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Hechos

Programa No. 0358

Capítulo 3:1 – 26

Continuando hoy con nuestro recorrido por el libro de los Hechos de los apóstoles, llegamos al
capítulo 3. Y en este capítulo tenemos el primer milagro de la iglesia y el segundo sermón de Simón
Pedro. Todavía estamos en la primera división, en la primera sección de este libro de los Hechos. En
esta sección vemos cómo el Señor Jesucristo seguía obrando mediante el Espíritu Santo, a través de
los apóstoles en Jerusalén. En nuestro estudio anterior vimos el nacimiento de la Iglesia en el día de
Pentecostés. Notamos que aquel día no se puede duplicar. Ahora existe la Iglesia porque en aquel día
el Espíritu Santo vino a morar en los creyentes. Cuando vino a morar en ellos los llenó con Su amor,
con Su poder y bendición para servicio.

De la misma manera que no podemos repetir el nacimiento en Belén, tampoco podemos repetir
lo que sucedió en el día de Pentecostés. Es un hecho innegable que necesitamos del poder del Espíritu
Santo el día de hoy. Pero no tenemos que buscar al Espíritu Santo. Gracias a Dios que Él está en el
mundo convenciendo al mundo y refrenando la maldad en el mundo. El Espíritu Santo también mora
en todos los que creen en el Señor Jesucristo.

Al entrar ahora en el estudio de este capítulo 3, veremos primero en los versículos 1 al 11, la
descripción de la sanidad de un cojo. Luego tenemos la plática suplicante de Pedro en los versículos
12 hasta el 26. Predicación que resultó en la conversión de cinco mil hombres como veremos en el
capítulo 4 de este mismo libro. Comencemos pues considerando la sanidad del cojo. Leamos el
primer versículo de este capítulo 3 de los Hechos:

Hechos 3:1 “. . . a la hora novena, la de la oración.”

Al parecer, esta era la hora del sacrificio de la tarde, la hora cuando entraba el sumo sacerdote,
o sacerdote a quien le tocaba ofrecer el incienso aquel día. Notamos en el evangelio según San Lucas
que le tocaba a Zacarías ofrecer el incienso, cuando el ángel se le apareció. Es interesante notar aquí

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que ese altar de incienso habla de la oración. Esta era la hora de la oración. Y es muy probable que
había una gran compañía en el Templo orando en aquella hora. Continuemos con el versículo 2:

Hechos 3:2 “. . . pidiese limosna de los que entraban en el templo.”

Este hombre había nacido cojo y era traído todos los días y dejado a la puerta del templo. ¡Qué
contraste había entre él y aquella puerta que se llamaba “la hermosa!” Aquí estaba una puerta
hermosa. Y aquí estaba también un hombre lisiado. Los hombres pueden hacer cosas muy bonitas,
pero al hombre, amigo oyente, no le es posible mejorarse a sí mismo. Ahora, claro que le es posible
cortarse el cabello, cuidarse de las manos y de las uñas, bañarse de vez en cuando, etc. Pero al
hombre, amigo oyente, le es imposible cambiar esa vieja naturaleza que tiene. Este es el contraste
que tenemos aquí. Una puerta hermosa del templo, y un cojo de nacimiento. Pues bien, él estaba allí
para pedir limosna; así se ganaba la vida. Ahora el versículo 3 dice:

Hechos 3:3 “. . . les rogaba que le diesen limosna.”

Esto nos muestra que aun después del día de Pentecostés, Pedro y Juan todavía subían al
templo para orar. Los creyentes en Jerusalén eran israelitas. Continuaban asistiendo al templo para
orar. El pobre mendigo vio a Pedro y a Juan y según dice aquí, esperaba que le dieran algo. Ahora los
versículos 4 y 5 dicen:

Hechos 3:4-5 “. . . recibir de ellos algo.”

Cuando estos dos hombres le hablaron tan atentamente, el mendigo les miró con la seguridad
de que le iban a dar algo. Ahora el versículo 6 dice:

Hechos 3:6 “. . . Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.”

