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Universidad Nacional de Mar del Plata- Facultad de Psicología

Asignatura: filosofía del hombre

Introducción

Friedrich Nietzsche (1844-1900), se presenta como acontecimiento, faro y bisagra, que tanto
ilumina el cuestionamiento a los enfoques de sus predecesores, como desbroza el camino al
porvenir de la problematización de la cuestión del sujeto. En un contexto de abordaje de los
problemas de la filosofía a la luz del eje de la subjetividad, la pregunta por quiénes y cómo
somos, sus abordajes modernos y contemporáneos en trayectoria histórica, Nietzsche integra
el corpus de las modificaciones y críticas de la subjetividad en la contemporaneidad.

Introducir a la lectura de Nietzsche requiere transmitir la precaución de no pretender


comprender precipitadamente, ni sucumbir a enjaular su pensamiento en generalidades,
entonces: la de vencer la tentación de entender. Ir a su lectura con actitud de escucha, de
demora, soportar el extravío, sostenerse en la espera de captar una cadencia, una resonancia,
un destello que ilumine por un instante un algo desconocido, inusitado, que nos habla. El
pensamiento de Nietzsche es y sigue siendo tan nuevo que, aunque su influencia suscita y
revoluciona hasta hoy, no admite seguidores.

Para orientarnos dentro de las prescripciones de los estudios nietzscheanos, propone Gianni
Vattimo en su Introducción a Nietzsche (2012), que si seguimos a Heidegger, lo ubicaremos
dentro mismo de la historia de la metafísica, y lo leeremos en relación con Aristóteles, y el
problema del ser. Los primeros intérpretes valoraban su escritura aforística y su crítica de la
cultura. Wilhem Dilthey en Crítica de la razón histórica (1954) lo ubicaba como filósofo escritor
de la vida, junto a los poetas, dada su exposición no sistemática sino expresiva. Quizás un
abordaje “literario” favorezca al lector el imbuirse de un tono, entrar en clima, para luego
permitirse intentar interpretar ligazones al interior de la problemática metafísica.

En este capítulo abordaremos la lectura de unos escasos textos primarios. Son fragmentos de
fragmentos de los cuales valernos para el encuentro con quien, siguiendo la Premisa de
Giorgio Colli en su Introducción a Nietzsche (1983), “en el pensamiento del último siglo, ocupa
un puesto […] único e incomparable”. Para escucharlo hemos de hacer frente al “desafío de
acogerlo en su totalidad y unidad” (pp. 9-11).

Sobre la filosofía nietzscheana que aborda la relación entre la crítica de la civilización europea
y la meditación sobre el ser: hay coincidencia en la periodización tripartita de la obra de
Nietzsche (cf. Vattimo, 1985: p 93):

1.- Obras juveniles: crítica de la civilización y elogio del arte, “metafísica del artista” en el
contraste Dionisos/Apolo, propuesta de renacimiento de la “cultura trágica”.

2.- Pensamiento genealógico: desde Humano, demasiado humano (2007a [1878-1879]) hasta
La gaya ciencia (2011 [1882]), problematización del concepto de decadencia, el arte como fase
superada, elaboración de las relaciones entre el arte, la ciencia y la civilización, y su
valorización basada en la crítica de las actitudes, un modelo de pensamiento no fanático. Es la
filosofía del amanecer, con que concluye el Humano, demasiado humano, donde plantea la
liberación de apropiarse de la historia, el temple necesario para la asunción de errores, que
prepara el camino para el advenimiento del espíritu libre.
3.- Filosofía del Eterno Retorno: desde Así habló Zarathustra (2003 [1883 1884]). Liquidado el
mundo verdadero y con él, el aparente; el peso más pesado, el amor fati. Voluntad de Poder y
transvaloración de todos los valores.

En el presente capítulo haremos un recorrido de lectura por algunos textos de sus épocas
segunda y tercera, deteniéndonos en las preguntas y planteos revulsivos que cuestionan todos
los supuestos metafísicos (abajo en cursivas).

1. Genealogía de la verdad

En Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1994 [1873]), Nietzsche emprende su crítica
al sujeto, cuestionando que el hombre pueda conocer algo ni conocerse a sí mismo, dadas las
limitaciones del intelecto, su intrincación con el orgullo y la soberbia que crean una niebla
cegadora. En el Prefacio de Genealogía de la Moral (1998 [1887]) dice que no nos conocemos
porque no nos buscamos, nos da la pista de que “donde está nuestro tesoro allí también está
nuestro corazón”, y concluye que: “De ninguno estamos más lejos que de nosotros mismos” (§
19. 1). Sostiene en Aurora (2000a [1881]) que el hombre se desconoce, “la acciones no son
nunca lo que parecen” (§ 116). Se ríe de Platón, por colegir que al conocimiento recto le sigue
la recta acción, y al platonismo de la moral provisional de Descartes, que en el Discurso del
Método (2009 [1637]), Tercera Parte, dice: “basta juzgar bien, para actuar bien”, seguro en
que el conocimiento cierto obtenido mediante método, le proveerá la verdad que por fin guíe
sus acciones...

