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Fernando Bárcena
Universidad Complutense de Madrid
Departamento de Teoría e Historia de la Educación
1. Es muy grato para mí participar de esta sesión de trabajo sobre el cine como
ejercicio de pensamiento y gesto público. Creo que la propuesta de poner en relación el
cine realizado por los hermanos Dardenne con ciertas ideas de Hannah Arendt es
acertadísima. Es cierto que, si leemos con atención Au dos de nos images -el diario de
Luc Dardenne- Arendt no es la única fuente de inspiración en su filmografía, ya que
Emmanuel Levinas tiene una presencia muy destacada -por ejemplo cuando se refiere a
Rosetta. Sin embargo, en este texto me voy a centrar en algunas iluminaciones
arendtianas en esta filmografía, con el propósito de seguir pensando la educación como
experiencia o como un acontecimiento.
Voy a sugerirles que esta presencia de determinados motivos de Arendt en las
películas de los hermanos Dardenne no se efectúa bajo un signo de victoria, sino de
derrota; es decir: desde el reconocimiento de que la continuidad de la tradición se ha
quebrado y al hombre sólo le es dado habitar su presente como fractura, vivir y pensar en
una brecha abierta entre un pasado y un futuro, que es donde se experimenta el
pensamiento como una forma de ejercicio o ensayo. Esta idea de la derrota en el diario de
Luc Dardenne viene a expresarse más o menos de este modo: «En un mundo sin Dios,
nadie está fuera de la intriga, excepto el inocente. Solo, sigue haciendo su pregunta, la
verdadera pregunta, aquélla gracias a la cual el ser humano sobrevive»; «La existencia
tiene algo de pesado, de sofocante. De ahí la necesidad irreprimible de abrirse, de salir
afuera [...] Nuestra época tiene problemas de respiración».
¿Qué significa, entonces, ser humano hoy? -como hijo, como padre, como profesor,
como inmigrante-, en un mundo inscrito bajo el signo de unas derrotas bajo las cuales, sin
embargo, el hombre, singularmente considerado, aún puede «salvarse a sí mismo»
intentando nuevos comienzos. Esta es la tentativa de los Dardenne: «Filmar la aparición
de lo humano, captar el paso de la bondad en el simple comercio humano. A veces el arte
puede preceder a la vida».
Desde este punto de vista, las películas de los Dardenne no se limitan a reforzar
nuestras emociones como meros espectadores, sino que dan un paso más allá. Luc
Dardenne insiste en que «no intentamos contar una historia sino descubrir el
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Texto presentado en: «Film as ‘exercice of thought’ and ‘public gesture’», Workshop Leuven 2-4 February 2010.
Organizado por: Jan Maaschelein (Laboratory for Education and Society, University Leuven) & y Jorge Larrosa
(Departamento de Teoría e Historia de la Educación, Universidad de Barcelona).
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comportamiento de una persona cuyo ser está ocupado con la obsesión de existir de
modo normal, de formar parte de la sociedad, de no ser sacado de ella, de no
desaparecer», como por ejemplo ocurre con Rosetta. Lo que buscan es que las
situaciones lleguen sin ser preparadas, que lleguen como acontecimientos imprevisibles.
Se trata, entonces, no de un proceso de mera identificación (por parte del espectador) con
las emociones del personaje, sino de una operación quizá más sutil y compleja de
identificación con las emociones del mismo acto creador de la película (entendida como
una manifestación de una obra de arte). Como dice Alain Bergala en su ensayo La
hipótesis del cine: se trata de aprender a devenir un espectador que experimenta las
emociones de la creación misma. No se trata de hacer funcionar la película, dentro de un
escenario educativo, como un texto a decodificar, sino pensarla como la huella de un
gesto de creación: la película como creación de algo nuevo.
a) Lo público como espacio de aparición. Arendt decía que el ámbito público, que se
nutre de las acciones, las iniciativas y los gestos de los hombres que lo habitan, es un
espacio de aparición. Este ámbito está habitado por los hombres, y es ese entre los
hombres donde aparece la pluralidad como su principio definitorio. Ahí, nada ni nadie
puede ser sin que alguien mire, sin aparecer ante los demás; y es ahí donde se
multiplican las oportunidades para que cada uno pueda distinguirse, para que muestre
quién es. Creo que hay una constante melodía arendtiana de fondo en buena parte de la
filmografía de los Dardenne, y que tiene que ver con cierto poder de los comienzos, con la
categoría de la natalidad de Arendt. Al referirse a Rosetta, Luc Dardenne escribe en Au
dos de nos images: «Explorar la complejidad del ser humano yendo más lejos que en La
promesse. Como en La promesa, también es una iniciación, un nacimiento, un nuevo
comienzo. Una vez más Hannah Arendt puede iluminarnos»; «Rosetta o el nacimiento»;
«Nuestros personajes deben reaprender a existir más allá de la voluntad de
supervivencia, reaprender ‘qué es humano en el hombre’, habría dicho Vasili Grossman».
