás escritos del NT.
De esta preparación de la Iglesia como comunidad hemos de ver una primera referencia en la
"gente" o "multitud" que rodeaba a Jesús: son "las ovejas dispersas de la casa de Israel" (Mt
10,6; cf 10,23; 15,24), "el pueblo que yace en las tinieblas" (Mt 4,16; cf 13,15; 15,8). Pero son
sobre todo indicativos los evangelios cuando hablan de los discípulos, para los cuales la
característica esencial es la llamada o / vocación, la acogida de la palabra de Jesús y su
seguimiento. Lo mismo hay que decir de los "doce", con su múltiple significado,
especialmente mesiánico-escatológico [/ Apóstol/ Discípulo], y con todas aquellas
indicaciones embrionales, pero fundamentales, sobre aquello que nosotros llamamos "los
sacramentos". Al encargarse personalmente de preparar a "su Iglesia" (Mt 16,18), Jesús ponía
en camino a aquella comunidad de fe que a distancia de algunos decenios (y ahora de varios
siglos) se habría de reconocer en aquella realidad del tiempo de Jesús, en aquellas enseñanzas,
en aquellas experiencias. Gracias a la permanencia entre "los suyos" (Mt 18,20; 28,20), él
continúa la obra que fundó, la hace creer y desarrollarse, la va llevando poco a poco a su
cumplimiento.
La Iglesia se manifiesta abierta a todos los hombres desde el tiempo de Jesús. A pesar de la
afirmación de estrecho rigorismo nacionalista de Mt 15,24 (cf 10,5s y 8,12), lo que cuenta
para encontrar a Jesús y ser su seguidores la fe (Mt 8,5-10; 15,28). Al final, cuando tenga
lugar la segunda venida, en la parusía, "todos los pueblos serán llevados a su presencia"
(25,32), mientras que los ángeles del juicio "reunirán de los cuatro vientos a los elegidos desde
uno a otro extremo del mundo" (24,31). Pero para toda la tradición evangélica el Hijo del
hombre ha venido ya y ha comenzado también "la cosecha" (el juicio). Para Mt, el nuevo
Israel tiene ya en "los doce" sus epónimos y sus jueces, y en los discípulos (Mt 13,38) "los
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hijos" del reino que, gracias a la fe, provienen también del mundo de los paganos (Mt 12,18 =
Is 42,1; Mt 12,21 = Is 42,4 LXX). Esta universalidad se hará manifiesta en la resurrección.
La escena final en el monte (Mt 28,16-20) es intencionalmente muy instructiva: "a los once
discípulos", "postrados en adoración", Jesús se les revela como el Señor universal, dotado de
"todo poder en el cielo y en la tierra", y por tanto autorizado para fundar por medio de ellos
una comunidad universal de discípulos entre todos los pueblos: "Id y haced discípulos míos en
todos los pueblos". Son enviados, y por consiguiente constituidos "apóstoles" para todos, sin
excluir a nadie, para que todos puedan llegar a ser discípulos de Jesús. La Iglesia del evangelio
es tanto la del Jesús terreno como la del Jesús resucitado.
Entre Jesús y "los suyos" se da una unión muy íntima, en virtud de una presencia constante de
Jesús y del / Espíritu con, por y en los discípulos (Jn 14,16s; 15,13; etc.). Él es "desde el
principio" la "palabra de la vida" para los creyentes en la Iglesia (lJn 1,1ss). Como comunidad
de los creyentes, la Iglesia es la morada de Jesús y del Padre (Jn 14,23; Ap 21,3). La misma
muerte de Jesús no es considerada, ni mucho menos, como separación o como lejanía de Jesús
respecto a su comunidad; al contrario, mediante el Espíritu Jesús vuelve y permanece
continuamente presente en su Iglesia. Ese Espíritu es dado por Dios (1Jn 3,24); pero es
también enviado 'por Jesús (Jn 15,26), como "otro Paráclito" ("otro" respecto a Jesús) y
permanece "para siempre" con los discípulos (Jn 14,16); más aún, está "dentro" de ellos (Jn
14,17). Esta intimidad tan grande y tan vital entre el creyente y Jesús se pone de manifiesto en
el lenguaje figurado de la parábola alegórica del buen pastor (Jn 10,1-17) y en la metáfora de
la vid y los sarmientos (Jn 15,1-8): la Iglesia recibe su vida de Jesús; más aún, lleva dentro de
sí la vida misma de Jesús.
Este lazo tan estrecho que la une a Jesús impone a la Iglesia la necesidad absoluta de la unidad
interior'y exterior. Tal es el objetivo de la obra de Jesús pastor (10,14ss), el objeto de su
oracion (Jn 17,20), el fruto de su muerte (Jn 11,51s) y al mismo tiempo el instrumento elegido
de evangelización en manos de los discípulos (Jn 17,21.23).
Es evidente la misión: la Iglesia recoge y desarrolla en ella los datos originales de Jesús. Por
medio de Juan Bautista (Jn 1,6.33; 3,28), por medio de Jesús (enviado de Dios: Jn 3,17; 4,34;
etc.) y por medio de los discípulos (enviados por Jesús: Jn 4,38; 13,20). Éstos continúan la
misión misma de Jesús, el enviado del Padre; así pues, resalta allí el carácter mesiánico-
escatológico, y al mismo tiempo teológico, de su envío (cf Jn 17,18 y especialmente 20,21).
También está presente en Juan el principio de la tradición: la enseñanza está garantizada por el
Espíritu (Jn 16,13s); más aún, es él mismo el que "enseñará" (Jn 14,26) y el que "dará
testimonio" (15,26) de Jesús a través de todo lo que digan luego los discípulos, que serán
también testigos suyos, puesto que "están con él desde el principio" (15,27).
También el mundo tiene su peso en la teología de la Iglesia, aunque como contraste. "Elegidos
y sacados del mundo" (Jn 15,59) y hasta en oposición a él (1Jn 2,15ss), los discípulos no son
"del mundo"(Jn 17,14), sino que, como Jesús, sólo han sido enviados al mundo (Jn 17,18). "En
el mundo" están "las pasiones carnales, el ansia de las cosas y la arrogancia" (1Jn 2,16), la
mentira, el pecado y la muerte (cf Jn 8). "Nosotros sabemos que somos de Dios, y que todo el
mundo está en poder del maligno" (lJn 5,19); los creyentes, o la Iglesia, son "hijos de Dios"
(1Jn 3,10) y cumplen la voluntad de Dios (1Jn 2,17). Los caminos y los objetivos del mundo
son fatales para los discípulos (Jn 12,35; 14,4s), para que no se hagan "del mundo", Jesús le
pide al Padreque los "preserve del mal" (Jn 17,15). También hay que luchar contra el
demonio: Jesús ha venido a "destruir las obras del diablo" (lJn 3,8), es decir, el pecado,
"porque el diablo es pecador desde el principio" (1 Jn 3,8). Los creyentes, gracias a su fe, "han
vencido al mundo" (1Jn 5,4), mientras que la palabra de Dios que mora en el cristiano es la
que "ha vencido al maligno" (1Jn 2,14).
Pero el mundo y el maligno han logrado, sin embargo, penetrar en la Iglesia mediante las
herejías. En la comunidad hay muchos "anticristos" (1Jn 2,18.22; 4,3.6; 2Jn 7) y muchos
falsos profetas (1Jn 4,1), que son un motivo de perversión para los miembros de la Iglesia (1Jn
2,26; cf 3,7). El error recae sobre Jesús (docetismo: Un 2,22; 4,2s) y manifiesta una falsa
concepción del pecado (lJn 1,8; 3,4.7s). Estos falsos profetas son excluidos de la comunión
eclesiástica (2Jn 10s); es natural que así sea, puesto que "no tienen a Dios" (2Jn 9). La Iglesia,
sin embargo, aunque tentada y sometida a la prueba, permanece fiel: "Se disipan las tinieblas y
la luz verdadera brilla ya" (lJn 2,8).
Fiel y victoriosa sobre las tentaciones y en medio de las tribulaciones, triunfante gracias a Dios
y al Cordero, segura en el tiempo y para siempre, la Iglesia es el tema constante y la idea
central del Ap. Heredera del antiguo Israel, consciente de realizar el plan divino de la
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salvación, es presentada desde el principio como la comunidad de los redimidos (1,5b; cf 1,8),
convertida en un "reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (1,6 = Is 61,6; cf 5,9s; 14,3s;
20,6). Es la Iglesia de Jesucristo. Realiza todo lo que había sido dicho del antiguo Israel, del
"pueblo de Dios" (18,4; cf Is 52,11). La alianza antigua con Israel, formulada en los tiempos y
en los términos más variados, se establece ahora de manera definitiva con la Iglesia
considerada como el nuevoy eterno Israel, tan totalmente representativa que figura como la
ideal "ciudad santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo del lado de Dios, dispuesta como
una esposa ataviada para su esposo" (21,2; cf Is 61,2) [/ Juan: evangelio, cartas; / Apocalipsis].
d) En la teología de Lc-He. Aquí la Iglesia aparece en continuidad con todo lo que antes se ha
ido dibujando. Específicamente, la Iglesia es el anuncio kerigmático para el presente y para el
futuro; es una "Iglesia en el tiempo", guiada por el Espíritu Santo y convertida en anuncio de
salvación para todos los hombres de esta historia ya cristiana.
La Iglesia, obra de Dios, comprende como su propia esencia la historia terrena de Jesús,
incluidas su muerte y su resurrección. El acento se pone en el Jesús resucitado, en el Señor: él
es "el viviente" (Lc 24,5), o "aquel que vive" (Lc 24,23), que dio "muchas pruebas evidentes
de que estaba vivo" y que "se apareció durante cuarenta días y les habló de las cosas del reino
de Dios" (He 1,3). En el centro, el acontecimiento-resurrección atrae y ordena en torno a sí
todos los demás hechos de Jesús. La Iglesia queda fundada desde que Jesús resucitó y se
manifestó; está escondida, peropresente, y durará hasta la parusía. El alma de la Iglesia es la
presencia del Señor en la "palabra" y en la eucaristía; su garantía es la presencia y la fuerza del
Espíritu derramado según la promesa (Lc 24,49; He 1,4s.8) sobre los apóstoles (He
2,3s.11.17s; etc.) por el Kyrios Jesús resucitado (He 2,23s). De él es de quien "Pedro y los
once" (He 2,14) recibirán la fuerza para ser testigos del resucitado "en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra" (He 1,8; cf 5,31s).
Los prodigios y los signos (He 2,22.43; 4,16.22) son igualmente expresión de la presencia
activa del Espíritu Santo y se ponen al lado de la "palabra" como apoyo y como demostración
(He 4,29s; 8,6ss): son las curaciones (He 4,16.22.30; etc.) y los exorcismos (He 5,16; 8,7;
16,18). Realizados por los apóstoles, no son de ellos, sino de Dios (He 3,12), que de esta
forma y por medio de ellos realiza su plan de salvación y su propia obra, o es también el
mismo Jesús en acción (He 4,29s), sobre todo el "nombre" de Jesús (He 3,6ss.16; 4,10. 12.29s;
etc.).
Las persecuciones (He 5,41; 9,16) van también ligadas al "nombre" y forman parte de la
existencia cristiana, como anuncio y difusión de la palabra. Para Pablo las tribulaciones son
necesarias (griego, dei) "para entrar en el reino de Dios" (He 14,22). Los Hechos están
saturados desde el principio de diversas vejaciones contra los cristianos y los testigos de la
palabra (4,1ss.25; 5,17ss), pero que son también la ocasión privilegiada y providencial para la
"edificación" o el crecimiento de la Iglesia (cf He 8,4; 11,19ss).
Esta Iglesia de los primeros tiempos pretende encarnar comunitariamente, y como efecto que
se remonta a la primera hora, el mensaje del Maestro; de este modo se convierte en parámetro
y en fuente de vida cristiana para la Iglesia de todos los tiempos. El primer elemento que se
destaca en esa Iglesia es su reunión: cf desde el principio He 1,4.6.13s.15; luego en
2,1.42.44.46; 4,23s.31.32; etc. El lugar de encuentro es a veces el templo (Lc 24,53; He 2,46),
pero también las casas privadas (He 2,46; 5,42; 12,12; etc.). De esta manera la Iglesia "se
edifica" (cf He 9,31; 20,32) y sobre todo "crece", mientras que los discípulos "se multiplican"
(He 2,41.47; 4,4).
Por lo que se refiere al culto en particular [! Bautismo I; ! Eucaristía II], son frecuentes en los
Hechos las oraciones por parte de la comunidad (He 1,14; 2,42; 12,5.12; 13,3; etc.) y de los
individuos, por ejemplo Pedro y Juan (He 8,15-24), Pablo (9,11), etcétera. En ella se presta
atención a la acción de gracias y a la alabanza (Lc 24,53; He 1,24), a la intercesión (He 12,5;
13,3), a la petición (He 1,24s; 4,29s), al culto en general (He 13,1).
Una última nota se refiere a los que en la Iglesia de los Hechos parecen ejercer un cierto
ministerio y tener los llamados carismas. No se trata de la presencia o no del Espíritu Santo; en
efecto, éste está sobre toda la Iglesia y sobre cada uno de sus miembros (He 2,1.4.17s; etc.).
Pero dentro de la Iglesia se mueven algunos personajes que nosotros llamaríamos
carismáticos, en cuanto que no están constituidos propiamente en un ministerio y gozan, sin
embargo, de ciertos dones particulares espirituales al servicio de la comunidad: por ejemplo, el
"profeta" Agabo (11,27s), el grupo de profetas que se recuerda en Antioquía de Siria (13,1ss);
también son "profetas" Judas y Silas (15,32); por el don del Espíritu destacan también Esteban
(6,8; 7,55), Felipe (8,29) y sus cuatro hijas "profetisas" (21,9), Bernabé (11,24), Apolo
(18,25). Pero hay además una ministerialidad propia y verdadera, aunque privada de contornos
precisos. Hay que señalar, por ejemplo, la función primacial de / Pedro sobre los once, tanto
dentro de ellos como en el interior de la Iglesia, o también la de todos los apóstoles (definidos
en He 1,8 y 1,21s), que ciertamente son distintos de los "hermanos" (11,1); algo debió suceder
con la institución de los "siete" (6,5s) a quienes se les impusieron las manos; lo mismo ocurre
en el caso de la misión que se menciona en He 13,2ss. Santiago preside la comunidad de
Jerusalén (15,13-21). También destacan los "presbíteros" o "ancianos" (11,30), que forman en
Jerusalén un gran consejo alrededor de los apóstoles (15,2; 16,4), llamados "hermanos" de los
apóstoles, con los que están asociados. También fuera de Palestina son establecidos algunos
Eclesiología ____________________________________________________________________ 54
"presbíteros"(14,23) por obra de Pablo y Bernabé. A estos "presbíteros" se les reconoce
abiertamente el sello del Espíritu Santo para "ser inspectores" o episkopein (20,28). De esta
manera se afirma que no sólo el carismático depende del Espíritu, sino también todos los que
ejercen algún ministerio; éstos tendrán que "apacentar a la Iglesia de Dios", defendiéndola
además de los errores y de la perversión respecto al depósito apostólico transmitido (20,29ss).
Por consiguiente, se puede afirmar que ya en este nivel los Hechos atestiguan la presencia de
la tradición e incluso la de la sucesión, es decir, la de una gestión de tipo ministerial [ Lucas; /
Hechos de los Apóstoles].
Este problema es específico de Ef (y de Col). Para Ef, la Iglesia no se deriva del mundo ni
pertenece de suyo esencialmente a la historia de aquí abajo. Si realmente está aquí abajo, esto
no hace más que manifestar el misterio profundo e insondable de la providencia divina y de su
eterna salvación. Para Ef, la Iglesia ha existido desde siempre en la eterna voluntad salvífica
del Padre, que quiere "recapitular" todas las cosas en Cristo, las de los cielos y las de la tierra"
(Ef 1,10). Su "plan secreto, escondido desde todos los siglos en Dios, creador de todas las
cosas" (Ef 3,9), "no se dio a conocer a los hombres de las generaciones pasadas, y ahora se lo
ha manifestado a sus santos apóstoles y profetas por medio del Espíritu" (cf 3,5). Este misterio
tiene un contenido concreto, realmente inaudito: "Este secreto consiste en que los paganos
comparten la misma herencia con los judíos, son miembros del mismo cuerpo y, en virtud del
evangelio, participan de la misma promesa en Jesucristo" (Ef 3,6).
Así pues, ya desde la creación tiene ante sus ojos a la Iglesia: al crear, manifiesta su bondad
(Gén 1) y conduce a la salvación, lo cual se realizará precisamente en la Iglesia (y en Cristo).
Lo mismo que Dios es creador según un módulo "escondido" en él, igualmente hay que decir
esto de Cristo, ya que "todo ha sido creado en él" y todo existe "mediante él y con vistas a él"
y "él mismo existe antes que todas las cosas y todas subsisten en él" (Col 1,16-17).
Conjugando como es debido la relación Cristo-Iglesia con el "misterio de Dios" (también
Cristo, como la Iglesia, es "el misterio de Dios": cf Col 2,2), habrá que concluir que la
presencia de Cristo y de la Iglesia cumple el misterio de la creación y al mismo tiempo
manifiesta el de Dios.
El Espíritu edifica y hace crecer a la Iglesia como "cuerpo de Cristo" gracias a tres elementos
principales, lógicamente unidos entre sí: a) el evangelio o la predicación, es decir, la palabra:
actualización y revelación de la cruz-resurrección, llamada de Dios a la salvación; b) los
sacramentos, es decir, el bautismo , la eucaristía , el sacerdocio , el matrimonio , en cuanto
acciones o signos que santifican al hombre y que lo edifican como cuerpo vivo y santo de
Cristo; c) el crecimiento de sus mismos miembros, bien en general, bien de los carismáticos,
bien en los ministerios constituidos, puesto que la Iglesia crece y se edifica en la medida en
que crecen y se edifican sus miembros en sus respectivas funciones, viviendo de la vida misma
de Cristo. De esta forma la Iglesia, gracias al Padre y al Espíritu, es el cuerpo salvador de
Cristo en la tierra.
f) El desarrollo de las pastorales: una Iglesia ministerial. Más que por otros temas,
igualmente centrales, en las pastorales la Iglesia se caracteriza sobre todo por una concepción
de tipo ministerial. Se la representa como una familia terrena (ITim 3,5), como una verdadera
Eclesiología ____________________________________________________________________ 55
y propia "casa de Dios" (lTim 3,15; cf 5,1s), especificada mejor como "columna y fundamento
de la verdad" (ibid). También se la representa como una "gran casa", donde "no sólo hay
vajillas de oro y plata, sino también de madera y barro" (2Tim 2,20), es decir, en donde
conviven creyentes y menos creyentes, buenos y malos.
En el contexto general de una Iglesia pueblo de Cristo (Tit 2,14), formada por hombres con
diferente grado de fe y considerada como una familia, se ejerce el ministerio confiado a
Timoteo y a Tito. Estos se conciben como prototipos: desempeñan un ministerio que se
confiere y se ejerce continuamente dirigido al oficio apostólico, puesto en continuidad con el
mismo y como en su lugar (cf ITim 3,15; 4,13; 2Tim 4,5s.9; Tit 3,12). Por eso mismo las
pastorales hacen hablar muy frecuentemente al apóstol, interpretándolo y autorizándolo; de
esta forma todo gravita en torno al ministerio apostólico, expresamente en torno a Pablo (son
también muy numerosas las referencias personales). Su enseñanza se ha hecho ya normativa
(Tit 1,9; 2Tim 1,12s). Sus destinatarios, Timoteo y Tito, no hacen más que guardar lo que fue
enseñado por el apóstol y volver a proponerlo como repetidores (ITim 4,16; 6,2.20; etc.). La
prolongación del oficio apostólico en el ministerio afecta también a su interioridad: el amor, la
fe, el Espíritu, la dulzura, la paciencia, etc. No solamente el ministerio ha de ser "espiritual",
sino también el que está revestido de él (ITim 6,11s; etc.); habrá de imitar al apóstol en el
sufrimiento por el evangelio (2Tim 1,8); tendrá que ser un verdadero typos para la comunidad
(lTim 4,12; Tit 2,7); será como un alistado para una "buena milicia" (ITim 1,18; 2Tim 4,5),
como en un auténtico "servicio" (1Tim 1,12; 4,6; 2Tim 4,5). Y lo mismo que hizo el apóstol,
también el oficio ministerial edifica la Iglesia; más aún, la hace crecer y la cumple, puesto que
está puesto para llevar a su cumplimiento el mismo oficio apostólico. Este oficio ministerial
afecta también a la administración responsable de la "casa de Dios", a la vigilancia y a las
directivas varias —también de orden disciplinar— para los diferentes ministerios (p.ej., para
las viudas: lTim 5,3-16; para los presbíteros: 1Tim 5,17-22); constituye a otros en el oficio de
presbíteros (ITim 5,22; Tit 1,5), algunos de ellos con funciones de inspección (epískopoi:
1Tim 3,1-7; Tit 1,5-7) y a otros sólo como auxiliares (diákonoi: lTim 3,8-13). También éstos,
a su vez, enseñan, presiden, ordenan (ITim 4,13; 5,17; 2Tim 2,2). De esta manera la Iglesia se
presenta monolítica, siempre ligada al apóstol; escucha sus instrucciones y es dirigida por
ellas; las aplica y automáticamente las desarrolla .
Su ser en el mundo la pone en constante peregrinación hacia aquel que llama y hacia la patria
de arriba; en continuación natural, por otra parte, con la Iglesia del AT, totalmente sometida a
su Dios, en plenitud de fe y en completa y alegre esperanza.
Así pues, con su existencia, la iglesia está proyectada hacia el futuro; un futuro del que no
solamente prepara la llegada, sino del que ya goza anticipadamente en el presente, gracias al
don del Espíritu que le ha enviado el Padre por medio de su Señor. Cristo es siempre ayer, hoy
y mañana (Ap 1,8; 22,13). Y hoy está en su Iglesia, es la cabeza de la Iglesia, cuerpo suyo, lo
mismo que es también su vida, su pastor, su fundamento, etc. Así pues, ella es, lo mismo que
su Señor, ahora y siempre, el misterio salvífico de Dios.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 56
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Eclesiología ____________________________________________________________________ 57
TEOLOGÍA DOGMÁTICA
Ya antes de que Juan Pablo II, a los veinte años de la clausura del Concilio Ecuménico
Vaticano II, anunciara un Sínodo extraordinario, la Comisión teológica internacional había
mirado ese acontecimiento como objeto de su propio trabajo. Había decidido leer de nuevo y
repensar con atención el texto fundamental del Concilio -la Constitución sobre la Iglesia-
teniendo ciertamente en cuenta la experiencia de estos años. En su tarea, la Comisión era
plenamente consciente de los límites de sus posibilidades: los documentos de los que disponía
para su trabajo eran fruto de los debates de unos treinta expertos procedentes de todas las
partes del mundo; éstos representaban, a la vez, las diversas disciplinas teológicas y modos de
pensar muy diferentes. Las declaraciones comunes de la Comisión exigen un largo proceso de
elaboración colectiva; lo cual las obliga a una reducción tanto en la extensión como en los
contenidos.
Igualmente, desde este punto de vista, no era en modo alguno posible exponer íntegra y
ampliamente la riqueza teológica y espiritual del texto conciliar o elaborar un comentario de
él. Por ello, hemos seleccionado bastantes cuestiones principales que han planteado nuevos
interrogantes en el debate posconciliar y que exigen clarificación o también integración e
investigación más profunda. Así, por ejemplo, señalemos la cuestión de si la Iglesia puede
verdaderamente remontarse a una voluntad primaria de Jesús o si existe más bien sólo como
efecto de una evolución sociológica no prevista por él; es una cuestión que antes y durante
mucho tiempo se discutió entre los no católicos, pero que sólo después del Concilio ha
revestido toda su importancia para los teólogos católicos, a causa de ciertas tomas de posición
individuales sobre el Jesús histórico. Por ello, había que colocar este tema en el mismo
comienzo de nuestra reflexión. La noción de «Pueblo de Dios», que el Concilio colocó con
razón en una clara luz, integrada sin duda en la imagen que el Nuevo Testamento y los Padres
tienen de la Iglesia, se ha convertido, poco a poco, en un «slogan» de contenido bastante
superficial; allí también era necesario aportar precisiones. Ulteriormente la cuestión de la
relación entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares, que ha sido objeto, en el Concilio,
de una nueva presentación en la óptica de una eclesiología de «comunión», ha tropezado en la
práctica con bastantes puntos oscuros. También el problema de la inculturación se ha hecho
más urgente y más actual. Y podría citar otros muchos ejemplos.
El texto de esta relación conclusiva ha sido preparado, según los Estatutos y las costumbres de
la Comisión teológica internacional, por la elaboración de diversos estudios, por dos reuniones
especiales de la Subcomisión (París y Friburgo de Suiza) y por las discusiones de la sesión
plenaria del mes de octubre del año 1984.
El presidente de esta Subcomisión «De Ecclesia» y redactor del texto último ha sido el Rvmo.
Sr. P. Eyt, Rector del Instituto Católico de París. En diversa medida, por título diverso y de
maneras diversas han colaborado los miembros de la Subcomisión y los consejeros del grupo
de trabajo: los Excmos. Sres. K. Lehmann, J. Medina Estévez, y B. Kloppenburg, y los
Rvmos. Profesores o Doctores C. Arévalo, G. Colombo, H.U. von Balthasar, E. Khalifé, M.
Ledwith, H. Schürmann, B. Sesboüé, J. Thornhill, Chr. Schönborn.
Esta relación sintética ha sido aprobada en forma especifica por el sufragio positivo de la
mayoría absoluta de los miembros de la Comisión teológica internacional, el 2 de octubre de
1985, según las normas de la Comisión teológica internacional y del Código de Derecho
Canónico (canon 119, § 3). Esta votación ha sido confirmada por el Emmo. Sr. Presidente
Card. J. Ratzinger, el 4 de octubre. Con su paternal tutela, el Papa Juan Pablo II, felizmente
reinante, el 5 de octubre, declaró, de modo ciertamente peculiar, este texto aprobado y que
debía ser editado cuanto antes.
Hace relación de estos hechos, según la norma de los Estatutos de la Comisión teológica
internacional (V, 2), el Secretario General, al que corresponde «divulgar los escritos de la
misma Comisión».
13.3. Texto del documento aprobado «in forma specifica» por la Comisión teológica
internacional NOTA: EL TEXTO SE ENTREGA APARTE
Sumario
Introducción
ESQUEMA:
2.- Analogía del misterio de la Iglesia con el misterio del Verbo Encarnado.
a) Cristo fundador y cabeza de la Iglesia.
b) Analogía entre el misterio de la Iglesia y el misterio del Verbo Encarnado (LG
8a).
c) Relación de la Iglesia con el Espíritu de Cristo (LG 4 y 8a).
***********************
Prenotanda: Todo intento de síntesis debe partir de un análisis profundo de la cuestión en los
mismos textos del Vaticano II. Nuestro tema eclesiológico está centrado en LG 8, que tiene valor
paradigmático porque en él se recogen cuestiones nucleares de Eclesiología, Cristología y
Sacramentología.
La constitución LG comienza diciendo que «la Iglesia es en Cristo como un sacramento (veluti
sacramentum), o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano». ¿Por qué dice veluti? Llama la atención que la primera noción teológica aplicable a la Iglesia
por la LG sea ésta de sacramento, un término que estaba reservado para cualquiera de los siete
sacramentos. ¿En qué medida es aplicable el concepto de sacramento a la Iglesia?1
Hablar de la Iglesia como sacramento sugiere que ella pertenece a la categoría de misterio
(referencia al término griego «mystèriom» que la Vulgata traduce por «sacramentum») 2. El enunciado de
LG 1 añade «en Cristo»; la unión con Cristo es vista, en continuidad con los antiguos padres latinos
(Cipriano, Agustín), como fundamento de la descripción de la Iglesia como sacramento.
Cuando el Concilio dice que «la Iglesia es en Cristo como (veluti) un "sacramento o sea signo e
instrumento"», usa aquí el término sacramento no sólo en el sentido originario de «mystèriom», sino
también en el sentido específico que esta palabra había adquirido poco a poco a través de su aplicación a
los misterios de los sacramentos (sobre todo bautismo y eucaristía). En efecto, el Concilio al aplicar el
término sacramento a la Iglesia, supone que ésta es un signo e instrumento de la gracia divina (signo
eficaz de la gracia), que implica una institución histórica, una realidad visible, que contiene y opera una
realidad divina escondida.
1 ?
Sólo recientemente (prácticamente en este siglo) se ha comenzado a hablar de Cristo como
"sacramento primordial" y de la Iglesia como "sacramento de salvación" o "sacramento radical".
Partiendo de la noción clásica de sacramento que es "signum visibilis gratiae invisibilis" y que se aplica
estrictamente a los 7 sacramentos, ¿en que medida es aplicable el concepto de sacramento a la Iglesia?
2 ?
Son conocidos los textos paulinos al respecto. LG 2,3 y 4, aduce el texto de Ef 1,1ss, que habla del
gran misterio del "plan divino de redención universal en Cristo". El latín de la vulgata traduce por
"sacramentum" el término "mystèriom" del NT, por lo cual podemos estar seguros de que cuando los
padres latinos definen una cosa como sacramento tiene en mente su naturaleza misteriosa.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 62
El Concilio determina una doble gracia, de la cual la Iglesia es signo e instrumento: «la íntima
unión con Dios» (dimensión vertical) y «la unidad de todo el género humano» (dimensión horizontal).
«La íntima unión con Dios» implica: la reconciliación de la entera humanidad con Dios, la vida de
amistad con él a través de la gracia y las virtudes, la intimidad de la visión beatífica... «La unidad de todo
el género humano» representa la paz universal, la armonía que reinaría por el reconocimiento de Dios
como único Padre de todos los pueblos; es la manifestación real del amor del cual todos somos deudores
unos de los otros, puesto que todos somos hijos de Dios y miembros de la única familia humana, de la
humanidad redimida; en último término es la implantación del Reino como reino de valores trascendentes
y también valores intramundanos de justicia, paz y solidaridad en este mundo.
La aplicación del término sacramento a la Iglesia comporta ciertas dificultades y cierta analogía
que debemos tener en cuenta. Colocar a la Iglesia en el ámbito de las realidades sacramentales es
reconocer en ella una doble formalidad: la formalidad bajo el orden del signo (de contenido espiritual) y
la formalidad en el orden del instrumento (hacer eficazmente presente la obra de la redención de Cristo).
Al aplicar a la Iglesia el término sacramento radical (se distingue de la que ha prevalecido a partir de
Trento en la corriente eclesiológica de la Iglesia sociedad), asentamos una afirmación teológica que
concierne no sólo al ser de la Iglesia, sino también a su obrar. Siendo la Iglesia sacramento radical, debe
entenderse ésta ante todo como signo. Un segundo aspecto incluido en la noción teológica de Iglesia-
sacramento consiste en que ésta es instrumento eficaz de la gracia de Cristo.
Textos: «Cristo... envió a su Espíritu vivificador sobre sus discípulos y por El constituyó a su
Cuerpo que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación» (LG 48b).
«El pueblo mesiánico [la Iglesia]... constituido por Cristo en orden a la comunión de vida,
de caridad y de verdad, es empleado también por El como instrumento de la redención universal...
La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y principio
de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento
visible de esta unidad salutífera para todos y cada uno» (LG 9b-c).
«Todo el bien que el pueblo de Dios puede dar a la familia humana, al tiempo de su
peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación,
que manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre» (GS 45a).
«La Iglesia enviada por Dios a las gentes para ser el sacramento universal de salvación, por
exigencias íntimas de su catolicidad, y obedeciendo al mandato de su fundador, se esfuerza en
anunciar el Evangelio a todos los hombres» (AG 1a).
La categoría teológica de «sacramento» aplicada de modo más o menos explícito a la Iglesia, tiene
sus raíces desde los Padres, en la liturgia y en muchos teólogos. Pero la corriente eclesiológica centrada
en la noción de Iglesia-sacramento, estrictamente hablando, se abre camino juntamente con la de «Pueblo
de Dios» en los decenios precedentes al Vaticano II.
3.- K. Rahner: Rahner no ha elaborado un tratado sistemático y completo sobre la Iglesia, pero
por fragmentario que éste sea, la sacramentalidad de la Iglesia es el eje de su concepción eclesiológica.
R. parte del misterio de la gracia entendida como autocomunicación de Dios al hombre. Esta gracia es
ofrecida al hombre en y mediante Cristo. La Iglesia es la presencia perenne de la palabra definitiva y
sacramental de Dios, que es Cristo en el mundo, y está capacitada para llevar a cumplimiento lo que
significa. de Cristo, sacramento de Dios, la Iglesia recibe su estructura sacramental y por ello es el
sacramento radical y originario de los siete sacramentos. En definitiva, La Iglesia- sacramento y símbolo
de la gracia es un concepto clave de su eclesiología. R. se ha esforzado por armonizar los dos aspectos
esenciales del concepto de Ursakrament aplicado a la Iglesia: el ser signum e instrumentum de la
salvación entre los hombres.
Un nuevo aspecto de la catolicidad, que se expresa al definir la Iglesia como sacramento universal
de salvación, es que toda la gracia de la salvación no sólo orienta hacia la Iglesia, sino que, en cierto
modo, viene de la Iglesia y es dada a través de la Iglesia; en cuanto signo e instrumento de salvación, la
Iglesia no es simplemente el término hacia el cual se dirige la gracia, sino que la Iglesia es, también,
instrumento, canal y medio por el cual es dada la gracia. No es difícil ver aquí, que si la gracia es medio
es instrumento por el cual se obtiene toda la salvación, de ahí se sigue que ninguno puede ser salvado sino
por medio de la Iglesia (aspecto de mediación).
La Iglesia, en cuanto comunidad de Cristo, presencializa realmente la salvación del mismo Cristo
siendo el instrumento del Señor resucitado, por el que se halla presente en el espacio y en el tiempo
posterior, como llamamiento a la salvación o como ofrecimiento de la misma al mundo entero. En cuanto
llena de la plenitud de Cristo, la Iglesia es el signo salvífico para aquellos que sólo pueden encontrar la
salvación en este signo, ya que como sacramento fundamental y universal, la Iglesia es el sacramento de
la salvación de Cristo para el mundo (cf. LG 7; 48).
Se trata de una necesidad de medio pero, no obstante, relativa. Que nadie puede salvarse sino por
medio de la Iglesia es un axioma que ha sido afirmado por la Iglesia desde el primer período de su
existencia. La expresión tradicional de esta convicción ha sido: «extra ecclesia nulla salus», que tiene su
origen literal en S. Cipriano. Aún en su formulación negativa, «fuera de la Iglesia no hay salvación», es
un modo de expresar una realidad positiva de la Iglesia («necessitas Ecclesiae ad salutem»), su
catolicidad en cuanto necesaria universalmente para la salvación7.
Para una recta comprensión, del «extra ecclesia...», es necesario interpretar el uso que han hecho
los Padres y los concilios de ese axioma en el contexto histórico en que fue adoptado; de lo
contrario se corre el riesgo de graves equívocos. La posición común hoy de los teólogos es que este
axioma o fórmula expresa una doctrina positiva: necesidad de la Iglesia para la salvación; y, por
eso, prefieren emplear la noción de «la Iglesia sacramento universal de salvación». En realidad LG
14 afirma la necesidad de la Iglesia para la salvación, pero no adoptó el axioma clásico («extra
ecclesia...»); no porque sea falso, pues entendido en su contexto histórico sigue siendo verdadero.
Sin embargo, dado que el axioma tiene una larga tradición en los Padres y la enseñanza de la
Iglesia (Concilio de Florencia), antes de explicar la formulación actual, es necesario explicar cómo
la formulación negativa debe ser comprendida a la luz de su contexto histórico. Pero ello conviene
establecer dos períodos: uno para el tiempo antiguo y medieval hasta el siglo XV, y el otro a partir
del inicio del siglo XVI, con el descubrimiento de América y Asia hasta los comienzos de nuestro
siglo, distinguiendo siempre las diversas categorías de personas a las que todos se referían al hacer
uso del «extra ecclesia...»8.
7 ?
Cf. A. ANTÓN, El misterio de la Iglesia, vol. II, pp. 819-821. Resalto de aquí lo siguiente: «La
necesidad de pertenecer de algún modo a la Iglesia para alcanzar la salvación es una verdad de fe, que los
teólogos se esfuerzan por ilustrar y armonizar con otras verdades del dogma católico. Estos optan en
nuestro tiempo por la formulación positiva, según la cual Dios ha instituido la Iglesia como signo e
instrumento de la salvación en este mundo y su eficacia salvífica está basada en la fidelidad y veracidad
de Dios a sus promesas.(...) El extra Ecclesiam nulla salus no significa, por tanto, que más allá de las
fronteras de la Iglesia «una, santa, católica y apostólica» no hay salvación posible, sino que nadie se salva
totalmente al margen de esta Iglesia. Su existencia entre los hombres, por analogía con la entrada de
Cristo en la historia humana, es garantía irrevocable de que la voluntad salvífica de Cristo tiene la última
palabra en la historia de los hombres».
8 ?
Cf. J. RATZINGER, El Nuevo Pueblo de Dios, pp. 375-389; y F.A. SULLIVAN, Noi Crediamo la
Chiesa, pp. 115-129.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 67
hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el
seno y unidad de la Iglesia Católica» (Dz 714= DS 1351).
* Contexto teológico medieval en la teología postridentina:
- Fe implícita
- «Votum Ecclesiae»
Vaticano II:
El Vaticano II afirma, en LG 16, la posibilidad de salvación para aquellos que no han recibido
toda la luz del Evangelio. Estos están ordenados (ordinatio) a la Iglesia de diverso modo. Pero el Concilio
no determina nunca si los no cristianos, para poder salvarse, deben estar ordenados a la Iglesia por el
«deseo» (votum); por tanto, deja de lado ésta expresión que había empleado la Mystici; sin embargo,
explica el tipo de disposición que es necesario para que los no cristianos puedan salvarse: habla de
aquellos que buscan a Dios sinceramente, y que con ayuda de la gracia se disponen a cumplir con sus
obras la voluntad de Dios conocida por el dictamen de la conciencia (LG 16); Falta, sin embargo, en
Lumen Gentium o en Unitatis Redintegratio una referencia a la idea de «deseo» de pertenecer a la Iglesia
católica por parte de un cristiano no católico o de un no cristiano. No hay ninguna explicación oficial en
el Concilio con respecto a esta omisión; parece que fue una decisión de la Comisión Teológica. Emerge
aquí la pregunta: ¿Cómo trató el Vaticano II la expresión «extra ecclesia nulla salus»? La respuesta está
en Lumen Gentium 14:
«El sagrado Concilio pone ante todo su atención en los fieles católicos. Porque enseña,
fundado en la Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación.
Pues solamente Cristo es el Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros en su Cuerpo,
que es la Iglesia, y El, inculcando con palabras concretas la necesidad del bautismo, confirmó a un
tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como puerta
obligada. Por lo cual no podrán salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia Católica fue instituida por
Jesucristo como necesaria, desdeñaran entrar o no quisieran permanecer en ella» (LG 14a).
Las expresiones «no ignorando», «desdeñando» y «no quisieran», indican claramente situaciones
de pecado y de culpabilidad. Sólo aquellos que son personalmente culpables de pecado mortal, en su
quedar fuera, son por eso mismo excluidos de la salvación: no se salva el que esta fuera culpablemente;
por eso, el contrario es verdadero: puede salvarse aquel que sin culpa está fuera de la Iglesia.