Cuando se pregunta por el origen del impulso a la verdad, Nietzsche lo revela como acuerdo
convencional, mentira útil para la convivencia, consensuada significación de los nombres de las
cosas. Propone sujeto y objeto como inconmensurables y distintos, entre los cuales hay sólo
una relación estética. Reconstruye el olvidado origen de las palabras y su relación con las
cosas, como mediadas por dos sustituciones metafóricas: el sonido y la representación de la
percepción. Da la imagen de impermanencia con las figuras de Chladni, creadas mediante
experimentos acústicos con arena sobre una plancha, en que los cambios en la vibración
sonora van produciendo bellos dibujos geométricos cambiantes.

Al hacer la genealogía del concepto, lo muestra descolorido, vaciado de lo individual y lo real


de la naturaleza, reconoce que la cosa en sí es inaccesible e incognoscible. El concepto es
forma que equipara cosas semejantes, no iguales: el conocimiento que se basa en el concepto,
estrictamente no conoce, porque no consigue dar cuenta de lo singular. Así cuestiona que
podamos conocer: ideas, fenómenos, por meditación, por uso de razón, por pensamiento
dialéctico; que podamos conocer la cosa en sí (ya en Kant el tribunal de la razón formula el
límite). Mas en Nietzsche, conocer racionalmente ni siquiera es algo deseable. Si el
conocimiento racional en Descartes es innato, en Platón reminiscencia, en Kant trascendental,
debido a nuestras condiciones a priori, en Nietzsche es invención, en virtud de nuestra
capacidad de creación. Nietzsche genera la imagen de una catedral de conceptos como dados
apilables, que pueden colocarse en complejas construcciones jerárquicas, cuya utilidad la dan
la conceptualización y generalización que se requieren para hacer ciencia, seleccionando
arbitraria y violentamente unos rasgos en detrimento de otros. Cada hoja, cada ventana, son
cuanto mucho, semejantes, no iguales. El edificio resultante es una absurda construcción sobre
agua en movimiento.

Cuando leemos sus textos en forma aforística, que opone a la forma explicativa, cuestiona en
acción al pensamiento lógico-deductivo, como presenta en Humano, demasiado humano
(2007a) cuando propone al hombre de ciencia como desarrollo ulterior del artista (§ 222). Es el
olvido en tanto activo, propuesto como más originario que la memoria, no en tanto ausencia
sino en tanto potencia de inhibición, un tema que aparece en el estudio genealógico del
lenguaje, acerca de la constitución de lo verdadero en relación con lo falso, así como en el
estudio de la moral, donde se trata de la división entre verdad y mentira.

2. Los cuatro grandes errores

En Crepúsculo de los Ídolos. O cómo se filosofa con el martillo (2001 [1888]), Nietzsche
reconstruye las etapas de la filosofía europea con la presentación genealógica del mundo
dividido en verdadero y aparente. Justifica paso a paso la creación de un tal mundo que nace
como idea platónica, donde el mundo verdadero es accesible sólo a aquellos que sean capaces
de contemplar las ideas, por sabiduría o por virtud. El mundo verdadero es el premio moral
prometido sólo en virtud de méritos, no es accesible. La idea de este mundo no es
demostrable, aunque el sólo pensarla consuele al piadoso. El mundo verdadero se convierte en
imperativo kantiano, Nietzsche lo caracteriza como sol inalcanzable tras una niebla conceptual;
la idea deviene y cuando se conoce desconocida, al canto positivista del gallo del amanecer,
pierde poder de coacción. Luego, la idea ha envejecido, ya no vale nada, y amanece por fin
para los espíritus libres que desayunan. Al concluir esta historia ya es mediodía: no queda
mundo ni verdadero ni aparente, la división misma se revela como un error.

