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se habla del “pueblo de Dios”, del pueblo elegido y que ha renacido en Cristo.
se habla del pueblo de Dios como el pueblo consagrado por la unción del Espíritu Santo,
el cual, incorporado a Cristo en el bautismo y la eucaristía, edifica el cuerpo de Cristo.
hay una prevalencia del polo comunitario: la comunidad vive fuertemente la novedad
que supone la aceptación del mensaje cristiano y se acentúa más la diferencia entre esa
comunidad escatológica y el mundo que las diferencias al interior de la propia comunidad.
los laicos son vistos de forma positiva y son muchos los testimonios favorables: Justino,
filósofo y mártir, Tertuliano, Clemente, Orígenes -después ordenado-, Lactancio...
la Iglesia es la Madre que genera hijos, que los nutre y los sostiene (el ministerio,
siguiendo con la imagen, se ve como el principio de paternidad, que hace posible la
maternidad de la Iglesia a través del servicio y del amor).
comienza a darse la tensión al interior de la Iglesia: entre los monjes y el clero -los
espirituales- y los laicos -los carnales-. La distinción se va a ir acentuando debido a
diversas razones: las invasiones bárbaras que hacen que la cultura quede en manos de “los
espirituales”; el clero asume rasgos de la vida de los monjes; los laicos dejan de participar
activamente en la liturgia.
en este proceso hay que ver la raíz remota de la opinión de que el campo propio de los
laicos es el “temporal”.
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la Iglesia comienza a querer hacer conscientes a todos los fieles de su fe: catecismo de
Trento, multitud de grupos de laicos, sobre todo desde Trento (Compañía del Divino Amor
-1497-, Fraternidades de la Devotio moderna (siglo XV), las Congregaciones Marianas
-1550-, los Oratorios (siglo XVI)...
los siglos siguientes verán la continuación de este proceso: nacen las congregaciones
femeninas orientadas a tareas sociales, las asociaciones laicales de la Francia del XVIII; el
siglo XIX ve el nacimiento de una serie de grupos laicales organizados, que se dedican a la
acción caritativa (Conferencias de San Vicente de Paúl) o al apostolado (Sociedad de la
Juventud Católica Italiana en 1867).
- Se empieza a ver la misión, ya no como algo que surge únicamente del interior de la
Iglesia, sino que ésta se inscribe en algo mucho más amplio, ya que ese encuentra
determinada también por el dinamismo propio de la historia y del mundo (a esto contribuyó
el tema de los sacerdotes obreros).
Cuando nos enfrentamos al tema del laicado, el problema comienza prácticamente desde el
principio, cuando preguntamos: “Qué es un laico e incluso quién es un laico”. La palabra, que,
como hemos dicho, no aparece en el NT, cuando aparece por primera vez (Clemente de Roma
alrededor del año 90) significa aquel que no pertenece al estado de los clérigos, el que no ha
recibido ninguna ordenación.
Hoy, para comenzar a pensar en el laicado, hay que partir de la igualdad fundamental que
existe entre todos los miembros de la Iglesia, de tal manera que todo cristiano es un miembro
activo y responsable de la Iglesia.
Con esto, sin embargo, no hemos acabado la tarea. Vamos a acercarnos al tema de los
laicos a partir de aproximaciones diversas, e intentaremos así, al final, tener un cuadro donde
aparezcan al menos las cuestiones que hoy se debaten.
Vivimos una época en cierto sentido contradictoria en este tema: al final de los años 60 y
comienzo de los 70 se produce lo que ya llamé el “salto modernizador”, que fue acompañado
por un empuje de la secularización, de la emancipación y de la democratización de todos los
ámbitos de la vida. Esto originó una crisis en la comprensión del ministerio en la Iglesia y se
defendió la nivelación, de alguna manera, entre sacerdotes y laicos y, como consecuencia y
reacción, la vuelta a los subrayados de aquellos elementos que nos separaban y que
distinguían a los clérigos de los laicos.
Creo que podemos plantearnos algunas preguntas iniciales, que son más bien, problemas
con los que hoy se encuentra la teología del laicado, si quiere hacer una presentación completa
de los mismos.