¿Ha cambiado la doctrina sobre la necesidad de la Iglesia para salvarse? A primera vista, parece
haber contradicción entre el Concilio de Florencia (cf. Dz 714) y el Concilio Vaticano II (cf. LG 14). Pero
de hecho, hay un modo de armonizar las afirmaciones de ambos concilios. No ha cambiado la doctrina
fundamental (necesidad de la Iglesia para salvarse), sino el modo como se indica quien no forma parte de
la Iglesia. Los Padres antiguos, como pensaban que el Evangelio había sido suficientemente anunciado en
todo el mundo, entendían que los que estaban fuera era porque no querían entrar en la Iglesia y, por tanto,
culpables (aunque esto no lo dicen explícitamente se sobreentiende). El Vaticano II sostiene que no hay
salvación para aquellos que culpablemente permanecen fuera de la Iglesia; por eso, sustancialmente hay
coincidencia; la diferencia está en que Florencia juzgó que todos los que estaban fuera eran culpables y el
Vaticano II entiende que pueden ser inocentes.
El Vaticano II adopta una formulación positiva, al hablar de la Iglesia como «sacramento universal
de salvación». Ahora bien, ¿en qué sentido puede decirse que la Iglesia es sacramento de salvación para
Eclesiología ____________________________________________________________________ 69
todos? La respuesta general está en que la Iglesia es signo de la total obra de salvación que Dios está
cumpliendo en el mundo y en «algún modo» ella está implicada como instrumento (sacramento de Dios)
en esta obra de salvación. Podemos decir que la Iglesia es signo: en ella se cumple el mensaje de la
reconciliación del mundo con Dios, de la obra de redención de Cristo. La Iglesia es, además, el inicio del
Reino de Dios en este mundo; es cierto que ella no está en muchos lugares y que aún no es visible para
muchos pueblos de la tierra, pero también ahí -asegura GS 22- «el Espíritu Santo ofrece a todos la
posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual». También allí
donde la Iglesia no es visible, es signo de salvación para toda la humanidad; la Iglesia, por tanto,
permanece siempre como signo visible de la obra que el Espíritu Santo está cumpliendo en el corazón de
los hombres en el modo que sólo Dios conoce.
Pero, además, la Iglesia debe ser también instrumento y en cualquier modo esta involucrada en el
propósito de Dios de salvar a todos los hombres. Al afirmar, con UR 3d, que es por medio de la Iglesia
católica que se pueden obtener la plenitud de los medios de salvación, es necesario tener en cuenta que el
Concilio no quiere negar que los medios de salvación puedan encontrarse con fruto en otras Iglesias y
Comunidades cristianas no católicas (de las que se sirve el Espíritu para salvar a los hombres); el Concilio
afirma que la plenitud de los medios de salvación que Dios ha establecido para el cumplimiento de su
plan de voluntad salvífica universal es puesto en la estructura de la Iglesia como sacramento universal de
salvación. «Universal», aquí, se refiere a la plenitud de elementos con que la Iglesia está adornada con el
fin de ser instrumento eficaz en orden a la reconciliación de la humanidad con Dios. «Universal», en
cuanto sacramento, se refiere a toda la humanidad y también a la plenitud de medios de salvación.
Otro aspecto es la mediación de la Iglesia respecto a los no cristianos. ¿Puede la Iglesia ser
llamada sacramento universal de salvación en el sentido de que realmente interviene en el causar la
salvación de los que no conocen ni creen en Cristo? ¿En qué modo es instrumento y cómo opera esta
instrumentalidad? ¿Puede ejercerse como representación o suplencia de los no cristianos? ¿Puede hacerlo
simplemente orando por aquellos que se salvan?... Es fácil descubrir la mediación de la Iglesia en relación
con todos aquellos que son alcanzados por ella con la Palabra y los Sacramentos (este rol lo ejercen
también las Comunidades cristianas no católicas); por eso la Iglesia como sacramento universal de
salvación debe ser entendida como «inclusiva», no como «exclusiva».
¿Cuál es el rol de la Iglesia respecto a aquellos que no son alcanzados por su ministerio? Según
LG 16, Dios «no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no
llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia
divina, en conseguir una vida recta», pero el Concilio no dice nada del rol instrumental de la Iglesia en su
salvación; GS 22 sostiene que «el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo
Dios conocida, se asocien a este misterio pascual»; LG 8a, recurriendo a la analogía del Verbo Encarnado
y la Iglesia, dice que así como la humanidad es instrumento del Verbo, de modo análogo la Iglesia es
instrumento de la obra del Espíritu Santo en orden a la salvación.
Fundador: Lumen Gentium 3 (la misión del Hijo); 4 (el Espíritu que santifica a la Iglesia); 5 (el
Reino de Dios).
Cabeza de la Iglesia: Lumen Gentium 7 (la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo).
La primera relación de la Iglesia con Cristo proviene de Cristo como fundador de la Iglesia.
Normalmente se ha entendido como una relación extrínseca entre Cristo-Iglesia basada sobre un acto de
institución, entendida en sentido demasiado jurídico. En el Vaticano I se habló de la «divina institución de
Eclesiología ____________________________________________________________________ 70
la Iglesia», León XIII en Satis cognitum y Pío XII en Mystici Corporis intentan no acentuar tanto el
sentido jurídico y extrínseco, por lo menos como punto de partida.
En la Mystici la tesis central es la identificación entre Cuerpo de Cristo y la Iglesia Católica
Romana, tesis que será posteriormente ratificada por Humani Generis ante las afirmaciones de algunos
teólogos (después de la Mystici) que intentaron explicar que la noción de Cuerpo Místico de Cristo tiene
una amplitud mayor que la Iglesia Católica Romana. La Mystici, para hacer frente a las desviaciones
misticistas y espiritualistas parte de una noción corporativa o societaria de cuerpo, es decir, aquella que se
encuentra en las cartas paulinas (Rom y 1-2 Cor, sobre todo)10. En cambio LG 7 acepta la noción de
Cuerpo Místico, pero más bien parte de la noción soteriológica de Cuerpo de Cristo, propia de las cartas
paulinas de la cautividad (Efesios y Colosenses). «Cuerpo de Cristo» se entiende así aquella realidad
distinta del cuerpo físico de Cristo (también su cuerpo crucificado y su cuerpo glorioso), vista como
«Cristus totus» (cuerpo eclesial=cabeza y miembros)11. Se expresa la función de principio vital que tiene
Cristo respecto a la Iglesia.
Vemos, por tanto, cómo hay que considerar ambos aspectos: Cristo como fundador y Cristo como
Cabeza (como Señor).
b) Analogía entre el misterio de la Iglesia y el misterio del Verbo Encarnado (LG 8a).
Se trata de explicar la «non mediocrem» analogía de que habla LG 8a. Ante todo es necesario
resaltar que desde León XIII hasta el Vaticano II ha tenido lugar un importante desarrollo de esta doctrina
de la analogía entre el misterio de la Iglesia y el misterio del Verbo Encarnado 12. Antes de pasar al
Vaticano II veamos lo que dicen la Satis Cognitum y la Mystici Corporis:
Corporis, por eso hemos de analizar nuestro texto en el contexto de los párrafos de ambos documentos.
13 ?
La encíclica tiene como tema principal la unidad de la Iglesia y sobre nuestro tema subrayamos
sucintamente los siguientes puntos: a) El origen de la Iglesia. El punto de partida es puesto en Dios que
ha querido valerse de los hombres para ayudar a los hombres (los hombres se comunican externamente);
b) la unión de lo visible con lo invisible. Esta unión pertenece a la esencia misma de la Iglesia desde su
origen. El misterio del Verbo encarnado es presentado como principio dogmático para ilustrar el misterio
de la Iglesia. Basado en esta dualidad de aspectos de la Iglesia (invisibles/visibles; internos/externos; etc.)
León XIII le aplica la noción de «Cuerpo de Cristo». Si se rompiera esta dualidad de elementos la Iglesia
dejaría de serlo, por eso la encíclica no apoya ciertas interpretaciones misticistas del dogma eclesiológico
ni hace suya la noción de la Iglesia como continuación de la encarnación de Cristo; c) misión de Cristo y
misión de la Iglesia. En la Iglesia no se trata de una continuación del ser de Cristo sino de su misión. Ser
y misión en Cristo y en la Iglesia se implican mutuamente.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 71
unión de lo visible e invisible en la Iglesia pertenecen a su misma esencia y constitución, ya que procede
de la misión del Hijo que la Iglesia continúa y, por eso, no es algo de lo que la Iglesia pueda disponer
libremente o a lo que pueda renunciar en un momento determinado de su historia 14. El misterio del Verbo
Encarnado es puesto como principio dogmático para ilustrar el misterio de la Iglesia. En la Iglesia se dan
elementos externos e internos, visibles e invisibles; la relación entre ambos no es yuxtapuesta, sino unión
íntima, ya que lo interno es causa de lo externo y lo externo necesaria manifestación de lo interno. La
exterioridad y visibilidad de la Iglesia (Palabra, sacramentos, etc.) es causa de su crecimiento y
expansión, ya que gracias a ella sus dones (la fe, la gracia, etc.) pueden ser comunicados y otros nuevos
miembros pueden alcanzar el conocimiento de Cristo y llegar a la unión con la Iglesia.
2. Esquema unión cuerpo-alma. León XIII lo aplica a la Iglesia, el cuerpo es lo que se ve y el alma
lo invisible (DS 3300). Así como en el ser animado el principio vital e interno se manifiesta en el
movimiento y acción del ser viviente, así en la Iglesia su principio sobrenatural está oculto a los ojos pero
se manifiesta al exterior por los actos de los miembros de la Iglesia. Aquí la noción antropológica hace
referencia a la unión profunda de los dos elementos que son esenciales a la Iglesia, como el cuerpo y el
alma en el hombre. El objetivo de Satis cognitum era hacer frente a los que negaban uno u otro aspecto y
garantizar, en la Iglesia, la unidad intrínseca entre la dimensión externa y la espiritual, ambas esenciales
en la constitución de la misma.
3. Analogía Cristo-Iglesia (Principio de la unión de las dos naturalezas en la persona del Verbo
Encarnado). Para superar toda división y afianzar la unidad, León XIII recurre al paralelismo entre el
misterio de la Iglesia y el misterio de la Encarnación. La unión de lo visible e invisible en la Iglesia viene
parangonada con la unión de la naturaleza humana y la naturaleza divina en Cristo 15. El dogma de
Calcedonia es tomado como principio hermenéutico del dogma eclesiológico. Sobre él se apoya León
XIII para excluir, no sólo todo dualismo (nestorianismo) entre la Iglesia visible (del derecho) y la Iglesia
espiritual invisible (de la gracia), sino también cualquier interpretación del dogma eclesiológico en el
sentido dicotómico más difuminado (primando uno sobre el otro). La unión de la naturaleza humana y la
divina en el Verbo Encarnado debe iluminar el ser y la unión de los elementos divinos y humanos de la
Iglesia.
Sin embargo es necesario excluir, también, en la Iglesia cualquier forma de unión hipostática. No
es la «unión hipostática» el referente de la analogía en el pensamiento de León XIII, sino el hecho de la
unión es de tal índole que si se intenta excluir uno de los dos elementos ya no se puede hablar de la
Iglesia. La encíclica no explica los términos de la analogía, solo le interesa el aspecto de «unión
intrínseca», tampoco pretende hacer una interpretación misticista del dogma eclesiológico (como pretende
Journet), ni siquiera asume la noción de Möeller de que la Iglesia es la continuación de la Encarnación de
Cristo; sólo pretende afirmar tanto la Encarnación de Cristo, como la estructura encarnatoria de la Iglesia
que procede del designio divino que ha querido acercarse al hombre, y querido revelarse y actuar según la
índole del ser humano. En la Iglesia los elementos visibles reciben consistencia de los invisibles y
aquellos no pueden ser entendidos sino partiendo de estos. En la Iglesia esta constitución debe durar
siempre y si alguno de estos elementos viniera a menos la Iglesia dejaría de ser la Iglesia de Cristo.
4. Diferencias. Siempre que se habla de analogía deben tenerse en cuenta tanto las semejanzas
como las diferencias. León XIII insiste en el hecho de que la Iglesia continúa la misión de Cristo; por
tanto, no se trata de la continuación del ser de Cristo, de la Encarnación como evento, sino de su obra de
redención. Ser y actuar, naturaleza y misión en Cristo y en la Iglesia se implican mutuamente. La Iglesia
tiene una naturaleza adecuada a su misión y puede realizar una tal misión porque tiene la naturaleza
adecuada a ella. La misión de la Iglesia presupone que en ella está unido lo humano y lo divino, como la
14
Dios ha dejado esta forma concreta para toda la economía de la salvación y salir de esta estructura
?
encarnatoria sería dejar de lado el designio de Dios y no correspondería a la forma concreta del designio
de Dios sobre el hombre.
15 ?
El dogma cristológico de Calcedonia viene aplicado por analogía (no usa la palabra «analogía», que
sólo aparecerá en el Vaticano II, no obstante, la realidad contenida en la analogía es ya afirmada en Satis
cognitum).
Eclesiología ____________________________________________________________________ 72
misión de Cristo tiene necesidad de su Encarnación; dirá el Vaticano II, la naturaleza humana está
indisolublemente unida al Verbo y es órgano de salvación para los hombres. Por tanto, como la misión de
Cristo tiene necesidad de un órgano de salvación, es decir, de su naturaleza humana, así le ocurre con la
Iglesia.
En su realización la Iglesia cuenta con la presencia y la acción de Cristo Cabeza; lo afirma Satis
cognitum: como garante de que la misión sigue adelante, el Espíritu Santo permanece siempre en la
Iglesia asegurándole la verdad (principio de asistencia); luego la LG 8a dirá que el Espíritu Santo vivifica
la Iglesia y que la congregación social de los fieles viene vivificada por el Espíritu Santo que está
indisolublemente asociado a la Iglesia. León XIII no habla más, en esta encíclica, del Espíritu, pero
posteriormente lo hará en Divinum illud, dedicada a la tarea del Espíritu Santo en la Iglesia. Aquí hace
notar que la misión del Espíritu Santo coincide con la misión de la Iglesia: ambas misiones comienzan
cuando la misión terrestre de Cristo alcanza su cumplimiento. Es necesario que Cristo suba al cielo para
enviar el Espíritu, que hace que la misión de Cristo se perpetúe en la misión de la Iglesia hasta la parusía.
Encíclica Mystici corporis (29-VI-1943) de Pío XII (cf. DS 3800-3822): De 1920 a 1942, entre
las dos guerras, los teólogos insistieron en la doctrina tradicional de que la Iglesia es la continuación de
Cristo entre los hombres, dándose desviaciones. En este contexto aparece la encíclica que presenta y
refuta un doble peligro: el falso racionalismo eclesiológico que reduce la Iglesia a un mero producto
humano (nestorianismo eclesiológico), y el falso misticismo que no respeta las fronteras entre lo humano
y lo divino de la Iglesia (monofisismo eclesiológico).
En la primera parte presenta el paralelo Cristo-Iglesia que es la base de toda la encíclica. Dios ha
querido que su salvación, su gracia alcance a los hombres mediante la Iglesia visible, de modo semejante
a como en su encarnación se sirvió (servire, se evita usar el término unire por el peligro de monofisismo)
de la naturaleza humana16. El logos se sirve de la naturaleza humana y el Espíritu se sirve de la estructura
social de la Iglesia para la edificación del Cuerpo de Cristo. Por tanto la relación Encarnación e Iglesia
aparece con claridad: dentro del designio salvífico la Iglesia aparece desarrollando el mismo rol que la
naturaleza en la encarnación del Verbo. Esta es la razón más profunda que permite llamar «cuerpo» a la
Iglesia.
La encíclica desarrolla su reflexión en tres etapas: 1) La Iglesia es un cuerpo (se quiere recalcar su
realidad visible); 2) la Iglesia es el cuerpo de Cristo (incluye cuatro principios: Cristo es el fundador,
cabeza, conservador y salvador de la Iglesia; resalta también el paralelismo entre el dogma cristológico y
el eclesiológico17); 3) la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo (debe denominarse «místico» para
distinguirlo del cuerpo físico o moral y señalar así su realidad trascendente).
El punto de partida es, por tanto, la noción societaria de cuerpo, y no la unión espiritual de los
fieles en Cristo. La Mystici no consigue así lograr una síntesis adecuada entre el aspecto mistérico e
institucional de la Iglesia. A la hora de la analogía Verbo encarnado-Iglesia, la encíclica lo hace de un
modo netamente cristológico (no da relieve a la acción del Espíritu Santo) y subrayando en exceso el
aspecto institucional18. No podemos hablar legítimamente de la Iglesia como «encarnación continuada del
Verbo». Y otro de los límites de la encíclica es que sólo emplea la imagen de «cuerpo de Cristo».
16 ?
Cf. Mystici Corporis n.9: «Porque así como el Verbo de Dios, para redimir a los hombres con sus
dolores y tormentos, quiso valerse de nuestra naturaleza, de modo parecido en el decurso de los siglos se
vale de su Iglesia para perpetuar la obra comenzada» (cita al Vat. I).
17 ?
No obstante el paralelismo hay grandes diferencias: a) En el modo de unión. En la Encarnación hay
unión hipostática, sustancial, mientras que entre Cristo y la Iglesia hay una unión pneumática; b) en el
modo de recibir el Espíritu. La naturaleza humana de Cristo lo recibe en plenitud, mientras la Iglesia lo
recibe abundantemente; c) en la finalidad del ser instrumentos. La naturaleza humana para realizar la
redención, la Iglesia para distribuir los frutos.
18 ?
Debe entenderse en el contexto, como respuesta a los errores eclesiológicos de la época.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 73
Concilio Ecuménico Vaticano II: Constitución Lumen Gentium 8ª
Lumen Gentium 8a: «Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra
a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible, comunicando mediante
ella la verdad y la gracia a todos. Mas la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico
de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los
bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una
realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino. Por eso se la compara, por
una notable analogía, al misterio del Verbo encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al
Verbo divino como de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a El, de modo semejante la
articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su
cuerpo (cf. Ef 4, 16)»19.
Este texto se sitúa como último número del capítulo I: El misterio de la Iglesia. Recogiendo la
intuición de Pablo VI, la constitución sobre la Iglesia arranca de Cristo, luz de los pueblos (orientación
cristológica). Desde Cristo la Iglesia se comprende como sacramento y como misterio, participando así
de forma clara en la misión salvífica universal. Esta orientación es clara en este capítulo. En este contexto
cristocéntrico, vertical y mistérico de la Iglesia, se inserta el aspecto visible que es constitutivo también
de la Iglesia.
1.- Esquema 1962: El esquema '62 adopta fundamentalmente el enfoque horizontal20, y el punto
de partida de afuera hacia adentro propios de la Mystici corporis, si bien en una perspectiva más abierta.
No hay todavía una armonización orgánica de los elementos teándricos insinuados solamente al fin de la
sección 6º.
2.- Esquema 1963: Arranca claramente desde adentro hacia afuera («ab intra», o sea, del misterio
mismo de la Iglesia) en un enfoque vertical. Supone una gran evolución. La imagen del «Cuerpo místico»
se aleja de la reflejada en la encíclica de Pío XII para redescubrir su sentido más bíblico (misterio de
comunión y vida sobrenatural de los cristianos con Cristo). Aún se identifica a la Iglesia con la Iglesia
católica romana. En este esquema se produce un cambio de enfoque eclesiológico y de punto de partida.
El esquema de éste con la Constitución es ya muy marcado. El gran cambio de una eclesiología «ab
extra» a esta eclesiología «ab intra» se ha realizado.
3.- Esquema 1964: El esquema amplía conscientemente la descripción de estos dos aspectos del
misterio de la Iglesia en busca de un equilibrio más firme en esta tensión de fuerzas (elemento visible e
invisible), aunque no existen prácticamente diferencias con el texto actual de la Constitución.
«Fue una preocupación constante de los tres Esquemas el asegurar la unidad del misterio eclesial,
no obstante esta dualidad de aspectos. Por eso se repite con insistencia en los tres Esquemas la frase «non
19 ?
Esquema de LG 8: a) La asamblea visible y la comunidad espiritual no son dos cosas distintas, sino
que forman una realidad análoga al misterio del Verbo encarnado; b) la Iglesia una, santa, católica y
apostólica subsiste en la Iglesia católica, aunque fuera de ella se encuentran elementos eclesiales; c) la
Iglesia se manifiesta en la fuerza y en la flaqueza. Llamada a ser pobre y perseguida; d) la Iglesia supera
sus dificultades con la virtud de Cristo y la caridad, anunciando el Misterio de Cristo hasta llegar a la
plenitud escatológica.
20 ?
Dos enfoques han cruzado toda la historia de la eclesiología: -enfoque horizontal: parte de los
aspectos visibles e institucionales, en su manifestación horizontal en el mundo. Se desarrolla
principalmente en la eclesiología que responde a la Reforma: de afuera hacia adentro: societas perfecta; -
enfoque vertical: parte de los aspectos divinos, o sea, espirituales de la Iglesia. Fue muy desarrollada por
los Santos Padres y la escolástica: de adentro hacia afuera: Iglesia-Cuerpo de Cristo, comunión (cf.
escuela de Tubinga, escuela romana). Estos dos enfoques no se contradicen, sino que se complementan.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 74
duae (o «binae») res, sed una». Pero el Esquema '64 es aún más preciso: «non ut duae res considerandae
sunt, sed unam realitatem complexam efformant»21.
Nos ceñimos al capítulo I de la LG, ya que en él se manifiesta el cambio de visión eclesial que
será desarrollado en los próximos capítulos, y en él se encuentran las ideas eclesiológicas que
consideramos para la presente síntesis.
Conclusiones:
Debemos considerar el papel de Cristo y del Espíritu Santo en la noción de Cuerpo de Cristo.
Integrarlo en la reflexión acerca del origen trinitario de la Iglesia (LG 2-4).
a) Cristo mediador remite al designio de salvación. Acceso al Padre por el Hijo en un sólo
Espíritu; b) El Espíritu, principio vital del cuerpo eclesial (de algún modo podemos decir que el Espíritu
es el alma de la Iglesia; c) El Espíritu y la analogía entre Iglesia y Verbo encarnado.
«Iglesia sacramento de salvación», porque la Iglesia es Cuerpo y esposa es sacramento de
salvación. Hay que partir de la totalidad del evento Cristo. No basta hablar sólo de la encarnación en el
sentido de unión hipostática (supondría visión parcial). No hablar tanto de la Iglesia como continuación
de la encarnación de Cristo (riesgo de olvidar la dimensión escatológica), sino más bien hablar de
continuación de la comunicación de la gracia de Cristo. Fijarse en la instrumentalidad de la humanidad.
Ver la Iglesia como instrumento del Espíritu, órgano vivo de salvación. Analogía de proporcionalidad: la
Iglesia es sacramento de salvación en analogía de la humanidad de Cristo invadida por el Espíritu Santo 22.
Todas estas reflexiones tienen dos implicaciones: significado de Cristo como protosacramento; emerge la
dimensión pneumatológica de este sacramento de salvación.
Porque es sacramento del Espíritu, la Iglesia se considera habilitada para ejercer con mayor
eficacia su misión salvífica como signo e instrumento de la unión del hombre con Dios y de la
reconciliación de la humanidad entera con Dios, origen y fin de toda creación. Al Espíritu de Cristo
compete en el plan divino de salvación el proclamar este mensaje de gracia a todo el mundo y llevarlo a
cumplimiento a través de la Iglesia. La frase de Ireneo puede ilustrarnos:
«Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y
con ella toda gracia: Espíritu, por su parte, es la verdad».
Penetrada como está la Iglesia por el Espíritu de Cristo, ella se presenta al mundo verdaderamente como
sacramento del Espíritu. Fundamento de esta sacramentalidad pneumática de la Iglesia es la inhabitación
del Espíritu Santo en la Iglesia como su principio vivificante y santificador, increado y trascendente,
comunicado por Cristo-cabeza que el Espíritu Santo ejerció sobre la humanidad asumida por el Verbo.
22
Diferencia: la humanidad de Cristo no está influida por el pecado, nunca es obstáculo a la gracia. La
?
La Iglesia unida "con vínculos de íntima comunión" (LG 13.23). La Iglesia de Cristo "subsiste" en la Iglesia
católica (LG 8), y el significado de la palabra "subsiste", por lo que respecta a los medios de la salvación (UR
3) y la indefectibilidad de la Iglesia (UR 4). La realidad eclesial de las Iglesias y de las comunidades
eclesiales no en plena comunión con el sucesor de Pedro (LG 8; UR 3, 13-23). La eclesiología de comunión
como fundamento del empeño ecuménico de la Iglesia (LG 13-15; UR 2-4).
Son las cartas paulinas, sobre todo, que desarrollan la idea de Iglesia como koinonía; los cristianos
"tienen en común" las mismas cosas: "Un solo cuerpo, un solo Espíritu, como una sola es la esperanza a la
que han sido llamados, aquella de su vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Un solo Dios,
Padre de todos..." Ef. 4,4-6.
El tener en común entre los cristianos, forma un especial vínculo que se condivide, y es en este
sentido que se habla de koinonía. Por la condivisión de estas cosas esenciales, los cristianos y sus iglesias
están "en comunión" los unos con los otros y constituyen un solo cuerpo, una sola Iglesia.
La Iglesia del N.T. formada por cristianos judíos y gentiles, no tenía mucho en común, especialmente
de parte de los judíos que siguieron practicando las prescripciones de la ley mosaica. Por eso se planteaba el
problema de discernir qué cosas eran esenciales para los cristianos que formaban parte de una única Iglesia.
Pablo insiste repetidamente que las diferencias en la observancia en las prácticas rituales provenientes de la
ley mosaica eran irrelevantes a los fines de la comunión eclesial.
La idea de comunión en el Vaticano II, tiene diversas acepciones; generalmente se piensa se refiere a
las cuestiones relacionadas con la estructura de la Iglesia, sin embargo, el término comunión se refiere en
primer lugar al auténtico "asunto" del que viene la Iglesia y para el que ella vive. Comunión designa no la
estructura de la Iglesia, sino su naturaleza o, como dice el Concilio, su "misterio". Esta es precisamente el
gran cambio: colocar de nuevo en primer plano el mysterium de la Iglesia, captable sólo por la fe, en lugar
de mantener la concentración en la forma visible y jerárquica, que había predominado durante los últimos
tres siglos de manera unilateral.
Este misterio de la Iglesia, como Pablo mismo lo entiende, se describe en la Lumen Gentium como
"misterio de la comunión" desde un triple punto de vista:
a) Dice LG 2 que el Padre nos creó según su beneplácito eterno y nos llamó a participar de su vida
divina. La DV define esta participación como sociedad personal, mientras que AG parafraséa el mismo
contenido como paz y comunión. Por último, GS dice que en esta comunión con Dios consiste especialmente
la dignidad del hombre y la verdad de su condición humana.
b) La comunión, que es la meta de toda la historia de la salvación se realiza históricamente y de una
manera inigualable en Jesucristo. El es el mediador a trevés del cual Dios aceptó la naturaleza humana para
que nosotros participaramos de la naturaleza divina; de este modo, el Hijo de Dios se unió en cierto sentido
con cada uno de los hombres en su encarnación, él es el prototipo de toda comunión entre Dios y los
hombres.
c) Lo que acaeció de una vez por todas en Jesucristo es continuado por el Espíritu Santo, que habita
en la Iglesia y en los corazones de los fieles (LG 4,48). Esta comunión realizada a través del Espíritu es la
base de la comunión en la Iglesia, el Espíritu concretamente une a la Iglesia en comunión y en ministerio
(LG 4; AG 4).
Así pues, el misterio de la Iglesia consiste, en que tenemos acceso al Padre en el Espíritu a través
de Cristo, para participar de la naturaleza divina. La comunión trinitaria prefigura, hace posible y
sustenta la comunión entre las Iglesias.
Un segundo enfoque que los textos conciliares dan al concepto de comunión, va en la linea
escriturística y patrística. Koinonía significa originariamente participación: más concretamente,
participación en los bienes de la salvación regalados por Dios. Estos medios serían la participación en el
Espíritu Santo, en una vida nueva, en el amor, en el evangelio, pero sobre todo en la eucaristía.
El término técnico de comunión referido en concreto a la comunión entre las iglesias locales, focaliza
todas las afirmaciones ecuménicas del Concilio, pero se desprende necesariamente de los conceptos antes
explicados. Se viene a decir que la Iglesia católica reside en las iglesias particulares y está compuesta por
ellas (LG 23); y el entender la unidad de la Iglesia como comunión-unidad abre un espacio para la
legitimidad mayor en una fe, en los mismos sacramentos y ministerios.
Esta renovada eclesiología de comunión constituye el trasfondo de unas de las doctrinas más
discutidas en el Concilio y posteriormente: la colegialidad del episcopado. Se podría decir que la
colegialidad es el aspecto ministerial externo de la comunión-unidad sacramental.
El Concilio enseño la sacramentalidad del episcopado (LG 21), con lo que fundamentó de nuevo la
iuridictio (poder pastoral) en el ordo (sacramento del orden): el concreto ejercicio de los ministerios
conferidos a través de la consagración episcopal está ligada a la comunión jerárquica con el Papa y con todo
el episcopado. De la misma manera se aplica a los sacerdotes y diáconos (cfr. capítulo siguiente). Algunos
han querido ver dos eclesiologías en el Vat II, aquella de comunión, y aquella jerárquica, parece que el
Eclesiología ____________________________________________________________________ 79
concilio no profundizó en la síntesis , pero no es competencia de los Concilios esbozar síntesis teológicas.
Según Kasper, la recepción del concilio se encuentra aún en su fase inicial.
Dios no redime abstracciones antropológicas que serían las mismas por doquier, sino hombres y
mujeres de carne y hueso. La Iglesia una se concreta, inculturiza, incluso se encarna de alguna manera en el
tiempo y en el espacio. Sólo así es ella unidad en la plenitud. La Iglesia universal existe pues, sólo en las
Iglesias particulares y se compone de ellas, (LG 23); es representada por ellas y se realiza en ellas; actúa en
ellas y está siempre presente en ellas.
Esto significa que, así como la Iglesia universal no nace mediante la ulterior fusión, suma o
confederación de las iglesias particulares, tampoco las iglesias particulares son simplemente una ulterior
división administrativa de la Iglesia universal en provincias. Iglesia universal e iglesias particulares se
incluyen recíprocamente; entre ellas reina una inhabitación mutua (mutua interioridad). Por eso, la
estructura de la Iglesia es iure divino, papal y episcopal al mismo tiempo; ninguno de los dos polos puede ser
reconducido al otro, sufrir menoscabo en favor del otro. Esta unidad tensa es la base de la comunión-unidad.
La comunión simultáneamente papal y episcopal es la expresión esencial orgánica de la estructura esencial
de la Iglesia, de su unidad en la catolicidad y de su catolicidad en la unidad.
La Iglesia es copia de la Trinidad. Así como en la Trinidad la triada de personas no elimina la unidad
de naturaleza ni la produce, sino que es el modo de existencia concreto de ellas, de forma que la única
naturaleza divina existe sólo en la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, de manera análoga se puede
decir de la Iglesia única que ella existe sólo en las iglesias particulares y de ellas. Así como la confesión
trinitaria es la forma concreta del monoteísmo cristiano, así la comunión de las iglesias particulares es la
concreción y realización de la única Iglesia universal. La diversidad en la unidad y la unidad en la diversidad
es más coherente con la concepción trinitaria de la unidad que un modelo monolítico de unidad.
Este planteamiento permite establecer una diferencia clara entre una pluralidad que promete riqueza y
plenitud, y un pluralismo que desintegra y destroza la unidad. Más colegialidad, más corresponsabilidad,
más permeabilidad de las informaciones y mayor transparencia en los procesos decisorios que las
actualmente existentes en la Iglesia.
4. Comunión jerárquica.
Bajo esta perspectiva, toda oposición entre comunión y jerarquía desaparece, ya que la comunión no
se entiende como un cierto afecto vago, sino una realidad orgánica que requiere forma jurídica y es
animada por la caridad, lo que no concierne sólo a las relaciones entre los obispos y la cabeza del Colegio
y los miembros de éste, o entre los presbíteros y los obispos, sino a toda la Iglesia. Así, la relación de
comunión es necesariamente una relación de comunión jerárquica. La comunión jerárquica es una
realidad orgánica que se estructura en torno a la autoridad de la cabeza de la comunión, el Sumo Pontífice.
El vínculo de comunión en la vida de la Iglesia no permanece sólo dentro de los límites de la esfera
invisible y espiritual, sino que exige una forma jurídica, que al mismo tiempo sea animada por la
caridad. Las relaciones jurídicas entre las distintas personas en la Iglesia y entre las diversas iglesias
particulares o locales, radicándose en el don del Espíritu y fundándose constitutivamente en la eucaristía, por
su misma naturaleza deben ser animadas por la caridad.
Es el Espíritu Santo, donado por el Padre a través del Hijo, quien comunica la caridad de Dios Uno y
Trino a la Iglesia y hace la comunión entre los fieles, los pastores, las iglesias particulares y las iglesias
locales sea necesariamente jerárquica, de manera que toda la Iglesia "aparece como un pueblo reunido en
virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4)
Significa esto que de la afirmación de una eclesiología eucarística, se desprende aquella eclesiología
de las Iglesias locales, que será el fundamento interior y sacramental de la doctrina de la colegialidad.
La idea de la eclesiología eucarística vino exactamente de algunos teólogos rusos ortodoxos que se
oponían al centralismo romano. Afirmaban que toda comunidad eucarística es ya Iglesia, puesto que tiene
enteramente a Cristo, y entonces la unidad exterior con otras comunidades es secundaria, y en concreto, la
comunión con Roma no es constitutiva de la verdadera Iglesia. Es más o menos lo que Lutero creía, para él
la Iglesia era la comunidad, la asamblea que escucha la Palabra de Dios en determinado lugar.
El texto del Concilio añade el calificativo de "legítimas" cuando habla de las comunidades reunidas,
y la legitimidad le viene de su unión con sus pastores. Esto significa que nadie puede constituirse en
Iglesia por sí mismo.
A la Iglesia le pertenece esencialmente el elemento del recibir, del mismo modo que la fe proviene de
la escucha y no es fruto de decisiones o reflexiones propias. La fe es en realidad, encuentro con lo que yo no
puedo producir con mis solas fuerzas, sino que al contrario, debe salir a mi encuentro. Llamamos
sacramento a esta estructura del recibir, del encontrar. Y precisamente por esta razón, que pertenece a la
forma fundamental del sacramento, el hecho de que haya que ser recibido y que nadie pueda conferírselo a sí
mismo.
Nadie puede bautizarse a sí mismo, ni nadie puede autoconferirse la ordenación sacerdotal, nadie
tampoco puede perdonarse sus propios pecados. De aquí que no sea simplemente una infracción de
determinadas prescripciones exteriores del derecho canónico ofrecerse a sí mismo la eucaristía y
administrársela sin más, sino que con ello se vulnera la más íntima estructura del sacramento.
No puede el hombre hacer la Iglesia, sólo puede recibirla, y recibirla allí donde ella existe ya, de allí
donde está realmente presente: de la comunidad sacramental de su cuerpo que atraviesa la historia.
Hablar de comunidad legítima significa también que Cristo está entero en todas partes. En todas
partes él es uno y el mismo, y por eso, sólo se puede tener al Unico Señor en la unidad que él mismo es, en
unión con los otros que son también cuerpo suyo y que, en la eucaristía, deben hacerse siempre de nuevo su
cuerpo. Por esta razón, la unida recíproca de las comunidades que celebran la eucaristía no es un añadido
exterior a la eclesiología eucarística, sino su condición interna: sólo en la unidad existe el uno.
El Concilio propone una eclesiología para la cual la comunión de los creyentes en todo lugar y
tiempo no es un elemento exterior de tipo organizativo, sino gracia que proviene del interior y, a la vez, signo
visible de la gracia del Señor, el único que puede dar unidad por encima de tantas fronteras.
2. El significado de "subsiste".
Contra la opinión de algunos comentadores que han querido interpretar el término en un sentido
meramente filosófico, parece que la respuesta más coherente viene dada del simple análisis de la palabra en
un vocabulario latino:
subsistir es: "estar todavía", "continuar", "permanecer". Esto se verifica por el contexto en que la
palabra se encuentra y por la recurrencia de tal sentido en otros documentos conciliares donde la palabra
aparece.
La Iglesia de Cristo, que se dice subsiste en la Iglesia católica, no es una Iglesia ideal, que necesite
realizarse concretamente en este mundo, sino la Iglesia histórica del Nuevo Testamento. La Iglesia que Jesús
confió a Pedro y los apóstoles es precisamente aquella de que se habla cuando se dice que ella continua
existiendo, y que se encuentra concretamente en la Iglesia católica, la única gobernada por los sucesores de
Pedro.
Si bien la Iglesia es esencialmente una comunión de fe, esperanza y caridad, cuya causa principal es
el Espíritu Santo, es siempre concebida como una unidad visible en la profesión de la misma fe, en la
celebración de los mismos sacramentos, y en la fraterna concordia de un único pueblo de Dios. A fin de
conservar y realizar una simile unidad, Cristo le ha dotado del triple ministerio de la palabra, de los
sacramentos y del gobierno que hoy se reconoce en el colegio de los obispos bajo la guía del Papa.
La Iglesia de Cristo, existe todavía hoy con aquella unidad y con todos los medios de salvación que
Cristo le dio, y es la Iglesia católica que representa tales características. Naturalmente, esta es una cuestión
de integridad institucional, de plenitud de medios de salvación; queda siempre la posibilidad de que una
comunidad no católica, pueda alcanzar la vida en Cristo, en la fe, la esperanza y el amor, en modo más
perfecto que muchas comunidades católicas.
Algunos opinan que el Vaticano II, con el subsistit, contradice la Mystici corporis, pero como afirma
Willebrans, se trataba más bien de resaltar la interioridad de la Iglesia, y el concilio sólo profundiza tal
afirmación y la alarga con perspectivas ecuménicas.
3. La indefectibilidad de la Iglesia.
Desde el punto de vista teológico, entendemos indefectibilidad de la Iglesia como una triple certeza:
la Iglesia no perecerá en el transcurso de la historia, no vendrá a menos en su misión y subssitirá hasta el
último día, sin sufrir cambios sustanciales. Por tanto, la tesis de la indefectibilidad no expresa sólo su
permanencia en el tiempo, sino la necesidad de tal permanencia en virtud de la fidelidad de la promesa
divina.
La indefectibilidad de la Iglesia expresa con formulación negativa una realidad eminentemente
positiva: el permanecer de la Iglesia, como comunidad escatológica de salvación en la verdad de Cristo.
Esto no equivale a estatismo, pero tampoco a progreso continuo según a una concepción ingenua y optimista
de progreso. "Entre las tentaciones y tribulaciones del camino, la Iglesia está sostenida de la fuerza de la
gracia de Dios, a fin de que por la debilidad humana no venga a menos la perfecta fidelidad, sino que
permanezca digna esposa de su Señor, y no cese, con la ayuda del Espíritu Santo, de renovarse a sí misma"
LG 9
Eclesiología ____________________________________________________________________ 83
La indefectibilidad concierne a la Iglesia universal a nivel de principio, a ella son dirigidas las
promesas de Jesús. Se debe rechazar cualquier intento de identificación de la indefectibilidad con
triunfalismo o perfección, Sullivan propone la forma hablando de la Iglesia peregrinante de
"indefectiblemente donada", e "imperfectamente realizada".
Cristo no promete a la Iglesia la perfección, aún si la santidad de Dios se volca sobre ella y se
convierte en una característica esencial. Así, credere ecclesiam, puede acogerse en su más profundo
significado, sólo y exclusivamente en un contexto de fe.
1. Vestigia ecclesiae
La expresión como tal surge del movimiento ecuménico, y sirve para designar "los vestigios en las
Iglesias de la existencia de la Iglesia de Jesucristo", en palabras de Visser´t Hooft. Comprende
principalmente para ellos, la fe en Cristo, único elemento de unidad del Consejo ecumenico, enriquecido más
tarde con la fe en la Trinidad. La predicación de la Palabra, la enseñanza de las Escrituras y la
administración de los sacramentos fueron reconocidos en la declaración de Toronto como vestigia
ecclesiae, o sea, huellas de la verdadera Iglesia que se hallan en las iglesias. Aparece con todo dudoso, hasta
qué punto, son identificados por ellos los vestigia con signa ecclesiae: las notas de la Iglesia de Jesucristo, o
si son sólo algunas huellas remanentes aquí o allá.