La diferencia entre la filosofía del amanecer y la filosofía del mediodía parece consistir en la
desaparición de la división entre el mundo aparente y el verdadero, y este punto se puede
relacionar con una actitud promovida desde el Humano, demasiado humano: la actitud del
hombre liberado en § 34, que se ve libre de lo que valoran los demás, “se viviría ante los
hombres y uno mismo como en la naturaleza, sin alabanzas, reproches ni entusiasmos […] Nos
libraríamos del énfasis y no sentiríamos ya el aguijón de este pensamiento: que no somos más
que naturaleza, o que somos más que naturaleza”. Es en La Gaya Ciencia donde habla de “el
peso más grande” (pesado, abrumador). Nietzsche pregunta al lector: ¿qué sucedería si un
demonio irrumpiese en tu soledad y te dijese que la vida tal y como la vivís y has vivido,
deberás vivirla en adelante, placer por placer, dolor a dolor, en todo, según el giro de la
clepsidra vaya marcando los retornos? (§ 341).

Es la filosofía del “eterno retorno” la que exige una transvaloración de todos los valores, al
máximo, ya que el único que puede superar la prueba del demonio es un ser vital y feliz, que
ame la vida en su placer y su dolor, tanto, como para querer que se repita eternamente. El otro
requisito tiene que ver con la refutación del tiempo lineal, tiempo de metas y finalidades,
donde los momentos se acumulan en función teleológica.

En el Prólogo del Crepúsculo de los ídolos, Nietzsche llama a mantener la alegría como a
realizar una hazaña (2001: pp. 33-35). Con espíritu desafiante dice que este libro es una
declaración de guerra; a continuación propone que de la herida nacen fuerzas curativas, y
también convoca otra cura: la de auscultar los ídolos mediante el martillo diapasón: el oído
diagnosticará si están huecos, vacíos. Cuenta que en este libro el martillo acusa a ciertos ídolos
eternos. ¿Se tratará de los que llama “los cuatro grandes errores”? En tal caso son errores
tanto gnoseológicos como morales, como se lee en la confusión de la causa con la
consecuencia.

La misma constituye una crítica a la idea de causalidad, en tanto consideración de poder o no


acceder a su conocimiento. Si es falsa la que creemos causa, mal podemos colegir algo de ella.
Recordemos que el edificio mismo de la ciencia se apoya en la noción de causa.
Nietzsche privilegia entre los errores, al error de confundir causa con efecto, al llamarlo
“auténtica corrupción de la razón”. Lo atribuye a “la fórmula más general que subyace a toda
religión y moral”, que dice “Haz esto y aquello, no haga esto y aquello- ¡así serás feliz! De lo
contrario...” (ibid.: p. 75). Así se hace depender conseguir la felicidad, como logro, del obrar
según obediencia a un mandato. A este diagnóstico Nietzsche responde: “En mi boca esta
fórmula se transforma en su inversión”. La fórmula obtenida mediante esta operación de
inversión es: “su virtud es consecuencia de su felicidad”... y no al revés (ibid.: pp. 76-77). Así
critica Nietzsche la fórmula moral o religiosa imperativa de qué hacer, llamándola la sinrazón
inmortal (ibid.: pp. 76-77)

Al despliegue del error de la causa falsa, propone que erramos al suponer que causamos
nuestra voluntad, que nuestros motivos causan nuestro accionar; que nuestras acciones son
gobernadas por la conciencia; y que un tal yo es causa del pensamiento. Considera que el
hombre proyecta sus hechos internos: voluntad, espíritu y yo, en las cosas, imputándoles por
lo tanto ser causas.

El error de la causa imaginaria, que ejemplifica con el relato del sueño, en el que se interpretan
sucesos casuales ocurridos al dormir, como causados con razón. Y la necesidad psicológica de
causa, que consiste en reducir lo desconocido a lo conocido, para disminuir el temor y sentir
que se tiene algo de poder. Así desenmascara que es el temor del hombre el que ha creado la
moral, echando abajo sus pretendidos fundamentos en el deber (Kant), la utilidad (Spencer) o
la compasión (Schopenhauer). Critica Nietzsche como “moral del rebaño”, la que mide el valor
del hombre por la opinión de su prójimo.

Continuando con los errores, Nietzsche ubica las formaciones de la religión y la moral,
enteramente originadas por causas imaginarias, o en las cuales se confunde causa con efecto,
o se cree verdad el efecto de lo creído, o un cierto estado se cree causado. En cuanto al error
de la llamada voluntad libre, la relaciona con el querer encontrar culpables a quienes castigar.
Si el hombre es libre, es imputable de castigo. Nietzsche propone la inocencia del devenir.
Concluye con que el hombre no se da a sí mismo la existencia, ni es consecuencia de una
voluntad orientada o finalidad, y en esta formulación propone una redención o liberación.