Alguien ha dicho al contemplar la magnificencia de las estructuras que hoy en día son nuestras
iglesias y todo el dinero que figura en sus presupuestos anuales, que: “La iglesia ya no puede decir, no
tengo plata ni oro.” Y desafortunadamente amigo oyente, tenemos que añadir por otra parte, que ya

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la iglesia tampoco puede decirle a un cojo, “levántate y anda.” Hoy en día la iglesia tiene muchas
riquezas. Sin embargo, a la iglesia le falta poder espiritual. Ahora, note usted lo que hace Pedro aquí
en el versículo 7 de este capítulo 3 de los Hechos:

Hechos 3:7 “. . . y al momento se le afirmaron los pies y tobillos.”

Recuerde usted que el Dr. Lucas fue quien escribió este libro. Y es interesante notar que cuando
el Dr. Lucas relata un milagro, incluye muchos detalles, detalles que no aparecen en otros libros. Por
ejemplo, aquí notemos que el Dr. Lucas cuenta específicamente lo que pasó. Dice que tenía un
problema en los pies y tobillos. Creemos que el problema radicaba en el hecho de que este hombre
no tenía ni músculos ni nervios operantes en sus pies. Ahora el versículo 8 de este capítulo 3 de Hechos
dice:

Hechos 3:8 “. . . andando, y saltando, y alabando a Dios.”

Amigo oyente, no pierda de vista esta palabrita “saltando.” Aparece dos veces en este versículo.
Este es un capítulo muy interesante. Veremos que Pedro ofrecerá nuevamente el reino de Dios a la
nación. En este tiempo la Iglesia estaba integrada completamente por israelitas, como lo hemos
mencionado anteriormente. No había ningún gentil en la Iglesia en ese entonces. Es que la Iglesia
comenzó con los judíos en Jerusalén. Más tarde, el evangelio avanzaría hasta lo último de la tierra.
Pero estamos aquí en el período de Jerusalén. En otras palabras, aquí se está comenzando a cumplir
lo que leímos allá en el versículo 8 del capítulo 1 de los Hechos donde dice que serían testigos primero
en Jerusalén, luego en toda Judea, después en Samaria, y por fin, hasta lo último de la tierra.

El Señor había dicho que habría un período de transición, e indicó que debían comenzar en
Jerusalén. No les dijo que comenzaran llevando el evangelio hasta lo último de la tierra.

Ahora el reino se ofrece nuevamente a Israel. Esta será su oportunidad final. Ahora, ¿Cuáles
serán algunas de las marcas que identifiquen el reino? Bueno, según Isaías capítulo 35, versículo 6,
una de las señales es que ¡el cojo saltará! Dice allá en Isaías, capítulo 35, versículo 6: “Entonces el cojo

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saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y
torrentes en la soledad.” Esto no es ningún accidente amigo oyente. Este es un milagro que identifica
el reino.

Todo israelita instruido que subía al Templo aquel día se admiró de esto. Ellos sabían que esto
en verdad podría ser el comienzo del reino. Lo único que faltaba era el Mesías, quien había sido
crucificado, resucitado de los muertos, ascendido al cielo, y tomado su lugar a la diestra del Padre.
Pero, El vendrá otra vez. Y hasta creemos que hubiera vuelto entonces, si le hubiesen recibido como
Mesías en aquella ocasión. Ahora leamos los versículos 9 y 10 de este capítulo 3 de los Hechos:

Hechos 3:9-10 “. . . y espanto por lo que le había sucedido.”

Note usted que todos le vieron y todos reconocían al hombre. También comprendieron el
significado de ese milagro. Sin embargo, amigo oyente, tememos que haya muchos de nosotros hoy
en día, que no hemos alcanzado a comprender este relato que el Dr. Lucas nos ha dado. Ahora leamos
el versículo 11 de este capítulo 3 de Hechos:

Hechos 3:11 “. . . a ellos al pórtico que se llama de Salomón.”

Ahora, ¿será esto el principio del reino? Grandes cosas habían pasado en Jerusalén durante las
últimas pocas semanas. Habían sido espectadores de la crucifixión de Jesús, de Su resurrección, de
Su ascensión, y el día de Pentecostés. Así pues, todos estarían atónitos ante este incidente,
preguntándose qué era lo que realmente estaba ocurriendo. Y tenemos luego el gran sermón de
invitación de Pedro. Leamos el versículo 12 de este capítulo 3 de Hechos:

¿Hechos 3:12 “. . . poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?”