Según algunos, los vestigia son de tal manera "signa", que, hallándose dispersos en las diversas
iglesias reunidas en el Consejo o en otras, en ningún caso se los encuentra todos juntos en una sola iglesia.
Los ortodoxos, sin embargo, no podrían admitir esto, semejantes a ellos los católicos, pues sostienen ser la
suya la verdadera Iglesia, en cuanto a la plenitud de contenido teológico-pastoral al menos.
Pero, desde el punto de vista católico, tal inteligencia no sería admisible, pues la Iglesia católica cree
y profesa ser la plena Iglesia de Jesucristo, sin deficiencia en ningún elemento sustancial otorgado por su
fundador en la unidad. Sin embargo, puede admitir la doctrina de los vestigia en otro sentido, conforme con
su unidad católica, y lo admite claramente, sobre todo después del Vaticano II y aún antes. Decía Pio XI:
"los pedazos sueltos de una roca aurífera, son también auríferos".
Así, vestigia ecclesiae, católicamente, significaría que la Iglesia acepta y reconoce la existencia, en
otras Iglesias separadas, de elementos de verdad y de vida que ella misma, por supuesto, también posee. Y
aún puede aceptar que algunos de estos elementos hayan recibido un enriquecimiento de conocimiento o de
uso en las Iglesias separadas después de la misma separación. LG 2.15.16; UR 1.314.17.20.23.
Podemos así estimar tales vestigios como elementos de la verdad revelada persistentes en las
religiones cristianas separadas, con vida aún recibida de la fuente, Cristo, que comunica sus dones fuera de la
Iglesia católica también, aunque en relación siempre objetiva a ella.
Y en las religiones no cristianas, de tales vestigios, mucho más borrosos sin duda, encontramos los
que el Concilia ha llamado con la palabra clásica preparación evangélica, pues tal pueden considerarse en la
mente divina; y si se estima, como parece que puede pensarse, que hay en ellas restos de la revelación
primitiva, entonces con mayor razón podrían ser considerados tales restos suficientes para la salvación
esencial como vestigios eclesiales en la divina intención.
Según Schlette, ha de pensarse de las otras comunidades eclesiales y religiones en forma dinámica,
no estática. Si se toma en serio el proceso de la historia de la salvación, hay que reconocer que las tradiciones
religiosas siguen siendo medios auténticos de salvación, aunque imperfectos.
2. El Espíritu Santo "no rehúsa de servirse de ellas como instrumentos de salvación, cuya fuerza
deriva de la misma plenitud de gracia y verdad, que ha sido confiada a la Iglesia Católica" (U.R 3).
Eclesiología ____________________________________________________________________ 84
La realidad de la comunión es entendida por el decreto, y como hemos visto antes por la L.G como
un elemento constitutivo del designio de Dios para su Iglesia. La Unitatis Redintegratio habla con diversos
matices de la unidad visible del Unico Cuerpo de Cristo, expresiones como "incorporación íntegra", "unidad
plena", dejan ver que existe también una incorporación menos plena o menos completa, o sea, que no se
trata de una cuestión de todo o nada.
La Iglesia desborda las fronteras del redil católico, y es el Espíritu Santo que se sirve de estas
comunidades eclesiales como instrumentos de salvación: incorpora a sus miembros a Cristo, de manera que
llevan justamente el nombre de cristianos, y los fieles católicos les reconocen como hermanos en el Señor.
Fuera de la Iglesia católica existen numerosos elementos de santificación y de verdad que, siendo
dones propios de la Iglesia de Cristo, llevan por sí mismos a la unidad cristiana (L.G. 8) El Espíritu vive en
ellas y hace que la salvación pase por ellas: afirmar que el Espíritu recibido en el bautismo actúa igualmente
fuera de los límites de las iglesias en comunión con Roma, es afirmar que la Iglesia está presente allí, aunque
no en plenitud. Los bautizados de esas comunidades no son de Cristo más que siendo Iglesia.
Dianich hace notar que la afirmación del texto conciliar en cuestión ha sido formulada en forma
negativa: "Spiritus Christi ut non renuit...". Es sintomático que se use la misma forma que en la encíclica
Mystici Corporis, cuando habla de la inhabitación del Espíritu Santo en los cristianos del todo separados del
cuerpo místico y afirma expresamente que el Espíritu de Dios se "niega" a habitar en ellos. El sentido del
Vaticano es totalmente diverso, representa no sólo un progreso sino una corrección, y abre aún más el camino
hacia la perfecta unidad.
Sintetiza Dupuis: "La Iglesia, comunidad escatológica, es el medio perfecto de la salvación cristiana,
las otras comunidades religiosas, esencialmente orientadas hacia ella (LG 17), pueden constituir por esta
misma orientación, medios imperfectos de la misma salvación. El sacramento universal no excluye los
sacramentos particulares. En la Iglesia se encuentra la mediación perfecta y completa del misterio; fuera de
ella y en las otras tradiciones religiosas, la mediación es imperfecta e incompleta y por eso mismo
esencialmente orientada hacia la mediación eclesial. Así pues, aun cuando el misterio de Cristo sólo alcanza
su total visibilidad en la vida de la Iglesia, puede encontrar sin embargo, una expresión menor en la vida de
las otras comunidades religiosas". ("Jesucristo al encuentro de las religiones", p. 203)
La distinción que los documentos Conciliares hacen entre Iglesia y comunidades eclesiales se
funda en aquello que se podría llamar "principio de eclesiología eucarística", del que ya hemos hablado, es
decir: no existe plena realidad de Iglesia donde no existe plena realidad de eucaristía.
Como sea, el mismo término "eclesial" sugiere el reconocer que estas comunidades tienen un carácter
eclesial, es decir, de Iglesia. La relación, que explica el uso de estos términos diferenciados, se expresa como
sigue:
" No se deja a un lado el hecho que las comunidades que han tenido origen en la separación tenida
en occidente no son la simple suma o un agregado de cristianos, sino que están constituidos de
elementos sociales eclesiales, que ellos han conservado de nuestro patrimonio común, y les
confieren un verdadero carácter eclesial. En estas comunidades la única Iglesia de Cristo está
presente, si bien imperfectamente, en un modo similar a su presencia en las iglesias particulares, y
en ellas la Iglesia de Cristo está en algún modo operante a través de los medios de sus elementos
eclesiales" (AS II/2, 335).
En otras palabras, mientras que el Concilio no temió llamar a las Iglesias orientales como "iglesias
particulares", sin otra cualificación, la idea de la comisión era que las comunidades occidentales, que faltan
de la plena realidad de la eucaristía (sin determinar cuales), tienen un verdadero carácter eclesial y son al
menos análogas a las iglesias particulares de la Iglesia católica.
El decreto CD 11 define una diócesis como una iglesia particular, en la cual está presente y opera la
Iglesia de Cristo, Una, Santa, Católica y Apostólica. La comisión entonces, afirma que la Iglesia de Cristo
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esta presente y operante también en las comunidades eclesiales, aunque en un modo imperfecto, y siendo su
presencia similar a aquella en las iglesias paticulares en sentido pleno.
La afirmación fundamental es que la única Iglesia de Cristo está presente y operante en estas
comunidades eclesiales. Y esto quiere decir, viceversa, que cada una de ellas, en un modo real, si bien
imperfecto, hace efectivamente presente, en un lugar particular y para un particular grupo, la Iglesia de Cristo
como instrumento de salvación. En la linea que UR 3 decía: "porque el Espíritu Santo no rehúsa de servirse
de ellas como instrumentos de salvación", participando en cierto modo de la misión de la única Iglesia de
Cristo, que es sacramento de salvación.
Es necesario no perder de vista que cada juicio sobre las imperfecciones que el Concilio les atribuye,
se refieren a la falta de algún elemento que los católicos juzgan necesario para la integridad institucional de
una Iglesia. Pero esto no implica que una Iglesia en posesión de la plenitud de los medios de gracia, debe ser
necesariamente más santa de una comunidad que al contrario, está privada de una parte de tal plenitud.
Sullivan se platea si los límites de la Iglesia de Cristo pueden ser alargados tanto de poder incluir las
"comunidades eclesiales", aplicando este término a las comunidades que no tienen la genuina íntegra
substancia del Misterio eucarístico.
Primero la gran separación entre Oriente y Occidente en 1054, luego la gran ruptura que la reforma
protestante provocó en la cristiandad occidental en el siglo XVI, alargó la distancia entre los cristianos. A
pesar del logro aparente de la unidad el concilio de Florencia (bulas de unión de los armenios, coptos y
sirios), la Iglesia no pudo salvaguardar la perfecta unidad querida del Señor.
Nada consiguieron los esfuerzos de los confesores de Ausburgo (1530) en favor de un entendimiento
dogmático y disciplinar entre católicos y protestantes, para superar la nueva escisión de la cristiandad en la
reforma, lo mismo que las conversaciones de Poissy en 1561. En los siglos siguientes hubo todavía intentos
de aproximación entre las varias confesiones cristianas, pero propiamente en movimiento ecuménico
comenzará hasta nuestro siglo.
El Consejo Ecuménico de las Iglesias, estuvo coordinado desde sus inicios por el pastor reformado
holandés Willem Adolf Visser´t Hooft. Sus propios estatutos le definen como una asociación fraterna de
Iglesias que confiesan al Señor Jesucristo como Dios y Salvador según las Escrituras, y tratan de responder
juntos a su común vocación para gloria de un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El objetivo primario del Consejo consiste en invitar a las Iglesias a alcanzar la meta de la unidad
visible en una fraternidad eucarística, manifestada en el culto y en la vida común en Cristo, y en caminar
hacia la unidad a fin de que el mundo crea. Además, la ayuda para el testimonio conjunto, el apoyo a las
iglesias en sus tareas misioneras universales y evangelizadoras, la preocupación por servir a las necesidades
humanas y a la promoción de la unidad, la justicia y la paz entre los pueblos, el fomento y la renovación de
las iglesias, y el mantenimiento de relaciones entre los distintos organismos ecuménicos.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 86
No se trata de una super-Iglesia, no es de su competencia meterse en los asuntos internos de las
iglesias miembros, ni imponer determinada eclesiología. Ser miembro conlleva una actitud positiva frente a
los demás miembros: creer que el diálogo, la colaboración, la ayuda mutua y el testimonio conjunto deben
basarse en la aceptación común de que Jesucristo en la divina Cabeza del cuerpo, en la afirmación de que la
Iglesia de Cristo es una, que la pertenencia a ella se extiende más allá del cuerpo eclesiástico, y que hay
elementos de la verdadera Iglesia en las otras iglesias.
El Consejo se reune cada siete años, y en la asamblea de 1991 contaba con 320 iglesias miembro.
En el campo católico, León XIII había demostrado particular atención hacia las iglesias orientales y
el anglicanismo, (cfr Carta apostólica Praeclara gratulationis en 1894). Pio XI hablaba de cuestiones
ecuménicas todavía concebidas como un "retorno a la tradición". Hasta después de la I Guerra mundial
surgen la fraternidad Una Sanctam en 1939; la promoción del Octavario por la unidad, del P. Couturier; la
fundación de la revista Catholica, en 1932. Iniciativas que se unían a la querencia orientalista del
ecumenismo católico: fundación del Instituto Oriental en 1922, el centro Istina en París, y la revista Irénikon.
En los años 60, la Iglesia católica entra en un movimiento plenamente constituido y maduro, con
ideología y estructuras propias; el punto de referencia reconocido es Ginebra y el Consejo ecuménico de las
iglesias. El interés de la Iglesia católica y la ratificación del Vaticano II, dan al movimiento ecuménico ya
existente una nueva amplitud y resonancia en el conjunto del mundo cristiano. Así, el compromiso
ecuménico se convierte en una responsabilidad de toda la Iglesia, y no se reduce a un esfuerzo marginal. El
ingreso de la Iglesia católica trastocó el equilibrio existente en el movimiento ecuménico cuyo monopolio se
encontraba hasta entonces, casi exclusivamente en manos del Consejo Ecuménico de las iglesias.
El gran paso en la postura católica frente al ecumenismo se debió al pontificado de Juan XXIII, con la
constitución del Secretariado (actualmente Consejo Pontificio) para la unión de los cristianos, y al concilio
Vaticano II con la aprobación de la Carta Magna Católica del Ecumenismo: el decreto Unitatis Redintegratio.
Los principios católicos están expresados en los números 2, 3 y 4 del decreto, y se completan con el
número 11:
El punto de partida es el plano salvífico del Dios Trinitario, que es el proyecto de amor por la historia,
manifestándose sobre todo en la donación del Hijo, de parte del Padre en el Espíritu, con el evento de la cruz
en favor de toda la humanidad.
El pueblo que nace del “Don” del Crucificado y Resucitado, es el pueblo de la unidad en la
diversidad, de la unidad en la identidad, y de la diversidad en la funcionalidad carismática y ministerial. "El
Espíritu Santo, que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable unión
de los fieles y tan estrechamente une a todos en Cristo, que es el Principio de la unidad en la Iglesia". Es
precisamente esta dimensión pneumatológica que muestra más radicalmente la diferencia entre la Iglesia y su
unidad con cualquier otra organización terrena.
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El verdadero ecumenismo debe exponer la verdad completa. Por eso, después de describir el papel
del Espíritu Santo y sus dones en la unidad de la Iglesia, aborda los elementos visibles de la unidad, la
jerarquía apostólica y concretamente el Papado:
Para subrayar la continuidad de la predicación del Reino por parte de Jesucristo, hace referencia al
mandato que los apóstoles reciben del Maestro. Y al hablar de Pedro usa un lenguaje bíblico, no tanto
jurídico, su función es confirmar en la fe, pastorear en la unidad, recibir las llaves del reino, dejando a un
lado las clásicas funciones de enseñar, regir y santificar.
Enmarcada en una eclesiología de comunión, la Iglesia es descrita en términos de grey, pueblo
peregrino, mensajero de paz. Tales imágenes remiten a LG 6, en donde se evidencia que la identidad de la
Iglesia no puede ser plenamente definida por las categorías humanas, porque ella está referida al "totalmente
Otro", como signo que, al mismo tiempo manifiesta y esconde.
La vocación histórica de la Iglesia es una vocación "de éxodo", porque UR hace alusión a la
esperanza en la peregrinación. Esta referencia revela indirectamente la eclesiología de la humildad, de la
secuela crucis, que pone en crisis las pretensiones triunfalistas eclesiáticas. Una eclesiología que entiende a
la Iglesia como un todo orgánico de lazos espirituales (fe, esperanza y caridad) y de lazos de estructura
(profesión de fe, economía sacramental, ministerio pastoral) y que culmina en el misterio eucarístico,
fuente y expresión de la unidad de la Iglesia, mejor dicho de la Iglesia Una.
a) Nº 4: El ecumenismo.
Por movimiento ecuménico se entiende: "las actividades e iniciativas que, según las variadas
necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de
los cristianos".
El decreto no desarrolla un discurso apologético y ético, habla de divisiones y no de cismas, aquellos
que viven en comunidades separadas son considerados hermanos. Además las divisiones son vistas desde el
punto de vista teológico, sin querer minimizar la importancia de la investigación de la verdad histórica y de la
superación de las cuestiones controvertidas.
Alienta fervientemente todo tipo e iniciativas que favorezcan la unidad, enumerando algunas:
- "los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y acciones que no respondan, según la justicia y la
verdad, a la condición de los hermanos separados, y que por lo mismo, hacen más difíciles, las relaciones
mutuas entre ellos".
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- "en las reuniones de los cristianos de las distintas iglesias, o comunidades organizadas con espíritu
religioso, el diálogo, entre peritos bien preparados, en el que cada uno explica con mayor profundidad la
doctrina de su Comunión y presenta con claridad sus características".
Los anteriores números, podrían llamarse principios teológico-dogmáticos, en el número 4 se trata
más bien de principios espirituales y pastorales:
Principio de renovación institucional: no se trata de una preocupación por los demás, sino ante
todos por nosotros mismos; una revisión de nuestro testimonio ante el mundo.
Principio de santidad personal: búsqueda de la perfección cristiana, para contribuir a que la Iglesia
se purifique y se renueve cada día.
Principio de unidad y diversidad: un respeto a las diversas formas de vida espiritual, disciplina y
ritos litúrgicos, incluso en la elaboración teológica.
Principio de admiración y edificación: reconocimiento y valoración de los bienes cristianos
procedentes del patrimonio común en las comunidades separadas.
Principio de honor a la verdad completa, que se completa en el No. 11 del decreto.
Se habla de "jerarquía de verdades", que indican "el diverso nexo con el fundamento de la fe cristiana". El
principio hermenéutico de la jerarquía de verdades comporta el no dar igual importancia a lo que constituye el
centro de la revelación, de aquella que comporta explicitaciones contextuales y culturales, o es sólo enfatización
dogmática de un aspecto particular de ella.
Con los hermanos separados se tiene, como hemos dicho, el deber del diálogo y de la búsqueda
de la verdad, el desarrollo de la reconciliación, en la caridad, en el reconocimiento del patrimonio
común y en la eliminación de las divisiones.
El camino hacia la unidad se enriquece hay con mayores motivaciones, de frente a una sociedad apática e
indiferente, desorientada en la moral. Es un gran reto para los cristianos: superar las divisiones y encaminarse a
la misión evangelizadora, tales divisiones sólo minan su vida interna y reducen su credibilidad apostólica.
El ecumenismo, mientras busca la unidad de los creyentes en Cristo, se hace también escuela de fraternidad en
la verdad entre todos los hombres; una enseñanza para todos, porque favorece el mutuo respeto, promueve la
concordia y la solidaridad, y orienta el encuentro fructífero entre los pueblos y las culturas.(Cfr presentación)
Es importante señalar que el ecumenismo exige ser entendido en primer lugar como una acción misteriosa del
Espíritu Santo, por lo tanto requiere la conversión del corazón y la santidad de vida, así como la oración en
privado y en común. El decreto le llama el ecumenismo espiritual y ha de ser el alma de todo ecumenismo.
Conformarse en la oración de Cristo por la unidad; quienes viven en el Espíritu, se han de dejar transformar del
amor que por causa de la unidad, todo cree, todo espera y todo soporta. (cfr. nº. 25)
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La así llamada teología del pluralismo religioso en realidad había sido ya afirmada
gradualmente desde finales de los años cincuenta del s. XX, pero solamente hoy ha cobrado
una importancia fundamental para la conciencia cristiana. Naturalmente, sus presentaciones
son muy diversas y no sería justo querer igualar en un mismo sistema todas las posiciones
teológicas que están relacionadas a esta teología del pluralismo religioso. La Declaración por
tanto no se propone tampoco describir los trazos esenciales de tales tendencias teológicas ni
mucho menos pretende encerrarlas en una única fórmula. Más bien, nuestro documento señala
algunos presupuestos de naturaleza filosófica o teológica que están en la base de las diversas
teologías del pluralismo religioso actualmente difundidas: la convicción de la inaprensibilidad
y la inexpresabilidad completa de la verdad divina; la actitud relativista ante la verdad, por la
cual aquello que es verdadero para algunos no lo sería para otros; la contraposición radical
entre mentalidad lógica occidental y mentalidad simbólica oriental; el subjetivismo exasperado
de quien considera la razón como única fuente de conocimiento; el vaciamiento metafísico del
misterio de la Encarnación; el eclecticismo de quien en la reflexión teológica asume categorías
derivadas de otros sistemas filosóficos y religiosos, sin reparar ni en su coherencia interna ni
en su incompatibilidad con la fe cristiana; la tendencia, en fin, a interpretar textos de la
Escritura fuera de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia (Cf. Declaración Dominus Iesus,
n. 4).
En base a tales concepciones, afirmar que exista una verdad universal, vinculante y válida en
la misma historia, que se cumple en la figura de Jesucristo y es transmitida por la fe de la
Iglesia, es considerado una especie de fundamentalismo que constituiría un atentado contra el
espíritu moderno y representaría una amenaza contra la tolerancia y la libertad. El mismo
concepto de diálogo asume un significado radicalmente diverso de aquel utilizado en el
Concilio Vaticano II. El diálogo, o mejor, la ideología del diálogo, sustituye a la misión y a la
urgencia del llamado a la conversión: el diálogo no es más el camino para descubrir la verdad,
el proceso a través del cual se desvela al otro la profundidad escondida de aquello que él ha
experimentado en su experiencia religiosa, y que espera ser completado y purificado en el
encuentro con la revelación definitiva y completa de Dios en Jesucristo; el diálogo en las
nuevas concepciones ideológicas, introducidas lamentablemente, al interno del mundo católico
y de ciertos ambientes teológicos y culturales, es más bien la esencia del "dogma" relativista y
lo opuesto a la "conversión" y a la "misión". En un pensamiento relativista diálogo significa
poner en el mismo plano la propia posición o la propia fe y las convicciones de los otros, de
manera que todo se reduce a un intercambio entre posiciones fundamentalmente iguales y por
tanto relativas entre ellas, con el objetivo superior de alcanzar el máximo de colaboración y de
integración entre las diversas concepciones religiosas.
La disolución de la cristología y por tanto de la eclesiología, a ella subordinada pero con ella
indesligablemente unida, se convierte en la conclusión lógica de tal filosofía relativista, que
paradójicamente se encuentra en la base tanto del pensamiento post-metafísico del Occidente
como de la teología negativa del Asia. El resultado es que la figura de Jesucristo pierde su
carácter de unicidad y de universalidad salvífica. El hecho de que el relativismo se presente,
como bandera del encuentro con las culturas, como la verdadera filosofía de la humanidad, en
grado de garantizar la tolerancia y la democracia, conduce a marginalizar ulteriormente a
quien se empeña en la defensa de la identidad cristiana y en su pretensión de difundir la
verdad universal y salvífica de Jesucristo. En realidad la crítica a la pretensión de ser absoluta
y definitiva la revelación de Jesucristo reivindicada por la fe cristiana, viene acompañada por
un falso concepto de tolerancia. El principio de la tolerancia como expresión del respeto a la
libertad de conciencia, de pensamiento y de religión, defendido y promovido por el Concilio
Vaticano II, y nuevamente propuesto por la Declaración, es una posición ética fundamental,
presente en la esencia del Credo cristiano, puesto que se toma en serio la libertad de la
decisión de fe. Pero este principio de tolerancia y respeto de la libertad es hoy manipulado e
indebidamente sobrepasado, cuando se le extiende a la valoración de los contenidos, como si
todos los contenidos de las diversas religiones e incluso de las concepciones areligiosas de la
vida fueran a ser puestas sobre el mismo plano, y no existiese más una verdad objetiva y
universal, dado que Dios o el Absoluto se revelaría sobre innumerables nombres, siendo todos
verdaderos. Esta falsa idea de tolerancia está unida con la pérdida y la renuncia a la cuestión
de la verdad, que de hecho hoy es considerada por muchos como una cuestión irrelevante o de
segundo orden. Salta así a la vista la debilidad intelectual de la cultura actual: lle
Este texto se refiere explícitamente a la acción del Espíritu no sólo «en el corazón de los
hombres», sino también «en las religiones». Sin embargo, el contexto pone esta acción del
Espíritu al interior del misterio de Cristo, del cual nunca puede ser separada; de otro forma las
religiones son incorporadas a la historia y a las culturas de los pueblos, donde la mezcla entre
bien y mal no puede nunca ser puesta en duda. Por lo tanto, no debe considerarse como
praeparatio evangelica todo aquello que se encuentra en las religiones, sino sólo «cuanto el
Espíritu obra» en ellas. De esto se sigue una consecuencia importantísima: el bien presente en
las religiones es camino a la salvación, como obra del Espíritu de Cristo, pero no las religiones
en cuanto tales. Esto es por lo demás confirmado por la misma doctrina del Vaticano II a
propósito de las semillas de verdad y de bondad presentes en las otras religiones y culturas,
expuesta en la Declaración conciliar Nostra Aetate: «La Iglesia no rechaza nada de cuanto hay
de verdadero y santo en estas religiones. Ella considera con sincero respeto aquellos modos de
actuar y de vivir, aquellos preceptos y aquellas doctrinas que, aunque difieren en muchos
puntos de cuanto ella misma cree y propone, sin embargo no raramente reflejan un rayo de
aquella verdad que ilumina a todos los hombres» (NA, 2). Todo aquello que de verdadero y
bueno existe en las religiones no debe ser perdido, por el contrario es reconocido y valorizado.
El bien y lo verdadero, donde sea que se encuentren, provienen del Padre y son obra del
Espíritu; las semillas del Logos son esparcidas por doquier. Pero no se pueden cerrar los ojos a
los errores y engaños que están también presentes en las religiones. La misma Constitución
Dogmática del Vaticano II Lumen gentium afirma: «Frecuentemente los hombres, engañados
por el Maligno, desvarían en sus pensamientos, y terminan por cambiar la verdad divina por la
mentira, sirviendo más a la creatura que al Creador» (LG, 16).
Es comprensible que en un mundo que crece cada vez más junto, también las religiones y las
culturas se encuentren. Esto no conduce solamente a un acercamiento exterior de personas y
religiones diversas, sino también a un aumento del interés por mundos religiosos
desconocidos. En este sentido, en orden al mutuo conocimiento, es legítimo hablar de un
mutuo enriquecimiento. Esto, sin embargo, nada tiene que ver con el abandono de la
pretensión de la fe cristiana de haber recibido de Dios en Cristo el don de la revelación
definitiva y completa del misterio de la salvación, y más bien se debe excluir aquella
mentalidad indiferentista, marcada por un relativismo religioso que lleva a decir que "una
religión vale lo mismo que otra" (RM, 36).
La estima y el respeto por las religiones del mundo, así como por las culturas que han dado un
objetivo enriquecimiento a la promoción de la dignidad del hombre y al desarrollo de la
civilización, no disminuye la originalidad y la unicidad de la revelación de Jesucristo y no
limita en modo alguno la tarea misional de la Iglesia: «La Iglesia anuncia y está llamada a
anunciar incesantemente a Cristo que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,16) en el cual
los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en el cual Dios ha reconciliado
consigo todas las cosas» (Nostra Aetate, 2). Al mismo tiempo, estas simples palabras indican
el motivo de la convicción que afirma que la plenitud, universalidad y cumplimiento de la
revelación de Dios están presentes solamente en la fe cristiana. Tal motivo no reside en una
presunta preferencia en relación a los miembros de la Iglesia, ni mucho menos en los
resultados históricos obtenidos por la Iglesia en su peregrinar terreno, sino en el misterio de
Eclesiología ____________________________________________________________________ 92
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, presente en la Iglesia. La pretensión de
unicidad y universalidad salvífica del Cristianismo proviene esencialmente del misterio de
Jesucristo que continúa su presencia en la Iglesia, su Cuerpo y su Esposa. Por ello la Iglesia se
siente llamada, constitutivamente, a la evangelización de los pueblos. Incluso en el contexto
actual, marcado por la pluralidad de las religiones y las exigencias de libertad de decisión y de
pensamiento, la Iglesia es consciente de ser llamada "a salvar y renovar a toda creatura, para
que todas las cosas sean recapituladas en Cristo y los hombres constituyan en Él una sola
familia y un solo pueblo» (Declaración Ad gentes, 1).
Reafirmando la verdad que la fe de la Iglesia siempre ha creído y tenido presente sobre estos
argumentos, y salvaguardando a los fieles de errores o interpretaciones ambiguas actualmente
difusas, la Declaración Dominus Iesus de la Congregación para la Doctrina de la Fe, aprobada
y confirmada "certa scientia" y "apostólica sua auctoritate" por el mismo Santo Padre,
desarrolla una doble tarea: por un lado se presenta como un renovado testimonio autorizado
para mostrar al mundo "el esplendor del glorioso evangelio de Cristo" (2Cor 4,4); por otro
lado, indica como vinculante para todos los fieles la base doctrinal irrenunciable que debe
guiar, inspirar y orientar tanto la reflexión teológica como la acción pastoral y misionera de
todas las comunidades católicas esparcidas en el mundo.
DECLARACIÓN
“DOMINUS IESUS”
SOBRE LA UNICIDAD Y LA UNIVERSALIDAD SALVÍFICA
DE JESUCRISTO Y DE LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
1. El Señor Jesús, antes de ascender al cielo, confió a sus discípulos el mandato de anunciar el
Evangelio al mundo entero y de bautizar a todas las naciones: « Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista
a creer, será condenado » (Mc 16,15-16); « Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y he aquí
que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28,18-20; cf. también Lc
24,46-48; Jn 17,18; 20,21; Hch 1,8).
La misión universal de la Iglesia nace del mandato de Jesucristo y se cumple en el curso de los
siglos en la proclamación del misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y del misterio de
la encarnación del Hijo, como evento de salvación para toda la humanidad. Es éste el
contenido fundamental de la profesión de fe cristiana: « Creo en un solo Dios, Padre
todopoderoso, Creador de cielo y tierra [...]. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de
Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de
Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho;
que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu
Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en
Eclesiología ____________________________________________________________________ 93
tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de
vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y
que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso
que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro ».1
Teniendo en cuenta los valores que éstas testimonian y ofrecen a la humanidad, con una
actitud abierta y positiva, la Declaración conciliar sobre la relación de la Iglesia con las
religiones no cristianas afirma: « La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas
religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de
vivir, los preceptos y las doctrinas, que, por más que discrepen en mucho de lo que ella
profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos
los hombres ».4 Prosiguiendo en esta línea, el compromiso eclesial de anunciar a Jesucristo, «
el camino, la verdad y la vida » (Jn 14,6), se sirve hoy también de la práctica del diálogo
interreligioso, que ciertamente no sustituye sino que acompaña la missio ad gentes, en virtud
de aquel « misterio de unidad », del cual « deriva que todos los hombres y mujeres que son
salvados participan, aunque en modos diferentes, del mismo misterio de salvación en
Jesucristo por medio de su Espíritu ».5 Dicho diálogo, que forma parte de la misión
evangelizadora de la Iglesia,6 comporta una actitud de comprensión y una relación de
conocimiento recíproco y de mutuo enriquecimiento, en la obediencia a la verdad y en el
respeto de la libertad.7
Las raíces de estas afirmaciones hay que buscarlas en algunos presupuestos, ya sean de
naturaleza filosófica o teológica, que obstaculizan la inteligencia y la acogida de la verdad
revelada. Se pueden señalar algunos: la convicción de la inaferrablilidad y la inefabilidad de la
verdad divina, ni siquiera por parte de la revelación cristiana; la actitud relativista con relación
a la verdad, en virtud de lo cual aquello que es verdad para algunos no lo es para otros; la
contraposición radical entre la mentalidad lógica atribuida a Occidente y la mentalidad
simbólica atribuida a Oriente; el subjetivismo de quien, considerando la razón como única
fuente de conocimiento, se hace « incapaz de levantar la mirada hacia lo alto para atreverse a
alcanzar la verdad del ser »;8 la dificultad de comprender y acoger en la historia la presencia
de eventos definitivos y escatológicos; el vaciamiento metafísico del evento de la encarnación
histórica del Logos eterno, reducido a un mero aparecer de Dios en la historia; el eclecticismo
de quien, en la búsqueda teológica, asume ideas derivadas de diferentes contextos filosóficos y
religiosos, sin preocuparse de su coherencia y conexión sistemática, ni de su compatibilidad
con la verdad cristiana; la tendencia, en fin, a leer e interpretar la Sagrada Escritura fuera de la
Tradición y del Magisterio de la Iglesia.
Sobre la base de tales presupuestos, que se presentan con matices diversos, unas veces como
afirmaciones y otras como hipótesis, se elaboran algunas propuestas teológicas en las cuales la
revelación cristiana y el misterio de Jesucristo y de la Iglesia pierden su carácter de verdad
absoluta y de universalidad salvífica, o al menos se arroja sobre ellos la sombra de la duda y
de la inseguridad.
I. PLENITUD Y DEFINITIVIDAD
DE LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO
5. Para poner remedio a esta mentalidad relativista, cada vez más difundida, es necesario
reiterar, ante todo, el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo. Debe ser,
en efecto, firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios
encarnado, el cual es « el camino, la verdad y la vida » (cf. Jn 14,6), se da la revelación de la
plenitud de la verdad divina: « Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce
bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar » (Mt 11,27). « A Dios
nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado » (Jn
1,18); « porque en él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente » (Col 2,9-10).
Fiel a la palabra de Dios, el Concilio Vaticano II enseña: « La verdad íntima acerca de Dios y
acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un
tiempo mediador y plenitud de toda la revelación ».9 Y confirma: « Jesucristo, el Verbo hecho
carne, "hombre enviado a los hombres", habla palabras de Dios (Jn 3,34) y lleva a cabo la obra
de la salvación que el Padre le confió (cf. Jn 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo —ver al cual es
ver al Padre (cf. Jn 14,9)—, con su total presencia y manifestación, con palabras y obras,
señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, y
Eclesiología ____________________________________________________________________ 95
finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la
confirma con el testimonio divino [...]. La economía cristiana, como la alianza nueva y
definitiva, nunca cesará; y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la
gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tm 6,14; Tit 2,13) ».10
6. Es, por lo tanto, contraria a la fe de la Iglesia la tesis del carácter limitado, incompleto e
imperfecto de la revelación de Jesucristo, que sería complementaria a la presente en las otras
religiones. La razón que está a la base de esta aserción pretendería fundarse sobre el hecho de
que la verdad acerca de Dios no podría ser acogida y manifestada en su globalidad y plenitud
por ninguna religión histórica, por lo tanto, tampoco por el cristianismo ni por Jesucristo.
Esta posición contradice radicalmente las precedentes afirmaciones de fe, según las cuales en
Jesucristo se da la plena y completa revelación del misterio salvífico de Dios. Por lo tanto, las
palabras, las obras y la totalidad del evento histórico de Jesús, aun siendo limitados en cuanto
realidades humanas, sin embargo, tienen como fuente la Persona divina del Verbo encarnado,
« verdadero Dios y verdadero hombre »13 y por eso llevan en sí la definitividad y la plenitud
de la revelación de las vías salvíficas de Dios, aunque la profundidad del misterio divino en sí
mismo siga siendo trascendente e inagotable. La verdad sobre Dios no es abolida o reducida
porque sea dicha en lenguaje humano. Ella, en cambio, sigue siendo única, plena y completa
porque quien habla y actúa es el Hijo de Dios encarnado. Por esto la fe exige que se profese
que el Verbo hecho carne, en todo su misterio, que va desde la encarnación a la glorificación,
es la fuente, participada mas real, y el cumplimiento de toda la revelación salvífica de Dios a
la humanidad,14 y que el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, enseña a los Apóstoles, y
por medio de ellos a toda la Iglesia de todos los tiempos, « la verdad completa » (Jn 16,13).
Debe ser, por lo tanto, firmemente retenida la distinción entre la fe teologal y la creencia en las
otras religiones. Si la fe es la acogida en la gracia de la verdad revelada, que « permite
Eclesiología ____________________________________________________________________ 96
penetrar en el misterio, favoreciendo su comprensión coherente »,21 la creencia en las otras
religiones es esa totalidad de experiencia y pensamiento que constituyen los tesoros humanos
de sabiduría y religiosidad, que el hombre, en su búsqueda de la verdad, ha ideado y creado en
su referencia a lo Divino y al Absoluto.22
8. Se propone también la hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de otras
religiones. Ciertamente es necesario reconocer que tales textos contienen elementos gracias a
los cuales multitud de personas a través de los siglos han podido y todavía hoy pueden
alimentar y conservar su relación religiosa con Dios. Por esto, considerando tanto los modos
de actuar como los preceptos y las doctrinas de las otras religiones, el Concilio Vaticano II —
como se ha recordado antes— afirma que « por más que discrepen en mucho de lo que ella [la
Iglesia] profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a
todos los hombres ».23
La tradición de la Iglesia, sin embargo, reserva la calificación de textos inspirados a los libros
canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu Santo.24
Recogiendo esta tradición, la Constitución dogmática sobre la divina Revelación del Concilio
Vaticano II enseña: « La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y
canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque,
escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo (cf. Jn 20, 31; 2 Tm 3,16; 2 Pe 1,19-21; 3,15-
16), tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia ».25 Esos
libros « enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en
las sagradas letras de nuestra salvación ».26
Sin embargo, queriendo llamar a sí a todas las gentes en Cristo y comunicarles la plenitud de
su revelación y de su amor, Dios no deja de hacerse presente en muchos modos « no sólo en
cada individuo, sino también en los pueblos mediante sus riquezas espirituales, cuya expresión
principal y esencial son las religiones, aunque contengan "lagunas, insuficiencias y errores"
».27 Por lo tanto, los libros sagrados de otras religiones, que de hecho alimentan y guían la
existencia de sus seguidores, reciben del misterio de Cristo aquellos elementos de bondad y
gracia que están en ellos presentes.
Además, para justificar por una parte la universalidad de la salvación cristiana y por otra el
hecho del pluralismo religioso, se proponen contemporaneamente una economía del Verbo
Eclesiología ____________________________________________________________________ 97
eterno válida también fuera de la Iglesia y sin relación a ella, y una economía del Verbo
encarnado. La primera tendría una plusvalía de universalidad respecto a la segunda, limitada
solamente a los cristianos, aunque si bien en ella la presencia de Dios sería más plena.
10. Estas tesis contrastan profundamente con la fe cristiana. Debe ser, en efecto, firmemente
creída la doctrina de fe que proclama que Jesús de Nazaret, hijo de María, y solamente él, es el
Hijo y Verbo del Padre. El Verbo, que « estaba en el principio con Dios » (Jn 1,2), es el
mismo que « se hizo carne » (Jn 1,14). En Jesús « el Cristo, el Hijo de Dios vivo » (Mt 16,16)
« reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente » (Col 2,9). Él es « el Hijo único, que
está en el seno del Padre » (Jn 1,18), el « Hijo de su amor, en quien tenemos la redención [...].
Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar con él y para él todas las
cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos » (Col
1,13-14.19-20).
Por esto, el Concilio Vaticano II afirma que Cristo « nuevo Adán », « imagen de Dios
invisible » (Col 1,15), « es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de
Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado [...]. Cordero inocente, con la
entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió consigo y con
nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de
nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios "me amó y se entregó a sí mismo por mí"
(Gal 2,20) ».30
Es también contrario a la fe católica introducir una separación entre la acción salvífica del
Logos en cuanto tal, y la del Verbo hecho carne. Con la encarnación, todas las acciones
salvíficas del Verbo de Dios, se hacen siempre en unión con la naturaleza humana que él ha
asumido para la salvación de todos los hombres. El único sujeto que obra en las dos
naturalezas, divina y humana, es la única persona del Verbo.32
Eclesiología ____________________________________________________________________ 98
Por lo tanto no es compatible con la doctrina de la Iglesia la teoría que atribuye una actividad
salvífica al Logos como tal en su divinidad, que se ejercitaría « más allá » de la humanidad de
Cristo, también después de la encarnación.33
11. Igualmente, debe ser firmemente creída la doctrina de fe sobre la unicidad de la economía
salvífica querida por Dios Uno y Trino, cuya fuente y centro es el misterio de la encarnación
del Verbo, mediador de la gracia divina en el plan de la creación y de la redención (cf. Col
1,15-20), recapitulador de todas las cosas (cf. Ef 1,10), « al cual hizo Dios para nosotros
sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención » (1 Co 1,30). En efecto, el
misterio de Cristo tiene una unidad intrínseca, que se extiende desde la elección eterna en Dios
hasta la parusía: « [Dios] nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos
e inmaculados en su presencia, en el amor » (Ef 1,4); En él « por quien entramos en herencia,
elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de
su voluntad » (Ef 1,11); « Pues a los que de antemano conoció [el Padre], también los
predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos
hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos
también los glorificó » (Rm 8,29-30).