3. La voluntad de poder

Y aquí llegamos a la “Voluntad de Poder”, uno de cuyos nombres es el devenir mismo. La moral
como efecto de sumisión de la vida a valores “trascendentes”, expresa la dificultad del hombre
para su vida práctica. En Humano, demasiado Humano, Nietzsche realiza el análisis químico del
origen del error primero que, dice, es considerar que existan acciones morales. En § 1 presenta
una ristra de oposiciones producto de la sublimación del humano. Se pregunta allí: “¿cómo
puede nacer una cosa de su contraria, por ejemplo, lo racional de lo irracional, lo vivo de lo
muerto, la lógica del ilogismo, la contemplación desinteresada del deseo ávido, el vivir para los
demás del egoísmo, la verdad del error?” (Humano, demasiado Humano: § 1). En el Tratado I
de Genealogía de la Moral, luego de diagnosticar la fatiga de la humanidad, y lamentar que por
temor al hombre hayamos olvidado amarlo diferencia lo bueno y lo malvado mediante la
comparación de las aves rapaces con quienes son sus presas. Denuncia el exceso de
interpretación que implica la atribución de bondad al corderito, por oposición a la supuesta
maldad de los depredadores. “Exigir de la potencia que no quiera dominar […] es algo tan
disparatado como exigir de la debilidad que se manifieste como poderío” (§13).

Y a continuación atribuye a la seducción del lenguaje el atribuir agencia, o sujeto, a lo que es


expresión de la naturaleza, para nada voluntaria o evitable. Como si el rayo pudiera no
fulgurar. De estas consideraciones critica el elogio de la debilidad como si la misma fuera
elegida en libertad, como si se tratase de una virtud.

En Genealogía de la Moral, se pregunta por el precio del establecimiento de ideales y se


responde que dicho precio es la realidad injuriada, la vivisección de nuestras conciencias, el
autotormento de la bestia que nosotros somos. “A través de una era extendida excesivamente,
el ser humano vio ‘con malos ojos’ sus inclinaciones más naturales” (Tratado II, § 24) , y “el
intento de hermanar con la mala conciencia las inclinaciones no naturales, esas inclinaciones
hacia el más allá, hacia lo que resulta opuesto a los sentidos, a los instintos, a la naturaleza, a
lo animal, o sea: los ideales que hasta ahora hubo, todos ellos hostiles a la vida, ideales que
injurian al mundo” (Tratado II , § 24).

El gran tema de Genealogía de la moral es el origen de nuestros prejuicios morales (Nietzsche,


1998: pp. 2-3). Con ánimo de discusión, los hubo planteado antes en Humano, demasiado
humano. Se propuso responder a la tarea imperiosa del filósofo, exponer cuantas ideas y
valores, concepciones positivas y negativas, e interrogantes. Y se pregunta fundamentalmente
por las circunstancias en que la humanidad creó los juicios de valor del bien y del mal, y por las
instancias en que estos se desarrollaron. Va a abordar “[…] una moral como consecuencia, otra
como síntoma, una tercera como máscara. Sumemos a ello la moral a lo Tartufo, la moral
como enfermedad, la moral como ponzoña” (ibid.: p. 5).

Una moral que identifica la mala conciencia con las inclinaciones naturales, divide el hombre
contra sus propias inclinaciones. Se pregunta Nietzsche si “[…] sería factible en sí un intento
opuesto, mas, ¿quién es lo suficientemente vigoroso para concretar eso?” (loc. cit.). Dilema
entre dejarse llevar como todos, los hombres buenos, los cómodos, los reconciliados, los
soberbios, o asumir una gran salud, de la cual se interroga si es posible en su actualidad.
Entonces envía el llamado al hombre futuro, a quien nos liberará del ideal, de la “enorme
náusea”, del nihilismo, y a continuación se manda callar. Para que hable un sujeto más
vigoroso: Zarathustra.