Ahora, note usted que no dice: “varones africanos” o, “varones europeos,” o, “varones
latinoamericanos.” Está hablando a los varones israelitas. Este, amigo oyente, es todavía el período
de Jerusalén. Este es un período de transición. La Iglesia todavía no se ha puesto en marcha. Nadie

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en Roma todavía había escuchado el evangelio. Nadie en las Américas lo había oído todavía. Nadie
en Inglaterra lo había escuchado. Todo esto ocurre en Jerusalén.

Pedro tiene entonces mucho cuidado en decirles que este milagro no se había realizado por
medio de su propio poder. Y veremos que Pedro dirigirá a sus oyentes judíos hacia el Antiguo
Testamento. Y les pedirá que, si vuelven a Dios, estas profecías se podrían cumplir. Escuche usted
algunas de las profecías, que la mayoría de estos israelitas sabían muy bien.

Dice el profeta Zacarías en el capítulo 12 de su profecía, versículo 10: “Y derramaré sobre la casa
de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien
traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el
primogénito.” Esta profecía podría haber sido cumplida si ellos se hubiesen vuelto a Él. No fue
cumplida porque no aceptaron al Señor Jesús en aquel entonces. No se arrepintieron. Y lo que Pedro
está haciendo es rogarles que se vuelvan al Señor Jesús. Pero ellos rehusaron arrepentirse. De modo
que la hora todavía ha de venir cuando esta profecía de Zacarías será cumplida. Ahora, lo que sí
podemos notar es que ésta no era la única profecía en cuanto a este tema. Veamos pues lo que
escribió Ezequiel; y más adelante también la profecía de Isaías. Ezequiel en el capítulo 36 de su
profecía, versículos 27 y 28 dice: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Habitaréis en la tierra que di a vuestros
padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios.”

Y el profeta Isaías en el capítulo 12 de su profecía, versículos 1 y 2 dice: “En aquel día dirás:
Cantaré a ti; oh, Jehová; pues, aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has
consolado. He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción
es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí.”

Luego en el capítulo 35, el profeta Isaías habla del cojo que saltará como un ciervo. Dice allá en
el versículo 10 de ese capítulo 35: “Y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sión con alegría; y

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gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido.”
Creemos que, en este caso, ellos comprendieron que lo que sucedió con este cojo fue, en miniatura,
una descripción de la nación entera. Si ellos se hubiesen vuelto a Dios, todas estas promesas hubieran
sido cumplidas. Volviendo ahora al capítulo 3 de los Hechos, leamos los versículos 13 al 15 donde
Pedro continúa hablando y dice:

Hechos 3:13-15 “. . . de lo cual nosotros somos testigos.”

Aquí va una vez más. Simón Pedro nunca predica un sermón sin mencionar la resurrección de
Jesús. Ni tampoco lo hará, como lo veremos más adelante el apóstol Pablo. Pero
desafortunadamente amigo oyente, hoy en día muchos sermones son predicados sin mención alguna
de la resurrección. Continúa Pedro hablando en el versículo 16 de este capítulo 3 de Hechos:

Hechos 3:16 “. . . esta completa sanidad en presencia de todos vosotros.”

Ahora, ¿no ve usted saltando aquí a ese hombre? Este es un ejemplo viviente de lo que se hará
en el reino. Aquí se trata de si usted quiere que el Mesías regrese, o no. ¿Quiere recibirle? Esta es la
esencia de lo que predica Pedro. Ahora, los versículos 17 y 18 dicen:

Hechos 3:17-18 “. . . que su Cristo había de padecer.”

Los hechos de ellos del pasado demandan que tomen un curso de acción. Y ese curso es el
arrepentimiento y la conversión. Y este no era un mensaje nuevo para ellos. Allá en Isaías capítulo 43,
versículo 25, leemos: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de
tus pecados.” Ahora, escuche el mensaje de Pedro aquí en los versículos 19 y 20:

Hechos 3:19-20 “. . . Jesucristo, que os fue antes anunciado.”

Ahora, si hubieran aceptado a Jesús, ¿habría regresado Jesús a la tierra? La respuesta clara es
que sí. Pedro dice que habría regresado. Y entonces, ¿cuál habría sido el programa de Dios después
de eso? Bueno, permítanos decirle amigo oyente, que quedará como un secreto entre usted y

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nosotros. No sabemos lo que habría pasado. ¿Le sorprende esto? Bueno, tenemos noticias para
usted. Nadie más tampoco lo sabe, excepto Dios. Nos es posible hacer muchas preguntas de
suposición, preguntas que realmente nosotros no podemos responder. Todo lo que sabemos es que
no aceptaron a Jesucristo. Permítanos leer una vez más desde el versículo 20 hasta el versículo 21 de
este capítulo 3 de Hechos:

Hechos 3:20-21 “. . . Santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.”