12. Hay también quien propone la hipótesis de una economía del Espíritu Santo con un
carácter más universal que la del Verbo encarnado, crucificado y resucitado. También esta
afirmación es contraria a la fe católica, que, en cambio, considera la encarnación salvífica del
Verbo como un evento trinitario. En el Nuevo Testamento el misterio de Jesús, Verbo
encarnado, constituye el lugar de la presencia del Espíritu Santo y la razón de su efusión a la
humanidad, no sólo en los tiempos mesiánicos (cf. Hch 2,32-36; Jn 20,20; 7,39; 1 Co 15,45),
sino también antes de su venida en la historia (cf. 1 Co 10,4; 1 Pe 1,10-12).
Además, la acción salvífica de Jesucristo, con y por medio de su Espíritu, se extiende más allá
de los confines visibles de la Iglesia y alcanza a toda la humanidad. Hablando del misterio
pascual, en el cual Cristo asocia vitalmente al creyente a sí mismo en el Espíritu Santo, y le da
la esperanza de la resurrección, el Concilio afirma: « Esto vale no solamente para los
cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la
gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en
realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo
ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este
misterio pascual ».37
Queda claro, por lo tanto, el vínculo entre el misterio salvífico del Verbo encarnado y el del
Espíritu Santo, que actúa el influjo salvífico del Hijo hecho hombre en la vida de todos los
hombres, llamados por Dios a una única meta, ya sea que hayan precedido históricamente al
Eclesiología ____________________________________________________________________ 99
Verbo hecho hombre, o que vivan después de su venida en la historia: de todos ellos es
animador el Espíritu del Padre, que el Hijo del hombre dona libremente (cf. Jn 3,34).
Por eso el Magisterio reciente de la Iglesia ha llamado la atención con firmeza y claridad sobre
la verdad de una única economía divina: « La presencia y la actividad del Espíritu no afectan
únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las
culturas y a las religiones [...]. Cristo resucitado obra ya por la virtud de su Espíritu [...]. Es
también el Espíritu quien esparce "las semillas de la Palabra" presentes en los ritos y culturas,
y los prepara para su madurez en Cristo ».38 Aun reconociendo la función histórico-salvífica
del Espíritu en todo el universo y en la historia de la humanidad,39 sin embargo confirma: «
Este Espíritu es el mismo que se ha hecho presente en la encarnación, en la vida, muerte y
resurrección de Jesús y que actúa en la Iglesia. No es, por consiguiente, algo alternativo a
Cristo, ni viene a llenar una especie de vacío, como a veces se da por hipótesis, que exista
entre Cristo y el Logos. Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los
pueblos, así como en las culturas y religiones, tiene un papel de preparación evangélica, y no
puede menos de referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra del Espíritu, "para que, hombre
perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas" ».40
En conclusión, la acción del Espíritu no está fuera o al lado de la acción de Cristo. Se trata de
una sola economía salvífica de Dios Uno y Trino, realizada en el misterio de la encarnación,
muerte y resurrección del Hijo de Dios, llevada a cabo con la cooperación del Espíritu Santo y
extendida en su alcance salvífico a toda la humanidad y a todo el universo: « Los hombres,
pues, no pueden entrar en comunión con Dios si no es por medio de Cristo y bajo la acción del
Espíritu ».41
13. Es también frecuente la tesis que niega la unicidad y la universalidad salvífica del misterio
de Jesucristo. Esta posición no tiene ningún fundamento bíblico. En efecto, debe ser
firmemente creída, como dato perenne de la fe de la Iglesia, la proclamación de Jesucristo,
Hijo de Dios, Señor y único salvador, que en su evento de encarnación, muerte y resurrección
ha llevado a cumplimiento la historia de la salvación, que tiene en él su plenitud y su centro.
Los testimonios neotestamentarios lo certifican con claridad: « El Padre envió a su Hijo, como
salvador del mundo » (1 Jn 4,14); « He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
» (Jn 1,29). En su discurso ante el sanedrín, Pedro, para justificar la curación del tullido de
nacimiento realizada en el nombre de Jesús (cf. Hch 3,1-8), proclama: « Porque no hay bajo el
cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos » (Hch 4,12). El
mismo apóstol añade además que « Jesucristo es el Señor de todos »; « está constituido por
Dios juez de vivos y muertos »; por lo cual « todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el
perdón de los pecados » (Hch 10,36.42.43).
Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, escribe: « Pues aun cuando se les dé el nombre
de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores,
para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para
el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos
nosotros » (1 Co 8,5-6). También el apóstol Juan afirma: « Porque tanto amó Dios al mundo
que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo
se salve por él » (Jn 3,16-17). En el Nuevo Testamento, la voluntad salvífica universal de Dios
está estrechamente conectada con la única mediación de Cristo: « [Dios] quiere que todos los
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hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y
también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se
entregó a sí mismo como rescate por todos » (1 Tm 2,4-6).
Basados en esta conciencia del don de la salvación, único y universal, ofrecido por el Padre
por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo (cf. Ef 1,3-14), los primeros cristianos se
dirigieron a Israel mostrando que el cumplimiento de la salvación iba más allá de la Ley, y
afrontaron después al mundo pagano de entonces, que aspiraba a la salvación a través de una
pluralidad de dioses salvadores. Este patrimonio de la fe ha sido propuesto una vez más por el
Magisterio de la Iglesia: « Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos (cf. 2 Co
5,15), da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su
máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que
sea posible salvarse (cf. Hch 4,12). Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la
historia humana se halla en su Señor y Maestro ».42
14. Debe ser, por lo tanto, firmemente creída como verdad de fe católica que la voluntad
salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para siempre en el
misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios.
Teniendo en cuenta este dato de fe, y meditando sobre la presencia de otras experiencias
religiosas no cristianas y sobre su significado en el plan salvífico de Dios, la teología está hoy
invitada a explorar si es posible, y en qué medida, que también figuras y elementos positivos
de otras religiones puedan entrar en el plan divino de la salvación. En esta tarea de reflexión la
investigación teológica tiene ante sí un extenso campo de trabajo bajo la guía del Magisterio
de la Iglesia. El Concilio Vaticano II, en efecto, afirmó que « la única mediación del Redentor
no excluye, sino suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente
única ».43 Se debe profundizar el contenido de esta mediación participada, siempre bajo la
norma del principio de la única mediación de Cristo: « Aun cuando no se excluyan
mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, éstas sin embargo cobran significado y valor
únicamente por la mediación de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas y
complementarias ».44 No obstante, serían contrarias a la fe cristiana y católica aquellas
propuestas de solución que contemplen una acción salvífica de Dios fuera de la única
mediación de Cristo.
15. No pocas veces algunos proponen que en teología se eviten términos como « unicidad », «
universalidad », « absolutez », cuyo uso daría la impresión de un énfasis excesivo acerca del
valor del evento salvífico de Jesucristo con relación a las otras religiones. En realidad, con este
lenguaje se expresa simplemente la fidelidad al dato revelado, pues constituye un desarrollo de
las fuentes mismas de la fe. Desde el inicio, en efecto, la comunidad de los creyentes ha
reconocido que Jesucristo posee una tal valencia salvífica, que Él sólo, como Hijo de Dios
hecho hombre, crucificado y resucitado, en virtud de la misión recibida del Padre y en la
potencia del Espíritu Santo, tiene el objetivo de donar la revelación (cf. Mt 11,27) y la vida
divina (cf. Jn 1,12; 5,25-26; 17,2) a toda la humanidad y a cada hombre.
En este sentido se puede y se debe decir que Jesucristo tiene, para el género humano y su
historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él propio, exclusivo, universal y
absoluto. Jesús es, en efecto, el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos.
Recogiendo esta conciencia de fe, el Concilio Vaticano II enseña: « El Verbo de Dios, por
quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvará a todos y recapitulara
todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, "punto de convergencia hacia el cual
tienden los deseos de la historia y de la civilización", centro de la humanidad, gozo del
corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones. Él es aquel a quien el Padre resucitó,
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exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de muertos ».45 « Es
precisamente esta singularidad única de Cristo la que le confiere un significado absoluto y
universal, por lo cual, mientras está en la historia, es el centro y el fin de la misma: "Yo soy el
Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin" (Ap 22,13) ».46
16. El Señor Jesús, único salvador, no estableció una simple comunidad de discípulos, sino
que constituyó a la Iglesia como misterio salvífico: Él mismo está en la Iglesia y la Iglesia está
en Él (cf. Jn 15,1ss; Ga 3,28; Ef 4,15-16; Hch 9,5); por eso, la plenitud del misterio salvífico
de Cristo pertenece también a la Iglesia, inseparablemente unida a su Señor. Jesucristo, en
efecto, continúa su presencia y su obra de salvación en la Iglesia y a través de la Iglesia (cf.
Col 1,24-27),47 que es su cuerpo (cf. 1 Co 12, 12-13.27; Col 1,18).48 Y así como la cabeza y
los miembros de un cuerpo vivo aunque no se identifiquen son inseparables, Cristo y la Iglesia
no se pueden confundir pero tampoco separar, y constituyen un único « Cristo total ».49 Esta
misma inseparabilidad se expresa también en el Nuevo Testamento mediante la analogía de la
Iglesia como Esposa de Cristo (cf. 2 Cor 11,2; Ef 5,25-29; Ap 21,2.9).50
Los fieles están obligados a profesar que existe una continuidad histórica —radicada en la
sucesión apostólica—53 entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia católica: « Esta es la
única Iglesia de Cristo [...] que nuestro Salvador confió después de su resurrección a Pedro
para que la apacentara (Jn 24,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y
gobierno (cf. Mt 28,18ss.), y la erigió para siempre como « columna y fundamento de la
verdad » (1 Tm 3,15). Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad,
subsiste [subsistit in] en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los
Obispos en comunión con él ».54 Con la expresión « subsitit in », el Concilio Vaticano II
quiere armonizar dos afirmaciones doctrinales: por un lado que la Iglesia de Cristo, no
obstante las divisiones entre los cristianos, sigue existiendo plenamente sólo en la Iglesia
católica, y por otro lado que « fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos
elementos de santificación y de verdad »,55 ya sea en las Iglesias que en las Comunidades
eclesiales separadas de la Iglesia católica.56 Sin embargo, respecto a estas últimas, es
necesario afirmar que su eficacia « deriva de la misma plenitud de gracia y verdad que fue
confiada a la Iglesia católica ».57
17. Existe, por lo tanto, una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica,
gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él.58 Las Iglesias que
no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella por
medio de vínculos estrechísimos como la sucesión apostólica y la Eucaristía válidamente
consagrada, son verdaderas iglesias particulares.59 Por eso, también en estas Iglesias está
presente y operante la Iglesia de Cristo, si bien falte la plena comunión con la Iglesia católica
al rehusar la doctrina católica del Primado, que por voluntad de Dios posee y ejercita
objetivamente sobre toda la Iglesia el Obispo de Roma.60
Eclesiología ____________________________________________________________________ 102
Por el contrario, las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la
genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico,61 no son Iglesia en sentido propio; sin
embargo, los bautizados en estas Comunidades, por el Bautismo han sido incorporados a
Cristo y, por lo tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la Iglesia.62 En
efecto, el Bautismo en sí tiende al completo desarrollo de la vida en Cristo mediante la íntegra
profesión de fe, la Eucaristía y la plena comunión en la Iglesia.63
« Por lo tanto, los fieles no pueden imaginarse la Iglesia de Cristo como la suma —
diferenciada y de alguna manera unitaria al mismo tiempo— de las Iglesias y Comunidades
eclesiales; ni tienen la facultad de pensar que la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún lugar
y que, por lo tanto, deba ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y Comunidades
».64 En efecto, « los elementos de esta Iglesia ya dada existen juntos y en plenitud en la
Iglesia católica, y sin esta plenitud en las otras Comunidades ».65 « Por consiguiente, aunque
creamos que las Iglesias y Comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas
de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha
rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud
de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia ».66
La falta de unidad entre los cristianos es ciertamente una herida para la Iglesiad; no en el
sentido de quedar privada de su unidad, sino « en cuanto obstáculo para la realización plena de
su universalidad en la historia ».67
De los textos bíblicos y de los testimonios patrísticos, así como de los documentos del
Magisterio de la Iglesia no se deducen significados unívocos para las expresiones Reino de los
Cielos, Reino de Dios y Reino de Cristo, ni de la relación de los mismos con la Iglesia, ella
misma misterio que no puede ser totalmente encerrado en un concepto humano. Pueden
existir, por lo tanto, diversas explicaciones teológicas sobre estos argumentos. Sin embargo,
ninguna de estas posibles explicaciones puede negar o vaciar de contenido en modo alguno la
íntima conexión entre Cristo, el Reino y la Iglesia. En efecto, « el Reino de Dios que
conocemos por la Revelación, no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia... Si se separa
el Reino de la persona de Jesús, no es éste ya el Reino de Dios revelado por él, y se termina
por distorsionar tanto el significado del Reino —que corre el riesgo de transformarse en un
objetivo puramente humano e ideológico— como la identidad de Cristo, que no aparece como
el Señor, al cual debe someterse todo (cf. 1 Co 15,27); asimismo, el Reino no puede ser
separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es un fin en sí misma, ya que está ordenada al
Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue
de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos ».73
19. Afirmar la relación indivisible que existe entre la Iglesia y el Reino no implica olvidar que
el Reino de Dios —si bien considerado en su fase histórica— no se identifica con la Iglesia en
Eclesiología ____________________________________________________________________ 103
su realidad visible y social. En efecto, no se debe excluir « la obra de Cristo y del Espíritu
Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia ».74 Por lo tanto, se debe también tener en
cuenta que « el Reino interesa a todos: a las personas, a la sociedad, al mundo entero. Trabajar
por el Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo divino, que está presente en la
historia humana y la transforma. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal
en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la realización de su
designio de salvación en toda su plenitud ».75
Al considerar la relación entre Reino de Dios, Reino de Cristo e Iglesia es necesario, de todas
maneras, evitar acentuaciones unilaterales, como en el caso de « determinadas concepciones
que intencionadamente ponen el acento sobre el Reino y se presentan como "reinocéntricas",
las cuales dan relieve a la imagen de una Iglesia que no piensa en sí misma, sino que se dedica
a testimoniar y servir al Reino. Es una "Iglesia para los demás" —se dice— como "Cristo es el
hombre para los demás"... Junto a unos aspectos positivos, estas concepciones manifiestan a
menudo otros negativos. Ante todo, dejan en silencio a Cristo: El Reino, del que hablan, se
basa en un "teocentrismo", porque Cristo —dicen— no puede ser comprendido por quien no
profesa la fe cristiana, mientras que pueblos, culturas y religiones diversas pueden coincidir en
la única realidad divina, cualquiera que sea su nombre. Por el mismo motivo, conceden
privilegio al misterio de la creación, que se refleja en la diversidad de culturas y creencias,
pero no dicen nada sobre el misterio de la redención. Además el Reino, tal como lo entienden,
termina por marginar o menospreciar a la Iglesia, como reacción a un supuesto
"eclesiocentrismo" del pasado y porque consideran a la Iglesia misma sólo un signo, por lo
demás no exento de ambigüedad ».76 Estas tesis son contrarias a la fe católica porque niegan
la unicidad de la relación que Cristo y la Iglesia tienen con el Reino de Dios.
20. De todo lo que ha sido antes recordado, derivan también algunos puntos necesarios para el
curso que debe seguir la reflexión teológica en la profundización de la relación de la Iglesia y
de las religiones con la salvación.
Ante todo, debe ser firmemente creído que la « Iglesia peregrinante es necesaria para la
salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros en
su Cuerpo, que es la Iglesia, y Él, inculcando con palabras concretas la necesidad del bautismo
(cf. Mt 16,16; Jn 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres
entran por el bautismo como por una puerta ».77 Esta doctrina no se contrapone a la voluntad
salvífica universal de Dios (cf. 1 Tm 2,4); por lo tanto, « es necesario, pues, mantener unidas
estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y
la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación ».78
22. Con la venida de Jesucristo Salvador, Dios ha establecido la Iglesia para la salvación de
todos los hombres (cf. Hch 17,30-31).90 Esta verdad de fe no quita nada al hecho de que la
Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo excluye
esa mentalidad indiferentista « marcada por un relativismo religioso que termina por pensar
que "una religión es tan buena como otra" ».91 Si bien es cierto que los no cristianos pueden
recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se hallan en una situación
gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de
los medios salvíficos.92 Sin embargo es necesario recordar a « los hijos de la Iglesia que su
excelsa condición no deben atribuirla a sus propios méritos, sino a una gracia especial de
Cristo; y si no responden a ella con el pensamiento, las palabras y las obras, lejos de salvarse,
serán juzgados con mayor severidad ».93 Se entiende, por lo tanto, que, siguiendo el
mandamiento de Señor (cf. Mt 28,19-20) y como exigencia del amor a todos los hombres, la
Iglesia « anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es « el
Camino, la Verdad y la Vida » (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la
vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas ».94
CONCLUSIÓN
Los Padres del Concilio Vaticano II, al tratar el tema de la verdadera religión, han afirmado: «
Creemos que esta única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y apostólica, a la cual
el Señor Jesús confió la obligación de difundirla a todos los hombres, diciendo a los
Apóstoles: "Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado" (Mt 28,19-
20). Por su parte todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo
referente a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla ».99
La revelación de Cristo continuará a ser en la historia la verdadera estrella que orienta a toda
la humanidad: 100 « La verdad, que es Cristo, se impone como autoridad universal ». 101 El
misterio cristiano supera de hecho las barreras del tiempo y del espacio, y realiza la unidad de
la familia humana: « Desde lugares y tradiciones diferentes todos están llamados en Cristo a
participar en la unidad de la familia de los hijos de Dios [...]. Jesús derriba los muros de la
división y realiza la unificación de forma original y suprema mediante la participación en su
misterio. Esta unidad es tan profunda que la Iglesia puede decir con san Pablo: « Ya no sois
extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios » (Ef 2,19) ».
102
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la Audiencia del día 16 de junio de 2000, concedida al
infrascrito Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con ciencia
cierta y con su autoridad apostólica, ha ratificado y confirmado esta Declaración decidida en
la Sesión Plenaria, y ha ordenado su publicación.
(2) Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 1: AAS 83 (1991) 249-340.
(3) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes y Decl. Nostra aetate; cf. también Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi:
AAS 68 (1976) 5-76; Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio.
(5) Pont. Cons. para el Diálogo Interreligioso y la Congr. para la Evangelización de los Pueblos, Instr. Diálogo y anuncio, 29;
cf. Conc.Ecum. Vat II, Const. past. Gaudium et spes, 22.
(7) Cf. Pont.Cons. para el Diálogo Interreligioso y la Congr. para la Evangelización de los Pueblos, Instr. Diálogo y anuncio,
9: AAS 84 (1992) 414-446.
(10) Ibíd., 4.
(13) Conc. Ecum. de Calcedonia, DS 301. Cf. S. Atanasio de Alejandría, De Incarnatione, 54,3: SC 199,458.
(15) Ibíd., 5.
(16) Ibíd.
(23) Conc. Ecum. Vat.II, Decl.Nostra aetae, 2. Cf. también Conc.Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 9, donde se habla de todo lo
bueno presente « en los ritos y en las culturas de los pueblos »; Const. dogm. Lumen gentium, 16, donde se indica todo lo
bueno y lo verdadero presente entre los no cristianos, que pueden ser considerados como una preparación a la acogida del
Evangelio.
(24) Cf. Conc. de Trento, Decr. de libris sacris et de traditionibus recipiendis: DS 1501; Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm.Dei
Filius, cap. 2: DS 3006.
(26) Ibíd.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 107
(27) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 55; cf. también 56. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 53.
(30) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Gaudium et spes, 22.
(33) Cf. San León Magno, Carta « Promisisse me memini » ad Leonem I imp: DS 318: « In tantam unitatem ab ipso conceptu
Virginis deitate et humanitate conserta, ut nec sine homine divina, nec sine Dio agerentur humana ». Cf. también ibíd.: DS
317.
(34) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 45. Cf. también Conc. de Trento, Decr. De peccato originali, 3: DS
1513.
(35) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 3-4.
(36) Cf. ibíd., 7.Cf. San Ireneo, el cual afirmaba que en la Iglesia « ha sido depositada la comunión con Cristo, o sea, el
Espíritu Santo » (Adversus Haereses III, 24, 1: SC 211, 472).
(37) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22.
(38) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 28.Acerca de « las semillas del Verbo » cf. también San Justino, 2 Apologia,
8,1-2,1-3; 13, 3-6: ed. E. J. Goodspeed, 84; 85; 88-89.
(41) 3 Ibíd., 5.
(42) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.Gaudium et spes, 10; cf. San Agustín, cuando afirma que fuera de Cristo, « camino
universal de salvación que nunca ha faltado al género humano, nadie ha sido liberado, nadie es liberado, nadie será liberado »:
De Civitate Dei 10, 32, 2: CCSL 47, 312.
(45) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 45. La necesidad y absoluta singularidad de Cristo en la historia
humana está bien expresada por San Ireneo cuando contempla la preeminencia de Jesús como Primogénito: « En los cielos
como primogénito del pensamiento del Padre, el Verbo perfecto dirige personalmente todas las cosas y legisla; sobre la tierra
como primogénito de la Virgen, hombre justo y santo, siervo de Dios, bueno, aceptable a Dios, perfecto en todo; finalmente
salvando de los infiernos a todos aquellos que lo siguen, como primogénito de los muertos es cabeza y fuente de la vida divina
» (Demostratio, 39: SC 406, 138).
(47) Cf. Conc. Ecum. Vat.II, Const. dogm. Lumen gentium, 14.
(49) Cf. San Agustín, Enarrat.In Psalmos, Ps 90, Sermo 2,1: CCSL 39, 1266; San Gregorio Magno, Moralia in Iob, Praefatio,
6, 14: PL 75, 525; Santo Tomás de Aquino, Summa Theologicae, III, q. 48, a. 2 ad 1.
(52) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, 4; Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 11: AAS 87 (1995) 921-982.
(53) 3 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 20; cf. también San Ireneo, Adversus Haereses, III, 3, 1-3: SC
211, 20-44; San Cipriano, Epist. 33, 1: CCSL 3B, 164-165; San Agustín, Contra advers. legis et prophet., 1, 20, 39: CCSL 49,
70.
(55) Ibíd., Cf. Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 13. Cf. también Conc.Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 15, y
Decr.Unitatis redintegratio, 3.
(56) Es, por lo tanto, contraria al significado auténtico del texto conciliar la interpretación de quienes deducen de la fórmula
subsistit in la tesis según la cual la única Iglesia de Cristo podría también subsistir en otras iglesias cristianas. « El Concilio
había escogido la palabra "subsistit" precisamente para aclarar que existe una sola "subsistencia" de la verdadera Iglesia,
mientras que fuera de su estructura visible existen sólo "elementa Ecclesiae", los cuales —siendo elementos de la misma
Iglesia— tienden y conducen a la Iglesia católica » (Congr. para la Doctrina de la Fe, Notificación sobre el volumen « Iglesia:
carisma y poder » del P. Leonardo Boff, 11-III-1985: AAS 77 (1985) 756-762).
(58) Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Decl. Mysterium ecclesiae, n. 1: AAS 65 (1973) 396-408.
(59) Cf. Conc. Ecum. Vat.II, Decr. Unitatis redintegratio, 14 y 15; Congr. para Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio,
17 AAS 85 (1993) 838-850.
(60) Cf. Conc. Ecum Vat. I, Const. Pastor aeternus: DS 3053-3064; Conc. Ecum. Vat. II, Const dogm. Lumen gentium, 22.
(67) Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 17.Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, n.
4.
(69) 3 Ibíd., 1.
(70) 3 Ibíd., 4. Cf. San Cipriano, De Dominica oratione 23: CCSL 3A, 105.
(72) Cf. ibíd., 9. Cf. También la oración dirigida a Dios, que se encuentra en la Didaché 9, 4: SC 248, 176: « Se reúna tu
Iglesia desde los confines de la tierra en tu reino », e ibíd., 10, 5: SC 248, 180: « Acuérdate, Señor, de tu Iglesia... y,
santificada, reúnela desde los cuatro vientos en tu reino que para ella has preparado ».
(73) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 18; cf. Exhort. ap. Ecclesia in Asia, 6-XI-1999, 17: L'Osservatore Romano, 7-
XI-1999. El Reino es tan inseparable de Cristo que, en cierta forma, se identifica con él (cf. Orígenes, In Mt. Hom., 14, 7: PG
13, 1197; Tertuliano, Adversus Marcionem, IV, 33, 8: CCSL 1, 634.
(77) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 14. Cf. Decr. Ad gentes, 7; Decr. Unitatis redintegratio, 3.
(78) Juan Pablo II,Enc. Redemptoris missio, 9. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 846-847.
(79) 3 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm., Lumen gentium, 48.
(80) Cf. San Cipriano, De catholicae ecclesiae unitate, 6: CCSL 3, 253-254; San Ireneo, Adversus Haereses, III, 24, 1: SC
211, 472-474.
(82) Conc. Ecum. Vat. II, Decr.Ad gentes, 2. La conocida fórmula extra Ecclesiam nullus omnino salvatur debe ser
interpretada en el sentido aquí explicado (cf. Conc.Ecum. Lateranense IV, Cap. 1. De fide catholica: DS 802). Cf. también la
Carta del Santo Oficio al Arzobispo de Boston: DS 3866-3872.
(85) Son las semillas del Verbo divino (semina Verbi), que la Iglesia reconoce con gozo y respeto (cf. Conc.Ecum. Vat. II,
Decr. Ad gentes, 11, Decl. Nostra aetate, 2).
(88) Cf. Conc. de Trento, Decr. De sacramentis, can. 8 de sacramentis in genere: DS 1608.
(90) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 17; Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 11.
(93) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 14.
(97) Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 55; Exhort. ap. Ecclesia in Asia, 31, 6-XI-1999.
(99) Ibíd.
Tuvo lugar en Roma el Congreso internacional sobre la aplicación del concilio Vaticano II, organizado
por el Comité para el gran jubileo del año 2000. En el mismo participaron cardenales, arzobispos,
obispos, sacerdotes, religiosos y expertos de diversos países, entre los cuales destacaban algunos
protagonistas del Concilio. Se tuvieron cinco relaciones: una histórico-teológica y cuatro dedicadas a las
constituciones del Vaticano II. El cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la
doctrina de la fe, que fue experto durante el Concilio, pronunció una profunda y extensa relación sobre
la eclesiologia de la constitución «Lumen gentium».
A eso llevaba también el clima cultural de la época: el fin de la segunda guerra mundial había
implicado una profunda revisión teológica. La teología liberal, con una orientación totalmente
individualista, se había eclipsado por sí misma, y se había suscitado una nueva sensibilidad con
respecto a la Iglesia. No sólo Romano Guardini hablaba de un despertar de la Iglesia en las almas.
También el obispo evangélico Otto Dibelius acuñaba la fórmula del siglo de la iglesia, y Karl Barth
daba a su dogmática, fundada en las tradiciones reformadas, el título programático de «Kirchliche
Dogmatik» (Dogmática eclesial): como decía, la dogmática presupone la Iglesia, sin la Iglesia no
existe.
Así, entre los miembros de la Conferencia episcopal alemana reinaba la opinión común de que el
tema debía ser la Iglesia. El anciano obispo Buchberger, de Ratisbona, que, por haber ideado el
Lexicon für Theologie und Kirche en diez volúmenes -hoy ya va por la tercera edición-, se había
granjeado estima y fama mucho más allá de su diócesis, pidió la palabra -así me lo contó el
arzobispo de Colonia- y dijo: «Queridos hermanos, en el Concilio ante todo debéis hablar de Dios.
Este es el tema más importante». Los obispos quedaron impresionados por la profundidad de esas
palabras. Como es natural, no podían limitarse a proponer sencillamente el tema de Dios. Pero, al
menos en el cardenal Frings, quedó una inquietud interior, y se preguntaba continuamente cómo
podíamos cumplir ese imperativo.
Este episodio me volvió a la mente cuando leí el texto de la conferencia con la que Johann Baptist
Metz se despidió, en 1993, de su cátedra de Münster. Quisiera citar de ese importante discurso al
Eclesiología ____________________________________________________________________ 111
menos algunas frases significativas. Dice Metz: «La crisis que ha afectado al cristianismo europeo
no es principalmente, o al menos exclusivamente, una crisis eclesial... La crisis es más profunda:
en efecto, no sólo tiene sus raíces en la situación de la Iglesia misma; ha llegado a ser una crisis de
Dios». «De forma esquemática se podría decir: religión sí, Dios no; pero este "no", a su vez, no se
ha de entender en el sentido categórico de los grandes ateísmos. No existen ya grandes ateísmos.
En realidad, el ateísmo actual ya puede volver a hablar de Dios, de forma serena o tranquila, sin
entenderlo verdaderamente...». «También la Iglesia tiene una concepción de la inmunización contra
las crisis de Dios. Ya no habla hoy -como sucedió, por ejemplo, todavía en el concilio Vaticano I-
de Dios, sino sólo -como, por ejemplo, en el último Concilio- del Dios anunciado por medio de la
Iglesia. La crisis de Dios se cifra eclesiológicamente».
Estas palabras, en labios del creador de la teología política, deben llamar nuestra atención. Nos
recuerdan, en primer lugar, con razón, que el concilio Vaticano II no fue sólo un concilio
eclesiológico, sino ante todo y sobre todo, habló de Dios -y no solamente dentro de la cristiandad,
sino también dirigiéndose al mundo-, del Dios que es Dios de todos, que salva a todos y es
accesible a todos. ¿Es verdad que el Vaticano II, como parece decir Metz, sólo recogió la mitad de
la herencia del anterior concilio? Es evidente que una relación dedicada a la eclesiología del
Concilio debe plantearse esa pregunta.
Algo análogo se puede decir a propósito del primer texto que elaboró el Vaticano II: la constitución
Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia. Al inicio, el hecho de que fuera la primera se
debió a motivos prácticos. Pero, retrospectivamente, se debe decir que, en la arquitectura del
Concilio, tiene un sentido preciso: lo primero es la adoración. Y, por tanto, Dios. Este inicio
corresponde a las palabras de la Regla benedictina: «Operi Dei nihil praeponatur».
La constitución sobre la Iglesia -Lumen gentium-, que fue el segundo texto conciliar, debería
considerarse vinculada interiormente a la anterior. La Iglesia se deja guiar por la oración, por la
misión de glorificar a Dios. La eclesiología, por su naturaleza, guarda relación con la liturgia. Y,
por tanto, también es lógico que la tercera constitución -Dei Verbum- hable de la palabra de Dios,
que convoca a la Iglesia y la renueva en todo tiempo. La cuarta constitución -Gaudium et spes-
muestra cómo se realiza la glorificación de Dios en la vida activa, cómo se lleva al mundo la luz
recibida de Dios, pues sólo así se convierte plenamente en glorificación de Dios.
Ahora bien, por lo que atañe a la eclesiología de la Lumen genlium, han quedado ante todo en la
conciencia de la gente algunas palabras clave: la idea de pueblo de Dios, la colegialidad de los
obispos como revalorización del ministerio episcopal frente al primado del Papa, la revalorización
de las Iglesias locales frente a la Iglesia universal, la apertura ecuménica del concepto de Iglesia y
la apertura a las demás religiones; y, por último, la cuestión del estado específico de la Iglesia
católica, que se expresa en la fórmula según la cual la Iglesia una, santa, católica y apostólica, de la
que habla el Credo, «subsistit in Ecclesia catholica». Ahora dejo esta famosa fórmula sin traducir
porque, como era de prever, se le han dado las interpretaciones más contradictorias: desde la idea
de que expresa la singularidad de la Iglesia católica unida al Papa, hasta la idea de que expresa una
equiparación con todas las demás Iglesias cristianas y de que la Iglesia católica ha abandonado su
pretensión de especificidad.
En una primera fase de la acogida del Concilio, junto con el tema de la colegialidad, domina el
concepto de pueblo de Dios, que, entendido muy pronto totalmente a partir del uso lingüístico
político general de la palabra pueblo, en el ámbito de la teología de la liberación, se comprendió,
con el uso de la palabra marxista de pueblo, como contraposición a las clases dominantes y, en
general, aún más ampliamente, en el sentido de la soberanía del pueblo, que ahora, por fin, se
debería aplicar también a la Iglesia.
Eso, a su vez, suscitó amplios debates sobre las estructuras, en los cuales se interpretó, según las
diversas situaciones, al estilo occidental, como «democratización», o en el sentido de las
«democracias populares» orientales.
Poco a poco estos «fuegos artificiales de palabras» (N. Lohfink) en torno al concepto de pueblo de
Dios se han ido apagando, por una parte, y principalmente, porque estos juegos de poder se han
vaciado de sí mismos y debían ceder el lugar al trabajo ordinario en los consejos parroquiales;
pero, por otra, también porque un sólido trabajo teológico ha mostrado de modo incontrovertible
que eran insostenibles esas politizaciones de un concepto procedente de un ámbito totalmente
diverso.
Como resultado de análisis exegéticos esmerados, el exégeta de Bochum Werner Berg, por
ejemplo, afirma: «A pesar del escaso número de pasajes que contienen la expresión pueblo de Dios
-desde este punto de vista pueblo de Dios es un concepto bíblico más bien raro- se puede destacar
algo que tienen en común: la expresión pueblo de Dios manifiesta el parentesco con Dios, la
relación con Dios, el vínculo entre Dios y lo que se designa como pueblo de Dios; por tanto, una
dirección vertical. La expresión se presta menos a describir la estructura jerárquica de esta
comunidad, sobre todo si el pueblo de Dios es descrito como interlocutor de los ministros... A
partir de su significado bíblico, la expresión no se presta tampoco a un grito de protesta contra los
ministros: "nosotros somos el pueblo de Dios"».
Eclesiología de comunión
Ciertamente, se puede decir que más o menos a partir del Sínodo extraordinario de 1985, que debía
tratar de hacer una especie de balance de veinte años de posconcilio, se está difundiendo una nueva
tentativa, que consiste en resumir el conjunto de la eclesiología conciliar en el concepto-básico:
«eclesiología de comunión».
Todos los elementos esenciales del concepto cristiano de comunión se encuentran reunidos en el
famoso pasaje de la primera carta de san Juan, que se puede considerar el criterio de referencia
para cualquier interpretación cristiana correcta de la comunión: «Lo que hemos visto y oído, os lo
anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión
nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea
perfecto» (1 Jn 1, 3).
Lo primero que se puede destacar de ese texto es el punto de partida de la comunión: el encuentro
con el Hijo de Dios, Jesucristo, llega a los hombres a través del anuncio de la Iglesia. Así nace la
comunión de los hombres entre sí, la cual, a su vez, se funda en la comunión con el Dios uno y
trino.
Así pues, a partir de este marco bíblico, la palabra comunión tiene un carácter teológico,
cristológico, histórico-salvífico y eclesiológico. Por consiguiente, encierra también la dimensión
sacramental, que en san Pablo aparece de forma plenamente explícita: «El cáliz de bendición que
bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión
del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, aun siendo muchos, somos un solo cuerpo, pues todos
participamos de ese único pan...» (1 Co 10, 16-17).
La eclesiología de comunión es, en su aspecto más íntimo, una eclesiología eucarística. Se sitúa
muy cerca de la eclesiología eucarística, que teólogos ortodoxos han desarrollado de modo
Eclesiología ____________________________________________________________________ 114
convincente en nuestro siglo. En ella, la eclesiología se hace más concreta y, a pesar de ello, sigue
siendo totalmente espiritual, trascendente y escatológica.
En la Eucaristía, Cristo, presente en el pan y en el vino, y dándose siempre de forma nueva, edifica
la Iglesia como su cuerpo, y por medio de su cuerpo resucitado nos une al Dios uno y trino y entre
nosotros. La Eucaristía se celebra en los diversos lugares y, a pesar de ello, al mismo tiempo es
siempre universal, porque existe un solo Cristo y un solo cuerpo de Cristo. La Eucaristía incluye el
servicio sacerdotal de la «representación de Cristo» y, por tanto, la red del servicio, la síntesis de
unidad y multiplicidad, que se manifiesta ya en la palabra comunión. Así, se puede decir, sin lugar
a dudas, que este concepto entraña una síntesis eclesiológica, que une el discurso de la Iglesia al
discurso de Dios y a la vida que procede de Dios y que se vive con Dios; una síntesis que recoge
todas las intenciones esenciales de la eclesiología del Vaticano II y las relaciona entre sí de modo
correcto.
Por todos estos motivos, me alegré y expresé mi gratitud cuando el Sínodo de 1985 puso en el
centro de la reflexión el concepto de comunión. Sin embargo, los años sucesivos mostraron que
ninguna palabra está exenta de malentendidos, ni siquiera la mejor o la más profunda. A medida
que la palabra comunión se fue convirtiendo en un eslogan fácil, se fue opacando y
desnaturalizando. Como sucedió con el concepto de pueblo de Dios, también con respecto a
comunión se realizó una progresiva horizontalización, el abandono del concepto de Dios. La
eclesiología de comunión comenzó a reducirse a la temática de la relación entre la Iglesia particular
y la Iglesia universal, que a su vez se centró cada vez más en el problema de la división de
competencias entre la una y la otra.
¿No sucede hoy eso mismo? Mientras el Señor va hacia su pasión; mientras la Iglesia, y en ella él
mismo, sufre, nosotros nos dedicamos a discutir sobre nuestro tema preferido, sobre nuestros
derechos de precedencia. Y si Cristo viniera a nosotros y nos preguntara de qué estábamos
hablando, sin duda nos sonrojaríamos y callaríamos.
Esto no quiere decir que en la Iglesia no se deba discutir también sobre el recto ordenamiento y
sobre la asignación de las responsabilidades. Desde luego, habrá desequilibrios, que deben
corregirse. Naturalmente, se puede dar un centralismo romano excesivo, que como tal se debe
señalar y purificar. Pero esas cuestiones no pueden distraer del auténtico cometido de la Iglesia: la
Iglesia no debe hablar principalmente de sí misma, sino de Dios; y sólo para que esto suceda de
modo puro, hay también reproches intraeclesiales, que deben tener como guía la correlación del
discurso sobre Dios y sobre el servicio común. En conclusión, no por casualidad en la tradición
evangélica se repiten en varios contextos las palabras de Jesús, según las cuales los últimos serán
los primeros y los primeros serán los últimos, como en un espejo, que afecta siempre a todos.
Esto en el texto se hallaba fundado brevemente con la referencia al hecho de que según los santos
Padres la Iglesia una y única precede la creación y da a luz a las Iglesias particulares (cf.
Communionis notio, 9). Los santos Padres prosiguen así una teología rabínica que había concebido
como preexistentes la Torah (Ley) e Israel: la creación habría sido concebida para que en ella
existiera un espacio para la voluntad de Dios, pero esta voluntad necesitaba un pueblo que viviera
para la voluntad de Dios y constituyera la luz del mundo. Dado que los Padres estaban convencidos
de la identidad última entre la Iglesia e Israel, no podían ver en la Iglesia algo casual, surgido a
última hora, sino que reconocían en esta reunión de los pueblos bajo la voluntad de Dios la
teleología interior de la creación.
En realidad, sólo me parecen posibles si no se quiere y ya no se logra ver la gran Iglesia ideada por
Dios -tal vez por desesperación, a causa de su insuficiencia terrena-; hoy se la considera como fruto
de la fantasía teológica y, por tanto, sólo queda la imagen empírica de las Iglesias en su relación
recíproca y con sus conflictos. Pero esto significa que se elimina a la Iglesia como tema teológico.