Conclusión: Al asumir críticamente la historicidad, el martillo diapasón de Nietzsche revela que


las verdades filosóficas son ídolos con pies de barro; ausculta lo hueco de los conceptos, que
compara con cáscaras vacías perfectamente apilables en órdenes jerárquicos. El texto Sobre
verdad y mentira en sentido extramoral abre con una fábula que da cuenta –en tiempo y
espacio– de la insignificancia del hombre, en flagrante contraste con sus pretensiones
antropocéntricas: de conocer, de enseñorearse, de ser centro y fin del cosmos. Sarcasmo
mediante, revela la química de cada qué: la proveniencia del impulso a la verdad; el arbitrio
que hizo de los tropos, convincentes palabras; el empobrecimiento de lo que hay, encamisado
en conceptos. Así la creencia en la verdad deviene justamente solo eso, una creencia.
Asimismo denuncia quién y cómo: la doble trasposición de captación sensible a imagen, y de
imagen a sonido, que realiza ese pequeño inventor que es el hombre, mediante su
comportamiento estético. Concederle poder legislador al lenguaje es avanzar en el error de
olvidar que los tropos son metáforas, metonimias y sinécdoques, son torsiones creativas del
lenguaje. Nietzsche desmonta error por error la construcción metafísica del mundo. En su
remontar genealógico a los inicios, construye la denuncia del resentimiento agazapado tras la
abnegación, el miedo ínsito en la dominación, la soberbia de la creencia en la razón. Como
efecto de interpretación disuelve la diferencia entre verdad y apariencia. El reconocimiento de
los errores se sigue de una provocación, un empuje hacia una actitud nueva, un llamado al
coraje que es preciso a los espíritus libres. Diagnostica el crepúsculo, pero también anuncia la
aurora, y crea un programa de trabajo para el mediodía: en lo moral una tal transvaloración de
todos los valores que haga la vida digna de repetirse eternamente.

Es un cometido de la filosofía contemporánea preguntarse por el origen, tanto como por la


finitud, por quiénes somos en singular y en plural, si sujeto, yo, conciencia; preguntarse qué es
verdad y si es que podemos conocerla; así como por cómo actuar en la vida. Y las respuestas
filosóficas encarnan discursos argumentativos. Nietzsche es un filósofo que no argumenta sino
presenta, por aforismos, por fragmentos, tesis contradictorias, yuxtapuestas, que no resuelven
ninguna síntesis; diagnostica y pronostica a grandes voces. Además viene pertrechado de un
nuevo uso de la pregunta por el origen: la indagación genealógica por lo original y lo derivado
aplicada a desenmascarar los errores de la moral.

El esfuerzo genealógico de reconstruir la trayectoria de la moral hasta sus orígenes, revela sus
valores como derivados. En relación con Aurora aparece el anhelo de salvación humana como
dependiente del pleno conocimiento del origen de las cosas. Además allí mismo cuando dice:
“Con el pleno conocimiento del origen aumenta la insignificancia del origen, mientras la
realidad está más próxima, lo que está alrededor y dentro de nosotros, comienza poco a poco
a mostrar aspectos y bellezas y enigmas y riquezas de significado […]” (Nietzsche, 2000a: § 44),
se revela la pérdida del valor de la experiencia viva, al otorgarlo a la ilusión de un supuesto
grandioso origen. Esta división arbitraria de mundos visible en el devenir moral, revela la
división interna de quien sacrifica algo de sí en pos de un ideal. En Humano, demasiado
humano: “En moral, el Hombre no se trata como un individuum sino como un dividuum”
(Nietzsche, 2007a: § 57).

Esta división moral, entre las acciones morales y su origen en la utilidad común, en nuestra
necesidad de seguridad, entra en el olvido. También la encuentra Nietzsche en el origen del
lenguaje: en cuanto olvidamos que se trata de metáforas, al cabo, puras mentiras.