Un presupuesto para esta pregunta es la solución de la relación entre Iglesia y mundo, o mejor,
entre la Iglesia y el mundo moderno.
Si antes del concilio Vaticano II, la concepción que existía sobre esta relación era una
relación extrínseca y dualista, basada en la diferencia entre naturaleza y gracia, el propio
concilio estableció que sólo hay un plan de Dios, el cual incluye tanto la creación como la
redención (AA 2-4; 7s). El mundo está ordenado a la gracia, y el anuncio del evangelio, de la
salvación, no es algo extrínseco a este mundo (algo de lo que el mundo hubiera podido ser
privado); por ello el servicio de los laicos en el mundo no es sencillamente un servicio
mundano, sino que es un medio de salvación, que, al mismo tiempo es un servicio eclesial.
Hemos de tener en cuenta que la Iglesia es Iglesia en el mundo y para el mundo, por lo que
el servicio de los laicos en el mundo es un servicio eclesial.
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Lo primero que habría que decir es que la cuestión del envío de los laicos, y de su misión, no
puede quedar reducida al tema de los nuevos ministerios de los laicos en la Iglesia. Si
redujéramos la misión de los laicos a la respuesta a esta pregunta estaríamos cayendo en una
nueva manera de huída del mundo, reduciendo la misión de los mismos a la esfera meramente
intracomunitaria.
Se puede decir que hoy en día nos encontramos con numerosos laicos que están dispuestos
a colaborar activamente en la Iglesia, en sentido estricto, y están dispuestos a asumir
ministerios pastorales diversos. La Iglesia ha respondido a este deseo y a esta disponibilidad
en la medida en que ha ampliado el concepto de oficio eclesiástico (cfr. PO 20: “[...] al oficio
eclesiástico mismo, que, por cierto, en adelante, debe entenderse ser cualquier cargo
establemente conferido para cumplir un fin espiritual”)...
Esta realidad que hoy se subraya de relación más productiva entre evangelio y mundo se
muestra también en otra realidad, que ha ganado fuerza en los últimos tiempos: los institutos
seculares. Si bien es verdad que los miembros de estos institutos viven como los religiosos
según los consejos evangélicos, lo hacen en medio del mundo y ejerciendo un trabajo profano.
Con esto se intenta una síntesis entre vida religiosa y vida profana sin que se quiera elegir
entre esas dos formas de vida (la religiosa y la laical).
la que la mujer, como laica, no pueda estar en las posiciones directivas en cuanto a la
formación eclesial, a la teología, a la administración eclesial o al trabajo llevado a cabo por
organizaciones sociales eclesiales.
a) Se puede decir que para los laicos vale lo que para toda espiritualidad: oración personal,
eucaristía. Especialmente una espiritualidad abierta al mundo, lo cual no quiere decir una
espiritualidad conformada con el mundo. Se trataría de “encontrar a Dios en todas las cosas”.
b) Deberá ser una espiritualidad del discernimiento, porque el laico está llamado a vivir en
medio de los conflictos del mundo; de la tensión entre realidad profana y realidad salvífica. La
Iglesia - la comunidad - tendrá que aprender a respetar las decisiones personales que deberán
ser tomadas por los laicos ante las dificultades y las situaciones más comprometidas y
conflictivas. Lo mejor que se puede hacer es posibilitar una buena formación de la fe y de la
conciencia, para que dichas decisiones se tomen de la manera más conveniente.
c) Tertuliano dijo: “Un cristiano es ningún cristiano”: cristiano se es siempre con otros en
medio de la comunión de los santos. Y, como veremos, comunión y comunicación van unidas.
Los laicos deberán buscar formas para que esta comunicación se produzca y, en este sentido,
será importante potenciar las comunidades pequeñas, las comunidades de base...
Vamos a comenzar nuestra exposición sobre esta pregunta, presentando algunas opiniones de
autores significativos.
a) Karl Rahner
a) negativamente:
A partir de argumentos históricos: esto ocurría en la Iglesia antigua: tema de las órdenes
menores que al comienzo eran transmisiones de un oficio estable...