Si sólo se puede ver a la Iglesia en las organizaciones humanas, entonces en realidad únicamente
queda desolación. En ese caso no se abandona solamente la eclesiología de los santos Padres, sino
también la del Nuevo Testamento y la concepción de Israel en el Antiguo Testamento. Por lo
demás, en el Nuevo Testamento no es necesario esperar hasta las cartas deutero-paulinas y al
Apocalipsis para encontrar la prioridad ontológica, reafirmada por la Congregación para la doctrina
de la fe, de la Iglesia universal con respecto a las Iglesias particulares. En el corazón de las grandes
cartas paulinas, en la carta a los Gálatas, el Apóstol nos habla de la Jerusalén celestial y no como
una grandeza escatológica, sino como una realidad que nos precede: «Esta Jerusalén es nuestra
madre» (Ga 4, 26). Al respecto, H. Schlier destaca que para san Pablo, como para la tradición
judaica en la que se inspira, la Jerusalén celestial es el nuevo eón. Pero para el Apóstol este nuevo
eón ya está presente «en la Iglesia cristiana. Esta es para él la Jerusalén celestial en sus hijos».
Aunque la prioridad ontológica de la única Iglesia no se puede negar seriamente, no cabe duda de
que la cuestión relativa a la prioridad temporal es más difícil. La carta de la Congregación para la
doctrina de la fe remite aquí a la imagen lucana del nacimiento de la Iglesia en Pentecostés por
obra del Espíritu Santo. Ahora no quiero discutir la cuestión de la historicidad de este relato. Lo
Eclesiología ____________________________________________________________________ 116
que cuenta es la afirmación teológica, que interesa a san Lucas. La Congregación para la doctrina
de la fe llama la atención sobre el hecho de que la Iglesia tiene su inicio en la comunidad de los
ciento veinte, reunida en torno a María, sobre todo en la renovada comunidad de los Doce, que no
son miembros de una Iglesia local, sino que son los Apóstoles, los que llevarán el Evangelio hasta
los confines de la tierra.
Para esclarecer aún más la cuestión, se puede añadir que ellos, en su número de doce, son al mismo
tiempo el antiguo y el nuevo Israel, el único Israel de Dios, que ahora -como desde el inicio se
hallaba contenido fundamentalmente en el concepto de pueblo de Dios- se extiende a todas las
naciones y funda en todos los pueblos el único pueblo de Dios. Esta referencia se ve reforzada por
otros dos elementos: la Iglesia en este momento de su nacimiento habla ya en todas las lenguas.
Los Padres de la Iglesia, con razón, interpretaron este relato del milagro de las lenguas como una
anticipación de la «Catholica» -la Iglesia desde el primer instante está orientada «kat'holon» abarca
todo el universo.
A eso corresponde el hecho de que san Lucas describe al grupo de los oyentes como peregrinos
procedentes de toda la tierra, sobre la base de una tabla de doce pueblos; así quería mostrar que el
auditorio simbolizaba la totalidad de los pueblos. San Lucas enriqueció esa tabla helenística de los
pueblos con un decimotercer nombre: los romanos; de esta forma, sin duda, quería subrayar aún
más la idea del Orbis. No expresa exactamente el sentido del texto de la Congregación para la
doctrina de la fe Walter Kasper cuando, al respecto, dice que la comunidad originaria de Jerusalén
fue de hecho iglesia universal e Iglesia particular al mismo tiempo; prosigue: «Ciertamente, esto
constituye una elaboración lucana, pues, desde el punto de vista histórico, probablemente ya desde
el inicio existían más comunidades: además de la comunidad de Jerusalén, probablemente existía
también la comunidad de Galilea».
En los peregrinos presentes, que provienen de todos los pueblos, esa Iglesia abraza inmediatamente
también a todos los pueblos del mundo. Tal vez no es necesario atribuir demasiado valor a la
cuestión de la precedencia temporal de la Iglesia universal, que san Lucas en su relato propone
claramente. Pero sigue siendo importante que la Iglesia, en los Doce, es engendrada por el único
Espíritu, desde el primer instante, para todos los pueblos y, por consiguiente, también desde el
primer momento está orientada a expresarse en todas las culturas y precisamente así destinada a ser
el único pueblo de Dios: no una comunidad local que crece lentamente, sino la levadura, siempre
orientada al conjunto; por tanto, encierra en sí una universalidad desde el primer instante.
La resistencia contra las afirmaciones de la precedencia de la Iglesia universal con respecto a las
Iglesias particulares es teológicamente difícil de comprender o, incluso, incomprensible. Sólo
Eclesiología ____________________________________________________________________ 117
resulta comprensible a partir de una sospecha, que sintéticamente se ha formulado así: «Totalmente
problemática resulta la fórmula, si la única Iglesia universal se identifica tácitamente con la Iglesia
romana, de facto con el Papa y la Curia. Si esto sucede, entonces la carta de la Congregación para
la doctrina de la fe no se puede entender como una contribución al esclarecimiento de la
eclesiología de comunión; se debe comprender como su abandono y como el intento de una
restauración del centralismo romano».
En ese texto la identificación de la Iglesia universal con el Papa y la Curia se introduce primero
como hipótesis, como peligro, pero luego parece atribuirse de hecho a la carta de la Congregación
para la doctrina de la fe, a la que así se presenta como restauración teológica y, por tanto, como
alejamiento del concilio Vaticano II.
Este salto de interpretación sorprende, pero constituye sin duda una sospecha muy difundida. Es
una expresión concreta de una acusación que se escucha en muchas partes, y que manifiesta
también una creciente incapacidad de representarse algo concreto bajo la Iglesia universal, bajo la
Iglesia una, santa y católica. Como único elemento configurante quedan el Papa y la Curia, y si se
les da una clasificación demasiado alta desde el punto de vista teológico. es comprensible que se
vean como una amenaza.
Así, después de lo que sólo aparentemente ha sido un excursus, nos encontramos concretamente
frente a la cuestión de la interpretación del Concilio. La pregunta que nos planteamos ahora es la
siguiente: ¿Qué idea de Iglesia universal tiene propiamente el Concilio? No se puede decir, con
verdad, que la carta de la Congregación para la doctrina de la fe «identifica tácitamente la Iglesia
universal con la Iglesia romana, de facto con el Papa y la Curia». Esta tentación surge cuando
anteriormente se identifica la Iglesia local de Jerusalén con la Iglesia universal, es decir, cuando se
reduce el concepto de Iglesia a las comunidades que aparecen empíricamente y se pierde de vista
su profundidad teológica.
Conviene volver, con estos interrogantes, al texto mismo del Concilio. Inmediatamente la primera
frase de la constitución sobre la Iglesia aclara que el Concilio no considera a la Iglesia como una
realidad cerrada en sí misma, sino que la ve a partir de Cristo: «Cristo es la luz de los pueblos. Por
eso este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos
los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia» (Lumen gentium,
1). En el fondo se aprecia ahí la imagen presente en la teología de los santos Padres, que ve en la
Iglesia la luna, la cual no tiene de por sí luz propia, sino que refleja la luz del sol, Cristo. Así la
eclesiología aparece como dependiente de la cristología, vinculada a ella. Pero, dado que nadie
puede hablar correctamente de Cristo, del Hijo, sin hablar al mismo tiempo del Padre; y dado que
no se puede hablar correctamente del Padre y del Hijo sin ponerse a la escucha del Espíritu Santo,
la visión cristológica de la Iglesia se ensancha necesariamente hasta convertirse en una eclesiología
trinitaria (cf. ib., 2-4).
El discurso sobre la Iglesia es un discurso sobre Dios, y sólo así es correcto. En esta apertura
trinitaria, que ofrece la clave para una correcta lectura de todo el texto, aprendemos, a partir de las
realizaciones históricas concretas, y en todas ellas, lo que es la Iglesia una, santa, lo que significa
«Iglesia universal». Esto se esclarece aún más cuando sucesivamente se muestra el dinamismo
interior de la Iglesia hacia el reino de Dios. La Iglesia, precisamente porque se ha de comprender
teológicamente, se trasciende a sí misma: es la reunión para el reino de Dios, la irrupción en él.
Luego se presentan brevemente las diversas imágenes de la Iglesia, todas las cuales representan a
la única Iglesia: esposa, casa, de Dios, familia de Dios, templo de Dios, la ciudad santa, nuestra
madre, la Jerusalén celestial, la grey de Dios, etc. Al final, eso se concreta ulteriormente.
Recibimos una respuesta muy práctica a la pregunta: ¿qué es esta única Iglesia universal, la cual
Eclesiología ____________________________________________________________________ 118
precede ontológica y temporalmente a las Iglesias locales? ¿Dónde está? ¿Dónde podemos verla
actuar?
Los sacramentos
El bautismo
Siempre se trata de la única Iglesia, la única y la misma. Quien es bautizado en Berlín, está en su
casa en la Iglesia en Roma o en Nueva York o en Kinshasa o en Bangalore o en cualquier otro
lugar, del mismo modo que en la Iglesia donde fue bautizado. No debe registrarse de nuevo, pues
la Iglesia es única. El bautismo viene de ella y da a luz en ella. Quien habla del bautismo, de por sí
habla también de la palabra de Dios, que para la Iglesia entera es sólo una, y continuamente la
precede en todos los lugares, la convoca y la edifica. Esta palabra está por encima de la Iglesia y, a
pesar de ello, está en ella, ha sido encomendada a ella como sujeto vivo. Para estar presente de
modo eficaz en la historia, la palabra de Dios necesita este sujeto, pero este sujeto, a su vez, no
subsiste sin la fuerza vivificante de la palabra, que ante todo la hace sujeto.
Cuando hablamos de la palabra de Dios, nos referimos también al Credo, que está en el centro del
evento bautismal; es la modalidad con la que la Iglesia acoge la palabra y la hace propia, siendo de
algún modo palabra y, al mismo tiempo, respuesta. También aquí está presente la Iglesia universal,
la única Iglesia, de modo muy concreto y perceptible.
La Eucaristía
El texto conciliar pasa del bautismo a la Eucaristía, en la que Cristo da su cuerpo y nos convierte
así en su cuerpo. Este cuerpo es único; así, nuevamente la Eucaristía, para toda Iglesia local, es el
lugar de la inserción en el único Cristo, el llegar a ser uno con todos los que participan en la
comunión universal, que une el cielo y la tierra, a los vivos y a los muertos, el pasado, el presente y
el futuro, y abre a la eternidad.
La Eucaristía no nace de la Iglesia local y no termina en ella. Manifiesta continuamente que Cristo
entra en nosotros desde fuera a través de nuestras puertas cerradas. Viene continuamente a nosotros
desde fuera, desde el único y total cuerpo de Cristo, y nos introduce en él. Este «extra nos» del
Eclesiología ____________________________________________________________________ 119
sacramento se revela también en el ministerio del obispo y del presbítero: la Eucaristía necesita del
sacramento del servicio sacerdotal precisamente porque la comunidad no puede darse a si misma la
Eucaristía; debe recibirla del Señor a través de la mediación de la única Iglesia.
El Colegio episcopal
La sucesión apostólica, que constituye el ministerio sacerdotal, implica tanto el aspecto sincrónico
como el diacrónico del concepto de Iglesia: pertenecer al conjunto de la historia de la fe desde los
Apóstoles y estar en comunión con todos los que se dejan reunir por el Señor en su cuerpo. La
constitución Lumen gentium sobre la Iglesia trató de forma destacada del ministerio episcopal en el
tercer capítulo y aclaró su significado a partir del concepto fundamental del colegio. Este concepto,
que sólo aparece de forma marginal en la tradición, sirve para ilustrar la unidad interior del
ministerio episcopal. No se es obispo como individuo, sino a través de la pertenencia a un cuerpo, a
un colegio, el cual a su vez representa la continuidad histórica del colegio de los Apóstoles. En este
sentido, el ministerio episcopal deriva de la única Iglesia e introduce en ella. Precisamente aquí se
puede comprobar que no existe teológicamente ninguna contraposición entre Iglesia local e Iglesia
universal. El obispo representa en la Iglesia local a la única Iglesia, y edifica la única Iglesia
mientras edifica la Iglesia local y aprovecha sus dones particulares para la utilidad de todo el
cuerpo.
El ministerio del Sucesor de Pedro es un caso particular del ministerio episcopal y está vinculado
de modo especial a la responsabilidad de la unidad de la Iglesia entera. Pero este ministerio de
Pedro y su responsabilidad ni siquiera podrían existir si no existiera ante todo la Iglesia universal.
En efecto, se movería en el vacío y constituiría una pretensión absurda. Sin duda hubo que ir
redescubriendo continuamente, incluso con grandes esfuerzos y sufrimientos, la correlación
correcta de episcopado y primado. Pero esta búsqueda sólo se plantea de modo correcto cuando se
considera a partir del primado de la misión específica de la Iglesia, y orientada y subordinada a él
en todo tiempo; es decir, la tarea de llevar a Dios a los hombres, y a los hombres a Dios. El
objetivo de la Iglesia es el Evangelio, y en ella todo debe girar en torno a él.
El relativismo eclesiológico
En este momento quisiera interrumpir el análisis del concepto de comunión y tomar posición, al
menos brevemente, con respecto al aspecto más discutido de la Lumen gentium: el significado de la
ya mencionada frase, en el número 8 de dicha constitución, según la cual la única Iglesia de Cristo,
que en el Símbolo profesamos única, santa, católica y apostólica, «subsiste» en la Iglesia católica,
gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. La Congregación para la
doctrina de la fe, en 1985, se vio obligada a tomar posición con respecto a ese texto, muy discutido,
con ocasión de un libro de Leonardo Boff, en el que el autor sostenía la tesis de que la única Iglesia
de Cristo, al igual que subsiste en la Iglesia católica romana, de la misma forma subsiste también
en otras Iglesias cristianas. Es superfluo decir que el pronunciamiento de la Congregación para la
doctrina de la fe fue objeto de fuertes críticas y luego relegado al olvido.
La clarificación de 1985 presentó con amplitud el contexto de la tesis de Boff, a la que hemos
aludido. No es necesario profundizar más esos detalles, porque lo que nos interesa es algo más
fundamental. La tesis, cuyo representante entonces era Boff, se podría caracterizar como
relativismo eclesiológico. Encuentra su justificación en la teoría según la cual el «Jesús histórico»
de por sí no habría pensado en una Iglesia y, por tanto, mucho menos la habría fundado. La Iglesia,
como realidad histórica, sólo habría surgido después de la Resurrección, en el proceso de pérdida
de tensión escatológica, a causa de las inevitables necesidades sociológicas de la
institucionalización, y al inicio ni siquiera habría existido una Iglesia universal «católica», sino
sólo diversas Iglesias locales, con diversas teologías, diversos ministerios, etc.
Por tanto, ninguna Iglesia institucional podría afirmar que es la única Iglesia de Jesucristo, querida
por Dios mismo; todas las formas institucionales habrían surgido de necesidades sociológicas, y en
consecuencia, como tales, todas serían construcciones que se pueden o, incluso, se deben cambiar
radicalmente según las nuevas circunstancias. En su calificación teológica se diferenciarían de
modo muy secundario. Así pues, se podría decir que en todas, o por lo menos en muchas,
subsistiría la «única Iglesia de Cristo».
A propósito de esa hipótesis, surge naturalmente la pregunta: ¿con qué derecho, en esa visión, se
puede hablar simplemente de una única Iglesia de Cristo?
La tradición católica, por el contrario, ha elegido otro punto de partida: confía en los evangelistas,
cree en ellos. Entonces resulta evidente que Jesús, el cual anunció el reino de Dios, para su
realización reunió en torno a sí algunos discípulos; no sólo les dio su palabra como nueva
interpretación del Antiguo Testamento, sino también, en el sacramento de la última Cena, les hizo
el don de un nuevo centro unificante, por medio del cual todos los que se profesan cristianos, de un
modo totalmente nuevo, llegan a ser uno con él, hasta el punto de que san Pablo pudo designar esa
comunión como formar un solo cuerpo con Cristo, como la unidad de un solo cuerpo en el Espíritu.
Entonces resulta evidente que la promesa del Espíritu Santo no era un anuncio vago, sino que
indicaba la realidad de Pentecostés; es decir, la Iglesia no fue pensada y hecha por hombres, sino
que fue creada por medio del Espíritu; es y sigue siendo criatura del Espíritu Santo.
Entonces, la institución y el Espíritu están en la Iglesia en una relación muy diversa de la que las
mencionadas corrientes de pensamiento quisieran sugerirnos. Entonces la institución no es
simplemente una estructura, que se puede cambiar o derribar a placer, que no tendría nada que ver
con la realidad de la fe como tal. En consecuencia, esta forma de corporeidad pertenece a la Iglesia
misma. La Iglesia de Cristo no está oculta de modo inaferrable detrás de las múltiples
configuraciones humanas, sino que existe realmente, como Iglesia verdadera, que se manifiesta en
la profesión de fe, en los sacramentos y en la sucesión apostólica.
Por consiguiente, el Vaticano II, con la fórmula del «subsistit», de acuerdo con la tradición
católica, quería decir exactamente lo contrario de lo que dice el «relativismo eclesiológico»: la
Iglesia de Jesucristo existe realmente. Él mismo la quiso, y el Espíritu Santo la crea continuamente
desde Pentecostés, a pesar de todos los límites humanos, y la sostiene en su identidad esencial. La
institución no es una exterioridad inevitable, pero teológicamente irrelevante o incluso perjudicial,
sino que, en su núcleo esencial, pertenece a la realidad concreta de la Encarnación. El Señor
mantiene su palabra: «Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella».
Eclesiología ____________________________________________________________________ 121
El sentido del término «subsistit»
Al llegar a este punto, resulta necesario analizar un poco más a fondo el sentido de la palabra
«subsistit». Con esta expresión el Concilio se aparta de la fórmula de Pío XII que, en su encíclica
Mystici corporis Christi, había dicho: la Iglesia católica «es» («est») el único cuerpo de Cristo. En
la diferencia entre «subsistit» y «est» subyace todo el problema ecuménico. La palabra «subsistit,
deriva de la filosofía antigua, desarrollada ulteriormente en la escolástica. A ella corresponde la
palabra griega «hypóstasis», que en la cristología desempeña un papel fundamental para describir
la unión de las naturalezas divina y humana en la persona de Cristo. «Subsistere» es un caso
especial de «esse». Es el ser en la forma de un sujeto «a se stante». Aquí se trata precisamente de
esto. El Concilio quiere decir que la Iglesia de Jesucristo, como sujeto concreto en este mundo,
puede encontrarse en la Iglesia católica. Eso sólo puede suceder una vez, y la concepción según la
cual el «subsistit» se debería multiplicar no corresponde a lo que pretendía decir. Con la palabra
«subsistit» el Concilio quería expresar la singularidad y la no multiplicabilidad de la Iglesia
católica: existe la Iglesia como sujeto en la realidad histórica.
Sin embargo, la diferencia entre «subsistit» y «est», encierra el drama de la división eclesial.
Aunque la Iglesia sólo sea una y subsista en un único sujeto, también fuera de este sujeto existen
realidades eclesiales, verdaderas Iglesias locales y diversas comunidades eclesiales. Dado que el
pecado es una contradicción, en definitiva esta diferencia entre «subsistit» y «est» no puede
resolverse plenamente desde el punto de vista lógico. En la paradoja de la diferencia entre
singularidad y realidad concreta de la Iglesia, por una parte, y existencia de una realidad eclesial
fuera del único sujeto, por otra, se refleja lo contradictorio que es el pecado humano, lo
contradictoria que es la división. Esa división es algo totalmente diferente de la dialéctica
relativista, antes descrita, en la que la división de los cristianos pierde su aspecto doloroso y en
realidad no es una fractura, sino sólo el manifestarse de las múltiples variaciones de un único tema,
en el que todas las variaciones, de alguna manera, tienen razón y de algún modo no la tienen. En
realidad no existe una necesidad intrínseca para la búsqueda de la unidad, porque de todos modos,
en verdad, la única Iglesia está en todas partes y a la vez en ninguna. Por tanto, en realidad, el
cristianismo sólo existiría en la correlación dialéctica de variaciones opuestas. El ecumenismo
consistiría en que todos, de algún modo, se reconocen recíprocamente, porque todos serían sólo
fragmentos de la realidad cristiana. El ecumenismo sería, por consiguiente, resignarse a una
dialéctica relativista, dado que el Jesús histórico pertenece al pasado y, de cualquier modo, la
verdad sigue estando escondida.
La visión del Concilio es muy diversa: el hecho de que en la Iglesia católica esté presente el
«subsistit» del único sujeto Iglesia no es mérito de los católicos, sino sólo obra de Dios, que él hace
perdurar a pesar del continuo demérito de los sujetos humanos. Estos no pueden gloriarse de ello,
sino sólo admirar la fidelidad de Dios, avergonzándose de sus pecados y al mismo tiempo llenos de
gratitud. Pero el efecto de sus pecados se puede ver: todo el mundo contempla el espectáculo de las
comunidades cristianas divididas y enfrentadas, que reivindican recíprocamente sus pretensiones
de verdad y así aparentemente hacen inútil la oración que Cristo elevó en la víspera de su pasión.
Mientras la división, como realidad histórica, es perceptible a todos, la subsistencia de la única
Iglesia en la figura concreta de la Iglesia católica sólo se puede percibir como tal por la fe.
El concilio Vaticano II advirtió esta paradoja y, precisamente por eso, declaró que el ecumenismo
es un deber, como búsqueda de la verdadera unidad, y la encomendó a la Iglesia del futuro.
La eclesiología y la mariología
Eclesiología ____________________________________________________________________ 122
Llego a la conclusión. Quien quiere comprender la orientación de la eclesiología conciliar, no
puede olvidar los capítulos 4-7 de la constitución Lumen gentium, en los que se habla de los laicos,
de la vocación universal a la santidad, de los religiosos y de la orientación escatológica de la
Iglesia. En esos capítulos se vuelve a destacar una vez más el objetivo intrínseco de la Iglesia, lo
que es más esencial a su existencia: se trata de la santidad, de cumplir la voluntad de Dios, de que
en el mundo exista espacio para Dios, de que pueda Dios habitar en él y así el mundo se convierta
en su «reino». La santidad es algo más que una cualidad moral. Es el habitar de Dios con los
hombres, de los hombres con Dios, la «tienda» de Dios entre nosotros y en medio de nosotros (cf.
Jn 1, 14). Se trata del nuevo nacimiento, no de carne ni de sangre, sino de Dios (cf. Jn 1, 13). La
orientación a la santidad es lo mismo que la orientación escatológica, y de hecho ahora esa
orientación a la santidad, a partir del mensaje de Jesús, es fundamental para la Iglesia. La Iglesia
existe para convertirse en morada de Dios en el mundo, siendo así «santa»: por ser más santos se
debería competir en la Iglesia, y no sobre mayores o menores derechos de precedencia, ni sobre
quién debe ocupar los primeros lugares. Y todo esto, una vez más, se halla recogido y sintetizado
en el último capítulo de la constitución sobre la Iglesia, que trata de la Madre del Señor.
En el curso del desarrollo sucesivo se revela muy lentamente que la Iglesia es anticipada en María,
es personificada en María y que, viceversa, María no es un individuo aislado, cerrado en sí mismo,
sino que entraña todo el misterio de la Iglesia. La persona no está cerrada de forma individualista y
la comunidad no se comprende de forma colectivista, de modo impersonal; ambas se superponen
recíprocamente de forma inseparable. Esto vale ya para la mujer del Apocalipsis, tal como aparece
en el capítulo 12: no es correcto limitar esta figura exclusivamente, de modo individualista, a
María, porque en ella se contempla al mismo tiempo a todo el pueblo de Dios, el antiguo y el
nuevo Israel, que sufre y en el sufrimiento es fecundo; pero tampoco es correcto excluir de esta
imagen a María, la madre del Redentor. Así, en la superposición entre persona y comunidad, como
la encontramos en este texto, ya está anticipada la relación íntima entre María y la Iglesia, que
luego se desarrolló lentamente en la teología de los Padres y, al final, la recogió el Concilio. El
hecho de que más tarde ambas se hayan separado, de que María haya sido considerada como un
individuo lleno de privilegios y por eso infinitamente lejano a nosotros, y de que la Iglesia, a su
vez, haya sido vista de modo impersonal y puramente institucional, ha dañado en igual medida
tanto a la mariología como a la eclesiología.
Aquí han influido las divisiones, que ha realizado de modo particular el pensamiento occidental y
que, por lo demás, tienen sus buenos motivos. Pero si queremos comprender correctamente a la
Iglesia y a María, debemos saber volver a la situación anterior a esas divisiones, para entender la
naturaleza superindividual de la persona y superinstitucional de la comunidad, precisamente donde
la persona y la comunidad se remiten a su origen a partir de la fuerza del Señor, del nuevo Adán.
La visión mariana de la Iglesia y la visión eclesial, histórico-salvífica, de María nos llevan en
definitiva a Cristo y al al Dios trino, porque aquí se manifiesta lo que significa la santidad, lo que
es la morada de Dios en el hombre y en el mundo, lo que debemos entender por tensión
Eclesiología ____________________________________________________________________ 123
«escatológica» de la Iglesia. Sólo así el capítulo de María se presenta como culmen de la
eclesiología conciliar y nos remite a su punto de partida cristológico y trinitario.
Para ofrecer una muestra de la teología de los santos Padres, quisiera proponer, como conclusión,
un texto de san Ambrosio, elegido por Hugo Rahner:. «Así pues, estad firmes en el terreno de
vuestro corazón. El Apóstol nos explica lo que significa estar; Moisés lo escribió: "el lugar en el
que estás es tierra santa". Nadie está, si no es quien está firme en la fe... y también está escrito:
"Pero tú está firme conmigo". Tú estarás firme conmigo si estás en la Iglesia. La Iglesia es la tierra
santa sobre la que debemos estar .... Por tanto, está firme, está en la Iglesia. Está firme donde
quiero aparecerme a ti, allí estaré junto a ti. Donde está la Iglesia, allí es el lugar firme de tu
corazón. Sobre la Iglesia se apoyan los cimientos de tu alma. En efecto, en la Iglesia yo me he
aparecido a ti, como lo hice en otro tiempo en la zarza ardiente. La zarza eres tú, yo soy el fuego.
Fuego en la zarza yo soy en tu carne. Fuego yo soy, para iluminarte; para quemar las espinas de tus
pecados, para darte el favor de mi gracia».
Eclesiología ____________________________________________________________________ 124
ESPIRITUALIDAD ECLESIAL
SUMARIO: I. La experiencia de la Iglesia en la historia: 1. La espiritualidad eclesial en la Iglesia
antigua: a) Liturgia y sacramentos, b) La experiencia del martirio, c) La necesidad pastoral, d)
Predicación apostólica y sentido eclesial, e) El diálogo con la cultura, J) El caso de san Agustín;
2. Eclipse de la espiritualidad eclesial en el feudalismo: a) El régimen de cristiandad, b) La
reforma gregoriana; 3. Movimientos de reforma heréticos y cismáticos: a) La Iglesia entre
evangelio de Cristo y reino del Espíritu. b) La instancia de lo cualitativo, c) Reino y revolución;
4. Movimientos de reforma ortodoxos: a) La humanidad de Cristo y la santificación de la Iglesia,
b) Reforma católica y caridad pastoral, e) Entre obediencia y libertad, d) Piedad popular y
representación vicaria; 5. Renacimiento y despliegue de la espiritualidad eclesial: a) La Iglesia,
tema explícito de espiritualidad, b) Renacimiento eclesiológico y misterio de la Iglesia, c) El
despertar de la Iglesia en las almas, d) Espiritualidad laica en época de democracia - II. Los
caminos de la espiritualidad eclesial abiertos por el Vat. II: 1. La Iglesia, lugar de experiencia de
la comunión con Dios: a) La Iglesia y el Padre, b) La Iglesia y Cristo, c) La Iglesia y el Espíritu;
2. La Iglesia, lugar de experiencia de la comunión fraterna: a) El nuevo pueblo de Dios, b) Por
ministerios y sacramentos, c) Elite, masa o pueblo, d) Diáspora, unidad y pluralismo, e) Iglesia
de pueblo e Iglesia institucional,,f) Colegialidad y comunión, g) Orden y jurisdicción, h) De la
diócesis a la iglesia local. i) Autoridad y libertad; 3. La Iglesia. sacramento de salvación para
toda la humanidad: a) La Iglesia, inserta en la historia de la salvación, b) La Iglesia,
esencialmente en relación al mundo, c) La Iglesia, esencialmente misionera, d) Catolicidad y
universalidad pastoral, e) Ecumenismo y sentido de la verdad, ,f) Libertad de la Iglesia y libertad
de conciencia, g) Iglesia, reino y comunión de los santos; 4. Maria y la espiritualidad eclesial.
a) Liturgia y sacramentos. En la Didajé (fin del s. 1 d.C.) tenemos el testimonio más antiguo de
la Iglesia apostólica sobre la liturgia vivida por las comunidades judeo-cristianas de ambiente
siríaco. En las oraciones eucarísticas se dice: "Como este pan partido estaba esparcido por las
colinas y, reunido, se ha convertido en una sola cosa, así se reúna tu Iglesia de los confines de la
tierra en tu reino; porque tuya es la honra y el poder por Jesucristo en los siglos" (n. 9). Y
también: "Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y para perfeccionarla en tu
caridad, y recógela en tu reino, que le tienes preparado" (n. 10). Sorprende la claridad de algunas
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verdades vividas. La Iglesia es objeto de oración porque, aun siendo ya un fruto de la redención
de Cristo y si bien a ella le pertenecen la gloria y el poder, no obstante debe ejercerse activamente
aún sobre ella el señorío de Cristo glorioso para librarla del mal, perfeccionar su amor, reunirla
en el espacio y en el tiempo y conducirla al reino preparado. Este señorío se descubre
experimentando la salvación, es decir, siendo y sintiéndose asamblea de individuos salvados, y
esta experiencia lo es a la vez de un camino de conversión y de santificación que recorrer para
llegar al reino ya preexistente y preparado. Elementos de esta doble experiencia son la liberación
del pecado y la santificación, la unidad de la dispersión en el espacio y en el tiempo y el
perfeccionamiento del amor al Señor. No importa que esto se viva dentro del dualismo del
judaísmo tardío, que se expresa en la invocación: "Venga tu gracia y pase este mundo" (n. 10), o
en la concepción apocalíptica, que hace del reino invisible y final algo preexistente e
hipostáticamente subsistente. Lo que cuenta es que la comunidad es consciente de vivir en su
interior la tensión entre iglesia y reino, entre santidad y conversión, entre unidad y diáspora, entre
iglesia y mundo. De ahí la importancia del nexo iglesia-eucaristía. En la asamblea litúrgica, la
comunidad, que se reúne para consumir juntos la cena del Señor, para darle gracias e invocar su
vuelta, realiza una experiencia concreta de unidad, de salvación, de liberación del pecado, de
perfección del amor; experimenta en sí el señorío de Cristo resucitado, que atrae y se da. La
eucaristía hace a la Iglesia en su mismo acontecer. Como el grano esparcido por las colinas se
convierte en el pan partido, así la comunidad dispersa por el mundo se convierte en asamblea de
santos, en pueblo de Dios en camino hacia el reino.
b) La experiencia del martirio. En Ignacio de Antioquía (t 110 ca.) la experiencia del martirio
tiene un profundo sentido teológico y eclesial. Sorprende la voluntariedad de su martirio. Exhorta
a los romanos a no dar ningún paso en su favor: "Os suplico que no me mostréis un cariño mal
entendido. Dejadme ser pasto de las fieras, por las cuales se alcanza a mi Dios. Trigo soy del
Señor, y en los dientes de las fieras debo ser molido para convertirme en pan purísimo de Cristo"
(Ad Rom., 4). Aquí no aparece tanto el martirio, según ocurrirá luego, como consecuencia de
negarse a sacrificar al emperador. En ese caso la motivación sería un testimonio contra la
legitimación religiosa del poder, contra el cesarismo de la política. En las cartas que Ignacio
escribe a lo largo del viaje está ausente toda preocupación por la incidencia social y política del
cristianismo o por su incompatibilidad con ideologías terrenas. El motivo es exquisitamente
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teológico; sectas de herejes judaizantes, de tendencias docetistas y gnósticas, niegan la
humanidad de Cristo y su pasión por considerar que Dios no puede padecer. Cultivan una
interpretación peculiar de las Sagradas Escrituras, no participan con toda la Iglesia en la asamblea
eucarística y por eso están separados del obispo y siembran la división entre los presbíteros.
Hablan mucho y enseñan, pero hacen poco. Sólo queda realizar un gesto y motivarlo: el martirio.
Es un hecho, no una palabra vana. Y un hecho que se hace palabra (cf Ad Ram., 2; 4d Efes., 15).
Su significado no es una conformación genérica con la pasión de Cristo para así salvarse. Es
demostrar la seriedad y lo concreto de la pasión de Cristo, que se pretende negar: "Si él (Dios)
padeció sólo en apariencia... ¿a qué viene el estar yo encadenado? ¿Para qué estoy pidiendo ser
echado a las fieras? Inútilmente voy a inmolarme. Si es así, estoy mintiendo contra el Señor" (Ad
Trall., 10; cf Ad Smyrn., 4). Debe ser un gesto voluntario, porque sólo él, al conformar con
Cristo, explica el propósito: que él fue obediente al Padre y estuvo unido a él. Padeció en la carne
para concordar con El en su espíritu, en el amor (cf Ad Magn., 7). Es la intuición infalible, el
sentido vivo de una doctrina cristológica y trinitaria, aquí apenas esbozada, que desarrollará
luego la iglesia antigua. Si Cristo no padeció verdaderamente en unión con el Padre, entonces
tampoco la eucaristía es una verdadera pasión y resurrección de Cristo, que engendra la unidad
de la Iglesia (cf Ad Rom., 7). Pero, entonces, la Iglesia no es una comunidad de individuos
salvados y de personas unidas en el amor del Padre y de Cristo. Al obispo no le queda otra cosa
que hacerse, con su cuerpo, trigo de Dios en favor de la unidad de su Iglesia. "Expiación vuestra
soy yo, y me ofrezco, ¡oh efesios!, en sacrificio por vuestra Iglesia, la que por los siglos es
celebradísima" (Ad Efes., 8; cf Ad Magn., 14). "Yo ofrezco mi vida por los que están sometidos al
obispo, a los presbíteros, a los diáconos" (Ad Polyc., 6). Sólo el martirio del obispo, "que está
sujeto al episcopado de Dios Padre y del Señor Jesucristo", demostrando así con los hechos el
carácter concreto de la pasión de Cristo llevada a cumplimiento por los cristianos (cf Ad Magn.,
5), puede hacer tangiblemente presente en la Iglesia la unidad de amor entre el Padre y Cristo, y
exigir, por tanto, que los fieles estén unidos en la obediencia al obispo y en la celebración de la
única eucaristía (AdMagn., 5; Ad Fil., 4; Ad Smyrn., 8; etc.) [>Mártir 1].
Durante la persecución de Decio, muchos cristianos cedieron a las presiones y ofrecieron los
sacrificios prescritos (sacr icati), o al menos obtuvieron un certificado falso sobre el
cumplimiento del decreto imperial (libellatici). Muchos de estos "lapsi" pidieron, sin embargo,
ser readmitidos en la Iglesia. Las posturas dentro de ésta fueron varias, algunas blandas y otras
duras. En un primer tiempo, Cipriano se alineó con los intransigentes, aunque admitiendo la
posibilidad de una reconciliación. Luego, con ocasión de una devastadora epidemia, estimó que a
los "lapsi" se les debía readmitir a la eucaristía si estaban enfermos. Finalmente, acabada la
persecución, mientras se perfilaba en el horizonte otra, decretó que todos los "lapsi" inscritos ya
en el orden de los penitentes pudieran reconciliarse inmediatamente.
No se trata de mero ablandamiento de la práctica pastoral, ni menos aún de una cesión en los
principios doctrinales. Se trata, más bien, de una respuesta a las necesidades pastorales unida a
una profundización de la conciencia eclesial y de la misma comprensión teológica. Como lo han
puesto de relieve M. Flick y Z. Alszeghy, Cipriano mantuvo siempre el cuadro ortodoxo de
pensamiento, cuya norma es la ley del evangelio, conocida mediante la Sagrada Escritura,
interpretada según las directrices del obispo en unión del episcopado regional y con los obispos
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de todo el mundo, y habida cuenta del parecer del pueblo cristiano, aunque las opiniones sean
opuestas. E igualmente mantuvo firmes los criterios de una actuación pastoral correcta, tales
como la exigencia de los tiempos, la salvación de todos y la utilidad de curar las heridas. "¿Cómo
se puede exigir que den su sangre por Cristo aquellos a quienes se ha negado la sangre de
Cristo?" (Ep., 57,2).
Erróneamente pretenden los gnósticos acogerse a una interpretación suya de las Sagradas
Escrituras, erróneamente apelan a una tradición secreta, erróneamente exaltan la experiencia
privada de la verdadera gnosis en círculos iniciados. La verdad cristiana es una experiencia
universal y ecuménica, se funda en una tradición pública y se nutre de las Sagradas Escrituras,
interpretadas auténticamente a la luz de la predicación apostólica y del sentido eclesial de la
universalidad de los fieles. El evangelio, en efecto, no es letra muerta, sino una realidad viva en
el corazón de todos los fieles que se adhieren a la predicación de los apóstoles. Por eso la verdad
se manifiesta como omonoia, como concordia en la fe de toda la Iglesia, dispersa en el espacio y
en el tiempo e íntimamente "unida " en la proclamación de la verdad. El consenso interno a
algunas proposiciones, creídas por todos y desde siempre, se convierte en regla de fe, a cuya luz
se han de interpretar las mismas Sagradas Escrituras. Pero antes aun que proposiciones recogidas
en un credo común "tenemos como regla la verdad misma" (Adv. Haer. 2; PG 41, 1), donde está
claro que la verdad es una realidad viviente en el corazón mismo de los fieles, en la totalidad de
la Iglesia, que precede a su misma formulación y es capaz de tener en sí los instrumentos para
rechazar cualquier intento de falsificación.
e) El diálogo con la cultura. La reflexión teológica en diálogo con la cultura, si bien arriesgada
en la medida en que puede alejarse de la viva experiencia de la fe del pueblo de los fieles, es
también un factor imprescindible de formación y desarrollo de la vivencia eclesial. Desde que
paganos cultos, como Celso (s. u), dirigieron graves ataques al cristianismo basándose en
argumentos filosóficos, ha resultado ineludible el diálogo del evangelio con la cultura. Dos
momentos significativos de este diálogo están representados por Orígenes y por el Pseudo-
Areopagita.
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H. de Lubac ha puesto de manifiesto cómo Orígenes (185-254), al asumir la representación del
mundo y las aspiraciones más auténticas de la cultura helenística, repensándolas y corrigiéndolas
para hacerlas capaces de expresar la verdad cristiana, vinculó la ascensión intelectual hacia la
verdadera gnosis con el proceso de interpretación de las Sagradas Escrituras. De forma que
meditar la Biblia y captar en la letra no sólo la enseñanza ética, sino también la sustancia
espiritual, se convierte simultáneamente en una liberación del mundo carnal y psíquico hacia el
mundo de la contemplación espiritual. Interpretar significa aplicar la palabra a uno mismo, a la
propia alma, y captar el sentido profundo de la Sagrada Escritura (que, por lo demás, es Cristo
mismo, Verbo hecho carne) más allá de la letra; significa alcanzar la verdadera gnosis (que es,
sin embargo, rigurosamente conocimiento de fe) hasta poseerla con plenitud el último día,
cuando se manifieste el evangelio eterno.
Se debe observar que, detrás de la interpretación alegórica del Cantar de los Cantares, la literatura
mística posterior tradujo siempre el diálogo Cristo-Iglesia, entendidos como esposo y esposa,
como diálogo entre Dios y el alma. Pero a menudo, como en san Juan de la Cruz, el sentido
eclesial queda en el fondo y el alma individual ocupa toda la escena.
f) El caso de san Agustín. Los factores de formación de la conciencia eclesial que hemos
ilustrado se pueden encontrar en el singular itinerario de conversión de Agustín (354-430).