NIETZSCHE
LA GENEALOGÍA LINGÜÍSTICA DEL SUJETO.
Se podría creer que Nietzsche con la genealogía busca el origen de las cosas, su
fundamento, pero no es así. Para Nietzsche, mientras más se busque el origen, más
aumentará la plena conciencia de lo inservible que resulta buscarlo. En cambio el
pensamiento genealógico, como Nietzsche lo expresa, se abre plenamente a lo que
aparece, a lo que deviene, a la historia, a lo real.
Ya instalados en el ámbito del lenguaje, la genealogía viene a ser más que un análisis
de las palabras, una especie de semiótica en donde se percibe con ojo agudo el
movimiento, las vicisitudes, la emergencia, la modificación de códigos lingüísticos e
ideologías y cómo se han transformado en nuevos códigos, en nuevas formas de
expresión en nuevos campos semánticos. Todo esto estudiado en varios niveles:
etimológico, cultural, sociológico, histórico, etc.
Nietzsche descubre también "que el lenguaje, puente para comprender la vida y la
cultura de un pueblo, se formaba en una sociedad concreta y estaba sometido a las
variantes que aconteciesen en la comunidad de esos hablantes" (Jiménez; c.6; p.122) y
que era necesario investigar críticamente cómo la lengua –y en concreto el signo
lingüístico- como manifestación cultural se ha originado y cómo está actuando sobre la
vida de los hombres en el seno de lo social.
Por ello Nietzsche propone someter a las palabras a un análisis para observar la
significación que de manera sociológica se les atribuye, esto dentro del campo de la
convivencia y sus propias consecuencias, y lo más importante: qué efectos ejercen
sobre el emisor-receptor, sobre el sujeto parlante en su realidad individual y también
como hombre ya insertado dentro del ámbito de lo social.
La genealogía se abre a la observación de fuerzas en el lenguaje, desenmascara,
desmitifica falsas ideologías y –¿por qué no?- especula, duda y abre nuevos caminos de
interpretación. La genealogía ve cómo surgen las palabras en una cultura determinada,
y no sólo informa si hubo una aceptación o un cambio de significación, sino que de
manera más profunda, busca, incluso, si hubo una lucha de poderes por la palabra
misma, por apropiársela, por imponerla, si se rechazó, qué intereses se jugaban de por
medio, qué giros lingüísticos nuevos ha encontrado. La genealogía también descubre
estructuras ocultas dentro de la lengua, encuentra figuras retóricas donde antes no se
habían encontrado, de lo que había pasado por desapercibido. La genealogía se apoya
en la historia y la sacude.
DEL MUNDO VERDADERO A LA FÁBULA.
1. El mundo verdadero está al alcance del sabio, del piadoso, del virtuoso, los cuales
viven en él, se identifican con él.
(Forma más antigua de la idea, relativamente cuerda, simple, convincente. Paráfrasis
de la proposición “yo, Platón, soy la verdad”.)
2. El mundo verdadero es por lo pronto inaccesible, pero está reservado al sabio, al
piadoso, al virtuoso (“al pecador arrepentido”).
(Progreso de la idea; ésta se torna más sutil, más problemática e inasible, se convierte
en mujer, se vuelve cristiana...)
3. El mundo verdadero no es accesible ni demostrable; no puede ser prometido; pero
al ser concebido es un consuelo, una obligación, un imperativo.
(En el fondo, el antiguo sol, pero visto a través de niebla y escepticismo; la idea se ha
vuelto sublime, pálida, nórdica, kantiana.)
4. El mundo verdadero, ¿es inaccesible? En todo caso no está logrado. Y, por ende, es
desconocido. En consecuencia, tampoco conforta, redime ni obliga, pues ¿a qué podría
obligarnos algo que nos es desconocido?...
(Alba. Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo.)
5. El “mundo verdadero” es una idea que ya no sirve para nada, que ya no obliga
siquiera; una idea inútil y superflua, luego refutada. ¡Suprimámosla!
(Mañana; desayuno; retorno del bons sens y de la alegría; bochorno de Platón;
batahola de todos los espíritus libres.)
6. Hemos suprimido el mundo verdadero; ¿qué mundo ha quedado?, ¿acaso el
aparencial? ... ¡En absoluto! ¡Al suprimir el mundo verdadero, hemos suprimido
también el aparencial!
Está polemizando con Platón y su teoría del mundo «verdadero», ideal, asequible sólo
al filósofo, al sabio, que elige «renunciar» al mundo «real», que sólo contiene
apariencias ...
Está polemizando, también, con el escepticismo y con el positivismo, que se desligan
de la trascendencia metafísica y empujan al hombre a la «naturaleza» o al mundo de la
«práctica» ...
Está polemizando, por último, con el mundo verdadero de la «fe», que debilita la razón
y promete un mundo cierto para después de la muerte ...
Entonces, Nietzsche postula esos enunciados como «fábulas» ... el mundo verdadero
YA NO ES una idea, no es una obligación ni un dogma ... ¿Qué ha quedado del mundo
«verdadero? se pregunta ... No existen mundos «aparentes», «verdaderos» sólo para
la «práctica», en el «más allá» o en el más acá ... existe un mundo sin rodeos ... el
mundo DE LA VIDA ... ¿el resto? ... Una fábula... dice ... y nace Zaratustra ...

LOS CUATRO ERRORES.