Dardenne cita en su diario el fragmento de La condition de l’homme moderne donde
Arendt habla de que el milagro que salva al hombre de su ruina natural es la natalidad, es
decir, el hecho de que sean capaces de comenzar algo nuevo. «Sin imponerla, sin
plasmarla en el guión, dejar que la materia de la película encuentre el milagro que salvará
a Rosetta, el gesto, la mirada, que dará a luz una nueva Rosetta». Se trata de mostrar -
describir, en vez de narrar- cómo es el mundo: hacer ver al mundo, hacer ver al hombre.
La pregunta constante, reiterada una y otra vez, es: «¿Qué significa ser humano hoy? Ver
como ser humano, no en general, sino en las situaciones concretas y extremas que la
sociedad construye hoy en día»
El mundo es, pues, un gran escenario donde los hombres aparecen una y otra vez,
y donde con sus gestos, acciones y palabras confirman el dato incontrovertible de su
nacimiento. El espacio de lo visible es una categoría central en Arendt. Como ocurre en la
escena política, también el escenario del mundo tiene mucho que ver con las «artes
interpretativas», pues, dirá Arendt, «los intérpretes -bailarines, actores, instrumentistas y
demás necesitan una audiencia para mostrar su virtuosismo, tal como los hombres de
acción necesitan la presencia de otros ante los cuales mostrarse; para unos y para otros
es preciso un espacio público organizado donde cumplir su “trabajo”, y unos y otros
dependen de los demás para la propia ejecución».
5. Quizá, y de esto no estoy muy seguro, pero aún así me atrevo a formularlo, aquí
estamos como inscritos en cierta experiencia melancólica, una experiencia muy propia del
hombre moderno, según dijo en el año 1928 el filósofo español José Ortega y Gasset, en
una serie conferencias que impartió en Buenos Aires con el título Introducción al presente.
Según Ortega, existe una especie de dramatismo constitutivo en todo presente, pues en
él conviven tres «presencias del presente» distintas: el hoy de los jóvenes, el hoy de los
hombres y mujeres maduros y el hoy de los viejos. Tres dimensiones vitales conviven, en
conflicto, diferencia y hostilidad inevitable, en cada presente, de forma que todo presente
es siempre discontinuo, y significa cosas distintas para cada generación. Según esto, nos
hacemos presentes en el presente de modo diferente, en función de la generación de la
cual cada uno forma parte.
Creo que hay cierta tristeza en la experiencia del pensamiento, una que nos vuelve
melancólicos, porque el pensar nos hace presentes ante nosotros mismos, como
encerrados en nuestro propio presente. Aquí está la otra cara de esta presencia en el
presente de la que he hablado. Y sin embargo, la melancolía, que es una especie de pena
que no tiene nombre, opera sus transformaciones en nosotros. Recordaré sólo un caso:
hace muchos años, en una universidad de París, un profesor que daba un curso sobre
literatura romántica alemana se sorprendió a sí mismo en una especie de arrebato
resultado de un amor implacable y radical, absoluto. Entonces dio un giro al curso:
transformó su punto de vista, sus referencias, los textos, los instrumentos, y en todo lo
que decía él estaba en medio; estaba hablando de él y de lo que le pasaba. Sus propios
afectos -su propia política del espíritu- quedaron mezclados con los escritores de los que
hablaba, y hacía que en esas obras resonara su amor, su angustia o sus celos. De ese
amor y de ese curso salió un tiempo después el libro Fragmentos de un discurso
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amoroso, de Roland Barthes. Este libro es el resultado de su modo concreto de hacerse
presente en su presente, como sujeto enamorado.
Los personajes de las películas de los Dardenne viven en una soledad angustiante,
reflejo de una época exhausta. Responden al espíritu de una época a la que le falta la
respiración. Esta soledad es fuente de su melancolía -encerrados como están en su
presente-, pero, al mismo tiempo también, es la causa, por así decir, de su capacidad de
iniciativa, de sus intentos de nuevos comienzos. Así, y esta idea es meramente tentativa
aún, de la melancolía con la que los hermanos Dardenne describen las vidas de sus
personajes emerge, como una iluminación, cierto modo de salvación, la posibilidad de un
nuevo nacimiento (un re-aprendizaje de la existencia), una transformación que es como
un nacimiento únicamente comprensible en el modo como cada uno de ellos se hace
presente en lo que les pasa.
Fernando Bárcena