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Es sabido que Agustín pasó de la filosofía materialista y de la práctica de una vida moralmente
irregular al maniqueísmo, para arribar a la filosofía neoplatónica, penetrada cada vez más del
mensaje cristiano. J. Maréchal ha señalado la importancia de la experiencia eclesial en el punto
decisivo de su itinerario espiritual, precisamente donde su misticismo neoplatónico asume ya sin
ambigüedades los rasgos de la fisonomía cristiana. La exigencia moral de liberarse de la
sensualidad le había conducido al maniqueísmo y al desprecio de la carne. La exigencia de vivir
abiertamente la espiritualidad le había llevado al neoplatonismo y a la búsqueda de la unión con
Dios. La predicación de san Ambrosio y las oraciones de su cristiana madre le habían conducido
al bautismo. Como observa L. Bouyer, todo esto sigue aún demasiado envuelto en el
neoplatonismo y en la escisión entre corporeidad y espiritualidad, hasta que la liturgia le hace
descubrir lo concreto de la Iglesia y con ello la lógica de la encarnación: "¿Qué necesidad tenéis
de buscar a aquel (Dios) que habla, cuando está en vuestro poder ser aquel que buscáis? Sin
embargo, no es un hombre solo; es un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo, la Iglesia". Para ver a
Dios no es suficiente dejar a un lado lo corpóreo, que para el neoplatónico limita al alma. Hay
que acoger al Dios que viene en Jesucristo y que se hace en la tierra tabernáculo sensible en su
Iglesia. Experimentar la Iglesia es preguntar sensiblemente la visión final de Dios.
La reflexión teológica y el debate pastoral le permiten luego a Agustín ampliar esta experiencia.
La sustancia de la Iglesia es la caridad. No se trata sólo del tema neoplatónico según el cual el
bien es "diffusivum sui", o de que el bien no puede ser poseído sino por todos juntos. Se trata
más bien de entender que la caridad es participación de la caridad misma de Dios, y por ello la
comunión en la caridad que se vive en la Iglesia es reflejo y comunicación de la caridad con que,
desde la eternidad. se aman las personas de la Trinidad. Si en el De Trinitate llega a esta altura
especulativa, ello no es solamente fruto de la reflexión sobre una experiencia personal y
psicológica, sino que se debió asimismo al desarrollo en él de la caridad pastoral.
Es sabido que Pelagio, monje bretón (354-427), quería proponer a una cristiandad, no
precisamente rigurosa y santa, la vía de un esfuerzo ascético para impedir el pecado y conquistar
la santidad. Para promoverlo insistía en la bondad natural de la naturaleza humana (en orden a las
cosas divinas) yen su capacidad de imitar a Cristo. Agustín restablece el primado y la necesidad
de la gracia para obrar bien, dado el pecado de origen (y la absoluta trascendencia de Dios). Si
bien no carente de tonalidades oscuras y dramáticas, la visión del hombre ofrecida por Agustín
tendía exactamente a no hacer de la santidad divina una conquista de pocos, sino un don para
muchos, incluso para los más sencillos. La respuesta a la gracia que ilumina, previene y salva es,
además, para Agustín no tanto el esfuerzo ascético, también requerido, cuanto sobre todo la
caridad, con la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a todas las cosas en Dios. El camino
del monje no puede sustituir o contradecir la caridad del pastor o el recto esfuerzo mundano del
"laico", del hombre del pueblo. No es un azar que el monaquismo instituido por Agustín sea
"clerical", es decir, ligado a las tareas pastorales. Se puede comprender así su frase: "En la
medida en que se ama a la Iglesia de Cristo se posee el Espíritu Santo" (In Joannem, 32, 8, PL
35, 1846).
Desde este punto de vista, el eclipse de la espiritualidad eclesial se debe al régimen de cristiandad
y a la identificación práctica, cuando no teórica, entre sujeto eclesiástico y sujeto político.
a) El régimen de cristiandad. Las etapas de la formación del régimen de cristiandad (así como las
de su progresiva disolución) son conocidas. Ya en Constantino (+ 337) se pasa del conflicto entre
cristianismo e imperio a la reconciliación y al sostén recíproco, de suerte que la Iglesia se ve
forzada a asumir módulos de vida de la organización civil y legitimaciones teológicas del
sacerdocio, preferentemente del AT. Cuando, luego, el imperio entra en fase de decadencia
interna por la presión de los pueblos bárbaros, Gregorio Magno, papa grande y valeroso (590-
604), asume tareas subsidiarias de dirección también social, civil y política, mientras inicia el
proceso de evangelización de los bárbaros, y con ello de la nueva Europa. Entretanto, el
cristianismo ha pasado progresivamente de las ciudades al campo, superando las resistencias
paganas y acercando el clero al pueblo.
Con Carlomagno (+ 814) se forma el Sacro Imperio Romano, que experimenta, en la depresión
cultural general, un cierto reflorecimiento de la teología, la intervención del emperador en los
asuntos religiosos y un esfuerzo de la organización feudal de la sociedad.
Es sabida la importancia central del monaquismo en todo este proceso. Nacido como fecunda
"fuga del mundo" frente a la disolución civil y moral del imperio, vino a desempeñar un papel no
sólo religioso y espiritual, no sólo de continuidad cultural y de civilización, sino también de
agregación de la nueva estructura económico-social, providencial al faltar un poder central tanto
en la Iglesia como en la sociedad civil.
Nada tiene de extraño que la espiritualidad monástica occidental adoptara un cariz ético-práctico,
centrado en la oración y el trabajo, en el perfeccionamiento moral yen la obediencia y la alabanza
a Dios Padre. El abad no representa a la autoridad eclesiástica, sino más bien a la autoridad
misma de Dios. Esto no quiere decir que el monasterio estuviera aislado o separado en la Iglesia.
Testigo de ello es el papel que representa en la disciplina penitencial; hacerse hermano converso
es un factor privilegiado de penitencia. La liturgia se extiende a las poblaciones aldeanas vecinas.
El abandono social y espiritual en que vive el clero fuerza a los monjes a asumir cada vez más
tareas pastorales.
Análogo razonamiento vale para la sociedad civil. La importancia concedida al trabajo hace del
monasterio un centro, a menudo poderoso, de vida social y económica, cuya estructura modela el
feudalismo. La propiedad de las tierras, los campesinos ligados a la tierra que trabajan, la
división del trabajo manual como distinto del intelectual, que los monjes poco a poco se reservan:
una estructura autosuficiente y jerarquizada, en la que reina una relación personalista por la
ausencia total de un poder público.
Feudalismo no quiere decir sólo régimen de cristiandad y confusión entre sujeto eclesial y sujeto
político. Para la sociedad quiere decir falta de distinción entre lo privado y lo público, dispersión
y anarquía de los centros económicos y sociales, mantenidos unidos a duras penas por el vasallaje
y el control imperial. Para la Iglesia quiere decir falta de una organización unitaria y, por tanto,
carencia de condiciones para una conciencia eclesial común. Significa imposibilidad de sostener
y cualificar la dignidad del clero y la fecundidad de su ministerio pastoral. Significa, sobre todo,
incapacidad de resistir a los abusos de los señores y a las injerencias del poder laico en las cosas
religiosas. Como observa Lagarde, "esta edad enseña también que la Iglesia resiste más
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fácilmente los asaltos masivos de un estado poderoso y unitario que la sorda conquista de una
multitud de poderes minúsculos, cada uno de los cuales actúa en su propio ámbito con el impulso
irresistible de las fuerzas naturales.
Si la figura de iglesia que sale de ahí es exactamente la que hoy, sobre todo con el Vat. II, se
intenta redimensionar mediante la recuperación de verdades teológicas y eclesiales quedadas en
sombra, no hay duda de que la reforma gregoriana inició un proceso de cambio profundo, tanto
en el plano de la sociedad civil como en el interno de la Iglesia.
En el plano temporal echa las bases para la superación del mismo sistema feudal e,
indirectamente, estimula la formación del estado moderno. En efecto, all encaminar a la Iglesia y
su organización jerárquica hacia motivos más rigurosamente pastorales y a una lógica autónoma,
privará de un importante pilar de la vida social a la estructura feudal. Al diferenciar al sujeto
eclesial del político, al promover la autonomía organizativa de la Iglesia y darle un poder central,
estimulará a la autoridad temporal a hacer otro tanto, a buscar un poder central fundado en
principios nacionalistas, a basar la legitimación no ya en un vínculo personal y sacro de fidelidad,
sino en motivos políticos y autónomos (véase Felipe el Hermoso: 1268-1314). Se establecen las
condiciones para el nacimiento del espíritu laico. En el plano eclesial da lugar a una dialéctica
interna entre los tres estados de vida: monjes, clérigos y laicos. El monaquismo, sostén de la
reforma ¡piénsese en la figura de san Pedro Damián (1007-1072) y más tarde de san Bernardo
(1091-1153)] agota su función histórica primaria, pero no sale humillado; antes bien, sirve
todavía de inspiración a la espiritualidad del clero y de los laicos. El clero queda
incomparablemente promovido. Es verdad que no posee todavía una espiritualidad propia [hay
que esperar a la escuela de san Sulpicio (s. xvii) y, más claramente aún, al Vat. II]; pero queda
liberado de la sujeción a la tierra y al poder señorial y encaminado hacia un ejercicio desplegado
de la pastoral (si bien sólo el concilio de Trento lo conseguirá ampliamente). La libertad del Papa
es libertad para los obispos; la libertad de los obispos es libertad para el clero, y viceversa.
Mientras se genera una indudable clericalización de la Iglesia (el clérigo vive en un estado de
vida "separado"), se abre dialécticamente el espacio a los movimientos laicales y, por tanto, a una
espiritualidad laica.
Si los bogomilias y los cátaros tienen una derivación cristiana no genuina, veteada de
maniqueísmo; si la pataria milanesa puede considerarse como un fenómeno limitado de reacción
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a la corrupción del clero; si algunos movimientos tienen desenlaces heréticos o cismáticos, como
los valdenses y los lollardos, mientras otros conservan un carácter ortodoxo y de vínculo eclesial,
sin embargo, desde los hermanos de la vida apostólica a las beguinas y a la"devotio moderna",
los factores comunes parecen ser su carácter laico y, las más de las veces, su organicidad con la
nueva clase ascendente, la burguesía ciudadana.
Desde este punto de vista, también las órdenes religiosas, en especial la fundada por Francisco de
Asís (ca. 1182-1226). pueden considerarse en sus orígenes como movimientos laicos atentos a
los nuevos fermentos de la vida ciudadana. El que luego la previsora atención de los pontífices
les confiriera un carácter más "clerical", de inserción en la vida cultural y en la organización
unitaria de la Iglesia, es un testimonio de la importancia y de la capacidad de soldadura entre los
dos polos de tensión.
a) La Iglesia, entre evangelio de Cristo y reino del Espíritu. Los modos y la profundidad de la
crisis se pueden estudiar en la obra del monje cisterciense calabrés Joaquín da Fiore (1145-1202).
El distingue en la historia tres tiempos: el del Padre, que se extiende de la creación a Cristo; el
del Hijo, que va del Hijo a la época contemporánea; el del Espíritu, que está próximo a llegar y a
regenerar el mundo instaurando su reino terreno milenario. Es discutible si entendió realmente la
venida del Espíritu como totalmente escatológica, o si su evangelio eterno no es otra cosa que la
sustancia espiritual del mismo y único evangelio de Jesucristo, que debe desarrollarse en la
historia hasta su plenitud. Si es hereje, su error consiste en no haber comprendido que el Espíritu
se lo dio Cristo resucitado a la Iglesia de una vez por todas y que una división de la historia en
períodos que distingue (por no decir opone) las personas de la Trinidad divina no es viable,
puesto que cada una nunca obra si no es en compañía de las otras. De cualquier modo que se lo
interprete, su pensamiento es expresión de una desviación del reconocimiento del misterio de la
Iglesia. No consigue ver en la Iglesia actual su nexo pleno con el evangelio de Cristo, ni en la
comunidad actual de los creyentes a la Iglesia de los santificados por el Espíritu, por lo cual
establece como expectativa totalmente futura aquel reino milenario que, en realidad, está ya
dado, si bien de manera oculta y germinal. Bien mirado, su utopía del reino milenario, en el que
reinará la justicia, la pobreza y la comunidad de los bienes bajo la guía de los monjes, verdaderos
hombres espirituales, es bastante regresiva, puesto que tiende a perpetuar un mundo ya en declive
y a asegurar un nuevo papel al monaquismo, que está llegando al final de su función hegemónica
en la Iglesia y la cristiandad. A pesar de ello, su pensamiento, por más torcido que sea, influirá no
al azar en muchos movimientos espirituales y populares, desde los franciscanos "espirituales" de
Angelo Clareno (1247-1337) al comunismo de ciertos anabaptistas (s. xvi) y a los furores
pauperistas de Savonarola. Había comprendido, finalmente, la dificultad del reconocimiento
pleno del misterio de la Iglesia y había encendido el fuego de la tensión entre evangelio e Iglesia,
entre Iglesia institucional, poderosa y rica, e Iglesia popular, espiritual y pobre, entre reino de
Dios y comunidad histórica.
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Mas fue con Wyclef (1320-1384) cuando el malestar y las tensiones adquirieron la forma de una
verdadera alternativa histórica. Las clases que surgían de la cristiandad medieval hacía tiempo
que presionaban para que se reconociera el derecho de propiedad junto con la exigencia de un
estilo de vida más laborioso y evangélico que el ofrecido por clérigos y feudatarios. Entretanto, a
pesar de la exaltación del poder pontificio llevada a cabo por Gregorio VII, la Iglesia
experimentó una grave crisis en suvértice, debida también a los impulsos nacionalistas y a las
teorías conciliaristas, crisis que culminará en el llamado "cisma de Occidente" (1378-1449). Se
deseaba una nueva ordenación de la misma estructura constitucional de la Iglesia. Resultó fácil
recoger en un sistema único de pensamiento las aspiraciones reformadoras tradicionales: la vuelta
al evangelio y a la absoluta normatividad de la Sagrada Escritura frente a los sofismas de los
escolásticos y los gravosos intereses de la tradición; el rechazo, sutilmente maniqueo, de los
ministerios y de los sacramentos en favor de una autogestión laica de la comunidad y de un
compromiso ético dimanante del significado de los gestos litúrgicos; la neta oposición entre
Iglesia espiritual de los santos (que tienen derecho de propiedad) e Iglesia institucional, poderosa,
rica y corrompida (que no tiene derecho a poseer y a ejercer el ministerio). La mecha encendida
por Wyclif explotó con J. Huss (1369-1415), el infatigable , reformador bohemio; pero sólo
encontró su plena madurez y su desenlace cismático con M. Lutero (1483-1545).
Podría decirse que en Lutero la instancia de lo "cualitativo" cristiano y eclesial asume su forma
más radical y exclusiva. Mas esta radicalidad y exclusividad constituyen también el grave límite
de la reforma. La cualidad vive a expensas de "reducciones" gravísimas. El evangelio devora por
completo la ordenación eclesial; lo propio hace el reino de Dios con la Iglesia; el laico absorbe
totalmente al sacerdote (y al monje). La Iglesia se dispersa y se confunde en la cristiandad (que
es, por lo demás, la de la clase ascendente, la burguesía, con la cual se corresponde la reforma),
sin que la distinga apenas otra cosa que la disciplina de la palabra y de la fe interior.
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e) Reino y revolución. Quien pierde inexorablemente es el alma revolucionaria y marginada por
la reforma que presenta Th. Müntzer (1490-1525). Tenemos aquí no el centralismo de la palabra
de Dios, sino la experiencia del Espíritu vivida por la comunidad eclesial. La Iglesia no es una
criatura abstracta y aérea de la palabra, sino un pueblo concreto, una cristiandad llamada a
conocer a Dios en una revelación abierta, no fijada en la letra muerta de la Sagrada Escritura,
sino que vive en el corazón de los hombres. Müntzer veclaramente que la justicia imputada por la
fe desemboca en el quietismo; no cambia moralmente al individuo ni el orden social existente. En
realidad, para conocer a Dios en lo íntimo del corazón es preciso luchar duramente contra las
pasiones carnales. Si no consiguen conducir al pueblo a la santidad y al conocimiento de Dios los
ministros de la Iglesia católica (no puede conducir a la experiencia del Espíritu el que no tiene
experiencia del Espíritu), mucho menos pueden conseguirlo los predicadores luteranos, que
sustituyen a la Iglesia jurista y papista por el ministerio de las universidades y de la exégesis.
Mas la palabra de Dios no es una palabra muerta, cuyo juez es un teólogo carnal, sino una
palabra viva al servicio del crecimiento del pueblo. La Iglesia tiende aquí a identificarse poco a
poco con la clase proletaria. Esta identificación nace de la crítica de la doctrina de Lutero de los
dos regímenes. La autoridad política no tiene, como quiere Lutero, el cometido de mantener el
orden exterior, sino de reprimir a los malvados y favorecer la santidad del pueblo. Al establecer
una separación abstracta entre Iglesia y autoridad política, en realidad Lutero legitima el abuso de
los poderes y convence con la predicación a los pobres de que estén sujetos a ellos. La autoridad
política controlada por el pueblo debe acelerar, de hecho, el fin del "quinto reino", el de la alianza
entre el poder espiritual y el poder temporal, y luchar por la instauración del reino de Dios, en el
cual no haya ya conflicto entre Iglesia visible e Iglesia de los santos.
Movido por las preocupaciones decididamente pastorales, rota la unidad con la Iglesia católica, a
Müntzer no le quedó otra salida que llevar a las últimas consecuencias los principios de la
reforma (frente a sus soluciones conservadoras), hacia una lucha de los campesinos y de los
obreros contra los príncipes y los burgueses. Testimonio de que las reformas luterana y
müntzeriana, ésta mucho más, permanecen ligadas a la identificación medieval entre iglesia y
cristiandad, sin encontrar en la búsqueda de lo "cualitativo" eclesial un camino de salida.
Ello le permite, en la experiencia del alma individual, no separar el diálogo con el Padre de la
palabra evangélica de Cristo o ésta del don del Espíritu Santo. Conocimiento místico de Dios,
revelación bíblica y experiencia del Espíritu están profundamente unidos en la realidad concreta
Eclesiología ____________________________________________________________________ 135
del costado abierto de Cristo, vivo en la eucaristía, en los ministerios y en la Iglesia. Por eso la
reforma de la Iglesia brota únicamente de la caridad crucificada del Verbo encarnado, el cual
llama al hombre a colaborar y a todos los fieles a trabajar activamente en la viña del Señor para
restaurarla. Esto se realiza comprendiendo y amando al corazón de Jesús, que manifiesta el amor
del Padre. Hay que pasar del temor servil (el ordenamiento eclesiástico puramente jurídico) a la
caridad, que acepta sufrir por la salvación de todos. Tenemos aquí una vuelta neta a la
espiritualidad eclesial centrada en la noción de sustitución vicaria y enla comunión mística entre
santos y pecadores. El que es santo pide sufrir con Cristo por la conversión de los pecadores,
porque un lazo misterioso une a la comunidad eclesial, e incluso a todos los hombres. No es un
lazo puramente invisible, sino orgánico. De hecho lo establece el Verbo encarnado, el cual nos
une indisoluble y personalmente a los sacramentos y a los ministerios. De ahí que los santos
deban rezar por la santificación de los ministros y de los pastores y fustigar con amor sus vicios y
sus defectos. Con amor, porque no se puede prescindir de los ministros, aunque pecadores y
corrompidos; de hecho, los sacramentos que ellos administran tienen valor en virtud de la acción
de Cristo resucitado, y no por su santidad personal. Y mucho menos se puede recurrir al poder
temporal para castigar a los pastores corrompidos. El cometido del poder político, en efecto, es
promover la justicia, y no la santificación de la Iglesia. Esta es sólo obra de Cristo y de los fieles
que aceptan sufrir con su corazón, haciendo crecer la caridad en el cuerpo místico de Cristo. La
misma caridad de Cristo guía al discernimiento interior, a la profecía exterior, a la caridad social
(que es el verdadero problema de la cristiandad y el secreto del mantenimiento de los estados) y a
la caridad pastoral.
b) Reforma católica y caridad pastoral. Así quedan delineadas las directrices de la reforma
católica. Perfección espiritual y compromiso para la santificación de la Iglesia aparecen
frecuentemente unidos en los escritos y en las obras de muchos religiosos, desde santa Catalina
de Ricci (1522-1590) a santa María Magdalena de Pazzi (1566-1607). La caridad social
encuentra, especialmente en Italia, un fervor de iniciativas asistenciales, que constituirán a la
larga el tejido vinculativo de la solidaridad social, ausente en el estado, primero, de los señores,
absoluto luego y, finalmente, liberal. Pero, junto al poderoso impulso misionero hacia el nuevo
mundo, el dato más característico de la reforma católica es la primacía de la caridad pastoral. La
figura de obispo que sale de la reforma tridentina, representada simbólicamente por san Carlos
Borromeo (1538-1584), rompe definitivamente con la confusión feudal entre sacerdocio y
autoridad política. Aunque la influencia de la Iglesia en la dirección de la cosa pública tienda a
seguir bajo la forma de la "potestas indirecta" (san Roberto Belarmino: 1542-1621), sin embargo,
la pastoralidad de los ministerios no da ya lugar a equívocos. Los obispos tienen obligación de
residir en las diócesis, se combate la acumulación de cargos eclesiásticos, con las visitas
pastorales se ejerce el episcopado o la vigilancia sobre la enseñanza del catecismo, sobre la
administración de los sacramentos y sobre la cura pastoral de los párrocos. El obispo, en una
palabra, vuelve a ser el buen pastor que da la vida para que Cristo crezca en los fieles.
Hay que subrayar el papel de la piedad popular y de la espiritualidad de las devociones, porque
en ellas viven y se mantienen presentes temas de espiritualidad eclesial ausentes de la teología
docta. J. Ratzinger ha subrayado el valor cristológico y eclesial de la devoción al Sagrado
Corazón. En él alienta el tema de la representación por amor que Jesús ejerce ante el Padre en
sustitución de nuestra incapacidad de vencer sobre el pecado. La devoción al amor herido de
Cristo expresa nuestra voluntad no sólo de reparar por amor las ofensas inferidas por los
hombres. sino también de suscitar, mediante nuestra voluntaria aceptación por amor de los
sufrimientos, la gracia de la conversión de los pecadores. De este modo se vive antes de ser
pensado el misterio de la Iglesia, que es en el mundo servicio de salvación para muchos y signo
eficaz de la solidaridad de todo el género humano.
Sin embargo, no rara vez estos movimientos populares de devoción adquieren tonos
apocalípticos y catastróficos con la ingenua tendencia a individuar en la avanzada de las fuerzas
históricas innovadoras los signos premonitores de los conflictos entre la Iglesia y el anticristo,
que preceden al fin.
Trabajar por la Iglesia, ser Iglesia, mantener la tranquilidad espiritual en los sufrimientos propios
y de la Iglesia, a causa de la Iglesia y por parte de la Iglesia, se hace finalidad espiritual explícita,
lugar en el que se desarrolla la verdadera perfección cristiana.
Se ha de observar también que por Iglesia no se entiende ya, como en santa Catalina de Siena, los
ministros sagrados, sino toda la comunidad de los fieles. de la cual los obispos y el Papa son
"parte esencial", no caduca. Al ser puesta en tela de juicio toda la Iglesia en su mismo ser por
parte de la ruptura revolucionaria, se adquiere entonces conciencia de la totalidad de la Iglesia
como cuerpo místico de Cristo (con esta expresión santa Catalina, poco rigurosa en el uso de los
términos teológicos, entendía, no al azar, la sola jerarquía).
Pasividad, sin embargo, quiere decir purificación, no inactividad. Al contrario, el obrar cristiano
es indispensable y se orienta en estas tres direcciones insustituibles: hacia el perfeccionamiento
de sí, hacia el perfeccionamiento de la Iglesia y hacia el perfeccionamiento de la sociedad.
Aunque, y precisamente porque estas tres esferas tienden a independizarse relativamente, es
preciso que estén coordinadas entre sí. De este modo se puede responder al desafío iluminista y
revolucionario que busca al hombre emancipado y emancipador. Obrar en caridad, en efecto,
debe ser un obrar inteligente; es decir, maduro y adulto. El abandono a la providencia es esencial
para purificar en sentido cristiano la misma inteligencia.
La caridad y sólo la caridad, nos dice Rosmini en otras obras, es la sustancia y el fundamento de
la Iglesia. Su constitución jurídica no podría regir los acontecimientos de no estar sostenida por el
misterio de la caridad que el Padre tiene a su Hijo, el Hijo a los fieles y los fieles entre sí y al
mundo. El verdadero ordenamiento de la Iglesia es un ordenamiento espiritual, el de la caridad.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 138
Inteligencia de la historia y penetración del misterio le permiten a Rosmini el salto cualitativo en
la espiritualidad cristiana. Consigue romper con muchos lugares comunes del pensamiento
católico de la restauración. Animado, como el gran Gregorio VII, de la preocupación por la
libertad de la Iglesia, comprende el principio de que ésta sólo queda garantizada dentro de una
libertad (social, civil y política) para todos. Por eso no cae en el equívoco contrarrevolucionario.
Antes bien, rompe con los galanteos medievalistas de los restauradores románticos y cuenta entre
las llagas de la santa Iglesia la separación entre el clero y el pueblo verificada en la Edad Media.
La reforma de la Iglesia debe realizarse al presente teniendo en cuenta tanto el misterio interno de
la caridad y de la unión entre pastores y fieles, como las condiciones históricas externas
posteriores a la revolución, no todas ellas malas; y, de todas formas, defendiendo siempre la
libertad de la Iglesia.
La no total identificación entre palabra de Dios y dogma, la no total identificación entre tradición
viva y magisterio, entre Iglesia y jerarquía, y menos aún entre Iglesia y cristiandad, no es extraña
a las aperturas liberales y conciliadoras de Passaglia, diplomático y escritor político. De gran
relieve es también el hecho de que la doctrina de la gracia sea reconsiderada en él dentro de la
eclesiología. La gracia no es sólo la gracia de Cristo transmitida a todo fiel, sino que es la gracia
de la cabeza transmitida al cuerpo (la Iglesia) y a cada uno de los fieles. La gracia es
eclesioforme. Y consiste no sólo en una presencia ontológica creada en el alma del justo, sino en
la inhabitación personal del Espíritu, y con él, del Padre y del Hijo, en el corazón del creyente.
Sin embargo, esta gran ocasión teológica no prosperó mucho en la Iglesia, preocupada por la
reforma pastoral, por la confutación de los errores filosóficos y políticos del tiempo, por la
sacudida social y política; en una palabra, por los problemas de la "cristiandad".
e) El despertar de la Iglesia en las almas. Entre las dos guerras, al caer en la cuenta del carácter
totalizador de la sociedad burguesa e intentar reaccionar globalmente frente a su decadencia,
también la espiritualidad se ve estimulada a una reconsideración total del ser de la Iglesia y de su
Eclesiología ____________________________________________________________________ 140
capacidad para responder a la plenitud de los problemas humanos dentro de un mundo concebido
ahora como totalidad.
R. Guardini, sacerdote alemán de origen italiano, escribe en 1922 Il seno della chiesa, que
comienza con estas palabras: "Un proceso de incalculable alcance ha comenzado: el despertar de
la Iglesia en las almas". Intenta presentar a la Iglesia como la respuesta global a la crisis
individualista de la sociedad burguesa. La Iglesia, en efecto, como realidad viva y orgánica
responde a la necesidad comunitaria del hombre, que la evolución histórica de la sociedad
reprime pero no suprime. Esto no quiere decir estrangulamiento de la personalidad. Al contrario,
satisface la necesidad de un vínculo societario, al cual la persona está constitutivamente abierta y
sin el cual no puede realizarse y desarrollarse plenamente. En este sentido, la Iglesia realiza el
verdadero humanismo. A pesar de los pecados y de los errores, la Iglesia pone la realización del
hombre en lo que le abre a una relación viva con el todo, con lo incondicionado, con lo absoluto.
"La Iglesia es la realidad entera vista, valorada y vivida por el hombre total. Solamente en ella
está la totalidad del ser... la totalidad de lo real, vivida y dominada por la totalidad de lo humano"
(p. 91). Al abrir al hombre a la vida más allá de la historia, libra al hombre de las contingencias, y
con ello lo emancipa, dándole un punto de vista nuevo y superior, un principio de vida nuevo e
integral.
Si esto es así, entonces es preciso que la Iglesia sepa renovarse y transformarse en sus
expresiones históricas de forma que ponga de relieve: a) La vida comunitaria, "descendencia de
la comunidad divina" (p. 110); b) la anterioridad de la Iglesia, realidad sobrepersonal, respecto a
la gracia de los individuos; c) la armonía entre lazo societario y realización de la personalidad; d)
su capacidad de estar próxima a la humanidad; y e) que para gustar la libertad en la Iglesia tienen
que tener todos el sentido de ser Iglesia.
El mismo Guardini, en el prefacio a la edición del 33, señalaba los límites de su trabajo,
consistentes en su falta de historicidad. Podemos añadir que se resiente de los limites de aquella
cultura romántica y vitalista, a la cual quería oponerse en sus éxitos individualistas. El
movimiento juvenil que suscitó permitió ofrecer una alternativa a la "Freideutsche Jugend",
terreno fecundo para el nacimiento del nacionalsocialismo. La comprensión incompleta de las
razones de la crisis de la burguesía, así como el indudable límite integralista, no suprimen el
mérito de haber colocado en el primer plano de la conciencia de la Iglesia entera, y sobre todo de
los jóvenes, la importancia y la necesidad, en el ambiente atormentado de la historia, de vivir de
modo personal, comunitario, liberador y responsable la realidad de la Iglesia, así como su papel
en la cultura y en la sociedad.
En la teología del laicado se busca no sólo aclarar el papel activo, maduro y responsable del laico
en la Iglesia, sino también definir los rasgos de una moderna santidad del laico y los valores de
una santificación en el mundo. De la idea tomasiana de la magnanimidad (el alma tiene un radio
de apertura coinci, dente con el mundo y quiere asimilarse a él, transformándolo; la vida cristiana
repite la actitud universalista del geste de Jesús) se pasa a una visión más orgánica, que valoriza
la legítima autonomía de las realidades terrenas, indicando los caminos de una santificación en le
profano. Entonces la adhesión a la voluntad de Dios, santa y santificadora, se expresa como
vocación, servicio, compromiso y responsabilidad. Se trata, en suma, de hacerse responsable del
mundo ante Dios, viviendo aquí la experiencia de la cruz y recuperando las funciones profética,
Eclesiología ____________________________________________________________________ 141
sacerdotal y real de Cristo y de la Iglesia en el corazón mismo de la condición de laico, de
hombre del pueblo inmerso en las realidades seculares.
Semejante espiritualidad está orientada a llevar a la Iglesia, por encima del ordenamiento
jerárquico, al corazón del mundo, de las realidades profanas; pero también, viceversa, las cosas
laicas, en su bondad natural y transformadas por la santidad, al interior de la Iglesia en cuanto
prolongación de la encarnación de Cristo o anticipo del reino. Semejante espiritualidad, si bien
corre el riesgo de ser entendida como la espiritualidad separada de un estado preciso de la Iglesia,
el de los laicos, es consciente, sin embargo, de la totalidad de la Iglesia, al tiempo que mantiene
la insustituible distinción entre pastores y fieles. Derivada de la índole apostólica de la Iglesia no
menos que de su articulación constitutiva en sacramentos y ministerios. La orientación actual
hacia la ambigua teología de la secularización puede considerarse como una radicalización de la
espiritualidad laica, madurada en terreno protestante, no del todo adaptada a la espiritualidad
católica.
De mayor actualidad histórica es el estimulo a recuperar una espiritualidad eclesial bajo las
incitaciones del movimiento obrero. Son famosas las palabras de Pío XI, según el cual el gran
escándalo del s. xix es el hecho de haber perdido la Iglesia a la clase obrera. A pesar de los
grandes méritos del movimiento social católico, el divorcio se ha consumado. La cuestión es de
una importancia tan decisiva, que su solución no puede menos de implicar una reformulación de
la "misión" y del "ser" Iglesia en la historia.
No se trata aquí de exponer la eclesiología del Vat. II, sino de destacar la toma de conciencia del
misterio de la Iglesia y de identificar los caminos para vivir una espiritualidad eclesial concreta
según las indicaciones que pueden deducirse del concilio.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 142
Vivir el misterio de la Iglesia significa: 1) experimentar en ella el acontecimiento de la salvación,
o sea la comunión con Dios; 2) experimentar en ella la comunión fraterna; 3) hacerse, con ella,
sacramento de salvación para toda la humanidad.
Por eso, vivir la Iglesia como misterio significa tener la experiencia de la comunión con Dios (cf
LG 1). La Iglesia, en efecto, es "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo" (LG 4). Es la circulación de amor entre el Padre. Cristo crucificado y
resucitado, y el Espíritu de pentecostés, el cual hace vivir a la Iglesia como realidad divina y
comunica a cada uno la vida teologal.
a) La Iglesia y el Padre. La Iglesia debe sentirse como una asamblea convocada por el Padre, que
camina para volver a él (cf LG 2). Tal vocación invisible y eficaz comprende a todos los justos o
a los elegidos, aunque no los veamos pertenecer de hecho a la comunidad visible. El Hijo, en
efecto, ha sido enviado para reunir a todos los justos; pero esto sólo se manifestará a su vuelta.
Quiere esto decir que la vocación del Padre es universal (cf LG 13) y que se consumará en los
últimos tiempos. Vivir como Iglesia en relación con el Padre significa entonces tener el ansia de
universalidad pastoral y misionera, tener el ansia de consumación escatológica a través de la
paciencia de la historia y del impulso a congregar a los hombres en unidad. El que gusta la
comunión con Dios, revelado como Padre, no puede consumar esta comunión para sí solo.
b) La Iglesia y Cristo. El Padre realiza a través de Jesucristo, palabra de Dios hecha carne, su
voluntad salvífica (cf LG 3). Por eso la Iglesia, comunidad visible que sigue las huellas de Cristo,
vive y se nutre de él, cumpliendo su mandato de transmitir la salvación a todos los hombres y en
todo tiempo hasta su vuelta. Vivir la Iglesia como comunidad históricamente determinada supone
superar el escándalo de la encarnación. Dios quiere salvar a través de pocos a muchos; a todos los
hombres a través de un hombre y a través de algunos a quienes ha llamado a seguirle. La
dificultad radical de la aceptación de la Iglesia estriba en este escándalo. Elegir la Iglesia
significa superarlo, encontrándose con Cristo, palabra de Dios hecha carne, y no con un simple
hombre, por más capaz que sea de suscitar admiración. Elegir la Iglesia, pequeño rebaño,
histórica y socialmente "extraño", significa haber captado la realidad invisible (la comunidad
llamada y elegida por el Padre) en la realidad visible (la comunidad histórica que continúa la
misión de Cristo, no sin defectos y errores).
La separación (querida por la economía divina) entre la asamblea visible de los justos y la
comunidad históricamente individuada provoca ya de por sí sufrimiento y cruz, pero también
anhelo de reforma, deseo misionero y santificación. Hoy cuando, más que nunca, el pequeño
rebaño histórico se encuentra en un mundo contradictorio, aunque no falto de aspiraciones y
obras de justicia, las fricciones entre la Iglesia y la comunidad humana, más amplia, provocan en
quien escoge responsablemente la Iglesia, ya en esta elección, la experiencia de la cruz y del
consuelo del resucitado. No es posible ser santos sin sufrir por la Iglesia, en la Iglesia y por parte
de la Iglesia. Al que acepta la cruz inherente al ser consciente y responsablemente Iglesia se le
abre el consuelo de experimentar en la propia carne el carácter concreto del amor del Padre, el
cual se complace en su Hijo obediente en su condición humana y lo resucita.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 143
Así pues, vivir lo concreto de la comunidad histórica significa conformarse a la "kénosis", a la
humillación de Cristo, el cual para servir se despojó de la forma divina y para enriquecer a
muchos se hizo pobre. Ser Iglesia es un servicio a la humanidad. Entonces la comunidad puede
experimentar en el acontecimiento de la eucaristía la pascua del Señor, el cual está presente,
glorioso, en medio de ella. Entonces la Iglesia escogerá como estilo suyo de ser y de realizar su
misión los medios pobres (cf LG 8), o sea, la pobreza desarmada de la predicación, la fuerza
discreta del testimonio, y no permitirá que el uso de los bienes externos, si bien necesario, impida
la transparencia de Cristo crucificado.
a) El nuevo pueblo de Dios. Sin embargo, el pueblo de Dios no se identifica. como el antiguo
Israel, por un lazo étnico, ni por una alianza con Dios testimoniada por un signo en la carne, sino
que "tiene por cabeza a Cristo... por condición la dignidad y la libertad de los hijos de Dios... por
la ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó... como fin la dilatación del
reino de Dios" (LG 9). El germen de unidad, de comunión y de salvación que en él se puede
experimentar es un signo eficaz, un fermento para todo el género humano hasta la unidad final,
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cuando no habrá ya Iglesia en la humanidad, sino la humanidad entera salvada en torno a Cristo y
la pecadora rechazada.
b) Por ministerios y sacramentos. La carta de identidad del pueblo de Dios no puede ser, pues.
sociológica, cultural o política, sino que su estatuto, arriba definido, hace de él un pueblo que no
se distingue de la sociedad en que está inmerso más que por el hecho de ser pueblo de Dios,
cuerpo de Cristo, que crece y se articula mediante los ministerios y sacramentos. No se ha
destacado bastante el hecho de que la noción de pueblo de Dios, más histórica o social respecto a
la noción jurídica de sociedad perfecta, o a la espiritual de cuerpo místico, no justifica algunas
interpretaciones sociológicas que se han dado de él. Mediante los sacramentos y los ministerios
es como una porción del pueblo se convierte de conjunto sociológico en pueblo de Dios. El
organismo sacramental entero, a través de los diversos ministerios, articula y hace crecer a un
pueblo amorfo, dándole unidad orgánica y haciéndolo cuerpo de Cristo. Pues bien, todos los
sacramentos culminan y están compendiados en la eucaristía. Por eso es la eucaristía la que hace
a la Iglesia. La experiencia litúrgica no puede entenderse, pues, como simple momento de culto
que realiza en cada participante la virtud de la religión. Es no sólo lugar privilegiado de la
experiencia de la Iglesia, sino vértice al que tiende y fuente de la que mana toda la vida cristiana
de la comunidad y de los individuos (cf SC 10).
c) Elite, masa o pueblo. Hay que superar una peligrosa escisión que se está produciendo. Por una
parte, pequeños grupos experimentan casi en laboratorio la novedad conciliar de la Iglesia como
comunidad, como comunión intensa, pero corriendo el riesgo de olvidar o de eliminar a la gran
masa del pueblo cristiano. Por otra, ésta aspira a vivir la espiritualidad eclesial promovida por el
Vat. II y tiende a proponer de nuevo a la Iglesia como cristiandad sociológica o bien como
sociedad jurídica que no se deja reformar por la realidad del misterio. Habrá que superar
semejante escisión. Ello supone claridad doctrinal y sensibilidad pastoral. La Iglesia no es una
élite de reformadores iluminados, ni una cristiandad, o sea, una masa cultural, social y
políticamente identificada. Es un pueblo que del bautismo a la eucaristía, en torno a los ministros
salidos de su seno y capacitados por el sacramento del orden, sigue un camino orgánico, por lento
que pueda parecer, de conformación y de asimilación del Espíritu santificador, de vuelta al Padre.
