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Razón y Suceso
Razón y Suceso
Gonzalo Sobejano
Buena parte de los reparos que se han hecho a la obra dramática de Galdós
podrían condensarse en éste: que el escritor no acertó a desembarazarse de
sus hábitos de novelista y compuso, por tanto, dramas novelados, es decir,
faltos de la economía sintética propia del drama. Ya en 1893 señalaba Clarín
que Galdós, novelista ante todo, había querido escribir para el teatro, y hasta
entonces no había hecho más que «llevar a la escena, más o menos
cambiadas, ideas novelescas, planes de novela». Y en 1967 una historia del
teatro español que, como libro de bolsillo, es de suponer obtenga divulgación,
cierra el panorama con unas páginas sobre Galdós dramaturgo, en las que se
citan aquellas palabras de Clarín en apoyo de un raciocinio enderezado a
mostrar que Galdós renovó, sí, la temática y elevó el nivel del contenido del
drama español, pero no supo romper con su escritura de novelista: sus obras
escénicas conceden demasiada atención a pormenores y accidentes, demoran
la acción en parlamentos no necesarios a su avance y, en suma, ignoran la
esencialidad e intensidad constitutivas del género dramático, observando en
cambio «la óptica extensiva de la novela».13
Recordar esta posición de Galdós ante la crisis del drama es una de las
principales finalidades en lo que sigue. Pero «razón» de la dramática
galdosiana no significa aquí el porqué absoluto de un cómo sino más bien este
cómo a la luz de sus motivaciones, en el sentido en que se habla de «dar
razón» de algo. Y es inevitable que, cuando queremos dar razón de algo,
hallemos no una sola razón, sino varias. —40→ En términos sucintos: Galdós
llega al drama movido por una necesidad personal de inmediatez expresiva;
orienta su labor como una misión social de adoctrinamiento en la verdad, la
libertad, la voluntad y la caridad; y configura sus obras -consciente de la
situación histórica del teatro español en tales fechas y de la urgencia de su
renovación artística- como obras en las cuales lo esencial del drama (el
suceder de un conflicto entre hombres delante del espectador) se establece
desde una actitud prospectiva, sobre una temática de trascendencia actual, a
través de unos personajes expresamente signados por su historia y su
ambiente y dotados de relevante potencia simbólica, en unas estructuras
análogas al común proceder de la vida y mediante un lenguaje de variados
registros, práctico, funcional, anticonvencional.
***
En este cuadro quedan abarcadas las 24 obras escritas por Galdós para ser
representadas, aunque no todas se representaron, algunas fueron
adaptaciones de novelas, y una (Antón Caballero) quedó en borrador silvestre.
Las dos categorías y cuatro grupos no se corresponden con períodos y fases
cronológicas sucesivas, sino que responden a la interna concatenación de las
ideas medulares: lo primero es reconocer la propia verdad, hecho lo cual el
hombre debe salvaguardar su libertad para inmediatamente proyectar su
voluntad, fecundada por el espíritu, hacia el fin supremo del ejercicio caritativo.
A través de estos pasos el mensaje de Galdós no puede ser más diáfano: sé -
verdaderamente el que eres, defiende tu posibilidad de obrar, eleva tu poder de
voluntad, ama a los otros. O sea: reconocerse y poder, para hacer y amar.
Toda su producción dramática constituye una variada ilustración de este
mensaje dirigido al hombre, y más particularmente al hombre español.
Lo primero, la voluntad. Contra el honor aparencial y los respetos públicos,
contra los engaños inconsciente o conscientemente urdidos para beneficio
egoísta, contra las mentiras de la sangre y de la conciencia: la confesión de la
oculta culpa, la expiación del error mediante el reconocimiento de la dolorosa,
purificadora verdad.
Mensaje de hondas raíces y altísimo vuelo, éste que Galdós quiso hacer
llegar a su auditorio, pero cuya plasmación en obras dramáticas valederas
hemos ahora de apreciar, sobre el terreno histórico-literario, para concluir.
En la última decena del siglo XIX habían obtenido alguna repercusión las
dos tendencias más nuevas de la dramaturgia europea en crisis: el drama
social de raíz naturalista y el drama poemático simbolista, cuyas figuras
mayores fueron Ibsen y Maeterlinck. José Yxart, en 1894, señalando estas
tendencias, concedía la palma al drama sociológico o contemporáneo: «el
único que atrae seria e íntimamente la atención de todo el mundo como todo
arte vivo», «el que sugiere pasiones públicas y privadas, el que alarma contra
sí o predispone en su favor a publicistas, pensadores, sectas y escuelas».21
Por lo común, estos dramas terminan no sólo bien (es decir, triunfando el
bien sobre el mal), sino además felizmente. Cuando hay un suicidio (Realidad),
una ejecución (Los condenados) o un crimen (Doña Perfecta, Casandra) la
violencia, que se cumple fuera de la escena regularmente, tendrá carácter de
expiación o necesario sacrificio. Galdós hace algo revolucionario (según notó
Clarín) cuando, suicidado ya Federico Viera en el cuarto acto de Realidad,
prolonga la acción en un quinto acto, sin que decaiga el interés: inusitado
anticlímax de belleza moral.
—50→
Domingo Pérez Minik observó que en los dramas de Galdós, como en los de
Ibsen, «el individuo es sólo la emergencia concreta de un paisaje, de una
sociedad determinada» y que «este individuo es anterior y posterior a su vida
dramática», pero añadía que, a diferencia de los de Ibsen, los caracteres
galdosianos «son directos, muy simples, poco elaborados».23 Pérez de Ayala,
por el contrario, pensaba que Galdós había sabido crear caracteres de valor
eterno, vivos, válidos para todo tiempo. Opino que Galdós se esfuerza siempre
por dar verosimilitud y vitalidad a sus personajes, y las pocas veces que no lo
consigue es porque, contra su empeño, la idea simbolizada se sobrepone a la
criatura que la simboliza. El conde de Albrit, por ejemplo, es un carácter
viviente y grandioso; la duquesa de San Quintín amasando rosquillas y clases
sociales, la Laura de Alma y vida en su interesante desmayo, o los
protagonistas de Amor y ciencia con su acentuada polarización, resultan más
bien soportes de intenciones que personas de sustancia psíquica convincente.
Hay, pues, altibajos; pero todos los personajes de Galdós poseen estatura
moral y una elocuencia dimanada de su índole y situaciones, mientras la
mayoría de los personajes de Benavente (el otro dramaturgo importante del
período) se nos aparecen, por comparación, como muñecos que conversan,
figurillas de artificio que charlan y charlan.
—51→
Hoy que por varias causas (distancia respecto a la crisis finisecular del
drama, mal conocimiento de las obras escénicas de Galdós, resurgimiento de
módulos vanguardistas) parece consolidarse el juicio adverso, o en todo caso
lleno de reservas, contra la dramática galdosiana, no considero inoportuno
haber intentado contemplar imparcialmente las razones que la explican. Su
suceso, bueno y malo, vaivén entre resistencia y aceptación que ha venido a
desembocar en glacial olvido, debería reconocerse con ecuanimidad a la luz de
la crítica por aquel teatro obtenida, de sus huellas fertilizantes y de la función
histórica que cumplió.
Para establecer una valoración justa de las obras que estudia, la crítica,
después de haber apreciado la constitución artística de ellas y su fuerza de
irradiación hacia el presente, debe atender también a la función histórica que
cumplieron, y esto, tanto por escrupulosa auscultación del pasado, como por
exacta pulsación del presente, para averiguar el grado en que contribuyeron a
la evolución cuyo término es la actualidad.
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