A partir de la reflexión eclesiológica: porque los poderes que confiere el orden son
1 II, 319.
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Una anotación: hay que tener en cuenta que Rahner funciona con la distinción entre
potestad de orden y potestad de jurisdicción: tema de la elección de un seglar para el
papado.
b) Positivamente:
- El seglar será aquel que permanece en el mundo: Rahner subraya que esta permanencia en
el mundo supone no sólo que el laico tiene un puesto originario en el mundo para realizar su
cristianismo (esto lo hacemos todos) sino que lo original es que conserva ese puesto aun
siendo ya cristiano (algo que no es tan evidente que deba ocurrir a partir de la idea de mundo
que Rahner está usando aquí).
- El seglar es hijo de Dios y contribuye a la “epifanía” de la Iglesia.
- Puede ser portador de carismas (entendidos en sentido restringido, como gracias que Dios
concede, mociones del Espíritu de Dios...) pero “dado que tales carismas (en el sentido
restringido de que aquí se trata), son, por su propia índole, dones de Dios libres, no
organizables, no calculables de antemano, y, por tanto, no administrables, no son tampoco
algo que pueda servir de fundamento para un “estado”...
- Toma parte en la misión de la Iglesia.
Resumiendo: “El cristiano seglar se distingue del cristiano no laico (clérigo o religioso) por
el hecho de que no sólo tiene un puesto originario en el mundo para realizar su cristianismo
(lo cual se puede decir de todo cristiano), sino que además lo conserva aun siendo ya cristiano,
con el fin de realizar su mismo cristianismo, sin abandonarlo tampoco en el curso de su
existencia...”3
b) Yves Congar
Solamente la definición: “Seglar es el cristiano que con su vida y su actuación dentro de las
estructuras y tareas mundanas realiza su cooperación a la obra de la salvación y al progreso
del reino de Dios, o sea, a la doble tarea de la Iglesia”4.
c) A. Rodríguez Gracia
1. Premisa creacional: hay que superar el miedo al mundo, de tal forma que el mundo se
2 II, 321.
3 RAHNER, K., Escritos II, 342, cit. en MyS IV/2, 385.
4 CONGAR, Y., Aufriss einer Theologie der Katholischen Aktion: Priester und Laien im Dienst am Evangelium,
Friburgo 1965, 318.
5 Premisas para una teología del laicado: Razón y Fe (julio-agosto 1987) 599-613.
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a) por una superación definitiva de lo que podría llamarse la definición negativa del laico:
ni clérigo ni religioso.
c) por una valoración de la eclesiología de comunión, según la cual, todos los bautizados
son, en virtud del bautismo precisamente, participantes y corresponsables en la vida de la
Iglesia.
e) Por ver su tarea peculiar como la transformación y evangelización del mundo desde su
estricta condición laical.
f) Por considerar el bautismo como la única base sacramental para definir al laico, tanto en
cuanto cristiano como en cuanto miembro no clérigo que vive plenamente la secularidad. El
bautismo es la base dogmática de toda teología del laicado.
Berzosa ha resumido bien las líneas de reflexión actuales sobre el laicado. Transcribo todo
su texto, que puede servir como presentación global de las mismas.
En 1953, escribía Y. Congar que “no existía una teología (y por lo mismo una
espiritualidad) del laicado”. Y, en 1987 en pleno Sínodo, Monseñor Fernando Sebastián,
continuaba lamentándose de “que no existían ni una teología, ni una espiritualidad del
laicado desde los presupuestos eclesiológicos del Vaticano II”.
En la más reciente bibliografía sobre teología y espiritualidad laical, los caminos no son
nítidos. En cualquier caso, debemos hacernos esta pregunta más global y comprometida:
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Tres parecen ser las líneas básicas o troncales por donde discurre la teología y
espiritualidad del laicado:
– ser laico no es otra cosa que ser cristiano sin más;– la secularidad o laicidad (índole
secular) como nota específica de toda Iglesia, y de los laicos en particular;– reforzamiento
del binomio comunidad-ministerios como alternativa al binomio clérigos-laicos.Ampliamos
dichas líneas para entender el alcance de lo afirmado.