Los cuatro grandes errores son, sobre todo, cuatro errores psicológicos, que tienen
graves consecuencias morales. Estos cuatro errores son:
El error de la confusión de la causa con la consecuencia;
El error de la causalidad falsa;
El error de las causas imaginarias;
El error de la voluntad libre.
La moral y la religión, dice Nietzsche, caen bajo este concepto de causas imaginarias.
El concepto clave es el concepto de causa y, por tanto, la causalidad.
¿Qué significa y cuál es el alcance de este error que confunde la causa con la
consecuencia? Según Nietzsche este es el error más peligroso y, por ello, lo llama "la
auténtica corrupción de la razón". Agrega que “sin embargo, ese error es uno de los
hábitos más viejos y más jóvenes de la humanidad: entre nosotros está incluso
santificado, lleva el nombre de "religión", de "moral". Toda tesis formulada por la
religión y la moral lo contiene, los sacerdotes y los legisladores morales son los autores
de esa corrupción de la razón
CARACTERIZACIÓN DE LAS PALABRAS, LOS CONCEPTOS Y EL LENGUAJE.
En la medida en que la expresión de la verdad se realiza mediante el lenguaje éste se
convierte en algo fundamental a la hora de hablar de la verdad. Nietzsche verá en el
lenguaje una supeditación a los conceptos que hacen de él un instrumento poco útil
para reflejar la verdad de lo real, por lo que la construcción de un nuevo lenguaje será
una de sus tareas prioritarias, buscando en la metáfora, en la alusión, en la ironía,
elementos útiles para forzar el nuevo sentido de las palabras.
Frente al lenguaje de la razón, del concepto, propondrá el lenguaje de la imaginación,
basado en la metáfora. Mientras que el lenguaje conceptual pretende ser un fiel
reflejo de la realidad (quedando petrificada en él) el lenguaje metafórico respeta la
pluriformidad y el movimiento de la realidad. El lenguaje conceptual es el de la lógica
dogmática. El metafórico es el lenguaje del arte, de la vida, de la equivocidad, de la
ambivalencia, de la belleza y, en definitiva, expresión de la libertad de la voluntad.
AUSCULTAR ÍDOLOS
Nietzsche propone auscultar ídolos, estos son las momias conceptuales, es decir los
conceptos eternos, supremos, que la metafísica y la tradición filosófica general han
instaurado. El autor plantea realizar un trabajo de deconstrucción de estos ídolos, ya
que si se los martilla están huecos, llenos de aire. Por eso propone una transvaloración
de los valores, de la ética, de la moral, por otros que han sido creados por el hombre.
CONCEPTOS SUPREMOS.
Los conceptos supremos son los conceptos propios de la metafísica: ser, sustancia,
unidad, causa, belleza, bien, verdad… La metafísica los presenta como lo
auténticamente real, pero para Nietzsche sólo son el último humo de la realidad; es
decir, lo que queda de la realidad cuando salimos de ella.
Estos conceptos son invenciones creadas a partir de la experiencia, y no entidades
reales. Inventamos los conceptos mediante la abstracción, y eso nos permite ordenar
el mundo, ponerle límites y establecer islotes de estabilidad frente al cambio y el
devenir.
EL HOMBRE DEL FUTURO.
Nietzsche hace referencia a tres transformaciones del espíritu: cómo el espíritu se
transforma en camello, el camello en león y, finalmente, el león en niño. El camello
representa el momento de la humanidad que sobreviene con el platonismo y que llega
hasta finales de la modernidad; su característica básica es la humildad, el
sometimiento, el saber soportar con paciencia las pesadas cargas, la carga de la moral
del resentimiento hacia la vida. El león representa al hombre como crítico, como
nihilista activo que destruye los valores establecidos, toda la cultura y estilo vital
occidental. Y el niño representa al hombre que sabe de la inocencia del devenir, que
inventa valores, que toma la vida como juego, como afirmación, es el sí radical al
mundo dionisíaco. Es la metáfora del hombre del futuro, del superhombre.
El hombre al que hay que superar es el que se somete a los valores tradicionales, a la
“moral del rebaño”, a la moral basada en la creencia de una realidad trascendente que
fomenta el desprecio por la vida, la corporeidad y la diferencia entre las personas. El
superhombre sólo es posible cuando se prescinda absolutamente de la creencia en
Dios, cuando se realice hasta el final la “muerte de Dios”.-

LAS CRÍTICAS A DESCARTES Y AL “YO PIENSO”.