Hacer la experiencia de esta comunidad fraterna significa ser solícitos con toda la Iglesia,
atendiendo a los modos específicos de su crecimiento. Esto supone en todos un vivo sentido de la
pastoral. o sea, de la obra de auto-construcción de la Iglesia.
d) Diáspora, unidad y pluralismo. Es preciso que todos los bautizados que buscan el reino de
Dios sepan buscar el rostro del hermano, sepan gustar la alegría de encontrarse juntos en nombre
de Cristo, incluso fuera de la asamblea litúrgica. Aun viviendo como en diáspora en medio del
mundo, hecho providencial y querido por Dios, no pueden menos de recibir con gratitud, como
don de Dios, la oportunidad de encontrarse juntos incluso con desconocidos, incluso entre
concepciones, mentalidades, culturas diversas, y gustar la unidad reforzando la comunión.
Unidad y pluralismo, en efecto, no son valores antitéticos (cf LG 13). Precisamente la unidad de
los cristianos, incluso en medio de tanta diversidad de pueblos, de clases sociales y de culturas,
es un signo potente de credibilidad del acontecimiento cristiano y poderoso fermento de
conciliación, de paz y de unidad entre los hombres. Por eso amar a la Iglesia significa buscar
siempre su unidad, trabajar por ella. El deseo de unidad no oculta los contrastes reales, ni sofoca
en la uniformidad el pluralismo legítimo, sino que busca lo que une más bien que lo que divide.
La unidad de la Iglesia, en efecto, es la unidad misma de Cristo, la unidad de los fines y la unidad
misma del Espíritu.
e) Iglesia de pueblo e Iglesia institucional. Otro equívoco que puede surgir de la noción de
pueblo de Dios es la contraposición de principio entre Iglesia de pueblo e Iglesia institucional,
entre realidad de base y autoridad jerárquica. El Vat. II no puede dar a entender esto. Por ser un
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pueblo orgánicamente unido y articulado en ministerios y sacramentos debe manifestar siempre
la unidad orgánica entre pastores y fieles. Ni reforma, ni contrarreforma. No hay pueblo de Dios
sin sucesión apostólica (cf LG 20) y ministerios ordenados (cf LG 21: 28s), igual que no hay
cabeza separada del cuerpo o autoridad eclesial que no se nutra de la fe de todo el pueblo y se
ponga a su servicio. En esto la autoridad eclesial es a imagen de Cristo, que da la vida por los
suyos y está entre nosotros como el que sirve; pero, a diferencia de Cristo, ella se sitúa en
religiosa escucha de la palabra de Dios y enseña sólo lo que ha recibido de toda la Iglesia desde
siempre (cf DV 10).
i) Autoridad y libertad. La tensión normal entre autoridad y libertad en la Iglesia encuentra en las
líneas del Vat. II el camino para vivirla con una mayor riqueza espiritual. No hay duda, en efecto,
Eclesiología ____________________________________________________________________ 146
de que él exalta como nunca anteriormente la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, fundada
no sólo en el respeto absoluto debido a toda conciencia, incluso invenciblemente errónea, y a la
índole radicalmente libre de la adhesión de fe (cf DH 2s; 10), sino también en el sacerdocio
bautismal y en la confirmación crismal, que confieren a todo fiel autonomía de iniciativa y
capacidad de participación en lo que se refiere a toda la Iglesia (cf LG 30-38). Por otra parte, la
autoridad eclesial es purificada de preocupaciones extrañas y enriquecida con motivaciones
teológicas, y rigurosamente encaminada al servicio pastoral para el crecimiento del pueblo
cristiano, a la obediencia exclusiva a Dios y a su palabra de conformidad con Cristo siervo
obediente. Se ha puesto en marcha un estilo nuevo. Asumir la tensión entre autoridad y libertad
teniendo en gran estima ya sea el valor de la obediencia, ya el respeto de la conciencia, es un
medio poderoso de crecimiento espiritual de toda la Iglesia como reino de Dios (no siempre y
necesariamente como interés visible). Lo que se sufre a este propósito no se pierde, sino que hace
crecer a la totalidad en la verdad y la caridad. Téngase presente que la verdad evangélica, que la
Iglesia posee también en plenitud, no se desarrolla en la historia sino progresivamente (cf DV 8),
y por ello el tiempo requerido para el reconocimiento de una verdad puede ser largo; y, por otra
parte, que un pueblo es tanto más fuerte cuanto más firmes están en el Señor sus pastores; y,
viceversa, que los obispos son tanto más libres en su autoridad cuanto más unidos están a ellos
los sacerdotes y el pueblo por el consenso.
a) La Iglesia, inserta en la historia de la salvación. La Dei verbum define la revelación como una
economía de salvación integrada por palabras y acontecimientos íntimamente conexos entre sí y
que culmina en el acontecimiento-palabra-persona, que es Jesucristo. "Economía" significa que el
plan divino de salvación es realizado por Dios progresivamente en la historia, de modo que todos
los pueblos se salven a través de la elección de un pueblo y que todos los hombres reciban la
gracia a través de un solo hombre.
Ahora bien, esto quiere decir que la Iglesia, comunidad histórica que sigue a Cristo, realiza su
misión salvífica en un tiempo peculiar de la historia de la salvación que va de la resurrección a la
parusía; mas con un estatuto especial para ello, que lejos de absorber o negar a la humanidad y al
mundo, se sitúa en medio de él como mediación saludable hasta la unidad final en el reino
definitivamente manifestado en el retorno de Cristo. Anticipa, pues, para todos lo que seremos
todos, mientras que ella misma va perfeccionándose y purificándose en la historia. Por tanto, es
germen, fermento y signo eficaz o sacramento de todo el género humano y de su vocación en
Cristo, como de su destino escatológico.
La Gaudium et spes traza las líneas de este cambio esencial e insustituible entre Iglesia y mundo,
en el cual ocurre la salvación, lo mismo que Cristo salva en cuanto, como Hijo de Dios, asume la
carne humana en la historia. No hay sitio para el integralismo. La Iglesia no puede dejar de
acoger cuanto de verdadero, de bueno y de bello viene realizando en la historia la actuación
autónoma de los hombres, en los cuales la Iglesia reconoce la imagen de Dios creador, que no
puede contradecir al Dios salvador. Además de la acogida crítica de cuanto hay de bueno en el
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mundo moderno, la Iglesia anuncia y testimonia la vocación más plena e integral en Cristo de
toda la humanidad (cf GS 45) y llama a todos los hombres a entrar en la Iglesia, sin la cual no
podemos salvarnos (cf LG 14).
e) Ecumenismo y sentido de la verdad. Tener sentido ecuménico no significa sólo tener celo por
la unidad del cuerpo de Cristo y trabajar para superar el escándalo de la división de las iglesias,
sino que ante todo significa reconocer los elementos de la verdad católica presentes en las
iglesias separadas (cf UR 3; LG 15). La catolicidad, en efecto, no se identifica nunca
"totalmente" en una sola iglesia visible, si bien la fe atestigua sin sombra de duda que la Iglesia
establecida por Jesucristo "subsiste" en la Iglesia católica gobernada por el sucesor de Pedro y
por los obispos en comunión con él (cf LG 8). Además, la integridad y catolicidad de la doctrina
no reposa en una adhesión formal y positivista, sino que reconoceuno jerarquía de la verdad por
su nexo con el fundamento de la fe cristiana (cf UR 11). Sin caer en una fe vaga no formada
eclesial y competentemente, el movimiento ecuménico estimula a tener un sentido más vivo y
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calibrado de las verdades cristianas en la diversidad lícita e incluso enriquecedora de las
tradicione
g) Iglesia, reino y comunión de los santos. Si la Iglesia es un pueblo de Dios que, inserto en la
familia humana más amplia como signo de salvación, camina en la historia hacia el
cumplimiento del reino final, entonces quiere decir que la tendencia escatológica del cristiano no
puede entenderse ya sólo en sentido individualista como unión del alma particular con Dios en la
visión beatífica, sino que debe contener un elemento eclesial e histórico. Esperar en Dios
significa desear unirse a los santos en el reino final de Cristo, pero significa también desear que
se realice en la historia para que el mundo sea transformado y recapitulado en Cristo. Por tanto,
la esperanza se hace ya aquí activa no sólo para merecer para sí el paraíso con las buenas obras,
sino más bien para acelerar el reino final con la lucha por un mundo humanamente más justo (cf
GS 45) y, a la vez, para convertir y santificar a la Iglesia, a fin de que venga el Esposo (cf LG
48). Entre tanto, la piedad de la Iglesia peregrina no puede prescindir de alimentar la comunión
con la Iglesia celeste, la de los santos. que esperan impacientes la resurrección y la reconciliación
final y por esc interceden por nosotros para que la historia se cumpla pronto (cf LG 49s).
EUCARISTÍA E IGLESIA
Los años posteriores a la II Guerra mundial han sido testigos de un gran incremento en la reflexión
teológica sobre la eucaristía. Gracias al movimiento litúrgico (>Liturgia) en las distintas Iglesias se han
estudiado los textos antiguos y se han compuesto otros nuevos. Hoy siguen apareciendo importantes
estudios teológicos. La eucaristía es el centro de interés de muchos diálogos y conversaciones
ecuménicos. El documento elaborado por Fe y constitución en Lima (1982), aunque deficiente en varios
aspectos desde el punto de vista católico, constituye, como visión de conjunto, una declaración notable:
acción de gracias al Padre; memorial (anamnésis) de Cristo, invocación del Espíritu; comunión de los
fieles; comida del Reino.
Son innumerables los estudios litúrgicos y pastorales, tanto en libros como en artículos, que se ocupan de
la eucaristía y de su celebración. En la Iglesia católica ha habido desde el Vaticano II muchos decretos y
declaraciones acerca de la eucaristía. Los diversos estudios recientes, así como los numerosos de otras
obras de referencia, pueden constituir un resumen de los desarrollos actuales. Aquí nos limitamos a la
relación entre la eucaristía y la Iglesia, un tema patrístico y medieval que vuelve a despertar mucho
interés en la eclesiología contemporánea.
En el Nuevo Testamento la eucaristía y la Iglesia están siempre estrechamente vinculadas. La Ultima
Cena tiene claramente un carácter fundacional para la Iglesia, que inmediatamente después de Pentecostés
tuvo como uno de sus rasgos distintivos la fracción del pan (He 2,42). La tradición relativa a la cena del
Señor es una de las principales fórmulas catequéticas transmitidas a Pablo en suconversión (lCor 11,23-
25). Pablo reflexiona luego sobre las implicaciones de la eucaristía para la comunidad de los Corintios
(lCor 10,16-21; 11,17-34).
En la Iglesia primitiva, al parecer, el que presidía la Iglesia local presidía también la eucaristía
(>Sacerdocio común). En la >Didaché, las cartas de >Ignacio de Antioquía, san >Justino, la >Tradición
apostólica y las >Constituciones apostólicas la eucaristía ocupa un lugar central en la vida de las
Iglesias". Podría decirse que la pertenencia a la Iglesia comprende la comunión y el acceso a la eucaristía.
En el período patrístico las liturgias de Occidente tienden a ser más cristológicas, subrayando el encuentro
con el Señor, mientras que las de Oriente se inclinan más en la dirección de la historia de la salvación;
pueden ser ejemplos ilustrativos de cada una de ellas la I y la IV plegarias eucarísticas de la liturgia
romana actual respectivamente. Pero el aspecto eclesial se encuentra tanto en Occidente como en Oriente.
En particular existe intercesión por la Iglesia universal —más clara, sin embargo, en Oriente (liturgia de
san Basilio) que en Occidente—.
San Agustín, en su famoso Sermón 272, decía: «Es vuestro misterio lo que está colocado sobre el altar. Es
vuestro misterio lo que recibís. A lo que sois, es a lo que decís amén». La frase frecuentemente citada de
san Agustín: «No me transformas a mí en ti, como alimento de tu carne, sino que tú te transformas en
mí», no aparece originariamente en un contexto eucarístico, sino que se refiere a la palabra de Dios". En
Oriente, san Máximo el Confesor tiene un profundo sentido tanto de la liturgia como de la Iglesia. J.
Zizioulas resume su enseñanza del siguiente modo: «En el mismo Espíritu la misma estructura de la
Eclesiología ____________________________________________________________________ 150
Iglesia se convierte en la estructura existencial de cada persona». En su comentario a la liturgia, La
mistagogia de la Iglesia, Máximo considera la liturgia eucarística de la Iglesia reflejo de las realidades
celestes y anticipo de su cumplimiento final; la Iglesia en los misterios eucarísticos se une a los ángeles, y
los imita, en su liturgia celeste.
La síntesis medieval de santo >Tomás de Aquino está en armonía con las intuiciones patrísticas y, al
mismo tiempo, es un desarrollo de estas. En un denso artículo afirma que los sacramentos son un signo
triple: conmemorativo de lo que ha acontecido, a saber, la pasión de Cristo; demostrativo de lo que ha
producido en nosotros la pasión de Cristo, a saber, la gracia; y anticipador de la gloria futura". Su
exposición de la estructura de la misa muestra que esta conmemora la pasión, afecta a los presentes e
implica los que están ya en la gloria". En un artículo anterior apela también a la triple estructura del
sacramento: el sacramento solo (sacramentum tantum) es el pan y el vino; la realidad intermedia (res et
sacramentum) es el cuerpo y la sangre de Cristo; la realidad última (res tantum) es la unidad del cuerpo
místico; de hecho este efecto final del sacramento hace que sea necesario para la salvación, al menos in
voto, es decir, que una persona, para salvarse, tiene que tener de algún modo la intención de recibir el
sacramento y de incorporarse así a la unidad de la Iglesia.
Todos los sacramentos están orientados hacia la eucaristía, que contiene todo el misterio de nuestra
salvación. Aunque Tomás de Aquino acepta que uno de los efectos del sacramento es el fortalecimiento
individual en cuanto alimento espiritual", el significado más profundo de la comunión reside en la unidad
de la Iglesia, que tiene lugar en la eucaristía por medio de la caridad. La eucaristía, en cuanto ofrenda y en
cuanto representación de la pasión de Cristo, es un sacrificio; por encima de todo es un sacrificio ofrecido
a Dios en beneficio de la Iglesia y en unión con la Iglesia celeste.
Después de santo Tomás la visión de la eucaristía, de manera significativa, se fue haciendo cada vez más
estrecha y adquiriendo un significado predominantemente individual. El decreto Pro Armenis del concilio
de Florencia está basado en gran medida en la obrita de santo Tomás Sobre los artículos de la fe y los
sacramentos. Todavía se dice que el efecto del sacramento es «la unión del pueblo cristiano con Cristo»3,
reflejando así la afirmación de santo Tomás en ella de que la realidad última del sacramento (res) es «la
unidad del cuerpo místico»
En Trento se discutieron sólo normalmente cuestiones disputadas y el concilio puso particular empeño en
dejar que subsistiera el pluralismo de las escuelas teológicas. De ahí que el efecto eclesial de la eucaristía
no se hiciera muy explícito. En la 13 sesión se dice: «la cual (la eucaristía) dejó nuestro Salvador en la
Iglesia precisamente como símbolo de su unidad y caridad, con la que quiso que todos los cristianos
estuvieran entre sí unidos y estrechados». En la 22 sesión, en relación con el sacrificio de la misa, se
enseña que el Señor dejó «a su esposa amada, la Iglesia, un sacrificio visible», que era él mismo, «que
había de ser inmolado por la Iglesia por ministerio de los sacerdotes». Esto viene a confirmar el decreto de
Florencia que prescribía añadir un poco de agua al vino, lo cual significa «la unión de Cristo con el
pueblo fiel».
Pero desde santo Tomás hasta el siglo XIX, aunque estaba claro que la eucaristía como sacramento y
como sacrificio era de hecho un punto culminante de la vida de la Iglesia, se hicieron pocos esfuerzos por
considerarla englobando todo el misterio de la salvación y, en consecuencia, de la Iglesia. El
redescubrimiento de esta dimensión es en gran medida obra de N. >Afanasiev; en él hallamos un rico
filón de «eclesiología eucarística», término que él mismo parece haber acuñado. Su idea clave es que
«donde hay una asamblea eucarística, allí mora Cristo, y allí está la Iglesia de Dios en Cristo». Las
intuiciones de los pioneros no tienen por qué aparecer ya en su plenitud; Afanasiev ha sido criticado de
hecho por subrayar tanto la comunidad local que los demás factores eclesiales —como la comunión con
otras Iglesias, la jerarquía y la posición de la Iglesia universal—, no encuentran su lugar adecuado.
J. >Zizioulas desarrolla la idea de Afanasiev, que él considera un principio auténticamente ortodoxo.
Introduce en la eclesiología eucarística la noción del Cristo orgánico, de un Cristo que nunca puede
separarse de la Iglesia. Más que como una conmemoración de la pasión, la eucaristía se entiende más
plenamente en su futuro escatológico, en el que es el Cristo total. La Iglesia se realiza plenamente como
cuerpo de Cristo cada vez que celebra la eucaristía; deja de tener esta plenitud hasta que vuelve a
celebrarla; en el «eschaton» será el Cuerpo de manera permanente. En resumen: «La Iglesia constituye la
eucaristía, al tiempo que es constituida por ella»
Eclesiología ____________________________________________________________________ 151
Entre tanto en la Iglesia católica se fue desarrollando también la eclesiología eucarística. Ya en 1953, en
un capítulo titulado significativamente «El corazón de la Iglesia», H. de Lubac recogía la idea de que la
Iglesia y la eucaristía son «causa la una de la otra», de modo que «la Iglesia hace (fait) la eucaristía, pero
la eucaristía hace también a la Iglesia». Y concluía audazmente el capítulo: «Cristo en su eucaristía es
verdaderamente el corazón de su Iglesia». Dado que De Lubac no mantuvo las posiciones escatológicas y
orgánicas de Zizioulas, estuvo en mucho mejores condiciones para integrar otros temas eclesiales como el
de la >esposa, la >jerarquía de verdades y las >notas de la Iglesia. Pero, por otro lado, De Lubac no se
mostró capaz de desarrollar plenamente el sentido de la eucaristía como ofrecimiento de toda la creación
a Dios, punto este característico de la teología oriental, o de integrar su eclesiología eucarística de manera
tan completa como Zizioulas.
Es difícil sintetizar la teología eucarística del Vaticano II. Indudablemente continúa la tradición iniciada
en la época posmedieval, que considera la eucaristía como un sacramento individual. Pero contiene
también algunasafirmaciones clave, susceptibles de un desarrollo eclesiológico. Una de las decisiones
clave del concilio fue la de usar la categoría de memorial, siguiendo en esto a O. >Casel y a otros muchos
(cf SC 47, 102, 106...). El sacrificio único del Señor es actualizado hasta que vuelva (cf LG 28); palabra y
sacramento están inextrincablemente unidos (SC 7). El Espíritu Santo congrega al pueblo en torno a la
eucaristía (CD 11), haciendo viva y vivificadora la carne del Señor (PO 5); no obstante, la pneumatología
de SC es floja (sólo tres referencias en SC 5-6). El concilio desarrolla fuertemente el sentido de la
>Iglesia local o particular en tomo a la eucaristía (LG 26; CD 11); la liturgia no es una acción del
sacerdote solo, sino de toda la asamblea (SC 26). La eucaristía celebrada por el obispo es una
manifestación privilegiada de la Iglesia (SC 41); «el sacrificio eucarístico es fuente y cumbre de toda la
vida cristiana» (LG 11; cf PO 2); «en la santísima eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la
Iglesia» (PO 5); no obstante, la liturgia, que anuncia la transfiguración de todas las cosas (GS 38), no
agota la actividad de la Iglesia (SC 9).
Después del concilio se ha escrito largamente sobre la relación entre la Iglesia y la eucaristía". Una
eclesiología eucarística completa tendrá que incluir la idea de la eucaristía como sacrificio y sacramento,
como banquete sagrado. La relación entre lo invisible y lo visible, lo divino y lo humano, lo carismático y
lo institucional (cf LG 8) habrá de integrarse en una visión trinitaria y pneumatológica de la Iglesia.
Tendrá que poner el acento en la comunidad concreta celebrante, que es una pero, al mismotiempo, está
abierta a la catholica. Habrá de situar en el centro la idea de >comunión; así como la de conciliaridad.
Dicha eclesiología tendrá que integrar la dimensión cósmica de la eucaristía que se encuentra en Oriente y
en Teilhard de Chardin. Tendrá que considerar también la eucaristía en términos de confesión de fe y de
servicio, es decir, en la liturgia de la vida después de la liturgia de la Iglesia. Habrá de hacerse
necesariamente en diálogo con la teología oriental
Está por ver todavía si una eclesiología eucarística puede ser suficientemente integradora como para
ofrecer una visión unificada de la Iglesia. H. de Lubac ha manifestado la opinión de que, en sí misma, no
es suficiente para dar razón de las estructuras, y de que es necesaria la Iglesia para la difusión a lo largo y
ancho del mundo. Sin embargo, si la enseñanza del Vaticano II sobre el >sacerdocio común y ministerial,
junto con la trilogía sacerdote-profeta-rey, se incorporaran a la eclesiología eucarística, se constituiría una
visión muy rica e integradora. El tema necesita mucho más estudio y reflexión de los que hasta ahora se le
han dedicado.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 152
APENDICE.
Introducción.
El concepto de comunión (koinonía), puesto en luz en los textos del Vaticano II, es muy adecuado para expresar
el núcleo profundo del misterio de la Iglesia y puede ser una clave de lectura para una renovada eclesiología
católica. La profundización de la realidad de la Iglesia como comunión es, de hecho, una tarea particularmente
importante, que ofrece amplio espacio a la reflexión teológica sobre el misterio de la Iglesia "cuya naturaleza es
tal, que permite simpre nuevas y más profundas exploraciones". Además, algunas visiones eclesiológicas
conllevan una insuficiente comprensión de la Iglesia en cuanto misterio de comunión, especialmente por la falta
de una adecuada integración del concepto de comunión con los conceptos de "pueblo de Dios" y "cuerpo de
Cristo", y también por un insuficiente relieve en la relación entre Iglesia como comunión e Iglesia como
sacramento.
Habiendo tenido en cuenta la importancia doctrinal, pastoral y ecuménica de los diversos aspectos respecto de la
Iglesia entendida como comunión, con la presente carta, la Congregación para la doctrina de la fe ha creído
oportuno, aclarar brevemente, allí donde es necesario, algunos de los elementos fundamentales que deben
mantenerse como puntos fijos, en al trabajo de profundización teológica.
El obispo es principio y fundamento visible de la unidad de la iglesia particular confiada a su ministerio pastoral,
pero a fin de que toda iglesia particular sea plenamente Iglesia, es decir, presencia particular de la Iglesia
universal con todos sus elementos esenciales, entonces constituida a imagen de la Iglesia universal, en ella debe
estar presente, como elemento propio, la suprema autoridad de la Iglesia: el colegio episcopal <junto con su
cabeza, el romano pontífice, y nunca sin él>. El primado del obispo de Roma y del colegio episcopal son
elementos propios de la iglesia universal no derivados de la particularidad de las iglesias, sino todavía interiores
a toda iglesia particular. Por tanto, debemos ver el ministerio del sucesor de Pedro, no solo como un servicio
global que integra toda iglesia particular del externo, sino como perteneciente a la esencia de toda iglesia
particular desde dentro. De hecho, el ministerio del primado comporta esencialmente una potestad
verdaderamente episcopal, no solo suprema, plena y universal, sino inmediata, sobre todos, sean pastores que
fieles. El ser del ministerio del sucesor de Pedro interior a toda iglesia particular es expresión necesaria de
aquella mutua interioridad entre Iglesia universal y particular.
Unidad de la eucaristía y unidad del episcopado con Pedro y solo con Pedro no son raíces independientes de la
unidad de la Iglesia, porque Cristo ha instituido la eucaristía y el episcopado como realidades esencialmente
vinculadas. El episcopado es uno así como una es la eucaristía: el único sacrificio del único Cristo muerto y
resucitado. La liturgia expresa en varios modos esta realidad, manifestando, por ejemplo, que cada celebración
de la eucaristía en hecha en unión no solo con el propio obispo, sino con el papa, con el orden episcopal, con
todo el clero y con el pueblo entero. Toda celebración válida de la eucaristía expresa esta universal comunión
con Pedro y la Iglesia entera, u objetivamente la reclama, como en el caso de las iglesias cristianas separadas de
Roma.
Conclusión.
La Beata Virgen María es modelo de la comunión eclesial en la fe, la caridad y la unión con Cristo.
Eternamente en el misterio de Cristo, ella es, en medio a los apóstoles, el corazón mismo de la Iglesia naciente y
de la Iglesia de todos los tiempos. De hecho, la Iglesia fue congregada en la parte alta (del cenáculo) con María,
que era la madre de Jesús, y con los hermanos de él. No se puede entonces, hablar de Iglesia sino está presente
María, la madre del Señor, con los hermanos de él.
Al concluir esta carta, la Congregación para la doctrina de la fe, recordando las palabras finales de la Lumen
Gentium, invita a todos los obispos, y a través de ellos a todos los fieles, especialmente los teólogos, a confiar a
la intercesión de la Virgen María su empeño de comunión y de reflexión teológica sobre la comunión.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 155
El sumo Pontífice Juan Pablo II, en el curso de la audiencia concedida al que suscribe cardenal prefecto,
aprobó la presente carta, y ha ordenado su publicación.
INTRODUCCION
1. El concepto de comunión (koinonía), ya puesto de relieve en los textos del Concilio Vaticano II(1), es muy
adecuado para expresar el núcleo profundo del Misterio de la Iglesia y, ciertamente, puede ser una clave de lectura
para una renovada eclesiología católica(2). La profundización en la realidad de la Iglesia como Comunión es, en
efecto, una tarea particularmente importante, que ofrece amplio espacio a la reflexión teológica sobre el misterio de
la Iglesia, "cuya naturaleza es tal que admite siempre nuevas y más profundas investigaciones"(3). Sin embargo,
algunas visiones eclesiológicas manifiestan una insuficiente comprensión de la Iglesia en cuanto misterio de
comunión, especialmente por la falta de una adecuada integración del concepto de comunión con los de Pueblo de
Dios y de Cuerpo de Cristo, y también por un insuficiente relieve atribuido a la relación entre la Iglesia como
comunión y la Iglesia como sacramento.
2. Teniendo en cuenta la importancia doctrinal, pastoral y ecuménica de los diversos aspectos relativos a la Iglesia
considerada como Comunión, la Congregación para la Doctrina de la Fe, con la presente Carta, ha estimado
oportuno recordar brevemente y clarificar, donde era necesario, algunos de los elementos fundamentales que han de
ser considerados puntos firmes, también en el deseado trabajo de profundización teológica.
3. El concepto de comunión está "en el corazón del autoconocimiento de la Iglesia"(4), en cuanto misterio de la
unión personal de cada hombre con la Trinidad divina y con los otros hombres, iniciada por la fe(5), y orientada a
la plenitud escatológica en la Iglesia celeste, aun siendo ya una realidad incoada en la Iglesia sobre la tierra(6).
Para que el concepto de comunión, que no es unívoco, pueda servir como clave interpretativa de la eclesiologia,
debe ser entendido dentro de la enseñanza bíblica y de la tradición patrística, en las cuales la comunión implica
siempre una doble dimensión: vertical (comunión con Dios) y horizontal (comunión entre los hombres). Es
esencial a la visión cristiana de la comunión reconocerla ante todo como don de Dios, como fruto de la iniciativa
divina cumplida en el misterio pascual. La nueva relación entre el hombre y Dios, establecida en Cristo y
comunicada en los sacramentos, se extiende también a una nueva relación de los hombres entre sí. En
consecuencia, el concepto de comunión debe ser capaz de expresar también la naturaleza sacramental de la Iglesia
mientras "caminamos lejos del Señor"(7), así como la peculiar unidad que hace a los fieles ser miembros de un
mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo(8), una comunidad orgánicamente estructurada(9), "un pueblo reunido
por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"(10), dotado también de los medios adecuados para la
unión visible y social(11).
4. La comunión eclesial es al mismo tiempo invisible y visible. En su realidad invisible, es comunión de cada
hombre con el Padre por Cristo en el Espíritu Santo, y con los demás hombres copartícipes de la naturaleza
divina(12), de la pasión de Cristo(13), de la misma fe(14), del mismo espíritu(15). En la Iglesia sobre la tierra,
entre esta comunión invisible y la comunión visible en la doctrina de los Apóstoles, en los sacramentos y en el
Eclesiología ____________________________________________________________________ 156
orden jerárquico, existe una íntima relación. Mediante estos dones divinos, realidades bien visibles, Cristo ejerce en
la historia de diversos modos Su función profética, sacerdotal y real para la salvación de los hombres(16). Esta
relación entre los elementos invisibles y los elementos visibles de la comunión eclesial es constitutiva de la Iglesia
como Sacramento de salvación.
De esta sacramentalidad se sigue que la Iglesia no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente
abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar
y extender el misterio de comunión que la constituye: a reunir a todos y a todo en Cristo(17); a ser para todos
"sacramento inseparable de unidad"(18).
5. La comunión eclesial, en la que cada uno es inserido por la fe y el Bautismo(19), tiene su raíz y su centro en la
Sagrada Eucaristía. En efecto, el Bautismo es incorporación en un cuerpo edificado y vivificado por el Señor
resucitado mediante la Eucaristía, de tal modo que este cuerpo puede ser llamado verdaderamente Cuerpo de
Cristo. La Eucaristía es fuente y fuerza creadora de comunión entre los miembros de la Iglesia precisamente porque
une a cada uno de ellos con el mismo Cristo: "participando realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan
eucarístico, somos elevados a la comunión con El y entre nosotros: 'Porque el pan es uno, somos uno en un solo
cuerpo, pues todos participamos de ese único pan' (1 Cor 10, 17)"(20).
Por esto, la expresión paulina la Iglesia es el Cuerpo de Cristo significa que la Eucaristía, en la que el Señor nos
entrega su Cuerpo y nos transforma en un solo Cuerpo(21), es el lugar donde permanentemente la Iglesia se
expresa en su forma más esencial: presente en todas partes y, sin embargo, sólo una, así como uno es Cristo.
6. La Iglesia es Comunión de los santos, según la expresión tradicional que se encuentra en las versiones latinas del
Símbolo apostólico desde finales del siglo IV(22). La común participación visible en los bienes de la salvación ( las
cosas santas), especialmente en la Eucaristía, es raíz de la comunión invisible entre los participantes ( los santos).
Esta comunión comporta una solidaridad espiritual entre los miembros de la Iglesia, en cuanto miembros de un
mismo Cuerpo(23), y tiende a su efectiva unión en la caridad, constituyendo "un solo corazón y una sola
alma"(24). La comunión tiende también a la unión en la oración(25), inspirada en todos por un mismo Espíritu(26),
el Espíritu Santo "que llena y une toda la Iglesia"(27).
Esta comunión, en sus elementos invisibles, existe no sólo entre los miembros de la Iglesia peregrina en la tierra,
sino también entre éstos y todos aquellos que, habiendo dejado este mundo en la gracia del Señor, forman parte de
la Iglesia celeste o serán incorporados a ella después de su plena purificación(28). Esto significa, entre otras cosas,
que existe una mutua relación entre la Iglesia peregrina en la tierra y la Iglesia celeste en la misión histórico-
salvífica. De ahí la importancia eclesiológica no sólo de la intercesión de Cristo en favor de sus miembros(29), sino
también de la de los santos y, en modo eminente, de la Bienaventurada Virgen María(30). La esencia de la
devoción a los santos, tan presente en la piedad del pueblo cristiano, responde pues a la profunda realidad de la
Iglesia como misterio de comunión.
II
7. La Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica, es la Iglesia universal, es
decir, la universal comunidad de los discípulos del Señor(31), que se hace presente y operativa en la particularidad
y diversidad de personas, grupos, tiempos y lugares. Entre estas múltiples expresiones particulares de la presencia
salvífica de la única Iglesia de Cristo, desde la época apostólica se encuentran aquellas que en sí mismas son
Iglesias(32), porque, aun siendo particulares, en ellas se hace presente la Iglesia universal con todos sus elementos
esenciales(33). Están por eso constituidas "a imagen de la Iglesia universal"(34), y cada una de ellas es "una
porción del Pueblo de Dios que se confía al Obispo para ser apacentada con la cooperación de su
presbiterio"(35).
8. La Iglesia universal es, pues, el Cuerpo de las Iglesias(36), por lo que se puede aplicar de manera analógica el
concepto de comunión también a la unión entre las Iglesias particulares, y entender la Iglesia universal como una
Comunión de Iglesias. A veces, sin embargo, la idea de "comunión de Iglesias particulares", es presentada de modo
tal que se debilita la concepción de la unidad de la Iglesia en el plano visible e institucional. Se llega así a afirmar
Eclesiología ____________________________________________________________________ 157
que cada Iglesia particular es un sujeto en sí mismo completo, y que la Iglesia universal resulta del reconocimiento
recíproco de las Iglesias particulares. Esta unilateralidad eclesiológica, reductiva no sólo del concepto de Iglesia
universal sino también del de Iglesia particular, manifiesta una insuficiente comprensión del concepto de
comunión. Como la misma historia demuestra, cuando una Iglesia particular ha intentado alcanzar una propia
autosuficiencia, debilitando su real comunión con la Iglesia universal y con su centro vital y visible, ha venido a
menos también su unidad interna y, además, se ha visto en peligro de perder la propia libertad ante las más diversas
fuerzas de sometimiento y explotación(37).
9. Para entender el verdadero sentido de la aplicación analógica del término comunión al conjunto de las Iglesias
particulares, es necesario ante todo tener presente que éstas, en cuanto "partes que son de la Iglesia única de
Cristo"(38), tienen con el todo, es decir con la Iglesia universal, una peculiar relación de "mutua interioridad"(39),
porque en cada Iglesia particular "se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa,
Católica y Apostólica"(40). Por consiguiente, "la Iglesia universal no puede ser concebida como la suma de las
Iglesias particulares ni como una federación de Iglesias particulares"(41). No es el resultado de la comunión de
las Iglesias, sino que, en su esencial misterio, es una realidad ontológica y temporalmente previa a cada concreta
Iglesia particular.
En efecto, ontológicamente, la Iglesia-misterio, la Iglesia una y única según los Padres precede la creación(42), y
da a luz a las Iglesias particulares como hijas, se expresa en ellas, es madre y no producto de las Iglesias
particulares. De otra parte, temporalmente, la Iglesia se manifiesta el día de Pentecostés en la comunidad de los
cientoveinte reunidos en torno a María y a los doce Apóstoles, representantes de la única Iglesia y futuros
fundadores de las Iglesias locales, que tienen una misión orientada al mundo: ya entonces la Iglesia habla todas las
lenguas(43).
De ella, originada y manifestada universal, tomaron origen las diversas Iglesias locales, como realizaciones
particulares de esa una y única Iglesia de Jesucristo. Naciendo en y a partir de la Iglesia universal, en ella y de ella
tienen su propia eclesialidad. Así pues, la fórmula del Concilio Vaticano II: la Iglesia en y a partir de las Iglesias
(Ecclesia in et ex Ecclesiis)(44), es inseparable de esta otra: Las Iglesias en y a partir de la Iglesia (Ecclesiae in et
ex Ecclesia)(45). Es evidente la naturaleza mistérica de esta relación entre Iglesia universal e Iglesias particulares,
que no es comparable a la del todo con las partes en cualquier grupo o sociedad meramente humana.
10. Cada fiel, mediante la fe y el Bautismo, es incorporado a la Iglesia una, santa, católica y apostólica. No se
pertenece a la Iglesia universal de modo mediato, a través de la pertenencia a una Iglesia particular, sino de modo
inmediato, aunque el ingreso y la vida en la Iglesia universal se realizan necesariamente en una particular Iglesia.
Desde la perspectiva de la Iglesia considerada como comunión, la universal comunión de los fieles y la comunión
de las Iglesias no son pues la una consecuencia de la otra, sino que constituyen la misma realidad vista desde
perspectivas diversas.
Además, la pertenencia a una Iglesia particular no está nunca en contradicción con la realidad de que en la Iglesia
nadie es extranjero(46): especialmente en la celebración de la Eucaristía, todo fiel se encuentra en su Iglesia, en la
Iglesia de Cristo, pertenezca o no, desde el punto de vista canónico, a la diócesis, parroquia u otra comunidad
particular donde tiene lugar tal celebración. En este sentido, permanenciendo firmes las necesarias determinaciones
de dependencia jurídica(47), quien pertenece a una Iglesia particular pertenece a todas las Iglesias; ya que la
pertenencia a la Comunión, como pertenencia a la Iglesia, nunca es sólo particular, sino que por su misma
naturaleza es siempre universal(48).
III
11. La unidad o comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia universal, además de en la misma fe y en el
Bautismo común, está radicada sobre todo en la Eucaristía y en el Episcopado.
Está radicada en la Eucaristía porque el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una particular
comunidad, no es nunca celebración de esa sola comunidad: ésta, en efecto, recibiendo la presencia eucarística del
Eclesiología ____________________________________________________________________ 158
Señor, recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, a pesar de su permanente particularidad visible,
como imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica(49).
El redescubrimiento de una eclesiología eucarística, con sus indudables valores, se ha expresado sin embargo a
veces con acentuaciones unilaterales del principio de la Iglesia local. Se afirma que donde se celebra la Eucaristía,
se haría presente la totalidad del misterio de la Iglesia, de modo que habría que considerar no-esencial cualquier
otro principio de unidad y de universalidad. Otras concepciones, bajo influjos teológicos diversos, tienden a
radicalizar aún más esta perspectiva particular de la Iglesia, hasta el punto de considerar que es el mismo reunirse
en el nombre de Jesús (cfr. Mt 18, 20) lo que genera la Iglesia: la asamblea que en el nombre de Cristo se hace
comunidad, tendría en sí los poderes de la Iglesia, incluido el relativo a la Eucaristía; la Iglesia, como algunos
dicen, nacería "de la base". Estos y otros errores similares no tienen suficientemente en cuenta que es precisamente
la Eucaristía la que hace imposible toda autosuficiencia de la Iglesia particular. En efecto, la unicidad e
indivisibilidad del Cuerpo eucarístico del Señor implica la unicidad de su Cuerpo místico, que es la Iglesia una e
indivisible. Desde el centro eucarístico surge la necesaria apertura de cada comunidad celebrante, de cada Iglesia
particular: del dejarse atraer por los brazos abiertos del Señor se sigue la inserción en su Cuerpo, único e indiviso.
También por esto, la existencia del ministerio Petrino, fundamento de la unidad del Episcopado y de la Iglesia
universal, está en profunda correspondencia con la índole eucarística de la Iglesia.
12. Efectivamente, la unidad de la Iglesia está también fundamentada en la unidad del Episcopado(50). Como la
idea misma de Cuerpo de las Iglesias reclama la existencia de una Iglesia Cabeza de las Iglesias, que es
precisamente la Iglesia de Roma, que "preside la comunión universal de la caridad(51), así la unidad del
Episcopado comporta la existencia de un Obispo Cabeza del Cuerpo o Colegio de los Obispos, que es el Romano
Pontífice(52). De la unidad del Episcopado, como de la unidad de la entera Iglesia, "el Romano Pontífice, como
sucesor de Pedro, es principio y fundamento perpetuo y visible"(53). Esta unidad del Episcopado se perpetúa a lo
largo de los siglos mediante la sucesión apostólica, y es también fundamento de la identidad de la Iglesia de cada
época con la Iglesia edificada por Cristo sobre Pedro y sobre los demás Apóstoles(54).
13. El Obispo es principio y fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular confiada a su ministerio
pastoral(55), pero para que cada Iglesia particular sea plenamente Iglesia, es decir, presencia particular de la Iglesia
universal con todos sus elementos esenciales, y por lo tanto constituida a imagen de la Iglesia universal, debe
hallarse presente en ella, como elemento propio, la suprema autoridad de la Iglesia: el Colegio episcopal "junto con
su Cabeza el Romano Pontífice, y jamás sin ella"(56). El Primado del Obispo de Roma y el Colegio episcopal son
elementos propios de la Iglesia universal "no derivados de la particularidad de las Iglesias"(57), pero interiores a
cada Iglesia particular. Por tanto, "debemos ver el ministerio del Sucesor de Pedro, no sólo como un servicio
'global' que alcanza a toda Iglesia particular 'desde fuera', sino como perteneciente ya a la esencia de cada Iglesia
particular 'desde dentro'"(58). En efecto, el ministerio del Primado comporta esencialmente una potestad
verdaderamente episcopal, no sólo suprema, plena y universal, sino también inmediata, sobre todos, tanto sobre los
Pastores como sobre los demás fieles(59). Que el ministerio del Sucesor de Pedro sea interior a cada Iglesia
particular, es expresión necesaria de aquella fundamental mutua interioridad entre Iglesia universal e Iglesia
particular(60).