No se debe pensar y actuar como si hubiera que “añadir algo” al ser cristiano, como por
ejemplo el estar en el mundo o el ejercer algún ministerio.
Sobre todo, en esta época postcristiana, hay que mostrar la originalidad del ser cristiano,
que no es algo que pueda sin más darse por supuesto.
En realidad, la figura y el problema del laico han surgido de una serie de circunstancias
históricas que han privilegiado el ministerio sacerdotal, y el carisma religioso, relegando a
los laicos. Con ello surgió, de rebote, una distancia entre el simple bautizado, los
consagrados, y la jerarquía (que, tendencialmente, se identificarán con la Iglesia). Esta
distancia que el bautizado experimentaba es lo que convertía al laico en un sujeto pasivo, y
de hecho secundario.
Sin duda, y con mucho, este tema de la secularidad laical es el que más literatura
teológica ha producido. Las posturas van desde una defensa decidida y una exaltación de lo
secular, como identidad ontológica y teológica propia del laico (P. Rodríguez, J.L. Illanes,
G. Lo Castro, L. Moreira Neves), hasta la defensa de una mitigación o equilibrio de esta
índole secular propia del laico al relacionarlo con la secularidad de toda la Iglesia en el
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La cuestión está por tanto en resaltar lo específico de la secularidad de los laicos (“su
índole secular”), pero no en hacer de la misma algo “solo y exclusivo” de ellos.
El mismo Y. Congar es el que ha favorecido esta postura que trata de superar el binomio
clásico clérigo/laico, como intento de desarrollar los presupuestos conciliares y de recoger
las conclusiones más sobresalientes de los estudios neotestamentarios y de los diálogos
ecuménicos.La comunidad cristiana posee una dimensión tanto pneumatológica como
cristológica: es receptora de pluralidad de carismas para atender a los diversos servicios y
necesidades que experimenta en su dimensión evangelizadora y en sus actividades internas.
Si el ministerio apostólico enlaza con el ministerio histórico de Jesucristo, ello no debe ir en
perjuicio de los otros carismas que existen en la comunidad.
Por ello la comunidad cristiana debe tener la creatividad suficiente para estructurarse
conforme a estos criterios. El ministerio ordenado garantiza la continuidad apostólica y sirve
a la unidad de los diversos carismas, pero no debe ser ejercido como opresión o anulación
del resto de los carismas existentes en la comunidad. De aquí se deduce la promoción de los
ministerios laicales.
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Siguiendo con la reflexión de Berzosa, considero que la Iglesia debe ser vista, a nivel
estructural, como compuesta de una comunidad en la que hay multitud de ministerios y
carismas. Todos ellos tienen su base sacramental en el bautismo. Por ello no me parece
acertada la identificación de los laicos con los cristianos “a secas”, con aquellos que “asumen
totalmente las implicaciones del bautismo y la confirmación”. La diferenciación entre los
cristianos no se encuentra en ese nivel profundo del ser cristiano, sino en el nivel más
superficial o secundario -aunque, en la práctica, importante- del cómo se ejerce ese ser
cristiano.
La correlación ministro ordenado / laico no creo, por tanto, que sea correcta. Las
contraposiciones se pueden hacer mejor entre cosas iguales. Lo que se opone al ministerio,
que es eso, un ministerio al servicio del pueblo de Dios, no es un “cajón de sastre” donde
entra absolutamente todo lo demás, sino, desde mi perspectiva, otro “ministerio”, otro
servicio, y el laicado en cuanto tal no designa un ministerio, sino un estado (que además no
está muy claro en qué consiste positivamente).
Podemos decir que hoy la teología laical, y con ello su espiritualidad, camina, en sus
fundamentos, por una instancia tridimensional –importante es subrayar la tridimensionalidad y
no quedarse únicamente en alguna de dichas dimensiones-:
Afirmado lo anterior, subrayamos que para evitar tanto el peligro de secularización como
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