En primer lugar, Nietzsche parece reconocer en Descartes el supuesto de
lamidentificación del acto del pensar con el sujeto que piensa. En su interpretación,
Nietzsche parece deslindar el acto del sustrato, lo cual ya había sido hecho por la
escolástica al distinguir entre concepto formal (el acto de inteligir) que sí requiere una
causa por ser real (el intelecto) y el concepto objetivo (lo que conocemos de la cosa, la
cosa existente para la mente), que no requiere causa porque no es un ser real, sino de
Razón. A su
Vez, la escolástica distinguía a ambos de la cosa efectiva, la cosa existente en el
mundo, independiente de nuestra percepción.
En segundo lugar, Nietzsche plantea la necesidad del autoengaño y de la falsedad para
la vida. El hombre, “genio de la mentira” es un artista que viola la realidad mediante la
mentira, la que reviste las formas de la metafísica, la moral, la religión, la ciencia. “Las
suposiciones más falsas son justamente las más necesarias”, pues la falsedad de un
concepto no es una objeción a él. Por el contrario, estas ficciones son necesarias para
la creencia y confianza en la vida.
Ellas desconocen el carácter falso de la existencia, por el contrario, dan al hombre un
sentimiento de poder, de dominio sobre la realidad. Mientras el intelecto que piensa
es un “aparato falsificador” pero útil porque construye ficciones necesarias para la
vida, las categorías construyen ficciones necesarias al conocimiento.
Nietzsche también critica la certeza e indubidatibilidad del cogito. En la innatez del “yo
pienso” hay algo que se conoce y ese algo es el “yo” como causa del pensar, a partir
del cual se construye el principio de causalidad. El problema del origen de las ideas
consiste en determinar si el yo, el ser de mi pensamiento, es capaz de ser considerado
como causa adecuada del contenido representativo de las ideas que piensa, pues este
contenido no puede provenir de la nada. En su crítica a Descartes, Nietzsche expresa
que cuando se examina la oración “yo pienso” se tropieza con “aseveraciones osadas”,
cuya justificación es difícil o casi imposible, ¿cómo se puede estar seguro que no se
trate más bien de un “querer” o “sentir”? Evidentemente, el “yo pienso” presupone
que se comparen estados anteriores para saber en qué consiste, pero esto no implica
“ninguna certeza inmediata”. El filósofo debería cuestionarse el concepto
“pensamiento”, su proveniencia, la creencia en causa y efecto, y qué lo habilita a
hablar de un yo, de un yo como causa y finalmente de un yo como causa del pensar.
LA VERDAD COMO FICCIÓN: OLVIDO Y REPRESIÓN.
El lenguaje tiene originalmente un carácter metafórico pues las palabras provienen
gritos que son expresiones individualizadas de cada experiencia propia, sólo el olvido y
posteriormente represión del instinto creador del ser humano como constructor de
metáforas ha permitido suponer que los conceptos metafóricos llevan a alcanzar la
realidad verdadera. Con todo esto la verdad se convierte en un mero conjunto de
generalizaciones, ilusiones que el uso y la costumbre han ido imponiendo.
Por ello término verdad se define como un conjunto de elaboradas construcciones
lingüísticas que no se corresponden con aquello de la realidad que pretenden referir,
sino que surgen de intereses prácticos humanos, a partir de un pacto por el que se
establece a qué debemos llamar "verdad" y a qué "mentira", en función de si es bueno
o no para nuestra supervivencia. Pero, además, el uso continuo a lo largo del tiempo,
hace olvidar el origen metafórico de la verdad y este olvido hace que las personas
crean que las palabras designan la verdad y que se llaman así porque es necesario. Así
pues, las verdades son inventos de los que al cabo del tiempo se olvida su origen.
Nietzsche considera que la verdad es el conjunto de todas las perspectivas, es decir, no
hay un mundo verdadero-metafísico, sino distintas interpretaciones que creamos
nosotros pues necesitamos un mundo simplificado y breve en el que vivir.
LA NUEVA VIA DEL INTELECTO: EL INTELECTO LIBERADO.
El hombre tiene una invencible inclinación a dejarse engañar, el intelecto gusta de
sentirse libre cuando puede engañar sin causar daño. Poseído de placer arroja las
metáforas sin orden alguno. Ya no es servidumbre, se ha convertido en señor, se ha
liberado el intelecto y juega con sus obras de arte. Ya no se guía por conceptos sino
por intuiciones.
Tanto el hombre racional como el intuitivo ansían dominar la vida: el hombre racional
afrontando las necesidades más imperiosas mediante previsión, prudencia y
regularidad. El hombre intuitivo tomando como real solo la vida disfrazada de
apariencia y belleza.
El arte consiste en la tendencia a dejarse engañar, en vivir las cosas, bien películas,
teatro o novela, dejándonos engañar, vivirlas como realidad. Es la inteligencia utilizada
ahora de un modo distinto al utilizado desde la razón, ahora como ficción, sin cargas, ni
convenciones establecidas. Ahora dejamos de ser siervos para convertirnos en
señores, somos nosotros quienes construimos o jugamos desde un intelecto liberado,
porque somos dueños de la obra que realizamos, de nuestra realidad.

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