14. Unidad de la Eucaristía y unidad del Episcopado con Pedro y bajo Pedro no son raíces independientes de la
unidad de la Iglesia, porque Cristo ha instituído la Eucaristía y el Episcopado como realidades esencialmente
vinculadas(61). El Episcopado es uno como una es la Eucaristía: el único Sacrificio del único Cristo muerto y
resucitado. La liturgia expresa de varios modos esta realidad, manifestando, por ejemplo, que toda celebración de la
Eucaristía se realiza en unión no sólo con el propio Obispo sino también con el Papa, con el orden episcopal, con
todo el clero y con el entero pueblo(62). Toda válida celebración de la Eucaristía expresa esta comunión universal
con Pedro y con la Iglesia entera, o la reclama objetivamente, como en el caso de las Iglesias cristianas separadas
de Roma(63).
IV
15. "La universalidad de la Iglesia, de una parte, comporta la más sólida unidad y, de otra, una pluralidad y una
diversificación, que no obstaculizan la unidad, sino que le confieren en cambio el carácter de 'comunión'"(64).
Eclesiología ____________________________________________________________________ 159
Esta pluralidad se refiere sea a la diversidad de ministerios, carismas, formas de vida y de apostolado dentro de
cada Iglesia particular, sea a la diversidad de tradiciones litúrgicas y culturales entre las distintas Iglesias
particulares(65).
La promoción de la unidad que no obstaculiza la diversidad, así como el reconocimiento y la promoción de una
diversidad que no obstaculiza la unidad sino que la enriquece, es tarea primordial del Romano Pontífice para toda
la Iglesia(66) y, salvo el derecho general de la misma Iglesia, de cada Obispo en la Iglesia particular confiada a su
ministerio pastoral(67). Pero la edificación y salvaguardia de esta unidad, a la que la diversidad confiere el carácter
de comunión, es también tarea de todos en la Iglesia, porque todos están llamados a construirla y respetarla cada
día, sobre todo mediante aquella caridad que es "el vínculo de la perfección"(68).
16. Para una visión más completa de este aspecto de la comunión eclesial -unidad en la diversidad-, es necesario
considerar que existen instituciones y comunidades establecidas por la Autoridad Apostólica para peculiares tareas
pastorales. Estas, en cuanto tales, pertenecen a la Iglesia universal, aunque sus miembros son también miembros de
las Iglesias particulares donde viven y trabajan. Tal pertenencia a las Iglesias particulares, con la flexibilidad que le
es propia(69), tiene diversas expresiones jurídicas. Esto no sólo no lesiona la unidad de la Iglesia particular fundada
en el Obispo, sino que por el contrario contribuye a dar a esta unidad la interior diversificación propia de la
comunión(70).
En el contexto de la Iglesia entendida como comunión, hay que considerar también los múltiples institutos y
sociedades, expresión de los carismas de vida consagrada y de vida apostólica, con los que el Espíritu Santo
enriquece el Cuerpo Místico de Cristo: aun no perteneciendo a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenecen a su
vida y a su santidad(71). Por su carácter supradiocesano, radicado en el ministerio Petrino, todas estas realidades
eclesiales son también elementos al servicio de la comunión entre las diversas Iglesias particulares.
17. "La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre
de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de
Pedro"(72). En las Iglesias y comunidades cristianas no católicas, existen en efecto muchos elementos de la Iglesia
de Cristo que permiten reconocer con alegría y esperanza una cierta comunión, si bien no perfecta(73).
Esta comunión existe especialmente con las Iglesias orientales ortodoxas, las cuales, aunque separadas de la Sede
de Pedro, permanecen unidas a la Iglesia Católica mediante estrechísimos vínculos, como son la sucesión
apostólica y la Eucaristía válida, y merecen por eso el título de Iglesias particulares(74). En efecto, " con la
celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, la Iglesia de Dios es edificada y crece"(75),
ya que en toda válida celebración de la Eucaristía se hace verdaderamente presente la Iglesia una, santa, católica y
apostólica(76).
Sin embargo, como la comunión con la Iglesia universal, representada por el Sucesor de Pedro, no es un
complemento externo de la Iglesia particular, sino uno de sus constitutivos internos, la situación de aquellas
venerables comunidades cristianas implica también una herida en su ser Iglesia particular. La herida es todavía más
profunda en las comunidades eclesiales que no han conservado la sucesión apostólica y la Eucaristía válida. Esto,
de otra parte, comporta también para la Iglesia Católica, llamada por el Señor a ser para todos "un solo rebaño y un
solo pastor"(77), una herida en cuanto obstáculo para la realización plena de su universalidad en la historia.
18. Esta situación reclama fuertemente de todos el empeño ecuménico hacia la plena comunión en la unidad de la
Iglesia; aquella unidad "que Cristo concedió desde el principio a su Iglesia, y que creemos subsiste indefectible en
la Iglesia Católica y esperamos que crezca hasta la consumación de los siglos"(78). En este empeño ecuménico,
tienen prioritaria importancia la oración, la penitencia, el estudio, el diálogo y la colaboración, para que en una
renovada conversión al Señor se haga posible a todos reconocer la permanencia del Primado de Pedro en sus
sucesores, los Obispos de Roma, y ver realizado el ministerio petrino, tal como es entendido por el Señor, como
universal servicio apostólico, presente en todas las Iglesias desde dentro de ellas y que, salvada su sustancia de
institución divina, puede expresarse en modos diversos, según los lugares y tiempos, como testimonia la historia.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 160
CONCLUSION
19. La Bienaventurada Virgen María es modelo de la comunión eclesial en la fe, en la caridad y en la unión con
Cristo(79). "Eternamente presente en el misterio de Cristo"(80), Ella está, en medio de los Apóstoles, en el corazón
mismo de la Iglesia naciente(81) y de la Iglesia de todos los tiempos. Efectivamente, "la Iglesia fue congregada en
la parte alta (del cenáculo) con María, que era la Madre de Jesús, y con sus hermanos. No se puede, por tanto,
hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con sus hermanos"(82).
Al concluir esta Carta, la Congregación para la Doctrina de la Fe, haciendo eco a las palabras finales de la
Constitución Lumen gentium(83), invita a todos los Obispos y, a través de ellos, a todos los fieles, especialmente a
los teólogos, a confiar a la intercesión de la Bienaventurada Virgen su empeño de comunión y de reflexión
teológica sobre la comunión.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el curso de la audiencia concedida al infrascripto Cardenal Prefecto, ha
aprobado la presente Carta, acordada en reunión ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado su publicación.
+ Alberto Bovone
Arzobispo Tit. de Cesarea de Numidia
Secretario
(1)
1 Cfr. Const. Lumen gentium, nn. 4, 8, 13-15, 18, 21, 24-25; Const. Dei Verbum, n. 10; Const. Gaudium et spes, n.
32; Decr. Unitatis redintegratio, nn. 2-4, 14-15, 17-19, 22.
(2) 2 Cfr. SINODO DE LOS OBISPOS, II Asamblea extraordinaria (1985), Relatio finalis, II, C), 1.
(3) 3 PABLO VI, Discurso de apertura del segundo período del Conc. Vaticano II, 29-IX-1963: AAS 55 (1963) p.
848. Cfr., por ejemplo, las lineas de profundización indicadas por la COMISION TEOLOGICA
INTERNACIONAL, en Themata selecta de ecclesiologia: "Documenta (1969- 1985)", Lib. Ed. Vaticana 1988, pp.
462-559.
(4) 4 JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos de América, 16-IX-1987, n. 1:
"Insegnamenti di Giovanni Paolo II" X,3 (1987) p. 553.
(5) 5 1 Jn 1, 3: "Os anunciamos lo que hemos hemos visto y oído, para que estéis en comunión con nosotros.
Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo". Cfr. también 1 Cor 1, 9; JUAN PABLO II, Exh. Ap.
Christifideles laici, 30-XII-1988, n. 19; SINODO DE LOS OBISPOS (1985), Relatio finalis, II, C), 1.
(6) 6 Cfr. Fil 3, 20-21; Col 3, 1-4; Const. Lumen gentium, n. 48.
(8) 8 Cfr. ibidem, n. 7; PIO XII, Enc. Mystici Corporis, 29-VI-1943: AAS 35 (1943) pp. 200 ss.
(10) 10 S. CIPRIANO, De Oratione Dominica, 23: PL 4, 553; cfr. Const. Lumen gentium, n. 4/b.
Eclesiología ____________________________________________________________________ 161
(11) 11 Cfr. Const. Lumen gentium, n. 9/c.
(17) 17 Cfr. Mt 28, 19-20; Jn 17, 21-23; Ef 1, 10; Const. Lumen gentium, nn. 9/b, 13 y 17; Decr. Ad gentes, nn. 1 y
5; S. IRENEO, Adversus haereses, III, 16, 6 y 22, 1-3: PG 7, 925-926 y 955-958.
(19) 19 Ef 4, 4-5: "Un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como habéis sido llamados a una sola esperanza, la de
vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo". Cfr. también Mc 16, 16.
(20) 20 Const. Lumen gentium, n. 7/b. La Eucaristía es el sacramento "mediante el cual se construye la Iglesia en el
tiempo presente" (S. AGUSTIN, Contra Faustum, 12, 20: PL 42, 265). "Nuestra participación en el cuerpo y en la
sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a transformarnos en aquello que recibimos" (S. LEON MAGNO,
Sermo 63, 7: PL 54, 357).
(21) 21 Cfr. Const. Lumen gentium, nn. 3 y 11/a; S. JUAN CRISOSTOMO, In 1 Cor. hom., 24, 2: PG 61, 200.
(27) 27 STO. TOMAS DE AQUINO, De Veritate, q. 29, a. 4 c. En efecto, "levantado en la cruz y glorificado, el
Señor Jesús envió el Espíritu que había prometido, por medio del cual llamó y congregó al pueblo de la Nueva
Alianza, que es la Iglesia" (Decr. Unitatis redintegratio, n. 2/b).
(32) 32 Cfr. Hechos 8, 1; 11, 22; 1 Cor 1, 2; 16, 19; Gal 1, 22; Apoc 2, 1.8; etc.
(33) 33 Cfr. PONTIFICIA COMISION BIBLICA, Unité et diversité dans l'Eglise, Lib. Ed. Vaticana 1989,
especialmente, pp. 14-28.
(36) 36 Const. Lumen gentium, n. 23/b. Cfr. S. HILARIO DE POITIERS, In Psalm. 14, 3: PL 9, 301; S.
GREGORIO MAGNO, Moralia, IV, 7, 12: PL 75, 643.
(37) 37 Cfr. PABLO VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 8-XII-1975, n. 64/b.
(39) 39 JUAN PABLO II, Discurso a la Curia Romana, 20-XII-1990, n. 9: "L'Osservatore Romano", 21-XII-1990,
p. 5.
(41) 41 JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos de América, 16-IX-1987, n. 3: cit., p. 555.
(42) 42 Cfr. PASTOR DE HERMAS, Vis. 2, 4: PG 2, 897-900; S. CLEMENTE ROMANO, Epist. II ad Cor., 14,
2: Funck, 1, 200.
(43) 43 Cfr. Hechos 2, 1 ss. S. IRENEO, Adversus haereses, III, 17, 2 (PG 7, 929-930): "en Pentecostés (...) todas
las naciones (...) se habían convertido en un admirable coro para entonar el himno de alabanza a Dios en perfecta
consonancia, porque el Espíritu Santo había anulado las distancias, eliminado la discordancia y transformado la
reunión de los pueblos en una primicia para ofrecer a Dios Padre". Cfr. también S. FULGENCIO DE RUSPE,
Sermo 8 in Pentecoste, 2-3: PL 65, 743-744.
(44) 44 Const. Lumen gentium, n. 23/a: "[las Iglesias particulares]... en las cuales y a partir de las cuales se
constituye laIglesia Católica, una y única". Esta doctrina desarrolla en la continuidad lo que ya había sido afirmado
anteriormente, por ejemplo por PIO XII, Enc. Mystici Corporis, cit., p. 211: "...a partir de las cuales existe y está
compuesta la Iglesia Católica".
(45) 45 Cfr. JUAN PABLO II, Discurso a la Curia Romana, 20-XII-1990, n. 9: cit., p. 5.
(48) 48 S. JUAN CRISOSTOMO, In Ioann. hom., 65, 1 (PG 59, 361): "quien está en Roma sabe que los Indios son
sus miembros". Cfr. Const. Lumen gentium, n. 13/b.
(49) 49 Cfr. Const. Lumen gentium, n. 26/a; S. AGUSTIN, In Ioann. Ev. Tract., 26, 13: PL 35, 1612- 1613.
(50) 50 Cfr. Const. Lumen gentium, nn. 18/b, 21/b, 22/a. Cfr. también S. CIPRIANO, De unitate Ecclesiae, 5: PL 4,
516-517; S. AGUSTIN, In Ioann. Ev. Tract., 46, 5: PL 35, 1730.
(51) 51 S. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Epist. ad Rom., prol.: PG 5, 685; cfr. Const. Lumen gentium, n. 13/c.
(53) 53 Ibidem, n. 23/a. Cfr. Const. Pastor aeternus: Denz.-Schön. 3051-3057; S. CIPRIANO, De unitate
Ecclesiae, 4: PL 4, 512-515.
(54) 54 Cfr. Const. Lumen gentium, n. 20; S. IRENEO, Adversus haereses, III, 3, 1-3: PG 7, 848-849; S.
CIPRIANO, Epist. 27, 1: PL 4, 305-306; S. AGUSTIN, Contra advers. legis et prophet., 1, 20, 39: PL 42, 626.
(58) 58 JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos de América, 16-IX-1987, n. 4: cit., p. 556.
(59) 59 Cfr. Const. Pastor aeternus, cap. 3: Denz-Schön 3064; Const. Lumen gentium, n. 22/b.
(61) 61 Cfr. Const. Lumen gentium, n. 26; S. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Epist. ad Philadel., 4: PG 5, 700; Epist.
ad Smyrn., 8: PG 5, 713.
(64) 64 JUAN PABLO II, Discurso en la Audiencia general, 27-IX-1989, n. 2: "Insegnamenti di Giovanni Paolo
II" XII,2 (1989) p. 679.
(68) 68 Col 3, 14. STO TOMAS DE AQUINO, Exposit. in Symbol. Apost., a. 9: "La Iglesia es una (...) por la
unidad de la caridad, porque todos están unidos por el amor de Dios, y entre sí por el amor mutuo ".
(73) 73 Cfr. Decr. Unitatis redintegratio, nn. 3/a y 22; Const. Lumen gentium, n. 13/d.
(79) 79 Cfr. Const. Lumen gentium, nn. 63 y 68; S. AMBROSIO, Exposit. in Luc., 2, 7: PL 15, 1555; S. ISAAC DE
ESTRELLA, Sermo 27: PL 194, 1778-1779; RUPERTO DE DEUTZ, De Vict. Verbi Dei, 12, 1: PL 169, 1464-
1465.
(82) 82 S. CROMACIO DE AQUILEYA, Sermo 30, 1: "Sources Chrétiennes", 164, p. 134. Cfr. PABLO VI, Exh.
Ap. Marialis cultus, 2-II-1974, n. 28.
NOTA
SOBRE LA EXPRESION
«IGLESIAS HERMANAS»
Eminencia (Excelencia):
Desde varias partes se ha llamado la atención de este Dicasterio sobre los problemas implicados en el uso
de la expresión “Iglesias hermanas”, utilizada en importantes Documentos del Magisterio pontificio.
Dicha expresión, presente también en textos e intervenciones referidos a iniciativas en la promoción del
diálogo entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas, se ha convertido en parte del vocabulario común
para expresar el vínculo objetivo entre la Iglesia de Roma y las Iglesias ortodoxas.
Con el fin de superar tales equívocos en el uso y aplicación del término “Iglesias hermanas”, esta
Congregación ha juzgado necesario elaborar la adjunta NOTA sobre la expresión “Iglesias hermanas”,
aprobada por el Santo Padre Juan Pablo II en la Audiencia del 9 de junio de 2000, y cuyas indicaciones
deben ser consideradas vinculantes, a pesar de que la Nota no sea oficialmente publicada en Acta
Apostolicae Sedis, a causa de su finalidad, que es la de precisar el uso correcto de una terminología
teológica.
Mientras le envío copia del citado Documento, le ruego que tenga a bien hacerse intérprete de las
preocupaciones e indicaciones en él contenidas ante la Conferencia Episcopal de su digna presidencia, y
en particular ante la Comisión u Organismo encargado del diálogo ecuménico, a fin de que en las
publicaciones y escritos concernientes la referida temática emanados por esa Conferencia, se tenga
cuidadosamente en cuenta de lo prescrito en la Nota. Agradeciéndole vivamente su inestimable
colaboración, aprovecho la circunstancia para confirmarme Suyo devotísimo en Cristo
B. TEXTO DE LA NOTA
1. La expresión Iglesias hermanas se repite a menudo en el diálogo ecuménico, sobre todo entre
católicos y ortodoxos, y es objeto de profundización por ambas partes del diálogo. Aún existiendo un uso
indudablemente legítimo de la expresión, en la actual literatura ecuménica se ha difundido un modo
ambiguo de utilizarla. En conformidad con la enseñanza del Concilio Vaticano II y el sucesivo Magisterio
pontificio, es por lo tanto oportuno recordar cuál es el uso proprio y adecuado de tal expresión. Pero
antes, parece útil señalar brevemente la historia del término.
2. En el Nuevo Testamento, la expresión Iglesias hermanas, como tal, no se encuentra; sin embargo,
se hallan numerosas indicaciones que manifiestan las relaciones de fraternidad existentes entre las Iglesias
locales de la antigüedad cristiana. El pasaje neotestamentario que en modo más explícito refleja esa
convicción es la frase final de 2 Jn 13: «Te saludan los hijos de tu hermana Elegida». Se trata de saludos
enviados de una comunidad eclesial a otra; la comunidad que envía los saludos se llama a sí misma
“hermana” de la otra.
Como se sabe, en los siglos siguientes las divergencias entre Roma y Constantinopla llevaron a
excomuniones mutuas, que tuvieron «consecuencias, que, por cuanto podemos juzgar, fueron más allá de
las intenciones y las previsiones de sus autores, cuyas censuras concernían a las personas afectadas, no a
las Iglesias, y no tenían la intención de romper la comunión eclesiástica entre las sedes de Roma y de
Constantinopla»23[1].
4. La expresión aparece de nuevo en dos cartas del Metropolita Nicetas de Nicomedia (año 1136) y
del Patriarca Juan X Camateros (desde 1198 a 1206), en las cuales ambos protestaban contra Roma, la
cual, presentándose como madre y maestra, habría anulado su autoridad. Según ellos, Roma es solamente
la primera entre hermanas de igual dignidad.
23
Eclesiología ____________________________________________________________________ 166
6. El Concilio Vaticano II usa la expresión Iglesias hermanas para calificar la relación fraterna entre
las Iglesias particulares: «…existen en Oriente muchas iglesias particulares o locales, entre las cuales
ocupan el primer lugar las iglesias patriarcales, y de las cuales no pocas tienen origen en los mismos
Apóstoles. Por este motivo ha prevalecido y prevalecen entre los orientales la diligencia y el cuidado de
conservar en la comunión de la fe y de la caridad aquellas relaciones fraternas, que deben observarse
entre las iglesias locales como entre hermanas».24[2]
7. El primer documento pontificio en el cual de halla el apelativo de hermanas aplicado a las Iglesias
es el Breve Anno ineunte, de Pablo VI al Patriarca Atenágoras I. Tras haber manifestado su voluntad de
hacer lo posible para «restablecer la plena comunión entre la Iglesia de Occidente y la Iglesia de Oriente»,
el Papa se pregunta: «Puesto que en cada Iglesia local se opera este misterio del amor divino, ¿no es tal
vez éste el origen de aquella expresión tradicional, en virtud de la cual las Iglesias de varios lugares
comenzaron a llamarse entre ellas como hermanas? Nuestras Iglesias han vivido por siglos como
hermanas, celebrando juntas los concilios ecuménicos, que han defendido el depósito de la fe contra toda
alteración. Ahora, después de un largo período de división y de incomprensión recíproca, el Señor, a
pesar de las dificultades que en el pasado han surgido entre nosotros, nos da la posibilidad de
redescubrirnos como Iglesias hermanas».25[3]
8. Después la expresión ha sido utilizada por Juan Pablo II en numerosos discursos y documentos
entre los cuales serán recordados aquí los principales, siguiendo un orden cronológico.
Encíclica Slavorum Apostoli: «Para nosotros [Cirilo y Metodio] son paladines y a la vez patronos en el
esfuerzo ecuménico de las Iglesias hermanas de Oriente y Occidente para volver a encontrar, mediante el
diálogo y la oración, la unidad visible en la comunión perfecta y total».26[4]
Carta de 1991 a los Obispos europeos: «Con aquellas Iglesias [las Iglesias ortodoxas] se fomentan
relaciones como entre Iglesias hermanas, según la expresión del Papa Pablo VI en el Breve al Patriarca de
Constantinopla Atenágoras I».27[5]
En la Encíclica Ut unum sint, el tema es desarrollado sobre todo en el n. 56, que inicia así: «Después del
Concilio Vaticano II y con referencia a aquella tradición, se ha restablecido el uso de llamar Iglesias
hermanas a las Iglesias particulares o locales congregadas en torno a su Obispo. La supresión, además, de
las excomuniones recíprocas, quitando un doloroso obstáculo de orden canónico y psicológico, ha sido un
paso muy significativo en el camino hacia la plena comunión». El número termina auspiciando: «El
término tradicional de Iglesias hermanas debería acompañarnos incesantemente en este camino». El tema
es retomado en el n. 60, en el cual se observa: «Más recientemente, la Comisión mixta internacional ha
dado un paso significativo en la cuestión tan delicada del método a seguir en la búsqueda de la comunión
plena entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, cuestión que ha alterado con frecuencia las relaciones
entre católicos y ortodoxos. La Comisión ha puesto las bases doctrinales para una solución positiva del
problema, que se fundamenta en la doctrina de las Iglesias hermanas».28[6]
24
25
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27
28
Eclesiología ____________________________________________________________________ 167
9. Las referencias históricas expuestas en los párrafos precedentes muestran la relevancia que ha
asumido la expresión Iglesias hermanas en el diálogo ecuménico. Esto hace aun más importante que de
ella se haga un uso teológicamente correcto.
10. En efecto, en sentido proprio, Iglesias hermanas son exclusivamente las Iglesias particulares (o las
agrupaciones de Iglesias particulares: por ejemplo, los Patriarcados y las Metropolías). 29[7] Debe quedar
siempre claro, incluso cuando la expresión Iglesias hermanas es usada en este sentido propio, que la
Iglesia universal, una, santa, católica y apostólica, no es hermana sino madre de todas las Iglesias
particulares30[8].
11. Se puede hablar de Iglesias hermanas, en sentido propio, también en referencia a Iglesias
particulares católicas y no católicas; y por lo tanto también la Iglesia particular de Roma puede ser
llamada hermana de todas las Iglesias particulares. Pero, como ya ha sido recordado, no se puede decir
propiamente que la Iglesia católica sea hermana de una Iglesia particular o grupo de Iglesias. No se trata
solamente de una cuestión terminológica, sino sobre todo de respetar una verdad fundamental de la fe
católica: la de la unicidad de la Iglesia de Jesucristo. Existe, en efecto, una única Iglesia, 31[9] y por eso el
plural Iglesias se puede referir solamente a las Iglesias particulares.
12. En fin, se debe también tener presente que la expresión Iglesias hermanas en sentido proprio,
como es testimoniado por la Tradición común de Occidente y Oriente, puede ser aplicada exclusivamente
a aquellas comunidades que han conservado válidamente el Episcopado y la Eucaristía.
Roma, en la Sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 30 de junio de 2000, Solemnidad del
Sagrado Corazón de Jesús.
Secretario
58 (1966) 20. Las excomuniones fueron recíprocamente levantadas en 1965: «el Papa Pablo VI y el
Patriarca Atenágoras I en su Sínodo (…) declaran de común acuerdo (…) que es de deplorar también, y
de cancelar de la memoria y del seno de la Iglesia, las sentencias de excomunión» (ibid., n. 4); cf. también
PABLO VI, Carta Apostólica Ambulate in dilectione (7-XII-1965): AAS 58 (1966) 40-41; ATENÁGORAS I,
Tomos Agapis (7-XII-1965), Vatican-Phanar 1958-1970 (Romae et Istanbul 1970) 388-390.
33[2]
CONCILIO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, n. 14
29
30
31
32
33
Eclesiología ____________________________________________________________________ 168
34[3]
PABLO VI, Breve Anno ineunte (25-VII-1987): AAS 59 (1967) 852-854.
35[4]
JUAN PABLO II, Encíclica Slavorum apostoli (2-VI-1985), n. 27: AAS 77 (1985) 807-808.
JUAN PABLO II, Carta a los Obispos del continente europeo sobre Las relaciones entre católicos y
36[5]
ortodoxos en la nueva situación de la Europa central y oriental (31-V-1991), n. 4: AAS 84 (1992) 167.
37[6]
JUAN PABLO II, Encíclica Ut unum sint (25-V-1995), nn. 56 y 60: AAS 87 (1995) 921-982.
Cf. los textos del Decreto Unitatis redintegratio, n. 14, y del Breve Anno ineunte de Pablo VI a
38[7]
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Communionis notio (28-V-1992), n. 9: AAS
39[8]
85 (1993) 838-850.
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 8; CONGREGACIÓN PARA
40[9]
LA
DOCTRINA DE LA FE, Declaración Mysterium Ecclesiae (24-VI-1973), n. 1: AAS 65 (1973) 396-408.
34
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Eclesiología ____________________________________________________________________ 169
Los Documentos Pontificios son todos importantes ya que todos tienen como autor al Papa. La
importancia del documento no se deduce tanto de su clasificación (Encíclica, Constitución Apóstolica,
etc.) como de su contenido.
Cartas Encíclicas
Epístola Encíclica
Constitución Apostólica
Exhortación Apostólica
Cartas Apostólicas
Bulas
Motu Proprio
Si es oficial, aparece en el Acta Apostolicae Sedis. Si no se tiene acceso a esta acta, se puede verificar con
el periódico del Vaticano: L'Osservatore Romano que se publica en español y otros idiomas.
El lenguaje oficial y la versión típica para todos los documentos eclesiales es el latín.
Cartas Encíclicas
Del Latín Literae encyclicae, que literalmente significa "cartas circulares". Las encíclicas son cartas
públicas y formales del Sumo Pontífice que expresan su enseñanza en materia de gran importancia. Pablo
VI definió la encíclica como "un documento, en la forma de carta, enviado por el Papa a los obispos del
mundo entero".
Por definición, las cartas encíclicas formalmente tienen el valor de enseñanza dirigida a la Iglesia
Universal. Sin embargo, cuando tratan con cuestiones sociales, económicas o políticas, son dirigidas
comúnmente no solo a los católicos, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Esta práctica
la inició el Papa Juan XXIII con su encíclica Pacem in terris (1963). En algunos casos, como el de la
encíclica Veritatis splendor (1993) de Juan Pablo II, el Papa solo incluye en su saludo de apertura, a los
Obispos, aunque él pretenda la doctrina de la encíclica para la instrucción de todos los fieles. Esto tiene su
razón de ser en el hecho de que los Obispos son los Pastores que deben enseñar a los fieles la doctrina.
Debido al peso y la verdad que contienen, todo fiel debe concederle a las encíclicas asentimiento,
obediencia y respeto. El Papa Pío XII observó que las encíclicas, aunque no son la forma usual de
promulgar pronunciamientos infalibles, si reflejan el Magisterio Ordinario de la Iglesia y merece ese
respeto de parte de los fieles (Humani generis, 1950).
Eclesiología ____________________________________________________________________ 170
El título que se le da a la encíclica se deriva de sus primeras palabras en latín. Por ejemplo la encíclica del
Papa Pablo VI sobre la inmoralidad de la contracepción, se tituló Humanae vitae, (Vida Humana).
Breve Historia:
La encíclica es una forma muy antigua de correspondencia eclesiástica, que denota de forma particular la
comunión de fe y caridad que existe entre las varias "iglesias", esto es, entre las varias comunidades que
forman la Iglesia.
A principios de la Iglesia, los obispos frecuentemente enviaban cartas a otros obispos para asegurar la
unidad en la doctrina y vida eclesial.
Benedicto XIV (1740-1758), revivió la costumbre, enviando "cartas circulares" a otros obispos. Estas
cartas papales tocaban temas de doctrina, moral o disciplina, afectando a toda la Iglesia.
León XIII (1878-1903), excedió por más del doble el número de encíclicas escritas de su predecesor Pío
IX (1846-1878), con 75 encíclicas en total. León XIII también cambió el énfasis del tono de las
encíclicas, el cual había sido preeminentemente condenatorio. El comenzó a esbozar una idea rápida, de
forma positiva, de como la Iglesia debía responder a los problemas concretos, especialmente en el orden
ético-social. El acercamiento innovador de León XIII, popularizó las encíclicas como puntos de
referencia, no solo para la doctrina Católica pero también, para muchos programas de acción.
El Papa Juan Pablo II ha escrito hasta 1999 trece encíclicas, todas ellas unas joyas que iluminan las
doctrinas y valores morales más importantes.
En los Pontificados del siglo XX, el número de encíclicas publicadas ha variado ampliamente:
Benedicto XV (1914-1922) 30
Pío XI (1922-1939) 41
Pablo VI (1963-1978) 9
Tipos de Encíclicas
1. Encíclicas Doctrinales
Desarrollan extensamente la doctrina que el Papa propone en la misma. Muchas de estas han marcado
significativamente la vida de la Iglesia. Entre las más recientes están:
Mistici corporis Christi (1943), del Papa Pío XII, sobre la Iglesia como el Cuerpo Místico de
Cristo.
Divino afflante Spiritu (1943), del Papa Pío XII, promoviendo los Estudios Bíblicos.
Mediator Dei (1947), del Papa Pío XII, sobre la Sagrada Liturgia.
Mysterium fidei (1965), del Papa Pablo VI, sobre la Eucaristía.
Redemptor hóminis (1979), del Papa Juan Pablo II, sobre la redención y la dignidad del hombre.
Dives in misericordie (1980), del Papa Juan Pablo II, sobre la Divina Misericordia.
Dominum et vivifiantem (1986), del Papa Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo en la vida de la
Iglesia y del mundo.
Algunas buscan clarificar opiniones teológicas erróneas explicando el error y enseñando la doctrina
ortodoxa:
Humani generis (1950), del Papa Pío XII, lidió con falsas opiniones que amenazaban socavar los
fundamentos de la doctrina Católica.
Humanae vitae (1968), del Papa Pablo VI, reafirmó la enseñanza de la Iglesia sobre la
contracepción.
Vertatis splendor (1993), del Papa Juan Pablo II, trata sobre las cuestiones fundamentales de la
teología moral, advirtiendo sobre los peligros presentados por las teorías morales del
consecuencialismo y el proporcionalismo. Para combatir estas opiniones, del Papa Juan Pablo II,
enfatizó la enseñanza tradicional de que algunos actos, en sí mismos, son "intrínsecamente
malos".
Evangelium vitae (1995), del Papa Juan Pablo II, profundizó sobre la enseñanza de la Iglesia
acerca de la defensa y dignidad de la vida humana.
Otros documentos del magisterio ordinario que han tenido un gran impacto en la vida de la Iglesia son las
llamadas "encíclicas sociales". Desde el final del siglo XIX, los Papas han formulado una doctrina social
que ha enriquecido la tradición de la Iglesia. Mientras que son articuladas en diferentes maneras y
aplicadas a varios problemas, el corazón de las enseñanzas de los Papas ha sido la defensa de la persona
humana creada a imagen y semejanza de Dios.
Rerum novarum (1891), sobre los problemas del capital y el trabajo, de León XIII
Quadragésimo anno (1931), sobre la reconstrucción del orden social, de Pío XI
Mater et magistra (1961), sobre el Cristianismo y el progreso social, de Juan XXIII
Populorum progresio (1967), sobre el desarrollo de los pueblos, de Pablo VI
Laboren exercens (1981),sobre el trabajo humano, de Juan Pablo II
Sollicitudo rei socialis (1987), sobre la preocupación social de la Iglesia, de Juan Pablo II
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Centesimus annus (1991), sobre varias cuestiones de la doctrina social, de Juan Pablo II
2. Encíclicas Exhortatorias
Algunas encíclicas tratan específicamente sobre temas más espirituales. Su propósito principal es ayudar
a los católicos en su vida sacramental y devocional. Al no estar enmarcadas en vista a una controversia
doctrinal o teológica, estas encíclicas expanden la dimensión del misterio Cristiano, como una ayuda para
la Piedad.
Haurietis aquas (1956) del Papa Pío XII, sobre la devoción al Sagrado Corazón
Redemptoris mater (1987) del Papa Juan Pablo II, sobre el papel de la Virgen María en la vida de
la Iglesia peregrina.
3. Encíclicas Disciplinares
De vez en cuando, hay encíclicas que tratan cuestiones particulares disciplinarias o prácticas.
Fidei donum (1957) del Papa Pío XII, esta comenzó la transferencia de muchos sacerdotes a las
tierras de misión.
Sacerdotalis caelibatus (1967) del Papa Pablo VI, que reafirmó la tradición latina del celibato
sacerdotal.
Epístolas Encíclicas
Difiere muy poco de las cartas encíclica. Las epístolas son poco frecuentes y se dirigen primariamente a
dar instrucciones en referencia a alguna devoción o necesidad especial de la Santa Sede. Por ejemplo:
algún evento especial, como el Año Santo.
Constitución Apostólica
Estos documentos son la forma más común en la que el Papa ejerce su autoridad "Petrina". A través de
estas, el Papa promulga leyes concernientes a los fieles. Tratan de la mayoría de los asuntos doctrinales,
disciplinares y administrativos. La erección de una nueva diócesis, por ejemplo, se hace por medio de una
Constitución Apostólica.
Mientras que al principio, dichas constituciones enunciaban normas legales y continúan siendo
principalmente documentos legislativos, tienen ahora frecuentemente un fuerte componente doctrinal.
Pertenecen al magisterio ordinario del Papa.
Ejemplos:
Sacrae disciplinae (1983), del Papa Juan Pablo II, en la promulgación del nuevo Código de
Derecho Canónico.
Pastor bonus (1988), del Papa Juan Pablo II sobre el ministerio y organización de la curia romana.
Fidei depositum (1992), del Papa Juan Pablo II, en la promulgación del Catecismo Universal de la
Iglesia Católica.
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Exhortación Apostólica
Estos documentos generalmente se promulgan después de la reunión de un Sínodo de Obispos o por otras
razones. Son parte del magisterio de la Iglesia.
Evangelli nuntiandi (1975) del Papa Pablo VI, sobre la Evangelización del mundo moderno.
Catechesi tradendae (1979) del Papa Juan Pablo II, sobre la catequesis.
Familiaris consortio (1984) del Papa Juan Pablo II, sobre el papel de la familia cristiana.
Reconciliatio et paenitentia (1984) del Papa Juan Pablo II, sobre la reconciliación y la penitencia
en la misión de la Iglesia.
Redemptoris custos (1989)del Papa Juan Pablo II, en la persona y misión de San José en la vida de
Cristo y la Iglesia.
Carta Apostólica
Estos documentos son cartas dirigidas a grupos específicos de personas. Estas también pertenecen al
Magisterio Ordinario.
Bula
Desde el siglo sexto en adelante, la cancillería papal usó un sello de plomo o de cera para autentificar sus
documentos. La bula era inicialmente un tipo de plato redondo con forma de disco que se aplicaba a los
sellos metálicos que acompañaban ciertos documentos papales o reales.
Alrededor del siglo XIII, empezó a significar no solo el sello en sí mismo, sino el documento per-se.
Desde ahí hasta el siglo XV, la bula era un término amplio que designaba la mayoría de los documentos
papales.
Durante el pontificado del Papa Eugenio IV (1431) comenzó un cambio. Ya existía una delineación de
documentos papales, por ejemplo, en el 1265 el Papa Clemente IV escribió a un sobrino y usó, no una
bula sino un sello de cera que tenía la impresión del anillo del pescador.
El Papa Eugenio IV, efectuó cambios administrativos para remover el lento sistema de las bulas,
reemplazándolo con una variedad de documentos, siendo el más notable el "breve apostólico".
Las bulas continuaron siendo utilizadas, sin embargo, en ciertos momentos en conjunción con los breves.
Un ejemplo de este caso fue bajo el pontificado del Papa Julio II (1503-1513), quien primero otorgó un
breve concediendo la dispensación al Rey Enrique VIII de Inglaterra para casarse con Catalina de Aragón
y luego otorgó una bula.
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Por costumbre la bula tiene una inscripción en la cual el Papa utiliza el título Episcopus Servus Servorum
Dei (El Siervo de los Siervos de Dios). Este título fue adoptado muy probablemente por el Papa San
Gregorio I (Magno; 590-604), ya que el había escogido este título como protesta contra el patriarca de
Constantinopla, Juan el Rápido, quien se hacía llamar el "Patriarca Ecuménico". Se popularizó su uso en
el 1800.
Motu Proprio
Son documentos papales que contienen las palabras "Motu proprio et certa scientia". Significa que dichos
documentos son escritos por la iniciativa personal del Santo Padre y con su propia autoridad.
Ejemplos:
Carta Apostólica dada en forma de Motu Proprio Ad tuendam fidem (1998) de Juan Pablo II, con la cual
se introducen algunas normas en el Código de Derecho Canónico y el Código de Cánones de las Iglesias
Orientales.
Es conveniente notar que solamente la enseñanza dirigida a toda la Iglesia Universal expresa el
Magisterio Ordinario en su sentido pleno. Los discursos Ad limina, dados a los obispos de una región
particular y los discursos dados durante las visitas a los diferentes países, no pertenecen, en el mismo
grado, al Magisterio Ordinario como aquellos discursos dirigidos a la Iglesia Universal. Sin embargo hay
que notar que cuando el Papa enseña, aunque sea a una región particular, frecuentemente se refiere a
verdades que ya eran del magisterio.
El Papa, con mucha frecuencia, trata cuestiones sociales, económicas y políticas específicas con el
propósito de derramar sobre las mismas la luz del Evangelio. Aparte de enseñar ciertos principios
morales, también usualmente recomiendan formas de acción práctica. Estas últimas proposiciones
merecen respetuosa consideración, pero no llaman al ejercicio del asentimiento religioso de la misma
manera que lo exige la enseñanza en fe y moral. Los católicos son libres para presentar soluciones
prácticas alternativas, siempre y cuando acepten los principios morales expuestos por el Papa. En todo
caso la autoridad del Papa merece profundo respeto.
Por ejemplo, el apoyo de su S.S. Juan Pablo II para que se de una compensación financiera a las madres
que se quedan en el hogar cuidando de los hijos que sea igual a la de otros tipos de trabajos realizados por
las mujeres, o su petición de que se cancele la deuda externa de los países del Tercer Mundo, como una
forma de aliviar su pobreza masiva, caen dentro de esta categoría. Lamentablemente, muchos católicos
abusan la libertad para rechazar el magisterio. Hay corazones que sólo buscan reducir al mínimo lo que
tienen obligación de asentir y no se abren a toda la sabiduría que Dios otorga a través del Papa. Al final
de ese camino, aun lo esencial se va secando y abandonando.
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