Hay quienes tratan de basarse en este versículo para apoyar su creencia de que eventualmente
todos serán salvos. Ahora la parte del versículo que usan para esto es esa frase que dice: “La
restauración de todas las cosas.” Exactamente, ¿cuáles son “todas las cosas” que serán sometidas a la
restauración? En su carta a los Filipenses, capítulo 3, versículo 8, cuando el apóstol Pablo dijo: “Aun
estimo todas las cosas como pérdida,” ¿quiso decir, todas las cosas en el universo de Dios? Es obvio
que no. Por tanto, aquí, esta expresión “todas las cosas” en este versículo son limitadas por lo que
sigue, “. . . los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos
profetas que han sido desde tiempo antiguo.” Los profetas habían hablado de la restauración de Israel.
En ninguna parte hay profecía alguna de la conversión o la restauración de los muertos malos. Ni los
que mueren sin el perdón de sus pecados. Continuemos con los versículos 22 y 23:

Hechos 3:22-23 “. . . que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo.”

Es conveniente mencionar aquí que este pueblo que escuchaba a Pedro estaba al borde de un
gran juicio. En el año 70 D.C. Tito vino y destruyó la ciudad. Se calcula que más de un millón de
personas perecieron, y que los demás fueron vendidos a la esclavitud por todas partes del Imperio
Romano. El juicio vino sobre estas personas. Y en los versículos 24 al 26, Pedro dice:

Hechos 3:24-26 “. . . a fin de que cada uno se convierta de su maldad.”

Este era un período de transición. Les fue dada su oportunidad final para aceptar al Mesías. Pero
rechazaron su oportunidad para aceptarlo, y, por tanto, más tarde el apóstol Pablo se presentará

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como el apóstol a los gentiles. Lo que pudiera haber pasado si se hubieran convertido a Dios, es
meramente especulación. No se convirtieron. Y Dios amigo oyente, nunca se admira de lo que el
hombre hace, porque está preparado para todo, y todo lo usa para llevar a cabo Su plan y Su
propósito.

Y así concluimos nuestro estudio de este capítulo 3 de los Hechos de los Apóstoles. Llegamos
ahora al capítulo 4. En este capítulo tenemos la primera persecución de la iglesia y el poder del
Espíritu Santo. Este capítulo 4 de los Hechos revela el resultado del segundo sermón de Pedro. Cinco
mil hombres fueron salvados. Los apóstoles fueron arrestados y puestos en la cárcel por instigación
de los saduceos, cuyo único motivo fue que ellos habían proclamado la resurrección de Jesucristo.
Leamos pues los primeros dos versículos de este capítulo 4 de los Hechos:

Hechos 4:1-2 “. . . Jesús la resurrección de entre los muertos.”

Quisiéramos dirigir su atención a algo aquí que es realmente sorprendente, si no lo ha notado


ya. ¿Quiénes fueron los que encabezaron la persecución del Señor Jesús, y que por fin lograron que
fuera arrestado y sentenciado a muerte? Fueron las autoridades religiosas, y especialmente los
fariseos. Ellos fueron los enemigos de Cristo cuando Él estuvo en la tierra. Sabemos que más
adelante, algunos fariseos fueron salvados. Sabemos por ejemplo que Nicodemo era salvo y que José
de Arimatea probablemente era fariseo. Sabemos que Saulo de Tarso también era un fariseo. Al
parecer, había muchos otros fariseos que llegaron a un conocimiento salvador del Señor Jesucristo.
Después que los fariseos habían acabado con El, su enemistad y su rencor pasaron.

Pero ahora tenemos a los saduceos, quienes no creían en la resurrección. Ahora, son ellos los
que se constituyen en los enemigos, porque los apóstoles están predicando en cuanto a la
resurrección de Jesucristo.

Y entraremos en más detalle en cuanto a eso amigo oyente, en nuestro próximo programa. Por
hoy tenemos que detenernos aquí porque nuestro tiempo ya ha finalizado. Será pues hasta

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encontrarnos una vez más por esta misma frecuencia. Mientras tanto, que el Señor le bendiga es
nuestra ferviente oración.

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